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El Espíritu Santo santifica y preserva la iglesia

Rev. Samuel M. Kawaliza

Iglesia Luterana del Centro de África, Conferencia de Zambia

 

Introducción

 

De acuerdo con las culturas de Zambia, el país en el cual vivo, a la gente les gusta practicar muchos ritos de limpieza. Se limpian las personas. Se limpian los lugares. Se practica tal limpieza en ceremonias especiales. Cuando se muere un extraño o un extranjero en una aldea, se arregla una ceremonia para limpiar toda la aldea. Cuando se muere una persona, se limpia el pueblo. La familia enlutada prepara una fiesta. Hacen cerveza. Invitan al jefe y a los ancianos de la aldea. Limpian toda la aldea de los espíritus de los muertos para que éstos no los vuelvan a molestar.

 

También hay ocasiones en las cuales siguen muriendo los niños o los ancianos en el pueblo, uno tras otro. Se llaman a adivinos para determinar la causa de tales muertes. El adivino obliga a la gente a tomar alguna medicina, y al que vomita se le considera el causante de esas muertes. Lo pueden matar o expulsar del pueblo. Así, queda limpia la aldea. Se hace la limpieza para eliminar el espíritu maligno de la mala persona que causaba esas muertes.

 

También cuando se instala un jefe o presidente de nuestro país, se le unta la frente con un polvo especial para indicar que tal persona ha sido consagrada para un propósito sagrado. No se hace esto con ninguna otra persona. De este modo la persona queda limpiada, o consagrada para la obra especial que debe llevar a cabo en su oficio.

 

Se cree comúnmente que una vez que una persona, lugar o cosa sea limpiado o consagrado, se convierte en algo santo que nada malo podrá obstaculizar.

 

En tiempos del Antiguo Testamento también se limpiaban personas, lugares y cosas. Fueron consagrados para servir propósitos santos (ver Génesis 2:3; Éxodo 13:2; 40:10-13, etc.).  Ligado con esto estaban los ritos de purificación de la ley mosaica (ver Números 6:11; Levítico 22:16,32; Hebreos 9:13). Se lavaban las vestiduras en preparación para encontrarse con Dios (Éxodo 19:10,14). Los sacerdotes fueron consagrados para su servicio, incluyendo su vestimenta (Éxodo 29:1-9). Fueron consagrados los guerreros (Isaías 13:3). El primogénito fue dedicado a Dios (Deuteronomio 15:19). El despojo de las batallas fue dedicado para uso en el templo (2 Samuel 8:11). Sin embargo, cuando estos ritos se aplicaban a las personas sólo fueron eficaces en el sentido ceremonial; no se extendían a la purificación de la naturaleza moral y espiritual. Eran simbólicos y así tenían la intención no sólo de recordar a la gente la necesidad de la limpieza espiritual, sino también del propósito misericordioso de Dios de realmente lograr esta obra de una manera espiritual. Así David oró: “Purifícame con hisopo, y seré limpio”, y también, “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:7,10).

 

Hemos visto lo importante que es para el pueblo sentirse limpio. En nuestra vida africana de aldea nuestra gente quiere ser limpiada de los espíritus malignos. En el Antiguo Testamento Dios mismo proveyó maneras ceremoniales en las que su pueblo sería limpiado y consagrado para su servicio especial (Éxodo 19:10-23; Levítico 11:44-46; 20:7). En el Nuevo Testamento Dios también quiere que su pueblo sea purificado para su servicio especial. Puesto que es un Dios santo, quiere que su pueblo sea “santificado” para servirlo. Esta purificación no es sólo externa, sino interna, del corazón y del espíritu. Es la obra de Dios que se asigna especialmente a la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo. Es la obra que por lo general se conoce como la santificación. La palabra griega para santificar es aJgiavzw que es literalmente “hacer santo”.

 

Para que comprendamos cómo el Espíritu Santo santifica y preserva la iglesia en la tierra es importante que veamos cómo la Biblia y las confesiones de nuestra iglesia utilizan esta palabra “santificación”. Como tantas otras palabras en la Escritura, se usa en más de un sentido. Se usa en un sentido estricto y en uno amplio.

