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Devociones para la Navidad

24 de diciembre

25 de diciembre

26 de diciembre

27 de diciembre

28 de diciembre

29 de diciembre

30 de diciembre

31 de diciembre

1 de enero

2 de enero

3 de enero

4 de enero

5 de enero

6 de enero

 

 

La semana de Navidad

 

24 de diciembre

 

He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel. (Isaías 7:14)

 

El jueves pasado vimos esta profecía, hoy prestaremos atención a su cumplimiento. ¿En dónde se hallará el cristiano que en este día no se deleita en meditar en cómo se cumplió esta profecía?

 

Cuando llegó el tiempo que Dios había predeterminado en su eterno consejo, envió al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea que se llama Nazaret. Allí vivía una virgen descendiente del rey David que se llamaba María. Ella estaba comprometida en matrimonio a un hombre llamado José, un carpintero que también era descendiente de David. El ángel le dijo: “¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo.” — María estaba muy perturbada por estas palabras y se preguntaba qué clase de salutación sería ésta. — Pero el ángel le dijo: “María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” — Luego María preguntó al ángel: “¿Cómo será esto? pues no conozco varón.” El ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios … porque nada hay imposible para Dios.” — María respondió: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra.” Y el ángel se fue de su presencia. (Lucas 1:28-38).

 

José, el prometido de María, no tenía conocimiento de esta visita del ángel en la casa de María. Sin embargo, al pasar el tiempo, era evidente que ella estaba encinta. José estaba muy perturbado por esto. Como era un hombre justo pero también comprensivo,  no quería exponerla públicamente conforme a la ley de Moisés, sino dejarla de un modo que evitara el escándalo. “Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros. Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS.” (Mateo 1:18-25).

 

Querido cristiano, con toda seguridad éste es el milagro más grande que jamás haya ocurrido — la encarnación del Hijo eterno de Dios. El profeta lo predijo y el evangelista y el apóstol testifican que sucedió, y toda la cristiandad acepta este testimonio. ¡No permitas que nadie jamás te haga dudarlo! Mira a Jesús como aparece en su palabra y tú también siempre estarás más convencido de que él es en verdad el Milagro de los siglos. Al verlo en su palabra, él ganará tu corazón de modo que tú, como Tomás, te postrarás ante él en adoración, saludándolo como tu Señor y Dios.

 

Con el fin de que esto se revele como cierto, por la gracia de Dios en las semanas que vienen te revelaremos el retrato que los evangelios pintan de Jesús.

 

 

 

Día de la Navidad — 25 de diciembre

 

No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. (Lucas 2:10,11)

 

Es apropiado que consideremos el nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo en el día de su nacimiento. — Había salido un decreto de Cesar Augusto que se debería tomar un censo de todo el mundo romano. Cada uno tenía que tomar medidas para que su nombre se inscribiera en el padrón de los que pagarían impuestos. Era la primera vez que una potencia extranjera imponía esa clase de impuesto en tierra judía. Éste, entonces, fue el tiempo del cual Jacob había profetizado que Silo, o sea, el Cristo prometido, vendría, a quien se debía todo tributo. (Génesis 49:10). Obedeciendo este decreto cada uno en la tierra judía, que ahora se había convertido en una provincia romana, volvió al lugar de origen de su familia en donde se guardaban los registros.

 

Sin duda la idea del censo se originó con el emperador mismo o con uno de sus consejeros, y no había la mínima idea de que Dios utilizaba el decreto para sus propios propósitos: que el Cristo naciera en Belén así como lo había profetizado Miqueas en el capítulo cinco. Es cierto, José y María, de quienes oímos ayer, vivían en Nazaret en Galilea, pero porque ambos eran descendientes de David tenían que volver a Belén para el censo. Lo hicieron, y cuando estaban allí llegó el tiempo para que María diera a luz: “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lucas 2:7).

 

“Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:1-14).

 

Para ti también nació el Salvador, querido lector, y el anuncio de su nacimiento también es para ti. El gran Señor del cielo se hizo hombre por ti, así como eres un pobre pecador. Él es tu Salvador, tu Redentor, y quiere ser tu querido Jesús. Mira cómo viene a esta tierra: no con poder para causar terror, sino como un bebito acostado en un pesebre. Y si lo recibes como tu Salvador, nunca más tienes que tener temor — ya sea por tu pecado y culpa, por la muerte y el juicio final, y con seguridad no del infierno y la condenación. ¿Por qué no? Porque él se ha ocupado con todo esto y te guarda y protege de ello. Regocíjate en él, querido cristiano. Dios mismo te invita a hacerlo.

 

Siente el alma puros goces,

Al oír Repetir, Celestiales voces:

“¡La salud os ha venido!”

Oíd cantar, Entonar:

Cristo os ha nacido.

 

¡Vamos llenos de contento,

Sin tardar A admirar El sin par portento!

