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Antes que nada me gustaría decir que a cualquiera que empiece a escribir una historia antes de acabar la que tiene a medias deberían pegarle un tiro. Sin excusas. Deberían llevarle a la parte de atrás de su casa y ¡bam!, librarle de su miseria. Bueno, y una vez aclarado eso debo decir que... no he podido evitarlo. Simplemente es una de esas ideas que no iban a desaparecer, y mucho menos a dejarme trabajar en AOB (que ya está casi terminado, con un poco de suerte mañana). Me estoy autojustificando... Denunciadme. Sólo una cosa más aquí... El papel de Argo en esta historia es en honor de mi compa Idgie, que se ha portado maravillosamente bien con el trajín de su mami de casa al trabajo y del trabajo a casa. Ella misma decidió que si Sam Raimi puede meter a su hermano en la serie, Bat Morda puede hacer lo mismo con su perro, especialmente dado que ella es más lista y mucho más atractiva que Joxer cualquier día de la semana. Ya serái demasiado si, además de eso, escribiese mejor.

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Esta historia tiene lugar unas semanas después de LOS PERGAMINOS DE XENA (The Xena Scrolls).


¿HAY ALGÚN MÉDICO EN LA EXCAVACIÓN?
por Bat Morda
21/1/1997
batmorda@ix.netcom.com
Copyright © 1997
Todos los derechos reservados


Capítulo 1
Jaula de Estudiantes

-Doctora Covington, ¿cuántos lugares contienen pruebas fiables de la existencia de Xena, la Princesa Guerrera?
Janice Covington sonrió con impaciencia. Los ávidos estudiantes de antropología y arqueología no podían esperar para saber más desde el descubrimiento de los Pergaminos de Xena. Las palabras viajaban con rapidez, y tan sólo dos semanas después de pisar suelo estadounidense la ahora afamada arqueóloga había sido invitada a dar conferencias en todas las salas que una vez mancillaron el nombre de su padre.
Ella se quedó callada un momento, obligándose a parecer relajada entre toda aquella bola de pupilos, cualquier cosa menos relajados.
-Siete emplazamientos han revelado evidencias claras hasta ahora, pero es posible que pronto desvele algunas más. -Antes de volverse hacia la siguiente mano alzada, Janice se entretuvo un momento para disfrutar los preciosos ojos azules de la rubia que acababa de dirigirse a ella-. Gracias por tu pregunta -añadió en voz baja, distinguiendo el ligero rubor que la joven estudiante lucía ya en su rostro al sentarse de nuevo.
-¿Y dónde están esos artefactos ahora? -preguntó un hombre joven antes de que le diese la palabra. Janice se giró, irritada, justo en el momento en que la campana de la clase comenzaba a sonar.
-Me temo que éste es todo el tiempo de que la doctora dispone por ahora -les informó el profesor Solon mientras garabateaba precipitadamente en la pizarra-. Capítulos cuatro a seis para el próximo día, y traed vuestras preguntas preparadas.
Cuando los estudiantes comenzaron a salir, varios de ellos se detuvieron para estrechar la mano de la Doctora Covington y felicitarla por su descubrimiento.
Janice aceptó toda aquella atención con elegancia, contando los minutos que faltaban para poder irse a casa y quitarse aquella incómoda falda, y también las medias. Al fin y al cabo, aquello era también parte de la arqueología; la palabrería y los contactos que hacían que todo aquello de los proyectos de investigación y los descubrimientos lucieran de una forma más apropiada que la de Harry Covington.
-Ha sido una conferencia maravillosa, Doctora -dijo la preciosa rubia cuando llegó al primer puesto de la fila.
-Gracias...
-Flora, me llamo Flora Gates -le informó la mujer, olvidándose por un momento de soltar la mano de Janice.
Ésta no pareció darle importancia al detalle, así que lo dejó estar.
-Bien, entonces... Gracias, Flora Gates.
Otros de los chicos de la fila comenzaron a impacientarse y a empujar a los de delante, formando con ello un creciente embotellamiento.
-Si alguna vez acepta estudiantes en sus excavaciones... bueno... aquí tiene mi número. Me interesaría mucho.
Esa última frase fue pronunciada con una inflexión que Janice juzgó, a todas luces, inconfundible.
-Veré qué se puede hacer -le respondió aceptando el papel que le tendía con un brillo especial en los ojos.
~~~~~~~~~~~
Janice cruzó el aparcamiento del campus con rapidez, localizando fácilmente su camioneta Ford de dos plazas.
-¿Cómo te ha ido, Argo? -preguntó dirigiéndose al enorme perro que había sentado a la parte de atrás. Argo sacó la cabeza por encima de la portezuela, saludando a la Dra. Covington con un húmedo lametón-. Vale, vale, chica -dijo Janice entre risas-. No insistas, ya sabes que no puedes conducir.
-¡Dra. Covington! -gritó una voz familiar a poca distancia de donde ella se encontraba.
Janice hizo una mueca de disgusto mientras se giraba, puesto que conocía de sobra a su propietario.
-¿Qué ocurre, Sal? -preguntó, obligándose a mantener la calma.
Salvador Monious tomó aire, puesto que la corta carrera por el aparcamiento había agotado todas sus reservas de energía. El conservador del museo, Sal Monious, era un amigo necesario, aunque también incorregible, de poca confianza y completamente inútil.
-Tenemos un problema -gimoteó-. Los pergaminos que Jack Kleinman traía de Nueva Jersey -siguió diciendo entre jadeos, apoyándose en el auto de Janice-. Han sido interceptados. Alguien que coincide con la descripción de la Dra. Callisandra Leesto los tiene...
-Cal... -murmuró Janice con ferocidad-. Un momento. Te pedí que te encargaras de esos pergaminos personalmente. ¡¿Me estás diciendo que dejaste que Jack, el idiota de Jack, fuese a por ellos?!
Para entonces Sal tenía aspecto de encontrarse claramente incómodo y nervioso.
-Así salía más barato. Con el dinero que hemos ahorrado podremos hacer una exposición mucho mejor en el museo.
-Eso será si la consigues -replicó Janice.
-Bueno, de hecho esperaba que nos ayudaras a recuperarlos. -Miró a su alrededor para comprobar que no había nadie escuchando-. Esperaba que el museo no se enterase de este pequeño contratiempo. Yo mismo estaré encantado de financiar personalmente la búsqueda de los pergaminos, si mantienes el asunto en secreto.
Janice sonrió.
-Oh, por supuesto que lo financiarás, y no te preocupes porque salga a la luz. No tengo ningún interés en que se sepa que confié en que podrías hacer algo bien
-Esperaba que no me costase más de... -Como que no quiere la cosa, un furioso gruñido surgió de la garganta de Argo. Noventa y nueve libras de hostilidad canina fueron más que suficiente para el turbado conservador-. Tanto como sea necesario, por supuesto.
Instantáneamente, el animal volvió a caminar con tranquilidad.
Asintiendo, Janice abrió la puerta de la camioneta.
-Bien. Te llamaré esta noche para decirte lo que necesito. Saldré a primera hora de la mañana.
Janice rebuscó en su bolsillo y sacó tres objetos. Sus llaves, que puso en el el contacto arrancando el automóvil. Cuando quedó fuera de la vista del conservador, lanzó a Argo una galleta.
-Buen trabajo, chica.
El tercer objeto era el número de teléfono de Flora Gates, y Janice lo sostuvo un momento en alto. Suspiró y lo devolvió a su bolsillo.
-Quizá en otra ocasión, Flora -susurró casi para sus adentros.
Argo levantó la cabeza de forma interrogante, pero se mantuvo en silencio.
~~~~~~~~~~~
En el mismo momento en que Janice entró en su casa y revisó su correo, unos suaves golpes resonaron en la puerta. Se sacó los zapatos de tacón de dos patadas, se sirvió rápidamente un whisky escocés y fue hacia allí.
-Un momento... Mel, ¿qué estás haciendo aquí?
Allí estaba ella, de pie junto a su puerta, Melinda Pappas: Descendiente de Xena. Janice por su parte se acabó la bebida de un solo trago
-En el aeropuerto de Macedonia dijiste que tenías que irte, que tenías cosas que hacer.
Janice esperó que el gran dolor que sentía por aquello no se hiciera patente en su voz.
-Y eso es precisamente lo que hice. Volé hasta casa, arreglé mis asuntos, tomé el siguiente avión desde el sur de California y bueno... -se encogió de hombros de una manera que Janice encontró absolutamente irresistible-, aquí estoy.
Completamente atónita, Janice se giró y fue hacia el salón para ponerse otra copa. Tomando eso como una invitación a considerarse como en casa, Mel entró en la pequeña vivienda, regresando después con dos viajes de maletas, imprescindibles en su caso.
Primero en la forma de una repulsiva y opulenta aristócrata sureña, y luego como una intrigante descendiente de Xena, Melinda Pappas había ocupado los pensamientos de la arqueóloga con mucha frecuencia desde que se habían separado. A veces, para sorpresa de Janice, mientras estaba en la cama. No solía sentirse atraída por mujeres morenas más altas que ella, pero era innegable que Melinda Pappas era tremendamente atractiva.
-Y debo añadir, Janice, que nunca te había visto tan fem... ¡Oh Dios! -exclamó Mel cuando Argo asomó la cabeza por la puerta de la cocina-. ¿Qué diablos es eso?
-”Eso” -explicó Janice imitando su tono despectivo- es ella, y se llama Argo.
-Oh, ya veo -dijo Mel sonriendo-, como el caballo de Xena. ¿De qué raza es?
-Cruce de labrador y alsanciano.
-Curioso -comentó Mel-. A mí me parece más labrador con pastor alemán.
Con ello, un gutural rugido emergió de la garganta del animal, sus belfos se elevaron y comenzó a avanzar de forma amenazadora hacia la visitante. Mel por su parte se escudó con rapidez detrás de Janice, quien tranquilizó al perro con una señal de su mano.
-Argo prefiere el término “alsanciano”, aunque sea lo mismo que pastor alemán. Está tan furiosa por todo el asunto de la guerra como cualquiera de nosotros.
-Fallo mío -dijo Mel dirigiéndose al animal, que meneó la cola en señal de perdón.
-Has dicho que el caballo de Xena se llamaba Argo. ¿Cómo lo sabes? -preguntó Janice ofreciendo a Mel un vaso de ginger ale.
-Estoy segura de haberlo visto en alguno de los pergaminos...
Mel trató de dejar la mirada perdida.
-Ninguno de los que tuvimos la oportunidad de leer.
Janice aún estaba furiosa de que su estúpido compañero hubiese echado a perder una de las más preciadas antigüedades del mundo. Sabía con certeza lo que la Dra. Cal Leesto haría con ellos. Serían subastados al mejor postor y enviados a las cuatro esquinas del planeta. Nunca más se sabría de su existencia.
-Verás, Janice. He estado teniendo unos sueños muy raros desde aquello que ocurrió en Macedonia. Es casi como si reviviera los de Xena. Algo muy extraño.
Melinda contempló el apenado asentimiento de Janice y se sintió mal por haber mencionado aquello. Recordó lo que Xena había dicho a la arqueóloga mientras estaba en posesión de su cuerpo y los temblores de emoción que había sentido al tener a la descendiente de Gabrielle frente a ella. Aun así, Janice parecía seguir creyendo que la bardo era sólo un exceso de equipaje entre todas las cosas de Xena, y que no valía más que una pequeña referencia histórica. Melinda no estaba segura de qué, pero tenía que hacer algo para hacerla cambiar de opinión.
-Entonces, ¿en qué consistirá nuestra primera aventura? -preguntó tratando de cambiar de tema.
-Mañana me lanzaré a seguir la pista de los pergaminos. Han sido robados por una doctora con la falta de ética suficiente como para que hasta mi padre parezca un santo. Tú... deberías volver a casa.
-Eh, alto ahí, Doctora Janice Covington. Me encargué de las cosas pendientes que tenía en casa para que pudiésemos ser compañeras. Ni se te ocurra pensar que me quedaré sentada aquí tranquilamente y os dejaré marchar... Si vas a por los pergaminos, yo voy contigo.
Para hacer sus argumentos más poderosos, se sentó en el sofá y se cruzó de piernas, tomando un trago de su refresco, mirando a Janice y haciéndole entender que ya se había hecho a la idea de que estaba en su propia casa. Para completar el cuadro, Argo fue hasta ella y se tumbó a su lado, com la cabeza apoyada en los pies de Mel.
-Oh, ya entiendo -dijo Janice-, dos contra una. Bien, quédate. Si no te importa, voy a darme un baño y me voy a dormir.
Dicho esto, Janice recogió su chaqueta, la arrojó sin demasiados miramientos sobre el respaldo de la silla del salón y se dirigió hacia el cuarto de baño.
-Vaya, parece que tendremos que mejorar sus modales -susurró Mel a Argo rascándole detrás de las orejas-. Pero tiene potencial.
Terminó su bebida y se dispuso a echar un vistazo al salón de la doctora. El mobiliario era escaso y antiguo, pero bien cuidado. La sala principal estaba cubierta de libros que se apilaban del suelo al techo. Ejemplar tras ejemplar sobre historia, arqueología, ciencias y mitología... por todas partes. Varios montones de ellos descansaban sobre un escritorio de roble cerca de una chimenea, y otros más en el suelo, a su lado.
Algo en el escritorio captó la atención de Mel. Casi como por inercia, se inclinó y tomó un pedazo de cuero labrado. Un trozo rasgado de un brazalete de antebrazo, con metal broncíneo aún decorando su superficie.
-Mi brazalete... -susurró Mel deslizándolo por su brazo y comprobando que aún se ajustaba perfectamente, a pesar de los años que habían caído sobre aquella prenda.
Además de eso, en la mesa vio un cuaderno desgastado, varias tiras de cuero y un prendedor metálico. Melinda se sentó rápidamente mientras los recuerdos se abrieron paso en su interior, haciéndole sentirse mareada. Una imagen relampagueante le mostró el prendedor en la mano de Gabrielle mientras ésta le recogía el pelo con él. Luego vio la tira de cuero en su propia mano mientras trataba de corresponder torpemente al regalo de la bardo... su amor. Un gemido la trajo de vuelta de aquella realidad y bajó la vista a unos suaves ojos marrones, que la miraban con preocupación.
-No pasa nada, Argo. Estoy bien.
Aún inseguro, el animal empujó a Mel hasta que se separó de aquellas cosas.
-Tienes razón. Debería dormir un poco.
De forma ausente, tocó el cuaderno y los adornos para el pelo y se sonrojó. Se sonrojó ante los sueños que sospechaba que iba a tener. Unos sueños que se repetían una y otra vez desde que abandonó Macedonia.
Recogiendo la bolsa más ligera, Mel buscó el cuarto de invitados. Encontró una puerta que juzgó como la indicada y probó el picaporte. No estaba cerrada, así que la abrió de par en par. Allí, con cara de sorpresa, estaba la Doctora Janice Covington, desnuda en una bañera, fumando.
-¿Te importa? -preguntó Janice sin hacer el más mínimo gesto de ir a cubrir su desnudez.
-Um... vaya. Lo siento, Janice. Nadie me ha dicho dónde está el cuarto de invitados.
Mel trató con todas sus fuerzas de mirar hacia cualquier otro lugar que no fuera el cuerpo desnudo y musculoso de la arqueóloga.
-No hay un cuarto de invitados, encanto. Elige, cama o sofá. A mí me da igual.
-Disculpa -dijo Mel antes de salir del baño. Se detuvo un momento en el recibidor para recuperar la compostura, puesto que se encontraba acalorada y tremendamente avergonzada-. Deben ser los sueños -susurró para sí.
Decidiéndose por el sofá, se dirigió de nuevo hacia el salón. Sin embargo, Argo lo ocupaba ya con ningún aspecto de irse a mover de allí y, de hecho, se limitó a seguir con la mirada los numerosos y exagerados gestos de Mel indicándole que se bajara.
-De acuerdo. Dejaré que Janice discuta este asunto contigo -decidió dándose media vuelta y encaminándose al dormitorio.
Una vez más, se sintió somnolienta nada más entrar y cerró los ojos un instante tratando de reconocer algo. Había un suave y agradable olor en aquel cuarto. Miró hacia la cómoda y descubrió allí un recipiente con brotes de flor de lavanda. También reconoció un ligero aroma a cuero. En una mesita de noche, a un lado de la cama, había una vieja lamparita tiffany con un diseño en forma de libélula y varios libros. Melinda se detuvo un momento para leer los títulos.
-Experiencia en vidas pasadas; Memoria genética; Conoce tus otros “yo”; Vidas desde la tumba y Terapia de regresión. Interesante material, Dra. Covington.
Sintiéndose casi una intrusa, fue hacia el otro lado de la cama.
Acomodada entre las sábanas, estaba lista para dejarse arrastrar por el sueño cuando Janice entró en tromba a la habitación llevando una simple camisa de manga larga de hombre, y Mel se sobresaltó al sentir que su pulso se aceleraba. Intentó mirar hacia otro lado, pero sus pies desnudos le llevaron a los fuertes gemelos y a sus poderosos muslos, y a las líneas de la camisa que dibujaban delicadamente la curva de su cadera.
-Bueno, dijiste que no importaba dónde, y el perro está ocupando el sofá -le espetó cuando Janice caminó hacia el otro lado de la cama. Melinda estaba segura de que iba a desmayarse cuando la otra mujer hizo a un lado las sábanas.
-Mel, estoy en mi casa y no pienso dormir en el sofá. Ahí estás bien. No te voy a morder -dijo, sonriendo antes de seguir-... a menos que me lo pidas cariñosamente.
-Muy amable de su parte, Doctora Covington -respondió Mel con no menos sarcasmo-. Buenas noches.
-Buenas noches, señorita Pappas -le deseó Janice con una amplia sonrisa.
~~~~~~~~~~~
...Desde el momento en que Gabrielle puso la ambrosía en mis labios y recuperé la consciencia, no creo haber sentido mayor felicidad. Estoy segura de que sonreí más durante las horas siguientes que en toda mi vida. Supongo que debí sentir algo de tristeza. Después de todo, los cambios que había hecho en mi vida no habían sido suficientes como para librarme del Tártaro, pero no me importaba. Tampoco la idea de que jamás vería los Campos Elíseos. En vida había regresado con Gabrielle y, comparado con eso, hasta éstos palidecían.
“Cuando piensas en los muertos, los muertos pueden oírte”. Cuando reflexiono sobre esa frase, no creo que refleje el verdadero impacto que supone escuchar los pensamientos de los vivos desde el otro lado. Incluso en su profunda tristeza, Gabrielle fue una fuente de apoyo y seguridad para mí. Su tozudez ante el hecho de perderme alimentó mi decisión. Yo nada podía hacer para regresar desde el otro lado, pero una vez reunida con mi cuerpo haría lo imposible para cambiar aquello.
Tras despedirnos de Autólicus fuimos a pasar la noche a la aldea amazona. No sabíamos nada del estado de Velasca y celebramos que nuestros problemas, por el momento, hubiesen terminado. Ephiny insistió en que Gabrielle y yo nos quedásemos en su casa y ella, con su hijo, en la de una amiga. Su cabaña estaba apartada del núcleo principal de viviendas, lo cual agradecí enormemente. Intenté afrontar las miradas de curiosidad de las demás amazonas con buen humor, pero el haber regresado de la muerte me agotaba con rapidez. Gabrielle se quedó en la cabaña principal un poco más que yo.
Conociéndola, seguro que dio personalmente las gracias a todas y cada una de aquellas mujeres por su lealtad, profundizando aún más si cabe en sus corazones.
