Víctor Aquiles Jiménez

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Un cuento magistral que hace agua por

 

 todas partes

 

 

 

 

Víctor Aquiles Jiménez H.

El viejo escritor tenía la posibilidad de escribir una historia original donde el agua fuera el elemento principal del argumento, le interesaba asumir el reto, le sobraba talento para ello y en su mesa de trabajo tenía acumulados datos, revistas científicas y enciclopedias relacionadas con este vital y preciosos elemento y libros de autores famosos que alguna vez ambientaron sus obras frente al mar. Por supuesto que debemos suponer que en su escritorio había un jarro y un vaso de cristal lleno de agua que bebería en el curso de su trabajo. Le parecía maravillosa la quietud del agua pura que esperaba en el vaso tan limpio y transparente que apenas distinguía la tenue barrera de vidrio que la sostenía y que bebería hasta completar los dos litros de líquido que su cuerpo necesitaba para funcionar en perfectas condiciones. Pensaba en cuánto tiempo ha debido pasar para que cualquier persona cómodamente en su hogar pueda disponer y disfrutar de agua potable para beber y utilizar, cuantos esfuerzos detrás se han hecho para que ese placer y derecho sea una realidad para millones de personas en el mundo. Es uno de los mayores logros, quizás el más grande de todos, pero por desgracia, no muy apreciado, en el sentido de la toma de conciencia de ello. Los demás avances: energía eléctrica, calefacción, son muy importantes, mas el agua en la llave, fresca, cristalina y potable, es la conquista más importante de todas, y hay que seguir intentando llevar esta comodidad a todos los rincones del mundo. El escritor se acomodó y fijó su vista en el pequeño horizonte circular que se formaba por al agua alrededor del vaso de cristal como un fino anillo de plata que parecía simbolizar una unión entre el agua y el vidrio, dando un sorbo, lo dejó tranquilamente en su mesa de trabajo y comenzó a escribir en el computador su relato saliera lo que saliera:

Seré claro como el agua para decirles amigos que si quisiera escribir un cuento sobre este indispensable líquido, tendría que quedar hasta aquí nada más, porque el agua es según la clásica definición, un elemento transparente por excelencia, entre otras características; ya que es así como la vemos y como nos enseñan en la escuela que es, inodora e insípida y que se encuentra en estado gaseoso y sólido. En cuanto a su estado líquido transparente e insípido todo esto cambia si le ponemos un poco de café y leche; o si en ella se refleja el azul del cielo o toma el color verde de la selva o marrón de los pantanos, o si en las noches se convierte en el espejo oscuro de la luna y las estrellas. En su estado sólido o vaporoso, cómo será de pura el agua que se vuelve blanca y reluciente. Debe ser por eso que a los dioses les pintan con barbas blancas. ¿Quién podría jactarse de tal pureza?

Si quisiera realmente tomar como argumento el agua para escribir un cuento corto o una larga novela, podría referirme como ejemplo, a la gota que rebasa el vaso para el cuento corto, o los mares de los cinco continentes para la novela larga; como quiera que sea no me ahogaré en un vaso de agua para comenzar, ni tampoco para calmar mis nervios lo haré con un agua de tilo, quizás me decida por un whiskey seco, aunque de seco no tiene nada, luego de beberme mi vaso de agua obligado. Pero como me gusta asearme bien antes de comenzar a escribir luego del baño y la afeitada me pondré una buena agua de colonia after shave para oler a gusto.

