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Concepto Espacial y otros aforismos

 

 

 

Jesús Ademir Morales Rojas


En lo más profundo del ser, hay siete espinas de cristal. Persisten todas en una danza imperceptible en su mundo de azul silencio. Parecen flotar, pero lo cierto es que están insertas. Lastiman. Pero nunca lo sabrán.

En aquel ámbito oculto se decide por completo la visión de Todo. Las espinas en su fragilidad guardan el secreto de la intensidad de su roce. Si se les atisba con premura, el dolor que producen al verse perturbadas en su transparente eternidad, modifica por completo la perspectiva de Todo. No queda sino contemplar con respeto cuanto más puede devenir su tortura amorosa y trascendente.

Pero la Verdad está en cada una de ellas. Lo delata la luz que irradian al ser percibidas. La Verdad es la luz, las espinas de cristal el cegador sufrimiento que produce.

El inefable ritual de las espinas encierra destinos en el cifrado mensaje de su inmovilidad. Si alguien logra internarse allí, con cierto tacto, develará su grupo ordenado como una escala. Pero habrá que tener cautela: si se desciende por esos peldaños obsidiana, no se hallará más que incisiones y cada paso se hará intolerable, pero con sentido. Si se asciende por ella, en cambio, se llegará a lo más alto, pero vacío. (Y una interminable escala de espinas Porvenir).

Cuando salió lo suficiente, se descubrió tan dentro que pudo recordarlo al fin: era cada una de las espinas de cristal en el tiempo. Pero inició de nuevo la marcha y se perdió en el olvido. El afilado dolor de su paso perdura aún.

Una de las espinas de oscuro cristal ama a otra. Saber cuál es, soportar su tortuosa ansiedad, es saberlo Todo y compartirse en su oscuridad infinita.

En lo más profundo hay siete espinas de cristal. Hay quien ha visto en ellas, el límite que señala el principio del frío azul sin límites en donde las palabras se consumen. Pero si se advierte Bien, las espinas son incisiones en sí mismas: umbrales a un espacio sin conceptos, indecible y abismal. La luz de sus contornos invita. Y el silencio de su eterna espera lo dice Todo.


Fascinación


En el corazón oculto del mundo, la mujer sueña con la realidad. En una de las paredes del penumbroso habitáculo se va forjando. Pero de su mesa de fantasías se erige la bestia que prohíbe su cabal concretura: no permitirá que la mujer escape en vuelo por allí. La cola de la bestia erecta y fatídica, como la única dimensión posible para ella. Y mientras la bestia-mesa y el ave-mujer se confrontan, ella vuelve hacia sí su mirada en silencio. Sale hacia donde el cielo no se muestra vacío y alguien en algún lugar secreto, sueña por ella.

El animal pasó tanto tiempo cautivo en aquel ámbito clausurado, que se anquilosó, cual si se tornara cosa. Le queda tan poco tiempo como fuerzas. Pero ahora ha podido verse en aquella dama de esperanzas tenues. Pronto dejará el animal de gruñir deseos, pero no sufrirá. Cuando sus dos postreros suspiros caigan pétreos y sin ruido alguno, el pasaje definitivo estará abierto, como forjado de dulces miradas en coincidencia: la bestia se tornará cisne y nunca volverá.

En el último instante del mundo, cuando afuera sólo sean cenizas, ella forjará su propio porvenir. Dos umbrales tiene para cruzar: las fauces del silencio o la boca cantarina de los recuerdos perdidos. E inmersa en su indecisa fascinación, ella no se ha percatado que Yo he vuelto, y que la veo, como siempre. El Juicio dará inicio. Ella nunca lo sabrá.

Mamá se vuelve fantasma y desaparece poco a poco, como cristal-cantos de pájaro. Él-que-nunca-está, parece hablarle en una lengua de gruñidos: tal vez sea un extranjero perdido. Yo sólo aguardo tras la puerta cerrada de la alcoba, escuchando, y me imagino cuando nadie me escucha.

