Estamos desolados, coronel. No había ocurrido nunca. El ordenanza sustituto ha estado dos días sin vaciar el buzón. Pero ya ha salido toda la correspondencia.
Justo en la esquina de la calle Pepinière con la plaza de Saint Augustín voy a matarlo. Está allí y va a salir dentro de un momento ajeno a lo que le espera. Saldrá contrariado bajo el toldo rojo de la cervecería. Está atardeciendo y los grandes luminosos anuncian ya en la parte alta de los edificios el Grand Marnier y la cosmética de Jeanne Gatineau. Pero aún hay luz más que suficiente como había previsto. Se destacará perfectamente sobre la gran cristalera que protege las mesas de la calle y yo aprovecharé después los primeros momentos de confusión para entrar de prisa en la próxima boca del Metro. Es fácil, he hecho ya alguna vez algo parecido y todo salió perfectamente.
Al ver inminente su aparición en la calle salgo de la cabina telefónica en que he estado esperando el momento y descubro el arma que llevo bajo el impermeable; es grande y precisa y el tubo silenciador la hace mayor aún. Un débil reflejo del cristal de la puerta del bar anuncia su salida. Apunto cuidadosamente al centro de su pecho, sin precipitación, y voy apretando lentamente el gatillo que comienza su recorrido. De pronto el arma parece cobrar vida propia, se estremece y golpea por dos veces casi simultáneas la palma de mi mano.
También es casualidad. Dos españoles en dos noches. Claro que no es casualidad porque Pedro vino en busca del otro. El otro, el comerciante, es encantador, amable, nada exigente, parecía incluso estar agradecido como si no fuese a pagar, porque yo en seguida dejé las cosas claras. Pero él parecía no creerme, no querer creerme, me hacía el amor suavemente como deben hacerlo los hombres enamorados cuando se acuestan con una chica intocada, si es que que-dan. Parecía ver en mí a alguien que en realidad tenía en su cabeza. La cuestión es que al principio estaba como envarado, intentando disimular su timidez de otoñal con aventuras imaginarias pendientes. Cuando me abordó -yo le abordé a él- en la cervecería lo tuve que hacer yo casi todo para traerlo al apartamento. Poco a poco se fue entusiasmando pero de una forma rara, no normal, todo le encantaba, mi manera de besar, de moverme, mi coquetería al desnudarme -como si no fuese parte de mi oficio-, mi lencería..., era como si no hubiese visto nunca nada pare-cido, parecía rezar más que hablarme y la cosa llegó a su colmo cuando reparó en el muguet, un sencillo ramito de muguet que había en un vaso sobre mi tocador. Parecía cómico pero aquello le trasportó a no sé qué alturas y toda la noche fue ya como un éxtasis para él.
Pedro es otra cosa, claro. Es un magnífico pedazo de hombre hecho de una pieza. Un hombre duro, viril hasta el extremo, incansable, uno de esos hombres que te hacen sentirte más frágil en sus brazos, más mujer. Es curioso, el otro me comparaba en su continua charla con el muguet pero yo no me sentía nada florecilla con él. En cambio con Pedro sí, con Pedro me sentía pequeña, necesitada de protección y protegida, yo, que siempre me las he bandeado sola frente a todo y frente a todos. Vino a mí buscando al otro porqué hasta su profesión es apasionante. Cuando vi que iba armado me alarmé, pero es una espécie de investigador privado como esos de las películas y le han encargado que lo vigile. Me ha pedido que lo cite en una cervecería para no sé qué averiguaciones y lo he hecho esta mañana llamándole a su hotel -un hotel de ricos por cierto-, aunque no me gustan en general estas cosas. Yo creo que Pedro me ha chiflado un poco. El muguet, tiene gracia.