A Él amemos, que nos ama;

Y su amor, El fulgor

De su estrella aclama.  (CC 25:1,3)

 

 

 

26 de diciembre

 

Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. (Lucas 2:10-12)

 

Como notamos ayer, el ángel del Señor habló estas palabras a los pobres pastores en el campo cerca de Belén. Pero no estaba solo; un gran ejército de ángeles también estaba allí cantando un himno de alabanza. — Por este primer anuncio del nacimiento del Salvador es evidente que Dios no menosprecia a los que son pobres y humildes a la vista del mundo.

 

¿Y cuál fue la reacción de los pastores al mensaje del ángel? Lucas sigue informando: “Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado.” Esta gente piadosa se regocijó grandemente con el mensaje del ángel y deseaba ver al Mesías y Salvador por el que tanto tiempo habían esperado, y cuyo nacimiento ahora fue anunciado en una manera tan maravillosa. “Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.” No se ofendían por el hecho de que el niño era pobre y yacía en un pesebre. ¿No fueron éstas las señales por las que deberían identificar al niño al cual tenían tantos deseos de ver? Y su fe se fortaleció al ver al bebé y las circunstancias que rodeaban su nacimiento, de modo que adoraron al Cristo del Señor. — Las circunstancias humildes tales como las que vieron en el establo eran apropiadas para aquél que iba a asumir la carga y la maldición del pecado, y sufrir y morir en el lugar del hombre. Querido cristiano, tú también debes recordarlo y nunca ofenderte por la humildad de tu Salvador, sino más bien debes reconocer en esto la señal de que es en verdad el Salvador. Mira con amor a ese niño en el pesebre así como lo hicieron los pastores.

 

“Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían. Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho.” (Lucas 2:17-20).

 

Puedes aprender de esto, querido cristiano, cómo celebrar correctamente la Navidad. Primero, guarda como un tesoro las palabras acerca de este niño en tu corazón y medítalas como lo hizo María. Toda la Escritura trata de Jesús. Así lee, estudia y escudriña con diligencia las Escrituras. De este modo se arraigará tu fe en Jesús siempre con más firmeza en tu corazón y producirá frutos de gozo y felicidad.

 

En segundo lugar, cuando has reconocido que Jesús es tu querido Salvador, comunica la palabra acerca de él para que muchos puedan escuchar las buenas nuevas de la salvación que tienen en Cristo Jesús. No pienses que este trabajo se limite a los pastores con entrenamiento formal. ¡Los pastores de Belén lo hicieron sin dejar su trabajo! Haz lo mismo. Muchos se maravillarán por tus palabras y tal vez las mediten en su corazón.

 

Finalmente, en tu trabajo, o en dondequiera que te encuentres, alaba a Dios por todo lo que oyes y experimentas en conexión con el Niño de Belén. Así se celebra correctamente la Navidad.

 

¡Oh Salvador! Desciende a mí;

Ven, ven, y haz en mi corazón

Cunita propia para Ti

Do Tú tendrás mi adoración. (CC 18:10)

 

 

 

27 de diciembre

 

Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre JESÚS, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido. (Lucas 2:21)

 

Durante los días que quedan de la semana de Navidad, queremos considerar lo que las Escrituras nos informan de la niñez de Jesús. Lo primero que leemos acerca de esto es que el Niño santo fue circuncidado al octavo día y que se le dio el nombre de Jesús.

 

¿Qué es la circuncisión? — Dios había prometido a Abraham y sus descendientes que él sería su Dios, les daría su palabra, y finalmente enviaría para nacer entre ellos a Cristo, el Salvador del mundo. Dios prometió que a todo el que aceptara esta promesa con fe se le acreditaría su fe por justicia. Esto quiere decir que tal persona tendría el perdón de sus pecados por causa del Salvador venidero en quien creyó. La señal de este pacto era cortar el prepucio de todo varón que naciera en Israel. Debía comenzar con Abraham y cumplirse en el caso de todos sus descendientes. En la circuncisión Dios ofreció continuamente a su pueblo su pacto de gracia y lo selló. Así Israel entró en el pacto que Dios estableció y por fe recibió su gracia. En esto consistía la circuncisión.

 

¿Pero por qué fue circuncidado el niño Jesús.? Después de todo, la circuncisión se estableció para pecadores que necesitaban el perdón que Dios ofreció en su misericordia. Sin embargo el niño Jesús no sólo fue concebido y nació sin pecado, porque fue concebido por el Espíritu Santo, sino era a la vez el Mesías, el Cristo, por causa de quien Dios ofrecía su gracia mediante la circuncisión de la carne. ¿Por qué, preguntamos, fue circuncidado el niño Jesús.

 

Primero, cuando nació era un judío, un israelita, y fue circuncidado por esa razón. Segundo, fue un hijo de Adán, como leemos en Lucas, sin embargo, como leemos en Hebreos, sin pecado. Pero recuerda, por decreto divino él debía llevar los pecados del mundo entero. En la circuncisión estaba comenzando la obra de expiar o pagar la deuda del pecado del mundo — como el sustituto del hombre.

