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Para Alicia, del Barrio de Flores

Los barrios de Buenos Aires

copia de una nota publicada en la revista Nueva Etapa de enero de 1998

en Mar del Plata

nostalgias y pinceladas de

 

SAN JOSE

DE

FLORES

 

Por Ricardo E. Polo

 

 

 

 

 

Barrio porteño que fue la inspiración

de poetas y escritores. Sus calles cobijaron el encanto de serenatas y

el amor adolescente. Inviernos de niebla en el Parque Chacabuco y primaveras con suave perfume de glicinas...

 

 

 

 

 

 

San José de Flores. El vaivén de los recuerdos suele traicionar la quietud de mi memoria. Lo evoco en algunos nombres que abroqueló el amor.

Es la etapa de mi vida en Buenos Aires. Los que hemos vivido en ese romántico barrio, sabemos que por sus calles pobladas hoy de rascacielos ocupando las viejas quintas, sobreviven entre plátanos centenarios y las cortadas de Bonorino, Membrillar y Rivera Indarte, en Lautaro o José Bonifacio, aquellas glicinas que todavía pueden respirarse para evitar olvidos.

iCuántos recuerdos del primario en el Colegio San José de Flores; la placita que fue Soberanía, en Directorio y Camacuá; el ajedrez y timba en el Velez Sarsfield de Rivadavia junto a la librería Pellerano; el primer beso de amor caminando por José Bonifacio...!

Muchos poetas vivenciaron el sortilegio que fantasmal habita en Flores. Aún presiento mis largas charlas con José Teófilo Marano, el exiliado cordobés; Leónidas Lamborghini con sus "Diálogos al público", o Joaquin O. Giannuzzi, que creyeron en mi en aquella década de los ' 60 con utopías ontolôgicas de Gerald Manley Hopkins... Y cuánto agradezco a Leo Gleizer, que me reveló a Neruda..,

Puedo oír como un eco el rumor de los pocillos de café y el murmullo de las voces en La Chiogna, la burguesía de La Perla o el "popular" La Copla y el Bar Buenos Aires, donde aprendí que amistad y lealtad son sinónimos. También me ensañaron, algunos taitas del bajo Flores, la honradez sin confusiones. Luego vinieron los romances de estudiante, mis poemas sobre el papel comprado en la Pellerano y las enconadas discusiones filosóficas en el Cherry American Bar o en la misma Londres, cuando aún era bacana. La "barra" estaba poblada de disímiles ideas, pero había elocuencias o silencios y todavía se "pensaba"...

Laten en mi memoria los días de niebla de los viejos y desolados inviernos en el todavía boulevard que era la avenida Rivadavia, esperando el tranvía de dos pisos para ir a la aventura de Primera Junta y mirar un poco desde arriba los petit hotel, como aquel Saint Etienne, mientras se erguían súbitamente las primeras casas de departamentos de más de cinco pisos... O saber que en Bonorino y Rivadavia cayó el cabo Baistrocki, cuya placa recordativa se llevó el progreso... Heroico policía de la 38 a quien vi caído después de la bala y llorado por todo el barrio, asombrado y dolorido...

Y muchos nostálgicos aún recuerdan todavía las caminatas de novios tomados de la mano. Por esa avenida Directorio, bajo la bóveda de plátanos en flor, al tibio calor de la primavera y llegar al parque Avellaneda, donde aún se podía prometer amor sincero entre el rumor del viento y el canto de los bulliciosos pájaros anidando en la arboleda.

San José de Flores y el viejo tranvía en la Escuela de Fray Cayetano entre Rivadavia y Yerbal, allí donde luego surgió un mercado y más tarde un relámpago de olvido. Pero aún es posible recordar aquellos tranvías: el 40, 43, 48, por Ramón L. Falcón hasta Lacarra; el 5, 1 y 2 por Rivadavia, que ronroneaban en las noches silenciosas de aquel barrio familiar, burgués, romántico y exquisito, que aún mercantil inspiró a escritores y poetas.

Allí no mas, a dos cuadras de la estación del Sarmiento, todavía se levanta esa media manzana de ventanas, sobre Yerbal y la vía, que inspiró al poeta de los "sesenta balcones y ninguna Flor".

"Yo que estuve un día en la espera inútil del amor perdido, que lloré sobre la mesa de fórmica blanca mi dolor adolescente, que me consolé en la palabra conmovida y consejera del mozo que en La Chiogna me habló de la esperanza... y don "Jai" Sarkissian que memoraba el oriente otomano de turcos y campos ingleses, con prisioneros armenios..."

Porque en aquellos tiempos cada mesa de un bar, en San José de Flores, era un segundo hogar, un refugio de estudiantes, de poetas, de filósofos o arruinados, que con un solo café y un vaso con agua, escuchaban atentos los relatos de don "Jai", hipnotizados por su libra esterlina entre los dedos, transitando las horas sin que nadie pretendiera apurar los tiempos...

Aquél San José de Flores de tantos cines. El familiar Bonorino; la Matinee en el San José, contrastando con las hordas del Minerva, "piojera" santa para los del "bajo Flores", que eran nobles con su pobreza digna...; el cine-teatro Pueyrredón, que estrenó el número vivo y en Carnaval se llenaba con las murgas de todo Buenos Aires; el Fénix, que era un hito en el teatro; el Flores coqueto y señorial; el Continental de la antigua Carabobo; el Rivera Indarte junto a La Perla; el San Martín de los martes con Disney y el Artigas que venido a menos se apagó una tarde.

San José de Flores el de los corzos que murieron definitivamente en aquél 1955, lluvioso, trágico y conmovido... cuando las tropas acantonaron el 23 de septiembre, en la calle Camacuá, para un toque final al peronismo...