 

En un sentido estricto, la santificación designa la transformación interna espiritual del creyente o la santidad de vida que sigue a la justificación. Como leemos en Romanos 6:22: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.” La Fórmula de Concordia dice: “De la misma manera, es preciso conservar el orden entre la fe y las buenas obras e igualmente entre la justificación y la renovación o la santificación. Las buenas obras no anteceden a la fe, ni tampoco la santificación antecede a la justificación sino que primero el Espíritu Santo enciende la fe en nosotros en la conversión. La fe se apropia la gracia de Dios en Cristo, y por esta gracia la persona es justificada. Luego una vez que la persona es justificada, es también renovada y santificada por el Espíritu Santo, y de esa renovación y santificación surgen después los frutos en forma de buenas obras.” (FC DS III 40,41, p. 589-590)

 

La Sagrada Escritura y nuestra confesión luterana, en otras palabras, usan la palabra “santificación” para indicar específicamente una renovación de la vida en que la nueva naturaleza del hombre es librada del servicio al pecado y dedicada al servicio de Dios. Pablo habla de esta nueva naturaleza como vivir “por el Espíritu”, llevar una vida de santificación, produciendo los frutos del Espíritu, que están alistados como “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23). Es la vida santificada del cristiano que sigue a la justificación.

 

La palabra “santificación” también se usa en un sentido más amplio en la Escritura para incluir toda la obra del Espíritu Santo como “el que da la fe”. Incluye la obra del Espíritu Santo en su uso de los medios de gracia, la palabra y los sacramentos, para llevar a cabo su obra. Hemos oído la presentación de esto en los otros ensayos de esta conferencia. En este sentido más amplio Martín Lutero utilizó la palabra “santificación” en sus Catecismos, el Menor y el Mayor, cuando tituló el tercer artículo del Credo Apostólico que trata de la obra del Espíritu Santo como “La santificación”. En su explicación de este artículo dice: “Creo que ni por mi propia razón, ni por mis propias fuerzas soy capaz de creer en Jesucristo, mi Señor, o venir a él; sino que el Espíritu Santo me ha llamado mediante el evangelio, me ha iluminado con sus dones, y me ha santificado y conservado en la verdadera fe, del mismo modo como él llama, congrega, ilumina y santifica a toda la cristiandad en la tierra, y la conserva unida a Jesucristo en la verdadera y única fe; en esta cristiandad él me perdona todos los pecados a mí y a todos los creyentes, diaria y abundantemente, y en el postrer día me resucitará a mí y a todos los muertos y me dará en Cristo, juntamente con todos los creyentes, la vida eterna. Esto es con toda certeza la verdad.” (Cat. Men., Credo, 6, p. 360)

 

En su Catecismo Mayor, Lutero explica que la obra de la santificación del Espíritu Santo también incluye conducirnos a Cristo mediante la predicación del evangelio. Ésta es la santificación en su sentido completo como la obra del Espíritu Santo. Comprende todo lo que hace el Espíritu Santo en rescatar al hombre del pecado, crear la fe dentro de él, ayudarlo a perseverar en esa fe y guardarlo en ella hasta su liberación final en el cielo. Incluye la justificación, como leemos en 1 Corintios 6:11: “Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.”

 

Veamos esta obra santificadora del Espíritu Santo en su sentido más amplio, al seguir los pasos de Lutero en su explicación del Tercer Artículo del Credo Apostólico, aplicando estos pasos especialmente a nuestras experiencias en el campo en África Central.

 

Los cristianos son llamados por el evangelio

 

En 2 Tesalonicenses 2:13-14 Pablo dice: “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo.”  Pablo aquí dice que Dios nos escogió para ser salvos y no perecer. Nuestra salvación abarca la plenitud del propósito de Dios de librarnos de los daños y las consecuencias del pecado. La manera en que lo logrará será por medio de la obra santificadora del Espíritu. Sigue para decir cómo somos llamados: “Os llamó mediante nuestro evangelio”. Aquí Pablo muestra que el evangelio es el medio por el cual llega a nosotros el llamamiento de Dios. Por la predicación del evangelio Dios nos llama a sí mismo. Nos llama del mundo incrédulo para ser santos. El Espíritu Santo nos llama por el evangelio en palabra y sacramentos.

