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* * * * Simón, el herrero del mar * * * *



Autor: Samuel Lugo
En una isla lejana vivía un jorobadito. Sólo se alimentaba de los peces que cogía del mar y de las frutas y miel silvestre que había en su país. Nadie sabía cómo había llegado el jorobadito a aquella tierra rodeada por el mar. Su nombre era Simón.

Desde bien temprano por la mañana, Simón salía en su bote por el mar. Iba en busca de blancas esponjas y de pedacitos de coral para hacer herraduras, no se sabe para qué caballos de su lindo país. Sobre una roca dura que le servía de yunque, el martillito de Simón se oía sonar y sonar, como si fuera una música en la tarde.

Nadie parecía ser más feliz que Simón. Se le veía cruzar en la noche con su verde farol, o prender montoncitos de leña en lo alto de las rocas para distraerse.

Simón llamaba con largos silbidos al viento para que empujara la vela blanca de su barca por las aguas del mar. Y el viento no se hacía esperar para ayudar a Simón. Por eso, muchos le creían hijo del viento o de la tempestad.

Un día el jorobadito se hallaba contemplando el paso de las olas y vio venir hacia él el carro del dios del mar. Tiraban del carro cuatro caballos de preciosa piel. Simón se asustó mucho. Antes de que tuviera tiempo de correr, ya el dios marino se hallaba frente a él.

No bien había salido el jorobadito del asombro que le produjo la belleza de los caballos, cuando el dios de las aguas, desmontándose de su carro, se le acercó y le dijo:

-Vengo de muy lejos y necesito embellecer la piel de mis caballos y herrarles también. ¿Sabes acaso de alguna persona que pueda hacerlo por aquí?

-Yo soy la única persona que vive en esta isla, ¡oh, gran señor del mar!- dijo el jorobadito, lleno de felicidad.

-Entonces, ¿podrías poner herraduras a mis caballos?

-Herrero soy, y el único de esta pequeña tierra rodeada por el mar.

-Pues me llenan de dicha tus palabras. Por el bien que hagas a mis caballos, te llevaré a pasear conmigo por el reino de mis aguas- dijo el dios del mar.

Loco de alegría, el jorobadito corrió a su casita de la isla. Pronto regresó con su pequeña carga de blancas esponjas y lindas herraduras de coral. Y se puso rápidamente a echarles agua y a limpiar con las esponjas la piel brillante de los hermosos animales. Después, durante largo tiempo, se oía sonar el martillo de oro con que el jorobadito clavaba las rojas herraduras en los cascos de los caballos del dios del mar.

-Eres inteligente y bueno. Desde hoy viajarás en mi carro por todos los caminos de los mares. Gozarás al ver cómo saltan mis caballos sobre la cumbre de las blancas y gigantes olas- dijo el dios del mar.

Muy pronto el viento hizo elevar las crines de los hermosos animales. Éstos tiraron del carro en que se alejaron el jorobadito y el gran señor del mar.

Desde entonces, dice la gente que cuando se oyen sonar las olas, es que Simón está clavándoles herraduras a los caballos del carro del dios del mar.