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APORÉTICA: UNA ÉTICA EN APUROS

Y UNA ONTOLOGÍA PEOR

Sigifredo Esquivel Marín

UAZ*

 

 

Devastar y desistir: desde una in-disolución de todas las formas, porque la forma es tan improbable como lo informe. Devastar y desistir es la encrucijada que habita el aforismo, esa escritura que para dejar ser hace estallar toda incertidumbre.

 

La patología es la única salud del pensamiento.

La ética persiste para dibujar al dragón alado de las cabezas infinitas.

Sí, hay que aguardar siempre y de todo lo peor: aguardar lo último hasta lo último.

Sólo un pesimismo teórico aún no concebido —y que apenas se deja atisbar— es capaz de hacer de la espera la forma plena y absoluta de la esperanza.

Excluir del acontecer lo imprevisible hunde en la monotonía —por fortuna el desastre impone su (i)lógica como único realismo.

El mundo no está podrido, es la palabra ‘podrido’ la que apesta nuestras bocas.

Rotundas frases del estilo: "la abrumadora presencia del dolor y del mal obnubila al hombre y al mundo" son tan profundas como la frase "todo soltero es no casado".

Como el suicida proscrito por Schopenhauer, el pesimista no deja de ser un optimista decepcionado que entona elegías frente al derrumbe de sus magnificas ilusiones.

Agrimensura de la nostalgia y/o himen de la utopía: siempre la ontología o es imposible o es superficial —el caso es el mismo: nada más imposible que la superficie.

La ilusión más increíble es concebir nuestras ilusiones como ilusiones.

Habría que pensar un pesimismo teórico como la extraña lucidez del temor; ante la irrefutable adversidad oponer la resistencia heroica de quien, a pesar de saberse perdido, se mantiene en la vacilación de lo imposible.

Entre más adentro en el pensamiento, emerge de mí, una risa, loca y secreta. No sé cómo es que aún así, me atrevo a escribir y hablar de y desde el pensamiento.

Mostrar en la indecisión —lejos del acto de la ignominia.

¡La diferencia como consigna! Helo ahí el nuevo totalitarismo.

La escritura fragmentaria encarna ya, sin importar lo que asuma, un transitar sin fin; menos que un punto de partida una opción filosófica concreta: el salvavidas, desinflándose, en pleno naufragio.

La escritura fragmentaria no afirma el fragmento, todo lo contrario: niega el fragmento tanto como la totalidad. Aunque sea con relación a una unidad perdida o todavía no hallada, el fragmento pertenece a una unidad mayor. La escritura fragmentaria rehace sin fin la diversidad en continuo entreverado.

La escena filosófica resulta del vaciamiento místico y negación sistemática de todo lo que alimenta la mano que escribe: detalles insignificantes, anécdotas y chismes vulgares que no llegan a ser historia, sentimientos degradantes, rencores añejos... Y sin embargo, aparte de esto no tenemos nada.

Escribo, tacho, reescribo, nuevamente tacho, y así sucesivamente... De cualquier forma me engaño, aplazo, y me distraigo al creer que sea factible corregir la escritura incorregible.

Cuando se acaba de escribir un aforismo va a comenzar la apertura impenitente hacia un inacabamiento perpetuo.

La terrible contundencia del aforismo: una punta de lago que podría llegar a ser mecha mojada de una bomba.

Desde muy joven desperté de cualquier sueño metafísico de escritor. No creo en la escritura como forma necesaria de vida. Nadie está obligado a vivir como a respirar. Ni tampoco existe alguien que escribe porque no puede o no sabe hacer otra cosa. Y los que así lo publican, en secreto, se guardan su pequeña, pero atroz infamia.

¡Qué perplejidad! Incluso aquellos que refutan la mera posibilidad de la idea de perfección buscan una escritura perfecta. El caos como el orden son imposibles de postularse.

Confío —un poco— en los hombres que desean sinceramente el mal y la peste para los demás. Suelen resultar menos nefastos que aquellos que buscan el Bien.

La poesía no es ni más ni menos totalitaria que la filosofía.

El sistema es un entramado de engaño y opresión. El anti-sistema naturaliza el engaño hasta desaparecer todo rastro visible.

El escepticismo: igual de inconsistente y deshonesto que el dogmatismo —empero menos perjudicial.

Todo aforismo intenta lo imposible: escribir el silencio después del silencio en el rumor de la memoria oír a dúo el grito solitario que deshace plumas en el viento.

La libertad es tan imposible como la necesidad: fatua palabrería. Quien defiende la libertad lo hace porque requiere un resguardo benefactor, en el fondo de toda idea de libertad hay siempre la misma fe demente: el hombre como dueño del ser.

Si fuera inconcebible creer en la libertad cada instante, resultaría una insoportable afrenta ontológica.

La libertad: perfecta excusa para —en la ilusión— disculparnos ante lo imperdonable.

Entretener la mente con una divina caída no deja de ser un espurio remordimiento de conciencia.

Sólo la roca, tal vez, guarde el secreto sin roca y sin secreto.

Nada tan obsceno como postular el misterio. Lo sagrado únicamente existe como neblina metafísica. Toda su densidad no es sino su asfixiante ausencia.

Sí, soy un animal político, pero mis acciones responden a los deseos más bajos, más infrahumanos: una política de la bestialidad.

¿La impureza como destino? Errar en desatino y no en el error. Tal vez ni siquiera sea el consuelo que existe.

 

 

 

*Universidad Autónoma de Zacatecas.

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