Esa gente de Madrid parece tratable y poderosa, muy poderosa. Sabía de ellos desde hace tiempo y cuando les solucioné aquello del hipódromo fueron leales y generosos. Son de la gente que me gusta, van a lo suyo y cuando se le sirve pagan sin discusiones. No regatean medios, no hay que justificarles gastos y adelantan lo necesario. No sé qué harán cuando alguien les falle, es decir sí lo sé porque este debe ser un asunto de esos. Pero es lo justo, yo haría lo mismo; dame y te daré, no me la hagas porque te doy. Es la ley y lo demás son monsergas. ¿A mí qué me importa ese lechugino y vestido de francés que en el otro extremo del vestíbulo hojea su France-Soir ignorante el muy imbécil de que alguien le persigue? Allá él, los otros y sus historias. Que más dá. Parece estar bebiéndose París a tragos, me está haciendo andar como en mi vida, nada de reuniones, nada de contactos significativos. Afortunadamente no tengo que investigar, pero me está costando situarlo en un sitio adecuado para esperarle, me resultaba imposible saber cada día lo que podría hacer al siguiente. Recuerdo que hace años no había aquí tabaco fumable. Ahora es otra cosa, este "gitane blonde" está muy bueno. Estoy a gusto, nada nervioso, cada vez me gustan más estos trabajos, buenos hoteles, vida de lujo. Bueno, no siempre es así, pero también me gusta cambiar. Aquello de Marsella fúé otra cosa, y más peligrosa, pero aquel ambiente lo conocía yo más, entonces era el único que conocía. Me cargué al traficante, sí, pero por poco me matan a mí, y me torturaron, y después los cabrones aquellos no me pagaron, y cualquiera les asustaba, eran demasiado asesinos, estaban locos. Bueno, de alguna forma hay que empezar, es como todo. Con esta gente de Madrid me interesa mucho quedar bien, hay que hacer un trabajo limpio, que vean que soy capaz de hacer las cosas bien y sin mezclar a nadie, como les gusta a esa clase de gente. Cuando estén seguros de eso ellos hablarán a otros,o no hablarán, pero no me faltarán asuntos grandes o pequeños en los que ganar dinero, a veces mucho dinero. Hay que arrimarse a donde hay. Lo siento pequeño pero me eres necesario, eres un escalón que hay que subir, todo el mundo vende todo, todo el mundo vende lo que sabe hacer y yo sé hacer estas cosas, hay que vender al que nos necesita y puede pagar, para mí no eres nadie y pronto no vas a ser nadie para nadie. Porque ya eres mío, anteanoche cometiste tu primera equivocación y voy a hacer que sea la última. Estás borracho de Paris y Margot es parte del escenario, pobre hombre. Quizá la creíste una pícara estudiante ávida de aventuras con extranjeros pobre idiota. Anoche estuvo con ella, una infeliz también a su modo, y tú irás mañana al sitio que yo quiero.
Dicen, y tiene razón, que hay otra vida más barata que no es vida. París es como un sueño, pero este París que hoy disfruto, sin quehaceres agobiantes por cuenta da otros, instalado en este magnífico hotel, con el París-Soir en mis manos y los ojos en los estilizados cuerpos de las elegantes mujeres de todo el mundo que atraviesan el vestíbulo. Para disfrutar las cosas es necesaria esta sensación de libertad, este poder abrirse a las cosas de una forma total, esponjando el alma, dejándola empapar de todas las exquisiteces que brinda una ciudad como ésta, única, única en todos los aspectos. Todo en ella parece simbólico de ella misma, todo es belleza y buen gusto, esta planta del enorme macetón con sus hojas verde intenso que en la parte alta se tiñen de rojo brillante... Los edificios ya los conocía, el maravilloso conjunto de la ciudad fiel a sí misma, pero ahora los veo con ojos nuevos, con ojos libres, es como si todo fuera ya un poco mío para siempre, para siempre. Ha valido la pena lo que he hecho. Cuanto lo he dudado, es decir, cuanto tiempo lo he ido aplazando, años y años, pero era una cuestión de vida o muerte, de defensa propia, no puedo vivir contemplando la vida desde fuera, viendo como aquellos bandidos bien vestidos que ni siquiera tienen sensibilidad para gozar de los raudales de dinero que arrancan a los demás, que en la mayoría de los casos son como ellos. Lobos contra lobos y yo viviendo de sus migajas, de unas migajas manchadas, podridas. Los conozco muy bien, se saben muy listos, más listos