Pero en su interior Adán forjaba a Eva, con toda la fuerza de su deseo: afuera estaba lo perdido, lo angosto de la ventana se lo recordaba. Pronto abandonarían esos burdos cuerpos en los que el Silencio los había capturado, y como silvestres criaturas escaparán, subiendo por la cola-serpiente del primer hombre, cada vez más erecta, excitada por la prohibida fuga. Y así, en un místico ascenso, juntos llegarán a un paraíso breve, en donde la voz ominosa del Vacío no vuelva a ser escuchada jamás.

(Una manzana podrida)

(Cae)


Christina


 

Aquella tarde Christina reencontró el camino al hogar luego de haberse extraviado en la inmensidad de la solitaria región. Cuando salió de allí en la mañana era una niña. Nunca regresó.

Christina sabía que en el mundo no había nadie más. En sus postreros momentos le pareció ver aquel humilde refugio y a aquél que siempre añoró asomado por la ventana. Con este espejismo en el alma, expiró. El hombre, enloquecido de soledad, aterrado por la fantasía de aquella mujer imposible allá afuera, no se arriesgó. En una viga del humilde refugio, su cuerpo se agita con el viento.

Caí abatida poco antes de llegar. A lo lejos ella me hace señales desde la ventana, me pide que me acerque. Pero he reconocido ese pálido rostro. Es Christina. Y no quiero ir. No puede ser ella. Hace tanto tiempo que morí.

 Soñando Christina escapó de aquella sombría casona abandonada. Pero cuando llegó hasta el límite de las blancas paredes acolchonadas, quiso volver. Lo logró. Ahora descansa. Sueña.

 Christina volvió por fin. Pero al contemplar el hogar de nuevo, titubeó. El viento aullando sobre el terreno vacío. La quietud densa y sofocante. El calor haciendo vibrar el horizonte. Y dentro de la casa, en su cuna, los niños de Christina, silenciosos, aguardando.


La Otra Cara de la Luna


 

En cierto instante despertó la Luna, y mostró su verdadera faz. Con inédita luminosidad quiso darle un nuevo sentido a las cosas. Pero era tarde: el mundo había renunciado; y una noche eterna poblada de brumas- residuos de ausencia- era lo único que no se ocultaba. La Luna entonces, ya no dijo nada.

 Cuando la Luna se giró, yo aún te esperaba. Pero sólo la nueva atmósfera que trajo fue capaz de hacerme ver que habías estado siempre junto a mí. Y que yo soy sólo un eco entre la niebla.

  En el último instante del mundo, quise saber su secreto más oculto. Me arrastré entre las cenizas tenues y rasgué el Ser con ansiedad. Me asomé allí. La Luna entonces abrió su ojo-sangre; parpadeó. Silencio mancillado. Todo terminó.

 Cuando se marchó la Luna dejando una huella roja y vacía, todas las cosas quisieron seguirle. Las formas totales escaparon levitando a través del umbral celeste. El mundo se hizo una confusión de colores en agitado coloquio. Pero mi muda transparencia se quedó,  sin poder partir en una forma que nunca tuve. Soledad ahora.

 La Luna miró en el mar su verdadera faz; entonces despertó: era sólo un Sol triste. Desesperada, implosionó en melancólicos fulgores. Sólo dejó un rastro carmesí en el firmamento. No hubo ya más noche. Nadie volvió a soñar. Sin embargo el mar sigue allí. Ha cubierto todo. La cara oculta de la luna, su herida vacía, se ha tornado en un rubí celeste y etéreo. Bajo las olas el mundo duerme. Sin sueños descansa, y espera.


El Sueño del Cíclope


         

Polifemo, cíclope ansioso, busca a Galatea. Nunca la hallará: ella duerme y sueña con Acis, su hermoso amado. Ella a la vez, es el sueño de Polifemo. En la vacía realidad, ambos anhelantes no son sino los delirios de alguien, en la soledad de una isla a donde nadie arriba nunca.

