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   La impronta de Fidel Castro en la Revolución Cubana

Es imposible comprender la Revolución Cubana sin analizar antes el papel desempeñado en ella por la personalidad de Fidel Castro. Hasta sus enemigos más acérrimos reconocen que incluso en el futuro de Cuba mucho tendrá que ver su legado.

Este es un tema que despierta pasiones y encendidas polémicas, y pocas veces se es objetivo, pues según sea el posicionamiento ideológico desde el cual se produzca el acercamiento al tema, predominan la apología o el ataque fiero y frontal a la figura. Este texto no pretende ser ni lo uno ni lo otro, sólo quiere ser un modesto aporte a la necesaria ubicación en su justo lugar de quien ha representado, quizás en su grado más alto, el espíritu de la Revolución Cubana. Por supuesto, no estoy exento de un condicionamiento político, que parte de mi postura, la cual defino de compromiso crítico con el proyecto socialista nacional.

No se puede dejar de tener en cuenta la tremenda influencia de la personalidad de Fidel Castro en todo el proceso revolucionario cubano. Él ha sabido interpretar las aspiraciones del pueblo y encarnar, en su pensamiento y acción, los sentimientos de rebeldía y liberación que han estado presentes siempre en la historia de Cuba como Nación. Tras casi sesenta años de la instauración de una República independiente sólo en apariencia, que frustró el logro del objetivo primigenio de la gesta mambisa; tras la sucesión de gobiernos "democráticos" y dictaduras cuyas mayores preocupaciones eran (salvo excepciones) robar a manos llenas y agradar al amo yanqui, Fidel lideró un proceso que le dio al cubano dignidad, niveles de equidad y justicia social nunca conocidos, esperanzas de un futuro promisorio, posesión de su propio país. Antes del triunfo revolucionario se encontraba extendida la opinión de que en Cuba podía hacerse cualquier cosa menos una revolución contra los norteamericanos. Era inconcebible, descartado por todos los cálculos políticos. El barbudo comandante de la Sierra, ya en el poder, cometió la "locura" a la que no se había atrevido ningún gobernante anterior: defender los intereses populares y nacionales hasta su enfrentamiento con los de compañías y gobierno estadounidenses. La impotencia que durante tantos años había sentido el pueblo ante la dominación imperialista, cedió lugar entonces a multitudinarias manifestaciones de apoyo a la Revolución y de rechazo a cualquier injerencia imperial en nuestros asuntos. La suma de estos elementos, entre otros, crearon consenso en torno al régimen revolucionario y le dieron solidez.

Fidel Castro se convirtió en la voz del pueblo y éste a la vez fue su fortaleza y su seguidor más fiel. No obstante los errores que ha cometido también en la conducción de la nave revolucionaria, la confianza popular en Fidel llega a tal punto que muchos comentan que los cubanos, más que marxistas, son fidelistas. En tal sentido, la impronta de su figura sobre el cubano común, la vida cotidiana, la sociedad, es un fenómeno que no puede obviarse en cualquier análisis sobre el tema.

Este liderazgo no le ha sido dado por gracia divina, se lo ha ganado por derecho propio. Vino al frente de la libertad cuando bajó de las montañas orientales, fue el primero junto a su pueblo cuando hubo amenaza de guerra nuclear; en los ciclones, en Girón, se le vio siempre en los lugares de peligro. La inmensa popularidad alcanzada durante todos estos años, aunque sufrió un notable descenso en los noventa con la crisis, continúa siendo considerablemente alta.

En los momentos más difíciles, en las situaciones más complejas, el pueblo siente la seguridad de que Fidel está ahí, que nada malo podrá pasar, que él nunca ha perdido, que sabrá hallar la solución y el camino correcto. La misma tranquilidad del hijo que sabe que el padre lo sacará de cualquier apuro. Habrá que ver el desenlace cuando el padre no esté y tenga el hijo que encontrar sus propias soluciones.

Esto pudiera resultar peligroso para el futuro por dos razones: una, la posibilidad de que suceda lo mismo que en la Unión Soviética luego de la muerte de Lenin: la búsqueda de todas las respuestas en sus escritos y discursos, y su aplicación como recetas hechas, acabadas, a las nuevas coyunturas y situaciones; dos, la confianza y seguridad del pueblo en su líder, uno de los elementos unitarios de mayor fuerza, no serán las mismas con los futuros dirigentes. Y hay una tercera: la experiencia soviética demostró que no hay garantías de que las venideras generaciones de dirigentes sepan interpretar siempre los deseos y aspiraciones de la población y que aseguren la continuidad de la Revolución, sostenida firmemente hoy por el pueblo y su dirigencia histórica. El inmenso poder que concentra esta última, obtenido por voluntad popular y puesto al servicio de ella, puede no caer siempre en buenas manos.

La actual dirección de la Revolución empieza a asegurar su relevo, preparando jóvenes cuadros que, llegado el momento, tomarán en sus manos los destinos de la Nación. Sin embargo, por esta vía se podría degenerar en el surgimiento de una casta burocrática perpetuada en el poder, preocupada más en defender sus privilegios que en los intereses populares. No podremos mantenernos sólo con el magisterio y el legado de Fidel, además de que su personalidad histórica es irrepetible. El sistema actual está diseñado para la concentración del poder en manos de un individuo o de un reducido grupo de personas. De no haber sido así, no habríamos podido soportar con entereza cuarenta años de hostilidad constante del imperio más poderoso de la Tierra y de circunstancias difíciles por las que no ha atravesado jamás pueblo alguno. Ahora bien, considero que la continuidad de la Revolución solo podrá lograrse mediante la profundización de nuestro socialismo, creando una alternativa cubana, original, que implemente mecanismos de control popular de la vida pública y política, que ensaye formas de democracia más directa, donde el pueblo tome parte activa, real y efectivamente en la toma de decisiones del país en lo económico, en lo político, en lo social. Por ahí andará el camino. La cultura política acumulada en estas cuatro décadas obrarán a favor del pueblo a la hora de asumir estos inmensos retos y mantener incólumes los principios revolucionarios.

Réplica y comentarios al autor: fjsolar@csh.uo.edu.cu




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