Si quisiera realmente escribir del agua tendría que referirme forzosamente a que toma forma de personas y animales (y como nubes también, conformando más del 70 por ciento en la mayoría de los cuerpos, corriendo roja y vital en su interior como sangre sudor y orina y en su estado más humano, emotivo y sensible como lágrimas. Con cualquiera de estos animales, incluyendo a los humanos, podría desarrollar e inventar miles de historias y fábulas, o basarme en algunas bíblicas como la del Diluvio Universal, o cuando Dios le abre el mar a Moisés para salvar a su pueblo de la persecución del faraón egipcio, o, para referirme también a éste, al momento que hace brotar agua de una piedra en el desierto de dos bastonazos para dar de beber a su pueblo que le seguía, lo que permitió que saciaran su sed. Ya se ve que todos los argumentos que necesite para mi cuento sobre el agua contendrán agua de manera natural y entre más místicos y sagrados, más agua aún. Porque el agua se considera desde la prehistoria hasta hoy milagrosa. Donde hubo un milagro que ningún cristiano pone en duda fue cuando Jesús transformó el agua en vino en una fiesta a una hora que era difícil de conseguir más zumo de uva para tantos invitados. Y no terminaríamos nunca con los ejemplos en este sentido, porque desde el Génesis bíblico Dios creo al Hombre al soplar sobre el polvo, lo que significa que el aire es oxígeno, parte vital de la composición del agua, que es dos parte de hidrógeno y una de oxígeno (H2O).

Pero si quisiera ser más original y no abusar de algunos textos religiosos donde abundan las referencias al agua y el mar podría inventar la historia de un sapito que a la orilla de su laguna cree que no hay nada más grande que ella en el mundo, porque su laguna representa para él el universo. También podría intentar recrear historias como Moby Dick, una gran ballena blanca que es perseguida por el obsesivo y destructivo capitán Ahab, novela publicada en 1891 cuyo autor es el famoso Herman Melville. O podría recrear una historia parecida a Robinson Crusoe considerada la primera novela inglesa la más leída después de la Biblia -dicen- de Daniel Defoe, publicada en 1719. Todos conocemos desde la escuela primaria la historia de un hombre blanco, un náufrago en una isla que salva a un indígena de los caníbales y que bautiza con el nombre de Viernes. Crusoe convierte a la isla en un paraíso gracias a su inteligencia de “hombre blanco”. El viejo y el mar es una novela escrita por Ernest Hemingway en 1951 en Cuba y publicada en 1952. La famosa historia se centra en un viejo pescador cubano y su lucha con un pez espada de gran tamaño. Yo con un poco de imaginación podría inventar alguna historia parecida, o quizás más acorde a nuestros tiempos, pero necesitaría eso sí, una solitaria isla rodeada de mar, o una costa cualquiera que se va impregnando de una espesa oscuridad que no es otra cosa que una mancha de petróleo negro que brota de las entrañas rotas de un barco partido en dos.

Tal vez pudiera escribir mejor, recurriendo a la historia, sobre los grandes viajes por mar del pasado en frágiles naves de madera de los descubridores de nuevos continentes o de consumados navegantes como fueron los portugueses y viquingos entre otros. Habría mucho que escribir, pero es mejor actualizar los temas.

La lista, estimados lectores, de grandes libros donde el mar es el protagonista es inacabable, lo que me conduce a pensar con modestia aparte, que esos grandes autores que imaginaron sus obras en el momento preciso me llevan muchos años de ventaja, por lo tanto es mejor que busque los argumentos donde el agua se encuentre presente pero no como mar, intentando así ser un poco más original y evitando de paso una competencia tan acreditada.

