17 de marzo

11 de septiembre de 2002

Recordando el 11 de septiembre

Manuel González
(Partido Nacionalista de Puerto Rico)


Hablar del 11 de septiembre en prácticamente cualquier lugar del mundo nos hace pensar en lo acontecido el pasado año en la ciudad de Nueva York. Como puertorriqueño me es doblemente penoso ya que alrededor de 800 de mis hermanos perdieron sus vidas ese día. De ellos no se sabe mucho, como nunca se sabe de los de abajo. Ellos fueron trabajadores de mantenimiento, de cafeterías y restaurantes. El 11 de septiembre en Nueva York fue penoso, nos indujo al pánico y a la histeria descontrolada producida por medios de comunicación desvergonzados y un gobierno que aprovecha la oportunidad para legitimarse luego de unas elecciones robadas.

Pero no es del 11 de septiembre del 2001 que queremos hablar. De ese hemos visto sus efectos y algunos entendemos sus causas y podemos comprender su por qué. Pensamos en Santiago, Chile, 11 de septiembre de 1973. Y de la incalculable pérdida para ese país hermano y para nosotros de aquella orgullosa y refrescante democracia que vivieron nuestros hermanos chilenos vilmente arrebatada por las garras imperialistas yanqui y la gusanera local encabezada por el asesino Pinochet.

Entendemos que Salvador Allende no era simplemente el presidente de un país hermano sino un faro de luz continental, guía de nuestras conciencias y valores, porque nosotros al igual que él creíamos en la igualdad del hombre, al igual que él entendíamos que no estamos aquí simplemente para ser marionetas o payasos sino para forjar un presente digno y un futuro alentador para nuestros hijos. Salvador Allende no era enemigo de nadie, excepto de aquellos que querían mantener a las masas subyugadas y dependientes. Con el yugo y la necesidad siempre presente es prácticamente imposible que los pueblos se liberen. De yugo y dependencia sabemos los puertorriqueños, y de asesinatos y represión saben los yanquis .

Podemos repetir sus últimas palabras al pueblo chileno. Verdades universales que son de todos los hombre y mujeres dignas de todos los tiempos y lugares: "Yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser cegada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen, ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos".

Acá en Puerto Rico, por 104 invadidos y ocupados militarmente por el imperio norteamericano, la lucha sigue. Estamos convencidos de que ellos tienen la fuerza bruta, nosotros tenemos la razón y a esa fuerza de la razón no hay poder alguno ni aquí ni allá, que pueda detenerla.

Guardemos pues un momento de silencio por aquellos que en Santiago, Chile ofrendaron sus vidas por todos nosotros. Condenemos siempre el terrorismo y a su principal agente en el planeta: al gobierno de los Estados Unidos de América y recordemos por siempre la agonía por la que el pueblo chileno tuvo que pasar a consecuencia de aquel acto terrorista un 11 de septiembre de 1973. Miles de ciudadanos perdieron sus vidas, miles fueron exilados y la democracia chilena hasta entonces orgullo de un continente fue vilmente violada por los autoproclamados defensores de la misma. Los Estados Unidos tienen una deuda de sangre que pagar, por crear un monstruo llamado Pinochet, por ser los autores intelectuales de una de las dictaduras más sangrientas conocidas en la historia de este continente, por ser el pulpo que ayer y hoy trata por todos los medios de estrangular el justo reclamo de los pueblos a vivir como ellos desean vivir. Ayer fue Chile, anteayer fue Venezuela, por sobre 40 años ha sido Cuba, por 104 años ha sido Puerto Rico, ¿Hasta cuándo?

Recordemos el 11 de septiembre pues, como el ataque terrorista más horrendo de todos los tiempos a los pueblos de Nuestra América, por el enemigo mayor de nuestras libertades, de nuestros sueños., el que escudados en sus cañones , con balas como solución a sus antojos trata de imponer su hegemonía en nuestra América.

Salvador Allende vive, como vive nuestro Pedro Albizu Campos, porque sus vidas fueron ejemplo de rectitud, de valor, de sacrificio. Viven porque la verdad y la razón son virtudes universales y la maldad y cobardía no pueden aspirar a ser nada más que accidentes de la historia.

Condenemos el terrorismo en todas sus formas, condenemos a los gobiernos que como el de los Estados Unidos lo practican como política de estado.


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