Enrique García Díaz

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El misterio de las dos mujeres

Enrique García Díaz

Los relatos del anticuario (II)

El día había amanecido como los anteriores. El otoño había hecho acto de aparición en la capital a comienzos del mes de septiembre; algo más temprano que en otros años. Pero éste, parecía tener especial interés en asentarse cuanto antes. Una fina lluvia caía sesgada sobre los cristales del ventanal al que estaba asomado en esos mismos instantes. El cielo aparecía cubierto de nubes que alternaban el gris oscuro con el negro. Estaba claro que por mucho que deseara que el tiempo cambiara mis deseos no se verían cumplidos; de manera que tendría que pasar el día en casa. Por otra parte no me importaba ya que de este modo dispondría del tiempo necesario para ordenar el contenido de un viejo arcón, que había adquirido recientemente en una de las numerosas subastas de Sotheby’s. Como ya saben mis queridos lectores por mi anterior aventura, soy anticuario. Pero no coleccionó toda clase de trastos, si no que mi interés se centra única y exclusivamente en los viejos manuscritos. De este modo he logrado hacerme con una biblioteca de considerable mención.

Decidido pues a permanecer en mi biblioteca durante gran parte del día, me acerqué hasta el gran arcón de madera deslustrada en los bordes. Tenía forma rectangular. Estaba todo hecho en madera a excepción de los cierres de metal; algunos de los cuales contenían restos de herrumbre. Lo contemplé durante algunos instantes con gesto pensativo desde mi posición antes de inclinarme sobre él para abrirlo. Por supuesto el subastador me había hecho entrega de las llaves que lo abrían. Así que recogí el manojo de éstas que había depositado sobre la mesita auxiliar junto al viejo arcón, y procedí a abrirlo. El sonido metálico al introducir la llave en la cerradura me sobresaltó. Un chirrido estridente semejante a un gato al que se le pisa por error la cola. Después procedí a levantar la tapa para desvelar su contenido, y que no era otro que legajos antiguos sin valor para muchos, pero de incalculable para mi.

Había cientos de papeles atados con cintas de diversos colores. Algunos encuadernados, pero cuyas pastas ya mostraban el deterioro del paso de los años. Estaban deslucidos en los bordes. Tomé uno al azar y lo abrí con extremo cuidado temiendo que pudiera desintegrarse debido al estado en el que se encontraba. Era un pequeño legajo atado con una cinta de color azul oscuro. Lo sostuve en mis manos observándolo. No tenía título alguno, ni mucho menos el nombre del autor. De este modo desaté con sumo cuidado la cinta, que al momento se rompió debido a su estado de conservación. En un segundo pergamino había garabateadas varias letras, y un escudo de armas impreso en éste.

Este libro pertenece a la colección privada del marqués de LaTour. París, 1750

 De inmediato mis ojos se abrieron como platos al leer el nombre del célebre marqués cuya gran parte de su vida se dedicó a recopilar historias y leyendas. Me incorporé desde la posición en la que estaba, y caminé hasta la estantería que tenía detrás de mi. Paseé mis dedos por entre los volúmenes allí alojados. Sabía que poseía alguna historia de este célebre compilador.

—Sí –exclamé cuando di con ella. Tomé en mis manos un segundo legajo con una amplia sonrisa de satisfacción. Caminé de vuelta hacia mi mesa y me senté detrás de ella. Antes, encendí la chimenea, ya que la habitación comenzaba a quedarse fría.

Deposité con sumo cuidado ambos legajos sobre la mesa. Estaba ansioso por comprobar que no eran iguales, lo cual supondría una terrible decepción. Aún recordaba la aventura titulada El aprendiz de relojero, y que fue el primer vestigio escrito de este marqués de LaTour, y del cual modestamente me hago autor de su publicación; pero, dejar sin sacar a la luz sus historias, me ha parecido siempre un sacrilegio. Mi emoción fue aumentando a medida que descubría que disponía de un nuevo manuscrito suyo. Me dispuse a entregarme a su lectura cuando la puerta de la biblioteca se abrió para dejar paso a Clifford, mi ayudante, con el desayuno. Levanté la mirada del manuscrito hacia él y exclamé lleno de regocijo:

—Clifford, adivine usted quien ha tenido la gentileza de introducir un manuscrito suyo en ese viejo arcón.

Clifford me miró sin comprender nada en un principio, pero al ver mi cara de felicidad, y como agitaba en alto el legajo se aventuró a dar un pronóstico.

—A juzgar por su estado de nervios y satisfacción sólo puede tratarse de LaTour.

—Exacto mi buen amigo. Y para mayor satisfacción veo que es distinto al que poseo –comenté comprobando su título.—¿No te apetece sentarse junto al fuego a escucharlo?. Hoy no tenemos nada que hacer. Parece que el día se ha puesto de nuestra parte, Clifford. Siéntate. Te lo ruego –le dije indicándole un butacón aterciopelado junto al fuego.