 

Esto ha sido la maravillosa historia del crecimiento de la iglesia de Cristo Jesús, como se ha escrito para nosotros en el libro de Hechos. Vemos en la iglesia temprana en Jerusalén cómo los creyentes fueron agregados a la iglesia, mediante la palabra que los apóstoles enseñaron (Hechos 2:38-47). El eunuco de Etiopía (Hechos 8:35-39) es otra persona que oyó el evangelio y fue bautizado. Cuando Pedro predicó en la casa de Cornelio, el Espíritu Santo vino sobre todos los que oyeron la palabra y se bautizaron (Hechos 10:44-48). En Pentecostés, Pedro se paró y dijo al pueblo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.” Dios el Espíritu Santo llama por la palabra. No hubiéramos creído si el Espíritu Santo no hubiera obrado mediante ella. “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). El evangelio es activo no solamente en la palabra hablada sino también en los sacramentos. En Tito 3:5 Pablo dice: “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo.” Al recibir el pan y el vino en la Santa Cena también recibimos el cuerpo y la sangre de Cristo, dado y derramada para el perdón de nuestros pecados (1 Corintios 10:16).

 

El libro de Hechos nos muestra en particular la manera maravillosa en la cual este poder del Espíritu Santo estuvo activo en extender la iglesia de Jesucristo a todo el mundo. En el primer capitulo de Hechos, Jesús dice a sus discípulos que serán sus testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los fines de la tierra (Hechos 1:8). El llamamiento del evangelio de Cristo salió a muchos lugares diferentes, especialmente mediante la obra del apóstol Pablo. Pablo, sin embargo, no lo hizo por su propio poder. Con mucha frecuencia Lucas, el escritor de Hechos y el colaborador de Pablo, se refiere a la obra del Espíritu Santo en lograr este crecimiento. En su comentario sobre el Libro de Hechos, F. F. Bruce escribe que sería apropiado llamar el libro entero “Los hechos del Espíritu Santo” (The Acts of the Apostles. p. 30).

 

Nosotros en África Central en verdad hemos visto esto en acción. Hace casi 40 años mi padre llegó a Lusaka de Malawi y se hizo miembro de la iglesia luterana en Lusaka en un lugar que llama Matero mediante uno de los primeros misioneros que compartió con él el evangelio de nuestro Señor. El primer culto fue en su casa, y llegó a ser un predicador laico, hasta que se estableció el Instituto Bíblico en 1964. Fue uno de los primeros tres graduados del Seminario Luterano en 1972. De las pocas congregaciones que se habían establecido, algunas de las cuales él fundó en varias partes de Lusaka en ese tiempo, la LCCA [Iglesia Luterana del Centro de África] ha crecido para tener membresía de más de 35,000 personas en más de 200 congregaciones esparcidas a través de Zambia y Malawi, y alcanzando también a Mozambique y con algunos contactos en Tanzanía, República Democrática del Congo y Zimbabwe.

 

No nos alabamos por este maravilloso crecimiento. Para que un cristiano pueda hacer algo que agrade a Dios, sólo el Espíritu Santo tiene que obrarlo. “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13). Dios tiene que hacer voluntarios a los que no están dispuestos. Tiene que dar la fortaleza y el poder para conquistar el pecado. El cristiano entonces vivirá una vida de arrepentimiento. Podrá ayudar a sus vecinos; perdonará; sostendrá la obra de la iglesia. Éstos no son los frutos de la carne, ni son las consecuencias de su propia actividad personal. Dios es el que obra estas cosas en él.

 

En Zambia el evangelio se extiende como fuego. El Espíritu Santo obra por medio del evangelio que seguimos predicando en su verdad y pureza. Mucha gente es llamada a la fe. Los miembros que se trasladan a otras áreas donde no tenemos una iglesia tratan de invitarnos, pero como los obreros son pocos, a veces no logramos alcanzarlos. La membresía en nuestra conferencia sigue creciendo porque el evangelio es activo. La mayoría de la gente que viene a la ciudad no tiene iglesia. También hay muchas iglesias pequeñas que todos los días crecen con rapidez. Sabemos que éstas no tienen la doctrina sana. Son muy agresivas y parecen tener a muchos seguidores, pero terminan confundiendo a la gente. Como luteranos nuestra meta es seguir enseñando y predicando la misma verdad que se presenta en la Escritura, porque creemos que el Espíritu Santo está en control para convencer a la gente de sus pecados y conducirlos a nuestro Señor Jesucristo.

