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La Ruta de Roma a Estambul, en bicicleta

Mi llegada a Nápoles, atravesando la Plaza Plebiscito

Dia 6. Nápoles

He decidido quedarme un día más en Napoli, y así poder ver el museo nacional de arqueología y Pompeia, a escasos kilómetros de aquí.

El museo nacional es increíble e interminable. Parece que nunca se acaba. En su interior se encuentran las piezas más importantes de las excavaciones realizadas en Pompeia, entre ellas, el mosaico de Darío contra Alejandro, la representación del Toro Farnese, esculturas colosales, las únicas pinturas romanas que existen o el gabinete secreto con figuras obscenas pero tolerables en una sociedad tan abierta como la que existía hace dos milenios.

Tras conocer en profundidad todo el arte que desarrollaba el pueblo romano y su forma de vida a través del museo, me dirigí con Jordi, un catalán que encontré en el albergue juvenil de la zona Mergellina, hacia otro de los puntos fuertes de mi viaje, Pompeia. Sin más dilación, tomamos el cercanías (tren circunvesubiano) hacia el monte sagrado del Vesubio. Este monte lo tenía mitificado, hasta que me enteré que existe una carretera que te lleva hasta la cima, donde hay colocado un bar. Desde Napoli, Pompeia se encuentra detrás del Vesubio.

Mis primeras impresiones sobre la ciudad mejor conservada del imperio romano, son, en un principio confusas. En la entrada, una aglomeración de gente (estamos ante el 2º lugar más visitado de Italia, aunque Pompeia, por su tamaño, da para mucho). El pueblo está amurallado, y será, cuando se atraviesa la Porta Marina, cuando te das cuenta realmente del lugar en el que estás metido. Si no existieran los turistas, diría que estoy en un pueblo fantasma que hace 50 años fuera abandonado. La calzada es perfecta, con guijarros planos para el tránsito de carromatos y arcen a más distancia del suelo, tal y como es hoy en día. En los inicios de las calles te encuentras pivotes en la calzada, que impedían el paso a carros demasiado voluminosos para no entorpecer el tránsito en una misma calle, e incluso se ve en la calzada la erosión de la piedra en ciertos puntos ante el paso de las ruedas por un mismo lugar.

La Via Marina nos conduce hasta uno de los espacios abiertos que disponían los romanos, el foro. Ahora es difícil de imaginar, pero uno se puede dar cuenta que en este mismo lugar, confluían los romanos para charlar, vender, politiquear, pasear o simplemente, dejarse ver. A su alrededor se encontrarían los edificios administrativos. Siguiendo recto por la Via dell´Abbondanza, caminamos por la calle comercial. Las casas tienen una conservación difícil de creer. Hay paredes incluso de 3 metros. A ambos lados de la calle te encuentras los diferentes comercios, desde posadas (existían 89 en Pompeia) hasta panaderías y termas (termas de Estabia). Incluso en algunas paredes encuentras el nombre del comercio o alguna pintada política de la época. Era costumbre tomar el almuerzo fuera del hogar. En estas posadas (thermopolia) existen unos huecos, donde depositaban las vasijas y ánforas (thermopolia de Vestitius Placidus), y en las panaderías sobresalen pequeñas chimeneas.

El entramado de calles es completamente ordenado y rectilíneo. Algunos interiores se pueden visitar. Los hogares eran bastante sofisticados y demuestra la calidad de vida del romano. Muchas de las viviendas disfrutan de un atrio en la entrada, con un pequeño estanque cuadrado (impluvium) para recoger el agua. A su alrededor existirían estatuas de las divinidades predilectas del hogar, así como murales pictóricos en las paredes y mosaicos en las casas más pudientes, como el famoso mosaico de la batalla de Darío con Alejandro, encontrado por aquí y que se cree que el poseedor sería un descendiente del mismo Alejandro Magno (La casa del Fauno).

En el otro extremo de la ciudad, nos encontraríamos con otra zona de espacios abiertos, dentro todavía del área intramuros. En él se encuentran en perfecto estado de conservación el anfiteatro romano donde se ejercían desde luchas de gladiadores hasta batallas navales. Muy cerca de éste, el gimnasio, un amplio lugar donde se cultivaban fisicamente los romanos y probablemente sería el lugar de entreno de los gladiatores.

