17 de marzo

17 de Octubre de 2002

Un Hito Latinoamericano, repetido 57 años después: El 17 de Octubre de 1945

Víctor Morón
Red Bolivariana

El 17 de octubre de 1945 fue un día inusualmente bochornoso para una primavera rioplatense que anticipaba el verano. También era un día inusual. Desde temprano, utilizando todos los medios de transporte disponibles, y también a pie, columnas de trabajadores y pobres, "el subsuelo de la Patria sublevado", como lo calificara aquel gigante del pensamiento nacional que fue Don Raúl Scalabrini Ortiz, se encaminaban desde todos los suburbios del conurbano bonaerense hacia el centro de la capital. Hacia la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, la casa de gobierno que sólo una vez, hasta 15 años antes, con Don Hipólito Yrigoyen, había sido ocupada por el Pueblo.

Dos años y unos meses antes una insurrección militar había terminado con la Década Infame, el período de la restauración oligárquica que se inaugurara con el golpe de estado que en septiembre de 1930 derrocara, precisamente, a Don Hipólito.

En el gobierno constituido después del 4 de junio de 1943 rápidamente escaló posiciones un coronel cincuentón, conocido por sus ambiciones intelectuales y políticas, cuya nariz aguileña y su pelo lacio y renegrido reflejaban más sus antecedentes indígenas que su prosapia francesa: Juan Domingo Perón. A los dos años, Perón ya dominaba la escena política, ayudado por su firme voluntad y su talento. Instalado en el oscuro Departamento Nacional del Trabajo, cargo que había solicitado explícitamente, había realizado una ardua tarea de acercamiento con el sindicalismo socialista y anarquista, reorganizado la Confederación General del Trabajo, dividida cuando él comenzó su labor, fortalecido los sindicatos y, a partir de la base social que ello le brindaba, acumulado un enorme poder, que había elevado su Departamento al nivel de Secretaría de Trabajo y Previsión y lo habían llevado a ocupar, acumulando ese cargo, simultáneamente la Secretaría de Guerra y la Vicepresidencia de la Nación.

Demasiado para la reacción liberal-oligárquica agazapada en las Fuerzas Armadas. El 8 de octubre, precisamente en el día de su quincuagésimo onomástico, habían forzado su destitución de todos los cargos y su arresto en la Isla de Martín García, en el medio del Río de La Plata. El General Avalos, comandante de la Guarnición Militar de Campo de Mayo, la más importante cercana a la Capital, y el almirante Vernengo Lima, tendrían pocos días para celebrar su victoria.

Cuando los dirigentes sindicales exigieron al oscuro coronel Fentanes, que lo reemplazó brevemente como Secretario de Trabajo y Previsión, que se respetara (y se pagara) el feriado del 12 de octubre, recientemente decretado por su antecesor, el fugaz funcionario les espetó que fueran a cobrárselo a Perón. El 16 de octubre, avanzada la crisis, Perón fue trasladado, pretextando una enfermedad, al Hospital Militar, en la Capital Federal, y la CGT se declaró en estado de alerta.

La prisión del Líder decidió aun a los tibios a declarar un paro general de actividades, que se realizaría el 18 de octubre, exigiendo su retorno. Pero el Pueblo no esperó. El 17 se movilizó desde temprano, al grito de "queremos a Perón", y rápidamente la Plaza del Pueblo se hizo pequeña para contener a la multitud. La correlación de fuerzas en el seno de las Fuerzas Armadas cambió rápidamente, y a última hora de la tarde el General Farrell, Presidente de la Nación, ante una presión popular que crecía y se volvía insoportable, decidió llamar a Perón para que calmara los ánimos. Perón accedió, con la condición de que se le aceptara el retiro del ejército y se convocara a elecciones en las cuales sería candidato. Los golpistas (el general Avalos y el almirante Vernengo Lima, a los que rápidamente se les agradecieron los servicios prestados, y volvieron a sus hogares) tuvieron que aceptar.