 

Las iglesias que parecen extenderse con mucha rapidez alrededor de nosotros hoy son las iglesias pentecostales. Enfatizan los sentimientos y las emociones humanas como la obra del Espíritu, más bien que los hechos como se presentan en las Escrituras. Enfatizan las revelaciones especiales habladas en lenguas, sanaciones milagrosas basadas en la experiencia personal, cosas que en realidad no tienen ninguna base en las Escrituras. Porque a mucha gente en África les gusta expresar sus sentimientos externamente, y confrecuencia son atrapados por las falsas enseñanzas de otras iglesias. El culto a los espíritus siempre ha sido una parte de la religión tradicional africana, en que los espíritus de los dioses, los espíritus de los ancestros, los espíritus de las tribus, controlan las vidas de la gente. Muchas iglesias sincretistas causan gran confusión para nuestra gente.

 

Qué importante es, entonces, que enseñemos que el Espíritu de Dios viene a nosotros solamente mediante su santa palabra y los sacramentos, el bautismo y la Santa Cena. Es sólo por estos medios que somos llamados por el evangelio.

 

Puesto que hemos sido llamados por el evangelio, hemos sido llevados a la fe en Jesucristo como nuestro único Salvador del pecado, el diablo y la muerte, como sigue Lutero, somos iluminados con los dones espirituales.

 

Los cristianos son iluminados con dones

 

¿Pero cuáles son algunos de los dones con los que el Espíritu Santo nos ha iluminado? Para entender cómo los cristianos son iluminados con dones es importante que entendamos qué significa ser iluminado. La palabra “iluminado” significa que el Espíritu Santo nos ha sacado de las tinieblas de la incredulidad a la luz de la fe para que podamos ver todos los dones que Dios nos da en Cristo. Jesús dice en Juan 8:2: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” Otra vez Jesús dice: “Ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26:17,18). Pablo también dice: “El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios. Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:4,6).

 

Una vez que la persona cree en el Señor Jesucristo como su Salvador del pecado y anda con él en la fe, ve estos dones que el Espíritu Santo le ha dado. ¿Cuáles son algunos de esos dones? En Efesios 1:7 Pablo dice: “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia.” El Espíritu Santo nos ha capacitado para ver que por la sangre de Jesús tenemos el perdón de los pecados. Es imposible que sepamos esto sin la ayuda del Espíritu Santo. Otra vez Pablo en Romanos 5:1 dice: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” Nuestros pecados ya no nos perturban porque sabemos que la sangre de Jesucristo nos ha limpiado de toda injusticia. Ya no nos rebelamos contra Dios como antes. Hacemos lo que Dios nos dice. Dios nos habla cuando necesitamos consuelo, ánimo, sabiduría. Todo esto es un resultado de la paz que tenemos con Dios. Otra vez en Tito 2:11-13, Pablo dice: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.”

 

Ya que el Espíritu Santo nos ha iluminado para ver por fe tales maravillosos dones de Dios como el perdón, la paz, el gozo y el consuelo, podremos producir los frutos de la fe (2 Corintios 5:17). Si alguien está en Cristo es una nueva criatura, las cosas viejas pasaron, lo nuevo ha venido. En Efesios 2:10, Pablo otra vez escribe: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” Como hemos sido creados de nuevo por la obra santificadora del Espíritu Santo, el cristiano será capaz de producir buenas obras. Jesús nos dice: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer (Juan 15:5)”. De hecho no podemos hacer absolutamente nada sin Jesús, pero creyendo en él, el Espíritu Santo nos capacita para producir las buenas obras.

 

A la gente de nuestro país le gusta decir que es difícil descubrir un don o un talento. Creo que esto es cierto hasta cierto punto. Saber que su talento es el de un alfarero o un diseñador puede ser difícil. Puede probar otros trabajos primero que piensa que sean importantes o que le dé un ingreso alto. Aprende por el camino duro que el dinero no crece en los árboles. Luego decide ocuparse en lo que venga. Un amigo le invita a unirse con él en hacer ollas, copas, vasos, etc. Dice a sí mismo: “Bueno, como no he encontrado lo que busco, mientras tanto paso el tiempo haciéndolo.” Lo hace por unos meses y ve que los productos salen como pan caliente, trabaja duro en ese negocio y al pasar los años reconoce que éste es su talento.