 

Por eso, en la ocasión de su circuncisión se le dio el nombre de Jesús, conforme al mandato del mensajero angelical, y recuerda, el nombre Jesús quiere decir Salvador. Todo lo que él dice, hace o a lo cual se somete tiene el propósito de salvarnos, y esto incluye su circuncisión.

 

Recibe a este niño Jesús con fe como tu Salvador, hombre pecador, y ámalo en tu corazón. Alaba su nombre santo y poderoso mientras vivas y vivirás para alabarlo para siempre en su presencia en la casa del Padre.

 

 

 

28 de diciembre

 

Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor … y para ofrecer conforme a lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas, o dos palominos. (Lucas 2:22,24)

 

En el Israel antiguo, cuando una mujer casada daba a luz a su hijo primogénito, tenía que permanecer en casa durante cuarenta días. Al final de este tiempo, debería ir al templo, junto con su esposo y el niño. Allí debería presentar un cordero de un año y una paloma como un holocausto y ofrenda por el pecado para que fuera purificado de la culpa incurrida en conexión con el nacimiento de otro pecador en el mundo. Si los padres eran muy pobres, podrían presentar un sustituto de dos tórtolas o palomas (Levítico 12). El otro acto que se requería de los padres es que presentaran el niño al Señor y lo redimieran con el pago de cierta suma de dinero. Esto les recordaría que el Señor había salvado a los primogénitos de los Hijos de Israel cuando mató a todos los primogénitos de los egipcios (Éxodo 13). Esta redención también indicaba el hecho de que el niño que acababa de nacer había sido concebido y nacido en el pecado, y requería redención.

 

José y María cumplieron estos ritos a los cuarenta días después del nacimiento de Jesús. Lo hicieron como judíos piadosos, porque era lo que prescribía la ley de Moisés. El sacrificio de las palomas fue una sombra que anticipaba el sacrificio de Cristo por nuestro nacimiento en el pecado. El dinero de la redención presagiaba su sufrimiento y muerte en beneficio del mundo entero de pecadores. — Pero ¿por qué se hicieron estos rituales de purificación por el santo niño Cristo? Pues, porque es el Cordero de Dios que asumió la carga del pecado de este mundo.

 

Sabemos que es así porque Dios hizo que Lucas escribiera lo que sucedió cuando se presentaba al niño Jesús en el templo: “Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel [es decir, la venida del Mesías]; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel” (2:25-32). Simeón habló otra palabra profética que Lucas también escribió: “He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha” y a María le dijo: “y una espada traspasará tu misma alma”. De este modo profetizó que muchos se ofenderían por Jesús y lo rechazarían en su propio perjuicio, mientras otros que confiarían en él por la fe se levantarían del pecado y la muerte espiritual para heredar la vida eterna. En cuanto a la espada, se refería al amargo sufrimiento que experimentaría María al estar al pie de la cruz de su Hijo cuando moría.

 

Querido cristiano, el Señor Jesús todavía está tan cerca a ti como lo estuvo al viejo Simeón. En dondequiera que estén su palabra y sus sacramentos, él también está presente y puedes abrazarlo por la fe. No dejes de hacerlo. Y si posees a aquél que expió tu naturaleza pecadora y todos sus resultados, resucitarás para la vida eterna.

 

 

 

29 de diciembre

 

Porque han visto mis ojos tu salvación, La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel. (Mateo 2:13)

 

Oímos ayer estas palabras de Simeón. Aquí nos dice que Jesús es el Salvador que Dios ha preparado en presencia de todos los pueblos, no sólo los judíos, sino también los gentiles, los que no son judíos; con la intención de que Jesús fuera para ellos una luz en sus tinieblas espirituales y la sombra de muerte en la cual caminaban. Hoy vamos a considerar a los primeros gentiles que llegaron a la fe en Jesús.

 

Mateo informa en su Evangelio: “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle.” — Esto parece haber ocurrido después que José y María volvieron a Belén desde Jerusalén. Los magos, que vinieron del oriente, pertenecían a una antigua fraternidad de sabios o eruditos. Por ejemplo, el profeta Daniel era un líder destacado de uno de esos grupos cuando estaba en Babilonia, y es posible que a través de él se arraigó en el oriente el conocimiento del “Hijo de David”, de un “rey” que nacería entre los judíos. Dios tuvo a bien señalar el nacimiento de Jesús con una estrella especial en el cielo, algo que los magos, los cuales practicaban la astronomía, la más antigua de las ciencias, no podían pasar desapercibido. Así varios de ellos que creían las profecías y señales de Dios viajaron a Jerusalén y preguntaron por el rey recién nacido de los judíos.

 

“Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel. Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella; y enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore.” — ¡Qué hipócrita!

