Esta historia ha sido traducida por el Equipo de Inglés de Xenafanfics y cuenta con el permiso de la autora para su traducción y publicación en español en Internet.
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NOTA DE LA AUTORA: Esta historia está dedicada a mi madre.


MADRES

de B. L. Miller

Cyrene estaba limpiando la barra del bar cuando entró la amazona. La canosa mujer dejó el paño y sonrió.
—¿Qué puedo hacer por ti, querida?
La amazona rubia miró a la anciana.
—Estoy buscando a una mujer llamada Cyrene. ¿Es usted? —«Esto está siendo demasiado fácil», pensó para sí misma.
—Si, yo soy Cyrene —la amigable sonrisa de la cara de la posadera desapareció cuando vio un cuchillo saliendo de su vaina—. ¿Qué quieres? Aquí no hay mucho dinero —Estaba aterrorizada; nunca se había oído que las amazonas robaran a la gente.
La amazona se acercó.
—A Gabrielle —dijo la amazona; sus labios se curvaron en una mueca; la ira y el odio se notaban en su voz .

Toris estaba reparando una valla rota cuando un hombre corpulento llegó corriendo hacia él, con la cara roja de esfuerzo.
—¡Toris! ¡Toris! —el hombre agitaba la mano desesperadamente.
—¿Qué ocurre, tío Ariss? —le preguntó al preocupado hombre, al tropezárselo a mitad de camino. Ariss apoyó las manos en las rodillas y se agachó, intentando recuperar el aliento. Toris le sujetó por los hombros.
—Tu madre… —jadeó Ariss— hay… una nota… un cuchillo —los ojos de Toris se abrieron de par en par y se lanzó a una carrera mortal hacia la posada; las palabras de su tío resonaban en su mente.
Al entrar en la posada, Toris notó enseguida que allí había habido una batalla. Alrededor de la barra había cristales rotos por todas partes . El trapo de limpiar de Cyrene estaba salpicado de gotas de sangre. Había un pergamino clavado a la barra con una daga. Fue hacia la barra despacio, asustado de las palabras que pudiera contener la nota. Con manos temblorosas, aflojó el cuchillo, profundamente encajado, y liberó la nota.

Ariss estaba ya a mitad del camino de regreso cuando vio a su sobrino cabalgando hacia él.
—Tío, cuida de la posada. Tengo que encontrar a Xena.
Antes de que Ariss pudiese protestar, el negro semental le pasó rugiendo al lado, azuzado por el bondadoso granjero. Toris no se detuvo a pensar que carecía de armas, salvo la daga que había cogido de la posada, ni se dio cuenta de que no tenía equipo de viaje de ningún tipo, ni siquiera una cantimplora. Sólo pensaba en la nota, en su querida madre, y en encontrar a su hermana antes de que fuera demasiado tarde.


La amazona rubia estaba mirando a una chica morena que cepillaba un pony. «Bueno, no llega ni a ser una mujer», pensó. Tendría alrededor de dieciséis veranos, no muchos más: no era la mujer que andaba buscando.
Otra figura salió de la casa grande. Tenía que ser ella: una mujer delgada de al menos cuarenta y cinco veranos, de pelo ligeramente gris, pero todavía rico en profundos tonos miel: tenía que ser Hécuba. Los ojos de la amazona se empequeñecieron como si acechara una presa.

Lila habló con su madre durante un momento, antes de dejar el cepillo y entrar. Hécuba agarró las riendas del caballo y lo llevó de vuelta al establo.
Lila se preocupó viendo que su madre no volvía de cuidar a Nicoli, la pequeña pero leal yegua.
—¿Madre?
No hubo respuesta.
Lo intentó otra vez, con el mismo resultado. Al entrar en el establo se sorprendió de ver a Nicoli fuera de su sitio. Lila fue hacia ella y la guió hasta su puesto con unos golpecitos en el cuello. Una vez que la yegua estuvo bien sujeta, volvió de nuevo a buscar a su madre. Sus ojos se detuvieron en una daga que sujetaba una nota en la pared más alejada.

—¡Lila! ¡Lila! —oía gritar a su padre, mientras ensillaba a Nicoli.
Cogió dos odres de un gancho; reunió algo de la ropa de caza de su padre en un saco de la silla de montar, pensando en cuál sería la ruta más segura para ir; ató una manta enrollada en la parte trasera de la silla de montar y después sacó al caballo del establo. Su padre llegó en el momento en que lo montaba.
—¿Dónde vas? Está muy oscuro ahí fuera —gritaba señalando al cielo nocturno.
—¡Alguien ha raptado a Madre! —chilló— ¡tengo que encontrar a Gabrielle! ¡Jia!
El caballo se sobresaltó un poco ante la inusual exigencia de su amable propietaria, después se adentró en la noche. Pasara lo que pasara, Lila sabía que, de alguna forma, la culpa era de Xena.


Toris miró alrededor, al camino desconocido. Sabía qué ruta debía tomar, pero nunca había viajado antes en esa dirección. El aire frío de la noche le hizo temblar un poco y lamentar la apresurada marcha de Amphipolis. Un rápido inventario mental le confirmó lo estúpida que era la decisión que había tomado.
Al divisar un pequeño sendero, hizo girar al caballo para seguirlo. Seguramente conduciría hacia el agua, o hacia algún sitio habitado. No quería dormir en el suelo si podía evitarlo; eso estaba bien para Xena, la poderosa hermana guerrera, pero él no había dormido en el suelo ni una sola vez en su vida. Aún así, Toris sabía que no podía permitirse perder el tiempo buscando aldeas para dormir. Un arroyuelo apareció delante de un pequeño claro. Alzó la mirada al cielo nocturno para juzgar el tiempo. La luna llena que iluminaba el cielo le daba unas cuantas horas más de luz para el viaje.
—Vamos, Lunac, toma un poco de agua y nos marchamos.
Dirigió al caballo negro hacia el borde del arroyo y soltó las riendas. Lunac sorbió ávidamente el agua. Toris se arrodilló y. bebió todo el agua que pudo haciendo cuenco con las manos. No satisfecho con los resultados, sobre todo por la camisa, que se le había empapado, metió la cara en el agua y bebió directamente. Le dio unos minutos a Lunac para comer algo de hierba antes de montar y dirigirse de vuelta al camino.


Lila tomó unos cuantos sorbos de agua mientras buscaba alrededor un lugar donde poder encender el fuego de campamento. Por la posición de la luna, dedujo que faltaban unas pocas horas antes de que Apolo comenzara su ascenso matutino por el cielo. Eligió el lugar adecuado y se dispuso a encender el fuego. Mientras recogía trozos ligeros de madera, pronunció una pequeña plegaria a Artemisa para que cuidara de su madre y de ella durante la noche; sabía que Artemisa era la divinidad de la luna y la protectora de las amazonas, de quienes su hermana era ahora la reina.
Además, sabía que Artemisa cuidaba de Gabrielle, cosa que le hacía mucha falta desde que su dulce hermana viajaba con ese temible señor de la guerra, Xena. Si había una persona que le disgustara, incluso que odiara, era ella: Xena se había llevado a su hermana lejos de ella. En la última visita de Gabrielle, las dos hermanas no habían hecho otra cosa que discutir por tonterías y pelearse.
Tumbada allí, cubierta con la manta, Lila pensaba en los cambios que se habían producido en su hermana durante los últimos dos años. Por una parte, Gabrielle tenía muchas más cicatrices, de lo que Lila culpaba a Xena: por eso había empezado la segunda pelea. La primera pelea se había producido por la insistencia de Gabrielle en que fuera amable con Xena. Lo último que la joven quisiera ser con la guerrera era amable. Esa alta mujer de aspecto amenazador, cargada de armas, era la que había alejado a Gabrielle de ella; no podía ser amable con ella, y así se lo dijo a Gabrielle.
Mientras iba cayendo en el sueño, Lila sonreía al recordar a su hermana y a ella jugando en los prados cuando eran pequeñas. Era un sueño que había tenido con frecuencia la primera vez que se marchó Gabrielle; era la única forma de dormir. A medida que el tiempo fue pasando, dejó de soñar con ello. Esta noche era la primera vez, en un ciclo completo de estaciones, en que ese sueño regresaba a Lila.


Acercándose con rapidez a la frontera del territorio amazona, Toris cometió un error al no advertir las señales de alerta. Una flecha salió disparada, traspasándole la pierna. Otra le hirió debajo de la primera.
—¡Esperad, estoy desarmado! —gritó, alzando las manos vacías.
—Esta zona está prohibida a los hombres: abandónala ahora —respondió una invisible amazona.
¾Necesito vuestra ayuda. Tengo que encontrar a Xena.
Comenzaba a sentirse débil a causa de la sangre que manaba de las heridas de flecha y le corría por la pierna. Exhausto por la interminable cabalgata y mareado de ver su propia sangre, Toris se dejó resbalar de la silla hasta el suelo, asiéndose el muslo herido con las dos manos. Un par de espadas surgieron de la nada junto a su garganta. Alzó la mirada y vio a las amazonas que las portaban, contemplándole con aspecto iracundo.
¾Márchate ¾ordenó la centinela¾. Xena no está aquí.
Aparecieron varias amazonas más a sus espaldas y de entre los árboles. Eponin surgió del recién llegado grupo y empujó al atemorizado hombre, haciéndole caer al suelo.
¾¿Qué tienes que ver con ella? ¾dijo con su tono de voz más autoritario.
¾Soy su hermano ¾respondió él sin perder de vista un momento las afiladas hojas que amenazaban su garganta¾. Nuestra madre ha sido secuestrada. Tengo que encontrar a Xena.
¾No está aquí ¾contestó Eponin, en tono cortante y severo. Al fin y al cabo, ese hombre no se parecía en nada a la guerrera.
¾Tengo una nota.
Comenzó a mover la mano hacia el interior de su camisa, ante lo cual una de las armas salió disparada, cortándole en la mejilla. Eponin frunció el ceño, pero no dijo nada; no debería haberse movido.
¾¿Dónde está?
¾En mi camisa.
Una de las centinelas bajó su arco, se le acercó y rasgó la tela. Luego sacó el pedazo doblado y, al descubrir la daga, la sacó también. Sostuvo ambas cosas en alto para que Eponin las viera.
¾Vaya, al parecer no venías tan desarmado después de todo ¾los ojos de la amazona se entrecerraron al ver el diseño que adornaba la empuñadura¾. ¿De dónde has sacado esta daga?
¾Era lo que mantenía la nota clavada al mostrador ¾contestó¾. Por favor, estoy sangrando mucho.

Eponin señaló la nota. La centinela se la entregó y otra de ellas le acercó una antorcha para que pudiera leerla. Cerró los ojos mientras la doblaba de nuevo y la guardó. Aspiró profundamente, luego abrió los ojos y miró a Toris.
¾Xena no está aquí, eso es cierto, como también lo es que no puedes quedarte en estas tierras ¾susurró algo al oído de la centinela, quien se encaminó de inmediato hacia la aldea¾. He mandado buscar a alguien que te cure esas heridas. Entrar en nuestro territorio ha sido algo muy estúpido por tu parte.
¾Tenía que encontrar a mi hermana. No sabía a dónde más acudir.
¾En cualquier caso, no puedes quedarte y no estás en condiciones de montar. Haré que te lleven a tierra de centauros. Actualmente tenemos un tratado de paz con ellos, así que no te harán daño.
¾¿Me ayudaréis a encontrar a Xena?
¾Enviaré algunas guerreras en su busca a primera hora de la mañana.


Las guerreras se marcharon al alba, dispersándose en varias direcciones. El último contacto con Xena y Gabrielle había sido cuatro lunas atrás, cuando ayudaron a proteger la aldea de unos jinetes en la famosa “Batalla del Muro Sur”. El ataque se había cobrado la vida de muchas de las mejores guerreras y mujeres. La guardia real al completo había muerto allí, así como multitud de mujeres que se habían levantado en armas para evitar la toma de la ciudad. Tras la batalla, muchas amazonas regresaron a casa para ocupar el lugar de sus hermanas caídas y fortalecer la aldea. Por todo ello, Ephiny sólo pudo enviar a seis guerreras en su busca. La regente rezó para que las encontraran pronto.

Lila se acercó al límite del territorio y detuvo su caballo.
¾¡Ayudadme! ¡Necesito ayuda! ¾miró a su alrededor, pero no vio a nadie; luego desmontó y se internó en el bosque¾. Soy Lila, la hermana de la reina Gabrielle. Por favor, salid.
¾¿Qué ocurre, niña? ¾dijo Eponin saliendo de detrás de un árbol.
¾Alguien ha secuestrado a mi madre.