Si se atraviesa los muros de la ciudad por este lado, vamos a dar a la necrópolis. Los romanos solían enterrar a sus muertos a lo largo de la carretera, con fastuosos mausoleos, alguno de ellos del tamaño de una casa.

Volviendo al interior del pueblo y siguiendo la calle principal que recorre norte-sur (Via Stabiana), nos encontramos con las termas de Estabia y las mayores termas del pueblo, inacabadas por el traumático vómito del Vesubio (termas centrales). Esta es la gran diferencia con el resto de las ruinas. Cualquier ruina que no ha llegado hasta hoy, fueron pueblos que fueron siendo abandonados, quemados, olvidados… sin embargo Pompeia es tal y como era en pleno apogeo romano, y este aire se respira todavía. En una calle paralela, una casa esquinada, el famoso Lupanar, o burdel, uno de los numerosos existentes en el pueblo (Casa del Lupanar).

Más arriba se encuentra la cisterna que abastecía el pueblo de agua proveniente del acueducto y siguiendo hacia el oeste unas cuantas edificaciones importantes, incluyendo la Villa de los Misterios como el aposento más occidental de las excavaciones y con el famoso fresco “Megalographia” que nos da buena cuenta de la liberalidad de estos romanos.

Sin duda, una gran conmoción en mi vida tras ver estas ruinas. A partir de ahora, mucho me temo que cualquier resto arqueológico que vea me va a saber a poco.

Gimnasio de Pompeia; la ciudad mejor conservada del mundo antiguo

Dia 7. Napoli – Scorzo.

Comienzo mi singladura transversal de la península Itálica. He salido sobre las 10 de la mañana desde Nápoles, de nuevo por esa calzada de adoquines que merma músculos , huesos y bicicletas. Los baches son constantes. Esperaba encontrar carretera lisa tras salir de la ciudad, pero he pasado 20 kilómetros recorriendo adoquines. He seguido la carretera costera, el Vesubio a mi izquierda, y el mar a mi derecha, pasando por Ercolano (ruinas similares a Pompeia), Torre Anunziatta y Pompeia de nuevo. He cogido un poco de arena de estas playas, porque son curiosas. Tienen un color negro, como consecuencia del volcán.

En este punto, tenía dos opciones, costa amálfica o dirección Salerno. Por circunstancias del tiempo, me quedo con la segunda. El camino, bastante feo hasta Salerno, ciudad que no he visitado por su escaso atractivo. La ciudad está situada en la costa, con el mar a un lado y un gran monte al otro. Tiene playa, pero gran parte de ella está invadida por restaurantes o bares. En este punto he tomado el eje oeste-este, por una carretera comarcal (18) que contacta con varios pueblos y evita la autopista que va paralela. Paso por Pontecagnano, Batipaglia y Éboli, sin nada que destacar. Será a partir de aquí cuando el paisaje comience a embellecerse. Me topo con un parque natural y voy haciendo ascensión continua y segura. Me noto bien, el tráfico escasea y tengo buenas vibraciones. Parece que he cogido la forma y me he habituado al ritmo nomádico del viaje. Al llegar a Serre, un viejo se acerca y me habla sobre los Españoles que él había conocido en su vida. Me comentaba que les caía muy bien y que había hecho grandes amigos cuando le hicieron prisionero en la 2ª Guerra Mundial. Tengo en frente mío la propia historia. En este pueblo me aprovisiono de chocolate y sigo subiendo pensando en que tarde o temprano tendré que ir buscando sitio para dormir. Esta siendo una etapa larga pero muy bien llevada. La puesta de sol se vislumbra a mis espaldas, de un color anaranjado en unos montes muy bellos. La carretera está tranquila y se agradece. En lo alto de la subida se encuentra un pequeño pueblo y pregunto a la gente si existe algún lugar para dormir, pero me comentan que tendría que desviarme. Hoy tocará dormir bajo las estrellas, a pesar de que me apetece una buena ducha. Hago un descenso tranquilo, para ver si encuentro el lugar perfecto para dormir, y efectivamente, allí está. Un gran campo verde y florido con árboles que me ocultan de la carretera. Una gran etapa, aproximadamente 105 kilómetros.