Vagué por la choza de Ephiny un buen rato, sintiéndome extrañamente nerviosa. Había ocurrido algo entre Gabrielle y yo, y cada fibra de mi ser esperaba que siguiésemos adelante, y no al revés. En el cuerpo de Autólicus respondí al sonido de la voz de Gabrielle con una pasión irrefrenable. Tenía que hablar con ella, tranquilizarla. Desde el momento de mi muerte, su amor y su devoción habían envuelto mi alma como una cálida manta. Era consciente de las cosas que quería, aunque era incapaz de decirlas y sus pensamientos reflejaban los latidos de mi propio corazón. Supongo que por eso la besé. Algo que había soñado en vida, pero que nunca tuve el coraje de hacer. Cuando supe lo que había en su interior no pude contenerme. Y sus labios, sus labios fueron tan suaves... y me respondieron como yo había soñado. Nunca pensé que podría sentirme tan cerca de alguien. No hasta que regresé a mi cuerpo.
A pesar de la brevedad del momento, y consumida por la lucha contra Velasca, sentí una conexión con Gabrielle que dudo poder duplicar jamás. Llena de dudas, pero decidida a intentarlo. Así que aquí estoy, apoyada en una ventana, escuchando los sonidos de la noche, contemplando la luna y tan nerviosa como una recién casada en su noche de bodas.
Sentí la presencia de Gabrielle junto a la puerta incluso antes de oírla.
-Siento haber tardado tanto -dijo al entrar con una bandeja a rebosar en las manos.
-¿Demasiadas preguntas? -le pregunté quitándosela y dejándola sobre la mesa. No pude evitar sonreírle, puesto que mi corazón se llenaba de alegría al poder verla con mis propios ojos.
-No muchas, pero sí las mismas una y otra vez -contestó alargándome una taza humeante. Inhalé, dejando que me relajara la característica fragancia amazona, aderezada con canela y clavo. Gabrielle tomó un trago de su taza y luego vino a reunirse conmigo junto a la ventana.
-Te he echado mucho de menos, Xena -dijo en voz baja. Solté mi taza donde primero encontré y la rodeé con mis brazos, abrazándola fuerte. Desde mi regreso aquello era todo lo que podía hacer para no estar tocándola constantemente. Creo que ella sentía lo mismo, ya que desde el momento en que me retiré a descansar, y hasta que desperté, no se apartó de mi lado ni un segundo.
-Yo también -dije con tirantez, tratando por centésima vez aquella noche no llorar.
Levantó la cabeza y me miró. Lentamente, bajé la mía y, con delicadeza, cubrí sus labios con los míos. Por desgracia, aquel beso se convirtió en la más amplia de las sonrisas y abrí los ojos, sólo para encontrarme con otra similar en el rostro de Gabrielle.
-Mucho mejor sin el bigote -comentó, aliviando enormemente mi nerviosismo.
-Me alegra que tú también lo pienses -murmuré.
Se apartó de mí y sus mejillas comenzaron a teñirse de rosa.
-¿Qué ocurre? -le pregunté.
Sonrió, y contestó.
-Me gustaría quitarme esto -dijo señalando su atuendo de amazona-, pero no me lo puso yo y no sé cómo...
-No diga ni una palabra más, princesa. Estoy aquí para servirla -le contesté, acercándome para ayudarle con la armadura.
-Ah, es “reina”, Xena. Ahora soy reina -puntualizó con un cierto regodeo.
-Cierto -asentí yo, deslizando los brazaletes por sus brazos-. Ya me superas en rango.
Rió con ganas y me detuve antes de empezar a desatarle las botas.
-Te perdono el descuido -añadió de forma altanera-, siempre y cuando no se vuelva a repetir.
Sentí su mano sobre mi cabeza, acariciándome el pelo mientras yo manejaba los lazos. Suspiré placenteramente y le acaricié el muslo y la pierna antes de sacar la bota.
-Intentaré recordarlo -dije sacando la otra bota. Luego me situé a su espalda para desabrochar los cierres de su peto. Antes incluso de que pudiese tocarla se deslizó en el interior de su camisa y se quitó la falda. No me importó, dado que entre nosotras ya no se trataba de si, sino de cuándo. Nos abrazamos de nuevo y luego llegó su turno de encargarse de mi armadura.
-No sabía que esto fuese tarea para una reina amazona -dije.
-Esta reina nunca dejará que lo haga nadie más. Admítelo, estamos juntas en esto, Xena.
Aquellas palabras resonaron como un canto de sirena en mis oídos. La voz de Gabrielle se hizo más seria cuando me preguntó cómo me sentía, y yo lo consideré un momento antes de contestar.
-No sé cómo se supone que debe sentirse alguien después de resucitar, pero estoy bien. Quizá un poco anquilosada, pero ¿quién no lo estaría después de pasar una buena temporada en un sarcófago?
-Lo suponía -contestó después de ayudarme con mi ropa de cuero-. Ephiny me ha dado aceite de menta para calmarte el dolor. Túmbate en la cama para que pueda ponértelo.
Tras quitarme las botas, me tumbé tal y como había ordenado. Oí cómo recogía algo de la bandeja y se acercaba a la cama, y sonreí de nuevo al sentir su reconfortante peso junto al mío. La sentí moverse y después el sonido de sus manos al frotarse una contra la otra. Lo siguiente fue una deliciosa sensación de calidez y suavidad mientras me aplicaba el aceite.
Siguió masajeando la parte alta de mi espalda y mis brazos un buen rato, y después siguió hacia abajo, empleándose a fondo en cada parte de mi cuerpo. Me encontraba en un estado de felicidad absoluta sintiendo sus movimientos y, en un momento dado, pasó a mis piernas y pies.
-Gabrielle, es fantástico -murmuré.
-Sí, así es -me contestó-. Date la vuelta para que pueda seguir. -La complací y miré sus brillantes ojos verdes, que a su vez estudiaban mis caderas-. Iba en serio eso que te dije acerca de que no volvieras a morirte -dijo con tono conversativo mientras vertía un poco más de aceite en sus manos.
-Bien. También lo de que nunca lo haré -respondí. Contemplé sus manos descender hasta mi cuerpo y masajearme dulcemente los hombros y los brazos antes de alcanzar mis pechos. Aunque sus caricias no eran en absoluto de tipo sexual, encontré en ellas un placer sensual, sintiéndome derretir bajo sus fuertes manos. Continuó trabajando, concentrada en mi cuerpo, aplicando el aceite curativo sobre mi estómago y mis piernas. Cuando acabó, su roce se hizo más suave, explorando simplemente los contornos de mi silueta. La miré durante un rato. La miré y ella me miró también. Fue entonces cuando descubrí la humedad de su cuerpo, cuando se acercó a mí, cuando tuve que actuar.
Ni siquiera consideré preguntarle si aquello estaba bien, si era lo que quería. Habíamos compartido lo suficiente desde mi muerte como para saber exactamente lo que sentíamos y que así es como debía de ser, para ambas. Comencé a recorrer la parte superior de sus muslos con mis manos, deslizando ligeramente los dedos hacia su interior, mientras ella continuaba viajando sobre mi cuerpo. Gimió de placer y dirigió hacia mí sus verdes ojos, repletos de deseo.
Recorrí los contornos que la camisa dejaba adivinar sobre su cuerpo, embelesada por la textura de la tela sobre su piel, feliz por su respuesta. Lentamente, se dejó caer hasta mi anhelante boca y compartimos un beso que se fue haciendo más profundo a medida que el deseo crecía, consumiéndonos, convirtiéndonos en un infierno. Su lengua era como terciopelo, haciendo suyos los secretos de mi boca. No le oculté nada, no le negué nada, ¿cómo podría? Compartió completamente su cuerpo y su mente conmigo. Quería que me conociera tan íntimamente como yo a ella.
Deposité besos a todo lo largo de su garganta, deleitándome en el latir de su corazón, que conocía tan bien.
-Sí -susurró, dejándome sentir las vibraciones que surgieron de ella contra mis labios.
Era maravilloso. Abrazándola con fuerza, giré sobre mí misma. Soporté mi peso con los brazos y miré hacia abajo, a la que era fácilmente la cara más radiante que había visto nunca. Con los ojos resplandecientes, me sonrió y recorrió mi mejilla con uno de sus dedos.
Lentamente, me dejé caer hasta que mis labios quedaron a unos centímetros de los suyos. Sonriendo, ambas pronunciamos un “te quiero” a la vez. Compartimos también la risa, y después el deseo volvió a reclamarnos, haciendo desarrollarse las asunciones del amor sin necesidad de palabras. La realidad de hacer el amor con Gabrielle sobrepasó de lejos mis fantasías más salvajes. Para mí, ella era perfecta en todos los sentidos. Con deliberada lentitud, deslicé la camisa de dormir por su cabeza, sintiendo la tibieza de su piel contra la mía.
Gracias a sus fuertes manos, llevó mi cabeza hasta sus pechos y mi lengua vagó sobre su pezón, incluso aunque su cuerpo temblaba tanto como el mío. Descubrí una pequeña zona de su piel, tan blanca que parecía casi traslúcida.
-¿Qué es esto? -le pregunté.
-Donde cayó la ambrosía -me contestó entre profundas aspiraciones, obligándome a estrecharme contra ella de nuevo. Cuando besé aquella zona blanquecina el placer le hizo gritar y enterrar las yemas de sus dedos en mi espalda. Podía sentir su humedad crecer contra mi muslo mientras descansaba entre sus piernas. Con su excitación, hice descender mi cuerpo y ella las separó para dejar espacio a mis hombros. Sus manos viajaron suavemente por mi espalda hasta llegar a mi cabeza. Las apartó un segundo al contemplar cómo mis labios bajaban hacia su centro, clavó su cabeza en la almohada y un “siiiiiiiiiiii” nació de su garganta cuando comencé a lamerla. Estaba tan suave, caliente y húmeda que podía sentir cada uno de aquellos movimientos reverberar por todo mi cuerpo. La acaricié así, con cuidado, hasta que sentí su cadera lanzarse contra mi cara, llevándome aún más adentro y con más fuerza. Mi lengua tocó y consumió su hinchado clítoris, y entonces la oí gritar. La confianza y la conexión que sentí cuando perdió el control y se entregó a mí fueron absolutas.
Gabrielle y yo siempre estaríamos unidas y ambas lo sabíamos, y disfrutamos de esa certeza. Aquella noche liberó sentimientos en mí que no sabía que tenía. Supongo que eso es lo que había hecho hasta entonces. Primero me enseñó el verdadero significado de la amistad y después a comprender más profundamente el amor. No había nada que no hiciese por Gabrielle, nada que no hiciésemos la una por la otra. Y aquella noche, aquella noche perfecta con la luna brillando al otro lado de la ventana, hicimos todo lo que...


Capítulo 2
Miedo a Volar

-Vamos Mel, ¡despierta!
Una mano no tan cariñosa sacudió el hombro de Melinda Pappas.
-Qu... ¿Qué? -preguntó totalmente adormilada.
-La gran aventura, ¿recuerdas? Si quieres ayudarme a recuperar esos pergaminos, más vale que estés lista en una hora. -Janice estaba a punto de seguir haciendo la maleta cuando miró a Melinda de forma crítica-. ¿Te encuentras bien? Pareces desorientada.
Janice contempló la silueta tumbada de Mel vestida ya con un pantalón caqui y camiseta interior encima del sujetador. Mel miró el cuerpo musculoso y relajado y luego a las mantas que la cubrían, avergonzada.
-Estaba... soñando -respondió Melinda visiblemente sonrojada.
-Parecía un sueño de los buenos.
Janice sonrió y se puso a revolver sus cajones en busca de una camisa.
-Sí, em... bueno. ¿Entonces a dónde vamos?
Janice se deslizó en una camisa caqui y la metió por debajo de la cintura de sus pantalones. Luego sacó un revólver del cajón de los calcetines. Tras comprobar que estaba cargado, lo hizo girar con habilidad y lo devolvió a la funda.
-Al aeropuerto. Ayer por la noche llamé a Sal Monious, un amigo del museo. Nos ha conseguido billetes hasta más o menos la mitad de camino a la isla donde se esconde Cal. Estoy segura de que allí es a donde ha llevado los pergaminos. El resto del viaje lo haremos en barco.
Janice rebuscó en su armario y arrojó una bolsa pequeña sobre la cama, así como un paquete de aspecto poco usual. Luego llegó el turno del látigo y una caja extra de balas.
-Podrías esperar a que me levante, ¿no? -preguntó Mel, ligeramente irritada al ver que el contenido del armario comenzaba a llover sobre ella.
-Lo siento, encanto, pero no tenemos tiempo -respondió Mel sonriendo-. ¿Qué vas a ponerte tú?
-Bueno, tengo una falda lavanda preciosa y una blusa crema... -Las palabras murieron ante la evidente mirada de incredulidad que recibió de la arqueóloga-. ¿Debo interpretar que lo juzgas poco apropiado?
-Por supuesto que sí -replicó la suave voz de Janice-. Lo más probable es que nos pasemos huyendo la mayor parte del tiempo. Necesitarás algo un poco más... práctico. -Entonces una chispa apareció en sus ojos, una chispa en la que Mel reconoció sin género de dudas la herencia de su antepasada Gabrielle. Regresó al armario y prosiguió-. Tengo justo lo que necesitas.
~~~~~~~~~~~
-No sé, Janice. Me siento un poco ridícula. No me favorece.
Mel se miró reticentemente en el espejo de cuerpo entero que la arqueóloga tenía detrás de la puerta del dormitorio. Llevaba puestas las botas de Harry Covington, pantalones caqui, una de las camisas de Janice con su propia camiseta interior debajo, la chaqueta de Harry y el pelo recogido en una cola de caballo como la de Janice de forma que, al contemplar su reflejo, Mel se sentía definitivamente rara.
-Estás muy bien, Mel. La camisa te queda un poco grande, pero créeme que donde vamos nadie va a prestar la menor atención a tu ropa. Me alegro de que tengas la misma talla que papá. Además, acuérdate de cómo terminó tu traje la última vez.
-Cierto -convino Mel recordando que Xena le había echado a perder una falda de treinta y siete dólares-. Pero no tengo intención de que Xena me posea de nuevo.
-Eso nunca se sabe -dijo Janice sonriendo.
-Vale, tú ganas. ¿Y ahora qué?
Janice silbó con fuerza y Argo subió a la cama de un salto. Luego le pasó el paquete misterioso por al cabeza y aseguró las hebillas. El animal llevaba ahora sobre su lomo dos pequeñas bolsas que Janice llenó de municiones y algunas otras cosas.
-Si necesitas algo de valor, Argo lo llevará. Ella es lo único que puedo garantizar que regresará de una pieza. Además, llevaré todo lo que necesites en mi mochila. De otra forma, prepárate para perderlo. Voy a por mi cuaderno.
Cuando Janice salió del cuarto, Mel se apresuró a abrir su pequeño bolso. Antes de tener tiempo a cambiar de idea, sacó un morral de terciopelo y una funda de pergamino y colocó los dos objetos al fondo de una de las alforjas de Argo.
-Es un secreto, Argo -susurró-. No dejes que Janice lo vea. Todavía no.
Janice regresó y entregó a Mel unas cuantas cosas más para que las pusiera en las bolsas. Luego metió el cuaderno y munición en la suya. Sacó una mochila del armario y guardó en ella algunas mantas, latas de comida y recipientes con agua. Por último, metió en una de las bolsas del animal una cantimplora de sobra y otra en su cartera. Llevó un buen rato de discusión, pero al final Janice aceptó llevar el maquillaje de Mel y unas pocas cosas más.
-Supongo que estamos listas -dijo Janice echando un último vistazo a las bolsas de Argo para asegurarse de que el peso estuviese bien distribuido.
-No del todo -dijo Mel saliendo del cuarto. Regresó casi al momento con la chaqueta que Janice se había quitado la noche anterior-. Te olvidas esto. Da mala suerte salir de casa dejando ropa sin recoger.
Arrojó la prenda a su amiga tras sacar y echar una mirada a algo que sobresalía del bolsillo.
-¿Quién es Flora Gates? -preguntó Mel al tiempo que Janice colgaba la chaqueta junto con la falda a juego.
-Dame eso -ordenó Janice de forma acalorada, alcanzando el trozo de papel que Mel tenía en la mano.
Una vez fuera, Mel continuó.
-¿Y bien?
-Es una estudiante que quiere ir a una de mis excavaciones, ¿contenta? -murmuró Janice mientras colocaba su equipaje en la parte de atrás del camión.
-Tiene gracia -comentó Mel mientras Janice le sujetaba la puerta del asiento del copiloto-. Nunca antes había visto la “o” de Flora escrita en forma de corazón.
-Eso no es asunto tuyo -zanjó Janice mientras las encaminaba a una base cercana del Ejército del Aire.
-No seas tonta -dijo Mel sonriendo y tocando cariñosamente el muslo de Janice (lo cual no pasó inadvertido a la arqueóloga)-, una pequeña e inofensiva charla entre chicas no te matará.
-No me gustan las charlas de chicas.
-Por eso deberías practicar. ¿Qué estamos haciendo aquí? -preguntó Mel cuando sintió que empezaban a decelerar conforme se acercaban a la verja de seguridad. Un centinela bastante atractivo se inclinó junto a la ventanilla y las miró sonriendo ampliamente.
-Me alegra ver que también es capaz de tener amigos sin pulgas, Dra. Covington. El sargento Ore le está esperando.
-Gracias, soldado Maleus.
Janice saludó con la cabeza al pasar la verja.
-¿Dónde empezaste a tratar con el ejército? -preguntó Mel al aproximarse a un enorme avión de carga que permanecía inmóvil sobre el asfalto.
-Poker de viernes por la noche -explicó Janice-. Me reúno con unos tipos cuando estoy en la ciudad. No es que apostemos dinero. Se trata más bien de favores.
-¡Oh Dios! -exclamó Mel, visiblemente escandalizada.
-No ese tipo de favores -afirmó Janice con una sonrisa-. Greg es el mecánimo jefe y se encarga de arreglarme al camión, o yo ayudo a sus hijos con los deberes. Ese tipo de cosas. En cualquier caso, nos llevamos muy bien desde hace tres años. Yo necesitaba volar hasta una excavación. No es fácil encontrar un trasportista que acepte animales, y de todas formas su tripulación tiene que llevar provisiones hasta cerca de donde yo me dirijo. No le importará.
-¿Y al gobierno tampoco? -preguntó Mel intrigada mientras las tres se dirigían al carguero.
-Cuando empezó la guerra pensé que seguramente habría problemas -asintió Janice-. El primer viaje que hicimos fue bastante movidito. Las tropas que habían enviado antes que nosotros sufrieron muchas pérdidas, pero en nuestro caso salimos ilesos. Ahora todos creen que Argo les trae buena suerte, así que no hay nada que temer. Ni uno solo de los soldados que han volado con Argo ha muerto en la batalla.
-Eso sí que es suerte -convino Mel.
-No. -Janice encendió uno de sus puros-. La suerte no existe, y tampoco las maldiciones.
Un grupo de soldados se les acercaron corriendo y uno de ellos estrechó a Janice en un brusco y fuerte abrazo.
-Me alegro de verte, Jan.
-Greg, esta es Melinda Pappas. Melinda, el sargento Greg Ore, el único hombre vivo que puede llamarme Jan y seguir conservando todos los dientes.
-Es un placer, sargento -dijo Melinda estrechando con calidez la mano del hombre.
-No, señorita. El placer es todo mío. Es muy raro conocer a una... amiga de Janice.
Con la sonrisa congelada en el rostro, Janice golpeó con el codo las costillas del gigantón. Cuando él la miró alarmado, ella le sostuvo la mirada.
-¿Qué? -preguntó él a la defensiva-. Pensaba que...
-Creo que deberíamos embarcar -le cortó Mel dirigiéndose a la rampa.