La hoguera estaba dispuesta para que durara toda la noche. Xena y Gabrielle descansaban plácidamente, con sus mantas una junto a la otra. Un leve sonido interrumpió el descanso de la guerrera. Alzó la cabeza, rastreando a su alrededor con la mirada.
¾Xena, ¿qué... ¾murmuró Gabrielle, despierta por el repentino movimiento. La mano de la guerrera le tapó la boca y cortó su frase a la mitad.
¾Vístete.
Xena dio media vuelta, alcanzó su espada y se confundió con las sombras de los árboles. La bardo, ya de pie, asió su cayado y se situó en posición de defensa.
Silencio. Un suave canto de paloma rasgó el aire.
Gabrielle lo respondió rápidamente con otro similar. Xena permanecía quieta entre las sombras. Una amazona cruzó entonces la hilera de árboles que las rodeaban, con las manos vacías y a la vista.
¾No quiero hacerte daño, mi reina ¾dijo la amazona¾. Traigo un mensaje urgente para Xena.
¾¿De qué se trata? ¾Xena se mostró a su vez, y sus grandes zancadas la situaron en pocos segundos junto a la mujer.
¾Alguien se ha llevado a tu madre. Tu hermano está herido. ¾Decidió no contarle a la Princesa Guerrera que eso era obra suya; no tenía sentido condenar al mensajero. Xena se alejó deprisa y comenzó a recoger sus cosas, para mantener las manos ocupadas en algo. Gabrielle también enrollaba ya sus mantas.

Entre las tres mujeres levantaron el campamento en un tiempo récord. Sin mediar palabra, Xena montó a Argo y tendió el brazo; Gabrielle montó enseguida detrás de ella.
¾¡Jia! ¾Xena puso a Argo a galope tendido, sin perder de vista los alrededores. La amazona dirigió su montura en dirección contraria y se dispuso a alcanzar a las otras rastreadoras.
Gabrielle se agarró con fuerza, en parte por miedo a caer y en parte preocupada por Xena, que no decía una palabra y tampoco mostraba intención de disminuir la velocidad. Sólo lo hizo cuando Argo empezó a protestar, permitiéndole entonces que se acomodara a un trote lento.
¾No llegarás nunca si matas a Argo ¾le regañó Gabrielle cariñosamente. Los brazos y el trasero le dolían por la presión del galope. Además tenía el estómago revuelto, pero decidió ignorarlo.
¾Lo siento.
Detuvo a Argo y Gabrielle se deslizó hasta el suelo. Xena desmontó y condujo a ambas por entre los árboles, en busca de un pequeño claro. De todas formas estaba demasiado oscuro como para seguir adelante. Decidieron no hacer fuego, era demasiado esfuerzo para tan poco tiempo. Sacaron sus mantas y un odre de agua, y se dispusieron a dormir unas cuantas horas. Xena tuvo sueños llenos de culpabilidad por haber puesto en peligro a su madre una vez más, y ahora también a su hermano; los de Gabrielle revelaban su preocupación por su amiga.

Un leve llanto despertó a Gabrielle. Instintivamente, supo que Xena necesitaba consuelo; se dio media vuelta y rodeó con su brazo la cintura de la guerrera. Xena miraba al cielo nocturno. Colocó su brazo alrededor de los hombros de Gabrielle, acercándola a ella.
¾Xena, seguro que está bien; la encontraremos. ¾Xena no contestó, pero agradeció esas palabras con una pequeña caricia sobre el hombro de la bardo.
¾Lo sé, Xena, lo sé.


El ir y venir de Lila estaba volviendo loca a Ephiny.
¾Niña, ¿es que no te puedes estar quieta?
¾No soy una niña, soy una mujer ¾gruñó.
La amazona miró al techo con desesperación al recordar esas mismas palabras en boca de su reina.
¾Por favor, me estás mareando.
¾¿Por qué tardan tanto? ¾Lila se detuvo y miró a la reina regente.
¾Estarán aquí lo antes posible. Estoy segura de que Xena...
¾¿Xena? ¡Todo esto es culpa suya! ¡Si no se hubiera llevado a Gabrielle nada de esto hubiese ocurrido! ¡Hemos perdido a nuestra madre por su culpa! ¾Lila golpeó la mesa con furia.
¾¡Mira, jovencita! ¾Ephiny ya había tenido bastante¾. ¡Hermana o no de la reina, no te voy a permitir que te quedes ahí y que tengas una rabieta! La madre de Xena está perdida también, ¿sabes? Llegarán en cuanto puedan. Hasta entonces, o te sientas y te callas, o te vas a otra parte y te avisamos cuando lleguen.
Un pensamiento cruzó por la mente de Ephiny. Se preguntaba si Gabrielle se enfadaría si su hermana recibía un par de tortazos a la vieja usanza; puede que eso contuviera su afilada lengua. «Debe venir de familia», reflexionó. Lila se calmó y se sentó en una silla, mirando con ira a las amazonas.


Un golpecito en la puerta despertó a Toris.
¾Adelante.
Entró un niño con el pelo rubio y unos ojos azules iguales que los suyos, llevando una bandeja con una jarra de agua.
¾Buenos días, señor. Espero que haya dormido bien.
El muchacho puso la bandeja sobre la mesa.
¾Sí, bien, si no fuera por el dolor de la pierna. ¾contestó.
¾Mi nombre es Solan. Está usted en casa de mi tío
El muchacho ofreció su mano.
¾Soy Toris. ¿Está tu tío aquí?
¾Sí, ahora está hablando con unos hombres. Me pidió que le trajera agua. ¿Es usted realmente el hermano de Xena?
¾Sí.
¾Se parece mucho a ella. Es muy hermosa.
¾¿La conoces? ¾Toris se sentó y miró al muchacho otra vez—. ¿Cómo la conociste?
¾La conocí el año pasado, a ella y a Gabrielle. Xena era amiga de mi madre ¾Solan bajó los ojos y su cara se entristeció¾. Murió hace mucho tiempo, al nacer yo. Xena me trajo aquí a vivir con el tío Kaleipus.
Los ojos del hombre se agrandaron al pensar una pregunta que no se atrevió a realizar. Pero ¿no era la verdad quien lo miraba fijamente a la cara?
¾Solan, me gustaría encontrarme con tu tío cuanto antes, ¿puedes decírselo por mí?
Tenía que ser... Si la madre del muchacho realmente hubiera muerto durante el parto, seguramente Xena hubiera encontrado parientes con quienes dejarlo. Si fuera verdad, ¿cómo había podido mantenerlo en secreto? ¿Madre lo sabría? Las preguntas y las posibilidades le daban vueltas en la cabeza, mientras intentaba recordar el pasado de su hermana. El muchacho no aparentaba más de diez u once veranos. ¿Qué estaba haciendo Xena por aquel entonces? Era un señor de la guerra, desde luego. Él no se acordaba en qué parte del país estaba entonces, pero era un señor de la guerra, sanguinaria, despiadada, la Destructora de Naciones. ¿Cómo era posible que hubiera tenido un niño? No podía ser. ¿O sí?


Ephiny y Lila las recibieron en la misma puerta. Los ojos de Gabrielle se encendieron de alegría al ver su querida hermana.
¾¡Lila! ¾gritó, bajándose de Argo atropelladamente. Se abrazaron con fuerza¾ .¿Cómo estás? ¿Qué haces aquí?
¾Gabrielle ¾Ephiny le puso la mano en el hombro. Gabrielle vio que Lila tenía lágrimas en los ojos. La amazona habló otra vez—. Ven dentro ¾la bardo miró a su hermana otra vez.
¾¿Es Madre? ¾Lila asintió tristemente. Pero su cara pasó de la tristeza al enfado cuando la alta guerrera entró y puso las manos sobre los hombros de Gabrielle.
¾Lila ¾la voz de Ephiny, severa y autoritaria, le advertía silenciosamente que se comportarse. La joven frunció el ceño. Ephiny no le hizo caso¾ . Vamos dentro. Hay mucho de qué hablar.
Una vez dentro del salón del trono, cada una tomó asiento. El trono se quedó vacío, ninguna mujer quería ofender a la otra usándolo. Se sentaron todas en sillas alrededor de una pequeña mesa. Ephiny sacó una nota plegada. Había un corte en medio del documento que atravesaba el pergamino.
¾Esta nota fue encontrada clavada a la barra de la posada de tu madre. Todo lo que dice es que morirá si interfieres.
¾¿Ningún nombre? ¿Ninguna explicación? ¾la nota era demasiado misteriosa.
¾ No. Todo lo que tenemos es esto ¾Ephiny sacó una de las dagas. Xena le dio la vuelta sobre su mano, estudiando la empuñadura.
—Amazona —dijo Xena con serenidad. Gabrielle la miró; era imposible confundir el diseño.
—Esta nota fue encontrada en tu granero—dijo Ephiny mientras sacaba la otra nota. Tiene el mismo tipo de agujero.
—No fue en el granero, fue en el establo —le corrigió Lila con un toque de irritación en la voz. Gabrielle le echó una de sus miradas
—En el establo —gruñó Ephiny—. Ésta es la verdadera razón de los ataques —le pasó la nota a Gabrielle.
«Tu no debes estar aquí, ¡impostora! Te reto a que demuestres tu valía. Tengo a tu madre y no dudaré en matarla si no la demuestras. También tengo a la madre de Xena. Si ella aparece, no dudaré en matarlas. Y luego iré por el resto de vuestras familias. Ve a encontrarte con tu destino en las antiguas ruinas, la víspera de la luna llena. Sólo una verdadera amazona debe gobernar a las hijas de Artemisa. »
—¿Quién es? —preguntó Gabrielle con aparente tranquilidad, aunque sentía que su estomago se revolvía.
—Las marcas en la daga muestran que es de los poblados del norte, no quedan muchos. Es sabido que no se han callado su oposición a tu ascenso al trono; podría ser cualquiera de ellas.
Ephiny miró los tristes rostros de sus hermanas y la estoica cara de la guerrera.
—¿Dónde está mi hermano? Me dijeron que estaba herido —Ephiny tragó saliva y miró hacia la mesa, como si estudiara el dibujo de la madera—. ¿Ephiny?
—Está con los centauros. No es nada serio; un par de heridas de flecha y un corte de espada.
La amazona avanzó un paso mientras hablaba. Xena miraba la mesa.
—¿Dónde los recibió, Ephiny? —el rostro de Xena no mostraba ninguna emoción.
—Cruzó la frontera; ellas no sabían quién era, Xena. Después de todo lo sucedido en el Muro Sur, cómo podíamos… —Xena levantó la mano para callar a la amazona.
—Lo sé. ¿Cómo esta? —Había cambiado de tema con ligereza; no era momento de enfadarse por lo que más bien había sido culpa de la estupidez de su hermano.
—Necesitaba unos puntos, pero no debería haber complicaciones. Está con Kaleipus.
El nombre del guardián de Solan hizo que Xena y Gabrielle intercambiaran miradas. Las dos amigas estaban pensando lo mismo: «Si Toris ve a Solan…»

Las cocineras se sorprendieron un poco al descubrir que la joven hermana de la reina tenía tan buen apetito como la misma bardo. Una cocinera le comentó a otra que no estaban preparadas para tener a ambas mujeres de Potedaia en el poblado al mismo tiempo, a no ser que las cazadoras trabajasen a doble turno. Se sintieron mortificadas cuando vieron a las dos mujeres entrar a la choza de la comida juntas. En la cocina se armó un pandemonio increíble mientras ponían más comida al fuego.


Cyrene abrió los ojos al ver a una mujer no mucho más joven que ella, con cabello color miel que empezaba a encanecer. La mujer estaba arrodillada a su lado, visiblemente aliviada de verla despierta.
—Buenos días. ¿Cómo te sientes?
—Me duele la cabeza. ¿Quién eres?
—Mi nombre es Hécuba.
—Cyrene —se presentó. Hécuba levantó la vista.
—¿Tú eres la madre de Xena? Yo soy la madre de Gabrielle —los ojos de Cyrene brillaron al oír el nombre de la chispeante joven mujer que estaba ayudando a su única hija en su búsqueda de redención.
—Encantada de conocerte, Hécuba. Tienes una hija increíble.
—Gracias —Hécuba no devolvió el cumplido—. ¿Tienes alguna idea de dónde estamos?
—No. Yo estaba trabajando en mi posada cuando vino una amazona y me atacó. —Cyrene se tocó la cabeza en el lugar en que las amazonas le habían golpeado con el jarro.
—A mí me atacó en el establo —Hécuba asintió con la cabeza—. ¿Qué crees que quiere?
¾A nuestras hijas ¾contestó Cyrene.


