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PABLO NERUDA
Y LA CIENCIA

ODA AL ÁTOMO
ODA AL LABORATORISTA
ODA A LOS NÚMEROS
ODA A LA ENERGÍA
ODA AL CRÁNEO
ODA A LA FARMACIA
ODA AL HÍGADO
LARINGE



ODA AL ÁTOMO


Pequeñísima
estrella,
parecías
para siempre
enterrada
en el metal: oculto,
tu diabólico
fuego.
Un día golpearon
en la puerta
minúscula:
era el hombre.
Con una descarga
te desencadenaron,
viste el mundo,
saliste
por el día,
recorriste
ciudades,
tu gran fulgor llegaba
a iluminar las vidas,
eras
una fruta terrible,
de eléctrica hermosura,
venías
a apresurar las llamas
del estío,
y entonces
llegó
armado
con anteojos de tigre
y armadura,
con camisa cuadrada,
sulfúricos bigotes,
cola de puerco espín,
llegó el guerrero
y te sedujo:
duerme,
te dijo,
enróllate,
átomo, te pareces
a un dios griego,
a una primaveral
modista de París,
acuéstate
en mi uña,
entra en esta cajita,
y entonces
el guerrero
te guardó en su chaleco
como si fueras sólo
una píldora
norteamericana,
y viajó por el mundo
dejándote caer en Hiroshima.

Despertamos.

La aurora
se había consumido.
Todos los pájaros
cayeron calcinados.
Un olor
de ataúd,
gas de las tumbas,
tronó por los espacios.
Subió horrenda
la forma del castigo
sobrehumano,
hongo sangriento, cúpula,
humareda,
espada
del infierno.
Subió quemante el aire
y se esparció la muerte
en ondas paralelas,
alcanzando
a la madre dormida
con su niño,
al pescador del río
y a los peces,
a la panadería
y a los panes,
al ingeniero
y a sus edificios,
todo fue polvo
que mordía,
aire
asesino.

La ciudad
desmoronó sus últimos alvéolos,
cayó, cayó de pronto,
derribada,
podrida,
los hombres
fueron súbitos leprosos,
tomaban
la mano de sus hijos
y la pequeña mano
se quedaba en sus manos.
Así, de tu refugio,
del secreto
manto de piedra
en que el fuego dormía
te sacaron,
chispa enceguecedora,
luz rabiosa,
a destruir las vidas,
a perseguir lejanas existencias,
bajo el mar,
en el aire,
en las arenas,
en el último
recodo de los puertos,
a borrar
las semillas,
a asesinar los gérmenes,
a impedir la corola,
te destinaron, átomo,
a dejar arrasadas
las naciones,
a convertir el amor en negra pústula,
a quemar amontonados corazones
y aniquilar la sangre.

Oh chispa loca,
vuelve
a tu mortaja,
entiérrate
en tus mantos minerales,
vuelve a ser piedra ciega,
desoye a los bandidos,
colabora
tú, con la vida, con la agricultura,
suplanta los motores,
eleva la energía,
fecunda los planetas.
Ya no tienes
secreto,
camina
entre los hombres
sin máscara
terrible,
apresurando el paso
y extendiendo
los pasos de los frutos,
separando
montañas,
enderezando ríos,
fecundando,
átomo,
desbordada
copa
cósmica,
vuelve
a la paz del racimo,
a la velocidad de la alegría,
vuelve al recinto
de la naturaleza,
ponte a nuestro servicio,
y en vez de las cenizas
mortales
de tu máscara,
en vez de los infiernos desatados
de tu cólera,
en vez de la amenaza
de tu terrible claridad, entréganos
tu sobrecogedora
rebeldía
para los cereales,
tu magnetismo desencadenado
para fundar la paz entre los hombres,
y así no será infierno
tu luz deslumbradora,
sino felicidad,
matutina esperanza,
contribución terrestre.
 