En el interior del cavernoso avión, la tropa estaba ya asentada y lista para despegar. Argo escaneó el lugar rápidamente, lamiendo caras y recibiendo afectuosas palmaditas en el lomo por parte de los soldados. A poca distancia, entre los grandes bultos, habían habilitado otra zona para sentarse a gusto. El sargento Ore les indicó aquella zona con un movimiento de cabeza.
-Primera clase -dijo el hombre.
-¿Por qué vamos separadas de las tropas? -susurró Mel a Janice.
El sargento rió con ganas.
-Tienen trabajo que hacer, señorita, y sin duda usted y Janice serían un factor de distracción.
Melinda se sonrojó ante el halago.
-Además, aquí detrás se está más tranquilo -añadió Janice-. De acuerdo, Greg -añadió alargándole sus llaves-. Puedes usar el camión. Sólo asegúrate de que llegue de una pieza a mi casa. Hay caramelos para Gabriel en la guantera.
Tras estrechar la mano de Mel una última vez, el hombre dirigió a Mel un saludo militar y giró con fuerza sobre sus talones, dejándolas allí. Casi inmediatamente, pudieron oír el rugido de un motor c46. Janice silbó y Argo fue hasta ella trotando, tumbándose tranquilamente a los pies de Mel.
-¿Cómo es que no la vi en Macedonia? -gritó Mel sobre el creciente rugido del avión.
-No estaba allí. El hijo de Greg, Gabriel, estaba enfermo. Adora a Argo, así que la dejé con él mientras se recuperaba. Y funcionó. En poco tiempo ya estaba sacándola de paseo. -No le fue difícil advertir el pánico en los ojos de Melinda a medida que el avión se iba preparando para despegar-. No te gustan los aviones, ¿verdad?
-Les tengo pánico -confesó Mel estremeciéndose de arriba abajo.
Janice se inclinó hacia ella y tomó su mano con decisión.
-Venga, estás siendo muy valiente.
-¡Oh, Dios mío! -gimió Mel cuando el avión empezó a ganar velocidad. Se soltó de la mano de Janice y agarró su brazo, enterrando la cabeza en el hombro de la arqueóloga para evitar gritar.
-Tranquila Mel, ya casi estamos en el aire -le susurró Janice al oído, rodeándole los hombros con el otro brazo.
Tan pronto como el avión quedó estabilizado en el aire, el nivel del ruido descendió drásticamente y cesó el traqueteo. Estaban en camino. Mel no se soltó de Janice enseguida, y tampoco ella dio por terminado el reconfortante abrazo. En un momento dado, Melinda Pappas recuperó la compostura y, con las mejillas sonrosadas, regresó a su asiento.
-Lo siento -murmuró, deseando tener una falda en ese momento que poder alisar.
-No pasa nada, Mel, de verdad. Todo el mundo le tiene miedo a algo. -Janice rebuscó en su bolsa y sacó un par de mantas. Entregó una a Mel y enrolló la otra en el suelo del carguero-. Aún quedan unas horas hasta la comida. Te sugiero que intentes dormir.
-Pero si me acabo de despertar....
-De ahora en adelante, Melinda Pappas, sigue mi consejo. Duerme donde puedas y come cuanto puedas.
-¿Se aplica lo mismo para ir al lavabo? -preguntó con sarcasmo.
-De hecho sí. No puedo garantizarte la próxima comida o la próxima noche en que dormirás en condiciones. La Dra. Leesto es peligrosa, y también sus secuaces. Smythe era una nenaza comparado con ella.
Janice se estiró sobre su manta con Argo tumbado junto a ella, con la cabeza apoyada en su abdomen.
Mel se desperezó también, pero antes de que Janice se echara el sombrero sobre los ojos, le disparó una nueva pregunta.
-Parece que conoces a esa Dra. Leesto muy bien.
Janice acarició distraidamente el lomo de Argo y miró al techo del carguero.
-Fuimos juntas al colegio. Hasta se puede decir que éramos amigas, hace mucho tiempo. Pero descubrió que la vida era mucho más fácil si se mantenía al margen de todo. Intentó robarme mis descubrimientos y las cosas que aprendía de ellos. Llevamos muchos años peleando por las cosas de Xena.
-¿Cuándo fue la última vez que la viste? -preguntó Mel incorporándose sobre un brazo.
-Hace un año -suspiró Janice, visiblemente afectada-, cuando disparó a Argo. -Mel miró alarmada al perro, que seguía tumbado con docilidad y pereza sobre su ama-. Perdió mucha sangre y casi no lo superó, pero dos cirujanos de las fuerzas aéreas le ofrecieron su tiempo y ayudaron al veterinario. Al final pudo sobrevivir. -Janice sonrió con dulzura al perro-. Había descubierto algunos artefactos de la época de Xena como Señor de la Guerra.
-¿Y la Dra. Leesto se los quedó? -preguntó con cuidado Mel.
Janice asintió.
-Sí, pero me las arreglé para sacar a Argo de allí.
-¿Y si intenta hacerle daño otra vez?
Janice estudió el rostro de Mel un momento antes de contestar y luego se llevó las manos al suyo.
-Yo la mataré primero.
~~~~~~~~~~~~~
... Una armadura puede ser muchas cosas. Es una coraza protectora, pero puede convertirse en una jaula si no está diseñada apropiadamente. Puede inspirar miedo, terror o esperanza dependiento de quién la lleve. A fin de cuentas, no son las ropas, sino los actos quienes definen a una persona.
-Y dime, ¿quién diseñó tu armadura? -me preguntó un día Gabrielle, aparentemente por hablar de algo. Hacía poco tiempo que viajábamos juntas, así que supongo que la franqueza de la pregunta me sorprendió un poco.
-Yo -le respondí-. ¿Por qué?
Gabrielle siguió caminando junto a Argo, lanzándome miradas cada cierto tiempo. Nos encontrábamos en un territorio que mi ejército había conquistado unos cuantos años antes, así que yo ya tenía los nervios de punta.
-Es que te sienta muy bien. Quiero decir, que estás increíble con ella.
Gabrielle siguió adelante, como si no hubiese hecho más que un comentario inocente sobre el tiempo. Por aquel entonces yo aún no me había dado cuante de que simplemente ella era así: completamente sincera en todo.
-Ya veo. ¿Así que crees que soy increíble?
Cuando me volvió a mirar noté un ligero rubor en sus mejillas. Dioses, fue difícil mantener la serenidad de mi rostro en aquella ocasión.
-Lo que quiero decir -trató de explicarme Gabrielle- es que... bueno, el negro es definitivamente tu color. Tu pelo, por ejemplo, la forma en que realza tus ojos, el cuero... Todo junto forma una imagen impresionante. Luego está el bronce del peto, que es muy parecido al tono de tu piel. Es el sueño de cualquier narrador. En realidad, el único punto de color en ti son tus ojos. Todo muy dramático.
-¿Debo dar por hecho entonces que has estado mucho tiempo contemplándome? -le pregunté sin rodeos.
-Yo em... bueno... Los bardos tenemos que ser observadores. Es una exigencia de la profesión. Por supuesto que he tenido que mirarte.
-Mmmhmmm.
-¿Llevabas el mismo atuendo cuando eras un Señor de la Guerra o era diferente?
Detuve a Argo y eché un vistazo a mi alrededor. Conocía el terreno, sabía dónde estaba. No muy lejos de una cueva que solía usar en aquel tiempo al que ella se refería.
-Si tanto te interesa, te lo puedo enseñar.
Íbamos de camino hacia la próxima ciudad sin ninguna prisa, y puede que me sintiera un poco indulgente. Extendí mi mano y, tras un segundo de reticencia, Gabrielle se unió a mí sobre el lomo de Argo. Sonreí cuando sus brazo me rodearon la cintura y sentí el peso de su cabeza contra mi espalda. Cuando cabalgaba conmigo, cuando era incapaz de ver mi cara, me permitía una sonrisa de satisfacción mientras sus brazos me ceñían con fuerza al ponernos en marcha.
Era una distracción muy placentera. Con Gabrielle contra mí, charlando animadamente acerca de cualquier cosa que veía, me fue más difícil reconocer los alrededores y recordar la última vez que estuve allí; cabalgando a la cabeza de mi ejército, dejando la tierra carbonizada y ensangrentada a mi paso. Encontré la cueva sin problemas, ayudé a Gabrielle a desmontar antes que yo, encendí una antorcha y entré. Estaba tal y como la recordaba, con algunas cosas tiradas por el suelo: espadas, lanzas... todo echado a perder. Mis hombres muertos habían sido tratados según la costumbre, así que no había ningún cuerpo. Me dirigí a un túnel secundario y en él encontré el nicho en que había escondido el baúl. Gabrielle sostuvo la antorcha en alto mientras yo lo sacaba.
-¿Qué es eso? -me preguntó, mirando al desvencijado arcón.
-Unas cuantas cosas que almacené aquí cuando vine con mi ejército. Si no recuerdo mal, tenía una armadura de repuesto aquí dentro.
-¿En serio? -dijo con asombro acercándose más cuando abrí la tapa. Sonreí indulgentemente, acerqué la antorcha y comprobé satisfecha que todo seguía tal y como lo había dejado. Objetos de mi pasado que ya no eran míos, pertenencias de alguien que ya no era yo.
-Oh -suspiró Gabrielle levantando con reverencia la forma alámbrica de mi pectoral. Comparado con el que llevaba ahora, resultaba terriblemente inefectivo.
Gabrielle me miró con timidez, y yo ya conocía esa mirada. Estaba dudando entre si debía o no preguntarme algo.
-¿Qué? -dije para facilitarle las cosas.
-¿Podrías ponértela? -Yo no había esperado aquello, y debí fruncir el ceño porque ella se apartó ligeramente y miró hacia otro lado-. Lo siento -farfulló-. Si te trae malos recuerdos o algo así, lo entiendo...
Eso me hizo sentir mal porque supongo que la pregunta, viniendo de ella, era lógica. Al fin y al cabo, yo la había llevado hasta allí.
-No pasa nada -le aseguré-. No son más que ropas, ¿verdad?
Asintió y se sentó en una roca, observándome. Yo suspiré. Me había metido en ese lío sola, y sola tenía que salir de él. Le lancé miradas todo el rato mientras me desnudaba. La atención de Gabrielle permanecía férreamente sobre mí. No creo que parpadeara siquiera cuando me quité los bracaletes, desenganché los cierres de la armadura y me deslicé fuera de mi ropa de cuero. Sus ojos vagaron por mi cuerpo, estudiando mis brazos, mis piernas, mis manos. Me pregunté qué estaría pensando ella. ¿Me miraba con infamia? ¿Con extrañeza? ¿O como una mujer hambrienta de otra? Tenía que guardarme mi imaginación para mí. Habría sido tan fácil convertir este simple juego en una seducción... pero yo no era así. Al menos ya no.
Fue extraño volver a ponerme la vieja armadura. La sentí pesada, enorme, opresiva. Cuando me volví hacia Gabrielle, ésta se sobresaltó.
-Es... bueno, diferente -dijo por fin.
-Y tú muy poco precisa -le respondí.
-No va contigo, Xena -me explicó-. Es oscura, y créeme que pensaba que tu vestuario ya no podía oscurecerse más. La capa y todo eso esconde la belleza de tu cuerpo, su fuerza. Y esas hombreras... Supongo que lo que quiero decir es que no necesitas llevar nada para causar temor, algo enorme para ser fuerte ni algo brillante -señaló con la cabeza la cota de malla que yo tenía entre las manos- para resultar increíblemente hermosa. Es como si tu armadura actual dejara que tu verdadero ser emergiera, mientras que esta... lo entierra.
Supongo que fue entonces cuando empecé a darme cuenta de que sentía algo muy especial por Gabrielle...

Capítulo 3
Chicas de Campamento

Mel se despertó sobresaltada y luego suspiró. Una turbulencia la había arrancado de la tierra de Xena y devuelto a su propia vida. Echó un vistazo a Janice, quen respiraba apaciblemente con su mano sobre la cabeza de Argo. Ignoraba qué hora sería ni cuánto tiempo había dormido. Oyó unos pasos aproximándose y, al instante, Janice estaba incorporada con el sombrero puesto y totalmente despierta.
-Hora de comer, Doctora Covington -dijo un hombre joven acercándose con cuidado.
-Gracias -respondió Janice aceptando los bocadillos y las botellas de gaseosa que el soldado le ofrecía.
Éste inclinó la cabeza formulando con ello una pregunta silenciosa y Janice sonrió.
-Claro, adelante. Argo, da las gracias por el desayuno.
El hombre se arrodilló y jugó con el perro unos segundos.
-Hay un tentempié extra para Argo -dijo tímidamente-. Carne asada.
-¿Cuál es tu nombre, soldado? -preguntó Janice.
-Purdy -le respondió el hombre.
-Entonces gracias, soldado Purdy. Es muy amable de tu parte.
Él se levantó y se sacudió las perneras del pantalón antes de emprender el regreso a su unidad.
-Gracias a usted, Dortora Covington. Argo trae buena suerte, puedo sentirlo.
Mel comió en silencio unos minutos mientras Janice se encargaba de dar a Argo su bocadillo.
-¿Por qué no crees en la suerte? -le preguntó finalmente.
-Soy una científica, Melinda. En la ciencia no hay lugar para la suerte.
-Papá también lo era, Janice, pero llevó una pata de conejo en su bolsillo hasta el día en que murió.
-No creo que el conejo le trajera demasiada suerte -respondió Janice con una sonrisa.
-Pero fíjate en Xena. -Mel decidió probar una táctica diferente-. Tuvo una gran suerte el día que Gabrielle entró en su vida.
Janice se encogió de hombros.
-Dio la vuelta a una situación realmente mala, tal y como yo lo veo. Y Gabrielle no “entró” exactamente en su vida. Xena la rescató y después ella se negó a dejarla en paz.
Mel se cruzó de brazos de forma desafiante.
-¿Insinúas que Xena, la Destructora de Naciones, no podría haberse librado de una insignificante bardo si hubiera querido? Si en lugar de a ella hubiese rescatado a Joxer, apostaría cualquier cosa a que no le hubiera permitido seguirle.
-¿A dónde quieres llegar? -preguntó Janice mientras masticaba un gran bocado de su sandwich.
-Simplemente me intriga el por qué de que no muestres ningún tipo de curiosidad hacia la autora de los pergaminos de Xena. Comprender el papel de Gabrielle en su vida añadiría muchísimo sentido a quién era en realidad. No se la puede definir únicamente por sus hechos...
-Tal vez no. Pero no sabemos con seguridad que de hecho fuera Gabrielle la bardo que escribió los pergaminos.
Janice se terminó la mitad de su sandwich y guardó el resto en su bolsa para más tarde.
-Yo sí lo sé -respondió Mel rápidamente.
Janice no pareció haber oído ese comentario. En lugar de eso, desplegó un mapa bastante desgastado en el suelo del carguero, justo frente a ellas.
-Aquí es a donde vamos -dijo señalando un punto en la línea de costa de la isla-. Luego seguiremos a pie hasta esta caleta. -Señaló otra zona, a unas cuantas millas de la base militar.
-¿Por qué no pueden recogernos allí?
-Porque los contrabandistas no son bienvenidos en las bases militares -respondió Janice en voz baja.
-¿Vamos a viajar con piratas...? -Janice cubrió rápidamente la boca de Mel con la mano.
-No tan alto, ¿de acuerdo? -Dejó libre a Mel y añadió, señalando con la cabeza a los otros pasajeros-. Ellos no preguntan, y yo no digo nada.
Mel pareció enmudecer.
-Tiene amigos realmente interesantes, Doctora Covington.
-Yo no les llamaría amigos exactamente. Trabajan por encargo y yo me aseguro de que cobren lo suficiente como para que quieran seguir manteniendo tratos conmigo. Conozco al capitán desde hace un par de años, pero el resto -Janice se encogió de hombros- son una panda de rufianes. Yo no les daría la espalda si fuese tú.
Mel asintió comprendiendo lo que quería decir.
-¿Y cuándo nos reuniremos con ellos?
-Suponiendo que hayan recibido mi mensaje, pasado mañana. Ya será de noche al aterrizar, así que cubriremos unas cuantas millas en la oscuridad y acamparemos. Haremos el resto del camino mañana, y con un poco de suerte estaremos con Aries por la noche o a la mañana siguiente.
-¿De verdad se llama Aries? -preguntó Mel con incredulidad.
-No, ese es su signo. Le encanta la astrología.
Tras pensar un momento, Janice le preguntó a Mel qué signo era ella.
-Bueno, si es verdad que a tu amigo le gustan tanto esas cosas, él mismo te lo dirá -jugueteó Mel con sus brillantes ojos azul celeste-. Además, la astrología no me parece algo muy científico. De hecho me sorprende que sepas el tuyo.
Janice le devolvió la sonrisa.
-A esta pobre Cáncer con ascendente Géminis no le va demasiado ese rollo, pero estuve saliendo con alguien a quien sí le gustaba. Me temo que aprendí más de lo que quisiera admitir.
Mel estaba intrigada.
-¿Cómo se llamaba el tipo? -preguntó.
Unos ojos verdes relampaguearon bajo el ala del sombrero de la arqueóloga.
-Jane Celesta.
Janice sonrió para sí. Mel se encontraba claramente sorprendida por su confesión, pero luchó con eficacia para no dejar ver su estupor. El ligero movimiento de sus ojos y la dilatación de sus pupilas, situadas entre un mar de brillante color azul, fueron los únicos signos visibles.
-¿Y qué signo era Celesta? -preguntó Mel manteniendo la calma.
-Leo -respondió Janice-, el signo más amigable del zodíaco.
Mel se encontraba ya a esas alturas un poco introspectiva.
-¿Y esa Jane era amigable?
Janice se encogió de hombros.
-Durante un tiempo, pero creo que su ascendente Acuario complicó un poco las cosas. Eso o el hecho de que la engañé con una de mis colegas.
-Ya entiendo.
-¿Estás segura, Mel? -preguntó Janice casi con timidez.
Ahora fue el turno de Mel para sonreír, esperando mostrar con ello una seguridad que no sentía del todo.
-Por supuesto. Leo no es tu signo más afín.
Janice le devolvió la sonrisa, aunque poco convencida.
-¿No lo encuentras algo... -dudó buscando la palabra adecuada- ... poco convencional?
Mel se inclinó hacia delante y tomó la mano de la arqueóloga con calidez.
-Es verdad que no te conozco muy bien Janice, pero no me pareces poco convencional. Hostil, obstinada e insegura tal vez. Y dado que encuentro extraordinario que encontraras a alguien que hiciera aflorar tu lado romántico... Siento que aquello no saliera bien.
Janice estaba aturdida. Alabada, insultada y tranquilizada al mismo tiempo. Melinda Pappas se estaba convirtiendo rápidamente en algo demasiado bueno para ser verdad.
-Mel -dijo sonriendo con calidez-, eres un bicho raro, te lo aseguro...
-Vaya, gracias -respondió Mel con cierto remilgo.
-Pero no te equivoques. No tengo ningún problema en encontrar compañía de tipo romántico.
Un destello de orgullo crepitó en los ojos de la arqueóloga.
-¿Y eso por qué? -preguntó Mel con fingida indiferencia.
-Porque sé cómo hacer disfrutar a una mujer.
Mel no podría haber evitado el rubor que le subió inmediatamente a las mejillas ni aunque lo hubiera intentado. No estaba segura de si Janice estaba fanfarroneando o haciéndole una invitación. Y lo más importante es que dudaba en cuál de esas dos opciones quería que fuese cierta. Podía sentir cómo la línea que la separaba de su antepasada se diluía cada vez más y más, y le resultaba difícil mantener separados los sentimientos de Xena de los suyos propios. Sin saber muy bien por qué, sospechaba que en un momento dado el poder de los sueños de la guerrera menguaría y que sería capaz de ponerlos bajo la perspectiva de su propia vida. Tal vez debido a que la alternativa, que su propia personalidad quedase consumida por la de una guerrera muerta desde hace siglos, la asustaba demasiado como para aceptarlo.