Tarde en la noche, Perón salió al balcón que en los años siguientes continuó siendo el escenario habitual de sus diálogos con el pueblo, y pronunció el primero de una larga serie de discursos, en el que anunció su retiro del ejército y su intención de ser candidato en las elecciones que ya se anunciaban para febrero del año siguiente. Dijo el Coronel:

"Trabajadores: hace casi dos años dije desde estos mismos balcones que tenía tres honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser un patriota y la de ser el primer trabajador argentino. Hoy a la tarde, el Poder Ejecutivo ha firmado mi solicitud de retiro del servicio activo del Ejército. Con ello, he renunciado voluntariamente al más insigne honor al que puede aspirar un soldado: llevar las palmas y laureles de general de la Nación. Ello lo he hecho porque quiero seguir siendo el coronel Perón, y ponerme con este nombre al servicio integral del auténtico pueblo argentino. Dejo el sagrado y honroso uniforme que me entregó la Patria para vestir la casaca de civil y mezclarme en esa masa sufriente y sudorosa que elabora el trabajo y la grandeza de la Patria.

Por eso doy mi abrazo final a esa institución, que es el puntal de la Patria: el Ejército. Y doy también el primer abrazo a esa masa grandiosa, que representa la síntesis de un sentimiento que había muerto en la República: la verdadera civilidad del pueblo argentino. Esto es pueblo. Esto es el pueblo sufriente que representa el dolor de la tierra madre, que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la Patria. Es el mismo pueblo que en esta histórica plaza pidió frente al Congreso que se respetara su voluntad y su derecho. Es el mismo pueblo que ha de ser inmortal, porque no habrá perfidia ni maldad humana que pueda estremecer a este pueblo, grandioso en sentimiento y en número. Esta verdadera fiesta de la democracia, representada por un pueblo que marcha, ahora también, para pedir a sus funcionarios que cumplan con su deber para llegar al derecho del verdadero pueblo.

Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una enorme satisfacción: pero desde hoy, sentiré un verdadero orgullo de argentino, porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la Patria. Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo a quien yo sacrificara mis horas de día y de noche, habría de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien lo ayuda. Por eso, señores, quiero en esta oportunidad, como simple ciudadano, mezclarme en esta masa sudorosa, estrecharla profundamente en mi corazón, como lo podría hacer con mi madre. (En ese instante, alguien cerca del balcón le gritó: ¡un abrazo para la vieja!) Perón le respondió: Que sea esta unidad indestructible e infinita, para que nuestro pueblo no solamente posea una unidad, sino para que también sepa dignamente defenderla. ¿Preguntan ustedes dónde estuve? ¡Estuve realizando un sacrificio que lo haría mil veces por ustedes! No quiero terminar sin lanzar mi recuerdo cariñoso y fraternal a nuestros hermanos del interior, que se mueven y palpitan al unísono con nuestros corazones desde todas las extensiones de la Patria. Y ahora llega la hora, como siempre para vuestro secretario de Trabajo y Previsión, que fue y seguirá luchando al lado vuestro para ver coronada esa era que es la ambición de mi vida: que todos los trabajadores sean un poquito más felices.

Ante tanta nueva insistencia, les pido que no me pregunten ni me recuerden lo que hoy ya he olvidado. Porque los hombres que no son capaces de olvidar, ni merecen ser queridos y respetados por sus semejantes. Y yo aspiro a ser querido por ustedes y no quiero empañar este acto con ningún mal recuerdo. Dije que había llegado la hora del consejo, y recuerden trabajadores, únanse y sean más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse nuestra hermosa Patria, en la unidad de todos los argentinos. Iremos diariamente incorporando a esta hermosa masa en movimiento a cada uno de los tristes o descontentos, para que, mezclados a nosotros, tengan el mismo aspecto de masa hermosa y patriótica que son ustedes.

Pido, también, a todos los trabajadores amigos que reciban con cariño éste mi inmenso agradecimiento por las preocupaciones que todos han tenido por este humilde hombre que hoy les habla. Por eso, hace poco les dije que los abrazaba como abrazaría a mi madre, porque ustedes han tenido los mismos dolores y los mismos pensamientos que mi pobre vieja querida habrá sentido en estos días. Esperamos que los días que vengan sean de paz y construcción para la Nación. Sé que se habían anunciado movimientos obreros; ya ahora, en este momento, no existe ninguna causa para ello. Por eso les pido, como un hermano mayor, que retornen tranquilos a su trabajo y piensen. Y hoy les pido que retornen tranquilos a sus casas, y esta única vez, ya que no se los puedo decir como secretario de Trabajo y Previsión, les pido que realicen el día de paro festejando la gloria de esta reunión de hombres que vienen del trabajo que son la esperanza más cara de la Patria.

