DEL LIBRO DE
POEMAS
DIOS SE HA
FATIGADO
BOGOTÁ- COLOMBIA, 2001
Porque los vivos tienen que
recordar siempre
Lo
que los muertos no pueden olvidar nunca
Laurence Durrell
CARLOS FAJARDO
FAJARDO*
de mi bosque
1
Mis deudas con este siglo no han sido pagadas
ni las pagaré.
¿Para qué pagar deudas cuando todo se nos debe?
La vida ha sido vendida
y no han cumplido con el plazo previsto.
La muerte viene a escarbar mis vísceras.
El reloj que aferro a la muñeca también es mi condena
y escucho voces anunciando tiempos de fin.
No construyo sueños.
¿Quién dijo que los poetas construyen sueños?
La estirpe que los signa
es un largo cortejo de vacíos
apuntan palabras para poder soportarse
desean palpar lo que no se puede palpar
sus poemas son secos paisajes en un país abrupto
muy pocos para mencionar tantas penas.
Saben que han de morir
eso es lo exacto.
Su felicidad no alcanza para todos
Hoy que llueve sobre Bogotá
leo tus poemas Nazin Hikmet, tus cartas desde las cuatro cárceles,
el recuerdo de los patios sonoros en Istambul
el lento pero seguro avance de tu angina de pecho.
No me desilusiono ni lloro.
Tampoco soy un simple desesperanzado.
Sin embargo, Nazin, mi país es una cárcel mayor,
mayor que la de tu Ankara, más fría que la de Cankiri
más insoportable que la de Bursa.
Todas tus cuatro cárceles reunidas son apenas recintos con jardín.
Como tú, turco naciente,
en el nombre de esta tierra tomo la palabra
y malas noticias me llegan con lluvia matutina
malas noticias sobre un país cerrado donde nadie nos deja cantar.
Prisionero, exiliado eterno,
con quince heridas, según decías,
escribo en torno a estas paredes deseando ver una luz.
Escucha Hikmet este poema compuesto por varias manos
con despedazadas uñas de tanto escarbar.
También estamos incomunicados como lo estuviste en Ankara
donde te prohibían ver el cielo azul y un árbol silvestre
plantado en algún sitio.
También hablamos con nosotros mismos
en siniestras ciudades
y nos dan ganas de llorar sobre algún seno
llorar o insultar temblando en la lluvia.
Destrozados, solos con el vaivén de lentas horas,
vigilados desde los cuatro costados
se abre nuestra ira como una gran verdad
y en las torres del aire
lanzamos gritos por oscuras ventanas.
Nazin
Hikmet, llueve sobre Bogotá.
Yo releo tu poema a Taranta-babu
pero no puedo hacer un himno para beberme el sol
no puedo estrechar mi pecho y darme alegría.
¿Cuándo cesará esta llama que a todos calcina?
3
Escúchame Giovanni Quessep
seguiré feliz a pesar de la muerte
que me asecha desde las araucarias
seguiremos felices
nadie nos quitará la gratitud de ver un nuevo día
tan mísero y sin jardín.
Aquí la alegría no alcanza para todos.
Estamos cansados.
Hemos habitado por años casas de gran oscuridad
fornicado en sus estrechos espacios
bebido en las noches íntimas
no ha sido suficiente.
Algo nos falta.
Se ha podido gritar y callar
crear momentos de silencio
poblar la vida con palabras.
Pero no. Algo nos falta.
La muerte vigila desde las araucarias
y en sus largos dedos
enreda hilos de una madeja siniestra.
Alguien susurra:
Carlos, Carlos,
estos malos tiempos pasarán
Ciudad sin ríos
por ti corren las desafiantes muecas de las criaturas de Dios
ni una gota de poesía podría ayudarlas ni una canción.
Ah ciudad, más seca que la de Pound, su amada, su doncella sin pechos,
más triste que la de Pessoa.
Aquí nadie se salva.
El humo ciega el camino
un desconocido grita al borde de una ventana
aúlla a la luna, a todos sus muertos.
Veo caer los párpados y encresparse las manos.
Algunos huyen y maldicen su casa
dejan los vanos idilios con la tierra.
Se han resguardado al oír los nuevos anuncios.
Ahora el fuego los abraza
se contentan con saber que como todos morirán.
Aurelio Arturo:
tu verde país ¿dónde está?
5
He contado las estrellas contigo Yannis Ritsos
jugado como tú con la luna.