Aún faltaban tres días hasta la siguiente luna llena. Aparentemente la anónima amazona confiaba en la habilidad de los aldeanos para encontrar a las viajeras. Conscientes de que no había nada que hacer por el momento, consintieron en quedarse en la aldea. Xena no mostró intención de ir a ver a su hermano.
Las dos hermanas se pasaron la cena interrumpiéndose la una a la otra: Gabrielle trataba de contar sus aventuras con Xena y Lila narraba su vida en Potedaia. Xena estaba allí sentada, encajando las ocasionales miradas de odio de la más joven y disfrutando de las sonrisas especiales de la mayor. Las cocineras suspiraron aliviadas cuando la reina y su hermana abandonaron la choza.
Sólo cuando se hizo tarde y tuvieron que ir a sus habitaciones se plantearon cómo iban a dormir. Gabrielle no quería pasarse la noche escuchando el parloteo de su hermana acerca de lo poco que le convenía seguir recorriendo Grecia arriba y abajo en compañía de un ex señor de la guerra.
¾Eh, tú puedes quedarte en esa habitación de ahí, Lila. Yo dormiré en ésta con Xena.
¾No está bien, Gabrielle. Que se quede ella la otra habitación. Será como cuando éramos pequeñas.
Lila lanzó otra mirada feroz a la guerrera, que ya empezaba a cansarse de aquel juego y la devolvió esta vez. Gabrielle las miró y frunció el ceño.
¾Lila, ya sabes que no paras de dar vueltas y moverte. Por favor, duerme tú allí.
¾Vale ¾miró otra vez con odio a Xena antes de entrar en el cuarto de invitados.


¾¿Qué crees que estarán haciendo las chicas ahora? ¾preguntó Cyrene.
¾Buscarnos, probablemente ¾contestó Hécuba¾. Espero que tengan cuidado.
¾Estoy segura de que sí. Xena va siempre dos pasos por delante de todo. No le gusta correr riesgos. ¾Había un tinte de orgullo en la voz de la mujer.
¾Mi Gabrielle es muy inteligente. Estoy segura de que encontrará un modo de salvarnos. Después de todo, es la Reina de las Amazonas. ¾La voz de Hécuba no podía disimular su orgullo.
¾Ha hecho mucho bien a Xena. No sé que habría sido de mi hija sin esa muchacha tuya. Pienso en ella como si fuera mi hija. Es una muchacha tan dulce, siempre cuidando a los demás...
¾De pequeña ya era así, desde que encontró una ardilla herida e insistió en cuidarla hasta que estuvo bien; después lo convirtió en costumbre.
¾Xena no tenía tanta mano con las mascotas. Una vez tuvimos un perro, pero Xena era aún demasiado pequeña, diez años más o menos. Intentó sacar de paseo a esa montaña de animal y al final acabó paseándola él. ¡Vaya escena! Aquella pequeñez de chiquilla a rastras por toda la ciudad detrás del enorme perrazo negro ¾ambas mujeres rieron¾. Pero no soltó la correa; si algo es, es obstinada.
¾Gabrielle es también bastante cabezota. Deberías oírla discutir con Lila. Cuando estaban creciendo, hubiese jurado que a veces se enzarzaban sólo para poder lanzarse los insultos más coloristas la una a la otra ¾Hécuba sonrió al recordar a sus hijas de pequeñas, jugando bajo el sol veraniego. Se acercó a Cyrene¾. Pero háblame de los otros... Gabrielle me dijo que tienes un hijo...


Ephiny y Xena contemplaban a las dos hermanas de Potedaia dando buena cuenta del trabajo matutino de las cocineras.
¾¿Cómo pueden comer tanto? ¾preguntó la amazona en voz baja al ver que les ponían delante otro plato de comida.
¾Piernas huecas. Debe ser cosa de familia ¾contestó Xena con los ojos fijos en su amiga¾. Voy a tener que presentarme voluntaria para la partida de caza y asegurarme de que el pueblo no se muere de hambre.
¾Dejad de meteros con nosotras ¾Gabrielle alzó la vista y las miró¾. No creáis que no os he oído.
¾Sí ¾añadió Lila¾. No tenemos las piernas huecas, sólo un apetito saludable ¾devolvió su atención al plato, ahora casi vacío¾. ¡Gabrielle! Te has comido el último higo.
¾Sí ¾dijo Gabrielle con tono sardónico mientras saboreaba la fruta en su boca¾. Éste también está muy bueno.


¾Hola, Toris ¾dijo Kaleipus al entrar en la habitación¾. Me han dicho que quieres hablar conmigo.
¾Sí ¾Toris se incorporó hasta quedar sentado sobre la cama¾. Háblame de Solan.
¾Solan ¾los ojos del centauro mostraron sin querer su preocupación¾. ¿Qué quieres saber, Toris? Yo soy su protector.
¾¿Quién es su madre? ¾Toris vio cómo Kaleipus intentaba evitar una respuesta.
¾¿Por qué lo preguntas?
¾No eludas el tema. ¿Es sobrino mío? ¾Kaleipus se alejó y miró por la ventana.
¾No debes decirle nada. Él cree que su madre está muerta.
¾¿Por qué no le dices la verdad?
¾Es mejor para Solan no saberla.
¾Tiene derecho de conocer a su familia, Kaleipus. No sé cómo llegó hasta ti y tampoco me importa. Cuando me marche de aquí, el hijo de mi hermana vendrá conmigo. Merece vivir con su familia.
¾¡Yo soy su familia! ¾rugió Kaleipus encarándose con él ¾-. Ha estado conmigo desde que tenía menos de un cuarto de luna. A pesar de que me llama “tío”, en mi corazón es mi hijo.
Sus conmovedoras palabras aplacaron un poco la ira del hombre.
¾Yo también soy su familia, Kaleipus. Merece saber eso.
¾No puedo permitir que se lo digas, Toris. Juré a Xena que el niño nunca sabría de dónde procede.
¾Pero yo nunca hice esa promesa. Puede que Xena sea una descastada, pero yo no. ¾La voz de Toris subió de volumen por la rabia que sentía hacia su hermana.
¾No lo hizo por indiferencia, Toris. Le envió aquí para protegerle. ¿Sabes lo que habría sido de él si hubiese corrido la voz de que era el hijo de Xena?
¾¿Tío? ¾el muchacho apareció en el marco de la puerta, con la sorpresa y la confusión pintadas en el rostro. Los dos hombres se volvieron a mirarle.
¾Solan, ¿cuánto tiempo llevas ahí? ¾Kaleipus fue hasta él y le puso una mano sobre el hombro.
¾Tío, ¿es cierto? ¿Xena es mi madre? ¾las lágrimas empezaron a inundar sus ojos. El centauro miró con furia a Toris. Ya no había vuelta atrás.


¾No hay forma de que cambies de opinión, ¿verdad? ¾dijo Gabrielle mientras Xena montaba a Argo y le tendía la mano.
¾No. Se trata de mi madre; tengo que ir ¾ayudó a la bardo a montar detrás de ella.
¾Pero dijo que la mataría si intervienes —objetó Gabrielle.
¾Gabrielle, lo hará de todas formas. Ya sabes que no se puede confiar en la palabra de una loca. Además, quiere matarte a ti. Las dos personas más importantes de mi vida están en peligro, ¿qué esperas que haga?
¾Supongo que vas a intentar salvarnos, ¿no? ¾Gabrielle abrazó la cintura de su amiga cariñosamente.
¾Voy a salvaros a todas, incluida tu madre.
¾Sé que no dejarás que le ocurra nada, Xena, a pesar de lo que siente hacia ti.
¾No me preocupa lo que ella piense de mí; me preocupa lo que pienses tú.
Eso era sólo una verdad a medias. Lo que Gabrielle pensara de ella le importaba más que nada en el mundo, pero la guerrera anhelaba en silencio que algún día la familia de la bardo la aceptase. Aunque nunca había revelado sus sentimientos sobre la actitud de la familia de Gabrielle, Xena se sentía herida cuando iban de visita. La hostilidad hacia ella era palpable, sobre todo por parte de la hermana pequeña.
¾Bueno, yo te quiero, Xena. Si mi familia no puede aceptarlo, es su problema. No voy a dejarte, y tú tampoco a mí.
¾Vámonos ya. Quiero estar en posición antes del atardecer. ¡Jia!
Puso a Argo a galope tendido, dejando atrás la aldea. No podía sospechar que Lila estaba ensillando su montura, decidida a seguirlas.


Las ruinas eran una colección de edificios, parte de una pequeña ciudad que había muerto mucho tiempo atrás. Los únicos testimonios de que alguna vez hubiera estado habitada eran esos edificios, que ahora se caían a pedazos. El derruido conjunto urbano estaba situado entre un grupo de montañas. Tiempo atrás, se habían labrado cavernas y túneles en la roca, creando casi otra ciudad dentro de las montañas. La zona había pertenecido una vez a un dictador miserable, que gozaba con las más inventivas formas de muerte y tortura.
A Maka no le llevó mucho tiempo encontrar los túneles y cámaras de ejecución ocultos entre los muros de las cuevas. La amazona miró al cielo: tan sólo unas cuantas horas más y la corona volvería a pertenecer a las amazonas. Estaba llevando a cabo sus planes, lo primero era tender la trampa. Cuando se dirigía abajo, por el largo pasadizo que llevaba las mazmorras, escuchó un ruido extraño. Eran las dos mujeres riéndose; Maka se tranquilizó enseguida.
—… como un pajarillo, corriendo calle abajo, blandiendo su supuesta espada —Cyrene terminó su turno de contar historias embarazosas.
—Bueno, déjame contarte cuando a Gabrielle y Lila se les metió la idea en la cabeza de coger miel directamente de la colmena —Hécuba estaba punto de empezar su cuento cuando escuchó pasos. Las dos mujeres se callaron mientras la amazona se acercaba.
Maka abrió la puerta y entró.
—Parecía que había un montón de gallinas cacareando aquí dentro —la amazonas miró a las dos mujeres, complacida de verlas asustadas. Desenvainó la espada —. Llegó el momento de colocar la trampa. Tú… —señalando a Cyrene—.Ven conmigo.
—Por favor, no hagas esto —suplicó Cyrene. Maka se acercó a la anciana y la cogió con fuerza del brazo, poniéndola de pie de un tirón.
—¿Quieres ver a tu hija viva o muerta? —la amenazó, apretando la espada contra su vientre—. A mi me da lo mismo...
Maka arrastró a Cyrene fuera del edificio en ruinas, hacia el centro de la aldea abandonada. Allí había un aparato alto de madera, con la cubierta sostenida por tres troncos delgados de por lo menos la altura de un hombre y dos columnas, de al menos el doble de altura, que sostenían un tercera viga, apoyada en la parte superior. Un lazo atado alrededor colgaba llamativamente. Debajo del lazo se extendía una pequeña plataforma, sostenida en posición horizontal por una soga que se enroscaba sobre un pequeño poste y que estaba atada a la plataforma. Había un gran hoyo debajo de la plataforma y de la soga. Cyrene comprendió rápidamente: un corte en la soga bajaría la plataforma, colgándola. Empezó a llorar y a temblar.
—Por favor, no, por favor.
Maka no hacía caso de sus súplicas mientras la arrastraba a la posición donde colocar el nudo alrededor de su cuello. Cyrene alzó las manos para protegerse; Maka la maldijo y la golpeó con fuerza suficiente como para mandarla contra la plataforma.
—Debería matarte ahora, vieja —la amenazó mientras la arrastraba a sus pies y le ataba las manos a la espalda—. No me tientes, mujer; me sirves de cualquier forma.
Cyrene sollozó silenciosamente pero no volvió a luchar. Envió una silenciosa plegaria a Artemisa para que protegiera a sus hijas y a las madres de éstas.
Luego de colocar a Cyrene, Maka fue a ocuparse del otro problema. «Esta mujer no vivirá; ha dado a luz a la reina impostora: debe morir». Maka pensó en quitarle la vida ella misma, pero decidió que sería mejor de una manera más creativa. En su exploración de los túneles de las montañas, había encontrado un río que corría bajo una roca. Después de varias búsquedas finalmente encontró una caverna escondida, accesible solo a través del río y entrando en él desde abajo. Cuando la luna estaba en su punto mas alto, el río crecía y llenaba la pequeña cueva. «Sí, esta muerte será mucha más dolorosa que la muerte por espada», pensó Maka. La madre de Gabrielle tendría el horror de conocer lo que era ahogarse, una muerte ciertamente desagradable.


