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El Sacro Imperio Romano Germanico


Las bases del Sacro Imperio Romano Germánico se sentaron tras el derrumbamiento del Imperio carolingio y después de las segundas invasiones que saquearon la Europa cristiana en el s. IX. Se reconstruyó este Imperio, que extendió su influencia hacia el este, por las zonas nórdicas y eslavas, a partir de Sajonia, la conquista carolingia más difícil. Se difundieron las monedas sajonas, se crearon mercados y se renovó la vida urbana en Baviera y Renania.

Creación del Sacro Imperio

En 936, Otón I (936-973) se había consagrado rey de Germania en Aquisgrán, cuya elección significaba la continuación de la obra política de Carlomagno. Sus cualidades como guerrero y su habilidad política le situaron por encima de los duques nacionales, contra los cuales luchó para afianzar su poder. Para controlar el poder en los ducados se ayudó de la Iglesia, mediante la conversión de los obispos en sus agentes. Su enemigo común era la aristocracia. La sacralización del poder debía hacerse a través del Imperio y la corona imperial le permitiría controlar el papado. Otón I cruzó los Alpes en 951 y en 962, después de negociar con el papa, fue coronado por éste como emperador. Su poder era tan fuerte que podía controlar las elecciones papales por edicto.

El enfrentamiento entre Imperio y papado

Sus sucesores, Otón II (973-983) y Otón III (983-1.002), tuvieron que enfrentarse al papa y a los conflictos en la península Italiana; su objetivo era el control de Roma. La cuestión del control del poder pontificio marcaría el devenir de la historia del Imperio, siempre atada a los acontecimientos en la península Italiana, ya que la condición de romanidad era imprescindible para la sacralización del poder de la corona.

Las épocas de mayor tensión se sitúan a caballo de los s. XI y XII, desde la muerte de Enrique II de Alemania en 1.024 hasta la de Federico Barbarroja en 1.190. Los temas principales fueron la reforma de la Iglesia y la pugna entre poder papal y poder imperial. La reforma era entendida de diferente manera por unos y otros; para el Imperio representaba la tutela del aparato eclesiástico, para la Curia romana pasaba por la libertad de elección de los papas por el Colegio Cardenalicio.

El «Dictatus papae» de Gregorio VII en 1.075, por el que se defendía la primacía del pontificado sobre el poder imperial, llevó a una guerra civil en territorio alemán. Se había planteado la querella de las Investiduras, durante la cual se produjo el nombramiento de antirreyes por parte del papa y de antipapas por parte de Enrique IV (1.056-.1106), en una descalificación mutua. La solución se obtuvo con la elección del papa Calixto II y la firma del Concordato de Worms en 1.122, por el que el emperador renunciaba a la elección directa de los obispos y abades, pero supervisaba la limpieza de su ejecución. Además el emperador era el que debía entregar los poderes terrenales.

La muerte de Calixto II y Enrique V (1.106-1.125) acabó con el período de paz y se abrió una etapa de anarquía y luchas en el territorio del imperio hasta 1.152. En este año, Federico I Barbarroja (1.152-1.190) se coronó como rey de romanos e inició una política de fuerza para dominar la vertiente meridional del Imperio, la zona italiana. El compromiso matrimonial de su heredero con la heredera de Sicilia, Constanza, le dio la oportunidad de anexionar el sur de Italia al Imperio, pero una jugada política del papa Inocencio III lo impidió.

Por otra parte, en el s. XII, se había iniciado una expansión germana hacia los territorios fronterizos con Polonia, basada en tres factores: el político-religioso, el de colonización agraria y el comercial y urbano. En un principio estas actuaciones fueron dirigidas por los príncipes germanos de los territorios colindantes (Brandeburgo y Sajonia). El relevo en la expansión fue tomado por las órdenes militares, que ampliaron aún más su área de influencia en particular Orden Teutónica, que conquistó Prusia. El trato impuesto a las poblaciones sometidas fue la expulsión, la integración forzosa o el exterminio.

El s. XIII volvió a ser de dominio pontificio después de un largo período de predominio imperial. La autoridad que impuso Inocencio III desde Roma era indiscutible y duró hasta que en 1.220 se coronó emperador Federico II (1.220-1.250). Las relaciones entre Imperio y papado volvieron a ser malas. La pugna entre estos poderes llevó a guerras y a la ocupación de los Estados Pontificios por las fuerzas imperiales.

El repliegue sobre Alemania

La muerte de Federico II señala el final de la época de los grandes emperadores. La falta de dirección política en el Imperio provocó su naufragio. El vacío de poder que representó el Gran Interregno (1.250-1.273) dio origen a una Alemania con rasgos nuevos: ciudades con gran autonomía política, creación de la Liga Hanseática, que gozaría de un poder importante, y un gran número de principados, dominados por la aristocracia de arzobispos y duques.

Los emperadores que reinaron en el Imperio desde 1.273, pertenecientes a las dinastías Habsburgo, Wittelsbach y Luxemburgo, consiguieron imponer la idea de una monarquía hereditaria no electiva, pero el Imperio comenzaba a perder sentido. Alrededor de 1.300, la hegemonía del Sacro Imperio Romano Germánico había empezado a declinar. La era de la idea imperial de dominación del mundo cristiano se sustituyó por la de las monarquías nacionales, que se estaba afianzando en Francia y Inglaterra.

La germanización del Imperio se consumó con la renuncia de Carlos IV de Luxemburgo (1.346-1.378) al reino de Italia. En 1.356 promulgó la Bula de Oro, que otorgaba al Imperio una Constitución acorde con la realidad política: se independizaba del poder pontificio y quedaba reconocida la Alemania de los príncipes. Los emperadores que le sucedieron gobernaron prácticamente en su propio territorio. El título de emperador pasó a ser meramente nominal.

El fin de la antigua estructura supuso algunas violencias. Las ciudades que habían conseguido cierto grado de autonomía chocaron con el gobierno de los príncipes. Se formaron las ligas de ciudades. A partir de 1.380 el enfrentamiento entre las ligas y los príncipes fueron constantes. El proceso favoreció el triunfo de los príncipes como garantía de paz. En la parte nororiental del Imperio, en Brandeburgo, los Hohenzollern, desde 1.415, crearon un Estado centralizado y expansivo. La Europa de los Estados fuertes bajo poder absoluto se estaba creando.

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