Polifemo tiene la oportunidad de saciar sus deseos más imperiosos: Galatea durmiente está a su merced. Y sin embargo en el último momento el horroroso Cíclope titubea y nos mira. ¿Quién es el monstruo?

Polifemo, con un ojo solamente, no puede sino ver a Galatea; la bella nereida por su parte puede con dos, ver a Polifemo y a Acis. Es capaz de elegir. En la diferencia entre ambos se manifiesta Todo. No hay realmente nada más injusto. No hay realmente nada más. No hay realmente nada. No hay “realmente”. Sin ver no.

Galatea se rinde: Polifemo la toma. Acis desaparece, en un sólo parpadeo.

La isla fértil de flora exótica, ha hecho brotar una hermosa Nereida de sus sabias entrañas. Pero nadie ha venido a recolectarla. Y pronto la tierra la cubre. De su desperdiciada esencia, brota ahora un cíclope pavoroso. La vida no espera, pasa, y se pierden las ocasiones más valiosas de ser. O de no ser: Polifemo por su parte sonríe y espera…

 Polifemo aguarda a que despierte Galatea. Es definitivo: uno de los dos no existe. Acis, lejos de allí, recuerda.


Niño Malo


Y ahí estaba ella, fingiendo que no se había percatado de mi entrada sigilosa, contorsionando su cuerpo fascinante como un animal extraño, esperando… y allí seguía yo, inventando: no había nadie en aquella cama agitada, no era mi madre quien me llamaba, no era mía la voz que en mi cabeza me susurraba con extraña voz, espera…

La solitaria mujer se abandono a un consuelo desesperado, dejó su bolso abierto junto al frutero  rebosante y se dispuso a fragmentarse en el lecho agitado, bajo la luz horizontal filtrada de un exterior en firmamento de prodigios: ya no habría un mañana, por eso lloró cuando el niño que tuvo dentro de ella alguna vez, salió por fin de su oscuro interior, se arrimó hasta la bolsa, y luego de hurgar lentamente,  sacó por fin lo que buscaba, y acercándose de vuelta, lo insertó en la mujer derrotada. Ella sonrío, él disparó.  

Pero lo que mi hermano quería, era lo que le había quitado por la mañana… cuando lo comprendí ya no podía dejar de agitar mi cuerpo (entre lágrimas)… Demasiado tarde: él también comprendió que lo era… se aproximó hacia mis piernas  y hundió su rostro entre ellas… el carrito que había estado buscando en la bolsa, cayó al suelo sin que nadie lo escuchara… roto para siempre.

La luz tamizada forjaba cebras en su cuerpo elástico, en mi algunos tigres. Más allá de la ventana el mundo llegaba a su final, el fuego lo invadía todo. Al buscar algo en el bolso abierto sentí  una mordida, un agudo dolor, gemí… del ser inmóvil tendido en la cama, de su boca inmensa en rictus, broto una risa insidiosa… las frutas estallaron en carcajadas… las persianas se agitaron en mofas… el bolso siguió aferrado a mi brazo y fue avanzando sobre mi ser con fiereza. Alguien se asomó desde el interior abierto, entre aquellas piernas contorsionadas, algo húmedo, sanguinolento y deforme,  y de  sus pequeñas fauces escupió el dedo que me había arrancado el bolso… que cuando me cubrió la cara, lo siguiente que vi, fue a un niño –tigre tratando de sacar algo de una bolsa junto a un frutero, mis piernas-cebras contorsionadas y la luz en agonía eterna... mi risa…