 

Ésa es la manera como el Espíritu Santo también obra. Nos llama y nos da la fe. Luego nos muestra los dones que están disponibles para nosotros. Antes de que nos llamara no veíamos estas cosas. Pero después de llamarnos, ahora los vemos. Reconocemos que para esto fuimos llamados y nos regocijamos de haber encontrado los dones o talentos más necesarios en nuestras vidas.

 

Los cristianos son santificados y guardados en la fe

 

La obra de la santificación que hace el Espíritu Santo es un proceso continuo. Lutero enfatizó esto en su explicación al Tercer Artículo cuando dijo que el Espíritu Santo no sólo “me ha llamado mediante el evangelio” y “me ha iluminado con sus dones” sino también “me ha santificado y conservado en la verdadera fe.”

 

Al conducirme a la fe en Cristo como mi Salvador, ha nacido un nuevo yo (Efesios 4:24; Colosenses 3:10). En esta vida aquí en la tierra, sin embargo, el cristiano retiene su naturaleza pecaminosa. El “yo viejo”, nacido en el pecado, todavía está allí para perturbar (Efesios 4:24). El apóstol Pablo escribe acerca de esta lucha que todavía sigue entre su naturaleza pecaminosa y el Espíritu de Dios que mora en él. En Gálatas escribe: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis (Gálatas 5:17).”

 

Los peligros que nuestra naturaleza pecaminosa causa a nuestra fe por pueden variar. La gente habla de muchos deseos diferentes que son contrarios al Espíritu: la inmoralidad sexual, la ambición egoísta, disensiones, etc. También incluye la brujería, un problema que es especialmente peligroso en nuestra cultura africana. En vez de ser conducidos por el Espíritu de Cristo, hay el peligro de ser controlados por el mundo de los espíritus en que se centraba la vida del pueblo de África como resultado de su religión y creencias naturales.

 

Éste es el caso porque cuando la mayoría de los cristianos confrontan problemas, por ejemplo la enfermedad o la muerte en la familia, la brujería llega a ser la fuente de todo mal. Mucha gente no quiere creer que la persona haya fallecido por muerte natural debido a la enfermedad o porque no ha habido el cuidado médico necesario. Prefiere pensar que alguien lo causó. Cuando se prolonga una enfermedad, no es una enfermedad natural; alguien ha embrujado a la persona. La gente piensa así porque están controlados por el espíritu del mundo. Uno de nuestros retos más grandes como pastores en África es ayudar a los que temen otras fuerzas, para que confíen en el Señor para guiarlos y protegerlos.

 

La obra del Espíritu Santo, por tanto, tiene que continuar en nosotros los cristianos. Seguramente nos ha dado los medios de gracia para hacerlo. Nuestro bautismo debe ser un recuerdo diario para nosotros de la vida en Cristo, en la cual hemos renacido. Pablo dice en Romanos 6:4: “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.” Debemos seguir recibiendo con frecuencia y confianza el cuerpo y la sangre de Cristo en el sacramento de la Santa Cena. Otra vez, como Pablo nos anima en 1 Corintios 11:26: “Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.” También dice en Colosenses 3:16: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría.”

 

El peligro frecuentemente existe de que convirtamos el cristianismo en cierta medicina sobrenatural que por magia puede curar nuestros problemas, sin reconocer que mientras vivamos tiene que fortalecerse constantemente en nosotros el nuevo Espíritu de Cristo mediante la palabra y los sacramentos. “No creáis a todo espíritu”, nos escribe Juan en su Primera Epístola (1 Juan 4:1 ss), “sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.”  Sabemos que Juan especialmente advierte contra “el espíritu del anticristo”.

 

Que nosotros, por tanto, hagamos caso a la amonestación del apóstol Pablo: “Fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo” (Efesios 5:26). Utilicen los medios de gracia, la palabra de Dios y los sacramentos, mediante los cuales el Espíritu Santo nos guarda en la verdadera fe.

 

Los cristianos están unidos en una santa iglesia cristiana

 

Todos los cristianos en todas partes del mundo están unidos en una santa iglesia cristiana por la obra del Espíritu Santo. Por la fe en Jesús sus pecados son lavados y quitados “en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5:26). Son los miembros del cuerpo de Cristo (Efesios 5:36). Ya no son extranjeros y peregrinos, sino están “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo (Efesios 2:19-20)”.  Todos “por un solo Espíritu fuimos bautizados en un cuerpo” (1 Corintios 12:13).

