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Profesor Doctor Héctor Rodolfo Zeolla
Médico Psiquiatra - Psicoanalista
www.doctorzeolla.rf.gd

La Ventana
Cuento

 


Profesor Doctor Héctor Rodolfo Zeolla - Buenos Aires - ARGENTINA

2002

Biografía del Autor

Héctor Rodolfo Zeolla se graduó en medicina en la Universidad de Buenos Aires especializándose en Psiquiatría y Psicoanálisis. Realiza una intensa actividad docente tanto en la Universidad de Buenos Aires como en la Universidad de Morón. Es autor de libros, artículos, partícipe de jornadas, mesas redondas, seminarios, conferencista, director de cursos sobre temas sobre psiquiatría, psicoanalisis, sexología médica, psico-oncología, PsicoSida y educación sexual.
Fué miembro Fundador y Secretario de la Sociedad Argentina de Sexología y Educación Sexual. Director del Centro de Estudios Médico-Psicológicos. Jefe de servicio hospitalario de Psicopatología. Presidente de la Sociedad Argentina de Medicina Sexual (SAMS).
Columnista en publicaciones científicas de la especialidad. Desarrolla una activa participación académico-docente en congresos y conferencias. Actualmente se desempeña como Psiquiatra y Psicoanalista.

La ventana

En un Hogar Geriátrico, dos residentes de edades avanzadas, compartían la misma habitación afectados no sólo por los deterioros de la edad, sino por específicas enfermedades invalidantes que obligaba a uno a estar en forma permanente acostado en decúbito dorsal debido una afección importante de su columna vertebral, y al otro semi-sentado, por un padecimiento respiratorio.
No se conocieron hasta el momento en que fueron asignados a la misma habitación, el primero en llegar de nombre José y varios días después el otro llamado Juan.
José, quien debía estar siempre acostado, se quejaba amargamente, no sólo de su enfermedad, sino además, porque en su obligada posición, y en el lugar que ocupaba en la habitación, junto a una pared lateral, no podía ver nada más que dicha pared y el techo. Al mismo tiempo, no dejaba de señalar, que en cambio Juan, si bien también enfermo, al estar semisentado, y al lado de una ventana, podía al menos, y a través de ella, ver el mundo exterior y parte de lo que en él pasaba.
La convivencia entre ambos se fué haciendo cálida y afectuosa, contando cada uno su historia vivida, sus recuerdos, profesiones, cómo eran sus familias, sus mujeres, ilusiones y desdichas.
Pero siempre aparecía un tema recurrente, la queja de José por no poder ver al menos desde su cama el mundo exterior. Así Juan, a pedido de José comenzó a contarle a éste, todo lo que sucedía más allá de la ventana. Cada día, en cuanto pasaba la mañana, durante la cual eran atendidos por la enfermera, y visitados por los médicos, luego del almuerzo, Juan comenzaba a contarle a José, lo que se veía a través de la ventana.
De esta manera Juan le explicaba a José que la ventana daba a un gran parque arbolado, con numerosos canteros llenos de flores. Y así describía los matices del verde de las plantas, y los múltiples colores de las flores. Además, que más allá del parque, se veía un pequeño lago, en el cual ocasionalmente se divisaban pequeñas velas blancas, que surcaban mansamente las quietas aguas del lago.
José, gradualmente, comenzó a interesarse en el relato de Juan, pidiéndole, casi exigiéndole, que le contara todo lo que se veía, sin obviar ningún detalle, aún aquellos más pequeños.
Así, una tarde al decirle Juan que junto al lago, había un espacio de juegos en el que se veían muchos niños, José le pidió que se callara un momento, diciéndole "... si, es verdad, creo escuchar muy levemente sus voces y sus risas...".
Otro día Juan, al contarle que en la avenida en donde terminaba el lago, estaba pasando un desfile de un circo, José vuelve a pedirle silencio, porque creía escuchar el sonido de una banda, y dice: ¿Juan, hay una banda, no?, porque en todos los desfiles de los circos, hay siempre una pequeña banda de música. A lo que Juan le respondía que sí, que se veían 4 o 5 personas tocando sus instrumentos.
José satisfecho de su afirmación, pedía más información, "... Juan, fíjate bien si adelante no va un elefante ...todos los circos tienen al menos un elefante...", a lo que Juan le respondía que sí que había un elefante que encabezaba la marcha.
Es así, como cada día José esperaba con gran ansiedad y deseo, que Juan comenzara su relato de lo que se veía a través de la ventana, y entrecerrando sus ojos, iba imaginando y visualizando en su mente, todo lo que las palabras de Juan le describían tan detalladamente.