Quizás recree alguna historia western al estilo de Marcial Lafuente Estefanía, pionero escritor español en los años 50 a 60 de las famosas novelas de vaqueros, con sherif, feos y malos bandidos, dispuestos a dejar frito a alguien a la primera cruzadas de miradas de un disparo con un Colt 44 en el Salón o en la única polvorienta callejuela del pueblo. Mi historia original y aporte a los miles de novelas que Estefanía escribió, versaría sobre un tren repleto de pasajeros que son asaltados por los clásicos y desalmados pistoleros de siempre, que desde una diligencia lanzada al galope de sus caballos a la par del tren saltan al interior. Los pasajeros de primera clase son hombres, acaudalados banqueros y empresarios que viajan con sus esposas, encorvadas de tantas joyas, que tiemblan y se aferran a sus bienes en un instintivo acto de defensa. Los pasajeros de la segunda clase son curtidos mineros buscadores de oro que ven en el asalto de su tren, que el fruto de muchos de años de esfuerzo de juntar pepita a pepita del codiciado metal dorado en los lavaderos de los ríos de Arizona se pueden ir en escasos minutos, incluso con sus vidas. Recuerdan con desesperación el tiempo pasado lavando arenas con sus challas en las correntinas aguas de las quebradas para encontrar ésas tan ansiadas pepitas de oro. Todos los pasajeros están aterrados al ver a unos forajidos temibles que con sus terribles caras macilentas, demacradas y descubiertas que han saltado al tren en marcha, blandiendo sus amenazantes armas han logrando detenerlo cabalmente sin gran esfuerzo. Luego de unos cuantos e interminables minutos de terrible silencio los asaltantes bajan del tren y huyen con el botín que no es otra cosa que toda el agua de la sala de máquina y el agua destinada para dar de beber a los pasajeros que cargan en la diligencia que les espera echándose a correr rauda y veloz, perdiéndose entre el polvo del desierto como si los persiguiera el diablo. Todos los pasajeros, tanto los de primera clase como los de segunda, respiran y sonríen aliviados, secándose el sudor de sus frentes, respirando con tranquilidad cuando ven que los bandidos desaparecen en el horizonte, no les ha sucedido nada a ellos y conservan todos sus tesoros incólumes. Agradecen que la sangre no haya llegado al río. El tren queda detenido en pleno desierto de Arizona. Arriba, en el cielo, los buitres comienzan a revolotear sobre la culebra de hierro.

La historia no es tan buena como para aventurarme a escribirla entera por lo tanto intentaré algo más novedoso y original.

Lo que me va quedando claro es que sin el agua no se puede narrar ninguna historia, por sencilla y simple que sea, les invito entonces a imaginar un desierto. ¿Qué le podemos agregar a un desierto? El desierto es lo contrario del agua, es imposible sacar nada de él, de su superficie, por más que recurra a la imaginación. Pero si le agregamos una gota de agua que sea continua algo florecerá, pero antes de seguir y pasar a otra historia me referiré a uno de los desiertos más grandes del mundo, del que nadie podrá sentirse honrado por eso, por ejemplo, el desierto del Sajara o del Sahara (podemos decirlo de cualquier manera, pero con distinta acentuación y pronunciación) es uno de los desiertos más grande del mundo, como ya dije, con unos 9.065.000 km² de superficie.

Pues bien, una tarde el loco Mohamed, al que llamaremos familiarmente Mójame, escuchó decir parando la oreja por ahí, que para detener el desierto había que crear regadíos y luego plantar árboles, entre más arena y grava se le quitara al desierto más ganaría la gente, en este caso su pueblo. Como era loco, obligadamente tenía que ser pobre y carecía de un balde o cubeta para transportar agua a una duna de treinta metros de alto que quería ver convertida en una selva. Pero estaba decidido a comenzar la conquista del desierto a como diera lugar y con un odre de cabra iba a la única fuente del pueblo a llenarla con la intención de verter el agua en la duna que le quitaba el sueño. De la fuente a la duna del desierto había más de 30 kilómetros, lo que no era una bagatela porque caminando a más de 50 grados de calor a pleno día, no le quedaba más remedio que beberse en el camino gota a gota los dos litros de agua de la fuente. Cuando extenuado lograba subir a la duna, ya de noche y arreciaba el frío, Mójame orinaba apenas una gota, porque no podía hacer más por la deshidratación sufrida. Como el trabajo de regar el desierto se le hacía muy difícil, mejor escrito imposible, decidió deshacer la duna del desierto y por las tardes volvía a la pileta del pueblo con un saco de arena a la espalda que fue vaciando directamente a la pileta, a la única pileta de donde el pueblo obtenía agua. De esa forma pensaba Mójame, el loco, que podría convertir la duna en una selva y que todo descansaba en la voluntad y el esfuerzo que él pusiera en su anhelo altruista, el problema que no consideró fue que la gente del pueblo no entendió su altruista idea sino que creyó que trataba de tapar e inutilizar la única llave del grifo de donde se obtenía el agua para todos. Mójame fue encerrado en un manicomio condenado a pan y agua.

