Hernán Mena Arana

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Atardecer de enero

 

 

Hernán Mena Arana

     Todos detestan la playa en este mes, cuando las olas avientan sargazo y peces muertos, el viento húmedo y frío garantiza catarros y el ambiente lúgubre de las tardes cortas no invita a grandes cosas. Sin embargo, en estos muelles solitarios, mientras cae el sol, hay buena pesca.

      Ella llega, aquí siempre llegan ellas primero. Me mira de reojo y se estaciona a unos 200 metros, prende un cigarro, no ha pasado ni un minuto y ya toma el celular. Recuerdo cuando no existían esos teléfonos, las pobres terminaban hasta tallando las piedras. La espera, la condenada espera.

   Cuando buenamente llega él, inventando cualquier torpe excusa, ya se encuentra en desventaja, intentando una conversación sensata con una mujer enojada. Eso es uno de los 42 imposibles que existen en este mundo.

    Los ademanes, el caminar, las miradas, son aprendidas de telenovelas mal actuadas. De hecho se puede culpar de todos los porqués a la televisión, en busca de una explicación fácil a la mayoría de las situaciones.

     ¿Entonces, qué quieres hacer?

     Yo no sé. ¿Tú, qué piensas?

     Estoy contigo en lo que tú decidas, respeto y apoyo tu decisión y estoy contigo hasta el final.

     Vaya cuento, siempre es así, los chamacos zarahuatos dejando a las niñas con todo el paquete. “Te apoyaré” bla, bla, bla. Si está cagándose de miedo, y eso solo es continuación de algo que trae ya semanas discutiendo.

     Hace 20 años las cosas eran más simples, los chamacos se creían hombres y las mujeres niñas. Ahora los papeles se han invertido radicalmente para mal, además de un androginismo desagradable que termina en un aumento radical en número de homosexuales, tenemos posturas que no llevan a ningún camino, falsos ídolos representando falsas morales con soluciones simplistas ante problemas que, en la vida real, no se dan. Recuerdo cuando los muchachos salían a pescar y ellos se peleaban por limpiar los peces, tirar los cordeles, preparar la carnada. Hoy son “cosas de los pescadores, para eso les pagamos”. Por eso ya no salgo a alta mar, me quedo en el muelle para no enfermar mi vista con esas pálidas visiones.

     Prefiero ver cómo la vida se le complica a las personas, todo por no hacer las cosas como es debido, por no tener precauciones. Y hoy en día, con lo fácil que es obtenerlas.

     Creo que al fin llegan a un acuerdo. Él le acaricia la espalda, luego un ligero masaje que logra sacar una sonrisa. Ya la tiene. Siguen los besos y abrazos de rutina. No vale la pena mirar, melosos, me dan asco. Mejor jalar el cordel a ver si algo pica.

     Disculpe...- Dice una voz nerviosa a mi espalda.

    Sí, dígame.

    ¿Es usted el doctor Patrón?

     Así es joven, ¿en qué te puedo ayudar?

     Me recomendó esta persona.- Entrega la tarjeta...el nombre coincide con la firma.- Necesitamos que de favor nos....

    Ya no digas nada chavo, sé de que se trata...- Le miro a los ojos, la joven no se atreve a verme, finge mirar perdida el cielo. - ¿Cuándo necesitan el trabajo?

     Lo más pronto posible.

     Voy a hablar con tu amigo mañana y él te dirá qué hacer. Pero te pregunto una vez más ¿están seguros?

     Sí, ya vámonos, gracias doctor.- Interrumpe ella. Lo toma de la mano, se alejan, se despiden con un beso, cada cual a su vehículo, separados y solos aunque juntos, como estarán toda la vida.

     Pero parece mentira, que en estos días de enero, en este viejo muelle, es donde mejor se pesca.

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El autor radica en Mérida, Yucatán, donde se desempeña como ejecutivo en una importante empresa vitivinícola.

 En 1998 obtuvo la Primera Mención en el I Concurso Internacional de Cuento A Quien Corresponda.
Ese mismo texto mereció ser antologado en Los Mejores cuentos mexicanos de 1999. Ed. Joaquín Mortiz.