 

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ODA A LOS NÚMEROS

Qué sed
de saber cuánto!
Qué hambre
de saber
cuántas
estrellas tiene el cielo!

Nos pasamos
la infancia
contando piedras, plantas,
dedos, arenas, dientes,
la juventud contando
pétalos, cabelleras.
Contamos
los colores, los años,
las vidas y los besos,
en el campo
los bueyes, en el mar
las olas. Los navíos
se hicieron cifras que se fecundaban.
Los números parían.
Las ciudades
eran miles, millones,
el trigo centenares
de unidades que adentro
tenían otros números pequeños,
más pequeños que un grano.
El tiempo se hizo número.
La luz fue numerada
y por más que corrió con el sonido
fue su velocidad un 37.
Nos rodearon de números.
Cerrábamos la puerta,
de noche, fatigados,
llegaba un 800,
por debajo,
hasta entrar con nosotros en la cama,
y en el sueño
los 4000 y los 77
picándonos la frente
con sus martillos o sus alicates.
Los 5
agregándose
hasta entrar en el mar o en el delirio,
hasta que el sol saluda con su cero
y nos vamos corriendo
a la oficina,
al taller,
a la fábrica,
a comenzar de nuevo el infinito
número 1 de cada día.

Tuvimos, hombre, tiempo
para que nuestra sed
fuera saciándose,
el ancestral deseo
de enumerar las cosas
y sumarlas,
de reducirlas hasta
hacerlas polvo,
arenales de números.
Fuimos
empapelando el mundo
con números y nombres,
pero
las cosas existían,
se fugaban del número,
enloquecían en sus cantidades,
se evaporaban
dejando
su olor o su recuerdo
y quedaban los números vacíos.

Por eso,
para ti
quiero las cosas.
Los números
que se vayan a la cárcel,
que se muevan
en columnas cerradas
procreando
hasta darnos la suma
de la totalidad del infinito.
Para ti sólo quiero
que aquellos
números del camino
te defiendan
y que tú los defiendas.
La cifra semanal de tu salario
se desarrolle hasta cubrir tu pecho.
Y del número 2 en que se enlazan
tu cuerpo y el de la mujer amada
salgan los ojos pares de tus hijos
a contar otra vez
las antiguas estrellas
y las innumerables
espigas
que llenarán la tierra transformada.

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ODA AL LABORATORISTA

Hay un hombre
escondido,
mira
con un solo ojo
de cíclope eficiente,
son minúsculas cosas,
sangre,
gotas de agua,
mira
y escribe o cuenta,
allí en la gota
circula el universo,
la vía láctea tiembla
como un pequeño río,
mira
el hombre
y anota,
en la sangre
mínimos puntos rojos,
movedizos
planetas
o invasiones
de fabulosos regimientos blancos,
el hombre
con su ojo
anota,
escribe
allí encerrado
el volcán de la vida,
la esperma
con su titilación de firmamento,
cómo aparece
el rápido tesoro
tembloroso,
las semillitas de hombre,
luego
en su círculo pálido
una gota
de orina
muestra países de ámbar
o en tu carne
montañas de amatista,
temblorosas praderas,
constelaciones verdes,
pero
él anota, escribe,
descubre
una amenaza,
un punto
dividido,
un nimbo negro,
lo identifica, encuentra
su prontuario,
ya no puede escaparse,
pronto
en tu cuerpo será la cacería,
la batalla
que comenzó en el ojo
del laboratorista:
será de noche, junto
a la madre la muerte,
junto al niño las alas
del invisible espanto,
la batalla en la herida,
todo
comenzó
con el hombre
y su ojo
que buscaba
en el cielo
de la sangre
una estrella maligna.
Allí con blusa blanca
sigue
buscando
el signo,
el número,
el color
de la muerte
o la vida,
descifrando
la textura
del dolor, descubriendo
la insignia de la fiebre
o el primer síntoma
del crecimiento humano.
Luego
el descubridor
desconocido,
el hombre
que viajó por tus venas
o denunció
un viajero enmascarado
en el Sur o en el Norte
de tus vísceras,
el temible
hombre con ojo
descuelga su sombrero,
se lo pone,
enciende un cigarrillo
y entra en la calle,
se mueve, se desprende,
se reparte en las calles,
se agrega a la espesura de los hombres,
por fin desaparece
como el dragón
el diminuto y circulante monstruo
que se quedó olvidado en una gota
en el laboratorio.

