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* * * * Blanca Nieves y los 7 enanitos * * * *



Autores: Hermanos Grimm
Había una vez una hermosa reina que estaba sentada junto a la ventana, bordando sobre un bastidor de ébano. Su hijita yacía en una cuna a su lado. Fuera, la nieve caía en suaves copos. Mientras la reina hacía su labor, se pinchó el dedo y dejó caer tres gotas de sangre en la nieve acumulada sobre el antepecho de la ventana. Luego, sonrió mientras miraba a su hijita y dijo, con dulzura:

-¡Oh mi encantadora niña! Ojalá tu piel sea blanca como la nieve, tus labios y tus mejillas rojos como la sangre y tu cabello negro como el ébano. Te llamaré Blancanieves.

Por desgracia, cuando Blancanieves tenía siete años de edad, su madre murió y, poco después, el rey volvió a casarse.

La nueva reina detestaba a su hijastra porque la sabía muy bella. Y como ella quería ser la mujer más hermosa del mundo, todas las mañanas preguntaba a su espejo mágico:

-Espejo, espejo, dime una cosa: ¿Quién es de todas la más hermosa?

Y siempre el espejo respondía:

-De todo el mundo, sin duda eres la más hermosa de las mujeres.

Pero en la mañana en que Blancanieves cumplía su octavo cumpleaños, la reina recibió una respuesta distinta:

-Eres hermosa, pero jamás a Blancanieves igualarás.

Inmediatamente, la reina tomó una decisión. Llamó a un criado y le ordenó que se llevara a Blancanieves al bosque, que la matase y le dijera al rey que la niña había sido devorada por una fiera.

El criado obedeció la orden. Pero la niña le suplicó de manera tan lastimera ue le perdonara la vida, que el servidor se apiadó de ella y la abandonó en el bosque, y al volver le dijo a la reina que Blancanieves estaba muerta.

A solas en el bosque, la niña vagabundeó durante largo tiempo; pero era tan linda que ninguna fiera le hizo daño.

Al anochecer, vió una pequeña cabaña y atisbó su interior. Sobre una mesa había siete platos, cada uno con una rebanada de pan y un vaso de vino a su lado.

Blancanieves entró, comió un trocito de pan de cada plato y bebió un poco de cada vaso. Luego, vió siete camas. Las probó sucesivamente y, cuando se tendió en la séptima, se quedó dormida.

La cabaña pertenecía a siete enanos o gnomos, que extraían oro y piedras preciosas de las montañas. Al volver esa noche, encendieron las siete lámparas y miraron a su alrededor.

-¿Quién se ha sentado sobre mi taburete?- gritó el primer enano.

-¿Quién ha estado picoteando mi pan?- gritó el segundo.

-¿Quién ha tocado mi cuchara?- gritó el tercero.

-¿Quién ha cortado con mi cuchillo?- gritó el cuarto.

-¿Quién tomó de mi vaso?- gritó el quinto.

-¿Quién se bebió mi vino?- gritó el sexto.

Pero el séptimo enanito había estado mirando las camas en desorden y gritó:

-¡Ahí está! ¡En mi cama!

Entonces, los siete enanos rodearon a la niña y la contemplaron con deleite. Decidieron no despertarla: de modo que el séptimo enano durmió esa noche, sucesivamente, una hora en la cama de cada uno de sus hermanos.

Al despertar, Blancanieves vió que los siete enanitos eran tan buenos y generosos que les contó toda su historia. Entonces, ellos la invitaron a vivir en la cabaña y a ser su ama de llaves.

-Pero no dejes entrar a nadie cuando estemos ausentes- dijo el primer enanito.

-¡Por cierto que no!- exclamaron los demás.

Mientras tanto, en el palacio, la reina había tenido un terrible sobresalto, porque, cuando interrogó a su espejo, éste le respondió:

-Eres hermosa, pero jamás a Blancanieves igualarás. En la cabaña de los enanos vive contenta con siete hermanos.

