No lo sé

 

-… No lo sé… me siento sucia.

-¿Pero por qué te sientes sucia? No hicimos nada malo

-No sé… Siento que no debimos haberlo hecho.

-¿Pero por qué no, Alejandra? Te gustó, ¿no?

Alejandra lo pensó unos segundos. Apartó la vista de los ojos de Jorge y miró hacia el pasto, luego dijo en voz baja.

-Sí. Pero hay cosas que nos gustan y están mal.

-¡Ay, mi amor!- exclamó Jorge torciendo los ojos hacia arriba -¡No hicimos nada malo! No es malo porque no nos hace daño. Si fuera como… no sé… emborracharte o algo así, que disfrutas en el momento pero al día siguiente te pega la cruda, entonces sabes que hiciste algo malo.

Alejandra miró a los ojos de Jorge. Ella lo admiraba mucho cuando decía esas cosas, a sus ojos tan sabias y ciertas. Pero apartó nuevamente la vista y dijo con una voz temblorosa, como si fuera a llorar:

-¡Entonces sí estuvo mal, porque yo ahora me siento mal, me siento sucia y culpable!

Jorge sonrió condescendiente –Chiquita, tú te sientes culpable porque toda la vida te han enseñado que está mal, que es pecado y todo eso. Pero te repito que no hicimos nada malo. Al contrario: es algo maravilloso que nos permite expresarnos y nos acerca como pareja.

Alejandra permaneció callada mirando el pasto. Jorge miró a su alrededor contemplando el parque; daba golpecitos con la punta de los dedos sobre la banca en la que estaban sentados.

-Debo pensarlo bien.- dijo Alejandra finalmente –Sí me gustó, Jorge, lo disfruté mucho. Pero no puedo evitar sentirme… así. –Alejandra se puso de pie.

-Está bien, preciosa.- dijo Jorge al tiempo que se levantaba –Pero no pienses, siéntelo.

Alejandra se acercó a Jorge y le dio un dulce beso en los labios. Luego se dio la vuelta se alejó correteando.

-¿Cuándo nos vemos?- preguntó él mientras ella se iba.

-No lo sé. Mañana o pasado.

¡Adiós, chiquita!- gritó Jorge cuando ella ya se hallaba lejos.

 

*

 

-Dos veces.

-¡¿Dos veces?! ¿Cuándo?

-La primera hace como dos semanas y la segunda como tres días después.

-¡Ay, Ale! ¿Y cómo te sentiste?- Susana miraba a Alejandra con una mezcla de desaprobación, temor e interés.

-En el momento en el que lo estamos haciendo, me siento genial, los disfruto muchísimo, no quiero que se acabe nunca. Pero cuando acaba, o mejor dicho, a la mañana siguiente, me siento toda sucia, culpable, hasta me dan ganas de llorar.- Alejandra se acomodó la falda a cuadros; el suelo del patio de la escuela le estaba quemando las piernas. Miró hacia el frente y observó por un momento a unas niñas jugando con una pelota. Susana no dejaba de mirar a su amiga; su reciente confesión la perturbaba, pero al mismo tiempo la fascinaba.

-¿Y dónde lo hicieron?- preguntó, con un ansiedad de saber más detalles.

-En una bodega…

-¿En una bodega? ¿Y no estaba toda sucia y llena de ratas?

-No, de eso, equis. Nos vamos ahí para que nadie oiga nada, ya sabes.- Alejandra permaneció pensativa un momento y luego dijo bruscamente –No le vas a decir a nadie, ¿verdad? Si mi mamá se entera, se muere.

-No, ¿Cómo crees? No se lo voy a decir a nadie.

-Ni a las monjas, ni a tu amiguita Leticia, ni a nadie…

Ya te dije que no. Confía en mí, ¿si?

Alejandra suspiró -¡Ay Susi! Es que tengo mucho… no sé. No es miedo. Me siento rara. No sé lo que siento.

-Pues díselo a Jorge. Dile como te sientes. La próxima vez que quiera hacerlo contigo le dices que no y ya.

-Pero es que en el momento es cuando no me puedo resistir. La forma en la que me mira, me habla, me sonríe… No me puedo controlar…- Alejandra calló al ver a una monja acercarse a ellas.

-¡Señoritas! ¿Qué hacen aquí? ¿Que no oyeron la campana?

-¡Ay, perdón, madre!- dijo Susana mientras ella y Alejandra se ponían se pie y se sacudían la falda –No la oímos.

-Ándele, a sus salones. ¿Que no tienen clase?

-Ya vamos, ya vamos.- dijo Susana mientras se iban correteando hacia las aulas de clases.

 

*

 

-Esta noche no, Jorge. Te lo digo en serio.

-¿Qué pasa mi amor?

-No me siento bien, ya te dije. Me siento culpable y sucia. Ya no quiero sentirme así.- Alejandra cruzó los brazos y miró por afuera de la ventanilla. Jorge apagó el motor.

-Alejandra, ya lo hemos hecho dos veces ¿y tú sigues reprimiéndote?

-Pues sí. No me siento bien y ya.- Alejandra seguía sin mirar al muchacho.

-Mi amor, ya te dije mil veces que no es nada malo. Es algo que está en la naturaleza humana.- Jorge tomó a Alejandra de los hombros y la hizo volverse hacia él –Sabes que lo deseas tanto como yo.

Alejandra sintió un escalofrío cuando Jorge la miró directo a los ojos. Finalmente, se besaron con pasión.

 

*

 

Un hombre de unos cincuenta años estaba atado a una silla y amordazado. Junto a él, también atada y amordazada, una mujer de la misa edad. Ambos miraban con terror hacia Alejandra, quien les sonreía maliciosamente y sostenía un hacha. La joven alzó con las dos manos el arma y asestó un fuerte golpe contra el hombro de la señora, la cual gritó de dolor por debajo de sus mordazas. La mujer se sacudía atada en su silla al tiempo que Alejandra sacaba con trabajo la hoja de la carne de su hombro. El hombre cerró los ojos para no ver  cómo un segundo golpe caía sobre la rodilla de su compañera. El golpe rompió la pierna de la mujer, dándole el aspecto de un jamón recién cortado. Alejandra tomó el hacha una vez más y golpeó la otra pierna una y otra vez hasta cortarla en dos. La sangre brotaba como de una tubería rota y bañaba el suelo y las paredes de la bodega. Alejandra dio un nuevo golpe, esta vez en la cabeza de la mujer;  la hoja del arma se hundió en su cráneo y el resto de su cuerpo siguió moviéndose con espasmos.

El hombre miraba la escena con terror y lágrimas mezcladas con sudor frío cubriéndole el rostro. Alejandra volvió su mirada hacia él y le sonrió con placer. Jaló el hacha, pero ésta se había atorado en la cabeza de la mujer. La muchacha jaloneó el hacha de un lado al otro tratando de zafarla y zarandeando el cuerpo muerto al que estaba clavada. Al fin logró sacarla, con algunos trozos de cráneo y sesos. Alejandra alzó el hacha dando carcajadas de éxtasis y la dejó caer sobre la ingle de aquel hombre.

A unos metros, en la pared opuesta de la bodega, Jorge apuñalaba con un picahielo a una anciana también atada a una silla y amordazada. El muchacho detuvo su actividad y miró hacia su novia, quien le parecía más hermosa que nunca.

-¿Lo ves, chiquita?- le dijo con una mirada dulce y una sonrisa coqueta -¿A poco no lo estás gozando?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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