No hay nadie. Nadie te habla, no ves a nadie gimiendo en la cama, no hay luz ni fragmentos de luz, nada se escucha, nadie te escucha.  Acércate al mueble, sin dejar de mirarme en donde no estoy. Elige algo de entre el bolso abierto o el frutero colmado que estuvieron allí en alguna ocasión… ya lo has hecho, elegiste el interior del bolso, mira tu mano, allí no hay nada, nunca lo hubo, acércate ahora, sin miedo, no pasa nada, todo esto no lo ve nadie, nadie sabrá… toma lo que extrajiste del bolso, tu mano vacía,  e introdúcela en mi entrepierna… despacio, sin miedo, no es nada, no estoy aquí; estuve pero ya no… sigue ahora tu brazo entero… tus hombros estrechos… no te preocupes no me dañas… mete tu cabeza… sin suspiros, sin llantos… ahora ya no me escuchas pero sigues entrando… por fín no queda nada, nunca lo hubo… ni siquiera estoy yo, y a nadie le hablo… tú nunca estuviste… tus piecitos se agitan antes de desaparecer …ahora el silencio… la cama vacía… y una manzana dolorosamente roja, e inmaculada, que alguien alguna vez tomó del frutero y dejó sobre las sabanas revueltas… en algún lugar que nunca se abrió.


 El palacio de las ausencias


 

Yves Tanguy en sus obras, nos proporciona siempre una ocasión señera: la de trasladarnos hasta el último segundo del tiempo y mirar desde este, las dolorosas agonías del ser, sus postreras creaciones absurdas y desesperadas. (Pero cómo no reconocer que en mucho, identificamos en estos palacios de vacío, moradas inciertas para la persistencia de nadie, el eco sincero de nuestras propias certezas vitales, la visualización de los ocultos deseos de vacío, del alma).

Tanguy: Hacer sed (de) Des-(ha)Ser

En los mundos de Tanguy siempre arribamos, justamente un instante después, de que todos los instantes se han ido ya, irremisiblemente.

¿Animales, minerales, plantas…? probablemente sólo sean los delirios de nuestros significados insomnes, desnudos y presos de un tedio infinito…

Cuando volvieron por fin de sus siderales andares, (se) miraron estupefactos (en) estos lejanos palacios de espejismo, y sólo entonces se percataron de que nunca hubo nada, y que ellos, Todo, no fue más que el prolongado delirio de quien nunca parte a ningún lado.

Atreverse a aceptar que las obras de Tanguy siempre han estado mal contempladas. Todas las obras habrían de verse al revés. Reconociendo con inútil perspicacia, que estas edificaciones de quimeras resquebrajadas no se cimentan sino desde el cielo hacia abajo: fracasadas estrategias de lo divino por llegar a seres que se han difuminado por voluntad propia, en un escepticismo irrefrenable y purificador.

Génesis, nota marginal: (Pero al ver lo que había hecho, se arrepintió y quiso volver, pero las aguas se habían secado ya, y entonces pudo sino re-crear (se) en el mundo, deambulando sobre la faz de Su nada, en un estéril principio perenne).

Tanguy construye estas vías de escape para nosotros, de nosotros: invita a explorar el propio interior volcado en exteriores asombrosos de soledad incitante, lleva de la mano hasta simas, en donde la huella de los pasos traza diámetros de círculos imposibles, en busca de la indefinida divisibilidad de nuestro ser.

(Hasta que vemos que la mano que nos guía no es otra que la propia, crispada, y que en el centro de la órbita recorrida obstinadamente, no hay más que los restos multiplicados y curiosamente esparcidos, de alguien que ya se olvidó).

Tal vez Yves Tanguy y su amada, la pintora surrealista Key Sage, jugaron a buscarse permanentemente en estos universos de sueños y trascendencias. Nosotros, no vemos aquí más que el exterior alucinante de sus persecuciones jubilosas. Pero el interior de cada una de estas arquitecturas de eternidad, alberga secretos mensajes que orientaron las tiernas, aunque profundas, pesquisas de estos enamorados visionarios. Alguna vez Tanguy se adentró tanto, que ya no regresó. Y mientras todos rendían póstuma pleitesía a la obra del genio desaparecido, ella no perdió más el tiempo: se ganó a sí más allá de él.

(Una vez editado el catálogo razonado de la obra del pintor francés. Sage se suicida).

(Hay quien puede identificarlos juntos, en ciertos paisajes de sus obras, siempre en esas lejanías asombrosas, en donde el horizonte se funde con el silencio).


