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   Pata de perro
por Federico Campbell
La hora del lobo

A FCP

--Andiamo.
--Andiampo pure.
Aldo Palazzeschi, La pasegiatta

Ryszard Kapuscinski siempre ha sido un pata de perro. Donde quiera que hay un lío, sobre todo en los países africanos, allí está con maletita y su libreta de notas. Ha oído el zumbido de las balas mucho más que los militares latinoamericanos. No asume la caminata como meditación o como relación con la naturaleza, a la manera de Henry D. Thoreau en Walking, sino como una necesidad para entrar en contacto con la gente.

Y es que el periodista polaco, que ha hecho del periodismo en libro un género que nada le pide a la ficción literaria, cree que el reportero debe viajar solo, porque es importante ver el mundo que se investiga y penetra con los propios ojos. "La presencia de otra persona influye sobre nuestra percepción de las cosas. Sus gestos, sus comentarios, cambian esta limpia relación del escritor y el mundo que lo rodea."

(En el viaje en pareja se quiere todo lo contrario: compartir con el ser amado el asombro de los caminos, los mares, las montañas y los recovecos de las ciudades, el placer de la conversación.)

Cuenta que una vez él y unos camaradas estuvieron haciendo un documental sobre África con un equipo inglés que por primera vez ponía pie en ese continente. Recorrieron lugares apartados y cuando llegaban a cualquier sitio los colegas se ponían a llamar a Londres desde sus teléfonos celulares. "Viajaron conmigo tres meses pero emocional y mentalmente nunca estuvieron el África; todo el tiempo estaban en Londres."

Y es que para Kapuscinski (léase Imperio, un reportaje sobre el desmembramiento de la Unión Soviética como nación, o Ébano, un periplo hacia el corazón de los países africanos) una de las características del reportero es la empatía, la habilidad de sentirse de inmediato como un miembro más de la familia: "Compartir los dolores, los problemas, los sufrimientos, las alegrías de la gente, que de entrada reconocen en él si realmente está entre ellos o si no es más que un pasajero que vino, miró alrededor y se fue."

No se hace pues el periodismo desde un escritorio. Sin la gente, el periodista está perdido. Su profesión depende de la ayuda y la voluntad de los otros. En cierto momento, en lo que cambia un semáforo, puede decidirse toda su carrera, porque en esos minutos, un chofer lo puede llevar a una mina de combate o puede negarse.

Tanto la humildad como la gratitud cuentan de modo crucial. La arrogancia y el despego pueden hacer que la gente lo corte y no le hagan caso. De ahí que el oficio -lejos de la prepotencia de quienes cubren los corredores del poder- tiene que ejercerse con modestia. Los pueblos están llenos de historias. Basta saberlas encontrar.

Lo que ha fascinado a Kapuscinski es que el siglo XX ha sido el de la descolonización y el de las grandes migraciones del campo a las ciudades. Nunca antes se habían inaugurado en el escenario político tantos países, más de ochenta. No le impresiona nada la velocidad de las transmisiones contemporáneas y cree, como García Márquez, que la mejor noticia no es la que se da primero sino la que se da mejor. Le tocó un siglo maravilloso, siente: el paso de las generaciones que mueven la historia como Sísifo a la piedra, hacia arriba. Si el telégrafo, la radio, el teléfono, la televisión, el cine, no acabaron con la prensa escrita como se temía, ahora tampoco el internet ni el correo electrónico sustituirán al reportero vivo en el lugar de los acontecimientos. La prensa escrita sigue desarrollándose. "Los medios amplían el método de existencia de la palabra, de la transmisión de la palabra. No se acaban unos a otros: se amplían."

No le gustan mucho las novelas. Cree que la realidad y los personajes vivos que comparecen en el teatro del mundo son mucho más interesantes y sus historias más inusitadas que las que provee el mercado de la literatura. ¿Qué novela de los últimos años ha podido conmover tanto como una historia real?

Ha conocido el tedio de las redacciones y también los tiempos muertos de espera en el extranjero cuando trabajaba en una agencia de noticias, en las que ni importa el escritor. Pero se regocija de haber tenido que cubrir ese trabajo de esclavos para escribir libros, actividad que redondea el sentido de la vida personal de un periodista, para que siga sintiendo que su trabajo se le va de las manos como un puño de arena. Su errancia por las comunidades africanas -esa realidad tan rica, tan colorida, tan diferente a la europea- le daba mucho más información que la que podía meter en los cables de la agencia. "Entonces me encerraba en mi cuarto a elaborar notas que se convertirían luego en libros, mientras mis camaradas se iban a tomar whisky."

En el buen sentido de la palabra, como decía Antonio Machado, la compasión siempre ha estado entre las teclas de su máquina de escribir, analizar, conjeturar, imaginar, fantasear, inventar, porque es fundamental que un reportero se meta entre la gente que, en la mayor parte del mundo, vive en muy duras y terribles condiciones. "Y si no las compartimos no tenemos derecho, según mi moral y mi filosofía, a escribir." Si se pasaba la noche en el Hilton o en el Sheraton, y no en sus casitas de adobe y piso de pura tierra, no podía ser consciente al escribir sobre sus vidas.

"Cuando llegaba la noche, la gente se juntaba desde las siete a contar sus historias, y ése era el momento más literario, más bello, más fantástico del día. Era toda una poesía."

Derecho a réplica y comentarios: federicocampbell@yahoo.com.mx




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