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   Un sueño kafkiano
por Federico Campbell
La hora del lobo

Ha caído en desuso la palabra angustia y se prefiere hablar de ansiedad cuando uno entra en un callejón sin salida. Nuestra amiga María Moliner entiende que la raíz "ang" procede del verbo latino "estrechar" del que se derivan vocablos como angosto, ansia, angina, esquinancia, y angustia. Uno no sabe muy bien dónde se encuentra y sobrevive, así sea momentáneamente, en la zozobra, idea tomada de la navegación marítima y que alude a la inminencia de un peligro "natural".

Esta desazón causada por la impotencia para desenvolverse, este "malestar físico intenso que produce respiración fatigosa y sensación de no poder vivir", se homologaba en los años 60 -por personas psicoanalizadas y afectas a la literatura de Jean-Paul Sartre- a un miedo injustificado, sin causa aparente, sin una amenaza real a la vista. Un terror salido de la nada. Como el pánico.

Y no es infrecuente que este estado se suscite en el sueño: personajes y situaciones comparecen y se establecen por esa tendencia que tiene el sueño de montar las cosas como si estuvieran insertas en una historia. Ejemplo: el que sueña se ve preparando las maletas y no acaba de cerrarlas cuando el taxi ya llegó y ya es demasiado tarde para llegar al aeropuerto. Otro: las cuentas no salen; faltan números, papeles, recibos, y hay algo que no se entiende. Y otro más: el soñante busca a una mujer en la multitud y no la encuentra. Trata de caminar y no puede. Se mete en un automóvil y el chofer resulta ser Jorge Luis Borges, sin licencia de manejar por invidente. El horror estalla en un grito y el soñante despierta. Lamenta la oscuridad y el hecho, comprobando en el reloj de cabecera, de que aún faltan cuatro horas para el amanecer.

Respeto al argumento de un sueño uno se pregunta por qué. Pero en relación a la trama, la pregunta es ¿qué sigue? ¿Cómo se suceden las cosas? ¿Por qué se interrumpe la continuidad?

Franz Kafka tiene un cuento en el que K se pasea por un cementerio en el que hay dos caminos muy artificiosos. K se mete por uno de ellos y se encuentra con un hombre que sostiene en la mano un lápiz con el que traza figuras en el aire. K ansía que el hombre del lápiz siga escribiendo pero algo se lo impide, presa de una gran confusión, aunque no puede decir la causa. Aparece después una gran fosa de paredes escarpadas en la que K se hunde y cuando su nombre es inscrito con poderosos ornamentos en la piedra, despierta. Así termina "Un sueño".

Sin embargo, no está aquí lo verdaderamente kafkiano. Otro cuento de Kafka ilustra mejor esa sensación de absoluta impotencia: "Una confusión cotidiana."

Un personaje se llama A y el otro B.

A tiene que cerrar con B, de pueblo vecino H, un importante negocio. Entonces se traslada a H, pero cuando llega por la noche, agotado, se le dice que B, enojado por la ausencia de A, ha salido hace media hora para buscarlo en su casa.

Se pudieron haber encontrado en el camino. Le aconsejan a A que se espere, que B no tarda en volver, pero A, angustiado por el negocio, se regresa a su casa.

En casa le dicen que B llegó hace tiempo, justo en el momento en que A abandonaba su casa. A se topa con B y B le recuerda el negocio, pero A le dice que en ese momento no tiene tiempo, que tiene mucha prisa.

No obstante el extraño comportamiento de A, B se queda para esperarlo y aún se encuentra arriba, en la habitación de A.

La confusión aumenta en el relato porque se supone que ya se habían encontrado. Sin embargo, contra toda lógica, Kafka escribe que, feliz de poder hablar con B y poder explicarle todo, A sube corriendo las escaleras. "Ya casi ha llegado arriba, cuando tropieza y sufre la rotura de un tendón. En un estado semiconsciente provocado por el dolor, incapaz de gritar, gimiendo en la oscuridad, A escucha y ve cómo B, difuminado por la distancia y por su gran proximidad a él, baja furioso las escaleras y, finalmente, desaparece."

Si lo rulfiano podría ser el encuentro con un pueblo fantasma y la súbita aparición y desaparición de voces encarnadas, lo kafkiano por excelencia sería esa confusión sin aire y paralizante. Porque lo kafkiano es el laberinto del desencuentro: querer estar en un sitio y no terminar de estar en otro.

Lo que angustia en el sueño es que no se enlace bien la trama, no poder responder a la pregunta ¿qué sigue?

A Kafka, como sabe el desocupado lector, se le ha considerado "un símbolo de la inseguridad del individuo en el mundo moderno, de los problemas existenciales y anímicos, de la desolación, de la desesperanza y del desarraigo", según dice su traductor José Rafael Hernández Arias. Pero por mucho que se le interprete, o se le descifre, o se le quiera descubrir la clave, Kafka se sigue manteniendo en el misterio.

Críptico e irónico, de una malicia literaria insuperable, Kafka hace el cuadro y le pone un titulo: "Un artista del hambre", "Josefina la cantora", "Chacales y árabes". Y no explica más. Pero va más allá de lo visible, si aceptamos que la ficción es más verdad que la historia. Detrás de la apariencia de las cosas, gracias a Kafka podemos vislumbrar que acaso la angustia no sea sino otra manifestación de nuestro incontrolado sistema nervioso autónomo, de nuestro cerebro más primitivo, de nuestro cerebro reptil. Y esa circunstancia podría aproximarnos a la comprensión del suicida impredecible, que no puede sustraerse al jalón inexorable.

Réplica y comentarios al autor: federicocampbell@yahoo.com.mx

www.paginadeautor.com




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