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The Nightfall Tragedy

La primera parte, en gloriosa narrativa, de las aventuras de un grupo de héroes en una galaxia sacudida por la guerra. Léelo si hay redaños.

Malastare

La esbelta silueta de una nave se dibujaba contra el cielo crepuscular cuando el Viajero Errante se aproximó a la pista de aterrizaje. A bordo, su piloto se concentraba en la maniobra, tratando de no prestar atención a su silencioso pasajero. Si al menos se oyera su respiración, pensó, no sería tan inquietante.
-No llevará mucho tiempo –las palabras, emitidas apenas a media voz, parecieron retumbar en el pesado silencio-. En unas horas estaremos listos para despegar.
-Que sea lo menos posible –maulló la ronca voz en el asiento de pasajero. La pequeña figura ni siquiera miró al piloto.
-Amigo, repostar un transporte requiere tiempo. Hay que recargar las células de energía, conseguir repuestos, revisar los controles. No es cosa de cinco minutos.
-Lo menos posible –insistió el pasajero, volviendo hacia él aquel rostro de pesadilla.
Apenas diez frases en todo el viaje; era como viajar con un fantasma. Y aún quedaban dos días de viaje... Seklec abandonó el asiento del piloto y se dirigió a la escotilla, dedicando apenas unos momentos a recoger una raída chaqueta y una pequeña bolsa de viaje.
-Como quieras –replicó-, pero yo bajaría a respirar un poco de aire puro. Todavía queda un buen tramo.
-No necesitabas detenerte. Hay suficiente energía.
-Tal vez, pero tengo que conseguir piezas que no abundan en este sector –explicó, algo exasperado-. Y da la casualidad de que éste es uno de los pocos planetas donde las puedo encontrar.
El hombre se puso la chaqueta, y abrió la portilla. El último resplandor del sol se reflejó en sus prematuras canas. El alienígena se deslizó tras él, el rostro envuelto en su capucha negra. Seklec se alegró de perder de vista, al menos por un tiempo, aquellos ojos de obsidiana y las filas de dientes afilados. Dos horas después habían llevado los recambios a bordo y estaban recargando las células de combustible. Seklec parecía satisfecho por primera vez en todo el viaje.
-Bien, tardarán al menos dos horas en darnos una ventana de despegue. Puedes dar una vuelta por la ciudad, si te apetece.
-¿Y tú, qué vas a hacer?
-¿Yo? Me tomaré una copa.

El Nido del Mynock era un local popular entre los pilotos, probablemente por ser el más cercano al aeropuerto y por ser un lugar donde se podían hacer buenos negocios. Seklec parecía estar camino de hacer uno; se mesaba la perilla mientras escuchaba a su interlocutor, un gesto habitual en él cuando algo le intrigaba.
-Un pasajero, Kas. Busca una carrera al Borde Interior –informó el piloto duros-, pero yo ahora estoy lejos de esa ruta. Pensé que te podría interesar. –El duros indicó con la cabeza al sujeto tras él, un rodiano cuya indumentaria y actitud decían “cazarrecompensas” a voz en grito a cualquiera en cincuenta parsecs a la redonda. En todo caso, esas ropas de colores chillones no le ayudan a pasar desapercibido, pensó el hombre. Se adelantó, mientras el duros se retiraba.
-Seklec Kas, piloto del Viajero Errante. Parece que buscas transporte.
-Reedo –se presentó el rodiano-. Voy a Myrkr. Solo. No respondo preguntas.
Fantástico. Otro cliente parlanchín.
-Myrkr, ¿eh? Casualmente voy hacia allí. Tres mil al contado, la mitad por adelantado. Tus asuntos son sólo tuyos.
El rodiano extendió dos fichas de crédito, cuyas lecturas digitales marcaban “500” y “1000”. Seklec los comprobó de manera casual y los guardó en algún lugar de la túnica bajo su chaqueta. -Ya tienes nave, Reedo. Muelle 14; salimos dentro de una hora. Por cierto... tenemos un compañero de viaje.

Reedo examinó en silencio al enjuto ser ante él.
-Éste es Lug –comenzó Seklec-. Es...
-...un noghri –atajó el rodiano, para sorpresa del piloto. Los noghri no eran una especie abundante en la galaxia, y él se consideraba entre los pocos con algún conocimiento sobre ellos-. Ya nos conocemos.
La perplejidad de Seklec dio paso a la alarma, como si su instinto intentara advertirle contra una coincidencia demasiado extraña. Decidió arriesgar su suerte.
-Me alegro –dijo, en forzado tono jovial-, porque vais al mismo lugar. Si la reacción era la que esperaba...
-¿Myrkr? ¿Qué se te ha perdido allí, cazador? La sorpresa de Reedo alivió al piloto, que instintivamente había deslizado la mano hacia los pliegues de su túnica. No esperaban encontrarse, luego no era una encerrona. Al menos, no para él.
-No soy yo el que va allí a cazar –repuso el noghri.
-¿Insinúas que yo sí?
Los tres entraron en la nave, y Seklec se sentó a los mandos.
-Tomad asiento y abrochaos los cinturones, despegaremos de inmediato –informó, e inició la secuencia de ignición.
-El buen cazador reconoce a otro cuando va en busca de presa- prosiguió el noghri. Seklec creyó detectar una nota de advertencia en su voz, aunque ya resultaba amenazante de por sí. Reedo emitió la extraña risa rodiana.
-Sigues siendo condenadamente astuto; la casa Salaktori me ha ofrecido un trabajo. Muy bien pagado. Deberías intentar algo así, Lug.
-Los noghri no cazamos por dinero, sólo por honor –la voz sonaba entre perpleja y ofendida.
-Como quieras –dijo Reedo, obviamente poco interesado en discutir sobre la cultura noghri-. Aún no me has dicho a qué vas tú.
-A pagar una deuda –respondió, mirándole fijamente-.
-Tú y tus deudas de honor –bufó Reedo-; espero que tu amigo sea agradecido.
-Mi amigo ya no dará las gracias a nadie. Nunca mas.
-Oops. Lo siento –musitó-. ¿Y cómo piensas pagarle, entonces?
-Su cachorro ha quedado solo. Prometí cuidar de él.
-¿Tú, haciendo de niñera? ¡No me lo creo! –el cazarrecompensas trató en vano de contener la risa-. ¿Desde cuándo te rebajas a eso?
-Desde que un hombre como Rodacal me lo pidió –respondió Lug con sequedad. Reedo pareció perder la respiración por un momento.
-¿Rodacal? ¿Ése es el nombre de tu amigo?
-Najer Rodacal; era el director de mi comando –añadió, y una sombra de tristeza asomó a su voz.
-Entiendo –dijo Reedo. Observó el planeta alejándose a través de la ventana, y no dijo más.

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