Matera, y al fondo, Sissa, una gran sorpresa en la zona transversal de la ruta

Día 8. Scorzo – Potenza.

Ha llovido un poco por la noche, pero he dormido perfectamente. Se me olvido recoger agua en el pueblo ayer, así que me he tenido que racionar agua. Tras desmontar tienda y montar alforjas, sigo descendiendo hasta el siguiente pueblo (Scorzo?). En la fuente del pueblo me lavo un poco, avituallo y me tomo un café en el bar del pueblo, donde me resuelven todas las dudas que tengo sobre la dirección a seguir.

Decido seguir la carretera comarcal paralela a la autopista A3. Será menos directa pero evitaré el tráfico. Al cruzar la autopista, unos picoletos me orientan sobre la dirección a seguir. Al principio es llano, voy a buen ritmo, pero luego empieza lo serio. Subida constante y unas paredes antes de llegar a Vietri de Potenza que me obligan a poner pie en tierra. En Vietri compro comida en un supermercado y me avituallo a la sombra en una fuente. El calor comienza a ser intenso por estos lugares. Tras una microsiesta, decido pedalear, de nuevo para arriba, y me topo con una carretera vedada para vehículos que me permite todo el tramo seguir en solitario. Se va dejando Vietri detrás, encajonado en el valle frondoso. Poco a poco me voy quedando, la subida y el calor me van mermando las fuerzas. Observo como la autopista, encaramada en un monte, va prácticamente en llano, atravesando túneles. Habrá que subir todo a pulso y con filosofía. Un descenso adrenalítico me lleva hasta Picerno. Prácticamente no me paro porque me planteo llegar hoy a Potenza y dormir en algún lugar civilizado. Pero el camino de Picerno a Potenza es subida constante y tengo un bajón físico que me hace descabalgar de la bicicleta y continuar andando.

Potenza, una ciudad realmente horrible. No encuentro nada que tenga un interés cultural aceptable. Busco un hotel para quedarme pero ante los módicos precios (65 € en uno y 55 € en otro) desisto en la idea y acabo siguiendo el viaje tras repostar en un supermercado para comprar algo. Es tarde y empieza a caer el sol, así que como deprisa y me dirijo dirección Este por otra carretera comarcal dirección Matera. La carretera va bordeando unas colinas, el tráfico es mínimo y yo encuentro un buen lugar para dormir en una cuneta con unas buenas vistas del horizonte. Tengo que montar la tienda un poco cuesta arriba, ya que el suelo no es demasiado plano que digamos.

Durmiendo en un refugio de la 2ª Guerra Mundial

Día 9. Potenza – Matera

Tras dormir ligeramente cuesta abajo, comienzo un nuevo día de viaje. Antes de partir ya empiezo a notar el cansancio físico de tantos días subido a una bici. El camino bordea unos montes y una desviación me hace bajar vertiginosamente hasta la autopista. Ooops, me confundí. Grave error el que he cometido nada más comenzar el día. Me toca subir desmontado de la bici todo el tramo de nuevo, con mis fuerzas al límite y un sol apretando y ahogando. Vuelvo al mismo punto del desvío y comienzo a llanear por un paisaje bastante natural y tranquilo. Es aquí donde mis piernas se bloquean y no pueden dar una sola pedalada más. Me cuesta mover el desarrollo, incluso en llano. Debo tener los músculos de las piernas sobrecargados de las 2 etapas largas que acabo de hacer. En la primera fuente que veo me lavo un poco, y desayuno lo que me queda en las alforjas. El siguiente pueblo es Tricárico, donde llego como puedo. Este es un pueblo medieval, con mucho encanto, que se encuentra en todo el alto de un pequeño monte, con dos torres protagonistas en su horizonte. En un supermercado me avituallo de alimentos de absorción rápida y fruta para recuperarme lo más rápidamente posible. Me acoplo en la sombra de un monasterio medieval franciscano en una calle angosta y auténtica del pueblo y me echo una siesta.

He decidido coger un autobús hasta el siguiente pueblo, Matera, que se encuentra a unos 50 kilómetros de aquí, y allí veré lo que hago. No me veo con fuerzas de continuar pedaleando hoy.