He sido encadenado también en islas malditas
oído las alas de mariposas en verano
olfateado la fatalidad en una mujer desnuda.
Ahora recorro tus tierras calcinadas
piedras y zarzas que suben por colinas
pequeñas cruces negras en la frente de los muertos
sin que nadie acompañe ese silencio en el crepúsculo.
Con tu pesada historia de mitos
estatuas que posan sus manos sobre algún hombro
hoy vierto un poco de sal en la longitud del día
para tomármelo a grandes sorbos sin ocultar el asco.
Porque el poeta no olvida.
Acurrucado en mi pequeña cámara
escribo por tantos poetas tomados en prisión
veo salir tu sueño por los barrotes de Leros y Yaros
hacia planicies sin fin
coroneles que incineran libros llenos de epitafios.
Alguien todavía duerme a mi lado y cae tu libro al suelo
como otras veces han descendido los brazos.
Habrán de ser justos contigo algún día
y justos con los que estrellaron su canto
en los estruendos de aturdidas campanas.
Yannis Ritsos, todo adquiere un nuevo color cuando te leemos:
los presos y las niñas caminan bajo árboles de luz
las mujeres se tornan tristes y hermosas.
Verano y otoño.
Así te vemos poeta
parado entre estatuas que ríen o lloran sobre las ruinas
6
Recibe este rostro mío,
mudo, mendigo
Alejandra Pizarnik
Alejandra, Alejandra Pizarnik,
la muerte siempre al lado decías
todo para morir de tanta vida.
Nadie te ocultó del combate
ni las mismas palabras.
Nadie te libró de las querellas
mendiga vaga
vieja niña con tu camisa en llamas.
¿Quién te entiende ahora?
¿Quién lee tu misterioso y sombrío abecedario?
¿Quién recita tu poema de ausente, tu jardín prohibido?
Ahora las lilas colorean vientos
y todavía hay mucho abismo como el que abarcaste
mucha pesadilla en la luz
sombras muertas petrificadas en los muros.
Por favor que nadie te hable
y dejen dormir tu eterna siesta
9
“Los muertos esperan renacer” ha escrito el poeta al otro lado del Atlántico, mientras los vivos se entierran sin esperar más.
Algunos han marchado y están a salvo; otros seguimos sosteniendo este débil hilo con brutal fuerza, vacíos como alforja de mendigo.
¡Cambiemos la vida. Demos golpes certeros!, grita el poeta.
Pero los relojes se han detenido. El óxido carcome las celdas.
¡Cambiemos la vida! ¡Demos golpes certeros! insiste la voz. Ni aquí ni allá repercute.
¿Cuánto tiempo,
por Dios, nos queda?
10
ni
establece un presente lleno de gloria.
Cada
rincón de casa tiene el eco escondido
de amores
que se van
en mí.
Mis poemas son lunas que yo devoré soñando
y dieron un
puntapié a la vida perfecta.
En los ojos
de esta mujer
que toda la
noche ha velado mi partida
veo un
desfile de edades colmadas de costumbres
los cambios
en mi cara
estas manos
cada vez sin asombro
la
prolongada distancia entre mi niñez y yo.
Y veo mi
infancia.
Pasan
pueblos distantes
atardeceres
indiferentes a mis tempranos llantos
una madre
acariciando sus plantas
un solar
y calles
con asustados viajeros.
Y más al
fondo, en perspectiva,
veo a la
muerte como un asunto que me deja sin amigos
mis labios
dirigiéndose al silencio
Para Fernando Garay, amigo incondicional de
este poema
11
Es frío el mundo.
¿Qué desierto es éste donde vine a posar mis pies?
¿A qué arena de circo me han traído?
Ah país, la herida que me has dejado
la sangre que te robas
la pasión que no mereces
13
La única bandera que poseía ha sido saqueada
y no tengo otra para abrigar mis ruinas.
Horrorizado
escribo palabras que no deberían existir.
Vivo entre destrozadas flores
enmohecidos muros
esquinas de sobresalto.
Hay una luna llorosa
en esta oscura ciudad
como su cielo.
No pido salvación.
Pues esto no es un castigo de Dios
sino su escupitajo
14
De nuevo la guerra.
Si pudiera detener al mensajero antes de que llegue
al otro lado.
Si sólo pudiera prevenirle. Pero no.
Al otro lado ellos también se preparan y esperan noticias.