Tras desmontar de Argo y enviar al caballo a esperarlas a un lugar más seguro, Xena y Gabrielle comenzaron el largo camino al interior de las ruinas. Ninguna de las mujeres habló de sus miedos mientras pensaban, cada una a su manera, en escenas de antiguas batallas y esqueletos muertos hace tiempo. Verlo dos veces había sido demasiado para la joven reina y tuvo que volver a los firmes brazos de Xena para soportarlo. Hacía tiempo, mucho tiempo, que la guerrera se había insensibilizado a las escenas de muerte y masacre, aunque si le preguntaban, se vería forzada a reconocer que la Batalla del Muro Sur le había provocado varias pesadillas en las últimas lunas. Las escenas que veían en estos momentos no tenían efecto sobre ella, excepto la tristeza de que afectaran a Gabrielle.
Gabrielle fue incapaz de reprimir un grito sofocado cuando vio a Cyrene sujeta en la soga de los ahorcados. Una alta y musculosa amazona estaba de pie delante de ella, apretando la espada contra una delgada cuerda.
—Xena… —susurró la bardo.
—Ya lo veo —contestó gravemente.
No había forma de lograr alcanzar a la amazona antes de que cortara la cuerda. Incluso el chakram sería inútil en esta situación; aunque cortara el nudo, la amazona todavía podría llegar hasta su madre y escapar antes de que Xena llegara. Había demasiado espacio libre entre ellas para que la guerrera fuera capaz de sorprender a la amazona.
—No veo a tu madre por ningún sitio.
—No, yo tampoco —respondió Gabrielle quedamente. Xena comprendió su miedo y posó una mano cariñosa sobre la rodilla de la bardo—. Xena, tienes que quedarte aquí. Si te ve …
—Lo sé. Esperaré hasta que la distraigas, entonces rescataré a tu madre. Ten cuidado, por favor —Xena levantó la mano para acariciar la mejilla de la narradora de historias.
—Lo haré, tú también —tomando aliento profundamente, Gabrielle agarró con fuerza el cayado y avanzó fuera de la protección de los árboles.

—Ah, así que después de todo, has tenido el valor de mostrarte. Estaba empezando a preguntarme si eras una cobarde además de una ladrona —gritó Maka en cuanto vio acercarse a la mujer de pelo color miel.
—No soy una ladrona. ¿Quién eres tú? —chilló Gabrielle en respuesta, barriendo con los ojos los alrededores a la búsqueda de algún indicio de trampa. Otra de las muchas habilidades de Xena que estaba enseñando a su joven compañera.
—Soy Maka, nacida de sangre amazona. Tú no tienes derecho a llevar el título de reina —movió la espada ligeramente apuntando más hacia la mujer del cayado que se aproximaba que a la anciana indefensa situada detrás de ella.
—Tengo derecho al título de reina por el derecho de casta que me brindó Terreis en su lecho de muerte.
—¡No eres una amazona, mujer! —la furia de Maka quedaba patente en sus palabras¾ y ahora morirás por robar la corona.
Avanzó con rapidez, sorprendiendo a la bardo sólo durante una fracción de segundo, inmediatamente se repuso y alzó el cayado para interceptar un golpe dirigido directamente a su cabeza. La batalla había comenzado.
Maka se cercioró de mantener a fácil alcance la cuerda que sujetaba la plataforma sobre la que Cyrene se encontraba. La amazona estaba segura de que Xena estaba fuera, en algún lugar entre los árboles.
—Tu madre debería haberte enseñado mejores modales para robar, mujer —se mofaba Maka al tiempo que intercambiaban golpes y bloqueos.
—Y tu madre debería haberte dado algo de valor —vio Gabrielle devolvió un golpe—; sólo una cobarde secuestra a las madres de las personas —paró otro golpe que apuntaba a su estómago.
—¿Dónde está mi madre? —la madera chocó ruidosamente contra el metal.
Todavía estaban demasiado cerca de la cuerda para que Xena intentara cualquier tipo de movimiento. Gabrielle comenzó a echarse hacia atrás, alejándose de la cuerda y del lugar donde estaba escondida Xena, tratando de atraer a Maka.
—Si la has hecho daño, te juro que te mataré.
Xena alzó una ceja cuando escuchó la amenaza. Iba contra los ideales de Gabrielle quitar una vida, a pesar de lo cual ahí estaba, prometiendo hacer justamente eso.
—No le he hecho nada… aún —se burló Maka—. Está en una cueva subterránea cerca de la orilla del río. ¿Quieres saber qué le sucederá cuando el río crezca?
Gabrielle le lanzó una mirada de pura rabia mientras se abalanzaba sobre la amazona con toda su fuerza. Maka esquivó el golpe y levantó la espada, hiriendo en el brazo a la bardo.
—A primera sangre, mujer. No pasará mucho tiempo antes de que las dos estéis muertas
Se abalanzó de nuevo, pero sólo para ser interceptada por el cayado de la bardo. En su obsesión por matar a la reina, Maka prestó poca atención a la distancia que había entre ella y la cuerda.


Lila siguió las huellas que salían del edificio principal. Conducían a un túnel oculto en la montaña. Hubiera sido imposible encontrar la entrada de no haber sido por las huellas. Una vez dentro, siguió el ruido del agua corriente hasta que encontró el río. Ahora, todo lo que tenía que hacer era encontrar la cueva. Mirando alrededor, vio un punto donde el suelo estaba mojado, de alguien que había salido del río. Lila saltó hacia allá y empezó tantear a lo largo de la orilla del río, dudosa de en qué lado estaba la caverna o, incluso, de si se encontraba en la zona correcta.


Xena vio como Maka acorralaba a Gabrielle. La amazona lanzaba golpe tras golpe contra el cayado de Gabrielle. Se dio cuenta de que la bardo no resistiría mucho. Sólo quedaban unos pocos pasos...
Gabrielle vio a Xena por el rabillo del ojo y se dio cuenta de lo que tenía que hacer. Empezó a retroceder aún más, arrastrando por fin a la amazona fuera del alcance de las cuerdas. Xena lanzó el chakram y corrió hacia el claro, desviando de Gabrielle la atención de Maka. La bardo no perdió tiempo en lanzar su cayado a la cabeza de la amazona. Maka aulló de dolor y levantó su espada en una curva feroz, alcanzando a Gabrielle bajo el pezón derecho. La amazona saltó para interceptar a la guerrera. El chakram cortó limpiamente la cuerda bajo la garganta de Cyrene. La cara de la posadera se iluminó a la vista de su hija corriendo hacia ella. Xena estaba más cerca que Maka, pero la amazona lanzó su espada, con toda su fuerza, hacia la cuerda. Desde la plataforma hasta el suelo, la altura era suficiente para herir gravemente, si no matar, a la anciana. Tenía las manos aún atadas a la espalda, no habría manera de que pudiera evitar la caída.
Cuando la espada hubo cortado la cuerda, Xena se giró hacia delante, lanzándose a través del agujero. La pequeña plataforma se desplomó, mandando a Cyrene sobre la espalda de su hija.
—Arrgg.
Xena usó los antebrazos y las piernas para arrastrarse de lado hasta que estuvieron fuera del agujero. Rodó para quitarse, literalmente, a su madre de encima; entonces se irguió y salió tras la amazona, que había recuperado su arma y perseguía a Gabrielle.
Gabrielle sentía los brazos tan pesados como ramas de árbol de haber peleado con Maka. El lado derecho de su camisa era ahora de un brillante carmesí bajo del pecho. Xena fue contra ellas como un relámpago, mandando su espada directamente contra la espalda de la amazona; sólo se detuvo cuando la empuñadura, finalmente, topó con la carne. Gabrielle rodó fuera del camino mientras Maka se desplomaba sin vida en el suelo. Xena vio la sangre e inmediatamente corrió al lado de Gabrielle
—No te levantes —empujó por los hombros a la bardo, obligándola a tumbarse. Rompiendo la ropa a tirones para abrir sobre el punto donde la espada se había introducido, la guerrera vio la profunda herida—. Sólo ha afectado a la carne, estarás bien; sólo túmbate tranquila—. Miró el corte en el brazo de la bardo—. No está mal del todo, sólo es un rasguño. Es el otro el que necesita puntos.
—Vaya un sitio para ser herida, ¿eh? —el intento de Gabrielle de hacer una broma no cayó en saco roto; Xena le sonrió amablemente.
—Tengo que ir a ver como está Madre y conseguir algo para esa herida. Aguanta. —Se volvió para dirigirse a Cyrene, que se había sentado.
—¡Xena!
—¿Qué?
—Encuentra a mi madre. Yo estaré bien. —Xena oyó las palabras como si se refirieran a su propia madre.
—Madre, necesito algo para la herida de Gabrielle.
—Usa mi delantal. —Xena asintió y desató las manos de su madre.
—Ve a ver a Gabrielle. Yo buscaré a su madre. ¿Tienes alguna idea de dónde puede estar la cueva escondida?
—Todo lo que sé es que tiene que estar detrás del edificio. Primero me sacó fuera, después no la volví a ver, por lo que debe de estar por allí detrás. Siento no saber nada más. —Xena frunció el ceño mientras reflexionaba sobre la situación. Había anochecido casi por completo y el río crecería pronto.
—Madre, ve a ver a Gabrielle —Xena dio la vuelta alrededor del edificio. Cyrene se movió lentamente, permitiendo que su espalda y sus piernas se acomodaran de nuevo al movimiento, al tiempo que se encaminaba hacia la joven reina.
—Tu madre está bien, Gabrielle. Xena la encontrará, no te preocupes —dijo Cyrene tranquilizadoramente al tiempo que presionaba una parte limpia del delantal contra la herida. La bardo asintió, pero no dijo nada, sentía que su voz la traicionaría mostrando el miedo que le recorría el cuerpo. Las lágrimas en sus ojos no hicieron caso a su cabeza, y comenzaron a rodar por la cara. Incapaz de controlarse por más tiempo, comenzó a sollozar
—Oh, pobre pequeña, ven aquí —Cyrene colocó sus brazos alrededor de los hombros de Gabrielle y la dejó llorar¾. Shh, ahora todo va bien, niña. Hécuba está bien; Xena la encontrará, shh, no te preocupes —la posadera la mecía dulcemente tratando de consolarla.


Xena distinguió de inmediato el rastro que llevaba a la entrada oculta. Vio varios pasadizos diferentes delante de ella. Insegura, se quedó escuchando: movimiento de agua. Se dirigió hacia el sonido, vagamente consciente de que la oscuridad crecía. Pronto se encontró en una completa negrura, tanteando el camino a lo largo de los muros mientras avanzaba. Sus oídos distinguieron un suave lloriqueo.
—¿Lila? ¿Lila, estás aquí?
—Por aquí —respondió la débil voz. Xena siguió la voz hasta alcanzar la orilla del río—. No puedo encontrarlo. He buscado y buscado —la joven estaba llorando quedamente. Xena la agarró del brazo para llamar su atención.
—Lila, consigue algunas antorchas e ilumina el camino. Después de eso, enciende un fuego aquí —ordenó Xena al tiempo que se despojaba de la armadura y de sus armas, conservando sólo la daga del pecho. Lila clavó los ojos en el río, tratando de ver a través de la profundidad el esquivo túnel. La guerrera agitó el brazo con fuerza¾. ¡Lila! ¡Vamos!
—Antorchas… fuego —la chica de la granja estaba saliendo de su ligero trance. Xena se adentró en el río. Lila se dirigió a la entrada de la cueva.


Toris creyó que se le rompía el corazón al ver cómo se le saltaban las lágrimas al chico. Kaleipus corrió a tomar a Solan en sus brazos. El chico perdió su determinación y lloró las duras y entrecortadas lágrimas de un niño abrumado por las emociones. El centauro mantuvo al chico en sus brazos, meciéndole suavemente mientras esperaba que el precoz chaval recuperara su compostura. Toris contempló silenciosamente la escena, plenamente consciente de la iracunda mirada del centauro sobre él.


Puesto que Maka se había llevado a la madre de Gabrielle durante la marea baja, Xena sabía que el acceso debía de estar en algún lado profundo de la roca. Ahora mismo, la mano de la guerrera había tratado de alcanzarlo y había sentido más agua en lugar de roca sólida. Ascendió rápidamente a la superficie para aliviar sus pulmones resecos y marcar su posición. Al emerger del agua, tomó varias bocanadas de aire mientras desprendía su daga y la lanzaba hacia la tierra, lo bastante lejos del agua que subía como para que no lo sumergiera la marea alta.
No era fácil bucear por el túnel. Xena ni siquiera podía estar segura de que fuera el túnel correcto. Calculó mentalmente el tiempo que podía permanecer abajo antes de regresar por aire. Cuando alcanzó un punto sin retorno, tomó en fracciones de segundo la decisión de continuar o no. Se lanzó hacia delante, sumergiéndose más profundamente para tratar de cubrir el mayor espacio posible antes de quedarse sin aire.


Lila agarró todas las antorchas que pudo encontrar e iluminó el sendero desde la entrada de la cueva hasta la orilla del río, donde había hecho un pequeño fuego. Erguida en la orilla, miraba arriba y abajo todo lo lejos que podía en la zona iluminada por el fuego. Ninguna señal de su madre o de la guerrera. Sus pensamientos oscilaban entre su madre y su hermana: Xena no la había mencionado. Lila quería ir a comprobar cómo estaba su hermana, pero no se arriesgó a dejar la vigilancia.