La historia podría seguir pero no tiene sentido porque un pobre loco no puede hacer florecer un desierto si le quitan la pileta de donde brota el agua, y luego le encierran en el manicomio a pan y agua, por eso la dejaré hasta aquí. Contaré mejor la historia de la Cumbre* que celebraron todos los animales del desierto obligados y preocupados de la desertización, conscientes que el desierto crecía día a día y que los hombres tenían mucha culpa por eso y que para el efecto era necesario hacerle llegar a ellos un mensaje con algunas ideas básicas y sencillas de cómo suspender ciertas actividades deportivas, por ejemplo, para que el desierto no se expandiera e invadiera sus ciudades. Se juntaron todos los animales e insectos capaces de sobrevivir en las inhóspitas arenas: Camellos, cabras, ovejas, burros, caballos, buitres, hienas, culebras, pero también de animales menos adaptables al desierto como tigres, lobos, zorros, gorilas, etc. Dada la importancia de la reunión, haciendo muchos esfuerzos y gala de estoicismo asistieron a la cumbre la mayoría de los animales, y, es bueno destacar la delegación de osos polares y pingüinos venidos del Polo Norte, que, aparte de ser todo un acontecimiento resultó francamente una tragedia para los pobres animales resistir las altas temperaturas cuando en plena tarde se celebraban las discusiones sudando la gota gorda entre estertóreos jadeos. Esta delegación polar solamente en las noches podía respirar un poco al descender la temperatura. Fue así que el viejo y desdentado rey león convocó a una votación para elegir el representante capaz de entregar un documento a los humanos. Su secretario, el búho escribía y tomaba nota de todas las ideas, llevando al papel las mejores. Había una delegación de cien animales mamíferos registrados, y entre ellos, otros animales que se reproducen por huevos como diversas especies de culebras y un incontable número de insectos chupadores de sangre y arácnidos como arañas y escorpiones que, por razones obvias no podrían ser los emisarios ideales destinados a llevar un documento a los humanos para tratar el tema de la desertización y su expansión en el mundo, con algunas interesantes e importantes propuestas lucubradas por ellos, por lo tanto, se haría la selección sacando de una caja de madera 99 papeletas, siendo la última el elegido. Se hacía esto para que todo fuera tan transparente y democrático como el agua en cuanto a elegir al emisario, aunque solamente se había considerado a los mamíferos (¡vaya democracia!). El búho era el único que sabía escribir y leer así es que una vez redactado y concluido el memorándum el rey león lo firmaría poniendo sus reales huellas digitales en el documento y ¡listo!

Era mediodía en pleno desierto del Sahara, cuando los animales reunidos en la Cumbre se dispusieron a realizar la elección del emisario. El búho no anotó nombres sino que la especie de animal nada más. Todos querían concluir lo más rápido que fuera posible porque tenían una sed espantosa, incluso el camello, así es que se procedió a sacar el primer número del eliminado que fue el burro, entonces el búho dijo: “El burro, al agua”. Luego al sacar otra papeleta exclamó: “La hiena, al agua”. Curiosamente cuando decía “al agua” caía desmayado algún pobre animal o muerto de sed. Finalmente, en el momento que estaba la mayoría de los animales desmayados el finalista y ganador con el número de la suerte resultó ser la tortuga, así es que el rey león junto al camello haciendo un esfuerzo extraordinario colgaron una mochila en la espalda del quelonio para que fuera lo más veloz posible al encuentro de los humanos a entregarles el importante documento porque todavía era tiempo de hacer algo por el planeta. Una vez que la tortuga, emocionada y orgullosa de su importante misión partió en busca de los seres humanos, no se percató de las lágrimas secas que salían de los ojos del rey león, del camello y el búho que lloraban más por la desesperación de ver a tan lento emisario que habían favorecido, que por la alegría que sentían de verle partir a cualquier parte, antes de caer desfallecidos de sed, achicharrado de calor.