Desean saber si han dado en el blanco.
Si aún alguien resiste.
No saben que aquí sólo hay tempestad de hambre
y un día nervioso que se asoma
21
La otra parte, ¿dónde está mi otra parte?
Alguien me quita la vista del día. Alguien roba mis sábados de los almanaques, los fuertes vientos de las terrazas. Alguien detiene el sol y lo destierra de mis ventanas.
No es posible gritar. Se puede aullar a la luna, pero la han exportado de mis cielos.
La otra parte. ¿Dónde está mi otra parte? Aquella saludable y tierna, la que escribió poemas de calles con soles y frondosos árboles; la que habló del verano ¿dónde está?
Alguien quita la tranquilidad de mi luz, deja sombras allí donde antes existían barrios de infancia. Alguien que soy yo mismo y otros invitados, me han despojado de mis cortinas y abierto agujeros en los cuales sólo veo pasadizos sin fin.
¿ Dónde fui? ¿Adónde fueron los poemas de amor y soledad de ti?
22
Esta es mi gruta, nuestra gruta
oscura senda de donde quizá nunca se saldrá.
Mi casa en posesión de los que vencieron.
Todo se lo han llevado:
viejos asombros, pequeñas pertenencias,
las ganas de seguir respirando aires de guerreras gestas.
Un manantial de tibias aguas se han llevado.
Este es mi túnel, nuestra gruta
poblada de múltiples espinas
con inseguros pantanos que al cuerpo no sostienen.
¿Cuándo entramos a ella?
¿En qué momento nos lanzaron con un simple cabo de vela
apagándose en las manos?
Desde entonces buscamos a tientas la salida.
Solos, aplastando hambrientas ratas
Madre no estoy en la patria.
Estoy en un país lejano que no
conociste
Pero del que siempre hablabas, y
decías, España,
Como quien le da nombre a la luz.
EDUARDO COTE LAMUS
34
I
He venido sin nombre. Sólo memorias. Recorro ciudades, cementerios frente al mar Cantábrico, y es la noche huyendo. Escucho estos muertos en medio de batallas, monumentos de Celtas sepultos.
Oigo lenguas antiguas, extraños hombres de un extraño continente.
Tal vez me quede algo de patria. Mis ojos no la alcanzan a descubrir entre la niebla. Tan cerca está y no la veo. No me pertenece
II
Monasterios, cúpulas, campanas, puentecillos sobre el duro paisaje.
He allí las murallas de León, el pequeño castillo de los Alba y al norte una ciudad marina con torres alzadas por Hércules en el fin de la tierra.
Finesterre arrastra toda pasión hacia la más remota orilla. Costa da morte. ¡Tanta historia dentro, cuánta leyenda no enterrada!
Y aún sigo de pie, resistiendo en las Altas Rías este fluir de ancianos pescadores. Un vulnerable hombre sólo con palabras, única forma de valorar estas columnas, arcos sembrados a contraluz.
Un hombre despierto en el sueño frente a los muelles, donde pueblos Celtas levantaron chozas contra la barbarie del mar en pétreas colinas.
Un hombre viendo crecer el paisaje en su final fatal
III
}
En las riveras de pausados ríos y solitarias aldeas; desde mi ventana donde caen gotas de una lluvia cobarde, brillan ocres templos cristianos y me observo entrar a ellos sin creencia alguna. Templos olorosos a historia derrotada con la tarde adormeciéndose en sus tejas de moho en el verano.
Surgen empinadas torres, balcones con estalladas rosas, noches hambrientas de locas muchachas, cuerpos febriles lanzados a la luz.
Deseo hundirme en este accidentado sitio, entrar a sus bajas colinas donde habitan aún Meigas, Anjanas, pequeñas brujas al fondo de pantanos. Sé que Altamira desde hace veinte mil años me espera. No he pasado en vano bajo sus techos insomnes. Al pisar tierra de Cántabro padecí el estremecimiento, el duro estremecimiento de un suramericano tocando hierbas remotas.
¿Fue mi nombre o el de mi patria el que escuché en estas catacumbas arcaicas?
IV
Hasta aquí llegué al amanecer. El frío del mar gritó en mi cara: ¡Estas en las fronteras del mundo! Entonces me extravié como se pierde un niño que se busca. No me encontré en ninguna de las voces. Estos caminos no conducen a casa, me dije, pero huelen a invernal primavera.