En un momento dado Janice dejó a un lado sus mapas y volvió a reclinarse para dormir. Mel sin embargo decidió no imitarla. Lo último que necesitaba por el momento era otra visita de Xena. Tomó el cuaderno que yacía justo a un lado de la arqueóloga y leyó por encima las atestadas páginas. La mayoría de los pasajes eran sobre Xena. Notas escritas por la cuidadosa mano de la doctora acerca de sus descubrimientos, teorías y especulaciones sobre la vida de la princesa guerrera. Había también algunos bocetos, principalmente de excavaciones y su ubicación, pero otros eran dibujos de cómo Janice suponía que era aquella mujer. Sonrió al ver las notas acerca de los recientes acontecimientos de Macedonia. Encontró una breve descripción de sí misma y las primeras impresiones de Janice, y no pudo por menos que fruncir el entrecejo al leer las palabras “mimada belleza sureña” en uno de los márgenes.
“Eso ya lo veremos”, pensó para sí Mel. Luego volvió la página y su aliento quedó paralizado al ver allí un dibujo suyo. O tal vez de Xena con su cara. El pelo suelto, los ojos brillantes y confiados, nunca podría haber pasado por un dibujo de ella. Aquella gracia apacible era algo con lo que Melinda Pappas solamente soñaba, cuando recuperaba el control de sus sueños.
~~~~~~~~~~~
Mel encontró el aterrizaje del C46 aún más traumático que el despegue. Argo se reclinó contra ella, ofreciéndole tanto apoyo como era capaz, y Janice se mostró sorprendentemente comprensiva con ella. Esperó con paciencia junto a la compuerta hasta que Mel se recuperó lo suficiente como para que iniciaran la marcha. Tras un corto trayecto se encontraban a la salida de la base, avanzando por una de las estrechas sendas de aquella isla poco poblada.
-No puedo comprender por qué no usamos linternas o antorchas o algo así. Nos estamos metiendo a ciegas en un bosque terriblemente oscuro -se quejó Mel al comprobar que efectivamente Janice se dirigía directamente hacia la maleza.
-Hay luna llena, Mel, y muchísima luz. Además -añadió acomodándose su pesada mochila-, las linternas hacen desaparecer todo aquello que queda fuera de su alcance. No creo que la isla sea tan segura. Tú sígueme -le urgió-, y estarás a salvo.
Con un suspiro, Mel dirigió la mirada hacia la senda que ya seguían la doctora y su perro. Al cabo de un rato, sus ojos se acostumbraron a la luz de la luna que iluminaba todo a su paso. Las plantas tropicales estaban bañadas de una luz azul pálida. Janice seguía silenciosamente a Argo, con el machete en la mano y cortando con él de vez en cuando la vegetación que se interponía en su camino. Pronto llegaron al borde de un acantilado que servía de pantalla al océano color añil. Mientras superaban con cuidado los zigzags del camino que bajaba hasta la playa, Janice iba ofreciendo a Mel su mano para ayudarla en los tramos más complicados. Argo parecía ajena a cualquier peligro, ya que avanzaba unos veinticinco pies por delante de su dueña, deteniéndose sólo de vez en cuando para que ésta pudiera alcanzarla. Una vez en la playa, se dirigieron rápidamente a una zona segura de los acantilados, protegida por las rocas en tres de sus cuatro flancos.
-Parece un mundo totalmente distinto -dijo Mel en voz baja mientras Janice revolvía en su mochila.
-Lo es -le respondió ésta, preparándolo todo para poder acampar-. Estamos a salvo de la marea, tenemos leña en abundancia por los alrededores y podemos arriesgarnos a encender un pequeño fuego.
-¿Y los animales? -preguntó Mel en cuanto se planteó la idea de ir a buscar la leña.
Janice sonrió, leyéndole el pensamiento.
-Llévate a Argo. Seguramente no habrá muchos bichos en la isla que sean más grandes que ella, y no dejará que ninguno de ellos te ataque. Con un poco de suerte, hasta puede que volváis con algo que nos sirva de cena.
Mel asintió, aunque no demasiado convencida, y se dirigió hacia los árboles. Janice la siguió con la mirada y sintió que sus ojos bajaban casi involuntariamente por la suntuosa silueta de la mujer de oscuro cabello.
-Ya basta, Janice -se espetó a sí misma justo en el momento en que su imaginación comenzaba a volar.
~~~~~~~~~~~
Para cuando Mel regresó con los brazos repletos de leña, Janice había construido un pequeño círculo de piedras y desplegado sus mantas, una a cada lado de éste. Al poco rato, una pequeña fogata arrojaba luz a su alrededor, dotando al campamento de un tenue brillo dorado.
-¿Qué? ¿Y los conejos? -le preguntó Janice a Argo cuando el enorme animal se acurrucó en la arena que quedaba entre las dos camas-. ¡Perezosa!
-¿De verdad caza para ti? -preguntó Mel, sospechando que la arqueóloga sólo le estaba tomando el pelo.
-A veces -respondió Janice, rebuscando en su mochila y sacando una pequeña lata de comida-. ¿Te gustan las sardinas? -le preguntó abriendo la tapa y mostrando los pequeños peces que contenía. La mueca en la cara de Mel fue toda la información que necesitó. Lanzó un sispiro, sacó la otra mitad del sandwich que le quedaba en la cartera y se lo arrrojó-. También tengo galletas y carne picada en lata, si lo prefieres.
Sacó otra lata, la abrió y la puso frente a Argo.
Tras comerse con rapidez la escasa comida que le sirvió de cena, Janice se levantó e indicó con un gesto a sus dos compañeras que se tranquilizaran.
-Sólo voy a echar un vistazo. Quedaos aquí.
Mel se comió su sandwich en silencio, tratando de juntar todas las piezas de que se componía Janice Covington y formar con ellas una imagen coherente. Pero sin mucha suerte.
~~~~~~~~~~~
Veinte minutos más tarde, Janice volvió a emerger sin ningún ruido por el límite de la luz del fuego. Llevaba una piña madura en su mano y lucía una expresión enormemente satisfecha.
-Me encanta la piña -dijo Mel, sonriendo ampliamente ante aquella sorpresa.
Minutos más tarde, ambas mujeres saboreaban con deleite el jugo de la fruta. Luego fueron rápidamente al rompeolas para lavarse y librarse de la pegajosa sensación que cubría sus brazos y sus caras. Mel se levantó, estirando la espalda y miró al horizonte. La luna llena brillaba con fuerza, iluminando el océano con suaves destellos. El cielo estaba despejado y las estrellas lo llenaban de un lado a otro. En pocas palabras, aquella era una de las vistas más maravillosas que Melinda Pappas había contemplado en su vida.
-Entonces, Janice Covington, ¿así es la vida para ti? ¿Saltar de una aventura a otra, viviendo en un mundo de belleza surrealista?
Janice siguió la mirada de Mel hacia el océano.
-Algunas veces -respondió pensativamente-. Pero he pasado noches en esta isla, con lluvia cayendo a raudales y lodo y arena mojada por todas partes. Noches interminables sin fuego, sin comida y sin saber si volvería a casa alguna vez.
-Y aun así continúas... -Mel sonrió a su amiga de vuelta al campamento.
-Como decía mi padre, los Covington somos demasiados estúpidos como para abandonar. Un indicio o una pista y la fiebre del descubrimiento hace que todas las noches húmedas y frías valgan la pena.
Al llegar, Janice y Mel se sentaron juntas en la manta de ésta mientras la arqueóloga alimentaba el fuego con unos cuantos pedazos de madera más. Disfrutando de los sonidos del bosque, así como de su mutua compañía, Mel comenzó a sentirse como si estuviera en otro mundo.
-Así que la miseria vale la pena -dijo Mel finalmente-. Pero, ¿y la soledad? Ninguna Flora Gates o Jane Celesta que compartan esa miseria contigo.
Janice ladeó la cabeza con curiosidad ante esa pregunta.
-Mientras trabajo no me importa -contestó honestamente-. O bueno, no demasiado a menudo -prosiguió sonriendo-. Me gusta pensar que he heredado la afición de mi padre por las mujeres. Pero por desgracia también su habilidad de no ser capaz de mantener a una cerca demasiado tiempo. A pesar de eso, amó a mi madre de verdad -añadió en voz baja. Después, preguntó con más ánimo-. ¿Y qué hay de ti, Mel? ¿Debo suponer que no estás casada?
Mel miró al fuego y negó con la cabeza.
-Oh, no. Ni mucho menos. Papá solía contarme una historia cuando era pequeña. Decía que hace mucho tiempo las personas tenían cuatro piernas y dos cabezas, y los dioses lanzaron rayos y los separaron, de forma que cada uno tuviera sólo dos piernas y una cabeza. Solía decirme que buscara la otra mitad de mi alma, que no me conformase con menos. Y la verdad es que nunca lo he hecho. Siempre me gustó esa historia porque por lo visto su abuela se la contó a él. Al parecer, en algún lugar hay alguien con dos piernas y una cabeza: la otra mitad de mi alma.
Janice sonrió mientras seguía mirando la hoguera, con sus propios pensamientos a años y años de distancia.
-Tu padre también me la contó a mí. -Sacudió la cabeza riendo-. Estaba hundida, Diana me acababa de romper el corazón. Dios, ¡qué joven era entonces! El caso es que tu padre estaba de visita en el campus y había aceptado echar un vistazo a mis estudios a la hora de comer. Debía tener un aspecto horrible, porque él supo al instante que algo no iba bien. Un tipo poco corriente, tu padre. Me dijo que “ella” no valía la pena y después me contó ese cuento. Ni siquiera le insinué que la causa de aquello era una mujer. Siempre me gustó, y siempre le respeté.
Mel sonrió ante el recuerdo de su padre, halagada de que hubiese conectado tan bien con su nueva amiga.
-¿Siempre te has sentido atraída por mujeres? -preguntó en voz baja contemplando el matiz anaranjado del pelo de Janice a la luz de la hoguera.
Janice jugueteó con las ramas más cercanas y Mel pensó que tal vez no debía haber dicho aquello, pero una respuesta interrumpió sus pensamientos.
-No lo sé. Supongo que sí. Quiero decir que en realidad nunca me lo había planteado. Mi padre intentó hacerlo lo mejor posible, pero tengo entendido que viajar de una excavación a otra es un modo poco usual de criar a una niña. Me enseñó a manejar el revólver a los diez años, y para entonces empecé también con el látigo. Crecí como una excavadora, pasando objetos de contrabando de un país a otro... Supongo que siempre me consideré como uno más de los muchachos. Fue terrible para mí tener que adaptarme al colegio, a la rutina, a la seguridad. Todo me era muy extraño. No tenía ningún interés en salir con los chicos de allí porque me parecían... no sé... poco interesantes. Diana estaba en mi clase de antropología y bueno... -Se ruborizó ligeramente.
-¿La vida se volvió interesante? -sugirió Mel.
-Y que lo digas -convino Janice girándose hacia la mujer con una sonrisa tímida en los labios. No estaba preparada para el brillo que encontró en sus ojos azules, mirándola con calidez. La expresión de la cara de Mel era indescifrable. Había una fuerza y un anhelo en su rostro que Janice nunca jamás habría asociado con Melinda Pappas. Al sentir que el rubor volvía a subir a sus mejillas y que su pulso se aceleraba, echó un vistazo en derredor, más que nada para no tener que volver a mirar a su compañera.
-Bueno, em... Se está haciendo tarde, Mel. ¿Por qué no duermes un poco? Tendremos que cubrir otras ocho millas mañana por la mañana.
Confusa por el repentino cambio de humor de Janice, Mel se sintió tremendamente culpable por haberse metido en la vida personal de la arqueóloga.
-Janice -dijo Mel colocando una de sus manos en el brazo de Janice cuando ésta intentó levantarse de la manta -. Si he dicho algo que te haya molestado, lo siento de verdad.
-No pasa nada, Mel -contestó Janice obligándose a mostrar una sonrisa apacible-. Es cierto que necesitamos dormir.
Mel la soltó, pero siguió mirando a su impertinente compañera mientras ésta se tumbaba en su propia manta y se preparaba para dormir.
-No te creo, ¿sabes? -dijo Mel cuando Janice se tapó la cara con el sombrero.
-Eso es cosa tuya -contestó Janice, quedándose dormida segundos después.
~~~~~~~~~~~
... Supongo que fue tremendamente adecuado que las lluvias empezaran unos cuantos días después de la muerte de Pérdicas. No recuerdo que Gabrielle y yo nos hubiésemos sentido alguna vez más mierables que entonces. Yo aún estaba lidiando con las implicaciones de su matrimonio, y Gabrielle estaba de luto. Supongo que yo también, sólo que llevaba así mucho más tiempo que ella. La oscuridad me había envuelto como una mortaja desde el momento en que le vi declarándosele. Las idas y venidas de los días siguientes fueron tan agotadoras como cualquier batalla en la que hubiese luchado. Me sentía esperanzada por que dijese que no, y culpable por desear con todas mis fuerzas que lo hiciera. Le di mi apoyo intentando mantenerme neutral. No quería que se quedara sólo por mí. Y la alegría que sentí cuando me dijo que su respuesta era no... Casi le confesé mi amor entonces. Pero al final aceptó. Aceptó justo en mitad de una batalla, cuando aquel estúpido dejó caer su espada, arriesgando con ello la vida de ambos.
Estaba cansada. No era la primera vez que Gabrielle me había sorprendido tan de repente, haciéndome preguntarme en cuestión de segundos si la conocía realmente. Ya me había abandonado dos veces antes, una para volver a su casa, la otra para ir a Atenas. En cada ocasión me dije a mí misma que eso era lo mejor. Sabía que me estaba engañando, pero era el único consuelo que podía encontrar en un camino que de repente de volvía demasiado vacío. Más tarde regresó, y cada vez más fuerte; más entregada. En cada una de esas ocasiones me sentí más y más segura de la profundidad de sus sentimientos hacia mí. En contra de mi buen juicio, creció la esperanza de que algún día sus sentimientos serían tan fuertes como los míos. Todo aquello quedó destruido por su boda. Ella no volvería.
Al principio le abandonó para seguirme, para estar conmigo, y eso que entonces ni siquiera me conocía. Él a su vez la abandonó de golpe en Troya. Tal vez pensó que yo no la dejaría sin luchar. Pero algo cambió, porque regresó a ella como un patético miserable, recurriendo a la generosa naturaleza de Gabrielle. A eso no podía enfrentarme, así que me venció sin pelear siquiera. Luego murió, y yo maté a su asesina.
En cuanto la lluvia empezó quiso salir de Poteidaia. Pensé que estaría mejor quedándose en la casa de su familia, sintiendo su apoyo, pero en ninguna de las dos cosas acerté. Quería alejarse del dolor, y como yo me sentía tan hastiada como ella, sólo pude sacarla de allí. Lo único que puedo hacer es suponer lo que pasó por su cabeza mientras caminábamos milla tras milla, empapadas y en silencio. Aún se debatía contra su rabia y su odio por Callisto, ahora inútiles puesto que para entonces yo ya había acabado con ella. Estoy segura de que se sentía furiosa por haber tenido a Pérdicas tan poco tiempo, y no dudo que también le echaba de menos. Tal vez estuviera furiosa conmigo, por haber sido capaz de salvarla a ella, pero no a su amado. Si me culpaba por su muerte nunca me lo dijo. Supongo que llegó un momento en que estaba demasiado consumida con mi propio dolor como para darle el consuelo y el apoyo que quería. Tal vez eso también la enfureció. Sólo sé que aquella noche, cuando el frío y la humedad nos llegó al corazón, ella estaba lista para explotar.
Yo había encontrado una pequeña cueva después de caminar todo el día. Quería detenerme, sin importar si ella quería o no. Había espacio suficiente para Argo a la entrada, donde quedaría a cubierto de la rabia de la tormenta. También había espacio para un pequeño fuego, y yo podía levantarme sin que mi cabeza golpeara contra el techo, aunque por poco. Me quité la espada de la espalda enseguida, porque una vez dentro no tendría espacio para desenfundar a mi modo habitual.
-No quiero parar -dijo Gabrielle rotundamente desde la entrada de la caverna.
Yo me encogí de hombros.
-Argo y yo estamos cansadas. Todas necesitamos descansar.
-¿La Princesa Guerrera, cansada? -me espetó-. Lo encuentro difícil de creer.
-A veces pasa -repliqué sin esforzarme en ocultar el agotamiento en mi voz-. Gabrielle, podrías caminar mil millas más esta noche y segurías sintiéndote igual de mal. Por favor, ven aquí, sécate y descansa un poco.
En silencio, hizo lo que le había pedido.
Hacía mucho frío allí. Afortunadamente, las alforjas de Argo habían mantenido secas nuestras camisolas. Me quité la armadura, dejándola junto al fuego para que se secara mientras Gabrielle me miraba sin decir nada, con los ojos brillando como brasas encendidas. Coloqué mi manta contra el ángulo suave de una piedra y me senté. No había sitio para que ambas durmiésemos tumbadas, pero la roca me serviría.
-Deberías cambiarte esas ropas mojadas, Gabrielle -le sugerí cariñosamente.
-¡Puedo cuidarme sola! -gritó con furia-. ¿Por qué intentas protegerme siempre?
En un segundo, estaba de pie. El agotamiento no me permitió, en aquel momento, aguantar sus impertinencias, a pesar del dolor que sabía que sentía.
-No intento protegerte, Gabrielle. Soy tu amiga y sólo te digo que el sentirte mal no va a hacer que tu pena sea más pura. No es ni más ni menos que lo que tú me dirías a mí si estuviese en tu situación.
Con eso se lanzó contra mí, llorando. Sus puños cayeron contra mi pecho y mis brazos mientras gritaba una incoherencia tras otra. Me quedé quieta y soporté aquello varios minutos, hasta que se hizo demasiado. Pude sentir mi propia rabia crecer; me estaba golpeando con fuerza. Agarré sus brazos y la atraje contra mi cuerpo, abrazándola mientras trataba de soltarse. Al fin cejó en su empeño por golpearme y lloró, rodeándome son sus brazos congelados. No protestó cuando la guié hasta el suelo de la cueva, junto al fuego. No dijo una palabra cuando me coloqué contra el muro de roca y la inmovilicé con mis piernas. No se quejó cuando le quité sus empapadas ropas y le puse una camisa seca. Luego rodeé su cuerpo helado con la otra manta y la acerqué a mí. Siguió llorando y sollozando contra mi pecho mientras la abrazaba. Finalmente, se calmó y me tocó el brazo con su mano de forma apenas perceptible.
-Gracias, Xena -susurró contra mi piel.
Yo la apreté contra mí para darle fuerzas.
-Estoy aquí para ti, Gabrielle -dije respirando sobre su cabello.
-Lo sé -suspiró-. Y eso es parte de mi problema. Nunca me has fallado, Xena. Y sé que no se puede decir lo mismo de mí.
¿Qué podía decir? Era la verdad. No sé lo que estaba cruzando por su mente. Aquella noche era tan distinta a la de hacía un par de días... En lugar de yacer en una cama llena de tibieza y pasión se veía confinada en una fría cueva junto a un señor de la guerra reformado. Me vi sorprendida al sentir su mano moverse de mi brazo a mi cuello. Miré hacia abajo, asombrada por el deseo que encontré en los ojos con que me miraba a su vez. Aquello me asoló.
