Soy psiquiatra. Estudié y me gradué de psiquiatra. Atendí muchos casos. Niños con problemas de aprendizaje, jóvenes que tenían la perdida ilusión de dejar la cocaína, madres deprimidas porque sus esposos trabajaban mucho, esposos que por trabajar mucho, estaban al borde de un ataque de ansiedad o de pánico. A todos les daba la esperanza ficticia de la curación, como si dependiera de mí, como si yo tuviera la pócima para poder animar a todos los pobres diablos que venían en mi ayuda.
Con mi reputación podía sacarles cien dólares por hora de consulta a estos ricachotes depresivos. Parece que el dinero y los problemas, siempre van de la mano. A todos mis pacientes los envidiaba, no podía entender que teniendo todo en el mundo, lo terminaran perdiendo porque la mente los traicionaba, les jugaba pasadas que les impedía ser felices. Creo que no querían ser felices, hasta medité que el dinero era malo y sus constantes enfermedades, reales o ficticias, se debían a estar nadando en plata.
Continué con mi práctica por los siguientes cinco años. Mi prestigio ascendía, era invitado a dictar charlas donde se me pedía mencionar casos concretos de esquizofrenia, de comportamientos depresivos bipolares y de otros cuadros similares. Todos me veneraban y aplaudían. Sin embargo, parece que todos tenían una mejor opinión de mí de la que yo tenía. Debía hacer otras cosas además de escuchar niños enfermos y madres depresivas.
No me he casado. No creo que mi profesión me permita tener una esposa. No imagino llegar a la casa a asustarla con los casos del día y que la pobre ande pensando que estas cosas me afectan. Porque te confieso, que antes no me afectaban pero ahora, sí lo hacen.
Las estampillas fueron mi salvación. Comencé a coleccionarlas. No bien salía del consultorio, me dedicaba a catalogarlas. Compré catálogos, álbumes, pinzas, lupas y todos los aditamentos necesarios. Era maravilloso analizar cada una de estas estampillas, de colores, de flores, árboles, unas modernas, otras antiguas y algunas pensé inclusive, que tendrían un valor monetario. Iba a las reuniones los domingos al correo, conocí a otras personas, intercambiábamos sellos, entré a internet a realizar trueques con otros coleccionistas, me volví un adicto a la filatelia.
Poco a poco, comencé a reducir mis consultas y a
hacerlas más selectivas. Traspasé los pacientes
más complicados a otros colegas, aduciendo falta
de tiempo. Antes, si atendía ocho consultas
diarias, las reduje a tres. Y solamente atendía
en las mañanas. Ni siquiera me daba el trabajo
de escuchar a mis pacientes, que me contaban las
mismas historias de qué va a pasar con mi
esposo, que tengo miedo a quedarme sola, que
estoy dañándome sin ninguna razón, que por
favor, qué es lo que puedo tomar para animarme y
todos los discursos conocidos. Mientras tanto,
yo pensaba en la colección de estampillas de
Corea que mostraban maravillosas pinturas de ese
país y que estaba a punto de recibir a través de
un intercambio solicitado.
Llegaba en las tardes a casa y me encerraba con la colección. El recibir nuevas estampillas, me producía una mezcla de ansiedad y placer. Las sacaba, cogía con la pinza, las miraba una a una con sumo interés, para luego colocarlas en el álbum correspondiente. A pesar que las lecturas indicaban que era bueno el comenzar por una colección temática, me pareció más adecuado tenerlas catalogadas por países.
Y las estampillas tal cual son. No te cuentan sus problemas de ansiedad, ni de depresión ni de relaciones. Su perfección es absoluta y su autenticidad fuera de duda. No importaba si eran nuevas o usadas o si tenían un diente menos, a todas les daba la bienvenida por igual y a todas las quería. Me seguí comprando álbumes y viajé a algunos países con la finalidad de incrementar mi colección.
Me dejaron de invitar a los congresos de psiquiatría. Ya mis trabajos no llamaban la atención, y mis pacientes, dejaron de visitarme. Cerré el consultorio. Algunos colegas me llamaron a preguntarme qué me pasaba, y yo les comentaba que me tomaría un par de meses de vacaciones, estaba algo cansado del trabajo. Que estaría viajando y que pronto reanudaría mi práctica.
Llevo cuatro años coleccionando estampillas. Dos
en mi casa, y dos en el hospital donde me
llevaron. Los enfermeros me siguen trayendo
estampillas y yo las sigo catalogando. Ya no
puedo comunicarme con personas. Pero si les
puedo decir, que me comunico a diario con mis
estampillas, porque no tienen problemas, no se
molestan, siempre se muestran como son. Hasta
algunos de mis pacientes han venido a visitarme,
la verdad es que nos los reconozco. Ni a mis
colegas. No escucho lo que conversan, pero
siempre me señalan moviendo la cabeza
negativamente.
Ya no hablo. Sólo escribo, y es por eso que he querido compartir con usted mi problema. ¿Tendrá usted por casualidad la estampilla de veinte centavos emisión 1945 de Filipinas?
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| Escritor peruano
Nicolás Rovegno.
Ingeniero Industrial de 48 años en el 2009, siempre vinculado al arte y a la literatura.
Escribe narrativa y piensa publicar su primer volumen de cuentos en fecha próxima.
Promotor cultural, participa de una serie de actividades culturales y artísticas en Lima, Perú.
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