"Por muy poderoso que sea un hombre, nunca lo será suficientemente para mandar si no logra transformar su poder en derecho y la obediencia en deber". Rousseau, Jean Jacques

La intensa cruzada iniciada por el Presidente Bush buscando aliados para la guerra contra el terrorismo pareciera que se está desmoronando frente a la actitud prudente de gran parte de la comunidad internacional, salvo algunos casos excepcionales de ultraconservadurismo como el del primer ministro de Italia, el empresario Silvio Berlusconi del partido neofascista de Acción Nacional y la incondicionalidad empresarial del presidente Fox y el secretario Castañeda en nuestro país.

Todo parece indicar que la expresión de una sociedad madura e informada se resiste a dejarse llevar por los efectos de una inmensa campaña mediática que busca desesperadamente el consenso para iniciar una guerra cuyos objetivos y acciones son indefinidas, confusas y contradictorias. La lección es clara: la respuesta mundial habría sido mucho más participativa si en lugar de buscar aliados para la guerra, se hubiera buscado aliados para la paz.

Lamentablemente esa es la tendencia: los estudios mismos tienden a considerar las guerras, en vez de los periodos de paz, como unidades de análisis que en la mayoría de los casos nos hacen definir la paz como la «ausencia de guerra». Con esta perspectiva, la visión del gobernante se hace utópica y la mayoría de las veces cae en la especulación y la subjetividad. Ahí está un presidente Bush, avanzando a ciegas y perdiendo lenta pero inexorablemente un enorme capital político que recibió de un pueblo y un congreso razonable y justamente aterrorizado. Pretende una alianza internacional para la guerra, en lugar de buscarla para la paz. Primer error.

Los tormentosos tiempos que vivimos nos obligan a reconocer dos bienes de valor incalculable: paz y libertad; y hablando del primero distinguimos dos conceptos de paz: la paz negativa, esto es, la ausencia de violencia organizada entre grupos humanos, llámense naciones o grupos raciales o étnicos o religiosos; y la paz positiva que sería el modelo de cooperación e integración entre los grupos humanos.

El gobierno de una nación como los Estados unidos, que se ha caracterizado por su vocación bélica, expansionista e intervencionista -por más socios que seamos ahora, no podemos ni debemos olvidar nunca que se anexaron más de la mitad de nuestro territorio original, sin que eso constituya una actitud antiyanqui, nada más lejos que eso... pero la burra no era arisca- no tiene por razones obvias, la autoridad moral para convocar una cruzada como la que pretende Bush. Segundo error.

La instancia legal que podría sin duda conseguir el consenso mundial para promover la paz y por añadidura combatir el terrorismo es la Organización de las Naciones Unidas.

No deja de ser significativo de que tanto la Sociedad de las Naciones como las Naciones Unidas surgieran a raíz de las dos guerras mundiales más importantes, y que los dos organismos hayan sido concebidos como el instrumento más idóneo para evitar una siguiente guerra mundial.

El artículo 55 de la Carta de las Naciones Unidas solicita la colaboración efectiva de todos los miembros ya sea en los campos económico, social, sanitario, cultural y de los derechos humanos, «con el propósito de crear las condiciones de estabilidad y bienestar necesarias para las relaciones pacíficas y amistosas entre las naciones... » Es aquí, en el seno de la ONU donde se deberá de retomar y reforzar un efectivo sistema de seguridad colectiva. Asumiendo todas las obligaciones y todos los riesgos. No hay de otra.

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