Aquella era la mirada que yo tanto había deseado ver, y ahora estaba allí por la razón equivocada. Gabrielle sufría, tanto que estaba desesperada por encontrar una distracción, cualquier distracción. Rozó mi rostro lentamente con sus fríos dedos, siguiendo la línea de mi mejilla y de mi mandíbula.
-Te pido perdón por las veces en que te he fallado, Xena -dijo acariciándome los labios con sus dedos-. No te merezco -susurró llevando su mano hasta mi cuello, atrayendo mi cabeza hacia abajo.
En mis brazos, ella se sentía helada, pero sus labios ardieron cuando cubrieron los míos. Me sentí incapaz de rechazar su deseo de alivio, pero cuando su lengua rozó mis dientes pidiendo una mayor intimidad, me alejé de ella con cuidado. Un segundo más y sabía que me habría aprovechado de la única persona a la que había amado de verdad. Afiancé mis brazos a su alrededor una vez más deseando que se sintiera cálida y a salvo. Dejé descansar mi mejilla en lo alto de su cabeza y le dije, suavemente, que se durmiera. Así lo hizo, un poco después. Me quedé despierta toda la noche sabiendo que tal vez no volviera a tener la oportunidad de abrazarla así. Pudo haber sido el agotamiento, pero para mí por aquel entonces aquello fue suficiente. Y durante esas pocas horas, aun rodeada de miseria, fui feliz..

4
Más allá del mar
Janice giró la cabeza por centésima vez aquella noche para mirar a Mel. Encontraba a aquella belleza de pelo negro extrañamente cautivadora y sintió que probablemente nunca se cansaría de verla dormir. Sus ojos se movían de forma apenas perceptible, arriba y abajo, en sueños, y sus facciones se encontraban relajadas. Argo se había acurrucado junto a ella, y Janice se lo agradeció en silencio. Ya a ella la había mantenido abrigada muchas noches, y se había sentido algo intranquila por la posiblemente escasa tolerancia de Mel al gélido aire nocturno.
“A pesar de todo”, razonó para sí “fue decisión suya el venir”.
Se preguntó una vez más por qué una mujer tan obviamente mimada querría emprender un camino tan duro. Se encogió de hombros y se recordó a sí misma que eso no era de su incumbencia, ya que todo el mundo vivía y aprendía de sus propios errores. El ser encantadora, dulce y tremendamente hermosa no te protegía de eso. Así, al escuchar el retumbar de las olas rompiendo en la playa, Janice decidió que ya era hora de levantarse.
Con su primer movimiento, los ojos del perro se abrieron y miraron a la mujer con intensidad.
(Tranquila, chica. Quédate con Mel. En seguida vuelvo (le susurró, ordenándole además con la mirada que permaneciese allí. Luego fue hacia unas rocas cercanas que había decidido establecer como cuarto de baño.
~~~~~~~~~~~
Mel se despertó gracias al aroma a café que inundaba por completo sus sentidos. Abrió los ojos hacia las estrellas que aún brillaban en el cielo, sobre ella, con Janice Covington sentada al otro lado de un reavivado fuego y bebiendo de una taza humeante.
(¿Qué hora es? (preguntó Mel aún medio dormida.
Janice miró brevemente al cielo antes de contestar.
(Aún quedan un par de horas para que amanezca. Nos queda una larga caminata por delante esta mañana.
(Pero ya no hay luna... ¿Cómo vamos a ver? (preguntó Mel incorporándose con esfuerzo. Aceptó de buena gana la taza esmaltada que Janice le ofrecía, sintiendo el calor de las manos de la arqueóloga contra sus dedos helados.
(Avanzaremos siguiendo la playa. Para cuando tengamos que subir la siguiente cala, el sol ya habrá salido.
Janice estaba impresionada de que Mel no hubiera empezado a quejarse cuando se pusieron a recoger sus cosas. La hija del arqueólogo parecía estar hecha de un material mucho más duro de lo que ella había sospechado.
Cubrieron deprisa la longitud de la costa, varias millas hasta el siguiente afloramiento rocoso. Una enorme formación basáltica emergía del agua y no había forma de rodearla. Tendrían que pasar por encima.
(¿Y ahora qué? (preguntó Mel cuando alcanzaron su base. No era del todo vertical, pero aun así, sí muy empinada.
Janice llamó a Argo y sacó algo de una de sus bolsas. Tras hacer que se sentara justo frente a ella, procedió a colocarle unas fundas de cuero en las patas, asegurándolas después por medio de correas.
(Vamos a escalar (respondió Janice con decisión.
Sacó dos pares de guantes de cuero de su mochila y le tendió uno a Mel.
(El basalto es muy afilado. Argo se cortó en una pata la última vez. Ten cuidado de dónde pones las manos, intenta no apoyar las rodillas y todo irá bien.
Mel miró al acantilado de rocas con poco convencimiento.
(¿Y Argo cómo va a poder...?
Janice sonrió.
(Argo, ¡arriba!
Señaló un punto sobre la cima de las rocas. El perro retrocedió y avanzó un par de veces, buscando el mejor lugar por el que empezar y luego comenzó a trotar ladera arriba. Había la suficiente inclinación como para que el animal subiera haciendo un recorrido en zigzag.
(Nosotras detrás (explicó Janice.
Después se encaró con la roca, con Mel pisándole los talones. Se detuvo varias veces durante el ascenso para asegurarse de que Melinda Pappas avanzaba a un ritmo aceptable. Argo alcanzó la cumbre en unos diez minutos, aunque a las mujeres les llevó algo más del doble de tiempo.
Janice se quitó la mochila y le ofreció una cantimplora de agua a Mel tan pronto como ambas estuvieron arriba.
(Deja que le eche un vistazo a eso (dijo Janice, aunque Mel no estaba segura de a qué se refería. Entonces, siguiendo la mirada de la arqueóloga hasta su pierna, descubrió un hilillo de sangre que le bajaba por la rodilla, sobre el pantalón.
(Ni me había dado cuenta (le aseguró Mel, ahora que comenzaba a sentir el dolor del corte.
(Esta roca es afilada. Hay mucha obsidiana en ella (le explicó Janice mientras le sacaba la pernera de la bota y la deslizaba por encime de su rodilla. El corte era poco profundo, pero largo. Tras sacar un maletín de primeros auxilios de su mochila, Janice limpió la herida con un poco de agua y luego la vendó con una gasa. Las delicadas manos de la arqueóloga sorprendieron a Mel, más porque suponía que si aquello mismo le hubiese ocurrido a ella, simplemente lo hubiera ignorado. Aun así, no dijo nada.
Janice giró sobre sus talones y sonrió.
(No hago esto sólo por ti, encanto. Esos contrabandistas son unos babosos. Ven sangre y creen que estás herida e indefensa. Puedo controlar a Aries hasta cierto punto, pero no sé lo desesperada que estará su tripulación. La última vez que estuve en su barco tenía una herida sangrante en el hombro, y en un momento dado tuve que romperle el brazo a un tipo para que me dejara en paz. Tendremos un camarote a bordo, así que te sugiero que no salgas de él hasta que lleguemos a la isla de Cal. Serán un par de días muy aburridos, pero créeme que preferibles a toda la excitación que viaja en esa nave.
Cuando hubo terminado con la herida de Mel, guardó el equipo y se preparó para bajar por el lado opuesto de la pared rocosa. Sin saber muy bien por qué, Mel se sentía algo amedrentada tras escuchar la explicación de la doctora. Janice notó el repentino silencio y se sonrió mientras seguía a Argo por el acantilado.
No llevaban mucho tiempo en la arenosa playa cuando un pequeño bote emergió por uno de los laterales de la cala. Argo lo vio al instante y reveló su existencia mediante un ladrido.
(Justo a tiempo.
Janice sonrió e indicó a Mel que la siguiera lanzándose a su encuentro. Una vez llegaron a la rompiente poco profunda, uno de los dos tipos que ocupaban la embarcación saltó por la borda y tiró de ella hasta que tocó tierra. Janice estrechó la mano extendida del hombre.
(Aries, me alegro de verte. (Luego añadió hacia el que aún se encontraba a bordo(. Y a ti, Toby.
Éste último sonrió y saludó con la mano mientras Aries se acercaba a Mel.
(Me dijeron que traías compañía, Doctora Covington, pero no que fuera tan hermosa.
Con ello, atrajo con delicadeza la mano de Mel hasta sus labios y la besó suavemente, sobre los nudillos.
Janice miró al cielo un momento y luego se interpuso entre Mel y el capitán.
(Ni se te ocurra (le advirtió.
Mel se tomó unos momentos para estudiar bien al capitán. Era un hombre negro y atractivo, de facciones oscuramente torneadas y músculos bien definidos. Muy atlético. Su compañero de embarcación, por el contrario, nada tenía que ver con él. En pocas palabras, era el tipo más enorme que Mel hubiese visto en su vida. Su cabeza calva estaba cubierta con un tatuaje muy elaborado, un poblado bigote y unos ojos azul brillante. También tenía una sonrisa amigable que le recordaba a un oso de peluche gigante.
(Soy el capitán Aries (dijo el otro hombre ignorando el aviso de Janice(, y en del bote es Tobías Eule, pero le llamamos Toby. No puede hablar, así que no le taches de insociable antes de conocerle.
(Encantada (respondió Mel por encima del hombro de Janice, inclinando la cabeza hacia ambos hombres alternativamente.
(Me alegra ver a Argo recuperada (dijo Aries, mirando finalmente a Janice.
(Está como nueva (le confirmó Janice echándose la mochila al hombro y encaminándose al bote. Una vez allí, sacó un paquete y se lo entregó a Aries. Éste contó el dinero con cuidado y asintió. Después de ayudar a Mel a embarcar, Janice dirigió un fuerte silbido a Argo, quien saltó fácilmente al interior de la pequeña carcasa de madera. Janice subió la última tras acomodar su equipaje al fondo de la embarcación, justo detrás de Mel.
El trayecto hasta El Guantelete fue tranquilo. Mel escuchaba en silencio cómo Janice y Aries se interrogaban sobre sus respectivas vidas, observando con curiosidad la interacción de ambos. La cálida cordialidad que Janice había mostrado para con Greg Ore se había esfumado. Todo sobre ella se le antojaba interesante y formidable. Finalmente, Aries se inclinó hacia delante, de forma que Mel apenas si pudo escuchar su pregunta.
(¿Qué os traéis entre manos esa monada y tú? ¿Sois...?
Janice susurró a su vez.
(Vivirás más si lo das por hecho.
El hombre se rió abiertamente al escuchar aquello.
(A buen entendedor pocas palabras bastan, Doc. Está bien, les diré a los muchachos que se mantengan alejados de tu... compañera. (Sonrió a Mel y le guiñó un ojo. Para cuando devolvió su atención a Mel, ya estaba serio de nuevo(. Silvus sigue a bordo, y yo me mantendría apartado de él si fuese tú. Aún no te ha perdonado por destrozarle el brazo como lo hiciste.
Janice asintió.
(Trataré de evitarle. Y espero que él sea inteligente y haga lo mismo.
No les llevó mucho tiempo alcanzar el carguero. Tras una señal de confirmación por parte del capitán, la pequeña embarcación y sus ocupantes fueron llevados a bordo. Unos cuantos hombres estaban asomados por la barandilla de uno de los costados, silbando y llamando a los nuevos tripulantes mientras el bote se izaba. Sin embargo, Mel notó con satisfacción que, tan pronto como el bote tocó la cubierta y todos quedaron a salvo en el interior del barco, los silbidos y las groserías se silenciaron. De hecho, la mayoría de aquellos tipos encontraron de repente y sospechosamente algo muy urgente que hacer.
Mel siguió a Argo y Janice bajo la cubierta, hasta su camarote. Una vez dentro, Janice dejó caer su bolsa contra la pared y revisó la habitación. Argo se encaramó a la cama, el mueble que dominaba la habitación, y esperó pacientemente a que Janice le librara de su carga. Una canasta servía como mesa o cómoda, con una gran palangana esmaltada sobre ella. Un viejo espejo pendía de la pared, y también varios ganchos para colgar ropa. En el suelo, junto a la canasta, pudo observar la presencia de un enorme contenedor de agua con una tapa. Sentándose en la cama, junto a Argo, Janice comenzó a desatarse las botas.
(El agua está limpia (dijo Janice en tono conversacional mientras se deshacía de la bota con una patada y movía con alivio los dedos del pie(. Aries no es tan tonto como para meterme en un cuarto sin sábanas y agua limpia. Aparte de eso, no puedo garantizar nada.
(¿Son cosas mías o en realidad no te gusta el capitán? (preguntó Mel estudiando su propio reflejo sobre la superficie del espejo. Nunca había pensado que se vería alguna vez tan... desarreglada.
(Oh, sí que me cae bien (respondió Janice observando con interés a Mel(. Es sólo que no confío en él. Diablos, conozco su negocio lo suficiente como para saber que no se sobrevive demasiado si haces de la lealtad algo prioritario.
Mel asintió, distraída, y Janice negó con la cabeza.
(¿Ves algo interesante, Mel?
Ésta se giró justo a tiempo de ver los brillantes ojos verdes que la contemplaban.
(Yo... pues... Estaba pensando que este atuendo es mucho más cómodo de lo que pensaba. Excepto las botas. Los pies me están matando.
Para cuando terminó la frase, Janice ya estaba en pie y buscando su equipo de primeros auxilios.
(Has caminado mucho hoy, podrías tener ampollas.
Hizo un gesto a Argo para que se quitase de la cama y, cuando ésta quedó libre, otro a Mel para que ocupara su lugar. Sentada en el suelo del camarote, Janice comenzó a desatarle los cordones de su bota derecha. Mel contempló los experimentados dedos de la mujer cumplir con su tarea, y sintió que su pulso se aceleraba mientras la habitación empezaba a encogerse.
(No tienes por qué hacerlo, Janice (protestó Mel con timidez cuando la primera bota le liberó el pie. La delicada atención de su amiga estaba provocando que su corazón se desbocara, lo cual ya era inquietante de por sí, aunque pronto comenzaron a unirse otras sensaciones igualmente distrayentes.
(No seas tonta (respondió Janice entregada a su labor(. Si tienes ampollas no podrás caminar (añadió con una gran sonrisa y mirando aquellos claros ojos azules(, y ni siquiera te plantees la posibilidad de que te lleve a cuestas. (Casi como a última hora, Janice elevó la vista de nuevo(. No serás particularmente tímida en lo que se refiere a tus pies, ¿verdad?
Mel quería echar a correr.
(Ah... no especialmente...
Janice asintió.
(Bien, porque hay muy poco lugar para la modestia en arqueología.
Mel miró al techo, asombrada de descubrir colgado allí otro espejo. Era alargado y seguía la trayectoria de la cama. Moviéndose ligeramente, pudo ver el reflejo de Janice cuando le quitó el calcetín y comenzó a masajearle el pie, en busca de rozaduras o ampollas. Era una sensación maravillosa, casi demasiado buena.
(Janice, ¿por qué hay un espejo en el techo? (preguntó finalmente para distraerse, justo en el momento en que la mujer comenzaba a desabrocharle la otra bota.
(Éste es el camarote de Aries. Duermo aquí cuando estoy a bordo. Y no, no con él.
Janice quedó en silencio una vez más, como si el hecho de a quién perteneciera el camarote fuese explicación suficiente para lo del espejo.
(Él dijo algo en el bote, sobre tú y yo...
Janice la miró y se encogió de hombros.
(Siento que tuvieras que oír algo tan desagradable. Estarás más segura si creen que te acuestas conmigo. Más que a nada, respetan a Argo, y sería estúpido que una de nosotras tuviese que dormir en una habitación sin ella. (Tras contemplar la expresión de sospecha de la otra mujer, añadió(. No te preocupes, creo que seré capaz de controlarme. Aquí estás segura.
(¿Qué quieres decir con eso? (preguntó Mel, un poco asombrada por el comentario.
(Sólo que no intentaré nada contigo (respondió Janice inocentemente.
(¿No soy lo suficientemente buena? ¡¿Es eso lo que intentas decir?! (le espetó Mel con furia, más y más ofendida por las asunciones de la arqueóloga cuanto más pensaba en ello.
(¿Me estás diciendo que quieres que intente algo, Mel Pappas? (le interrogó Janice en voz baja.
(Te pregunto por qué debería asumir que no podrías... (Mel se interrumpió de golpe, apartando el pie de las manos de Janice. No estaba segura de qué le molestaba más. Que Janice diera por hecho que le resultaba desagradable intimar sexualmente con ella o que la arqueóloga no tuviese ni el más mínimo interés en lo que a ella respectaba.
Janice sonrió ante la contundencia de la pregunta.
(Para empezar, Mel, no eres mi tipo. Sospecho que igual que yo tampoco soy el tuyo. Quiero decir... Compañeras de negocios tal vez, pero... Amantes? Nah.
No enteramente convencida de aquello, a pesar de haberlo dicho, Janice estaba decidida a mantener su atracción alejada de aquella sureña mimada. No quería hacer frente a un inevitable arrepentimiento, o a que Mel se sintiera incómoda con ella. Ya le había ocurrido demasiado a menudo en el pasado.
Extrañamente picada por la negativa de la arqueóloga, Mel se giró.
(Me alegra oírlo. Es un buen signo de mi grado de sofisticación y mi madurez (le espetó con acaloramiento(. Y como muy bien has adivinado, tú tampoco eres mi tipo.
(Lo sé, no soy un hombre (dijo Janice encogiéndose de hombros.
(Eso es más que evidente (añadió Mel con frialdad.
(¿Qué quieres decir con eso? (volvió a preguntar Janice.
Nunca recibió su respuesta. Unos golpes en la puerta demandaron su atención.
(¡¿Qué?! (gritó Janice con furia.
(El capitán quiere verte en cubierta. Un barco intenta interceptarnos (dijo la voz al otro lado.
(Genial, esto es genial (farfulló Janice poniéndose de nuevo las botas. Segundos más tarde iba hacia la puerta, pero se detuvo para mirar a Mel y a Argo alternativamente(. Vosotras dos quedaos aquí.
En cuanto Janice desapareció, Argo empezó a caminar arriba y abajo por el camarote. Finalmente se sentó, miró largamente a Mel, luego a la puerta cerrada y empezó a llorar.
(Ha dicho que nos quedemos aquí (le recordó Mel al animal. Sus sollozos se hicieron más fuertes y empezó a arañar la superficie de madera que la separaba de su dueña. La mujer cambió de opinión y se puso también las botas(. Le diré que ha sido culpa tuya (dijo abriendo la puerta y echando a correr tras el perro.
~~~~~~~~~~~~~~
Janice conversaba con el capitán Aries, mirando hacia el mar con unos prismáticos, cuando ellas dos llegaron a cubierta.
(¿Es Leesto? (preguntó Aries después de dejar que Janice estudiase un buen rato el barco que se acercaba.
(Nop (respondió la mujer cuando estuvo segura(. Simples contrabandistas. ¿Qué llevas a bordo ésta vez?
(Eso no es de tu incumbencia, Covington (respondió Aries con una sonrisa.
Janice se encogió de hombros.
(Bueno, no creo que puedas perderlos.
(Entonces habrá pelea.
(Oh, genial (murmuró Janice(. Deberías apagar ya los motores. Que se lo piensen dos veces antes de acercarse.
Justo en ese momento Janice sintió una nariz familiarmente húmeda contra su mano
(Creí haberos dicho...
(Argo insistió (respondió rápidamente Mel cuando los ojos de la mujer se dirigieron a ella.
Unos cuantos hombres se rieron por lo bajo.
(¿Qué tiene tanta gracia? (preguntó Janice avanzando hacia los marineros.
(Tranquilízate, Doc (dijo un joven manteniendo la sonrisa y respirando con dificultad(. Yo tampoco soy capaz de controlar a mi mujer.