 

Son reunidos en un cuerpo espiritual, y sólo Dios conoce los miembros de su iglesia. Sin embargo, podemos estar seguros que su santa iglesia cristiana se encuentra en donde se predica el evangelio y se usan los sacramentos conforme a la institución de Cristo (Mateo 28:19,20; Mateo 26:26,27). Jesús dice: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20).

 

De la misma forma estamos seguros que el Señor Jesús está con nosotros en esta conferencia, mediante su Espíritu Santo. Me anima a mí personalmente estar aquí. Venimos de diferentes partes del mundo. Tenemos diferentes culturas. Hablamos diferentes idiomas. Sin embargo tenemos a un Espíritu. Jesús dijo a los que creían en él: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos” (Juan 8:31). Que la palabra de Cristo more en nosotros abundantemente cuando enseñamos y amonestamos unos a otros con toda sabiduría (Colosenses 3:16).

 

 Terminaré con palabras del libro de Hebreos 10:24,25: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.” En el día final, como Lutero cierra su explicación del Tercer Artículo de nuestro Credo, “el Espíritu Santo me dará en Cristo, juntamente con todos los creyentes, la vida eterna. Esto es con toda la certeza la verdad.”

 

 

Bibliografía

 

1.      Pieper, Francis. Christian Dogmatics

2.      Mueller, Juan Teodoro. Dogmática Cristiana

3.      Lutero, Martín. Catecismo Menor

4.      Our Great Heritage, III.

5.      Senkbeil, Howard L. Sanctification: Christ in Action

6.      Koehler, J. P.; Pieper, August; Schaller, John. The Wauwatosa Theology

7.      The Abiding Word, Concordia Publishing House

8.      Wisconsin Lutheran Quarterly

 


 

Reacción al ensayo “El Espíritu Santo santifica y preserva la iglesia”

 

Esta respuesta al ensayo del pastor Samuel Kawaliza fue escrita en Zambia, África, en donde tuve el privilegio de pasar los cuatro meses anteriores sirviendo en uno de los centros de estudios de la Iglesia Luterana en el Centro de África en Chongwe, a 45 km al este de Lusaka. Mientras estaba allí recibí el ensayo del pastor Kawaliza poco antes de regresar a Estados Unidos. De hecho, hace pocos días se dedicó el Centro Luterano de Estudios en Chongwe y tuve el privilegio de participar en ese culto.

 

Fue en verdad un placer repasar el ensayo del pastor Kawaliza sobre la obra del Espíritu Santo. En el centro de África el Espíritu Santo verdaderamente ha hecho maravillas, como el ensayista nos lo recordó. Sí, él lo ha hecho todo. Ha llamado al pueblo de África con el evangelio, los ha iluminado con sus dones, los ha santificado y guardado en la fe, y los ha unido con nosotros en una santa iglesia cristiana en la tierra, así como nosotros de muchas naciones, lenguas y culturas nos reunimos aquí. Como he enseñado tanto al pastor Kawaliza y a su padre fallecido en el Seminario Luterano en Lusaka, me animó ver otra vez cómo el Espíritu Santo ha estado operando en los países de Zambia y Malawi. Verdaderamente somos uno, unidos en la fe y la confesión.

 

Me agradó la presentación del pastor Kawaliza de la obra del Espíritu Santo, al tratarlo en el sentido amplio según su tarea, tomando sus pautas de la explicación de Lutero en el Tercer Artículo del Catecismo Menor, demostrando cómo Lutero se apoyó en la Escritura en esos pasos desde el principio al fin.