 

Sigue el informe de Mateo. “Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.” (Mateo 2:1-12)  

 

 

 

30 de diciembre

 

Después que partieron ellos, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo: Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo. (Mateo 2:13)

 

Un gran contraste a lo que leímos ayer. Entonces se nos dijo que gentiles, los que no eran judíos, vinieron del oriente para adorar al niño Jesús, y hoy oímos que Herodes, el rey impío de los judíos, buscaba matarlo. El niño Jesús permitió que esos gentiles creyentes lo hallaran, pero Herodes no pudo encontrarlo porque el ángel del Señor le advirtió a José en un sueño y le dijo que huyera a Egipto con el niño y su madre. Lo hizo esa misma noche.

 

Herodes había ideado un plan asesino tan pronto como los magos le informaron del nacimiento de Cristo. Por esa razón consultó cuidadosamente a los magos acerca del tiempo en que apareció la estrella, y les pidió también informarle cuando habían encontrado al niño, diciendo que él también deseaba ir a adorarlo. Pero cuando Herodes reconoció que los magos habían “burlado” de él, como él lo expresó, porque no habían regresado a él después de recibir una advertencia de Dios, se enfureció. Como Mateo lo cuenta: “se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los magos.” De este modo imaginó que de seguro el niño Cristo moriría. Pero en cuanto a los niños pequeños que Herodes mató, matar sus cuerpos estaba en su poder, pero no pudo hacer daño a sus almas. El profeta Jeremías había predicho todo esto: “Voz fue oída en Ramá, llanto y lloro amargo; Raquel que lamenta por sus hijos, y no quiso ser consolada acerca de sus hijos, porque perecieron” (Jeremías 31:15). — Aquí Raquel representa a todas las mujeres y madres de Belén, porque en ese lugar Raquel, esposa del patriarca Jacob, fue sepultada después de morir allí al dar a luz a Benjamín.

 

Al final del segundo capítulo de Mateo, él también nos informa que el Señor intervino otra vez en la vida de Jesús después de la muerte de Herodes: “Pero después de muerto Herodes, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José en Egipto, diciendo: Levántate, toma al niño y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque han muerto los que procuraban la muerte del niño. Entonces él se levantó, y tomó al niño y a su madre, y vino a tierra de Israel. Pero oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de Herodes su padre, tuvo temor de ir allá; pero avisado por revelación en sueños, se fue a la región de Galilea, y vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado nazareno.”

 

Querido lector, aquí ves cómo el mundo impío a veces odia y persigue a Cristo en el mismo momento que los confronta y los intranquiliza en cuanto a sus propias actividades. Pero el mundo no lo puede dañar, hasta que “por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” él mismo permite que lo eliminen, como leemos en Hechos 2:23. Puedes estar seguro que el mundo quiere tratar a los seguidores de Cristo de la misma forma, y lo hace. — ¿Pero cuál es el resultado final? Cristo resucita del sepulcro y asciende al cielo para allí reinar a la diestra de su Padre. Allí prepara un lugar para todos los que le pertenecen. En cuanto al mundo que le es hostil a él y a sus discípulos, el veredicto final siempre es: “han muerto los que procuraban la muerte del niño”. ¿Y cuál será su destino entonces?

 

 

 

31 de diciembre

 

Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él. (Lucas 2:40)

Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres. (Lucas 2:51,52)

 

Aquí tienes toda la información que las Escrituras dan sobre la vida de Jesús hasta que cumplió los treinta años con excepción de lo que informaremos hoy. Es cierto, existen varios antiguos “evangelios” en los cuales se cuentan toda clase de cosas acerca de la niñez y juventud del Señor Jesús. Sin embargo, éstos son seudo-evangelios, inventados por engañadores y son claramente identificables como tales. Aconsejamos ni siquiera leer estas blasfemias y ciertamente no creer nada de ellos.

 

El santo niño creció desapercibido. Este niño único sirvió con humildad a sus padres. Como esperaríamos, creció en sabiduría y estatura, y en favor con Dios y los hombres. Mantuvo oculto su naturaleza divina, aunque los seudo-evangelios cuentan lo opuesto. No utilizó la divina majestad con la cual su naturaleza humana estaba dotada porque era Dios y hombre en una persona. Se desarrolló como niño y joven exactamente como lo hacen los nuestros. Él, en quien moraba toda la plenitud de la divinidad corporalmente, “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:6-8).

 

Sólo en una ocasión, no muy diferente a un solo rayo del sol detrás de una cortina de nubes, prorrumpió un rayo de la majestad divina detrás del estado humilde que él voluntariamente adoptó por amor a nosotros.

 

Esto sucedió en esa ocasión. Los padres de Jesús viajaban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, él también comenzó a acompañarlos. Cuando se terminó la fiesta y volvían a casa, el niño Jesús se quedó atrás en Jerusalén, cosa que no sabían sus padres porque suponían que estaba entre los compañeros en alguna parte del grupo. Al fin de un día de viaje, sin embargo, comenzaban a buscarlo. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén para buscarlo allí. Al tercer día lo hallaron en el templo en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y se nos dice que todos los que lo oían se maravillaban por su comprensión y sus respuestas. Cuando sus padres lo vieron se sorprendieron. Su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia. Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lucas 2:41-52).

