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   ¿Somos como islas?

¿Cuál sería el pensamiento de cada uno de mis amigos en el amanecer de este día? Imposible de saber, y menos de sospechar. Algunos a temprana hora podrían estar satisfechos de su permanencia en este planeta, otros elucubrarían sobre el futuro, y posiblemente otros recordarían el pasado. A todos se les podría ocurrir que el momento presente se va diluyendo en un instante tan fugaz como el viento que todo lo acaricia y todo remueve. A alguno podría no importarle en lo absoluto nada de lo que estoy ensayando. Sin embargo, todos tendríamos motivos para celebrar nuestras particulares victorias... la victoria sobre la indigencia (cabe una plegaria por los torpes que no supieron entender las bondades del sistema), la victoria sobre la falta de reconocimiento, la victoria sobre los sentimientos, pues habremos de reconocer que la fría razón debe imperar sobre la calidez de los llamados inconsecuentes del corazón. Así, este día victorioso, como cualquier otro día victorioso, podríamos celebrar la derrota de la verdad frente a la victoria del interés. Y esto es cierto, pues en la actualidad la razón se ha abocado a servir al interés como único receptor de las bondades del trabajo intelectivo. Es más útil justificar corrupciones utilitarias que defender la verdad que ilumina y evidencia los paisajes lóbregos del mal actuar humano. Es más benéfico para el sistema utilizar programas de valores que se quedan en la mera manifestación de expresiones verbales que no tienen contenido actuante, que utilizar la verdad axiológica como guía del diario actuar. Es mejor engañar camuflados con la cáscara de la verdad aparente que cubre lo que mentira es, que arriesgar lo logrado galopando en el lomo de la verdad y de sus consecuencias. Es bonito soñar que el mundo lleno está de premios y de aplausos, carente de defectos y donde el ambiente está perfectamente perfumado con el aroma de la perfección, y de la estética cómodamente sentada en nuestro ambiente previamente construido por una civilización que se empeña en sacrificar miles de seres humanos ante el altar del placer y del dinero.

Días como el de hoy no se volverán a repetir en nuestras vidas. Nos sobrecogemos en estado de perplejidad cuando nos damos cuenta de seres que corren al encuentro de la muerte en intentos suicidas, quizás porque la moderna sociedad de la información nos mantiene al día en las tendencias tecnológicas de vanguardia, pero no considera importante el campo del ser y de sus carencias materiales y espirituales. No somos capaces de darnos cuenta de que muchas veces el suicidio es el último acto de defensa propia, ante los asaltos que la sociedad mercantilista intenta contra la intimidad de cada persona. Quizás debamos entonar una loa por lo magnífica que la nueva civilización es, y debamos enterrar para siempre todo aquello que se relacione con la interioridad, con el campo donde en épocas pasadas se encontraban los humanos sin temores, sin caretas, sin falsas pretensiones de aparentar algo que no fuesen.

Verdaderamente la estupidez humana no tiene límite, y en este país donde vivimos como agregados aparentemente homogéneos, somos más como islas en las que cada quien despierta cada día mirando con un dejo de desconfianza, con un dejo de desprecio, a quienes cohabitan con nosotros las regiones en que nos movemos. Alimentamos aquello que nos destruye, aquello que nos aleja y que nos hace insensibles a las manos que se nos tienden en busca quizás de consuelo, quizás de apoyo. Nos podríamos preguntar sobre la violencia, sobre la inclinación a la brutalidad... pero es más fácil dejarnos llevar por el ritmo seductor del consumismo en cuatro tiempos: consumo, consumo, deshecho y consumo. Probablemente esta obra musical, "la felicidad del consumo", estaría en mi bemol, por aquello de mi be al mol (me go to mall, literary translation).

Y así parece que transcurrirían nuestros días, en los que, así como el universo al expandirse continuamente incrementa los espacios entre las galaxias, también nosotros al mantener la expansión de nuestros dominios y por ende de nuestras cadenas, aumentamos los espacios entre nuestros vecinos y nosotros. Como premio a nuestro esfuerzo, al final de la jornada, estaremos más seguros y más solos en nuestras casas (que no hogares), levantaremos nuestro vaso lleno y brindaremos por el progreso aséptico de nuestro sistema, que al tomar las decisiones por nosotros, nos libera de la posible culpa ante los errores y ceguera de nuestra percepción. Eso sí, ¡solos y enconchados! Brindemos por la sociedad posmoderna en la que toda música en mi bemol nos invita constantemente a la desmesura en el consumo y a nuestro irremediable aislamiento.

Que este mes de diciembre, preludio del fallecimiento de un año 2003 saturado de desventura, desempleo y en cuyo seno muchos sepultamos la semilla de la esperanza para mejores días por ir (sí, dije bien, por ir: debemos salir en la búsqueda de nuevos caminos, a vivir la vida en tiempo activo), sea para todos los lectores de estas letras una oportunidad para llenarse de valor y extender la mano en busca de la unión con otros seres humanos que se encuentran a un paso de distancia. Que sea un mes de plenitud donde podamos seguir manifestando nuestro ser en la sana alegría de quien al ritmo del universo participa en la danza de la vida.

Réplica y comentarios al autor: aguilarluis@prodigy.net.mx




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