 

Se nos recuerda otra vez que la explicación clara y sencilla de Lutero puede ayudarnos en entender la enseñanza bíblica. También me recordó el papel importante que Lutero y nuestras confesiones luteranas han desempeñado en el desarrollo de nuestra misión africana. Hay muchos misiólogos ahora que tratan de decirnos que las confesiones de hace varios cientos de años ya no se aplican en la obra misionera de hoy, que fueron formuladas en otras épocas históricas y en otros contextos culturales y que por tanto solamente sirven para cargar, confundir y complicar las cosas para las iglesias que están en sus etapas de comienzo en su desarrollo. Nosotros en el centro de África hemos encontrado que lo contrario es el caso. Históricamente, en realidad “no hay nada nuevo bajo el sol”, como Salomón nos recuerda. No importa en dónde estemos en la mayor parte del mundo hoy, estamos rodeados por los mismos errores y perversiones fundamentales de la Escritura que existieron en el siglo XVI. El Libro de Concordia es tan relevante en África hoy como lo fue en Europa en el año 1580. Recuerdo que el estudio de la teología confesional fue especialmente interesante para nuestros estudiantes en el Seminario Luterano en Lusaka, Zambia, tal vez en grado mayor que en Mequon, Estados Unidos. Los estudiantes aprendieron en dónde están sus raíces teológicas y por qué hay una necesidad tan apremiante de una claridad confesional en un mundo que doctrinalmente está tan confundido. En alemán lo llamamos “Existenzberechtigung”. En África, en donde igualmente se nos rodean hoy toda clase de iglesias que se representan con el nombre cristiano, decimos: “Estamos aquí porque enseñamos y confesamos lo que Dios dice en su palabra inerrante.” ¡Esta convicción es tan importante en Lusaka, Zambia, y Lilongwe, Malawi, como en Watertown, Wisconsin y Oberursel, Alemania! Esto se refleja en cada parte del excelente ensayo del Pastor Kawaliza.

 

También pude apreciar cómo ciertas diferencias en las costumbres culturales, como notó el ensayista, no elimina el énfasis que la Escritura pone en la obra del Espíritu Santo, sino más bien ilustran su importancia. Si hay alguna doctrina de las Escrituras que necesita claridad en África es la de la obra del Espíritu Santo como afecta las vidas de personas que literalmente están rodeadas por ideas falsas acerca del mundo de los espíritus. Se tiene que vivir en África por un tiempo y experimentar las tremendas presiones que las creencias tradicionales de la religión natural africana ejercen sobre la gente que vive allí en cuanto a los espíritus. Los espíritus de la tribu, los espíritus de la familia, los espíritus de los muertos vivientes tanto buenos como malos, y los muchos problemas, como el ensayista indicó, en los que “la brujería se convierte en la fuente de todo mal”. Puede ser de más interés a nosotros que el ensayista se expanda un poco más sobre esto. Conocer la verdadera obra del Espíritu Santo sobre la base de la palabra y los sacramentos, como el Pastor Kawaliza indicó con tanta claridad, es la única respuesta a estos problemas espirituales devastadores.

 

La necesidad de la claridad sobre la obra del Espíritu también es grande, como indicó el ensayista, debido a la atracción que hoy tiene para la gente las muchas iglesias pentecostales que “enfatizan los sentimientos y las emociones humanas”, como es la inclinación natural para los africanos, y lo cual hace particularmente necesario conocer los hechos como son presentados en las Escrituras. El papel de una iglesia que pone el énfasis en los medios de gracia mediante los cuales el Espíritu Santo obra es por esa razón también esencial en el contexto africano. Esto también merecería que se discutiera más ampliamente.

 

Cuando la Conferencia Evangélica Luterana Confesional se reunió en Oberwesel, Alemania, para su primera convención en 1993, otro pastor de Zambia, Salimo Hachibamba, fue ensayista. Su presentación se centró en la doctrina de la justificación. En uno de los últimos párrafos dijo lo siguiente: “Hoy un teólogo africano ve su tarea como definir la teología en el contexto africano. En defensa de nuestros padres fundadores y la fe universal y común que ellos nos enseñaron, haremos lo mejor que podamos para conducir a la gente a las verdaderas doctrinas de la palabra de Dios como están explicadas en el Libro de Concordia de 1580. Demostraremos sin reserva que la Biblia es el libro de Dios para todos los pueblos y que está por encima de cualquier cultura humana. Lo que dijo al judío también lo está diciendo al gentil.”

 

Sobre las doctrinas claves de la Escritura, la justificación y la santificación, nosotros que somos de diferentes continentes, culturas y lenguas hablamos con un corazón, una voz y también como hemos oído hoy, con un Espíritu. ¡Gracias, Pastor Kawaliza, por dar testimonio a esa verdad!

 

Ernst H. Wendland, profesor jubilado del Seminario Luterano de Wisconsin, Mequon, Wisconsin.