que nadie, y no tienen escrúpulos, ni siquiera saben que estos existan. Atan todos los cabos de cada operación como si se tratase de una meditada partida de ajedrez en la que son tenidos en cuenta sobre todo los puntos débiles de los otros para aprovecharlos sin piedad, no saben qué es piedad, la consideran algo antinatural. Si a pesar de ello se presenta algún obstáculo imprevisto lo eliminan como sea. Ellos no pueden perder, usan a las personas como peones a los que se hace avanzar o se abandona según convenga. Yo he sido su mejor peón durante mucho tiempo, pero me aplastarían sin vacilar al primer fallo. Lo he sabido siempre y he esperado siempre la ocasión. No podía vivir así años y años en ese clima de podredumbre forrada de terciopelo. Yo estoy llamado a otra cosa, a otra vida, aún me quedan años para vivirla y nadie tiene derecho a quitármela. Yo merezco todo el arte la distinción y la libertad que soy capaz de apreciar. La sensibilidad y la cultura tienen unos derechos que no es humano negar. Llevo tan sólo unos días en París y ha sido como un encuentro presentido, yo he nacido para esto y todo esto se ha hecho para personas como yo. Era fatal que ocurriesen las cosas como han ocurrido. Sin embargo, si no hubiese sido capaz de tomar la decisión... Ayer pasé por el Faubourg Saint Honoré; no son las lujosas tiendas y joyerías, sino el aire, ese aire fino perfumado por mujeres increíbles, y anoche el barrio latino con su animación cosmopolita, aquel carrusel de cuento de hadas, como hecho de luz, de esa luz que lo impregna todo y es como el alma nocturna de la ciudad...
Y Margot. No pude resistir la tentación a pesar de mis propósitos de precaución y me acerqué a ella. No sé qué tiene esa muchacha, es decir sí lo sé pero me es difícil concretarlo porque es como una mezcla de muchas cosas. No se maquilla apenas. No usa ningún perfume o parece no usarlo, es como si fuera ella misma el origen de su suave fragancia, es como audaz e inocente al mismo tiempo. Su oficio es imposible de creer a pesar de su franqueza o, mejor, es como si su personalidad estuviese muy por encima de las contingencias materiales de su vida. Podría ser mi hija pero afortunadamente no lo es. No es sólo que sus trapitos y peinados sean graciosos, es como elegante desde dentro, y simpatíca, cordial, una de esas personas que envuelven todo en una nube de entrañable amistad y a las que uno parece conocer o haber añorado, quizá haber esperado toda la vida. No es la joya apropiada al estuche de París porque una joya tiene siempre algo de presuntuoso, de deslumbrante, y ella es sencilla, con esa belleza suave que no golpea, que nos invade de una forma total sin apenas darnos cuenta de ello, esa belleza que es más gracia que belleza. No, ella no es una joya, es el mismo París hecho muchacha. Su ropa interior es como una caricia anticipada. Cuando vi el muguet sobre su tocador, sus florecillas blancas, y percibí su aroma comprendí que era ella misma, su retrato, en la pequeña planta silvestre estaba todo su frescor, su delicado atractivo.
Yo sé que ellos dirán que les he robado su dinero. Su dinero, resulta sarcástico. No era de ellos, tampoco de aquéllos a quienes lo robaron. Ese dinero no existe, no consta en ninguna parte, forma parte de ese oscuro río que recorre el mundo sin que las gentes normales conozcan siquiera su existencia, es imposible saber Su primer origen, quizá multitudes engañadas sin saberlo, beneficios no confesables... Ahora es mío, al menos con tanto derecho como ellos crean tener. Y va a tener un mejor empleo ya que va a servir para que un hombre viva de verdad. No pueden reclamar nada, por supuesto, no pueden tomar represalias contra mí porque sé lo suficiente para acabar con ellos. Lo he hecho muy bien, está todo muy pensado. Nunca que yo sepa han llegado al crimen, ellos prefieren la coacción, la tortura blanca, pero hasta esa eventualidad está cubierta: ayer eché en el buzón una carta sin remite en la que les comunico que tengo un documento con todo lo que conozco de ellos depositado en determinado sitio y que este documento irá a la policía si algo me ocurriese. Son demasiado listos para hacer tonterías y tendrán que perder por esta vez. Al fin y al cabo no se van a arruinar por esos millones.