Tampoco me gustó el cuento para haberlo alargado y ver qué pasaba con la tortuga, porque si es que pudiera llegar a algún sitio con toda seguridad sería el Día del Juicio Final, es decir cuando la Tierra fuera un gran desierto cubierto por la aureola húmeda de un mar muerto, completamente muerto.

Trágico, no es la finalidad que persigo en este cuento ser trágico, pero al pensar en la mano del hombre, en la contaminación de los mares, por vertidos y desechos me es imposible sustraerme de la responsabilidad que nos cabe, o que les cabe a los verdaderos contaminadores estén o no consciente de ello, como le pasó a Manuel Goldenberg, un ciudadano de origen europeo que bien puede vivir en los Pirineos, los Alpes, en la Patagonia, Canadá o en algún sitio de Estados Unidos ¡qué más da en esta historia! La cuestión es que Manuel era un montañés y vivía plácidamente con su familia a la salida de un gran bosque de pinos altos. Tenía una granja, animales diversos, vacas y cabras, especialmente y para transportarse una carreta y dos caballos. Antes de casarse se había hecho una gran cabaña de troncos de árboles, no le faltaba nada, es más, tenía la inmensa fortuna de vivir cerca de una cascada, por donde fluía permanentemente el agua con fuerza, pero nunca desproporcionada, incluso en los deshielos de los veranos sus hijos y amigos se bañaban ahí. Arriba en la cresta del cerro había un bosque que era de donde él había cortado los árboles con que construyó su casa resultándole muy fácil lanzarlos hacia abajo al sitio elegido. Manuel sabía que sus vecinos necesitaban madera para sus viviendas y muebles y en la cresta de la montaña ya mencionada, muy cerca suyo sobraban árboles, que cortados y en bruto no servían más que para casas como la suya y era muy difícil y un derroche transportarlos lejos a no ser como madera elaborada, por lo que hacía tiempo que le daba vueltas al proyecto de poner una barraca, utilizando como recurso energético motriz la fuerza del agua que caía cerca de su cabaña. Una vez estudiado bien el proyecto vendió todas sus vacas y cabras para comprar una máquina aserradora con todos sus implementos capaz de funcionar gracias a la fuerza de la caída del agua. Al principio comenzó a trabajar sin techo en primavera viendo con alegría que su idea funcionaba a las mil maravillas. Los árboles los cortaba él mismo a golpes de hacha y luego arrastrándolos un poco los dejaba caer por la pendiente, con ellos una vez aserrados y convertidos en palos y tablas construyó una barraca, al crecer sus hijos, estos comenzaron a trabajar con él. El negocio familiar prosperó rápidamente, convirtiéndoles en exitosos y respetados empresarios en la región y el país, el valle también se había convertido en una ciudad hermosa con bellas casas de madera fina y el flujo de turismo cada vez crecía más y más, atraídos por la belleza natural y el buen clima, todo esto gracias a la visión de Manuel Goldenberg de poner una barraca.

Como es de suponer, con tanta nueva tecnología empleada en la tala de árboles y de la gran demanda de madera el bosque alto que había sobre su casa se agotó y ahí se echaron las bases para un nuevo poblado, asimismo, los bosques aledaños también fueron talados, permitiendo que en los terrenos que quedaran despejados nacieran nuevas poblaciones. Para Manuel Goldenberg, poderoso industrial, esto ya no era problema porque importaba madera de otros sitios. Sus aserraderos tenían poderosos motores que funcionaban con otro tipo de energía y no la que al principio le otorgaba el agua proveniente del elevado cerro.

 Un día dejó de caer el agua, que dicho de paso, era la que se convertía en un río que de paso alimentaba varias lagunas que desembocaba en el mar permitiendo la vida de mucha gente y animales. Resulta innecesario que relate aquí que esas eran las aguas que abastecían a las ciudades y pueblos de la región, comenzando una época de sequía que nunca antes había existido por esos lados. Luego de algunos estudios por los expertos se llegó a la conclusión que las causas del fenómeno climático que tanto les estaba afectando a todos se debía a que los árboles de la región habían sido talados y con ello dejó de llover, acabando además con la delicada cadena natural que permitía el equilibrio. Ya no había agricultura ni crianza de animales en la región, por lo tanto la productividad bajó a nivel cero llevando a la ruina a la región. Manuel Goldenberg había emigrado a otro sitio donde hubiera muchos bosques para continuar con su imperio maderero.