 

Lucas nos informa que no sabían de qué hablaba. — ¿Comprendes su respuesta, querido lector? Piensa un poco. Esta palabra suya fue ese rayo de majestad divina del Unigénito del Padre que mencionamos arriba. Sin embargo, inmediatamente lo ocultó otra vez detrás de la forma humilde del siervo de Dios que era, porque Lucas informa: “Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos.” — Pero se nos dice que su madre meditaba todas estas cosas en su corazón. Haz lo mismo, querido cristiano.

 

El día de Año Nuevo

 

Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros. (Lucas 24:29)

 

Al empezar un nuevo año, como lo haces hoy, no eres muy diferente de una persona que emprende un viaje largo y arduo, lleno de esperanza para llegar con éxito al destino, pero a la vez está consciente de que muchas cosas pueden pasar que harían imposible esa meta. Consideramos seguro que esperas entrar en otro año al final de éste. Sin embargo, tenemos la confianza de que estás consciente de que habrá dificultades y hasta peligros que amenacen tu bienestar temporal y eterno. Sí, hay mucha razón por la que debes poner todas tus ansiedades sobre el Señor.

 

Seguramente no quieres empezar el nuevo año como si fuera un juego de azar, lo cual sería una tontería. Nuestro consejo es que vuelvas con fe a tu Salvador quien es tu mejor amigo y le ruegues que permanezca contigo durante todo este año y siempre.

 

Como fue el caso en el año pasado, éste año también habrá conflictos diarios con el pecado. Es una lástima, pero así es. No sugerimos que tengas la intención de seguir tu propio camino, aunque sea de pecado. Eres, a fin de cuentas, un cristiano y un hijo de Dios. Sin embargo, al mismo tiempo eres y sigues siendo un pobre pecador. Por eso dijimos que habrá conflictos con el pecado todos los días. Inclusive puede suceder que debido a la debilidad de tu carne y la tentación del diablo repentinamente te encuentres envuelto en algún pecado grave. ¿Quién puede asegurar que esto no suceda? Luego viene la pregunta si querrás persistir en ese pecado. Debes seguramente saber que no podrás escaparte con tus propias fuerzas. Tampoco querrás que la culpa y la carga de tus pecados diarias, que se multiplican todos los días, te separen del amor de Dios. — Allí es donde entra el Señor Jesús, el que lleva tu pecado, y por esa razón te exhortamos a volver a él, especialmente en este primer día de un nuevo año, y en realidad, todos los días, para rogarle a quedarse contigo. Lo hará, con toda seguridad, en respuesta a tu oración. Te perdonará tantos pecados diarios y con su misericordia te fortalecerá en la fe para que puedas guardarte mejor contra el pecado y contra las trampas y asaltos del diablo. Te vigilará como tu Buen Pastor porque ama a sus ovejas.

 

Sabes que el camino a través de la vida es peligroso, al igual como pasar por un año nuevo. Además, no tienes idea de tantos peligros que te amenazan en el camino, y si piensas pasar por ese camino solo, no te acompañará la bendición. Por la sencilla razón de que eres cristiano e hijo de Dios, el diablo es tu enemigo constante. Tanta mayor razón para pedir que Jesús se quede a tu lado en tu corazón. Entonces, no importa qué pase, todo resultará para tu bien. La mano que fue clavada en la cruz por ti convertirá aun los sufrimientos y adversidades en bendiciones. Aunque fuera tu destino andar por la sombra oscura de la muerte durante este año, no tienes que temer ningún mal porque tu Buen Pastor te acompaña. Si llegaran tiempos de tristeza y suspiros, te consolará con su palabra, te ayudará a llevar tu cruz, te aligerará la carga, y gustosamente la quitará tan pronto que sea para tu beneficio.

 

Finalmente, cristiano, existe la posibilidad de que mueras durante este año. Y después de la muerte viene el juicio. ¿Y cuál será tu destino si tu Salvador y Abogado no está entonces a tu lado? — Con todas tus fuerzas ora con fervor y frecuencia, “¡Querido Jesús, quédate conmigo!” Entonces ni la muerte ni el juicio podrá hacerte ningún daño, y tu querido Señor se ocupará de que entres con seguridad en el hogar paternal arriba.

 

“¡Quédate conmigo, Señor Jesús!” — Qué este ruego esté siempre en tus labios y tu corazón; así con seguridad tendrás un próspero año nuevo.

 

 

 

2 de enero

 

Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. (Isaías 40:3)

He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres. (Malaquías 4:5,6)

 

Estos mensajes proféticos hablan de un predicador y profeta como Elías que se adelantará al Señor Jesús y preparará el camino delante de él. Hoy queremos hablar del maravilloso nacimiento de ese predicador.

 

En el tiempo de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías y su esposa Elisabet. Eran rectos delante de los ojos de Dios, y observaban intachablemente los mandatos y reglamentos del Señor. Pero no tenían hijos. Sucedió que quince meses antes del nacimiento de Cristo, cuando Zacarías servía como sacerdote ante Dios y le tocó el turno de quemar el incienso, un ángel del Señor se le apareció. Zacarías, al darse cuenta, se asustó. Pero el ángel le dijo: “No temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan. Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.”