Otro montón de hombres se unieron al jolgorio ante ese comentario.
(Muy gracioso (le reconoció Janice sonriendo a su vez.
(¿Quién es la putita de esta semana, Jan? (preguntó otra voz, totalmente carente de humor(. ¿Se corre cuando te la comes?
Janice se giró al escucharlo, reconociendo al instante al grosero responsable de aquel comentario.
(¿Cómo está tu brazo, Silvus? (preguntó, sacando un puro de su bolsillo y encendiéndolo.
La única respuesta que recibió fue un gutural gruñido mientras el hombre comenzaba a bajar la escalera lateral de la cubierta. Instintivamente, los demás retrocedieron, dejando a los adversarios el mayor espacio posible. Janice permaneció inmóvil, inhalando con calma el humo de su puro y soltándolo lentamente por la nariz y la boca. Formó con el resto que le quedaba una serie de círculos perfectos, y mordisqueó sin alterarse el cigarro cuando Silvus llegó a su lado.
El tipo era una verdadera montaña humana, aunque más de grasa que de músculos. Su cuello era prácticamente invisible e iba vestido con unos ropajes sucios que colgaban de su cuerpo como jirones grasientos. Janice comprobó una vez más la distacia que los separaba del barco, con una idea en mente. Dio la espalda a Silvus y empezó a quitarse la chaqueta. Caminó hacia Mel, que permanecía junto a Aries, y se la entregó.
(Me encargaré de esos contrabandistas por ti (susurró a Aries al tiempo que se desabrochaba la pistolera(, pero tendrás que proteger de Silvus a estas dos señoritas.
Aries asintió al tiempo que Mel recogía también el cinturón y el revolver de la arqueóloga.
(¿Qué pretendes hacer?
Janice sonrió tomando el puro entre sus dedos.
(Voy a pelearme con él, y voy a perder. (Se giró hacia Aries(. Cuando caiga por la borda, empieza una buena pelea, ¿quieres? (Con aire ausente, se agachó y rascó a Argo detrás de las orejas(. Tú mantente al margen (le susurró con rigidez al perro. Tomando la mano de Mel, hizo que agarrara con fuerza el collar(. No dejes que se entrometa (le dijo a Mel(, y cuando empiece la pelea de verdad, vuelve abajo y bloquea la puerta.
Tras guiñarle un ojo con rapidez, se volvió hacia Silvus.
Éste se mantenía a unos diez pies de Janice, sosteniendo un bate de béisbol con un gancho de hierro atravesado. Su otro brazo colgaba inerte y formando un extraño ángulo a un lado de su cuerpo. Parecía haberse roto en varios lugares y no haber soldado bien. El puño se abría y se cerraba reflexivamente, pero el resto de la extremidad parecía del todo inútil. Ambos comenzaron a caminar en círculo y, para terror de Mel, los demás marineros se lanzaron a hacer apuestas a su alrededor, aunque la mayoría eran a favor de la arqueóloga. Después de todo, ya había vencido al gigantón la última vez.
Con un gruñido, éste lanzó un golpe a Janice, aunque pudo esquivarlo sin dificultad. Golpeó con la rodilla el estómago del tipo y con el puño la parte de atrás de su cuello. Él no pareció sentirlo siquiera. Girando con velocidad, golpeó de nuevo, fallando esta vez el blanco por los pelos. En un segundo, el látigo de la arqueóloga estaba en el aire, enrrollado al extremo del bate. Tiró con fuerza y éste salió volando por la borda. Silvus se lanzó sobre ella, buscando con los puños la cabeza de Janice, pero ésta se agachó y quedó a su espalda.
(Entonces qué, dime (preguntó el hombre encarándose una vez más con ella(, ¿te corres cuando te mete los dedos en el...
La pierna de Janice conectó con su rechoncha rodilla y cayó a plomo contra la cubierta con un ruido sordo. Con la misma velocidad, estaba en pie otra vez y obligando a Janice a retroceder hacia la barandilla.
(De hecho, sí... varias veces.
Sonrió tras tomar una nueva bocanada de humo. Esta vez, sin embargo, no se movió cuando un enorme puño salió disparado contra su estómago. Se dobló por la mitad, fingiendo más dolor del que en realidad le había producido el golpe. Ya podía oír las voces que provenían del otro barco, puesto que su tripulación estaba bien al tanto de la pelea y participaba de ella. Un minuto más y estarían lo suficientemente cerca.
Mel fue advertida por los gruñidos de Argo cuando Silvus golpeó a Mel.
(No, chica (dijo Mel, luchando por mantener al perro fuera de aquello. Se estremeció cuando Silvus propinó un nuevo golpe a Janice y esta aterrizó, con fuerza, sobre el suelo del barco. Con un rugido triunfal, lanzó una patada a las costillas de la mujer y luego arrojó su maltrecho cuerpo por la borda. El gastado sombrero de Janice cayó sobre la cubierta mientras su cuerpo se alejaba, flotando a la deriva hacia el interminable océnado.
(Maldito estúpido... (susurró Aries dirigiéndose luego a Mel(. ¡Si sabes lo que te conviene, lárgate de aquí ahora mismo!
Con un alarido por su parte, golpeó con fuerza al tipo que le quedaba más cerca. Minutos más tarde, toda la cubierta estaba enzarzada en un tumulto de los grandes.
~~~~~~~~~~~~
Janice golpeó el agua y buceó, tan lejos y tan rápido como pudo. Cuando finalmente rompió la superficie para respirar estaba justo al lado del casco del otro barco. Miró hacia arriba y contempló las caras de los contrabandistas que seguían pendientes de la pelea a bordo de El Guantelete o escudriñando el agua en busca de su cuerpo. Afortunadamente, sus miradas se dirigían hacia el punto en que había caído, y no donde se encontraba. Con cuidado, fue hacia el costado de la nave que quedaba al otro lado de El Guantelete y lanzó su látigo hacia uno de los postes de la baranda, escalando por el lateral. Se mantuvo quieta y en silencio, encaramando su cuerpo hasta quedar, chorreando, sobre la cubierta del carguero.
En el momento en que saltó, toda la tripulación estaba asomada a la baranda y divirtiéndose a costa de la reyerta del barco que ella acababa de abandonar así que, tan silenciosamente como se lo permitió su ropa empapada, se deslizó hasta el piso inferior. Janice había reconocido el barco como el No Recuerdes Nada cuando estaba a bordo de El Guantelete, y dado que Aries no necesitaba conocer ese detalle, Janice tenía una cuenta que ajustar con él.
Los gamberros que regentaban el barco pirata habían robado una de sus piezas en el pasado. Era hora de que pagaran por ello. Sorprendió a uno de los miembros de la tripulación en las escaleras y lo envió volando al piso inferior para silenciarlo allí con un golpe de su bota húmeda. Sin molestarse en apartar el cuerpo, continuó bajando.
Con cuidado, comprobó uno por uno los camarotes que encontró abiertos hasta dar con el del capitán. Éste se encontraba mirándose en un espejo, entregado a la tarea de afeitarse.
(¿Sabes? Algún día tanta vanidad te traerá problemas (dijo Janice en voz baja inclinándose sobre la mesa. Su mano y su muñeca se encontraban relajadas, aunque sin soltar en látigo en ningún momento.
El hombre se giró rápidamente al oírla, fulminándola con la mirada.
(¿Jan? Vaya, ¡qué alegría verte! ¿Debo suponer que me has traído otro regalito? (Se encogió de hombros, contestando a su propia pregunta(. A la Dra. Leesto le encantó el último. El peto de la armadura de Xena, ¿verdad?
(Aún te acuerdas, capitán Crunch. Me siento alagada.
(Es Krykus, capitán Krykus si no te importa, Jan. (Miró con detalle a la empapada arqueóloga(. ¿Qué? ¿Hoy vienes sin el chucho? Oh, ¿no sobrevivió? (preguntó con fingida sinceridad.
En una décima de segundo, el látigo estaba desplegado y rodeando el cuello del capitán. Janice tiró de él con fuerza y estampó su cabeza contra la superficie de la mesa.
(Eso por Argo (siseó Janice arrojado el cuerpo del hombre inconsciente al suelo. Después inspeccionó rápidamente la habitación. No le llevó mucho tiempo encontrar lo que andaba buscando(. Siempre tan predecible... (susurró, desatando el látigo y saliendo de allí.
~~~~~~~~~~~~
Casi tan de repente como había empezado, la pelea comenzó a remitir. Aries vio con preocupación que el otro barco se estaba acercando peligrosamente. Mucho más de lo que se podían permitir. Ya habían apagado los motores y se encaminaban hacia El Guantelete. Pronto daría la señal de encender los suyos para tratar de alejarse lo más posible, tanto con Janice Covington a bordo como sin ella. Se limpió la sangre de la nariz con cuidado mientras se acercaba a Mel Pappas, quien escudriñaba el océano en el punto exacto en que Janice había caído.
(¿Algún rastro de ella? (preguntó con delicadeza.
Absorta en sus propios pensamientos, respondió rápidamente.
(No, todavía no.
Mel estrujaba inconscientemente el ala del sombrero de Mel, que Argo había recuperado de la cubierta en el mismo momento en que la pelea había empezado. Ambas, la mujer y el animal, parecía apenas conscientes de lo que ocurría a su alrededor, con los ojos fijos en la enorme superficie del agua.
El hombre se unió a la búsqueda.
(Mira, puedo darle cinco minutos más, pero si para entonces no ha aparecido, tendremos que irnos. No puedo arriesgarme a un abordaje.
Mel asintió con aire ausente. No había mucho más que decir, nada que le sirviese para hacer que el capitán cambiase de opinión. Si ni ni siquiera era capaz de articular sus propios sentimientos por la arqueóloga, ¿cómo los iba a explicar a otra persona?
Casi sintiendo su turbación, Aries cambió de tema.
(Mientras esperamos, ¿por qué no me cuentas dónde naciste?
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Janice colocó rápidamente los cilindros de dinamita en la bodega principal del carguero, sacudiendo la cabeza al ver la cantidad de irreemplazables antigüedades que estaba a punto de destruir.
(No tan deprisa, Covington (gruñó una voz cortante desde la puerta.
Krykus se encontraba apoyado contra el quicio, con su rovólver apuntando directamente a Janice y el cuello enrojecido y ampollado por el fuego de su látigo.
(¿Has dormido bien? (preguntó Janice, calculando la distancia entre Krykus y la puerta.
(Se acabó, Jan. Has sido un buen negocio para mí en el pasado, pero se acabó. Tendré que asegurarme de que esa barcaza que te ha traído hasta aquí pague por tratar con escoria como tú.
(Esa no es forma de hablarle a una dama (sonrió Janice con ironía.
(Tú no eres una dama.
Janice se encogió de hombros. Después de todo, él tenía razón, y se lanzó hacia la puerta. Una mano temblorosa siguió su movimiento y el revolver se disparó. Janice gritó de dolor y rodó por el suelo, golpeándose con fuerza. En cubierta reinó la confusión por un momento ante el disparo que se acababa de oír. Aquel segundo de distracción bastó a Janice para propinar otra patada al hombre, y esta vez no falló. La pistola salió disparada de la mano del capitán y resbaló por el suelo. Ella lanzó de nuevo su pierna, golpeándole en la ingle. Éste se dobló sobre sí mismo e, instantáneamente, ella estaba también de pie, gimiendo de dolor.
Janice echó un rápido vistazo a su brazo. Un rastro rojo se abría paso rápidamente por su camisa, puesto que había recibido el disparo en el bíceps izquierdo. Entrecerró los ojos con furia. Mientras Krykus se arrastraba por el suelo en busca de su arma, Janice pasó sobre él alcanzándola primero. La agarró con fuerza, apuntó al brazo del hombre y disparó. Las voces llenaban ahora las escaleras que llevaban a la bodega. Se pasó el revólver a la mano izquierda, obligó a Krykus a sentarse y le estampó la culata del arma contra la base del cráneo.
Unos cuantos hombres irrumpieron en la habitación y quedaron congelados al ver a su ensangrentado capitán, encañonado por una mujer visiblemente furiosa, que chorreaba sangre y agua.
(No tan deprisa, muchachos (rugió Janice.
(Escuchadla (les rogó Krykus.
(Tú arrojaste a Leesto la pistola que utilizó para dispararle a mi perro. Dime una sola razón por la que no deba matarte ahora mismo (siseó.
(Puedes quedarte con el barco, es tuyo.
Los hombres de la puerta asintieron con entusiasmo.
(Oh, como si te creyera. (Janice negó con la cabeza. Apretó con más fuerza el cañón del arma contra su cuello para darse más énfasis(. Enciende un cigarrillo (le ordenó, manteniendo los ojos en sus hombres.
Con dedos temblorosos, Krykus se sacó un paquete arrugado de cigarrillos del bolsillo y se llevó uno a los labios. Le costó un poco encender la cerilla, pero finalmente lo consiguió.
(Ahora dámelo ( dijo Janice, después de dejarle dar una pequeña calada. Sin ser capaz de adivinar lo que ella pretendía, se lo alargó. Lo siguiente que vio fueron los ojos de sus hombres abriéndose como platos antes de dar media vuelta y echar a correr tan aprisa como pudieron.
(¿Qué...?
El hombre giró la cabeza al escuchar un siseo junto a su oído. Janice estaba de pie, con un cartucho de dinamita en la mano... con la mecha encendida.
(¡Estás loca! (gritó levantándose del suelo y corriendo hacia la puerta.
(No, sólo furiosa (respondió lanzándose tras él.
Se detuvo a mitad de la escalera, dejó que la mecha se consumiera un poco más y luego arrojó el cartucho al interior de la bodega. No vio a nadie en todo el recorrido, y sospechó que debía haber una enloquecedora actividad en cubierta, y que los botes estaban siendo echados al agua. En cuanto alcanzó la superficie, sintió los primeros atisbos de la explosión. Corrió frenéticamente hacia la barandilla y se lanzó por la borda del No Recuerdes Nada, golpeando el agua con la fuerza añadida de la detonación.
~~~~~~~~~~~~
(¿Qué ha sido eso? (preguntó Mel Pappas al oír el primer estruendo proveniente del otro barco.
Aries estudió la embarcación. Luego le gritó a uno de sus hombres.
(Encended los motores. Nos largamos de aquí. A toda máquina, a mi señal.
El hombre asintió y comenzó a repartir órdenes a diestro y siniestro. Al momento, El Guantelete bullía de actividad. Una nueva explosión llegó hasta sus oídos y Aries golpeó la barandilla con impaciencia.
(¿Qué diablos estará haciendo allí?
Ordenó que los motores fueran puestos a punto cuando vio a una gran multitud de hombres corriendo por la borda de la otra nave, saltando al agua y echando los botes al mar frenéticamente. Cuando las máquinas de El Guantelete comenzaron a ronronear, corrió escaleras abajo para dar la contraorden.
Mel no estaba segura de lo que estaba pasando, pero sí sabía que el otro barco tenía problemas. No tuvo mucho tiempo de pensar en qué podría ser, porque una tremenda explosión surgió del interior de la nave de los contrabandistas, lanzando enormes bocanadas de humo en todas direcciones. Pasaron varios minutos antes de que los motores de El Guantelete rugieran con fuerza, y la nave comenzó a alejarse de los restos del otro barco.
Fue entonces cuando Mel fue consciente de que nadie tenía intención de esperar a Janice, en el caso de que hubiese sobrevivido a su misión. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas mientras miraba hacia abajo con desesperación. Sin embargo, en un momento dado, descubrió una silueta agarrada al casco de El Guantelete como una mosca en una pared. Las lágrimas de dolor de Mel se convirtieron en otras de alegría al reconocer a Janice, que luchaba por subir al barco, agarrada con crispación al mango de su látigo. Lo único que la mantenía fuera del agua.
Mel interceptó a uno de los hombres, aliviada al ver que se trataba de Toby, el tipo silencioso que había ido con ella en el bote.
(¡Janice, está ahí abajo! (dijo Mel señalándola. Él miró por encima de la baranda, estirando su cuello, en el que Mel descubrió algunas cicatrices. Se retiró, indicando a Mel que se quedara donde estaba, y también a Argo. Instintivamente, ella agarró el collar del perro. El hombre desenganchó uno de los salvavidas y lo arrojó hacia Janice, golpeándola en la cabeza. Los ojos de Tobías escudriñaron el barco mientras la ayudaba a subir a bordo. La mirada de preocupación de Janice recordó a Mel lo que ésta le había dicho antes. Aquello, junto a la imagen de un Silvus enfurecido, le hicieron crisparse por los nervios.
(Si está herida, no debe descubrirlo nadie, ¿verdad?
Toby lanzó una mirada hacia la temblorosa mujer y asintió enfáticamente. Mel asintió también.
(Me lo temía (murmuró para sí.
Toby oyó un gruñido y se las arregló para girarse, agarrando con fuerza la cuerda, pero con el aspecto fingido de estar simplemente apoyado sobre la baranda, cuando Silvus apareció. Lucía un ojo morado y varios cortes, aunque también un humor envidiablemente bueno. Sus ojos se entrecerraron al ver a Mel.
(Así que tú eres la putita de Jan. ¿Eres buena en la cama?
La boca de Mel se abrió de par en par por el asombro.
(Para ti no (le escupió finalmente. Argo gruñó con los belfos elevados de forma amenazante.
(Ven, perrito... Ya es hora de que te reúnas con mamá en el fondo del océano.
Silvus comenzó a avanzar despacio. Argo, por su parte, desnudó sus colmilos, largos y afilados, haciendo que el tipo se detuviera en seco. Para colaborar, Tobías pasó la mano que no tenía ocupada por la soga sobre los hombros de Mel, y mostró igualmente los dientes.
El otro hombre pareció pensárselo dos veces antes de seguir adelante.
(Perdona, colega. No sabía que tenías esa clase de necesidades. Avísame cuando hayas acabado con ella.
Así, siguió su camino sin mirar atrás ni una sola vez. Tan pronto como se hubo esfumado, Toby siguió izando a Janice. Tirada sobre la cubierta del barco, la mujer tosió repetidamente hasta expulsar toda el agua que tenía en los pulmones con la poca energía que le quedaba. Por su parte, Mel y Toby se las arreglaron para ponerla en pie y apoyarla de espaldas contra uno de los muros de tablas de la nave.
(Oh, Dios mío, está sangrando (murmuró Mel.
Tobías se llevó un dedo a los labios y le indicó con la cabeza que se callara, puesto que aquel no era un lugar precisamente poco transitado. Como hecho a propósito, otro miembro de la tripulación apareció justo por donde Silvus se había marchado minutos antes. Sin saber qué otra cosa hacer, Mel cubrió el cuerpo de Janice con el suyo, ocultando el brazo ensangrentado ante todo, y besó a la mujer ostentosamente. Ante la señal apreciativa que escuchó del marinero, giró la cabeza.
(Está tan sexy después de nadar... (le dijo Mel, sin molestarse siquiera en disimular su rubor.
(Ya veo... Pero hacednos un favor a todos y terminad vuestro asuntillo en el camarote, ¿de acuerdo? (murmuró el hombre sin detenerse.
Mel se irguió, vio que Tobías la miraba y se sonrojó aún más si cabe. Sonriendo, el gigantón ayudó a Mel a llevar a la mujer semiinconsciente al camarote.
(¿Podrías decirle al capitán que la hemos recuperado? (le preguntó justo cuando se disponía a marchar. Él asintió y palmeó su mano afectuosamente. Por impulso, además, besó al hombre en la mejilla(. Gracias de parte de Janice... y mía (dijo mientras le veía salir del cuarto.
(¿Sexy después de nadar? (dijo Janice con la voz entrecortada y todavía contra la pared.