Y una mañana, Blancanieves oyó un golpecito en la puerta y, al abrir, vió a una mujer que vendía cordones para los corsés.

Recordando lo que le dijeron los enanitos, Blancanieves se disponía a cerrar la puerta, cuando aquella mujer gritó:

-Pero, hija... Estoy segura de que no sabes atar bien tus corsés. Permíteme que te lo enseñe.

Como parecía muy bondadosa, Blancanieves la dejó entrar.

Entonces, la mujer, que en realidad era la malvada reina disfrazada, se dió prisa y ató a Blancanieves tan fuertemente con los cordones del corsé, que la niña se desplomó como muerta.

Pero cuando volvieron a casa los enanitos, cortaron los cordones, y Blancanieves revivió.

Esa noche, con gran enojo de la reina, el espejo le dijo la misma respuesta.

Y algo después, una mujer se presentó ante la puerta de la casa del valle, ofreciendo peines en venta.

Blancanieves no pensó que aquello pudiera hacerle mal alguno, de modo que la dejó entrar y le permitió probar un peine en su cabello..., y cuando la mujer le clavó el peine, se desplomó como muerta.

Pero cuando los enanitos volvieron a casa, le sacaron el peine del cabello, y Blancanieves resucitó.

En el palacio, el espejo dió a la reina la respuesta de siempre, y la malvada se sintió más furiosa que nunca.

Y cierto día, Blancanieves vió que se acercaba a la puerta una campesina que vendía manzanas. Pero no quiso abrirle y se negó a comprárselas. La desconocida, que era la reina disfrazada, había astutamente envenenado sólo la mitad de una manzana y dijo a Blancanieves:

-¡Vamos! Quizás temas que haya veneno. Cortaré esta manzana en dos mitades, y yo me comeré una y tú la otra.

Blancanieves, riéndose de sus propios temores, aceptó la mitad envenenada de la manzana; y después del primer mordisco, se desplomó.

Esa noche, la reina se mostró satisfecha, ya que el espejo le contestó:

-De todo el mundo, sin duda eres la más hermosa de las mujeres.

Los enanitos sintieron un dolor infinito cuando murió su querida princesa. Le hicieron un ataúd de vidrio y lo colocaron sobre una colina, y alguno de los enanitos lo vigiló siempre, día y noche, durante diez años. Y mientras tanto, las mejillas y los labios de Blancanieves estaban tan rosados como cuando vivía.

Cierto día, llegó a caballo un príncipe, y al mirarla a través de la tapa de vidrio se enamoró perdidamente de Blancanieves. Y rogó que le permitieran llevársela en su ataúd, a pesar de estar muerta, a su propio palacio.

Al principio, los enanos no querían consentir, pero finalmente cedieron. Mientras ayudaban al príncipe a levantar la tapa, la caja resbaló de sus manos y, al golpear el suelo, de los labios de Blancanieves cayó un trozo de manzana. La niña abrió los ojos, sonrió y trató de incorporarse.

Inmediatamente, ellos alzaron la tapa, y Blancanieves se levantó, sana y salva.

Los enanitos estaban locos de alegría, y el príncipe suplicó a Blancanieves que la dejara llevarla al palacio.

-¡Oh príncipe! ¡Creo que he estado soñando contigo!- dijo tímidamente Blancanieves.

Algún tiempo después, la malvada reina recibió una invitación para una boda. Después de haberse vestido en sus mejores galas, se acercó a su espejo y le hizo la pregunta de siempre. Y el espejo le contestó:

-Aunque tú brillas como una estrella, la nueva reina es mucho más bella.

Esta respuesta indujo a la pérfida a ir a la boda, para ver con sus propios ojos a su rival. Cuando llegó, vió que aquella joven reina no era otra que Blancanieves, su aborrecida hijastra, y eso la irritó tanto que le dió un ataque y debieron llevársela y, poco tiempo después, murió.

Blancanieves y su esposo vivieron felices durante muchos años; y con frecuencia visitaban a los enanitos y le llevaban regalos.