 

Zacarías preguntó cómo podría estar seguro de esto, puesto que él y su esposa eran ancianos. El ángel respondió: “Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios; y he sido enviado a hablarte, y darte estas buenas nuevas. Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo.” — Mientras tanto, el pueblo esperaba a Zacarías y se preguntaba por qué demoraba tanto en el templo. Cuando salió no les podía hablar. Reconocieron que había visto una visión, porque seguía haciéndoles señas pero sin poder hablarles. Cuando terminó su tiempo de servicio, volvió a casa.

 

Elisabet dio a luz un hijo como el ángel le había dicho a Zacarías. Sus vecinos y parientes se regocijaron con ella porque el Señor le había mostrado gran misericordia. Al octavo día cuando era tiempo de circuncidar al niño, le iban a dar el nombre Zacarías por su padre, pero su madre habló diciendo: “No; se llamará Juan.” Le dijeron: “No hay nadie en tu parentela que se llame con ese nombre.” Entonces pidieron por medio de señas al padre, quien pidió una tablilla, y para asombro de todos escribió: “Juan es su nombre.” Al momento se abrió su boca y soltó su lengua, y habló bendiciendo a Dios. Y se llenaron de temor todos sus vecinos; y en todas las montañas de Judea se divulgaron todas estas cosas. Y todos los que las oían las guardaban en su corazón, diciendo: ¿Quién, pues, será este niño? 

 

Su padre se llenó del Espíritu Santo y profetizó: “Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo, y nos levantó un poderoso Salvador en la casa de David su siervo, como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio; salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron; para hacer misericordia con nuestros padres, y acordarse de su santo pacto; del juramento que hizo a Abraham nuestro padre, que nos había de conceder que, librados de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos en santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días. Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; para dar conocimiento de salvación a su pueblo, para perdón de sus pecados, por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que nos visitó desde lo alto la aurora, para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por camino de paz.” (Lucas 1:62-79)

 

 

 

3 de enero

 

Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel. (Lucas 1:80)

 

Este niño, por supuesto, es Juan, de quien ayer oímos que tenía el alto destino de ser el precursor y heraldo que prepararía el camino al Cristo. Se nos dice que vivía en el desierto hasta que apareció públicamente a Israel. En esa soledad y aislamiento se le preparaba a Juan para su futura vocación.

 

Luego, cuando tenía unos treinta años, en el año quince del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba Judea, Herodes era tetrarca en Galilea, su hermano Felipe era tetrarca en la región de Traconitis y Lisanias; y Anas y Caifás eran los sumos sacerdotes, por mandato de Dios Juan dejó el desierto y llegó a la región por el río Jordán. Predicó un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados, diciendo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.” Su ropa estaba hecha de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero. Su comida consistía en langostas y miel silvestre, como los profetas del antiguo Israel.

 

Fue un poderoso predicador de arrepentimiento y predicó con igual poder al Cristo que ya había venido y que pronto aparecería públicamente. Lo hizo por mandato de Dios y administró el sacramento nuevo, el santo bautismo, mediante el cual a los pecadores arrepentidos se les ofreció el perdón de los pecados en el nombre del Mesías y que a la vez era un testimonio de ese perdón. Su aparición causó sensación porque por cuatrocientos años no había habido ningún profeta en Israel. Ahora otra vez había venido a Israel un profeta que proclamaba la inminente aparición del Mesías y el amanecer de la época del nuevo pacto. Su predicación levantó los espíritus del pueblo con poder y hubo una excitación sin paralelo entre el pueblo judío. Toda la campiña de Judea y toda la gente de Jerusalén salieron para verlo. Confesando sus pecados, fueron bautizados por Juan en el río Jordán. Cuando vio que venían muchos de los fariseos y saduceos a donde él bautizaba, les dijo: “¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego.”

 

Cuando la multitud oyó lo que dijo a estos hipócritas, muchos le preguntaron con corazones sinceros: “Entonces, ¿qué haremos?” No les dijo que hicieran ninguna obra buena extraordinaria, sino al modo de todos los predicadores verdaderos sencillamente respondió: “El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo.” Vinieron cobradores de impuestos para ser bautizados. “Maestro, ¿qué haremos?” Él les dijo: “No exijáis más de lo que os está ordenado.” También le preguntaron unos soldados, diciendo: “Y nosotros, ¿qué haremos?” Y les dijo: “No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario.” — En otras palabras, no deben hacer ejercicios espectaculares de piedad en público para que todos lo vean, como era la costumbre de los fariseos, sino deben andar en el temor de Dios y servir a los que estaban en su alrededor todos los días.

 

Cuando la gente pensaba que Juan tal vez pudiera ser el Cristo, les dijo: “Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.” (Lucas 3:1-18).