(Bueno, tenía que decir algo (contestó Mel ayudando a la arqueóloga a despojarse de su ropa mojada(. ¿Qué te ha pasado en el brazo?
Temblando, Janice dirigió la mirada a la sangre que aún manaba de la herida circular.
(Me han disparado. La bala sigue ahí. Vas a tener que sacármela.
(¡Debes estar bromeando! Llamaré al capitán, o a Toby...
(¡No! (exclamó Janice con fiereza(. Lo que te dije antes iba en serio. Tobías ya ha hecho bastante. O lo haces tú o lo hago yo, y no creo que ahora mismo sea capaz de gran cosa.
Janice se sentó pesadamente al borde de la cama, tratando de contener la hemorragia.
(Primero vamos a secarte (dijo Mel tomando el mando de la situación(. Sería mucho peor si entras en estado de shock.
Rebuscó por la gran canasta y sacó una manta con la que comenzó a frotar vigorosamente el aterido y tembloroso cuerpo de la arqueóloga. Con cuidado de no maltratarle el brazo, eliminó la mayoría del agua de mar que la cubría, de forma que pronto comenzó a ganar algo de color.
Janice pudo sentir el rubor ascender a sus mejillas. El brazo le dolía enormemente, pero no tanto como para negar las señales que su cerebro le enviaba desde todos y cada uno de los lugares que Mel tocaba. Aun así, trató por todos los medios de no dejar salir la sonrisa de satisfacción que asomaba a su rostro. La sensación, sin embargo, cesó al mover casi involuntariamente el brazo, cuando la bala alojada en su carne reveló su existencia.
(Tráeme el botiquín de primero auxilios de mi mochila y la botella de whisky. Y esa palangana (le ordenó señalando con la cabeza el recipiente que estaba sobre la cesta.
Mel hizo como le había pedido y arrojó todos esos objetos sobre la cama. Lo primero que hizo Janice fue abrir la botella y echar un gran trago. Estaba a punto de echar otro sobre la herida, pero unos ligeros golpes en la puerta la hicieron detenerse.
(Es Toby (afirmó Janice bebiendo otro trago(. Ábrele.
Tan pronto como quedó una rendija entre el marco y la puerta, el gigantón puso en manos de Mel un puñado de vendas, alcohol y otras cosas de utilidad y se marchó por donde había venido.
(Vale, ¿qué tengo que hacer? (preguntó Mel sentándose sobre la canasta, junto a la cama.
Janice hizo una mueca de dolor al mover el brazo para que la mujer pudiera examinarlo. Tras otro trago, estuvo lista para hablar.
(Intenta encontrar la bala con esas pinzas. (Palpó con cuidado los alrededores de la herida, aguantando la respiración por el dolor(. Creo que está cerca de la superficie, así que no te será difícil. Cuando la saques, límpia la herida con alcohol y cósela. Yo te iré guiando si sigo consciente. Si no, improvisa. Pareces del tipo de mujer que sabe hacer este tipo de cosas.
(Le agradezco su confianza, Janice Covington (dijo Mel sonriendo con sarcasmo. Luego aspiró aire profundamente y se puso a trabajar.
~~~~~~~~~~~~~~
Aries sacudió la cabeza con incredulidad. Tobías simplemente se encogió de hombros.
(Así que regresó al barco y ahora mismo están... (Dejó las palabras en el aire, puesto que Tobías ilustró la situación con un gesto que poco espacio dejaba para la imaginación(. ¿Entonces está bien? (preguntó, a lo que el grandullón asintió con energía(. Tiene gracia (añadió el capitán para sí, aunque en voz alta(, y yo que daba por hecho que no saldría con vida de ese barco...
El fuerte grito y el gemido posterior que pudieron oír al otro lado de la puerta silenció de pronto sus murmullos. Miró a Tobías, que se había sonrojado de forma evidente.
(Veo que tenías razón (le dijo a su silencioso compañero. Otro grito, seguido esta vez de una sonora aspiración de aire, acompañó al gesto de admiración de Aries(. Dios (susurró(, está más expresiva que la última vez.
~~~~~~~~~~~~~~
Mel estudió de forma crítica el resultado de su labor. Los puntos estaban bien ceñidos y la herida limpia, hasta donde alcanzaba su habilidad. Con cuidado, envolvió el brazo de la arqueóloga con vendas limpias, echando un vistazo de vez en cuando al recipiente lleno de agua rojiza. Janice le sonrió débilmente, elevando con dificultad sus agotados párpados.
(¿Lo ves? Estaba segura de que sabes coser (murmuró, completamente borracha.
(Me alegra que no hayas perdido tu sentido del humor (le dijo Mel.
(Lo único que he perdido es sangre.
Mel se estremeció al oír esas palabras. Había un montón de gasas ensangrentadas tiradas por el suelo. Janice había perdido una generosa cantidad de sangre. Tras apartar con cuidado la botella del alcance de su brazo sano, comenzó a recoger todo aquel desastre. Lavó hasta el más mínimo rastro de sus manos y luego se volvió para encontrar que Janice la estaba mirando con una pequeña sonrisa en su rostro, ahora relajado. Argo había saltado a la cama y yacía acurrucada junto a la arqueóloga, de forma que la mano herida de ésta descansaba sobre la cabeza del animal.
(¿Ves algo interesante? (preguntó Mel cuando Janice fue incapaz de seguir manteniéndole la mirada.
(Sólo una mujer hermosa (respondió ella con sinceridad.
(Janice Covington, ¡estás borracha! (afirmó Mel sonriendo y acercándose para comprobar una vez más el vendaje.
Janice asintió.
(Sí, del todo. Pero por suerte para mí eso no cambia el hecho de que eres increíblemente hermosa.
Le cubrió las manos con las suyas y miró al interior de sus ojos, de un azul casi imposible.
(¿Flirteas siempre así cuando bebes? (le preguntó Mel, incapaz de separarse de los ojos verdes que profundizaban tan intensamente en los suyos.
Janice se encogió de hombros.
(No lo sé. Si me apetece beber, lo hago en privado. Soy mucho mejor compañía estando sobria.
La última frase fue dicha con una lujuria tal que rompió el hechizo e hizo que Mel estallara en carcajadas.
(Yo no estoy tan segura (dijo Mel devolviendo la mano de la arqueóloga a la cabeza del perro(. Sobria has sido un auténtico incordio. Borracha te encuentro... extrañamente encantadora.
Comenzó a inspeccionar con la vista la pequeña habitación. Era tarde, estaba exhausta y no parecía haber otro lugar para descansar que la cama. Ahora, hasta Janice se echó a reír.
(Lástima que no beba a menudo. (Se encogió de hombros y cambió de tema al ver que Mel inspeccionaba el cuarto.
(Tú también deberías meterte en la cama con Argo y conmigo. Ahora mismo no estoy en condiciones de hacer algo más allá de la mera fantasía.
Mel sonrió y empezó a desnudarse.
(Me alegra comprobar que soy tenida en cuenta (murmuró deslizándose al interior de la cama por el lado contrario al del brazo herido. De alguna forma, se sentía más cómoda con la Janice borracha y flirteante que con la exaltada que normalmente veía. Echó un leve vistazo para comprobar si su comentario iba a recibir respuesta y se encontró con los ojos cerrados de Janice, y a ésta dormida. Sonrió y se relajó en la cama, y siguió sonriendo hasta que el sueño la reclamó.
~~~~~~~~~~~~~~
...
Aprendí una lección importante en Tesalia: nunca subertimar la determinación de un bardo. Bueno, al menos de una bardo en concreto. Supongo que la sobreprotegía, pero ¿cómo no hacerlo? Al ocurrir de repente, la pérdida de Gabrielle me golpeó tan profundamente que no creo que el dolor me afecte menos, por muchos años que pasen, simplemente al recordarlo.
Cuando fue capaz de viajar, dejamos el templo de Asclepio y seguimos hacia Atenas. Insistí en que cabalgara, y me sorprendí de que ni siquiera discutiera conmigo. No tenía fuerzas suficientes para hablar, o al menos no tanto como lo que era capaz, así que una gran parte del viaje transcurrió en silencio. Objetivamente, supongo que aquello no fue bueno para ninguna de las dos. Me quedé a merced de los oscuros pensamientos que me embargaban, ideas sobre lo que podría haber ocurrido. Gabrielle, que me conocía mejor que cualquier otra persona, sería capaz de asegurarlo. Cada paso que Argo daba me llevaba a aprender algo importante sobre Gabrielle y también sobre mí misma, y aquella lección no sería fácil de aceptar.
Cuando acampamos por la noche pude observar que se movía lo menos posible. Los puntos aún no habían cerrado del todo, y no tenía sentido agravar aún más las heridas. Gabrielle se encontraba extrañamente callada y, para cuando hube limpiado todos los cacharros de la cena, parecía abatida, mirando la hoguera con aire ausente.
(¿Te encuentras bien? (le pregunté, temiendo que un día entero de marcha hubiese sido demasiado para ella.
(Estás bromeando, ¿no? (respondió malhumorada y con los ojos oscurecidos por algo indescifrable.
(¿Por qué no me dices qué es lo que te preocupa? (volví a interrogarla mientras me sentaba junto a ella en la manta.
Se encogió de hombros.
(Podría, pero dudo que sirva de algo.
Parpadeé, sorprendida ante la sinceridad de aquella respuesta.
(Me gustaría que lo intentaras (dije(. Tal vez te sorprenda.
Se tomó unos segundos para reordenar sus ideas y luego se giró hacia mí, mirándome directamente a los ojos.
(Xena, siento lo que ocurrió en el templo (comenzó(, pero la forma en que estás manejando el asunto no nos hace ningún bien a ninguna.
(¿Qué quieres decir?
(Quiero decir que estás asustada. No sé si ya te lo has admitido a ti misma o no, pero así es. Veo que dudas de mis habilidades, y eso hace que te excedas cuidándome y... asfixiándome.
El tono de su voz falló por un segundo. No era de furia, ni de dolor. Sólo falto de sensibilidad.
(Estás siendo un poco cruel, ¿no crees? (le contesté(. Quiero decir que ni siquiera han cicatrizado los puntos.
Lanzó una delgada sonrisa que ni siquiera llegó a reflejarse en sus ojos.
(No creo que eso importara, ni aunque tuviera el pelo gris, Xena. Necesitas enfrentarte a esto y, hasta entonces, no vas a dejar de estar pendiente de mí. (Suspiró(. Sientes demasiada responsabilidad por mi vida, Xena, y eso no es bueno para nosotras.
Estaba empezando a enfadarme, pero intenté que no lo notara. A veces no soporto que tenga razón.
(¿Y afirmas todo esto después de un solo día de viaje? (pregunté, sintiendo el frío de mi propia voz.
Ella asintió.
(Eres complicada, Xena (me dijo(, pero muy fácil de leer a veces.
(Gracias por lo primero (murmuré.
(¿Me equivoco? (preguntó.
Yo sacudí la cabeza.
(Supongo que no. Pero Gabrielle, tienes que entender que soy responsable de lo que te ocurra...
(¡No lo eres! (me gritó con fuerza, tomando mi mano al mismo tiempo(. Hasta que no comprendas que soy responsable de mi propia vida esto seguirá siendo un problema. (Meneó la cabeza con frustración(. Xena, viajo contigo porque yo lo elegí. Sé quién eres y quién fuiste. Y soy consciente de que a cada señor de la guerra desde aquí a Esparta le encantaría lucir tu cabeza en lo alto de una lanza. Pero Xena, soy adulta. A pesar de los riesgos, he tomado una decisión, y es estar contigo. Tú eres mi hogar y yo soy tu familia. No puedo explicar cómo llegamos a esto, pero así es. Vas a tener que dejar...
(Gabrielle (susurré(, estabas muerta. No se trata de una torcedura de tobillo o del incomprensible capricho de un señor de la guerra.
Ella asintió.
(Así es. Pero cada día tengo que vivir con la certeza de que podrías morir. De que algún asesino puede tener un día de suerte, de que en algún callejón oscuro te soprepasen en número. Sí, Xena, tú tienes que vivir con los mismos riesgos que yo. (Movió la cabeza con tristeza(. Confío en que vengas a salvarme cuando las cosas se complican, y me gustaría que tú tuvieras la suficiente fe en mí como para saber que eso no ocurrirá muy a menudo.
No supe qué decir a eso. Al recordar todas las conversaciones dolorosas que habíamos tenido, descubrí que siempre había tratado de hacerle caso. De ponerme en su lugar. Pero había una gran diferencia entre Gabrielle y yo. Ella no era tan fuerte o hábil con las armas, a excepción de su cayado. Sin embargo, ya había sido capaz de entrar y salir airosa de problemas fabulosos en el pasado. Suspiré al darme cuenta de que era mucho más versátil que yo, y mucho más capaz de evitar las confrontaciones. Por suerte para mí, en mis días como señor de la guerra había aprendido que no aceptar un consejo daba pocos beneficios, y especialmente si éste va servido en bandeja de plata.
(¿Qué quieres que haga? (le pregunté en voz baja.
(¿Cómo? (contestó atónita.
Yo me encogí de hombros.
(Creo que tienes razón, Gabrielle. Me gustaría arreglar esto, si es que puedo.
(¿Crees que tengo razón? (volvió a preguntar con asombro.
(¿Te pasa algo en el oído? (inquirí con sequedad.
(On, no (se apresuró a decir(. Es que me sorprende, eso es todo. Pensaba que me llevaría por lo menos una hora más de cháchara hacerte entrar en razón.
(Vaya, pues me alegro de sorprenderte de vez en cuando (contesté(. Al contrario que otras personas, yo no tengo ningún inconveniente en admitir cuándo estoy equivocada.
(Por supuesto. (Asitió comprendiendo mi afirmación(. Entonces, qué hacer al respecto...
Creo que nos pasamos toda la noche hablando. A ratos resultó doloroso y agotador, pero otros reconfortante y agradable. Compartimos muchas cosas acerca de lo que es crecer en Poteidaia. Detalles que yo no conocía aún acerca de la forma en que su familia la había tratado y el gran contraste que yo había supuesto en su vida. Saber el por qué de sus reticencias a ser tratada como una niña me ayudó a evitar hacerlo... más que nada porque era algo totalmente inútil e innecesario. Me las arreglé para eludir el tema de mi pasado, pero le conté, mediante ejemplos gráficos, el triste fallecimiento de guerreros que habían dejado que su orgullo dominara sobre su sentido común.
Cuando regresamos a nuestras mantas, me habló una última vez.
(Gracias Xena (me dijo(, por compartir esto conmigo. Se te da mucho mejor de lo que yo esperaba.
No pude reprimir una sonrisa ante aquella frase. El último año me había cambiado enormemente.
(Sólo espero que no te acostumbres a semejante grado de conversación cada vez que tengas una queja (susurré al mismo tiempo que me acomodaba para dormir. Ella se rió, y aquel sonido y su radiante sonrisa me acompañaron en mi viaje al mundo de los sueños...


Capítulo 5
Fiestas Privadas

Mel se despertó de golpe. No tenía frío, estaba cómoda, y algo suave se presionaba contra su costado. Miró hacia abajo y descubrió la maraña de pelo rubio cobrizo en el hueco de su hombro, y un brazo vendado que le cruzaba el pecho.
Pudo sentir también una de las piernas de Janice sobre las suyas y, entonces, descubrió el motivo. Argo se había repantingado a sus anchas en la cama, desplazando con efectividad a Janice hasta que quedó sobre ella. Animal y dueña respiraban a un ritmo lento y relajado con expresiones de perfecta armonia.
Mel se quedó así un buen rato, acariciando con aire ausente la espalda de Janice con su brazo, sintiéndose protectora, necesitada. Fue entonces cuando se hizo consciente de que lo que ella necesitaba era usar el lavabo, así que decidió despertar a Janice.
(¿Doctora Covington? (la llamó con suavidad, sacudiendo levemente los hombros de la arqueóloga.
(Murphhh na lau (farfulló Janice contra el pecho de Mel.
(Janice, despierta. Por favor (insistió de nuevo ésta.
(Ahora no, estoy ocupada (volvió a farfullar la mujer, de forma incluso un poco menos coherente.
(¿Ocupada con qué? (inquirió Mel, clavando sus ojos azules en los verdes de Janice cuando ésta levantó al cabeza.
(¿Qué...? (preguntó a su vez Janice intentando centrarse. Se tomó sólo un segundo antes de descubrir su propia silueta desnuda, y a Mel vestida únicamente con una combinación(. ¿Qué ha ocurrido? (quiso saber con una mueca de dolor al tratar de mover el brazo. En ese momento fue también consciente de que el golpeteo que oía estaba en el interior de su cabeza.
(¿Qué ha ocurrido cuándo? (dijo Mel con calma.
(¿Intenté...? (La mente de Janice bullía tratando de unir todas las piezas. No sabía lo que sería peor, si el haberse aprovechado de Melinda Pappas o haberlo hecho y no ser capaz de recordarlo.
Mel se echó a reír y el movimiento de sus pechos no pasó desapercibido a Janice, que aún seguía inclinada sobre ellos.
(No Janice, no hiciste nada. Dejaste bastante claro que eso era lo que querías, pero te quedaste dormida. (Señaló a Argo con la cabeza(. Creo que tu perro te fue empujando hacia mí mientras dormíamos. (Janice asintió con las mejillas incendiadas de color, casi tanto como sus ojos(. ¿Cómo está tu brazo? (preguntó Mel decidiendo ser compasiva y cambiar de tema.
(¿Brazo? (Otra mueca(. Oh, ese brazo. (Consideró un momento la respuesta y luego asintió(. Está bien, sólo un poco tirante. (Janice se detuvo un momento(. Y con resaca. Ah, disculpa (añadió apoyando un poco más de su peso sobre Mel para poder girarse y empujar al perro(. Argo, ¡abajo!
Tras un par de empujones más el animal se despertó y obedeció. Con la mayor dignidad posible, Janice se libró por sí misma del abrazo de Mel y fue a recuperar su ropa.
Mel, por su parte, se terminó de vestir y se giró justo a tiempo de ver que Janice se estaba quitando las vendas.
(¿Qué estás haciendo? (le preguntó.
(Relájate, encanto. Sólo voy a comprobar tu pequeña labor doméstica, ¿de acuerdo? (Sacando un juego de ropa limpia Mel esperó pacientemente a que Janice terminara su inspección. Como veredicto, le dirigió un gesto y una sonsrisa de aprobación(. Buen trabajo, Mel.
(Gracias, doctora. Ah, ¿crees que deberíamos cambiarnos de camisa? (preguntó(. Lavé la sangre de la tuya, pero el agujero sigue ahí, y el vendaje quedaría a la vista.
Janice asintió, preguntándose por qué no se le habría ocurrido a ella.
(Buena idea, gracias. ¿Sabe alguien que estoy herida? (preguntó mientras elegía una camisa junto a la sureña.
(Sólo Toby, nadie más te vio así.
(Me ocultaré hasta que lleguemos con Leesto. Ya no debe faltar mucho.
Mel y Argo subieron a cubierta. Janice les había segurado que estaría bien, y que por el contrario sentía un hambre atroz. A la búsqueda de algo de comer que no estuviese en una lata, Mel ignoró las miradas de la tripulación y buscó a Aries. Llevaba la camisa de Janice para que le diera el aire y se secara, y se sentía extrañamente reconfortada por el olor de la arqueóloga que había quedado impregnado en la tela color caqui.
(¿Podrías hacer que no arme tanto escándalo la próxima vez? (dijo Aries a modo de saludo cuando se encontró con Mel en cubierta. Ella le miró aturdida un momento hasta que le vio el significado a sus palabras.
(Lo intentaré (murmuró recatadamente(, aunque no creo que ella pueda evitarlo.
