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   Camino a una catástrofe climática

La temperatura de nuestro planeta está aumentando. Los últimos 10 años han sido los más calurosos desde que se llevan registros, y los científicos anuncian que en el futuro será aún más caliente. La mayoría de los expertos están de acuerdo que los seres humanos provocan un impacto directo sobre este proceso de calentamiento, conocido como el efecto invernadero.

Este proceso es una condición natural de la atmósfera del planeta. Algunos gases, como los vapores de agua, el dióxido de carbono y el metano son llamados gases invernadero, pues ellos son los responsables de atrapar el calor del sol en las capas inferiores de la atmósfera. Sin ellos, la Tierra se congelaría y nada podría sobrevivir en ella.

Si tomamos como ejemplo el aumento del dióxido de carbono, las investigaciones científicas indican que, aparentemente, la cantidad de dióxido de carbono atmosférico habría permanecido estable durante siglos, en unas 260 ppm (partes por millón). En los últimos 100 años, este gas en la atmósfera ha ascendido a 350 ppm, a causa del uso indiscriminado de los combustibles fósiles (carbón, petróleo y sus derivados). Lo significativo de este cambio es que puede provocar un aumento de la temperatura del planeta.

El dióxido de carbono tiende a impedir el enfriamiento de la Tierra, absorbiendo las radiaciones que usualmente ésta emite y que escapan al espacio exterior. Como el calor que escapa es menor, la temperatura global del planeta aumenta.

A medida que el planeta aumenta la temperatura, los cascos polares se derriten. Además, el calor del sol, cuando llega a los polos, es reflejado de vuelta hacia el espacio. Al derretirse los casquetes polares, menor será la cantidad de calor que se refleje, lo que hará que la Tierra se caliente aún más. El aumento de la temperatura global ocasionará que se evapore más agua de los océanos, provocando un mayor calentamiento, conocido como efecto amplificador, cambiando el clima que afectará a la vegetación natural, a las cosechas y tendrá graves efectos sobre el ambiente. Todo esto provocaría un enorme impacto sobre la civilización humana.

El calentamiento global es ciertamente uno de los problemas más importantes de la agenda ambiental internacional. Un documento del Pentágono norteamericano, emitido en febrero del 2004, advierte al Presidente de los Estados Unidos que los cambios climáticos abruptos y repentinos, generados especialmente por los gases contaminantes que liberan las industrias podrían llevar al planeta al borde de la anarquía y de la guerra nuclear ante las dificultades para proveerse de los suministros básicos, cada vez más difíciles de conseguir.

Las ciudades europeas podrían verse sumergidas por la crecida de los mares, en tanto que para el año 2020, Gran Bretaña tendría un clima siberiano. En todo el mundo podrían producirse conflictos nucleares, grandes sequías, hambre y disturbios generalizados. En este contexto, los países desarrollarían su capacidad nuclear para defender y asegurarse la provisión de agua, alimentos y de energía.

La amenaza a la estabilidad global eclipsará, con creces, el problema del terrorismo. Los disturbios y los conflictos serán rasgos endémicos de la vida.

Las conclusiones son humillantes para el Presidente norteamericano, quien se niega a tomar medidas para combatir el cambio climático, y que, además, se ha negado sistemáticamente a ratificar el Protocolo de Kioto para reducir las peligrosas emisiones industriales a la atmósfera.

El escenario inminente de un cambio climático catastrófico es posible y pondría a prueba la seguridad nacional de los Estados Unidos, en forma que ésta debería analizarse cuanto antes. Las inundaciones generalizadas por el aumento de los niveles del mar son una de las amenazas más temidas.

El referido informe fue encargado por el influyente asesor de Defensa del Pentágono, alguien que ha ejercido una considerable influencia sobre el pensamiento militar estadounidense en las últimas tres décadas. La administración Bush está comenzando a ser atacada por manipular a la ciencia para satisfacer su agenda política y silenciar de esta manera los estudios que no le gustan.