Espero en la plaza del pueblo, y a mediodía el autobús rural llega. El conductor me ve con la bici y alforjas en mano, pero incomprensiblemente, no me echa bronca, sino todo lo contrario, me ayuda a desmontar la bici y cargarla en el autobús. Me explica que cuando llegue a Matera, vaya a ver Sissa, me cuenta que son ruinas y que es necesario ir a verlas. Por mis adentros dudo mucho que vaya, ya que en estos momentos tengo otras urgencias como la de recuperarme.

En una hora en bus llego a Matera. Me despido del chofer y vuelvo a montar la bici. Me dirijo al centro a ver que es lo que me encuentro. Y allí veo lo que me comentó el chofer; Sissa. ¿Pero que es Sissa? Es algo extraño pero increíble. En la plaza de Matera, existe un balcón, desde el cuál se ve. Sissa es la antigua ciudad de Matera. Se encuentra en un desfiladero y son casas blancas, algunas en ruinas, que cubre todo el espacio del desfiladero. Las calles son tan estrechas que apenas se ven desde un alto. Muchas casas están unidas por arcos. En un alto del desfiladero se observa la iglesia románica que le da a Sissa un aire peculiar. En el otro lado del desfiladero se encuentra una ciudad de cuevas y grutas, quizás los restos más antiguos del lugar.

Matera, y al fondo, Sissa, una gran sorpresa en la zona transversal de la ruta

En una sombra, observo un grupo de mujeres tejiendo y hablando. Tras las habituales preguntas y respuestas, les digo si puedo dejar la bici con ellas para poder visitar Sissa tranquilamente, ya que las calles son bastante escarpadas.

Tras una hora por Sissa, decido salir para probar mis fuerzas de nuevo. Este pueblo me ha llenado de energía y moral. Tomo un ritmo tranquilo para no forzar la máquina, y me doy cuenta que a partir de aquí todo es llano hasta el lugar donde coja el ferry.

De nuevo el sol comienza a ponerse. Enfrente mío, un paisaje llano, comarcal, seco y marrón, con algún que otro árbol disperso en el horizonte, y la tranquilidad propia del atardecer. Una brisa cálida choca contra mí. El paisaje sin lugar a dudas me proporciona mayor motivación, incluso cojo buen ritmo. El siguiente pueblo está bastante lejos, así que decido dormir en el campo. De camino, me encuentro un lugar idóneo. Es un nicho de ametralladoras de la 2ª guerra mundial, en el límite de un bosque. Monto la tienda momentos antes de que el día muera definitivamente.

Ostuni, desde donde he visto por primera vez el mar Adriático

Día 10. Matera – Brindisi

Me levanto con ganas de una ducha. Llevo 4 días seguidos durmiendo en el campo y comiendo de supermercados, y uno ya empieza a necesitar ciertos lujos, como un colchón, un buen baño o un filete servido en un plato (realmente, creo que sólo he visto un plato enfrente mío y fue en Nápoles). Aún así, tengo la moral por las nubes, parece que me he levantado lleno de energía y Brindisi está a dos tiros de piedra, exactamente a 120 kilómetros. Mi intención es cubrir toda la distancia, descansar un día en Brindisi y coger mañana por la noche el ferry para Grecia. Pero visto lo visto, es difícil planificar algo, porque un viaje en bicicleta es pura improvisación. Nunca sabes cuando estarás bien o mal, ni donde acabarás durmiendo, o si seguirás la ruta establecida.

Desde el principio he ido a bloque en la bici. Con el viento a mí favor, la llanura y una motivación especial, he logrado medias de 30 kilómetros/ hora en tramos continuos de 20 kilómetros. Según el velocímetro, he marcado además las velocidades más altas llaneando (43 kilómetros hora).

El primer pueblo al que he llegado es Gloia del Colle. Me aseo en una de las fuentes del pueblo y me observo en el retrovisor de un coche, veo que necesitaré cuidarme un poco más porque mi aspecto comienza a degenerar por momentos. Noto que todo está cerrado. Dios mío!!! Que mala suerte, resulta que es el día de la fiesta nacional y yo sin acordarme. Por fortuna algun bar está abierto y me hago acopio de lo que puedo, un café con leche, unos Kinder chocolate, fruta y unos pasteles. Poca cosa pero todo lo demás está cerrado.