Clifford se mostró bastante dispuesto a ello, y tras ir a buscar otra taza se sirvió un té y se sentó a escucharme.

—Se titula Las dos mujeres y parece estar ambientado en Europa. Me pregunto cómo ha podido recopilar todas estas historias –le comenté a Clifford mirándolo fijamente.

—Seguramente al igual que usted. Invirtiendo tiempo y dinero en ello.

—Sí, seguramente. Pero, escucha, escucha. En el año... . Vaya como siempre no da la fecha en la que esta historia está basada –dije lamentando tal hecho.—en la localidad de Granviers cuando un hombre...

 “...caminaba con paso cansino por las estrechas callejuelas de esta localidad. Iba vestido de negro de la cabeza a los pies, salvo por las medias blancas que contrastaban notablemente con el resto de su atuendo. Anochecía a esas horas cuando el misterioso hombre se adentró por el camino que pasaba justo al lado del cementerio. El ulular de las lechuzas y el viento silbando entre los cipreses eran los únicos sonidos que se escuchaban. El hombre apretó el paso al percatarse de la proximidad del camposanto e iba a dejarlo atrás cuando se percató de la presencia de dos mujeres junto a dos tumbas. Se quedó paralizado por aquella visión. ¿Qué estarían haciendo a estas horas tan intempestivas de la noche?. No sabía porqué motivo se quedó allí observándolas hasta que una de ellas levantó la cabeza y lo descubrió. Para su mayor sorpresa el hombre no se sobresaltó, sino que sintió que una extrema tranquilidad invadía su cuerpo al sentir los ojos claros de aquella mujer. Brillaban con tal intensidad que podrían competir con las propias estrellas. Al instante sintió también la mirada de la segunda mujer. Y al igual que con la primera, experimentó una paz y una calma sin explicación.

Las dos mujeres caminaban en esos momentos hacia él. Pero al hombre le parecía que flotaran, y que sus pies a penas si rozaban el suelo. Hizo ademán de marcharse de allí cuanto antes cuando escuchó la voz de una de ellas que lo llamaba.

—Espera buen hombre. ¿Nos acompañarías a casa? Es muy tarde y por estos caminos...

En ese preciso instante su voz le pareció que lo sumía en un estado de embriaguez que le impedía hablar. Iba a responder pero su lengua se le trabó. Sentía la boca seca ante la proximidad de aquellos dos mujeres de exquisita belleza. Ambas iban vestidas es tonos oscuros que contrastaban con sus cabellos rubios y sus ojos claros. Sonrieron amablemente al hombre y tras situarse una cada lado de él emprendieron el camino hacia el pueblo.

—¿Viven lejos? –les preguntó pasado el primer momento de nervios.

—A escasos metros.

—¿Puedo preguntarles que hacían a estas horas en este lugar?.

—Visitando a los que ya no están.

—¿Y usted?.

—Voy de camino a mi casa.

—No le entretendremos demasiado –le dijo una de ellas mientras llegaban a una casa de dos plantas de aspecto señorial.

Empujaron la puerta que dio paso a un patio interior. La oscuridad de la noche no le permitía contemplar con claridad la decoración, pero intuyó que había una fuente colocado en mitad del patio. Luego fue conducido por unas escaleras hacia el piso superior que daba paso a la vivienda propiamente dicha.

El hombre fue conducido hacia un salón iluminado por la luz que arrojaban decenas de velas, aunque no las suficientes como para poder ver mejor el mobiliario.

—Ya que ha sido usted tan amable nos gustaría que tomara una taza de té con nosotras.

—Bueno... verán... son ustedes muy amables ... pero debo marcharme cuanto antes –dijo el hombre a modo de disculpa.

—Sólo serán unos instantes. Podrá marcharse cuando tome el té –insistió una de las dos mujeres.

El hombre accedió finalmente ante la insistencia de ambas mujeres y se sentó más por miedo a lo que le pudiera pasar, que por ser galante.

—Nunca las había visto por aquí –comentó intentando entablar una conversación.

—Mi hermana, Beatriz y yo hemos faltado desde hace algún tiempo, ¿verdad?—comentó una mirando a la otra.

—Es cierto. Hace tiempo que nos marchamos ya, pero hoy hemos vuelto a rezar por los que ya no están.

—¿Parientes suyos?.

—Oh, sí ya lo creo. Parientes muy cercanos.

El hombre sacó una cajita de rape y tras ofrecer a ambas mujeres, que lo rechazaron, tomó un poco para él. Luego, dejó la cajita sobre la mesa y apuró el té.

Permaneció un poco más de tiempo en compañía de las dos mujeres, hasta que finalmente se despidió. Volvió a recorrer el camino junto al cementerio hacia  su  casa.

Al llegar se dirigió al salón donde se sirvió una copa de brandy que bebió de un solo trago. Estaba temblando por la situación vivida. Buscó la cajita de rape para tomar un poco pero para su sorpresa no la encontró en ninguno de sus bolsillos. De repente cayó en la cuenta de que al ofrecerles a las dos mujeres, no se había acordado de recogerla.