 Ustedes, amables lectores me preguntarán que pasó con Manuel Goldenberg, si es que tomó alguna medida compensatoria con el medioambiente, o si tuvo peso de conciencia, o si fue demandado. No, nada de eso, el industrial de la madera, carecía de una cultura que le permitiera comprender que la naturaleza puede resentirse cuando sus recursos se explotan sin reponerlos ni protegerlos; ignoraba que los recursos naturales se agotan, lo que significaba que no tenía conciencia del daño que causaba a su entorno; carecía de discernimiento y es por eso que se sentía muy tranquilo, tampoco nadie podría demandarlo por eso, porque nadie puede condenar a un inocente por culpable que sea, y porque había llevado progreso y trabajo a la región. Menudo dilema ¿no?

 Como hemos visto no es difícil escribir un cuento, una novela o un ensayo donde el agua sea el elemento principal del argumento, porque todo tiene agua: Si escribiera sobre el cuerpo hermoso de una mujer que se baña en champán de pechos seductores, tendría que pensar quiera o no, por un reflejo del instinto, en la leche primero, y la leche contiene agua lo mismo que el champán; si quisiera escribir sobre un hombre bohemio y alcohólico que le enloquece el vino, el vino tiene agua, igual que las uvas, las manzanas, las peras y naranjas...; si me decidiera a escribir un poema de amor trágico o despechado, alguien lloraría, y las lágrimas contienen agua, parecida a la de los mares, conclusión: la vida es agua, todo tiene agua, y como la vida misma se nos va como el agua entre las manos, es mejor centrar una historia o una anécdota en algo concreto y no en acuosas y apetitosas divagaciones. Justamente voy a seguir escribiendo la historia de alguien que veía que la vida se le iba como el agua entre los dedos, porque estaba enfermo de un mal muy grave del que los médicos nada le dijeron. No pensarán ustedes que cometeré la estupidez de decirles que el hombre consciente de que la vida se le iba como el agua por entre los dedos acabó cortándose los dedos, eso sería una imbecilidad de mi parte. Lo que hizo el desahuciado enfermo fue ir a ver a una gitana a su tienda y ella luego de mirarle la cara primero, le tomó una de las manos, ya que la otra la tenía en su bolsillo afirmando algunos billetes. La gitana luego de consultar una bola de cristal llena de agua le dijo que alguien le había tirado un escupitajo maldito a su ropa sin que él se diera cuenta y lo que tenía que hacer era lavar toda su ropa y no ponerse ninguna otra, y que así mojada y toda tenía que volvérsela a poner, una vez que secara con el calor de su cuerpo, la maldición desaparecería, y que con ella puesta aún húmeda fuera a hablar con el cura párroco más cercano para que le vendiera una botella de agua bendita y se la tomara en el curso de 12 horas posteriores a la compra, con esto la maldición desaparecería para siempre. El hombre entre agradecido y desconfiado le pagó a la mujer e hizo todo lo encomendado, lavó la ropa del supuesto escupitajo maldito, se la puso mojada y salió a comprar a la parroquia más cercana una botella de agua bendita. Mientras esperaba que la iglesia abriera, esa fría mañana, le sobrevino una pulmonía fulminante que le provocó la muerte. La gitana no estuvo equivocada con su cliente, le sanó de la maldición que tenía, pero no pudo impedir el destino de su muerte, que ella apresuró, mandándole derechito al lugar de los santos inocentes en el Cielo, donde se bañará en tibias y perfumadas aguas celestiales eternamente.

Podría seguir con el cuento, agregando que verdaderamente la gitana detectó de verdad una maldición de alguien que odiaba mucho al pobre hombre, independiente a quien sea esta malvada persona, pero una cosa podemos asegurar, al menos yo lo creo así, se irá a freír al infierno eternamente también, sitio en que hasta los diablos bomberos tienen lanzallamas, para encender las brazas de fuego que amenazan con extinguirse en el horizonte.