Sigo carretera a Noci, aunque no paro. Empiezo a ver por los campos unas edificaciones curiosas. Se llaman trullos, son blancos, pequeños y con tejados de pizarra con forma de cono. Se trata de la vivienda tradicional de estas tierras (tierra de Trulli). Al llegar a Alberobello, observo que me encuentro en una zona con fauna turista. Para mí representa un shock, porque de repente aparecen turistas por todas partes. Resulta que este pueblo es la ciudad de los trullos. Destaca principalmente el trullo real, que es la madre de todos los trullos. Un gran trullo con dos pisos que pertenecería a una familia rica del pueblo hará dos siglos. Lejos de este gran trullo, se encuentra el barrio de los trullos, y no es más que mas de lo mismo. Decenas de estas casitas blancas juntas donde parece que sólo se destinan a vender souvenirs y carretes de fotos. Una auténtica prostitución. Parece que a los turistas les interesa más los souvenirs que las casas propiamente dichas. Ante semejante espectáculo, decido irme porque creo que no sacaré nada claro de todo esto.

Tomo camino hacia Locorotondo, en una llanura con subidas y bajadas minúsculas que no me afectan a la hora de pedaladas consistentes. Por estas tierras, el viento ayuda y mucho. Los alrededores son bellos. Se trata de fincas de cercas de piedras, en su mayoría de olivo y vid, con trulos esparcidos a lo largo del paisaje.

Al llegar a Locorotondo decido comer y descansar un poco en la plaza del pueblo. Parece que ha habido mercado. Todo está muy tranquilo y extrañamente desierto. En Ostuni he visto por primera vez el mar Adriático, el segundo mar en mi viaje, y claro, me emociono, acabo de recorrer Italia de costa a costa, aunque todavía me queda mucho viaje. Ostuni es fantástico, otro pueblo de casas antiguas blancas, y en el alto, una catedral románica con un gran rosetón. De fondo, un gran campo de olivos uniformes, el mar y un cielo azul limpio a lo largo de todo el horizonte. Aquí me encuentro con alguien con el que hablé en algún pueblo anterior y conversamos un rato. Digamos que la gente conversa bastante conmigo, pero no deja de ser todo muy rutinario. Las mismas preguntas y las mismas respuestas. Me he dado cuenta que hay diferentes personas, una de ellas, los que piensan que por hacer un viaje así, hay que estar un poco loco ya que asocian la bicicleta con el sufrimiento, y claro, las vacaciones son para descansar, no para ir en bici. A otro tipo de personas, se les nota que les gustaría emprender un viaje así, lo conciben como una aventura pero lo ven como algo irrealizable, utópico. Bueno, aquí estamos no??

Últimos kilómetros y llego a Brindisi con un ritmo alucinante. Llevaba días sin ver nada surrealista en Italia, cosa extraña, y ya me estaba empezando a preocupar, cuando ví un cuartel del ejército, con tanques incluidos, y adosado a él, un hotel, con vistas al patio de los tanques. Geniales estos italianos, como planifican.

Antes de llegar al centro de Brindisi, me encuentro el albergue juvenil. Por desgracia, se trata de otro albergue donde parece ser que sólo hay americanos. Les he empezado a coger bastante manía, porque parece ser que donde están ellos, es imposible dormir, aparte que son una gente bastante cerrada.

Tras una ducha rápida y cambio de ropa, decido salir a cenar y ver un poco la ciudad, aunque parece ser que no tiene nada. Lo que más me ha llamado la atención es un monumento fascistoide de los muchos que tiene. Este no tiene desperdicio. Es una especie de ranura enorme de la que sale agua a raudales. Todo en mármol y a lo grande. En Italiano proclama “Por la renovación del fascismo, levanta este monumento Benito Mussolini, glorificando a Victor Manuel”. Pues nada hombre, salve y gloria a todos ellos y a su **** madre tambien. Tanto monumento fascistoide, no sé donde vamos a llegar. Me imagino que la fiesta nacional tendrá el nombre de alguno de estos.

Esperando el ferry para mi traslado desde Brindisi hasta el puerto griego de Igoumenitsa

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