—Es muy tarde para volver. Mañana en la mañana pasaré por ella –se dijo mientras se desvestía para dormir.

Tras una noche agitada por extraños sueños el hombre se despertó. A penas si recordaba lo que había soñado. Pero lo que sí se mantenía fresco en su mente era la aventura vivida en compañía de las dos mujeres. Recordó que debía pasar a recuperar su cajita de rapé. Y con esa determinación se levantó temprano. Salió de su casa y tomó el camino hacia la casa de ambas mujeres. Al pasar por delante del cementerio giró su rostro hacia éste como si las  buscara con la mirada a ambas. Pero no las encontró. Si encontró la casa. Pero para su sorpresa no tenía el aspecto de la noche anterior. Parecía abandonada. Su aspecto era lúgubre y deprimente. Iba a empujar la puerta cuando escuchó la voz de una anciana a su espalda.

—¿Qué buscáis en esa casa, señor?

—Vengo a visitar a las dos damas que habitan en ella –le respondió muy resuelto.

—¿Las dos damas? ¿Qué dos damas? –le preguntó la mujer extrañada.

—Anoche estuve aquí en compañía de dos damas. Recuerdo que una se llamaba Beatriz.

La anciana mudó el color de su rostro al escuchar aquel nombre.

—¿Beatriz?

—Sí, lo que no recuerdo es el nombre de la otra. Eran de enorme belleza ambas.

—Sí. Lo eran. Beatriz y Michelle –dijo la anciana.

—¿Las conocéis?.

—Sí. Las conocí.

—¿Por qué os referís a ellas en pasado.  Están aquí –le dijo señalando a la casa.

—Pero, ¿de dónde demonios habéis salido buen hombre?. Beatriz y su hermana murieron hace cinco años. Los mismo que lleva la casa abandonada.

—¡Imposible! –exclamó el hombre.

—Entrad y comprobarlo vos mismo. Y después id al cementerio y mirad sus tumbas –le dijo la anciana alejándose de él.

El hombre no quiso creerla y se adentró en la casa. El patio estaba cubierto por infinidad de hojas secas. La fuente no tenía agua y daba la impresión de llevar bastante tiempo en ese estado. Las ventanas estaba rotas en su mayoría, y las escaleras que conducían al piso superior estaban algo desvencijadas. Al llegar frente a la puerta vio que estaba entornada. El hombre la empujo para adentrarse en una profunda oscuridad salpicada por los haces de luz que penetraban por las ventanas. Caminó con paso lento. Todo a su alrededor estaba cubierto de polvo y telarañas. Estaba abandonado. Se adentró en el salón en el que habían tomado el té. Al ver el juego de porcelana sobre la mesa se sobresaltó. EL corazón le dio un vuelco. Pero lo que más le aterrorizó fue descubrir su cajita de rape. La tomó entre sus temblorosas manos. Estaba fría. Limpió la capa de polvo que cubría la tapa y cuando sus ojos se posaron sobre ésta un grito salió de su garganta. AL momento arrojó la cajita sobre la mesa como si le hubiera quemado. Tras unos segundos de incertidumbre la tomó de nuevo no queriendo creer lo que había visto grabado sobre ella.

Beatriz y Michelle

 Salió corriendo de aquella casa como alma que lleva el diablo. Se dirigió al cementerio para localizar sus tumbas. Estaban en el mismo lugar en el que había visto a ambas mujeres la noche pasada. Sintió como se le erizaba la piel por el pavor que sentía. Y cuando se inclinó para leer las inscripciones sobre las lápidas creyó morirse. Y allí al pie de ambas. Un par de rosas rojas frescas. Se volvió intentando encontrar a la persona que había dejado las flores; pero no encontró a nadie. Cogió la cajita de rape y la depositó allí antes de marcharse.”

Dejé los legajos de la historia sobre la mesa mientras en mi cabeza bullía un sola idea. Clifford me miraba en silencio esperando mi reacción.

—Intrigante –murmuré mientras juntaba mis manos a la altura de mi boca.

—Misterioso –apuntó Clifford.

—¿Crees que lo soñó? –le pregunté volviendo mi mirada hacia él.

—Es el gran dilema de siempre señor. Los sueños se mezclan con la realidad hasta el punto de que muchas veces no sabemos lo que es una cosa y la otra.

—Como en el caso de la Aventura del estudiante alemán de Irving.

—Como en es ese caso y otros muchos., señor Y ahora si me permite debo retirarme a mis asuntos –me dijo levantándose del sillón para abandonar la biblioteca mientras yo seguía sumido en mis pensamientos.

Recogí el legajo de LaTour y lo coloqué junto al otro que poseía para posteriormente volverme a adentrarme en los misterios que ocultaba aquel viejo arcón.

 

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Escritor español


Doctor en Filología inglesa. Autor de contenido para proyectos de IBM. Colaborador literario.
 

 

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En el 2012 se publicó La guardiana del Manuscrito en la Editorial Mundos Épicos


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