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ODA A LA ENERGÍA

En el carbón tu planta
de hojas negras
parecía dormida,
luego
excavada
anduvo,
surgió,
fue
una lengua loca
de fuego
y vivió adentro
de la locomotora
o de la nave,
rosa roja escondida,
víscera del acero,
tú que de los secretos
corredores
oscuros
recién llegada, ciega,
te entregabas
y motores
y ruedas,
y maquinarias,
movimiento,
luz y palpitaciones,
sonidos,
de ti, energía,
de ti, madre energía,
fueron naciendo,
a golpes
los pariste,
quemaste los fogones
y las manos
del azul fogonero,
derribaste distancias
aullando adentro
de tu jaula
y hasta donde tu fuiste
devorándote,
donde alcanzo tu fuego,
llegaron los racimos,
crecieron
las ventanas,
las páginas se unieron como plumas
y volaron las alas de los libros:
nacieron hombres y cayeron árboles,
fecunda fue la tierra.
Energía, en la uva
eres redonda gota
de azúcar enlutado,
transparente
planeta,
llama líquida, esfera
de frenética púrpura
y aun multiplicado
grano de especie,
germen de trigo,
estrella cereal, piedra viviente
de imán o acero, torre
de los hilos eléctricos,
aguas en movimiento,
concentrada
paloma
sigilosa
de la energía, fondo
de los seres, te elevas
en la sangre del niño,
creces como una planta que florece en sus ojos,
endureces sus manos
golpeándolo, extendiéndolo
hasta que se hace hombre.

Fuego que corre y canta,
agua que crea,
crecimiento,
transforma nuestra vida,
saca
pan de las piedras,
oro del cielo,
ciudades
del desierto,
danos,
energía,
lo que guardas,
extiende tus dones de fuego
allá
sobre la estepa,
fragua de la fruta, enciende
el tesoro del trigo,
rompe la tierra, aplana
montes, extiende
las nuevas
fecundaciones
por la tierra
para que desde entonces,
desde allí,
desde donde
cambió la vida,
ahora
cambie la tierra,
toda
la tierra,
las islas,
el desierto
y cambie el hombre.

Entonces, oh energía,
espada ígnea,
no serás
enemiga,
flor y fruto completo
será tu dominada
cabellera,
tu fuego
será paz, estructura,
fecundidad, paloma,
extensión de racimos,
praderas de pan fresco.

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ODA AL CRÁNEO

No lo sentí
sino
cuando caía,
cuando perdí
existencia
y rodé
fuera
de mi ser como el hueso
de una fruta
aplastada:
no supe
sino sueño
y oscuridad,
luego
sangre y camino,
súbita
luz
aguda:
los viajeros
que levantan tu sombra.
Más tarde el lienzo de la cama
blanca como la luna
y el sueño al fin pegándose
a tu herida
como un algodón negro.

Esta mañana
extendí un dedo sigiloso,
bajé por las costillas
al cuerpo
maltratado
y únicamente
encontré
firme
como un casco
mi pobre
cráneo.
Cuánto
en mi edad, en viajes, en amores,
me miré cada pelo,
cada arruga
de mi frente,
sin ver la magnitud
de la cabeza,
la huesuda
torre del pensamiento,
el coco duro,
la bóveda de calcio
protectora
como una caja de reloj
cubriendo
con su espesor de muro
minúsculos tesoros,
vasos, circulaciones
increíbles,
pulsos de la razón, venas del sueño,
gelatinas del alma,
todo
el pequeño océano
que eres,
el penacho profundo
del cerebro,
las circunvoluciones arrugadas
como una cordillera sumergida
y en ellas
la voluntad, el pez en movimiento,
la eléctrica corola
del estímulo,
las algas del recuerdo.