La cabeza de Xena se hundió, sus pulmones ardían dolorosamente. El suelo de la pequeña cueva estaba completamente inundado. Una rápida comprobación a la oscuridad le indicó que no había nadie en esta cueva concreta. El agua subió hasta sus rodillas. Xena esperaba que la cueva de Hécuba fuera mas alta que ésta. Se tomó un momento para devolver su respiración a un nivel adecuado, después llenó los pulmones y se zambulló, buceando hacia mas abajo del túnel. Mentalmente se maldijo por no tener ningún conocimiento de la mente de su enemigo. No había ninguna manera de saber cuántas de éstas pequeñas cavidades existirían dentro de la montaña. Tampoco había bastante tiempo para explorarlas todas.
Xena subió a otra vacía y oscura cavidad. Para desmayo de sus pulmones y pánico verdadero, el agua había llenado completamente la cueva. Salió deprisa y volvió a la caverna anterior, que estaba cerca, para reemplazar el aire. Se quedaba sin tiempo.


Hécuba observaba con terror como el agua continuaba subiendo. Con las manos todavía atadas, no había manera de que pudiese intentar nadar hasta la salida. Ahora estaba completamente estirada, el agua por la barbilla. Le temblaba el labio de miedo y le castañeteaban los dientes castañeteaban por el principio de hipotermia. No había visto otra cosa que la oscuridad del paso del tiempo, volviéndose casi loca por la ausencia de luz. Escuchó un chapoteo, seguido de alguien que luchaba por respirar.
—¡A…ayuda! —el castañeteo de sus dientes le impedía calmar su voz, pero fue suficiente para que Xena lo escuchara.
—Sigue hablando. Iré hacia ti —se dirigió hacia los sonidos.
—¿Xena? Oh, gracias a los dioses, Xena —Hécuba dijo su nombre casi reverentemente. Notó cómo se extendía la fuerte mano de la guerrera hasta tocar su hombro.
—No tenemos mucho tiempo, las cuevas se inundan rápidamente. ¡Tenemos que irnos ya! Agarra mi falda y no la sueltes; te sacaré. Aguanta la respiración todo lo que puedas —Xena no podía permitirse descansar ahora para recuperar aliento. Tomando aire, las dos mujeres se zambulleron en el agua.


Lila era una pura lágrima cuando Cyrene la encontró.
—¿Quién eres tú? —le preguntó la posadera cuando la encontró.
—Lila.
—¿Donde están, niña? —la madre de Xena decidió no preguntar porque la niña estaba aquí, bastaba con saber que la hermana había venido con su hija y con Gabrielle.
—No lo sé. Xena me mandó encender antorchas y hacer un fuego. Eso fue al menos hace tres horas —Lila desvió sus ojos del río creciente para mirar por primera vez a la madre de Xena— ¿Dónde esta Gabrielle?
La anciana bajo la mirada y eligió cuidadosamente sus palabras.
—Ha sido herida —ahora Lila se percató de la sangre en el pecho de Cyrene—. Ahora está segura. He venido para ver si Xena necesitaba mi ayuda.
El tiempo pasaba con Cyrene vigilando alternativamente a Gabrielle y su hermana. Las tres mujeres esperaban silenciosamente, sin que ninguna se decidiera a expresar sus miedos o sus preocupaciones. Cyrene había informado a Gabrielle de la presencia de Lila y, de mala gana, de que los seres amados continuaban perdidos. Los sollozos del bardo, de miedo y dolor, hicieron que su herida continuase sangrando. Cyrene hizo lo posible para calmar a las dos hermanas mientras luchaba por contener sus propias lagrimas, pero falló varias veces, y se fue a algún sitio lejos de las dos hermanas a llorar quedamente en privado. Las muchachas necesitaban que fuera fuerte delante de ellas. Su tiempo de duelo, si es que fuese necesario, tendría que venir más tarde.


Kaleipus alimentó el fuego mientras Solan estaba sentado con Toris en la cama. El hombre trataba de contestar a todas las preguntas del muchacho. Después de las lagrimas iniciales, el centauro había descubierto que Solan sospechaba la verdad desde que conoció a Xena el año anterior. Ahora mismo parecía mas interesado en averiguar todo lo que pudiera sobre su recién descubierto tío que en discutir los cómos y los porqués de cómo llegó a vivir con los centauros.


Gabrielle oyó cantos de paloma a lo lejos. Sólo la llorosa Cyrene, que permanecía apoyada en un muro cercano, donde la reina no podía verla, oyó sus débiles llamadas de auxilio. La mujer llegó junto a Gabrielle tan aprisa como le permitieron sus cansadas piernas.
—Gabrielle, ¿qué ocurre?
—En aquella dirección —señaló hacia el bosque—. Pide ayuda, hay amazonas por ahí, ¡Vamos! —Gabrielle vio a la anciana correr hacia los árboles, agitando los brazos en la oscuridad y gritando tan alto como podía. Al poco rato aparecieron varias amazonas, con las armas en la mano, temerosas de una trampa. Eponin se adelantó y se dio cuenta de que aquella pequeña mujer debía ser una de las madres que buscaban. Indicó a las guerreras que bajaran las armas y se aproximó a ella.
—¿Dónde están?
—Gabrielle está herida —Cyrene señaló hacia donde se encontraba tumbada la reina, dándose cuenta de que varias amazonas ya se dirigían hacia allí¾. Xena está… —dejó de hablar e inesperadamente se echó en brazos de la fornida amazona—... una cueva detrás del edificio principal, hay antorchas.
Las lágrimas de una madre destrozada empaparon la ropa de Eponin. La amazona indicó a algunas guerreras que fueran a la cueva, luego envió a dos más en busca de Saras, la curandera, y de unas literas. Furtivas lágrimas se empezaron a acumular en los ojos de la joven mientras sostenía a la afligida madre. Hizo propósito de ir a visitar a la suya tan pronto como volvieran a la aldea, para decirle lo mucho que la quería. Pasito a pasito, acompañó a Cyrene de vuelta al pequeño fuego junto a Gabrielle. Dos guerreras habían ido a buscar leña para mantenerlo vivo. Era obvio que no iban a moverse de allí hasta el amanecer.


La última cueva estaba anegada, impidiendo a las mujeres aliviar la agonizante presión de sus pulmones. Xena descubrió horrorizada lo lejos que se encontraba del río. Sabía que no le quedaba aire suficiente para llegar, y menos aún a la mujer que llevaba agarrada a ella. Por dos veces Hécuba había empezado a tragar agua, obligando a Xena a retroceder hasta la cueva más cercana para que recuperara el aliento. Aquello se había revelado un error fatal. La mente de la guerrera estaba centrada en su amiga de ojos verazulados. Xena se impulsó con todas sus fuerzas, arrastrando consigo a la madre de Gabrielle.
Hécuba empezó a ahogarse cuando les quedaban tan sólo unas cuantas brazadas para llegar a la orilla. Xena se obligó a ignorar el aterrorizado braceo de la mujer y sacó la mano hacia la suave ribera, buscando un un asidero desde el que impulsarse. Tuvo la suerte de encontrar una especie de pequeño asa. Tensando su brazo dolorosamente, impulsó sus cuerpos hacia la superficie.
Nunca antes una bocanada de aire le había sentado tan bien a Xena. Sacó la cabeza de Hécuba fuera del agua al tiempo que dos amazonas nadaban hacia ellas. La mujer tosió hasta expulsar el agua que había entrado en sus pulmones y poder volver a llenarlos de aire. A lo lejos, Xena oía gritar a Lila, pero no estaba pensando precisamente en aquella mujer de Potedaia. Se dejó ayudar por una de las guerreras, y alcanzó la orilla. A pesar de lo desesperada que estaba por encontrar a Gabrielle, las fuerzas la abandonaron en el mismo momento en que tocó tierra firme. Xena estaba demasiado débil para protestar cuando una amazona extraordinariamente fuerte la levantó en sus brazos y la sacó de la caverna. Al darse cuenta de que la llevaban con Gabrielle, se relajó y sucumbió al agotamiento.
Lila abrazó a su madre, meciéndola cariñosamente.
¾Ya ha pasado todo. Estás a salvo, madre. Tranquila... shhh. ¾Acarició su cabello grisáceo con delicadeza.
Las cubrieron con mantas para que la madre se secara y entrara en calor y echaron unos cuantos troncos más a la hoguera.
Con todas aquellas emociones, Cyrene se había olvidado completamente de la herida de la cabeza, que ahora le martilleaba dolorosamente. Se llevó una mano hasta allí y sintió el inconfundible calor de la infección. Eponin se dio cuenta también y fue hasta ella para prestarle ayuda inmediata.

El improvisado campamento fue dividido en tres partes. Una estaba dentro de la caverna, para cobijar a Lila y a Hécuba. La hija se negó a moverse del lado de su madre, que ahora dormía profundamente entre sus brazos. Las guerreras que sabían algo de curar estaban atendiendo las numerosas heridas de las mujeres, incluyendo la sutura del corte de Gabrielle. Mientras la guerrera hacia la costura, imploraba silenciosamente para que fueran pequeñas, limpias y uniformes. No quería dejar ninguna cicatriz innecesaria sobre su querida reina. La tercera sección estaba formada por el resto de las guerreras, que esperaban para escoltar al grupo cuando regresara a la villa con las primeras luces.

Saras y las camillas llegaron justo antes del amanecer. Lila era la única capaz de cabalgar. Tomó las riendas de Argo y aceptó agradecida la mano de una amazona para encaramarse a la silla; mirando hacia abajo comprendió porque Gabrielle iba siempre a pie. A todas las demás las llevaron a caballo, incluso a la poderosa princesa guerrera, que sólo accedió después de intentar caminar y encontrar el esfuerzo demasiado doloroso. Le dolían todos los músculos de nadar durante tanto tiempo o de haber contenido la respiración. Ni siquiera podía respirar hondo sin que protestaran músculos de su pecho. Gabrielle estaba despierta y receptiva, charlando con las mujeres que llevaban su camilla, contándoles lo que había ocurrido y preguntándoles por el estado de todos sus seres amados. Las madres no hablaron mucho, necesitaban descansar después de sus terribles experiencias. A diferencia de sus viajeras hijas, ninguna estaba acostumbrada a tal esfuerzo físico. Tendría que pasar un cuarto de luna, o más, antes de que tuvieran fuerzas para regresar a sus casas.

Todas las mujeres de la villa esperaban su llegada. Fueron recibidas con vítores por su heroísmo. Aún estando tan agotada como estaba, Xena todavía se encontraba profundamente avergonzada por haber sido llevada a la villa en lugar de ir por su propio pie. Gabrielle sonrió y saludó, asegurándoles que no estaba tan maltrecha como parecía. No tuvo que mirar hacia abajo para saber que el lado derecho de su camisa estaba completamente cubierto de sangre. Habían puesto vendas limpias sobre la herida, pero no había nada más con lo que pudiera vestirse, por lo que se colocó de nuevo su manchada camisa carmesí.
Gabrielle, Hécuba, y Cyrene fueron llevadas a la choza de Saras. Xena y Lila fueron al palacio, subieron a sus cuartos y cayeron dormidas nada más tocar la cama. Se envió un mensajero para comunicar las buenas noticias a Toris y otros dos a Amphipolis y Potedaia para avisar a las familias.

Gabrielle entró silenciosamente en su habitación, intentando no molestar a Xena. Se desvistió rápidamente y se deslizó bajo las sabanas.
—Hey, ¿estás bien? —preguntó bajito Xena mientras se daba la vuelta para ponerse de cara a su amiga.
—Sí, bien. Sólo he necesitado unos pocos puntos. Oh, buenas noticias: mi camisa está destrozada. —Xena celebró las noticias. Oh, cómo odiaba aquella horrible cosa verde...
—Tal vez pueda ayudarte a hacer la siguiente —levantó ligeramente la ceja.
—Ya veo que te encuentras mejor —respondió Gabrielle, golpeando juguetonamente el brazo de la guerrera.
—Mmm —contestó Xena—. ¿Cómo está mi madre? ¿Cómo está tu madre?
—Cyrene está bien. Necesita un par de puntos en la cabeza, pero aparte de unos pocos golpes y contusiones, salió bien librada. Madre está cansada, pero se recuperará. —Gabrielle miró profundamente a los ojos azules—. Gracias.
—Shh, tú habrías hecho lo mismo por Cyrene —Gabrielle asintió con la cabeza; amaba a la madre de Xena casi tanto como a la suya.
Sintiendo llegar el cansancio, Gabrielle se acurrucó contra Xena y suspiró contenta. Xena la abrazó y cerró los ojos, con una sonrisa serena jugueteando en los labios.