 

Dios nos conceda su Espíritu Santo para que nosotros también aceptemos el mensaje de Juan y con verdadero arrepentimiento de nuestros pecados, dejemos que él nos señale al Cristo, nuestro Salvador, y luego adornemos nuestra fe con las obras sencillas del amor cristiano para que no seamos rechazados como hipócritas, sino alcancemos la vida eterna en el cielo.

 

 

 

4 de enero

 

Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. (Mateo 3:13)

 

También Jesús, quien ahora tenía treinta años y hasta el momento había vivido en Nazaret en Galilea fuera de la atención pública, llegó a Juan para ser bautizado por él.

 

¿Pero por qué? ¿No fue el bautismo de Juan uno de arrepentimiento para el perdón de los pecados? ¡Jesús, el santo de Dios, seguramente no tenía que arrepentirse y ser bautizado para el perdón de los pecados! De hecho, Juan tenía renuencia de bautizar a Jesús. Dijo: “Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?”

 

Jesús respondió: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia.” En efecto estaba diciendo: “Ésta es una parte de la justicia que vine para cumplir.” Luego Juan consintió y lo bautizó, aunque no entendía por qué debía ser así.

 

Mateo continúa en su tercer capítulo: “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.”

 

Querido lector, tú también, como Juan, tal vez te preguntes qué significa todo esto. — Es cierto que Jesús mismo no fue un pecador, sino era perfectamente santo y justo, y por esa razón no requería el bautismo de arrepentimiento para su propia persona. Sin embargo, era la única persona que estaba cargada con más pecado y culpa que cualquier persona en el mundo entero, porque era el Cordero de Dios que vino a este mundo para llevar su carga del pecado. Y vino al bautismo de arrepentimiento de Juan como el Sustituto de este mundo, para que recibiera el perdón de los pecados en lugar del mundo.

 

Tal vez objetes y digas: “Es cierto, nosotros en el bautismo recibimos el perdón de los pecados por causa de Jesús, debido a su vida meritoria y su amargo sufrimiento y muerte en nuestro lugar. Pero que Cristo mismo recibiera el perdón de los pecados en el bautismo, eso no lo entiendo. Juan tampoco entendió, pero Cristo, el Sustituto del mundo, recibió el perdón de pecados en el bautismo porque él mismo cumplió la ley por nosotros y sacrificó esa vida santa en lugar de la humanidad.

 

El bautismo de Cristo al principio de su ministerio público de hecho es una declaración preliminar y solemne de parte de Dios de que Cristo seguramente cumpliría la obra de la redención del hombre y que en él el mundo entero tiene el perdón de los pecados. Por esta razón el Espíritu Santo descendió visiblemente sobre él y el Padre, desde el cielo abierto, declaró su agrado con su Hijo. Esto sucedió en nuestro beneficio.

 

Así el bautismo de Jesús es una confirmación divina del hecho de que por su causa realmente recibimos el perdón de los pecados en nuestro bautismo; que se nos da el Espíritu Santo en él, y que por medio del bautismo por la fe llegamos a ser los queridos hijos de Dios y el cielo es nuestro.

 

Piensa con frecuencia en tu bautismo, querido cristiano, porque puede ser una fuente de gran consuelo y fortaleza para tu fe.

 

 

 

5 de enero

 

Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. (Mateo 4:1)

 

El diablo tentó a Adán y Eva en el paraíso, y cayeron en el pecado. Como resultado el pecado y la muerte llegaron a ser la herencia común de la humanidad. — Pero esa no es toda la historia. Inmediatamente después de la caída, el Señor mismo profetizó más enemistad de parte del diablo, pero también su derrota por la “Simiente de la mujer”, el Señor Jesucristo, que resultó en nuestra redención.

 

Cuando Cristo apareció en la carne, inmediatamente después de su bautismo, fue conducido por el Espíritu Santo al desierto, para allí emprender la batalla contra el diablo en beneficio de la humanidad. Allí encontró a aquel enemigo de Dios y los hombres, el diablo, y al igual como Adán y Eva, nuestros primeros padres, él como nuestro campeón también fue tentado por él. Si él también hubiera sucumbido a los engaños del diablo, los seres humanos hubieran estado perdidos para siempre. Pero si obtenía la victoria, habría remedio para la caída de Adán y el poder del diablo quedaría quebrantado. — Bajo esta luz se debe ver la tentación de Cristo.

 

No fue en un paraíso placentero, sino en un desierto sombrío que Dios no refrescó con sus bendiciones, y cuando Jesús estaba hambriento y exhausto después de un ayuno de cuarenta días, que Cristo fue tentado por el diablo en lugar de nosotros.

 

“Y vino a él”, dice Mateo del diablo en el capítulo cuatro. No sabemos en qué forma ocurrió. Luego el tentador le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan.” Fue una burla y un escarnio, dirigido contra la bondad del Padre celestial de Jesús — un dardo de fuego dirigida contra el alma cansada de Jesús. — Jesús enfrentó la tentación citando la palabra de Dios: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” En efecto estaba diciendo: Esta palabra me asegura que soy el Hijo de Dios y me puede sostener sin pan, si así le agrada. Así se desvió la flecha del diablo del alma de Jesús, porque estaba protegida por la palabra de Dios.