En fin si todo tiene agua, y es un elemento vital, sin ella no habría nada, absolutamente nada, ¿por qué no la cuidamos debidamente? ¿Por qué la despilfarramos donde la hay? ¿Por qué vertimos sobre ella los residuos? ¿Por qué donde hay de sobra no la exportamos gratis a donde no la hay, en barcos tanques como se exporta el petróleo? ¿Por qué permitimos con nuestra industrialización que los hielos de los polos comiencen a derretirse? Esos deshielos de agua dulce van a parar a los mares que son los que producen luego las temidas inundaciones continentales.

Si el petróleo hubiera sido utilizado desde hace unos 300 años atrás, muchas de las bellas historias escritas por grandes genios de las letras como Moby Dick, Robinson Crusoe, El viejo y el mar etc., no hubiesen existido, tal vez los escritores hubieran escrito algo relacionado con una ballena agonizando cubierta por petróleo, o una isla cercada por un derrame de un barco petrolero, donde solamente logra salvarse un marinero que llega a esa isla y con horror comprueba que la isla estará condenada por cientos de años o miles, a una sucia agonía. El marinero verá como de la isla van desapareciendo los animales, los pájaros y el agua. Y el viejo que peleaba con un pez espada tendrá que luchar por salvar a un delfín impregnado de petróleo crudo para que no muera.

Argumentos hay hoy en día para escribir buenas obras literarias, pero tanto para la literatura como para la vida humana no es bueno recurrir a ensuciar el agua, porque sólo imaginar una lágrima salpicada de petróleo o de espurios desechos humanos nos produce asco.

¿Cómo acabar un cuento que hace agua por todas partes y lo inunda todo? Es decir un cuento que habiendo podido ser un cuento se escurrió como el agua de un resumidero, a consecuencia de la misma presión de ésta al intentar darle forma o contenerla en la represa de la imaginación o fantasía. No me fue posible contener la fantasía sobre el agua y se desbordó y ¿qué pasó? que el cuento se me hizo agua y apenas logró salpicar con cierto ingenio la estructura de un cuento-ensayo alegre y simpático. En conclusión, con el agua no se puede jugar y desperdiciar y tenerla como un fondo apacible en un relato con un argumento bien estructurado sobre ella hizo innecesario que pusiera un barquito con una vela para que navegara apaciblemente en un mar ideal, con hermosas bañistas en una playa de ensueño, con palmeras llenas de cocos y piñas, con un horizonte azul y esplendoroso. Yo quería que el agua fuera la protagonista, y me doy por satisfecho del resultado, porque queda mi conciencia medianamente apacible por haber podido realizar un reconocimiento de esta manera al preciado elemento, que no tiene nada que ver con las cloacas; las aguas servidas; ni el agua pesada, a esa agua bendita que espanta todos los males y sortilegios; que alimenta todos los ríos; que forma todos los mares; que corre por todas las venas y raíces; que se apoza en todas las frutas; que está en todas las lágrimas; en todas las perlas; que da brillo a todas las piedras; que se encuentra en todas las aventuras, en todos los paisajes; en todos los placeres; en todos los nacimientos; que es la esperanza de todos los sedientos y hambrientos del mundo; que es la higiene de la raza humana; el agua es la base del arcoíris; es el vehículo de los colores; y de los sabores; de la alegría; de la felicidad; de la nostalgia; de los deportes, el agua es artista de nacimiento se moldea a sí misma hasta el infinito y toma forma de espuma como de greda, toma forma de pan como de escultura, el agua es casa, cobijo y edificio, el agua es pie de puentes, el agua es subterránea y pasea por los cielos, el agua es dulce, amarga y salada, el agua es principio y final de todo, el agua es relámpago, trueno y silencio, el agua está en todos los minerales, en todos los elementos, en todas las herramientas, el agua es tierra y universo, el agua es Dios”.