Comprendo que fue una insensatez darle a Margot Ias señas, pero ha valido la pena porque ha hecho posible que ella me telefonease y yo por precaución no me húbiera atrevido a intentar verla en algún tiempo. Nos veremos en una cervecería de la plaza de Saint Agustín. Ella debe tener clientes de sobra pero quizá le he caído bien, así me lo dijo pero no soy tonto y es fácil que no sea verdad. Pero lo será más adelante empezaré a deslumbrarla con detalles, con regalos... La verdad es que la necesito, es mucho de este París que me entusiasma y yo engo que vivir el resto de mis años plenamente.
El Mádrid que veo desde la ventana de mi despacho no es muy bonito. Está un poco viejo y sincronizo con él, pero a mis cincuenta y tres años aún me siento lleno de vida y de ganas de aprovecharla. Esta Gran Vía no es lo que era, desde la ventana aparece sucia y taciturna. No fueron nunca la especialidad de la Gran Vía las mañanas, llenas de caras soñolientas y basuras del día anterior. Recuerdo aquella Gran Vía de lujosos escaparates, con elegantes bares que olían a cuero, maderas nobles, ginebra y putitas de postín. Todo degenera, pero yo no, yo no voy a ceder. No sé cómo los de arriba no deciden de una vez que nos traslademos a un barrio distinguido, digno de la empresa, digno de nosotros, coño, porque yo ya soy uno de ellos aunque ellos no se quieran enterar. En este mundo se come o se es comido, estos hijos de puta comen a dos carrillos y yo voy a comer con ellos hasta el final, no voy a hacer como el imbécil de Gónzalez que vivía como un rey y lo ha echado todo a rodar nunca sabré por qué. No lo siento mucho, la verdad, no fue un compañero jamás, el que estuviera en la empresa cuando yo entré no es motivo para hacerse él exquisito y mirarme por encima del hombro como si no supiésemos los dos qué clase de garbanzos se cuecen en esta olla, en qué clase de jaula convivimos y con qué clase de fieras. Fieras con guantes, eso sí. No comprendo como González ha podido creer que le iban a dejar tranquilo. Ellos no quieren y tampoco pueden permitirse ese lujo, mira por donde ese no. Menudo coladero se iba a abrir. Cualquiera, yo mismo, podría animarse si lo \¿iese posible. Pero si entre ellos mismos impera la misma ley, vieja como el mundo: toda la confianza, todos los medios necesarios pero ojo, la soga, quizá de seda pero soga, está siempre junto al cuello. Lo que me jode es que ellos están siempre como vestidos de etiqueta, jamás pronuncian una frase violenta, sobre su corbata inglesa y entre sonrientes dientes de porcelana surgen en tono apagado pero inapelable sus palabras: Solucionemos este asunto, Serra, y habrá consolidado su porvenir, ya sabe, discreción y eficacia como siempre, dinero el que haga falta y un millón para usted pero no queremos saber nada de los pormenores, usted lo sabe hacer. Ellos saben perfectamente lo que piden y saben que yo lo sé. González sabe demasiadas cosas de todos y sólo hay una solución. Hasta ahora nunca había habido que llegar a esto pero en este caso no hay otra solución segura. Eres tú o soy yo, González. Este mundo es como una, cadena: ellos me tienen a mí y yo utilizo a otro para tenerte. Sabía que el marsellés era el hombre, ayer hablé con él y me cercioré de ello. Cuando nos hizo aquello del hipódromo todo fue muy bien y tengo referencias de que ha hecho cosas más importantes.
Bajo los quepis, los jóvenes rostros de los gendarmes estaban muy serios. Una señora madura sollozaba tapándose la cara con las manos. Los camareros comentaban haber oído sólo el estrépito de cristales y los transeúntes de la calle Pepiniére rodeaban el sitio con temor. El cuerpo del hombre estaba como crucificado contra la cristalera, daba la impresión de haber sido lanzado violentamente de espaldas sobre ella y, al resbalar, haber quedado detenido por los puntiagudos fragmentos de grueso vidrio y punzantes hacia arriba. Los brazos más elevados que el cuerpo que colgaba de la ensangrentada chaqueta. Dobladas contra el suelo, las casi arrodilladas piernas y, bajo ellas y milagrosamente limpio de sangre, un pequeño muguet.


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