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En
una época de profundo romanticismo, el siglo XIX, Matilde Peñalver y
Beristain, contraviniendo las reglas de la aristocracia a la que
pertenece, se enamora de Adolfo Solís, un militar sin fortuna,
confiando en que su padre—justo y bondadoso—la dejará casarse con
él. Pero Augusta, su madre, está decidida a casar a su hija con un
hombre rico para salvar a la familia de la ruina económica. Manuel
Fuentes Guerra es el candidato perfecto ya que es joven, guapo y de
buenos sentimientos, y acaba de heredar una gran fortuna.
Augusta ignora que Manuel es hijo bastardo de Joaquín Fuentes Guerra,
un poderoso terrateniente que abusó de una humilde pueblerina, y hace
tan sólo unos meses que reconoció a Manuel como su hijo.
Por medio de intrigas, la arrogante Augusta y su hijo Humberto logran
que Adolfo vaya a prisión, y hacen creer a Matilde que su amado es
casado y tiene hijos. Matilde, despechada, presionada por su madre y,
sabiendo que Manuel cubrió las deudas de la familia, acepta casarse.
Adolfo logra escapar de prisión y lo primero que hace es buscar a su
amada Matilde, quien se acaba de casar con Manuel. Desesperado y a
escondidas, Adolfo logra hablar con Matilde y aclarar los malos
entendidos. Jurándose amor eterno, deciden huir juntos. Pero Manuel los
descubre y, aún herido en lo más hondo, no está dispuesto a renunciar
a ella. La lleva a su hacienda y allí consuma el matrimonio.
Es amarga la estancia de Matilde en la hacienda porque ella no ama a su
marido y además tiene que soportar los atrevimientos y las intrigas de
Antonia, la hija del antiguo administrador, que está enamorada de
Manuel.
Por su parte, Adolfo, luego de una intensa y desesperada búsqueda,
averigua el paradero de Matilde y suplanta al nuevo administrador de la
hacienda para llevarse de allí a su amada. Manuel, sin saber quién es
en realidad el nuevo administrador, simpatiza con él, dándole un trato
amistoso. Adolfo, a pesar de los celos, tiene que admitir que Manuel es
un hombre bueno, honrado y cabal.
Es durante este tiempo que Manuel y Matilde descubren haber sido víctimas
de la codicia y las intrigas de Augusta y Humberto. Al mismo tiempo, las
sutiles atenciones, las miradas llenas de pasión y el deseo siempre
latente de Manuel, terminan por conquistar el corazón de Matilde que un
día, de repente, se da cuenta de que el amor que sentía por Adolfo ha
desaparecido y que en su lugar existe un nuevo sentimiento más intenso,
un amor real hacia su marido.
Matilde enfrenta con dolor el decirle la verdad a Adolfo. Aunque no
quiere lastimarlo, ya no lo ama. Adolfo acepta la realidad y, con el
corazón roto, abandona la hacienda el mismo día en que Matilde anuncia
a Manuel que van a ser padres.
Pero la felicidad de la pareja dura muy poco. Manuel descubre quién era
en realidad su nuevo administrador y, en un instante, todo se derrumba.
De nada sirven las explicaciones y las súplicas de Matilde, pues él no
le perdona que nuevamente lo engañara. Furioso y hasta poniendo en duda
la paternidad de la criatura, echa a Matilde de la hacienda. Poco después
intenta olvidarla con Antonia, iniciando una relación que lo compromete
y le dificultará volver con Matilde.
La pareja sigue amándose con locura a pesar de la separación, pero
ambos tendrán que enfrentar conflictos e intrigas antes de poder ser
felices y estar juntos para siempre.
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