El viejo terminó de escribir y sonrió, leería lo escrito con calma, los vidrios de sus lentes de marco de carey estaban empañados, esperaría que ese vapor de los cristales como de sus propios ojos se despejaran para llenar un vaso con agua y ahogar de un sorbo una emoción que tenía en la garganta y no sabía por qué.

 

*Víctor Aquiles Jiménez Hernández posee una dilatada experiencia como cuentista, que ha considerado el tema ecológico con sinceridad y preocupación. Desde la década de los 80, en diversas publicaciones regionales de su país, Chile, inició la creación de sus Cuentos ecológicos, que vieron la luz en España en 1994, bajo el sello de la Editorial Yalde, que ha explotado el libro Cuentos ecológicos indiscriminadamente, sin respetar los derechos de autor del escritor, burlando la ley, la prudencia y la decencia más elemental.

Nota del autor.

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Escritor chileno

 



Víctor Aquiles Jiménez H. nació en San Antonio, el 17 de junio de 1944 en Chile, pero su padre en un olvido involuntario lo inscribió el día 9 de julio del mismo año.

Comenzó como dibujante, libretista radial, fotógrafo, periodista, director teatral y titiritero. Hizo su servicio militar en 1963, y 10 años más tarde sufrió las consecuencias del derrocamiento del presidente Allende pagando con ello finalmente, luego de muchas adversidades, con el exilio en Suecia.

Como autor ha logrado un especial estilo, intentando humanizar el cuento de ciencia ficción. Sus trabajos en este género circulan en revistas culturales y universidades de las Américas y Europa. Sin embargo siente una gran y natural atracción por el género infantil y juvenil, y ha escrito extraordinarios cuentos y una novela Don Cometa el profeta de los niños, ahora Megalaxia Ciudad Infinita en el 2005, esta obra vio la luz en Chile en dos ediciones 1981/ 1985.

Recientemente ha sacado el Libro de las profecías felices, que es una segunda parte de Megalaxia Ciudad Infinita.

Llegó como refugiado político a Suecia, con su familia, sus libros publicados en Chile, numerosos originales, más un morral con los libros de sus autores favoritos. Varios premios literarios jalonan su trayectoria y en España en 1994 publicó Cuentos ecológicos, cuando esa temática no interesaba mucho a los escritores, siendo entonces uno de los pocos autores concienciado y comprometido con la ecología, el medioambiente y la Tierra. Fue así que al darse comienzo en Francia las pruebas en el Atolón Mururoa, Víctor Aquiles Jiménez H. fue el único intelectual por entonces que se hizo escuchar protestando -a través de un programa emitido por la Radio Nacional de España a todo el mundo el 30 de agosto de 1995- en Claves de América, conducido por Luis Arancibia y Ana Segura, que dieron vida a unos de sus cuentos El sacrificio olvidado del libro citado.

Como ensayista uno de sus trabajos más reconocidos internacionalmente es Conciencia del límite publicado en la Revista Cátedra de Derecho y Genoma Humano de la Universidad de Deusto, en el año 2001. Este mismo trabajo es citado en numerosas revistas científicas, tanto médicas como de derecho de Europa y América.

Es delegado oficial de la Sociedad Científica de Chile en Suecia desde 1989. Fue propuesto como Miembro Agregado por el Dr. Eduardo Frenk (Premio Doctor Honoris Causa por la Universidad de la Paz 1988), Presidente de la Sociedad Científica entonces.

El reconocido Dr. Alfredo Givré, de nacionalidad argentina, Director de la Fundación Givré le nombró delegado en Suecia en 1989.

Ha sido corresponsal de numerosas revistas culturales y centros educacionales.

Actualmente es socio CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) y se encuentra participando en la lucha por la defensa de los derechos humanos de los escritores a través del respeto de la propiedad intelectual.

Víctor Aquiles Jiménez H. es Doctor of Philosophy en Sociología, por la Pacific Western University de California, USA. Desde 2008 es Técnico Superior de Hipnosis Profesional de la Escuela Técnica de Hipnosis, Valencia, España y Delegado en Suecia. Está en trámite su ingreso a la ACE Asociación Colegial de Escritores de España.