Sobre el Apocalipsis de san Juan

del Arcipreste Joan Garcia de Barcelona

Apocalipsis significa Revelación, y ésta es una denominación de género literario concreto, no exclusivo del escrito de Juan, género del que hace falta conocer los antecedentes y el contexto de la obra del Apóstol para un primero estudio crítico que permita un posterior apropiamiento teológico.

El género apocalíptico tiene relación con el género profético, todo y la diferencia en cuánto al objeto y el sujeto receptor final del mensaje revelado en el plano histórico y bíblico; en un plano metahistórico y más profundo de teología no podríamos afirmar lo mismo. Lo profético en el Antiguo Testamento es un género de quien administra el «dabar» (la palabra) que explica el Torá (la Ley) y llama a la observancia y el cumplimiento de bruces al acontecimiento de la Parousia.  El profeta es hombre de su tiempo y habla a los coetáneos.  Lo apocalíptico como género se desarolla en el presente y se inserta en la edad futura, penetrando la sinergia teantròpica del sujeto receptor del texto, lo cual es difícil y sutil porque quien administra el «logos» (la palabra) lo hace aquí y ahora, y las visiones, signos, alegorías, sueños, sirven de cuna a cifras, comparaciones, prototipos y arquetipos, susceptibles a ser deformados por la experiencia de los acontecimientos de quienes no son teólogos, en el sentido profundo y estricto, es decir, «aquél que más ruega.»

Nada que no sea familiar aparece en el Apocalipsis de Juan, porque muchos pasajes son cogidos y citan el Antiguo Testamento, y conlleva elementos de la historia santa, de los profetas, de los Salmos. La primera pregunta que surge es:  ¿Si habla a su tiempo y del venidero, por qué no usa alegorías nuevas y propias?  «Nihil novum sub solem»: Dios se revela desde el primero momento y son las criaturas que vamos logrando poco a poco su revelación.  Por otra parte, la teología ortodoxa, san Máximo el Confesor, y modernamente Staniloae, habla de que la contemplación de la acción reveladora de Dios es única, de qué no hay una revelación natural y además una revelación bíblica o sobrenatural; esto nos permito no idolatrar un documento como único medio de hacer llegar a esta revelación, y permite hacerla vivir y no permanecer letra muerta.

El contenido del Apocalipsis es la ipseidad de la Revelación de Jesucristo; del mismo modo como Juan Crisòstomos denomina los Hechos de los Apóstoles el Evangelio del Espíritu Santo, podríamos denominar el Apocalipsis el Evangelio de la Parousia. “Yo soy alfa y omega, el que soy, el que era y el que será, el Todopoderoso”  Este texto es una extensión del Éxodo 3, 14: “Yo soy el que soy.”  Desde la contemplación teológica los dos textos, marcan dos puntos de tensión teológica entre Dios y el hombre, de la experiencia teantrópica, revelan la trascendencia y la unidad, la potencialidad del Santo de Dios. Comportan la recepción por parte del uno: el único que se revela es Dios, y el hombre es pasivo en esta experiencia. Esta capacidad hace posible la sinergía; al conocer a Dios, el hombre conoce al hombre, al Cosmos dónde está, y se constituye como objeto / sujeto de la Revelación, la dimensión activa salida de la capacidad pasiva ―antinomia que permite ser objeto y sujeto― y entender las palabras sobre la imagen de Dios en el hombre, sobre la libertad en la creación, según el Génesis y la Tradición.

El hombre es creado e invitado a crecer y multiplicarse; da denominaciones a las criaturas, pero no encuentra nombre para sí mismo. El hombre une los reinos naturales y parte de sí mismo, la razón. Algunos Padres otorgan a la revelación un aspecto racional con tal que el hombre y el cosmos se comprendan. Para conocer a Dios, ésta no es la herramienta, sino la capacidad de participación en las energías divinas, capacitado de enhipostación en la naturaleza humana del Cristo, que disfrutamos sin mezclarnos con su esencia, es decir, la salvación.

En la Iglesia ya nos constituimos en esta visión de san Juan, y la segunda venida nos es ya conocida; es nuestro hito esta liturgia perpetua; no hay nada de misterioso en ello que no sea la intimidad de Dios y el hombre, del Espíritu Santo, la experiencia de santidad.  No encontramos otra cosa que el icono de nuestras comunidades, que en la creación no estamos solos, están los ángeles y concelebran la liturgia.

Transcripción del P. Diácono Josep Lluis Moya, del N.º 41 de Ortodòxia, de noviembre 2003, editado por la Parroquia Ortodoxa Protecció de la Mare de Deu, c/Aragó, 08.011 Barcelona, Patriarcat de Serbia, Tel. 93 459 2227.  Traducida del catalán.

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