Me toqué la cabeza,
descubriéndola,
como en la geología
de un monte
ya sin hojas,
sin temblorosa melodía de aves,
se descubre
el duro
mineral,
la osamenta
de la tierra,
y
herido aún
en este
canto alabo
el cráneo, el tuyo,
el mío,
el cráneo,
la espesura
protectora,
la caja fuerte, el casco
de la vida,
la nuez de la existencia.

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ODA A LA FARMACIA

Qué olor a bosque
tiene
la farmacia!

De cada
raíz salió la esencia
a perfumar
la paz
del boticario,
se machacaron
sales
que producen
prodigiosos ungüentos,
la seca solfatara
molió, molió, molió
en su molino
y aquí está
junto con la resina
del copal fabuloso:
todo
se hizo cápsula,
polvo.
partícula impalpable,
preservador
principio.
El mortero
machacó diminutos
asteriscos,
aromas,
pétalos de bismuto,
esponjas secas,
cales.

En el fondo
de su farmacia
vive
el alquimista
antiguo,
sus anteojos
encima
de una multiplicada
nariz,
su prestigio
en los frascos,
rodeado
por nombres misteriosos:
la nuez vómica,
el álcali,
el sulfato,
la goma
de las islas,
el almizcle,
el ruibarbo,
la infernal belladona
y el arcangelical bicarbonato.
Luego las vitaminas
invadieron
con sus abecedarios
sabios anaqueles.
De la tierra,
del humus,
brotaron
los bastones
de la penicilina.
De cada
víscera
fallecida
volaron
como abejas
las hormonas
y ocuparon
su sitio en la farmacia.

A medida
que en el laboratorio
combatiendo
la muerte
avanza
la bandera
de la vida,
se registra
un movimiento
en el aroma
de la vieja farmacia:
los lentos
bálsamos
del pasado
dejan
sitio
a la instantánea caja
de inyecciones
y concentra una cápsula la nueva
velocidad
en la carrera
del hombre con la muerte.

Farmacia, qué sagrado
olor a bosque
y a conocimiento
sale
de tus
estanterías,
qué diversa
profundidad de aromas
y regiones
la miel
de una madera,
el purísimo polvo
de una rosa
o el luto
de un veneno.
Todo
en tu ámbito claro,
en tu universidad
de frascos y cajones,
espera
la hora de la batalla con nuestro cuerpo.

Farmacia, iglesia
de los desesperados,
con un pequeño
dios
en cada píldora:
a menudo eres
demasiado cara,
el precio
de un remedio
cierra tus claras puertas
y los pobres
con la boca apretada
vuelven al cuarto oscuro del enfermo,
que llegue un día
gratis
de farmacia,
que no sigas
vendiendo
la esperanza,
y que sean
victorias
de la vida,
de toda
vida
humana
contra
la poderosa
muerte,
tus victorias.
Y así serán mejores
tus laureles,
serán más olorosos tus sulfatos,
más azul el azul de metileno
y más dulce la paz de la quinina.

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ODA AL HÍGADO

Modesto,
organizado
amigo,
trabajador
profundo,
déjame darte el ala
de mi canto,
el golpe
de aire,
el salto
de mi oda:
ella nace
de tu invisible
máquina,
ella vuela
desde tu infatigable
y encerrado molino,
entraña
delicada
y poderosa,
siempre
viva y oscura.
Mientras
el corazón suena y atrae
la partitura de la mandolina,
allí adentro
tú filtras
y repartes,
separas
y divides,
multiplicas
y engrasas,
subes
y recoges
los hilos y los gramos
de la vida, los últimos
licores,
las íntimas esencias.