He dejado deliberadamente para lo último, el recomendarles que antes de abandonar esta magnífica asamblea, lo hagan con mucho cuidado. Recuerden que entre todos hay numerosas mujeres obreras, que han de ser protegidas aquí y en la vida por los mismos obreros; y, finalmente, recuerden que estoy un poco enfermo de cuidado y les pido que recuerden que necesito un descanso que me tomaré en el Chubut ahora, para reponer fuerzas y volver a luchar codo a codo con ustedes, hasta quedar exhausto si es preciso. Pido a todos que nos quedemos por lo menos quince minutos más reunidos, porque quiero estar desde este sitio contemplando este espectáculo que me saca de la tristeza que he vivido en estos días".

Son frases emotivas. Sólo comparables a las de su último contacto con su pueblo, el 12 de junio de 1974 (que tuve el privilegio de compartir), y que terminó presagiando su muerte, que ocurriría el 1º de julio, casi tres semanas después: "llevo en mis oídos la más maravillosa música, que es la voz del pueblo argentino".

Sobre el carácter (espontáneo o dirigido) del 17 de octubre, que aun hoy es para los peronistas "el día de la Lealtad Popular", se han vertido ríos de tinta. La verdad, seguramente, está en algún punto intermedio. Los cuadros sindicales más ganados por Perón comenzaron a movilizar a sus bases esa madrugada, y los vecinos de las barriadas aledañas a las fábricas, desde donde salían las columnas, simplemente las siguieron.

Después vinieron las elecciones de febrero de 1946 y el triunfo arrollador de Perón sobre la Unión Democrática -espuria alianza entre la derecha oligárquica y la izquierda cipaya-, y el Pueblo cobró con creces, con la felicidad de tener un buen gobierno durante 10 años, su lealtad. En esos diez años la Argentina fue una Nación Socialmente Justa, Económicamente Libre y Políticamente Soberana, como rezaba la Constitución de 1949, y en ella, efectivamente, "los únicos privilegiados fueron los niños".

Después vendrían días aciagos, en los que la vesanía y la traición derrocarían al Gobierno Popular, no sin una buena cuota de sangre, enviando al Líder al exilio, parte del cual, por cierto, transcurrió en la bucólica Caracas de fines de los 50. Luego la Resistencia, con todo su heroísmo y todo su martirologio, para alcanzar la victoria con el regreso del viejo caudillo, ya casi octogenario, tras 18 años de extrañamiento. El resto es historia suficientemente conocida, por lo cercana, e insistir en narrar lo sucedido tras su muerte sería regodearse con la agonía de lo que alguna vez fue un gran país, mil veces traicionado por la alianza militar-oligárquica y por el caballo de Troya, infiltrado en el seno del Movimiento Nacional y Popular, que terminó por destruirlo (al Movimiento y al país).

Tuvieron que pasar casi seis décadas para que esa pueblada se repitiera en el otro extremo del continente sudamericano. En la madrugada del 12 de abril el Presidente Hugo Chávez, Líder de la Revolución Bolivariana, fue derrocado por la traición que anidaba en el alto mando de la Fuerza Armada Venezolana, forjadora por cierto, de la libertad de medio continente. Esa misma tarde la oligarquía vernácula, alentada por las corrientes internacionales más reaccionarias, instalaba su pantomima de dictadura gorila, que no llegaría a cumplir 24 horas en el gobierno. Aquí también "el subsuelo de la Patria Sublevado" se lanzó a las calles a recuperar a su Líder, que era recuperar el Poder. El 12 y 13 de abril fueron días heroicos, santificados con abundante sangre popular, y su recompensa fue el regreso del Líder, en olor de multitud, en la noche del 13, antes de cumplirse las 48 horas del golpe de estado, a ocupar su puesto de Jefe de la Revolución Bolivariana y del Gobierno Bolivariano de Venezuela.

Hoy hay que rendir homenaje a aquel antecedente lejano, aquel 17 de octubre que quedó grabado en la historia argentina como Día de la Lealtad Popular, y al más cercano, del que acaban de cumplirse 6 meses, el día de la Dignidad.

El Día de la Lealtad y el Día de la Dignidad hermanan a dos pueblos que, con distintas tradiciones y con distintos métodos de lucha coinciden en su firme voluntad de conquistar "su única, su verdadera, su irrenunciable Independencia". Que así sea, y no hay duda de que, más temprano que tarde, así será.

Villa de San Carlos de Austria, Cojedes, 17 de octubre de 2002

 

Tomado de Red Bolivariana


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