—¿Cómo te sientes, Madre? —preguntó Xena mientras entraba en la choza de Saras y se acercaba al lado de su cama.
—Estoy bien, querida. Sólo un poco cansada de tanta excitación —Cyrene intentó incorporarse, pero las amables manos de su hija la obligaron a tumbarse.
—Descansa —dijo Xena mientras tomaba la mano de su madre entre las suyas y se sentaba en la cama junto a ella. Desde que Gabrielle había abierto su corazón, la guerrera, normalmente poco afectuosa, encontraba un poco más fácil hacerle a su madre un gesto de ternura. Parte de ella todavía se sentía todavía culpable por que su madre hubiera sido la primera en verse en este aprieto. Sólo Gabrielle sabía cómo le partía el corazón a la guerrera ver a los que quería sufrir por su culpa.
Cyrene estaba a la vez sorprendida y complacida por la conducta de su hija. Colocó la otra mano encima y la enlazó con la de Xena.
—¿Cómo estás? Estaba preocupada por si moría mientras te esperaba.
—Hecha polvo —estiró la dolorida espalda.
—¿Cómo está Toris? Gabrielle dijo que estaba herido —la cara de Xena se volvió inescrutable al mencionar a su hermano. Intentaba con todas sus fuerzas no pensar en su estancia con los centauros y en lo que podría haber notado.
—Está bien. Debería haber sabido que no se puede penetrar en tierra amazona. Tiene suerte de estar vivo.
—Trataba de salvarme la vida. Y avisarte a ti, he de añadir —reprendió Cyrene a su hija—. Sé que no os lleváis tan bien como me gustaría, pero todavía es tu hermano y puso su vida en peligro para salvarnos —Cyrene se apoyó de nuevo en la almohada, satisfecha por haber expuesto su opinión. Xena respiró profundamente y contó hasta cinco antes de hablar.
—Lo sé, madre. Pero debería haber tenido más cuidado.
—Es un granjero, no un guerrero, Xena. No estaba preocupado por su seguridad, todo lo que le preocupaba era encontrarte.
—Ya era hora de que Toris hiciera algo para ayudar a su familia —murmuró, olvidando que el oído de su madre era casi tan bueno como el suyo.
—¡Xena! Eso no es justo. ¿Cómo puedes sentarte ahí y juzgar sus decisiones? Después de lo de Cortese, regresó a casa y empezó a labrar el campo; su tierra da de comer a la mitad de la aldea. No tienes derecho a juzgarle. Él era todo lo que me quedaba después de que te marcharas.
—Madre, yo…
—¡Xena! ¡Deja de molestarla! —la voz de Hécuba emergió de detrás de un biombo. La cabeza de la guerrera se volvió hacia el sonido y arqueó una ceja.
—Gracias, Hécuba —dijo Cyrene —. Xena, sé lo que sentís el uno por el otro, pero él es de la familia. Tan pronto como estés bien, espero que vayas a verlo, ¿has entendido? —Xena asintió ligeramente, lo justo para que se percibiera.
—Gabrielle y yo iremos a verlo mañana, si ella se encuentra bien —Xena sintió la necesidad de ir al campo de entrenamiento y aliviar su frustración sobre algún contrincante—; tengo que ir a comprobar cómo está. Vendré a verte más tarde.
—Trae a Gabrielle contigo, me encantaría verla.
—Vale —se levantó para marcharse.
—Xena —la llamó Hécuba—. Lo primero que hizo Lila esta mañana fue venir a verme. Dile a Gabrielle que no me importa que sea reina, será mejor que venga a verme pronto si sabe lo que le conviene.
—Le daré el mensaje —la mano de Xena estaba en la puerta.
—Y espero que tú vuelvas más tarde y estés con tu madre algo más que unos pocos minutos, jovencita —Xena contó hasta diez y después se marchó a buscar a Gabrielle.
Gabrielle estaba en el Salón del Trono, hablando de los acontecimientos recientes con Ephiny, cuando Xena entró furiosa.
—Tenemos que hablar —afirmó Xena, al tiempo que agarraba el brazo de la reina y la empujaba fuera de la habitación.
—Tranquila, parece que fueras a estallar —Gabrielle observaba cómo Xena caminaba de un lado a otro, mascullando entre dientes al tiempo que trataba de recuperar el control.
—¿Sabes lo que me dijo? ¿A mí?
—¿Quién?
—¡Tu madre, quién si no! Me regañó como si fuese una niña — Xena agitaba los brazos en el aire, incapaz de creerse que alguien se hubiera atrevido a hablarle así.
—¿Te estabas comportando como una niña, Xena? —bromeó Gabrielle.
—No creas que tú no tienes problemas, mi pequeña reina. Tu madre me dio un mensaje para ti también —Xena sonrió al ver a Gabrielle entornar los ojos.
—Oh, oh. No me va a gustar, ¿verdad? —la bardo se tapó la cara con las manos y sacudió la cabeza. La sonrisa de Xena se ensanchó y dejó de pasear.
—Oh, no creo. Dijo que reina o no reina, esperaba que fueras a verla inmediatamente. —Se rió entre dientes ante el gruñido que lanzó Gabrielle.
—Apostaría a que Lila ya ha ido a verla.
—Es lo primero que ha hecho esta mañana —se mofó Xena. Gabrielle gruñó de nuevo antes de mirarla. Un terrible pensamiento cruzó la mente de la bardo.
—Xena…
La mirada de Xena cambió de la burla a la preocupación cuando observó la expresión de temor de Gabrielle.
—¿Qué?
—No creerás que han hablado… —Gabrielle ya se había puesto en pie y se encaminaba hacia la puerta. Los ojos de Xena se agrandaron cuando pensó lo que significaba que ambas mujeres hablaran.
—Estuvieron solas en el cuarto largo rato —dijo Xena mientras seguía a Gabrielle fuera de la puerta.
—Si le cuenta a Cyrene cuando yo… —Gabrielle se detuvo y observó a Xena, que también estaba pensando en momentos embarazosos de su niñez.
—¡Oh, dioses! —dijeron al unísono.

Afortunadamente, Cyrene descansaba cuando llegaron. Xena comprobó rápidamente su estado; luego aprovechó de la oportunidad de escapar que se le ofrecía y regresó al palacio. Gabrielle le clavó la mirada cuando se marchaba, pero Xena se encogió de hombros. Los ojos de la bardo se estrecharon al pensar en las diferentes formas en que se iba a vengar de la traidora guerrera por dejarla sola con su furiosa madre.
—¡Gabrielle! ¡Ven aquí!
—¿Sí, madre? —dijo Gabrielle, lo más dulcemente que fue capaz, mientras se volvía para hacer frente a su madre. La noche anterior habían intercambiado efusivos abrazos, pero no habían hablado realmente. Esta vez se abrazaron cariñosamente.
—¿Cómo te sientes?
—Yo estoy mucho mejor, Gabrielle; eres tú la que me preocupa. Todavía no deberías estar levantada y por aquí. —Hécuba no estaba satisfecha con el aumento de cicatrices de su hija.
—Estoy bien, madre, de verdad —rió nerviosamente—. Además, recibí los golpes donde tenía más relleno —sonrió dulcemente, tratando de sacar el lado alegre de su madre. Hécuba le sonrió y dio golpecitos en la cama para que Gabrielle se sentara con ella. Tuvieron una breve charla antes de que Lila volviera a visitar a su madre. Gabrielle se excusó, alegando sus deberes de reina. Seguramente habría algo que demandara a la reina de las amazonas, incluso si eso suponía inspeccionar la cocina y probar el menú de la cena.

A la mañana siguiente, Xena y Gabrielle se marcharon pronto para comprobar el estado de Toris. Xena no parecía interesada en hablar o compartir sus sentimientos, a pesar de los esfuerzos de Gabrielle incitándola a que los expresara.
Sus peores temores se cumplieron cuando vio a Kaleipus y a Toris hablando fuera de la cabaña de los centauros. Xena se paró en seco. Gabrielle también los vio y se situó entre ellos y la guerrera.
—Xena… —esperó hasta que la guerrera la miró—: estoy contigo, para lo que sea.
—Lo sé —Xena encontró su mirada, que le proporcionó fuerza y coraje. Respiró unas cuántas veces y después asintió ligeramente para indicar que estaba preparada. Gabrielle se retiró y dejó que Xena guiara.

Toris vio que Xena se acercaba; no mostraba ninguna emoción. Toris miró primero a Kaleipus, y luego se giró hacia su hermana.
¾Me dijeron que Madre está bien ¾dijo ella después que los dos se unieran en un corto abrazo. A pesar de todo eran familia, por eso Xena se alegraba de las amazonas no lo hubieran herido de gravedad.
¾Sí, recibí el mensaje hace algunas horas. Me alegro de ver que estás tan bien como siempre… ¾contestó Toris. Se miraron uno al otro un momento, leyéndose en los ojos las cosas que sabían desde su niñez. Él fue el primero que retiró la mirada y la dirigió hacia unos árboles cercanos, sin darse cuenta aparente de la presencia de Gabrielle. ¾ Tenemos que hablar, Xena.
¾Ya sabes ¾le dijo con calma a Gabrielle, sin dejar que su mirada se posara en ningún árbol. Gabrielle se acercó a la guerrera, le puso la mano en el brazo y apretó con fuerza. Xena sonrío amablemente a su contacto.
¾Sí. ¾no obstante, el tono de su voz reveló su furia apenas contenida.
Rápidamente, Gabrielle decidió que en el centro del pueblo no era un buen lugar para que comenzaran a discutir.
¾¿Por qué no vamos a otro lugar … más privado para esta discusión? ¾sugirió, mientras se colocaba en medio de los dos hermanos.

Toris andaba de un lado a otro por el gran salón. Xena estaba apoyada en la pared, en una postura decididamente relajada. Gabrielle estaba entre los dos, tratando de ingeniar algo para mantener la situación en calma. Kaleipus había traído a Solan de casa de un amigo y habían salido por la puerta de atrás para evitar pasar entre las dos mujeres.
¾¿Por qué? ¾la educada pregunta del hombre las de sus pensamientos.
¾Hice lo que tenía que hacer ¾el tono de su voz reveló lo culpable que se sentía cada día de su vida por esa decisión.
La mano de Toris se estrelló contra un pedestal que estaba cerca.
¾¿Cómo puedes mostrarte tan fría, Xena? ¡Es tu hijo!
¾Sé quien es ¾dijo ella, apretando los dientes.
¾Entonces, ¿cómo pudiste dejarlo atrás? ¾Toris avanzó hacia su hermana, olvidando por un momento la amenaza física que representaba para él. ¾. Es de la familia, Xena. ¡Pertenece a nuestra familia!
¾¡Aquí está a salvo, Toris!
¾¿A salvo? ¾gritó, sin acabar de creérselo.¾ ¿Estás segura de que no era más fácil dejar plantado a tu hijo bastardo…? ¾no pudo terminar la frase; Xena se abalanzó sobre él. Pasó casi rozando a Gabrielle, agarró a su hermano mayor por la garganta y le golpeó en las piernas hasta tirarlo al suelo.
¾¡No te atrevas jamás…jamás…a hablar sobre él de esa forma!
Xena tuvo que utilizar toda su energía para contenerse y no partirle la tráquea a su hermano. No se daba cuenta de los impacientes tirones que Gabrielle le daba en el hombro; sólo oía, débilmente, las súplicas angustiadas de la bardo. Tenía la mirada fija en la cara de su hermano, que se había vuelto de un rojo brillante. Obligándose a sí misma aflojar la presión, hablo serena y firmemente como si quisiera grabar su mirada en los ojos de su hermano.
¾No tenía elección, Toris. Era demasiado peligroso para él quedarse conmigo. ¾El dolor que su confesión le producía la atravesó. Soltándole definitivamente la garganta, Xena se levantó y caminó hasta un rincón alejado, junto a Gabrielle.
Toris se incorporó lentamente y observó a su hermana. Para su sorpresa, era Gabrielle quien abrazaba a Xena; le acariciaba cariñosamente la espalda y le hablaba muy suavemente. Se puso de pie, frotándose el cuello, y se acercó a ellas.
¾Xena…
Ya no tenía ganas de pelear, la imagen que tenía de Xena se había hecho añicos.
Las mujeres no le prestaban atención, las dos envueltas en el dolor de Xena. Se acercó más y volvió a hablarles.
¾No lo sabía. Había dado por supuesto que…
Gabrielle se dio la vuelta y le miró fijamente, sus ojos verdeazulados ardían de furia.
—¡Es verdad, lo diste por supuesto! —le espetó—. No estabas allí, Toris. No sabes lo duro que fue tomar esa decisión para Xena —la mano de Gabrielle no dejaba de acariciar la espalda de Xena mientras reprendía a Toris¾. Dijiste que su sitio estaba con su familia: ¿quién le hubiera protegido cuando los señores de la guerra hubieran ido a buscar al hijo de Xena? ¿Tú? —bufó; le estaba recordaba cómo se había escapado cuando las tropas de Cortese atacaron Amphipolis¾. Aquí estaba protegido por una nación de centauros; ¿le hubieras podido dar tú un hogar más seguro? —Gabrielle notó que a Toris se le relajaba la cara, derrotado: otra víctima de su método de la palabra.
Xena se puso rígida, recuperaba la compostura. Gabrielle le dio un suave apretón en el brazo antes de apartar la mano.
—Xena, yo… —una mano alzada le hizo callar.
—Olvídalo, Toris. Lo más importante es mantenerlo en secreto para Solan —Toris hundió la mirada en las tablas del suelo. Gabrielle agrandó los ojos; al comprender, los achicó otra vez. Xena los cerró al pensarlo. Se hizo un sobrecogedor silencio en la habitación. Un segundo después dijo:
—Lo sabe —era una afirmación, no una pregunta.
—Nos oyó por casualidad a Kaleipus y a mí hablando —dijo en tono de disculpa.
—Madre no debe saberlo ¾dijo Xena quedamente, la mirada fija en algún punto de la pared; no se atrevía a mirar a los ojos sabios de la bardo. Toris le lanzó una mirada de sorpresa.
—¿Cómo puedes seguir ocultándoselo? Es su nieto, Xena. Su único nieto. No le puedes ocultar algo así.
—Lo he hecho durante casi once veranos —le recordó que era un hecho consumado.
—Pero ahora yo lo sé. Xena, no eres como antes. Déjale regresar a casa conmigo. Se merece conocer a su familia.
—Su familia está aquí, con los centauros. Es la única vida que ha conocido. Es mejor de este modo, Toris. Déjalo así —se giró para marcharse, Gabrielle la seguía.
Cuando ya alcanzaban la puerta, Toris la llamó:
—Xena —se detuvo, la mano sobre el pomo—, antes de dejar esto, voy a preguntarle a Solan si quiere venir conmigo. Dejaré que él tome la decisión. Kaleipus y yo ya hemos hablado de esto.
Xena apretó tan fuerte el pomo que Gabrielle creyó que la madera saltaría de tanta presión. Instintivamente dio un pequeño paso atrás.
—No tienes derecho a interferir en esto, Toris —la voz de Xena transmitía una ira apenas controlada—; no tienes ni idea del peligro al que le expones si lo alejas de la seguridad de los centauros. No puedes dejar una decisión como ésa en las manos de un niño. —
E incapaz de resistirse a la burla, añadió:
—Por una vez sé un hombre, Toris.
Xena dio un portazo y se alejó como un huracán.