Víscera
submarina,
medidor
de la sangre,
vives
lleno de manos
y de ojos,
midiendo y trasvasando
en tu escondida
cámara
de alquimista.
Amarillo
es tu sistema
de hidrografía roja,
buzo
de la más peligrosa
profundidad del hombre,
allí escondido
siempre,
sempiterno,
en la usina,
silencioso.
Y todo
sentimiento
o estímulo
creció en tu maquinaria,
recibió alguna gota
de tu elaboración
infatigable,
al amor agregaste
fuego o melancolía,
una pequeña
célula equivocada
o una fibra
gastada en tu trabajo
y el aviador se equivoca de cielo,
el tenor se derrumba en un silbido,
al astrónomo se le pierde un planeta.

Cómo brillan arriba
los hechiceros ojos
de la rosa,
los labios
del clavel
matutino!
Cómo ríe
en el río
la doncella!
Y abajo
el filtro y la balanza,
la delicada química
del hígado,
la bodega
de los cambios sutiles:
nadie
lo ve o lo canta,
pero,
cuando envejece
o desgasta su mortero,
los ojos de la rosa se acabaron,
el clavel marchitó su dentadura
y la doncella no cantó en el río.

Austera parte
o todo
de mi mismo,
abuelo
del corazón,
molino
de energía:
te canto
y temo
como si fueras juez,
metro,
fiel implacable,
y si no puedo
entregarme amarrado a la pureza,
si el excesivo
manjar
o el vino hereditario de mi patria
pretendieron
perturbar mi salud
o el equilibrio de mi poesía,
de ti,
monarca oscuro,
distribuidor de mieles y venenos,
regulador de sales,
de ti espero justicia:
Amo la vida: Cúmpleme! Trabaja!
No detengas mi canto.

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LARINGE

Ahora va de veras dijo
la Muerte y a mí me parece
que me miraba, me miraba.

Esto pasaba en hospitales,
en corredores agobiados
y el médico me averiguaba
con pupilas de periscopio.
Entró su cabeza en mi boca,
me rasguñaba la laringe:
allí tal vez había caído
una semilla de la muerte.

En un principio me hice humo
para que la cenicienta
pasara sin reconocerme.
Me hice el tonto, me hice el delgado,
me hice el sencillo, el transparente:
sólo quería ser ciclista
y correr donde no estuviera.

Luego la ira me invadió
y dije, Muerte, hija de puta,
hasta cuándo nos interrumpes?
No te basta con tantos huesos?
Voy a decirte lo que pienso:
no discriminas, eres sorda
e inaceptablemente estúpida.

Por qué pareces indagarme?
Qué te pasa con mi esqueleto?
Por qué no te llevas al triste,
al cataléptico, al astuto,
al amargo, al infiel, al duro;
a los asesinos, a los adúlteros,
al juez prevaricador,
al mentiroso periodista,
a los tiranos de las islas,
a los que incendian las montañas,
a los jefes de policía
con carceleros y ladrones?
Por qué vas a llevarme a mí?
Qué tengo que ver con el cielo?
El infierno no me conviene
y me siento bien en la tierra.

Con estas vociferaciones
mentales me sostenía
mientras el Doctor intranquilo
se paseaba por mis pulmones:
iba de bronquio en bronquio como
pajarillo de rama en rama:
yo no sentía mi garganta,
mi boca se abría como
el hocico de una armadura
y entraba y salía el Doctor
por mi laringe en bicicleta
hasta que adusto, incorregible,
me miró con su telescopio
y me separó de la muerte.

No era lo que se creía.
Esta vez sí no me tocaba.

Si les digo que sufrí mucho,
que quería el fin del misterio,
que Nuestro Señor y Señora
me esperaban en su palmera,
si les digo mi desencanto,
y que la angustia me devora
de no tener muerte cercana,
si digo como la gallina
que muero porque no muero
denme un puntapié en el culo
como castigo a un mentiroso.

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