"Y entonces, un sábado por la noche en esa transitada e histórica vuelta, de Rivera Indarte a Carabobo (desde La Perla a la Londres) por aquella Rivadavia que exhibía las mejores pibas de todo Buenos Aires, unos ojos grandes, fijos, insinuantes, me engancharon para siempre..."

 

 

 

II

 

Y a cuántos, que quisieron la conquista a lo pirro y terminaron entrando por Salala 50 a pedir horario... Porque desde los remotos tiempos del padre Levene, ninguno se salvó del altar, en la Iglesia de San José de Flores...

Hoy ha crecido. Los pequeño-burgueses de entonces, son conocidos comerciantes y sus hijos prósperos profesionales y también, por qué no, algún "atorrante" o tal vez, aventurero, como el tuerca que se fue a Miami de paseo y allí se quedó... te acordás bujía... ?

Pero aquella "quinta de Fierro" como la llamaban los políticos de la época, hoy padece la explosiva expansión del hormigón armado que día a día se convierte en rascacielos, naturalmente enraizados sobre la tierra de las viejas quintas, en la memoria de sus tradicionales familias y el recuerdo cierto de quienes habitamos su exógeno misterio.

Parece que las vivencias signan para siempre el corazón de los hombres. Así mi corazón quedó signado por la inmensidad del amor. Ese que surge como el universo todo que se observa con asombro. Que se queda pendiente, como al borde de un abismo previsible. Que una tarde cualquiera, por una cosa cualquiera, se rompe en mil pedazos como el espejo de la superstición. Porque el corazón lo siente como los siete fatídicos años de la mala suerte. Son los amores de adolescente, que en San José de Flores forjaron mis penas y tuvieron sus nombres: Esthercita, en el Club Bonorino, Judith en Saint Ettienne, Beatriz, que fue en septiembre, como un eco perfumado y para siempre...

Después, sobreviene la madurez, la seriedad y el compromiso. Se forja la vida, emerge la familia. Queda la nostalgia, pendiente de un frágil hilo, que solo la memoria rescata y anuda.

Había llegado a San José de Flores por el '46 o el '47. Mi niñez y adolescencia suponen un libro. Tanto recuerdo me abruma en el tiempo. Aunque mi corazón estaba en Fundes y Alberti, en esta Mar del Plata donde nací bajo los auspicios de Leo. En mi corazón me supe exiliado, siempre extrañé las playas de arena y el oleaje del mar. Sin embargo, Flores me atrapaba con sus ancianos plátanos; sus glicinas perfumadas. Vinieron luego mis amores de estudiante, con los inviernos de nieblas en las románticas pérgolas matinales del Parque Chacabuco; los scoutīs laicos de Terrada y la vía; mi asombro por el piano genial de Jorge Legal de Kermadek y el misterio de Sara María en su casona de Avellaneda y Terrada y hasta recuerdo los patrióticos chocolates del 9 de julio en la 38, para luego llevar a pulso la bandera argentina al mástil respetado, de la plaza Pueyrredón.

Cómo olvidar al Enrique Dumas de la plaza Soberanía, cantando a los pibes de Lautaro y Directorio; a Paulita Gales en sus primeros trinos, a Roberto "tito" Escalada en su casa del pasaje Timbó; Alberto Migré con su amigo Mario de Rosa; la casona de Libertad Lamarque; a Betto Gianola solitario en el Sherry o mis charlas espaciales con Alejandro Vignatti en la casa de su tío, sobre Ramón L. Falcón.

Tantos recuerdos se agolpan y abalanzan, que interrumpen la intención de esta nota.

Estaba en la búsqueda de una palabra, Queda materializar los recuerdos, los más trascendentes, inasibles tal vez porque ya fueron pero que en la memoria subyacen y retemplan la solidez del alma. La palabra surgió con la suave brisa que impulsa la memoria y fue nostalgia. Y en ella presumo sobrevivir, porque estoy seguro que alguno de aquellos nombres recordará el mío. Y por que no, lograr así trascender mi existencia a la imponente ingratitud del olvido...

Ya de regreso a mi tierra, donde también experimento la sensación de exilio como tantos marplatenses, siento. Aquí, en esta ciudad bellísima donde el mar me alienta cada mañana en su horizonte y en el bramar de las olas cuando mis ojos se pierden en la abisal distancia tan solo temporal, San José de Flores retorna y me estremece. Y en el vértigo de los recuerdos y la angustia de la nostalgia, el perfume de las glicinas se suma a la cadencia del andar con Ella. Del brazo, por Directorio hasta el parque Avellanada, donde ciertos juramentos de amor podían confundirse con los versos de Neruda, por aquello del... amo el amor de los marinos que besan y se van.../ una noche se acuestan con la muerte / en el lecho del mar

No suele ser cotidiano que los recuerdos de aquél, mi barrio del exilio, me abrumen hasta escribirlos. Pero en el confuso estremecer de tanta cosa, San José de Flores me hizo sentir que... Ayer -mirando el último crepúsculo- yo era un manchón de musgos entre unas ruinas ... Y aquí estoy yo ... / mordiendo solo todas las tristezas/ como si el llanto fuera una semilla/ y yo el único surco de la tierra. (1)

Ahora, aquí, en Mar del Plata, con el peso de los tiempos idos, leyendo a Pablo Neftaly ya mas de mil veces, me abarca el recuerdo de aquel barrio en el que una parte de mí tiene raíces. Y deseo contener el grito de poder tenerlo, pero ahora está tan... lejos... la bruma de las olvidanzas - humos espesos, tajamares rotos- que el poeta no consigue aliviar con sus versos, toda la nostalgia que ya es mi bruma de mar...

 

 

(1) Algunas estrofas del poema Barrio Sin Luz, de Pablo Neruda.