Juan, con una gran riqueza de detalles, le describía cómo al declinar el día, el ocaso del Sol, pintaba de rojo las nubes del horizonte, mientras se hacía el silencio en el parque, y las penumbras de la noche daban paso a la oscuridad, y a las luces de las estrellas y de la luna, y de algunas farolas de iluminación que marcaban tenuemente los senderos a través de la arboleda.
José, en tanto recibía las palabras de Juan como un bálsamo, como un ataráxico que no sólo le traía una gran paz interior, sino que de a poco lo iba poniendo somnoliento, instalándolo en un sueño placentero, que antes no llegaba nunca de esta manera . Un sueño sin necesidad de sedantes.
Una mañana, José se despertó sintiendo que en la habitación había varias personas, y así extrañado le preguntó a la enfermera, que era lo que pasaba. Y ésta le respondió con tristeza, sabiendo el vínculo que se había creado entre ambos, que durante la noche Juan había fallecido.
José sintió una gran pena, y lloró la muerte de quien ya se había transformado en su amigo, y con el que había compartido tantos momentos gratos, que tanto lo había ayudado y aliviado en sus penurias.
Pasados dos o tres días, José que había mejorado de sus malestares, le pidió a la enfermera si lo podía pasar al lugar junto a la ventana, a lo que ella, gustosamente accedió.
Así José se instaló en el lugar que antes ocupaba Juan. Y al retirarse la enfermera y con gran esfuerzo se fué incorporando en la cama. Por fin iba a poder ver por sí mismo, todo aquello que había imaginado desde las palabras de Juan.
Al mirar hacia la ventana, sintió una conmoción. Quedó sorprendido y confuso, sin poder entender. Frente a la ventana sólo se veía una vieja y descascarada pared de ladrillos y nada más que eso.
Casi se desplomó en su cama murmurando "... me engañaba... eran todas mentiras... todo lo inventaba... ¡Cómo pudo hacerme eso! ...". Y esta vez lloró de rabia y desilusión.
Al día siguiente, al entrar la enfermera, José taciturno, huraño, casi no le respondió el saludo. Extrañada, la enfermera le preguntó si le pasaba algo, si no se sentía bien.
José ignorando esas preguntas, le preguntó a su vez, casi imperativamente "¿cuánto tiempo hace que está esa pared...?. a lo que ella le respondió " ...José, esa pared está desde siempre... desde que ya hace muchos años construyeron este edificio, que al principio era un hospital ...es la pared posterior de otro pabellón...". Iba a retirarse, pero intrigada por la pregunta, y al escuchar a José murmurar " ... qué mentiroso... cómo me engañaba ... ", le preguntó a José, porqué decía eso, y a quien se refería.
Así José entre dolido y resentido le cuenta con rabia y casi llorando, todo lo que había sucedido con Juan.
La enfermera incrédula, sorprendida frente a lo que José le relata le dice a éste lo que menos imaginaba que iba a escuchar " ... pero José, si Juan era completamente ciego ... ¿acaso no lo sabías?
José quedó más que sorprendido, su respuesta fue una reflexión para sí mismo, " ... no nunca me lo dijo y yo no me dí cuenta ,... hasta eso me ocultó ...", "... ¿Pero, porqué lo hacía ...? ... Me engañaba...me trataba como a un niño ... ¡ y yo que llegué a quererlo como un hermano ¡...".
La enfermera quedó un momento en silencio, y tomándole la mano le dijo " ... ¿José, acaso en las últimas semanas no te has sentido mejor? , Sí. ¡Si claro!, mucho mejor, fue su respuesta.
A lo que la enfermera añadió, además ya no tienes necesidad de tomar sedantes para dormir, estás comiendo mejor y se atenuaron tus dolores, ¡Sí, sí!, volvió a responder. Ya José parecía comenzar a comprender algo, que se abría camino en su mente, como surgiendo de esa bruma de incomprensión que lo había invadido.
Así la enfermera, le dio forma verbal a ese algo que José empezaba a percibir "... Juan no te engañaba. Te quería ayudar. Quería que te sintieras mejor. ¡Y sabes José, creo que lo consiguió... ¡ ".

Al retirarse, y cerrar la puerta de la habitación, vio a un José que con lágrimas en los ojos miraba hacia la ventana, y ya sin ver la pared de ladrillos murmuraba " ...Gracias Juan ... Gracias mi Hermano ...".

El corolario de esta breve historia podríamos resumirlo en el siguiente enunciado:
La importancia de la imaginación dirigida, en el proceso psicoterapéutico de alivio sintomático.

 

 

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