17 de marzo

16 de octubre del 2002

El "Lumpen" de siempre

Ángel Cristóbal Colmenares
Rebelión

En Macondo hubo protestas de obreros bananeros por insalubridad de las viviendas, engaño de los servicios médicos, iniquidad de las condiciones de trabajo y pago con bonos que solo servían para comprar jamón de Virginia en los comisariatos de la compañía, recurso de la bananera para financiar los viajes de sus barcos fruteros, que de no haber sido por la mercancía de los comisariatos hubieran tenido que regresar vacíos desde Nueva Orleáns. Los médicos de la compañía no examinaban a los enfermos sino que los hacían parar en fila india frente a los dispensarios y una enfermera les ponía en la lengua una píldora, así tuvieran paludismo, blenorragia o estreñimiento. Los obreros estaban hacinados en tambos miserables. Los ingenieros, en vez de construir letrinas, llevaban a los campamentos, por Navidad, un excusado portátil por cada cincuenta personas y hacían demostraciones públicas de cómo utilizarlas para que duraran más.

Los decrépitos abogados vestidos de negro que en otros tiempos asediaron al coronel Aureliano Buendía, y que entonces eran apoderados de la compañía bananera, desvirtuaron esos cargos con arbitrios que parecían cosa de magia y entonces los trabajadores recurrieron a los tribunales superiores, donde los ilusionistas del derecho demostraron que las reclamaciones carecían de toda validez, simplemente porque la compañía bananera no tenía, ni había tenido nunca, ni tendría jamás trabajadores a su servicio, sino que los reclutaba ocasionalmente y con carácter temporal. De modo que se desbarató la patraña del jamón de Virginia, las píldoras milagrosas y los excusados pascuales, y se estableció por fallo de tribunal y se proclamó en laudos solemnes la inexistencia de los trabajadores.

Uno de los dirigentes sindicales era José Arcadio Segundo, quien había develado el asunto de los jamones de Virginia, y los obreros fueron a la huelga pero llegaron tres regimientos cuyos soldados los sustituyeron, cortaron el banano, lo embarcaron en los trenes y pusieron a éstos a funcionar, así que los huelguistas, limitados hasta ese momento a esperar, se echaron al monte con sus machetes y empezaron a sabotear el sabotaje quemando fincas y comisariatos, destruyendo rieles y cortando alambres de telégrafo y teléfono.

Los trabajadores fueron llamados a una concentración en la cual el Jefe Civil y Militar intercedería en el conflicto pero en vez de eso fueron ametrallados. Cuando José Arcadio despertó estaba bocarriba en las tinieblas. Se dio cuenta de que iba en un tren interminable y silencioso, y de que tenía el cabello apelmazado por la sangre seca y le dolían todos los huesos.

Sintió un sueño insoportable. Dispuesto a dormir muchas horas, a salvo del terror y el horror, se acomodó del lado que menos le dolía, y sólo entonces descubrió que estaba acostado sobre los muertos. Pero así como la magia de los leguleyos dictaminó que no había trabajadores, también la mortandad de la plaza y el exterminio de los dirigentes mediante el Bando Cuatro fueron borrados de la memoria colectiva, como lo relata Gabriel García Márquez en "Cien Años de Soledad", parte de cuyo texto hemos tomado, no como cita sino en forma de comentario, de allí la ausencia de comillas indicadoras de copia textual.

¿Realismo mágico, profecía novelada o historia rescatada? En el solo relato de la huelga de los bananeros ondean jirones de la matanza de "Santa María de Iquique", del zarpazo contra la Guatemala de Arbenz y de la huelga de los portuarios de La Guaira, borrada de la historia por quienes tradicionalmente han mantenido al movimiento popular marginado, dividido y desarticulado.

Por acá, nuestro Macondo particular, tenemos acontecimientos recientes en cuyo desarrollo vimos a unos militares adivinando con horas de anticipación que iban a ocurrir asesinatos en una historia de golpe de Estado con secuestro del presidente, disolución de poderes, jolgorio represivo, violación del derecho internacional y regodeo televisivo de factores militares y civiles que contaban con pelos y señales sus dudosas hazañas para que unos señores de negras vestimentas desvirtuaran luego todos esos hechos y en un acto de fulgurante magia se convirtieran en obstetras atendiendo a unos fascistas gordos "preñados de las mejores intenciones". El parto fue otro milagro: no hubo conspiración, el golpe de estado fue cosa de imaginación y los asesinos se tornaron en víctimas.

Pero tales artimañas nada serían sin la pantalla de cristal, esa desaforada máquina de ocultar verdades y de inventar mentiras con artificios que convierten a sus víctimas en cíclopes, fabulosos seres provistos de un ojo ubicado en medio de la frente, impedidos por tanto de mirar a los lados, así que debidamente intoxicados con terribles brebajes llamados "guiones" y "noticieros" --cuyos influjos malignos les adormece la capacidad de razonar-- pueden ser conducidos a cualquier lugar y utilizados según sea necesario. Esos cíclopes son fácilmente identificables porque sus rostros permanentemente se hallan desencajados por muecas de odio y a diversos estímulos solo responden con tres o cuatro balbuceos, entre ellos "quesevaya" y "muerteachávez".

