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   Pueblo inconcluso

Todos, alguna vez en nuestra vida, hemos de haber escuchado de boca de algún político, palabras acerca de la construcción de nuestro país, sobre los grandes esfuerzos a realizar por cada uno de nosotros, en busca de lograr una gran nación. O tal vez las palabras venían de nuestra maestra de civismo, explicándonos el valor de la patria y los grandes logros de muchos mexicanos.

Muchos nos encantamos al escucharlas en las primeras ocasiones. Con el paso del tiempo, y mientras íbamos acumulando experiencia en nuestras vidas, quizás les atribuyéramos el calificativo de "palabras huecas" (cuando bien les va); y no debido a que todos los políticos practiquen la demagogia -¿o sí?-. Ni porque la maestra de civismo sea una mentirosa.

Lo que sucede es que ya nadie cree en esas palabras, las cuales hemos oído tanto tiempo, mientras redoblábamos esfuerzos y "nos apretábamos el cinturón" intentando conseguir mejores cosas. De nada sirvió tanto sudor y tanto trabajo. Nada más bastaba que llegase un supuesto experto al gobierno, para que con una sola decisión suya, transformara en nada la labor de años de muchas familias.

Hoy pareciera que ya nadie deseara unirse al esfuerzo tantas veces iniciado e igualmente abortado. Actualmente todos nos esforzamos, primero cada quien para sí mismo y los suyos, y a la larga, por lógica, en beneficio del país. ¿Pero dónde han quedado los esfuerzos nacionales que beneficien al grueso de la nación, a aquellos que no tienen medios económicos, que reclaman igualdad, respeto a sus derechos y justicia?

Podemos decir que nos hemos cansado de tanto esfuerzo, sin recibir nada a cambio, y por eso tenemos un país inconcluso, o tal vez sea que nos hemos acostumbrado por generaciones a esta condición que venimos arrastrando desde su consolidación en el siglo pasado. Basta echar un vistazo a nuestra historia para ver una revolución con más de un millón de muertes, la cual sigue inconclusa en sus ideales; como ejemplo, sufrimos un sindicalismo benefactor de líderes y nido de corruptelas.

Vivimos en una incipiente democracia que despierta de su larga inconsciencia, causada por tanto golpe propinado durante décadas. Grandes matanzas, como la del 68, o muchas otras que permanecen en un discreto silencio, y que aun siguen sin resolverse. Conocidos estafadores nunca enjuiciados. Asesinatos nunca castigados. Reclamos sociales siempre acallados y nunca satisfechos. Una igualdad y respeto a derechos para aquellos cercanos al poder, y desigualdad y atropellos para el resto del pueblo. Programas de gobierno no logrados. Indígenas insatisfechos y sus problemas delegados a un mejor momento.

Cosas como éstas son el diario acontecer de nuestra nación; tan comunes que pareciera que no afectan a nadie, mas que a aquellos que los viven de cerca. Todos permanecemos pendientes de estos alarmantes casos hasta que desaparecen de los medios, hasta que nuestra atención es robada, ya sea por el último chisme del señor que calza las botas de charol, o con la noticia de una gran guerra destinada irónicamente a combatir la violencia.

El caso es que de tanto ver situaciones no llevadas a sus últimas consecuencias, de tanto escuchar miles y miles de excusas provenientes de autoridades inertes ante la vida del país, nos hemos vuelto insensibles y despreocupados ante los hechos más comunes o los más crueles. Nos hemos vuelto parte de la "nada" nacional, pues "nada" se ha concluido. Y lo hacemos con una facilidad tal, como el dejar pasar, o el dejar de ver.

En nuestra propia vida buscamos concluir nuestras metas, ya sea que se trate de una dieta o una carrera profesional; buscamos realizar las cosas de la mejor manera. ¿Pero cuántos de nuestros propósitos se quedan en el tintero y cuántos quedan almacenados en el baúl de la desidia? Tal vez se deba a la costumbre de ver y vivir en un pueblo inconcluso...

Réplica y comentarios al autor: spikeretorno@hotmail.com

Perdón, no dejemos las cosas sin terminar. Es tan fácil...




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