—¿Tienes idea de todo el dolor que le has causado? —preguntó Gabrielle mientras la miraba alejarse hacia los árboles; sabía que Xena se detendría en algún lugar fuera del alcance de la vista para esperarla—. Ella te quiere y lo sabes.
—Ahora ya lo sé —dijo Toris con calma—. Pero Solan se merece estar con su familia.
—¿Familia? —Gabrielle se volvió para hacerle frente—. Déjame decirte algunas cosas que he aprendido sobre la familia. Una familia no es sólo la gente ligada por matrimonio o por sangre, es también la gente a la que le une el amor. La primera vez que dejé Potedaia, pensé que ésa sería siempre mi única familia, pero después aprendí a ser la familia de Xena, y después de las amazonas. Solan tiene una familia, Toris. Esa familia es esta aldea de centauros que le ha querido y cuidado desde que nació; tu único argumento es la sangre que corre por tus venas. ¿Cómo puedes compararlo a lo que le une a Kaleipus? —Toris permanecía callado— ¿Deberíamos ir preparando a Cyrene para las noticias?
Toris peleó en silencio con la pregunta durante unos segundo. Luego respondió:
—No le digas nada por ahora. Si es necesario, yo se lo explicaré más adelante.

Gabrielle alcanzó a Xena y le explicó lo que había pasado. Se tomaron una tiempo antes de volver a Amazonia, para que Xena tuviera oportunidad de digerir el nuevo giro de los acontecimientos. Cuando por fin regresaron a la aldea, ya había anochecido. Una rápida parada en la choza de Sara les reveló que las madres se sentían bastante bien —para estar recién liberadas— y ahora se encontraban en el palacio, con Lila.
Al entrar en su habitación, las dos mujeres se sorprendieron al ver que habían colocado una cama adicional. Lila y Hécuba estaban sentadas allí, conversando. Gabrielle fue a darles un abrazo a cada una, pero Xena se quedó de pie en la entrada, intentando encontrar un modo elegante de desaparecer. No estaba de humor para charlar con la familia de Gabrielle.
La bardo miró a Lila:
—¿Por qué hay otra cama en mi habitación?
—Bueno, tuvimos que encontrar un sitio para dormir. Cyrene y Xena pueden dormir en la habitación de al lado, Madre y yo te haremos compañía. — las amigas se miraron, lo que estaban pensando se reflejaba claramente en sus rostros.
—Puedo preguntarle a la vigilante si hay otra habitación para vosotras en alguna parte —se ofreció Xena.
—Oh, no te molestes, Xena. Estaremos bien. Gabrielle y Lila solían dormir juntas cuando eran niñas, no habrá problema. ¿Por qué no vas a ver a tu madre? Estoy segura de que te echa de menos —respondió Hécuba.
—Madre, no creo que… —comenzó Gabrielle, pero fue interrumpida por su madre.
—Gabrielle, ya nos hemos encargado de todo. Ahora, estoy segura de que no has cenado. ¿Por qué no vamos a la choza de la despensa y conseguimos algo para comer? —Las amigas se miraron y acordaron que comer era definitivamente una buena idea; cualquier cosa para alejar sus mentes de las nuevas combinaciones para dormir. Xena fue a la puerta de al lado a avisar a Cyrene.

Trasis, la cocinera jefe, estaba ocupada haciendo la lista para la comida de la mañana cuando una nerviosa camarera se le acercó.
—Trasis, tengo buenas y malas noticias.
—¿Cuáles son las buenas? —preguntó.
—Las buenas noticias son que la Reina Gabrielle y su hermana vienen a cenar. — Los ojos de Trasis se agrandaron mientras hacía un inventario mental de provisiones.
—¿Ésas son las buenas noticias? ¿Cuáles son las malas?
—Su madre está con ellas. —respondió la camarera, y se alejó un paso prudencial de la amazona, que se estaba poniendo roja rápidamente.
—¿Son tres?
Comenzó una actividad frenética en la cocina mientras Trasis se disculpaba silenciosamente con Artemisa por lo que hubiera podido hacer para merecer semejante destino.

Xena se sentó en una silla. Escuchaba dormir a su madre. Del otro lado de la pared le llegaban voces; las tres mujeres de Potedaia estaban aún despiertas, conversando. Intentó ponerse cómoda en la silla, pero acabó dándose por vencida después de haber probado todas las posiciones posibles. Suspirando, se puso en pie y miró por la ventana. Al ver a Eponin, que se dirigía a su propia choza, a Xena se le ocurrió una idea. Se vistió rápidamente, salió de la habitación y tocó a la puerta de la reina.

Gabrielle había escuchado pacientemente ya tres veces cómo había ido la cosecha de primavera, deseando estar en cualquier otro lugar. Prácticamente saltó de la cama al oír los golpes en la puerta.
—Adelante.
Xena abrió la puerta y asomó la cabeza.
—Mi Reina, tenemos un problema de gran importancia que requiere tu atención.
La agradecida bardo tomó su abrigo y sus botas mientras se dirigía a la puerta. Sin mirar atrás, habló por encima del hombro.
—Esto debe ser muy importante. No os molestéis en esperarme despiertas; probablemente me lleve toda la noche.
Cerró la puerta tras ella antes de que cualquiera de las mujeres pudiese contestar. Tomó la mano de Xena y se apresuró por el pasillo, asegurándose de que nadie las escuchaba antes de decir:
—Gracias a los dioses que me rescataste. Lila estaba a punto de contarme la lista de pretendientes que se están disponibles...

Eponin acababa de echarse en su jergón, cuando escuchó fuertes golpes en la puerta. Maldiciendo a quienquiera que se atreviera a molestarla tan tarde, fue hasta la puerta y la abrió.
—¿Qué demonios…? Oh, hola Xena, Gabrielle. ¿Hay algo que pueda hacer por vosotras?
La amazona miró a las dos mujeres, vestidas con sus ropas de dormir.
—¿La habitación de Ephiny está aún libre? —preguntó Xena nada más entrar.
—Bueno, sí, pero…
—Genial —dijo Gabrielle—. La tomaremos prestada esta noche
Al ver la cara de confusión de su amiga, la joven reina simplemente aclaró:
— Madres.
—Oh —Eponin comprendió inmediatamente—. Su habitación es la segunda. Creo que la cama está hecha.
—Gracias Ep. —dijo Xena mientras se dirigían rápidamente a la habitación. Las dos estaban exhaustas.

—Tal vez ya hayan terminado el desayuno y hayan vuelto al palacio —sugirió Gabrielle, esperanzadamente.
Xena se paro a mirarla, arqueando la ceja para dar efecto. La cara de la bardo se enrojeció ligeramente en cuanto se dio cuenta de su error.
— Ups, olvidé que estábamos hablando de mi familia, je je. —se volvió hacia la choza de la despensa, dando un hondo respiro para prepararse—. Bueno, ¿qué es lo peor que podrían hacer? Después de todo, yo soy la reina.
Se puso nerviosa y miró a Xena buscando apoyo; sus últimas palabras indicaban la poca fe que tenía en que su rango evitara la ráfaga de preguntas a la que la sometería Hécuba al verla. Xena se inclinó y le dio un ligero apretón de apoyo en el hombro.
—Estoy segura de que se te ocurrirá algo que decirle.
Aunque Xena misma no estaba tan segura. Gabrielle parecía tan nerviosa que la guerrera dudaba de que pudiese pronunciar más de tres palabras seguidas. Las madres tenían ese efecto.
—¿Y tú a dónde te crees que vas? —Gabrielle se detuvo y la sujetó por el brazo —. No me vas a dejar sola para explicárselo
Una mirada de culpabilidad y la sonrisa avergonzada le confirmaron a Gabrielle que eso era exactamente lo que la guerrera tenía planeado. Gabrielle frunció el ceño:
—Ni lo pienses.
—Gabrielle, sabes que yo no soy buena con ése tipo de cosas. — La voz de Xena casi suplicaba, en un intento de evitar la inminente confrontación.
En ese momento, una llamada de Eponin la salvó de reprimenda de la bardo . Las dos mujeres se giraron y notaron una expresión muy cansada en el rostro de la amazona.
—Os he estado buscando. Tengo algo que advertiros.
—¿Advertirnos? —preguntó Gabrielle, nerviosamente.
—Bueno, es sobre vuestras madres; bueno, veréis…
—Por el amor de Gaia, suéltalo de una vez. —gruñó Xena.
—Las dos os están esperando en la sala del trono. No están muy contentas con ninguna de vosotras en este momento. —
Eponin pensó que quizás hubiese preferido luchar contra tres guerreros a la vez que ser la víctima de la mirada que Xena le estaba dedicando en ese momento. Luego las dejó a solas y se dirigió de vuelta a la zona de entrenamiento, agradecida de no ser ella la que tuviese que encarar a las madres que las esperaban.
—¿Estás segura de que estás preparada para esto? —preguntó Xena cariñosamente, mientras se acercaban a la sala del trono.
Gabrielle dijo, sin ninguna seguridad en la voz:
—No, pero vamos a terminar con ello de una vez. —Agarró el picaporte.—. ¿Lista?
Entraron y se encontraron con Hécuba y Cyrene, sentadas cómodamente en grandes sillas, charlando en un rincón, como si fuesen viejas amigas. Las amigas intercambiaron miradas de confusión mientras se acercaban; el sonido de la conversación llegaba hasta sus oídos:
—… no venir y hablar conmigo cuando sucedió. Pensó que se había herido mortalmente y que se iba a desangrar hasta morir.
—Dímelo a mí: de niña nunca me escuchaba. A veces me daban ganas de ponerla sobre mis rodillas y...
—¡Madre! —exclamó Xena.
Las mujeres dejaron la conversación y miraron a sus hijas, que se habían sonrojado un poco.
—Oh, lo siento, cariño. Hécuba y yo sólo estábamos hablando de…
—Ya sé de lo qué hablabais, por eso os he interrumpido.
—Madre, ¿ya le has contado a Cyrene todo sobre mí o te has guardado lo más embarazoso para después?
—De hecho, Gabrielle, estamos guardando lo mejor para el final. ¿Por qué motivo no habéis venido a desayunar con nosotras? Hace lunas que no te veo, ¿y qué es lo que haces? No te habría hecho ningún daño quedarte esta noche hablando con tu hermana y conmigo.
—Perdona, Madre. Estaba cansada, eso es todo.
Gabrielle bajó la vista al suelo como la niña avergonzada que era en ese momento. Xena contuvo a duras penas un ataque de risa ante la frase de la bardo.
—Y lo mismo te digo a ti, Xena —dijo Cyrene, volviendo su atención a la guerrera—. No puedo creer que la ayudaras a escabullirse.
—Lo siento, Madre. —El tono de Xena era idéntico al de la disculpa recién formulada de Gabrielle.
—Bueno, ahora que eso está aclarado, vamos a charlar un poco —dijo Hécuba.
Las cuatro mujeres se sentaron juntas durante las siguientes cuatro horas, a aprender sobre los miembros de sus familias. La tensión de Xena se disipó cuando Hécuba se la llevó para hablar en privado, a poner sobre el tapete los viejos sentimientos que habían vuelto a surgir entre ellas.
—Xena, sé que mi marido y yo no te tratamos bien cuando te vimos por primera vez. Tienes que entender nuestra situación. De repente aparece aquel señor de la guerra, Xena, la Destructora de Naciones, para llevarse a nuestra hija. Luego nos la devuelve, con más cicatrices, más fuerza, sí, pero cada vez menos la niña que se marchó. Te culpaba por arruinar su vida, o eso creía yo; en realidad lo que estaba haciendo era culparte porque se había hecho mayor.
—Daría mi vida por protegerla —afirmó Xena.
—Sé que lo harías, Xena. Lo único que deseo es que no tengas que hacerlo. Déjame aclararte una cosa. No me gusta en absoluto la idea de que arrastraras contigo a mi hija.
Hécuba alzó una mano para acallar la protesta que ya se dibujaba en los labios de la guerrera:
—Lo sé, te siguió porque quiso. —los labios de Xena se cerraron cuando pronunció por ella estas palabras—. No me hace muy feliz que vayáis los dioses sabrán dónde, poniéndoos en peligro. Sin embargo, ya que parece que no hay forma de evitarlo, al menos puedo consolarme con el hecho de que mi hija es feliz. Cuando era joven hubo un tiempo en que pensé que nunca encontraría la verdadera felicidad, siempre tenía la mirada perdida. Para Gabrielle, la vida en Potedaia nunca habría sido suficiente; necesitaba más, mucho más de lo que yo hubiera podido darle.
Hécuba puso su mano sobre el hombro de Xena, aunque con indecisión.
¾Me alegro de que tú fueras capaz de dárselo, Xena.