 

Una Pequeña Música Nocturna

 


 

Cuando broté de aquella flor inmensa, la densa atmósfera de silencios cubrió mi canto. Una parte de mí, se quedó aguardando en una de las salidas. La otra fue atraída por la luz al final del corredor. Ahora hablo desde más allá de ella. Pero detrás de la puerta ya nadie me espera. El umbral se ha cerrado. 

El girasol soñó por fin: lo hizo conmigo. Fascinado, se contemplaba en mi silueta eternizada en el tiempo. Pero él nunca supo que alguien en la luminosidad de aquella habitación última y entreabierta era quien nos murmuraba. Nunca lo supo. Y los susurros hace tiempo que son alaridos.

No era ella. Se miró en aquella que suspiraba esperando a que le abrieran, con ese pétalo desflorado como ofrenda, pero no era ella. Quiso luego hallarse en la flor exótica, en aquella entrega lánguida de aromas sacrificados y tersuras desperdiciadas. Más no fue allí tampoco. Sólo quedaba la luz al final del corredor. Ella sabe que allí la aguardan, que bien podría ser cualquier cosa, todo acaso. Pero titubea. No importa. Ella no ha visto su propia faz: cuando se descubra escapará hacia aquí. Espero.

En el instante en que todo llegue al final, cuando ya nada sea dicho, vendrán buscando contemplar el Silencio. El santuario estará abierto, como siempre. Podrán reposar allí, tienen ahora todo el tiempo para estar. Más no escucharán nada: un momento después la Luz se hará de nuevo. La flor miente.

…y así, Ella vivió en aquél lugar fantástico que había hallado, feliz para siempre.

(Mientras los pétalos comienzan a devorarse. La niña insomne se ha olvidado entre sueños de castigos. Y Dorothea ríe tras la luz. Pronto se apagará)

 


El caballero y el dragón


 

 
     Sincero homenaje a la heroicidad, de cualquier manera, esta obra es sospechosa por la recta trayectoria, demasiado proclive, que traza el arma del caballero hasta el cuerpo del Dragón. Y es que a final de cuentas, tanto lo “esencialmente” humano, como lo instintivo “censurable”, son bocetados por Paolo Uccello con el mismo fino trazo.

En última instancia, los dragones nunca existieron: son un mero producto de la humana fantasía. De tal suerte que San Jorge, bien puede estar luchando contra el sólo viento. Esto expresa mucho acerca de la falta de fundamento, de gran parte de las acciones humanas. ¿Y si acaso tal fundamentación lastrante, no fuera sino un camaleónico ardid de la bestia para confundirnos, y evitar así la hazaña de una (des)realización cabal y abierta, hacia alternativas más plenas y diversas de ser? Si esto fuera cierto, ¿Tendremos el valor para empuñar la lanza a fondo?

Cabe profundizar acerca de si efectivamente, el San Jorge de Uccello tiene certera conciencia, de la quimérica naturaleza de su oponente. Si es así, estaríamos entonces ante un inédito quijotismo adelantado a su tiempo, un idealismo limpio y ejemplar. Pero si por el contrario San Jorge sabe de la virtualidad de su enemigo, y aún así se empeña en proseguir en simulacro, su asignado rol, con el puro afán de hacer marchar el sistema de su entorno, tendríamos aquí, un insospechado vaticinio de nuestra actualidad, que seguramente Uccello no hubiese tolerado. Pues ante tan gris porvenir, ciertamente él hubiera preferido finiquitarlo todo, arrojando a su héroe, para ser alimento de sueños, en aquellas fauces fantásticas.

 Tal vez Paolo Uccello dudó mucho en decidir, sobre cuál de los dos adversarios, protagonistas de su célebre pintura, dibujar en secreto las facciones de su rostro como firma. Seguramente anduvo del burdel al confesionario, una y otra vez, a fin de poder elegir finalmente. Y tardó tanto en hacerlo, que al final olvido hasta él mismo, en cuál de los dos quedó fijado. Hoy sólo el nombre del genial artista perdura, puesto que el hombre, Paolo Uccello, infaustamente, en palabras de Vasari: «terminó sus días, solo, excéntrico, melancólico y pobre».