En esa pantalla de cristal son visibles unos oficiantes de diverso grado, entre ellos los "presentadores" y los "periodistas", dosificadores de los brebajes que a su vez son preparados por sumos sacerdotes en modernos laboratorios, especialmente en Estados Unidos y España, de donde llegan tecnologías de punta como la de multiplicación atemporal, diabólica herramienta multiuso, uno de ellos el de presentar a grupos humanos mucho más numerosos de lo que en realidad son mediante dispositivos como ediciones y montajes. Es como los alquimistas, solo que aquellos andaban en busca de la piedra filosofal, vale decir la verdad, mientras éstos maquinan constantemente para evitar que surja.

Tomemos como ejemplo la movilización del 10 de octubre, calculado por los representantes de la Agencia EFE en cien mil personas, cantidad que en el transcurso de la marcha pudo haberse duplicado y quizá triplicado, pero que la magia tecnológica de la pantalla de cristal multiplicó por diez y el resultado (200.000 x 10 = 2.000.000) --artimaña "política" que como tal podría ser aceptada o cuestionada-- fue presentado como noticia. Es posible que ese resultado haya sido producto de un acuerdo entre los magos, es decir, cada caja de cristal multiplica por un factor determinado pues así como la cadena fabril potencia la fuerza productiva incrementando el número de unidades, la cadena mediática opera en forma similar; solo que en la primera agregan partes y accesorios mientras en la segunda se añaden videos debidamente editados y montados de actos similares anteriores. La poderosa magia borra límites en tiempo y espacio llenando de incredulidad a más de uno que puede verse a sí mismo en la pantalla de cristal marchando el 10 de octubre de 2002 en la avenida Bolívar de Caracas apoyando a los golpistas cuando en verdad lo había hecho el 4 de febrero de 2001 en Maracay en defensa de la Constitución y del gobierno nacional. ¡Pura hechicería! Ese fenómeno se invirtió cuando tres días después militantes políticos y simpatizantes del presidente Chávez marcharon desde distintos sitios de Caracas y se congregaron en la misma avenida Bolívar. Ni un comentario, a excepción del canal TVS de Maracay, esporádicamente "pegado" a la señal de Venezolana de Televisión. Ese conglomerado humano, por cierto con expresiones de alegría y confianza en el futuro, ¿no constituía, independientemente de su número, un "hecho noticioso"? Como en la huelga de los bananeros de Macondo esos manifestantes sencillamente no existieron para los medios de confusión masiva. Hubo otro "black-out", como el del 13 de abril, y uno se pregunta por qué unos "periodistas" que no dudan en ir al más recóndito lugar a cubrir la fuente de una manifestación antigubernamental de trescientas o cuatrocientas personas -y a las cuales abusivamente denominan "la sociedad civil"-- no pudieron desplazarse hasta el centro de Caracas a entrevistar a tanta gente que por allí había. ¿Será porque era domingo; será porque temían por su integridad física, será porque podía llegar el fedecamarada Fernández a llamar a las masas a desbordarse? No, nada de eso. El domingo 13 de octubre nadie llamaba a paros sino al trabajo creador.

Nadie clamaba por matar sino a disfrutar de la vida. Nadie alimentaba odios políticos ni raciales sino llamados a la unidad y a la convivencia. Nadie propugnaba decretos de disolución de poderes sino respeto a la Constitución que por primera vez en nuestra historia republicana fue conocida, discutida y aprobada por la mayoría del colectivo nacional.

Nadie se amenazaba con objetos contundentes ni armas de fuego por controlar un micrófono. Y cada uno tenía algo que decir, una idea que exponer, una alegría que compartir. Y también un conductor a quien escuchar, así que no había riesgo alguno de sufrir agresiones, de agendas ocultas para provocar muertes ni de dormirse con la pésima lectura de unas cuartillas cuyo clímax de inflamación de pasiones y de exposición de verdades fue aquella telúrica denuncia del derrumbe de las Escuelas Bolivarianas. Ni Josefa Camejo luego del terremoto de 1812 lo hubiera hecho mejor.

La explicación la tenemos en el democrático y respetuoso editorial del diario "El Nacional" del lunes 14 de octubre. Es que se trataba del "lumpen de siempre", y claro, gente así (¿somos gente para los fascistas?) no merece el mínimo esfuerzo para saber y comunicar qué piensa, por qué se manifiesta, qué la mueve a festejar, a reír, a mostrar alegría en vez de amargura, a otorgar tan decidido apoyo a un gobierno y particularmente a un presidente legitimado en varios procesos electorales, que los dueños de ese periódico tan visceralmente odian.

Porque siempre se ha tratado de eso, de una posición eminentemente clasista que ha sido escondida en discursos y frases hasta que la dinámica social, la organización popular y las sucesivas derrotas que han sufrido les obliga a mostrarse como realmente son: representantes de una oligarquía usufructuaria de beneficios pertenecientes a un colectivo manipulado mediáticamente para conciliarlo con su dominación pero que hoy parece haber despertado y echado a andar por sus propios medios. Y cuando ello sucede no hay mentira ni careta que valgan.

A propósito, ¿todos los trabajadores del diario "El Nacional" comparten los criterios de sus patronos?; ¿no habrá en la nómina de esa empresa uno que otro componente de ese despreciable "lumpen"?

Tomado de Rebelión


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