La cabeza de Gabrielle se volvió al oír a su madre pedirle un abrazo a Xena y sus ojos verdeazulados captaron una mirada de mayúscula sorpresa en los azules. La joven bardo reprimió las ganas de reírse a carcajadas del estado de su amiga. Se inclinó para decirle a Cyrene, en tono conspirador:
—Parece un cervatillo asustado.
Las dos se echaron a reír a carcajadas y Xena las miró, antes de devolverle el abrazo a la mujer.

Xena pronto descubrió que Lila no compartía en absoluto los sentimientos de su madre. Cuando iba a salir del establo, después de ocuparse de Argo, se encontró a Lila allí, de pie, mirándola. Esperó un momento para dar a la joven la oportunidad de hablar, pero lo único que hizo Lila fue sostenerle la mirada y dejar crecer la ira que sentía en su interior.
—¿Querías algo, Lila? —preguntó, con marcado tono de aburrimiento.
A Xena ya empezaban a ponerle mala los puñales que le disparaban los ojos de la hermana de su amiga.
—¡No… me… gustas! —sus palabras estaban cargadas de ira y odio. — Te llevaste a mi hermana, casi haces que mi madre muera, tú… ¡eh! —exclamó Lila, al ser bruscamente levantada del suelo por la guerrera, ahora ya furiosa del todo.
—Estoy harta de tus rabietas, Lila.
Llevó a la muchacha, que pataleaba y gritaba, hasta el abrevadero.
—Creo que necesitas calmarte un poco. —dijo Xena.
Sostuvo a Lila sobre el agua y luego la dejó caer. El abrevadero era lo bastante profundo como para empaparla del todo.
—No me lo puedo creer… —farfulló Lila mientras salía a la superficie para coger aire.
Al ver la satisfacción en el rostro de la guerrera, la jovencita entornó los ojos. Salió del abrevadero y se agachó a recoger un puñado de barro con la mano. Xena giró la cabeza para evitar el fango maloliente, pero el tiro de Lila consiguió alcanzarla en el cuello y en el pecho.
—Ugh, oh.
Lila huyó por debajo de la valla y comenzó a correr campo a través mientras Xena se limpiaba el barro —mezclado de excrementos, estaba segura— de la cara. Por su mente pasaron visiones de Lila cubierta de pies a cabeza de estiércol, mientras salía corriendo tras ella. Sus poderosas piernas vencieron a las otras, más pequeñas, permitiéndole alcanzar a Lila. Se la echó al hombro como si fuese un saco de harina.
—¡Bájame! —Lila gritaba y golpeaba la espalda de Xena— ¿Adónde me llevas? —preguntaba.
Xena no dijo nada, se dirigía hacia la pocilga. Dos amazonas que se encontraban atendiendo a los cerdos alzaron la vista y vieron a una furiosa guerrera dirigiendose hacia ellas, con una mujer gritando en los brazos. Rápidamente metieron a los cerdos en el corral y se apartaron de su camino.
Con su mano libre, Xena abrió la puerta de la pocilga. De rápido vistazo confirmó que era bastante profunda como para que Lila no se hiciese daño al caer. Aumentaban los golpes en su espalda.
—¡He dicho que… me… bajes! No puedes… —olfateó—… ¡eh! Xena, ¡no te atrevas! Vamos, yo sólo te manché un poco, ¡esta cosa apesta! ¿Xena? Xena, por favor, yo... ¡aaahh!
Cayó al barro con un chapoteo. La normalmente estoica guerrera no pudo evitar reírse cuando vio el desastre en el que, de pies a cabeza, se había convertido la hermana de Gabrielle.
Hundiendo las manos profundamente en el barro, Lila se concentró en su diana, entonces alzó sus manos mientras estiraba los dedos, creando una onda fangosa de olor a cerdo que se esparció sobre Xena. Los ojos de la guerrera se estrecharon, la lucha iba a comenzar.
—¿Se puede saber que creéis que estáis haciendo? —gritó Gabrielle a las dos figuras que se agitaban en el barro y reían mientras se tiraban barro. Las mujeres cubiertas de fango se separaron y se dedicaron la mirada de «oh-oh, estamos muertas». Los ojos verdeazulados de Gabrielle se ensombrecieron de furia.
—Estoy aquí sentada, teniendo una agradable conversación con nuestras madres y ¿qué estáis haciendo vosotras? ¡Estáis aquí fuera actuando como niñas pequeñas!
Xena y Lila tuvieron la misma visión: sus madres dándoles exactamente el mismo discurso. Las dos tenían el mismo miedo a ese tono.
—¡Lila! —miró a su hermana cubierta de lodo—. Me voy a quedar con Xena y no hay más que hablar. Voy a seguir viviendo con ella y estando junto a ella, y no hay nada que puedas hacer o decir sobre ello, así que será mejor que lo aceptes. ¿Soy lo suficientemente clara?
Sin esperar respuesta, Gabrielle se volvió hacia Xena:
—¡Y tú! Creía que ya eras bastante mayor para esta clase de espectáculos, revolcándote en el barro y en, uggh, cualquier otra cosa que haya ahí dentro —a pesar de ser una chica criada en una granja, Gabrielle odiaba el hedor de la pocilga y lo evitaba siempre que podía.
—Será mejor que hayáis hecho las paces de una vez. —Se giró para marcharse—. Y no penséis ni por un momento en entrar al palacio oliendo de ese modo —les gritó mientras se alejaba—. Tendréis faldas limpias y túnicas esperándoos en los baños.
Xena y Lila permanecieron allí sentadas un momento, mirando a la silueta alejarse.
—Chica, sonaba exactamente igual que Madre.
—Uh, eso no puede ser bueno, ¿eh? —preguntó Xena.
La chica cubierta de barro sonrió maliciosamente.
—No, estás en un gran lío, Xena. Cuando Madre se enfadaba, oh chica, no quisieras estar a menos de veinte leguas de ella.
Un pensamiento horrible cruzó la cabeza de la joven:
—¡Y Gabrielle sabe aún más palabras!
Se rió ante el angustiado gruñido de Xena.

Demasiado nerviosas como para esperar con las otras mujeres, Xena y Gabrielle se montaron en Argo para reunirse con Toris camino del lugar de la cita. Las dos respiraron aliviadas al ver que en el carro sólo iba su hermano.
Cuando los caballos se acercaron el uno al otro, los hermanos los detuvieron. Unos ojos azules miraron a otros igualmente azules mientras el tiempo pasaba sin ningún sonido. Gabrielle se aclaró la garganta.
—Si me disculpáis, yo, esto, tengo que ir a dar un paseo por el bosque.
Se bajó del caballo y desapareció, porque se había dado cuenta de la necesidad de que Xena hablase a solas con su hermano.
—¿Qué ha pasado? —preguntó ella quedamente.
—Solan ha decidido quedarse con Kaleipus. No le dijimos que estabas cerca, pero nos pidió que te dijeramos que quiere verte en verano. —Toris bajó la mirada hacia sus botas— Xena, no le diré nada a Madre.
—Sabes que es lo mejor, Toris.
—Lo sé. Le mataría saber que tiene un nieto al que no puede ver. Ni siquiera yo mismo lo llevo demasiado bien. —parpadeó rápidamente, recordando lo que había sentido cuando Solan le dijo que era bueno saber la verdad, pero que él era feliz viviendo con los centauros—. Creí que estaba haciendo lo correcto.
—Lo estás haciendo ahora. —respondió ella con dulzura. —Toris, —Xena esperó hasta que él la miró— gracias. Por comprenderlo… y por avisarnos sobre Madre. Sé que eso requirió mucho valor de tu parte.
Toda la rabia que la pérdida de Lyceus le había inspirado hacia su hermano pareció desaparecer de su corazón, reemplazada con la comprensión de las tragedias de la vida. Toris miró sorprendido por la confesión de su hermana.
—Te quiero, Xena. Eres mi hermana, siempre lo serás. Siempre estaré ahí para ti, y para Gabrielle.
Xena desmontó de Argo por la izquierda y subió al carro, dándole a su hermano un abrazo ligeramente incómodo, puesto que aún no estaba completamente acostumbrada a las muestras de afecto. Toris comprendió lo que significaba, el intento de su impasible hermana de expresar sus sentimientos. A él, por supuesto, le resultaba mucho más fácil expresar sus emociones y la rodeó con sus brazos en un gran abrazo de oso, que ella permitió tan sólo por unos momentos antes de separarse y volver a montar en Argo.
—Gabrielle —la llamó, sabiendo que no se encontraría muy lejos.
La belleza de pelo color miel salió de detrás de unos árboles y aceptó la mano que le ofrecía la guerrera para montar detrás de ella. Xena volvió a Argo y la encaminó de nuevo hacia el lugar de la cita. Puso cierta distancia entre ella y Toris, para tener un poco de intimidad con Gabrielle antes de reunirse con sus familias.
Una vez estuvieron a salvo de miradas, Xena aflojó las riendas, dejando a Argo marcar el paso.
—¿Te encuentras bien? — preguntó Gabrielle.
—¿Hum? Oh, sí, estoy bien. Sólo pensaba.
—Éso ya lo sabía, tonta. ¿En qué pensabas?
Xena detuvo el caballo y se giró sobre la silla para mirar a la bardo. Gabrielle apreció la huella de una sonrisa feliz en la cara de Xena.
—Me estaba acordando de cuando era una niña. No era la niña más fácil de tratar del mundo, ya sabes. Cuando otras niñas jugaban con muñecas de trapo, yo jugaba a las batallas de espadas con Lyceus. —Gabrielle se rió un poco ante la imagen de una pequeña Xena blandiendo un palo como si fuese una espada—. Las otras madres le decían a Cyrene que no me dejase jugar con los chicos, pero a ella no lo importaba lo que dijesen. Les dijo que el que yo fuese feliz era lo más importante. —Xena parpadeó rápidamente y sonrió a Gabrielle—. Volvamos y pasemos algún tiempo con nuestras madres antes de que partan
Apresuró el paso de Argo.
—Sabes que podríamos acompañarlos nosotras a casa en lugar de enviar amazonas... —sugirió Gabrielle, notando la necesidad de Xena de pasar algún tiempo con su madre.
—No. —Xena respondió como un rayo; luego sonrió un poco—. Quiero a mi Madre, Gabrielle, de verdad. Pero la idea de pasar cada momento a su lado durante los próximos cuatro días es más de lo que puedo soportar.
—Bien. —Gabrielle sonrió abiertamente—. A mi tampoco me apetecía. Madre puede llegar a ser un poco… exigente a veces. Pero aún así la quiero.
—Lo sé, Gabrielle. Así es como son las madres. Te quieren a morir, pero a veces también pueden llegar a volverte loca. Creo que es una habilidad secreta que se enseñan las unas a las otras.
Gabrielle asintió.

Después de que la Reina y su familia se hubiesen marchado, Trasis envió una petición a la Reina Eponin para que la avisara con antelación la próxima vez que una persona de Potedaia se fuese a instalar con ellas. Trasis quería poder planear sus próximas vacaciones.


Fin