 

Sigue el informe de Mateo: “Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra.” Ahora el diablo citaba la palabra de Dios, pero distorsionándola y aplicándola de una forma equivocada. Su intención es hacer que Jesús ponga a Dios a prueba, y buscar gloria y fama empleando un milagro de su propia elección. — Una vez más Jesús recurre a la palabra de Dios y dice: “Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.” Esta segunda flecha de la aljaba del diablo también resultó inútil.

 

Sigue la narración: “Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares.” — El “príncipe de este mundo” ofreció hacer a Cristo su virrey, bajo la condición de que Jesús lo reconociera como su soberano, con la esperanza de que el esplendor del mundo lo engañara y lo apartara de Dios. — Una vez más Jesús, cuando le ordena apartarse, citó la palabra de Dios: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás.”

 

Luego el diablo lo dejó y llegaron ángeles para servirlo. Así nuestro Sustituto y Campeón pasó esa prueba que nuestro progenitor, Adán, reprobó. La caída de Adán y su deserción de Dios que involucró a toda la raza humana fue remediada. Jesucristo había ganado para nosotros la victoria. Cree esto firmemente, querido cristiano, y dependiendo de ello, puedes mandar a la fuga al diablo.

 

Y cuando llega la atractiva tentación, ahora conoces por el ejemplo del Salvador mismo cómo puedes resistir: Invoca a Cristo quien en tu lugar y para tu bien eterno resistió con éxito la tentación del diablo, y como él, refúgiate en la palabra potente de Dios.

 

 

6 de enero

 

Le oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús. (Juan 1:37)

 

Un día cuando Juan bautizaba en el Jordán, vio a Jesús acercársele y dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” Siguió para decir: “Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo. Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua. También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.” El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos. Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Le oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús. Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que traducido es, Maestro), ¿dónde moras? Les dijo: Venid y ved. Fueron, y vieron donde moraba, y se quedaron con él aquel día; porque era como la hora décima.

 

Uno de los que siguió a Jesús después de escuchar el testimonio de Juan fue Andrés. Lo primero que hizo él fue encontrar a su hermano Simón, al cual le dijo: “Hemos hallado al Mesías.” Luego llevó a Simón a Jesús, el cual lo miró y le dijo: “Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas.” Esta palabra, traducida del arameo, significa “hombre de piedra”, el apodo que Jesús dio a Pedro.

 

Al día siguiente Jesús decidió salir para Galilea. Halló a Felipe y le dijo: “Sígueme.” Felipe, al igual como Andrés y Pedro, venía del pueblo de Betsaida. Él buscó a Natanael y le dijo: “Hemos hallado a aquél de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret.” — Cuando Natanael oyó la palabra Nazaret, clamó: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” Por la Biblia sabía que el Cristo, o el Mesías, debería nacer en Belén. Pero Felipe sencillamente dijo: “Ven y ve.” Cuando Jesús vio a Natanael acercándose, dijo acerca de él: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño.” — Natanael quería saber cómo Jesús lo conocía. Jesús contestó: “Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.” De este modo Jesús decía a Natanael que lo había visto en un tiempo cuando solamente los ojos de Dios lo podían ver. Natanael reconoció el importe de lo que dijo y exclamó: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel.” — Jesús le dijo: “¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que éstas verás… De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre.” En efecto estaba diciendo que sus discípulos entenderían cada vez más que en realidad él era aquella escalera que alcanza al cielo que Jacob había visto en su sueño. Ésta se nos describe en Génesis 38. — Ésta es la historia de los primeros seguidores y discípulos de Jesús, y se encuentra en el primer capítulo del Evangelio de Juan.

 

La persona se hace discípulo de Jesús como resultado de un sermón o un testimonio acerca de Jesucristo. Pero después es necesario que vayamos a Jesús, que lo veamos y escuchemos. Tal vez objetes y digas: “¿Cómo es posible esto en nuestro día? Es cierto, todavía se predica acerca de Jesús, pero ya no es posible ir a él, ver y escucharlo como lo hicieron esos dos.”

 

Nuestra respuesta a la objeción es: si vas a tu cuarto y oras a Jesús de esto modo: “Señor Jesús, he oído de ti, y ahora quisiera creer en ti y ser y permanecer tu discípulo,” — entonces estás en la presencia de Jesús mismo. Cuando lees las historias de Jesús en los Evangelios, ves y escuchas a Cristo mismo. No sufres ninguna desventaja frente a los primeros discípulos, porque lees lo que vieron y oyeron los testigos oculares y lo que el Espíritu Santo les hizo escribir.

 

Recuerda también lo que hicieron Felipe y Andrés cuando habían encontrado al Señor Jesús. Hablaron de él a otros, especialmente a los que les estaban más cerca y queridos.