Obsérvese en esta obra de Uccello cómo del lado del Dragón está la luz, una mujer, campos cultivados y una ciudad; en suma, la posibilidad misma de vida. Por el lado del caballero, en cambio, oscuridad, terreno yermo, la boca abierta de una caverna dispuesta a la soledad y el desamparo; tal es decir, el lado funesto de la existencia. De esta manera, es posible cuestionarse, ¿cuál fue el mensaje último aquí, con el que el renacentista italiano quiso advertirnos? Y entonces así, ¿quién es el auténtico enemigo a vencer?

Un voraz Dragón hace su nido cerca de la fuente que abastece a una populosa ciudad. Debido a esta calamitosa circunstancia, los ciudadanos se veían obligados a distraer a la bestia diariamente, para alejarla de la fuente, y así obtener agua. Para lograr esto, todos los días sacrificaban a una víctima, sorteada de entre los habitantes del lugar. En cierta ocasión, resultó seleccionada la bella princesa local. El rey, padre desesperado, solicita clemencia infructuosamente. Cuando la joven está a punto de ser devorada por la inclemente bestia, aparece el héroe San Jorge, quien llegaba allí, desde tierras lejanas, atraído por la famosa hermosura de la princesa. Armado con su legendaria lanza y su brioso corcel blanco, y luego de una ardua contienda, San Jorge vence al Dragón. Cuando el paladín fatigado, pero lleno de ilusiones, se apresta a tomar su premio, se topa con una sorpresa desagradable: la princesa gira la vista, desairándole con frío desdén. Es posible imaginar luego a San Jorge, el invencible de mil batallas, apresurado a entregarse voluntariamente a las garras del emperador Diocleciano, asesino de cristianos. Seguramente entonces, ni el largo y penoso trámite de las múltiples torturas, ni el ver en su último segundo, el hacha del verdugo aproximándose indeclinable hasta su cuello; nada de esto fue tan atroz, como el sufrir la salvaje sonrisa de aquella indomable, al verle partir, sin misericordia, para siempre.            


Escritor mexicano


Jesús Ademir Morales Rojas nació en la Ciudad de México en 1973. Cursó estudios de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Además, es diplomado en Historia del Arte por la Universidad del Claustro de Sor Juana y en Museología (mención honorífica) por parte del Museo del Carmen, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ha colaborado en diversas publicaciones literarias virtuales como Crítica, Destiempos, AXXÓN y Literatura Virtual.

Ha participado en varias redes de blogs orientadas a la cultura y la educación. Actualmente forma parte del equipo de redactores de la red Hoyreka!" y del proyecto de creación de contenidos Coguan, cuyo fundador y Director General es el Dr. Carlos Bravo.

Jesús Ademir es administrador de redes sociales y gestiona cuentas de los blogs Hoyreka y es el responsable del área de social media en la firma TratoHecho.com

Comuníquese con el autor:

Otras colaboraciones suyas incluyen la redacción de artículos para la productora argentina especializada en contenidos online Bee!

 


Visite los trabajos de Ademir en Literatura Virtual

Ademir convoca imágenes reflejadas en espejos infinitos en la serie de narraciones reunidas bajo el título Hipnerotomaqia. Surgen ahí personajes, fantasmas y monstruos cotidianos para protagonizar sueños interminables donde cambian de aspecto, tanto como las palabras del narrador que las retuerce hasta sacar nuevos significados de los signos convencionales.

Todos los que han soñado saben que la percepción se altera para mostrar realidades imposibles. Los tiempos se confunden y el futuro deja de ser consecuencia del pasado. Hay un orden propuesto por el autor, para adentrarse en estas ocho lecturas, aunque bien sepa que es imposible establecer normas que precisen una estrategia de lectura.

Así que invito al amable lector a conocer cualquiera de las partes que integran esta obra.

 José Luis Velarde

Hipnerotomaquia



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