Si es cierto que el planeta se encuentra sumido en un proceso febril que altera todos sus sistemas naturales, también es cierto que a la Argentina le caben las generales de la ley.

Aumento de lluvias y sequías, incremento de las temperaturas máximas promedio, perdida de tierras costeras e intrusión del agua salada en sus recursos hídricos, son algunos de los fenómenos que los modelos climáticos permiten pronosticar para las próximas décadas.

Los escenarios indican que el mayor calentamiento se produciría en el Noroeste. En verano, la máxima diaria podría incrementarse en 1.2 a 4.2 grados. Con respecto a las precipitaciones en verano y otoño, el Sur y la región occidental (al oeste del meridiano 67 grados O.) experimentarán una disminución de las precipitaciones. Pero la parte oriental experimentará el fenómeno contrario, particularmente al norte de la Mesopotamia. En invierno y primavera, la zona Norte experimentará aumento de lluvia, pero en el Cuyo y al norte de la Patagonia, las precipitaciones disminuirán.

Traducidos en hechos concretos, estos parámetros tienen inquietantes implicancias. En lo que respecta a la Argentina, no cabe duda de que su territorio, árido y semiárido en más del 50% de su extensión, sufrirá las consecuencias del incrementó de temperatura y la fusión de glaciares y del hielo continental. Los cambios en la distribución e intensidad de las lluvias, así como el incremento de la sequedad, debido al aumento de la evapotranspiración real, impondrán restricciones a la agricultura, particularmente por los problemas derivados de los cambios en las precipitaciones.

Las extrapolaciones indican que la producción de soja se incrementaría en un 13% a un 41%; la de maíz se reduciría entre el 0% y 18%, mientras que el trigo y el girasol podrían alcanzar desde incrementos del 10% a reducciones del 16%. Es más, un modelo desarrollado por la NASA ubica a la Argentina como un país cuya producción agrícola total podría aumentar entre el 2 y 5 por ciento.

Pero la situación en las regiones más áridas, como la Patagonia y el Centro Oeste (Cuyo), dependerá de la disponibilidad futura de agua. Las evaluaciones del IPCC muestran que la mayoría de los glaciales andinos tenderán a desaparecer hacia el año 2100, mientras que los glaciales patagónicos se mantendrán hasta entrado el sigo XXII, por lo tanto la disponibilidad de agua en estas regiones dependerá de las lluvias y nevadas futuras. Cabe recordar que durante la sequía de 1960 la carencia de agua originó en Mendoza la perdida del 35% de su PBI (Producto Bruto Interno). Esta situación, sumada al aumento de la población, podría limitar gravemente la importante producción frutihortícola de Mendoza, afectar la producción de energía hidráulica y reducir la disponibilidad de agua potable.

Con respecto al aumento del nivel medio del mar, podría ser de entre 15 y 88 cm. Las pérdidas de costas argentinas supondrían unos 3,400 km. cuadrados de tierras.

Nuestra generación se enfrenta a la oportunidad más extraordinaria de grandeza que ninguna otra generación en la historia de la humanidad haya tenido jamás. Si no cambiamos nuestro rumbo y simplemente nos detenemos a dejar que el tiempo transcurra, seremos más odiados que ninguna otra generación que haya existido. Las futuras generaciones sabrán que nosotros éramos conscientes de la peligrosa explosión demográfica de nuestra especie, de la pérdida de la biodiversidad, del calentamiento global, de la contaminación de los mares, el aire y la tierra, y del adelgazamiento de la capa de ozono. Podrán observar que teníamos información más que suficiente para comprender que los problemas que habíamos provocado requerían de soluciones, y verán con igual claridad que fallamos para actuar con la fuerza suficiente para salvar a la Tierra. Y nos odiarán por eso... porque habremos cambiado nuestro confort por su futuro.

Réplica y comentarios al autor: cristianfrers@hotmail.com




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