Balcones con pájaros siniestros, callejuelas, flautas de hueso de buitre, tambores, panderetas en las tierras de Cantabria. Y de pronto los turistas, masas de seres invitadas a ver el comienzo del siglo, cansadas, contorneándose bajo el sol que cae en la Rua Mayor, sobre la iglesia de piedra.
Y el mar gritándome: ¡Estás en las fronteras del mundo!
Tanta levedad no es posible,
Tanto extravío en un niño que se busca
V
¡Cómo pesa la historia! Aldeas diminutas con inmensos castillos a cuestas. Ante sus poderosas aldabas el viajero se detiene. Casi se toca el cielo en esta tierra de Cántabros. Tan significante es su mar en las alturas de Europa, donde en la última colina me entrego a la dicha de un trago con melodías Celtas.
Campanas se escuchan.
Cantabria se clava en la noche su puñal de vino para alegrar la marcha hacia el encuentro con sus muertos
VI
Frente a este mar de milenarias raíces; hechizado por flautas y tambores gallegos, puedo dar fe de esta extraña alegría al saber que bajo otros soles vagan mis pies y mis manos tocan pétreas murallas carcomidas de tiempo.
Tantas formas de vivir, tantas imágenes.
Alguno de estos caminos me conducen a casa. Tan cercana está mi tierra. Alguno de estos caminos
VII
He traído conmigo el sol de mi tierra.
¿Qué extrañas pasiones se agitan frente a las Ermitas Doradas? ¿ Dónde conducen, viajero, estos humanos caminos?
Todos los caminos conducen a Santiago. Y yo vi otra Santiago, tan cercana y lejana al solar de mi casa. Estaba allí detenida en el tiempo memorial, ignorando mis nubes donde dibujé adioses. Más inmóvil y profunda que la mía, ambas se hermanaron cuando por primera vez pise tierra de Gallego, llevando el sonido de una marimba entre las manos.
Yo vi otra Santiago, ciudad con temple de hielo también al mediodía, y gasté descifrándola casi toda una vida.
Yo vi otra Santiago, insomne, como la Santiago que me signa
VIII
Este mar es tuyo. Este incipiente verano. Los pastos claman bajo tus pies, las encinas se elevan desde el más duro suelo.
Sobre estas praderas se edificaron imperios, cruce de belicosas razas en las Comunidades de Europa. He grabado en mi silencio, en mi aterrador silencio, los sonidos de sus feroces espadas. He escuchado sables, corazas rugientes, armaduras cayendo vaciadas de sangre, sueños truncados en inciertos otoños.
Palpo regiones cuyos picos se elevan a través de los bosques.
Tantos han sido los muertos que la tierra no les basta
IX
Aquí se funde el día con mi sangre. A orillas de este claro cielo donde nacen sacrificios; tatuado por ciudades cuyas raíces se pierden, trato de paralizar al viento que golpea mi sombra y leo el universo.
Un hombre solo. Un hombre y sus palabras,
meteoro caído en medio del destierro,
bajo otros soles
Galicia, Cantabria,
primavera 2001
Los muertos
no tienen donde esconderse
Yannis ritsos
Demasiadas palabras dijeron. Ahora no hablan.
Es tan difícil para ellos ocultar lo que les dejó el tiempo
la línea de la vida.
Rígidos como han quedado
¿Quién puede descifrar sus gestos, esos pétreos ademanes?
Si pudieran hablar.
Pero mejor así.
Cuánta desilusión nos han evitado conocer
cuánta verdad.
Les debemos el sueño.
Aquel silencio ha hecho inventar espejismos
un futuro de fábulas.
Que no hablen
y nos dejen aquí
adivinándolos
33
Sé infiel a tu ciudad. No te quedes
esperándola. Es probable que ya haya llegado convertida en quimera y tu cuerpo
ande perdido en otras calles, buscándola en el olvido. No importa en todo caso.
Sé infiel a tu ciudad, pues a ella le es
inútil, indiferente, que habites sus rincones y trates de esculpirla con
palabras.
Bajo sus lluvias olvida el primer y último amor
que en ella hayas poseído. En sus calles, casa por casa, en todas las esquinas,
no esperes sus eternas y falsas promesas. Las ciudades se desgastan igual a los
ojos que miramos fijos durante años.
Marcha. Aférrate a tus sogas. Viaja bajo otros soles siendo infiel incluso a tu muerte