(Sí, bueno, no soy yo el único que le envidia por eso (respondió el hombre con una sonrisa(. ¿Habéis comido algo? Em... Alimentos, quiero decir.
Mel elevó la vista ante el comentario, sin estar muy segura de a qué se refería con eso de “comer”. Era la segunda vez que lo mencionaba y, honestamente, no tenía ni la más remota idea. Además, no quería preguntarle a Janice. Una rápida visita a las despensas de la nave les proveyó de una comida mucho mejor de la que habría esperado encontrar en un barco de contrabandistas.
Regresó al camarote con los brazos repletos de pan, queso, carne y fruta. Cerró la puerta detrás de ella y descargó todo aquello en la cama. Luego le alargó a Janice una taza humeante que fue recibida con gratitud.
(Me sorprende que puedas comer con semejante resaca (observó Mel mientras veía evaporarse la comida que había entre ellas.
(Yo puedo comer siempre (respondió Janice(. Enferma, resacosa, da igual. Papá siempre decía que era cosa de familia.
(Tú también puedes decirlo (afirmó Mel antes casi de darse cuenta.
Janice la miró con extrañeza.
(¿Y tú cómo lo sabes? (Mel bajó la vista, sonrojada(. ¿Un recuerdo? (le preguntó con voz sorprendentemente suve.
Mel asintió.
(Lo siento, Janice. Esas cosas me saltan a la mente. Es como si las hubiese conocido o recordado. No puedo explicarlo.
(¿Estás diciendo que me parezco a Gabrielle? (Mel comenzó a reír, pero se arrepintió al instante. Janice parecía furiosa.
(Bueno, de hecho no. Gabrielle y tú sois... muy distintas. (Mel se encogió de hombros sin saber qué más decir(. Ella tenía un carácter mucho más agradable.
(Mejor para Xena (contestó Janice, preguntándose al momento por qué habría dicho algo así. Sacudió la cabeza tratando de aclarar las telarañas formadas desde la noche anterior.
La llamada de Toby resonó en la puerta. Tras señalar a Janice y después hacia la cubierta, ambas mujeres siguieron al gigantón. Aries se inclinaba sobre la barandilla del barco, concentrado en lo que le mostraban sus binoculares: una pequeña isla se asomaba al horizonte. El hombre se dirigió a Janice.
(Siento molestarte, pero creí que querrías ver esto (dijo alargándole las lentes.
Janice miró a través de ellas, ajustando un poco la distancia focal. Había un enorme barco anclado a la entrada de la isla, con poca actividad sobre cubierta.
(¿Nos han visto? (preguntó Janice.
Aries asintió.
(Sin embargo, yo no me preocuparía por eso. Leesto está acostumbrada al tráfico de cargueros, así que podemos pasar sin levantar sospechas y regresar otra vez. ¿Qué crees que hace ese mastodonte ahí?
(A mí me parece un crucero de viaje (murmuró Janice(. Cal tiene invitados, y ricos, a juzgar por la pinta. ¿Qué se traerá entre manos?
Mel agarró el brazo sano de Janice.
(Los pergaminos (susurró con fiereza(. Algo relacionado con los pergaminos.
Janice asintió, sintiendo que los martilleos le volvían con más fuerza.
(Conociendo a Cal, una subasta.
~~~~~~~~~~~~~~
(¿Estás segura de lo que haces? (preguntó Mel horas más tarde, mientras dirigían su pequeño bote hacia el gigantesco crucero.
(En realidad no estoy muy segura de nada ahora mismo (le respondió Janice(. Simplemente lo hago y espero lo mejor. Tal vez la tripulación del barco esté demasiado ocupada con sus opulentos invitados como para prestarnos atención.
El recibimiento que encontraron fue mucho más allá de lo que la arqueóloga había esperado. Siete hombres armados y pulcramente uniformados esperaban en la base de la escalera cuando el pequeño bote arribó. Antes de que Janice pudiera abrir la boca, Mel se encaró fríamente con el tipo de uniforme más pomposo.
(Exijo hablar con el capitán inmediatamente.
(¿Quién es usted? (preguntó el hombre, sorprendido por el tono altanero de la mujer.
(Kathryn Von Melosa. Se suponía que este barco iba a esperarme antes de partir. Como puede ver, he tenido que hacer el viaje en un transporte bastante menos adecuado, así que no crea ni por un momento que voy a dejar pasar esta afrenta así como así.
(¿Von Melosa? (le espetó el hombre(. No tenemos a ninguna Von Melosa en la lista.
(Entonces con más razón debo hablar con vuestro capitán.
Tan aprisa como pudieron, Melinda, Janice y Argo subieron a bordo, con los hombres hechos a un lado, atemorizados. Los Von Melosa tenían tan mala fama como los Vanderbilts o los Rockefellars. Tras recibir incontables muestras de disculpa, Janice sugirió que, ya que estaban a bordo, y puesto que eso era lo importante, no había por qué molestar al capitán si eran ellos quienes al fin y al cabo tendrían que cargar con la responsabilidad de haberlas pasado por alto. Los hombres estuvieron de acuerdo en olvidar todo aquel desagradable asunto, y escoltaron al trío a una suite desocupada.
(¿Von Melosa? (preguntó Janice con una ceja levantada cuando la puerta cerrada les brindó la suficiente seguridad.
(El nombre de soltera de mamá (explicó(. Me es muy útil a veces.
(¡¿Tu madre es Kathryn Von Melosa?! (Janice estaba atónita.
(Bueno, papá la llamaba Katie.
(¿Eres una heredera? (dijo con los ojos como platos.
Mel se encogió de hombros, visiblemente poco ilusionada.
(Algo así. (Ahora con cara de pocos amigos, Mel se puso con los brazos en jarras(. Cierra la boca, Janice, o te van a entrar las moscas. Sí, mamá es rica, pero hace años que no la veo. Tu padre no era el único que tenía problemas para conservar a las mujeres. La suya también nos abandonó. (Sacudió la cabeza, tratando de desembarazarse de aquellos recuerdos desagradables(. Bueno, Doctora Covington, nos he metido en este barco, pero no les llevará mucho tiempo descubrir que mamá no tendría por qué estar aquí. ¿Ahora qué?
Janice se encogió de hombros.
(Vamos a echar un vistazo.
Tras recorrer con cuidado toda la habitación, Janice encontró una invitación cerrada sobre el tocador.
(En efecto, es una subasta (informó, leyendo el elegante pliego de papel(. Los pergaminos de Xena y otros artefactos relacionados se venderán esta noche, a las 8 en punto. Se aceptarán apuestas hasta medianoche, y sólo entonces entregarán los objetos. Supongo que Cal piensa que sólo de esa forma sus intereses quedan bien cubiertos (aventuró Mel(. Eso significa que tenemos hasta la medianoche para encontrar el modo de llegar antes a ellos.
(O simplemente podría comprarlos (susurró Mel. Se encogió de hombros al ver la expresión congelada de Janice(. Dinero no me falta, precisamente. ¿No sería más fácil así?
Janice la miró con un brillo extraño en los ojos.
(Pero no tan divertido. Piénsalo, Mel, ¿qué es lo que haría Xena?
Sólo le llevó un momento hacerse a la idea de lo que estaba ocurriendo allí. El robo de sus cosas, de las cosas de Gabrielle. Y no le importaba tanto por los objetos como por el hecho de que estaban siendo vendidos al mejor postor y arrebatados a su familia.
(Nos llevaremos lo que es nuestro (respondió.
Janice se sintió turbada por un momento. Mel acababa de hablar sin su característico acento inglés.
~~~~~~~~~~~~~~
Janice miró la hora en su reloj de bolsillo, agradecida de que siguiese en su chaqueta y no en el fondo del mar.
(No tenemos mucho tiempo, Mel (le urgió mientras la heredera arrojaba sus últimas pertenencias al fondo de una gran maleta.
Mel asintió.
(Ya está todo, vámonos.
(¿Te va a valer esa ropa? (preguntó Janice, sacando a Argo de la habitación.
(Por supuesto (respondió Mel(. Siempre he sido de la misma talla que los Vanderbilts.
Bajaron con cuidado la maleta hasta su bote, sin perder de vista a la tripulación. Una vez que el equipaje y Mel estuvieron a bordo, Janice le quitó las bolsas al perro y se las arrojó a la mujer.
(Bueno, chica (le dijo Janice al animal(, esto no te va a gustar, pero necesito un poco de tiempo. Ve hasta el otro extremo del barco. Luego regresa y salta por la borda. Mami te recogerá.
El perro parecía nervioso, como si comprendiera a la perfección las implicaciones de las palabras por la borda, y no le hiciera ninguna gracia la idea. Janice lo volvió a intentar, poniendo un especial énfasis en la expresión “gran escándalo” y señalando al frente. Con un gruñido, Argo se alejó a buen paso.
(¿Mami? (le interrogó Mel con una gran sonrisa tan pronto como subió a bordo del barco.
Janice frunció el ceño.
(Olvídame, Mel, y empieza a remar.
Un rato después comenzaron a oír gritos en cubierta, a medida que se extendía la confusión. Estaban a medio camino de la orilla cuando Janice señaló al agua.
(Espera. Ahí está, deja que nos alcance.
Mel sacó los remos del agua y Janice empezó a tirar del perro hacia el bote. Gimió de dolor por el esfuerzo de su brazo herido, pero todo quedó olvidado una vez que el empapado animal comenzó a cubrirla con todo su repertorio de húmedos besos.
Mel no intentó ocultar su asombro cuando vio a Janice abrazarse al perro y besarlo también, como reconocimiento a su inmejorable labor. Aún se oía la conmoción procedente del crucero cuando el enclenque bote recaló en una zona segura de la isla. Ya en tierra firme, Argo se tomó su tiempo en sacudirse todo el agua, de tal forma que la mayor parte fue a parar sobre Mel.
(Ésta es la niña de su mami (afirmó Janice con satisfacción.
Tras explorar durante un rato, Argo encontró una cabaña de pescadores abandonada cerca del complejo de la isla de Calissandra Leesto. Vieron además un sendero muy elaborado, lo que claramente identificaron como la entrada principal para los acontecimientos de la noche.
(Tenemos cuatro horas hasta que empiece la fiesta (dijo Janice mirando su reloj(. Duerme un poco y yo vigilaré para que no nos descubran. Nos vestiremos cuando empiecen a llegar los invitados. Si tus disfraces funcionan, deberíamos poder colarnos entre la multitud. Cuando encontremos las cosas, volveremos al barco lo más rápido posible. Aries dijo que nos esperaría 24 horas al otro lado de la isla. Si tardamos más, tendremos que secuestrar el crucero para poder volver a casa.
Mel contempló a Janice con cuidado. Estaba claro que la joven sufría. Utilizaba su brazo herido lo menos posible, aunque pretendiendo que no se notara demasiado. Necesitaba tranquilidad y descanso si querían tener éxito en la recuperación de los pergaminos. Janice se sentó en el suelo de la choza, apoyó la espalda contra la pared, dirigió la vista hacia la ventana y escuchó los sonidos procedentes de la isla. Mel se tumbó con la chaqueta de Janice a modo de manta y su muslo como almohada. La arqueóloga quedó paralizada al principio, aunque Mel sonrió al sentir que su cuerpo se relajaba bajo su contacto.
(¿Estás cómoda? (preguntó Janice cubriendo los hombros de Mel con su brazo sano y acariciándole suavemente el pelo.
(Mucho (respondió Mel con dulzura(. No olvides despertarme con tiempo suficiente para que me vista. Vamos a estar un buen rato tan sólo con tu maquillaje y tu pelo.
(Estoy impaciente (fue lo último que Mel le oyó decir antes de caer dormida.
~~~~~~~~~~~~~~
...
No sé quién estaba más sorprendida por el anuncio de la boda de Iolus, si yo o Gabrielle. Habíamos mantenido el contacto con él y con Hércules durante años, contándonos nuestras aventuras y ayudándonos mutuamente. Ese compromiso, en cualquier caso, fue toda una sorpresa. Y lo más sorprendente de todo, más incluso de ser invitadas a la ceremonia, fue el hecho de que me pidieran que cantara en ella. Iolus era como de la familia, y no había forma de negarme.
Gabrielle y yo llegamos a la ciudad dos días antes de que todo aquel lío tuviera lugar. Hércules lo hizo un poco después. Gabrielle había estado extrañamente silenciosa desde que entramos en la ciudad y, honestamente, yo esperaba que charlar con Herc de los viejos tiempos fuese todo lo necesario para remediar lo que le preocupaba, fuese lo que fuese.
Estábamos sentados en una mesa al aire libre, contemplando cómo el pueblo se preparaba para la boda. Herc se había segurado de que Gabrielle y yo nos hospedásemos en el castillo de su hermano. Parecía agradecido de que por una vez la atención no se centrara exclusivamente en él. A un nivel inferior, yo sabía cómo debía sentirse. Gabrielle siguió encerrada en sí misma, y sólo rara vez entraba en la conversación. La llegada de Jasón, hermano por parte de padre de Hércules, sólo empeoró las cosas.
(Es una época preciosa para casarse (comentó Jasón, a lo cual Hércules, Gabrielle y yo asentimos con un murmullo.
(Selene está loca por Iolus. Y claro, estar loca ayuda si lo que pretendes es casarte con él (bromeó Hércules.
(Nadie esperaba que fuese ella quien lo hiciera (dijo Jasón.
(¿Ah, no? (pregunté yo(. ¿Entonces quién?
Jasón sonrió hacia el otro lado de la mesa.
(Pues Gabrielle, por supuesto.
El hecho de que Gabrielle se atragantara con el vino en ese preciso instante me descubrió que, de hecho, sí estaba siguiendo la conversación. Su comentario de “qué estupidez” no era al parecer lo que Jasón esperaba.
(¿Por qué dices eso, Gabrielle? (le preguntó.
(Bueno (contestó ella(, nunca hemos sido más que buenos amigos, y además tampoco es como que yo esté disponible.
Vi que Hércules trataba de reprimir la risa mirando fijamente al interior de su vaso. Yo por mi parte mantuve una expresión neutral, esperando a que Gabrielle explicara su última afirmación.
(Vaya, pues te las has arreglado de maravilla escondiéndole, Gabrielle (respondió Jasón en todo de broma(. De hecho, tenía entendido que la única persona que te acompañaba era Xe... (Elevó una ceja pensativamente, cuando su frase quedó en el aire de golpe(. Supongo que la gente puede olvidarse con facilidad de la doble boda entre tú y Hércules y Gabrielle e Iolus (murmuró Jasón hacia mí mientras se disculpaba y abandonaba la mesa, supuestamente para ir en busca de su esposa.
(Eso parece (dije mostrándome de acuerdo con él.
Hércules comenzó a lanzar toda una serie de sonoras carcajadas.
(Ha sido tremendo (afirmó Hércules cuando por fin pudo hablar.
(Pues yo no le veo la gracia (le espetó Gabrielle abandonando la mesa arrebatadamente. Le aseguré a Hércules que no era su sentido del humor lo que había hecho enfadar a mi bardo. Llevaba actuando de un modo extraño desde hacía tiempo y ya era hora de que descubriera el por qué.
(¿Qué te ocurre? (le pregunté cuando la encontré al fin, en el establo donde Argo estaba acomodada.
(No es nada (contestó fríamente(. Supongo que no me gustan las bodas.
Me situé a su espalda, rodeándole los hombros con mis brazos y posando mi barbilla sobre su cabeza.
(Yo creo que es algo más que eso (murmuré(. ¿Se trata de Pérdicas? (le pregunté, pensando que los preparativos para la boda de Iolus podrían haberle traído muchos recuerdos desagradables.
Ella sacudió la cabeza.
(No exactamente. (Se giró en mis brazos y me miró con sus encantadores ojos verdes(. Es verdad que no me gustan las bodas. No sé bailar. Se supone que tendré que hacerlo, pero no tengo ganas de...
(¿De qué? (le pregunté cuando comprendí que no pretendía terminar la frase.
(No es nada. De verdad, vamos a olvidarlo (dijo, hundiendo su mirada en el suelo. Uno de los mozos de cuadra entró en ese momento para atender a los animales. Instintivamente, Gabrielle se apartó de mí un paso con las mejillas teñidas de rojo.
(Si tanto te preocupa sí que es algo, y quiero saber el qué (le aseguré, ignorando al muchacho y acercándome a ella para volver a abrazarla.
(Xena...
Elevó los brazos para interrumpir mi avance y miró de soslayo al mozo, que ahora nos daba la espalda. Para mí, ese gesto tuvo el mismo efecto que encender una antorcha en una cueva oscura.
(Vamos a nuestra habitación (dije en voz baja(. No es lo que piensas (añadí cuando me dirigió una mirada de complicidad(. Bueno, o no sólo eso.
~~~~~~~~~~~~~~
Ya a salvo tras una puerta cerrada deseaba con todas mis fuerza que Gabrielle se mostrara un poco más accesible para hablar de todo aquel asunto.
(¿No es la boda en particular lo que te preocupa? (le pregunté mientras me libraba de la espada y el chakram.
(Supongo que sí (convino conmigo(. Pero no por Iolus. La gente de esta aldea te conoce, o como mínimo ha oído hablar de ti. No me asusta que todos los nobles de los alrededores vayan a venir mañana y te ronden como las moscas a la...
La miré esperando que concluyera la frase con una broma, pero sólo sonrió y dijo “miel”.
(¿Qué te hace pensar que lo harán?
Ella se giró, exasperada, desde la ventana junto a la que había permanecido hasta ese momento.
(Porque la gente no sabe que no estás disponible (dejó salir por fin.
(No creo que haya actuado alguna vez como si lo estuviera (observé.
(No, ya sé que no. Pero no hay nada ni nadie que sugiera lo contrario. O eso o simplemente pensarán que estás con Hércules (apostilló.
No pude evitar sonreír mientras me acercaba a ella.
(Entonces deberíamos procurar sacarles de su error (contesté robándole un beso.
(No podemos hacer eso (dijo ella cuando por fin nos separamos.
Yo me encogí de hombros.
(Pensaba que, como Princesa Guerrera, podía hacer lo que me vienese en gana. ¿Estás insinuando que mi poder tiene algún que otro límite?
Como esperaba, mi broma fue respondida con una pequeña carcajada.
(Y tú eres la que tiene miedo de que me convierta en un objetivo (dijo(. Además, ambas sabemos cómo reaccionaría mucha gente ante... lo nuestro.
Tuve que pararme a pensar aquello un momento. Era verdad que yo había temido que la gente tratara de llegar hasta mí por medio de Gabrielle, pero por otro lado eso había sido así ya desde el mismo momento de conocerla. Y respecto a los otros, no era menos cierto que muchas personas hablaban de mí a mis espaldas, y ocasionalmente en mi cara, aunque esos eran más bien escasos o nunca lo hacían más de una vez.
(Gabrielle (comencé poniendo mis manos sobre sus hombros(, cualquiera que nos conozca sabe lo que sentimos la una por la otra. Quiero decir que, por ejemplo, Callisto lo supo, incluso antes que nosotras mismas. No estoy dispuesta a soportar toda una celebración como ésta sin la persona que quiero a mi lado. Y si eso frustra las fantasías de gente como Jasón, me temo que tendrán que acostumbrarse.
Ella me sonrió, por primera vez desde hacía días. Sin embargo, su sonrisa se tornó en expresión de terror cuando añadí.
(Además, creo que ya es hora de que te dé tu primera lección de baile.
~~~~~~~~~~~~~~
(... no, Gabrielle, el pie izquierdo detrás del derecho. Luego golpeas el suelo, y yo con el otro... (le expliqué pacientemente, demostrándoselo una vez más.
(Es que no me sale (se quejó, mirándome con fijeza cuando empecé a quitarme el peto de la armadura. La descubrí, tuve una idea y negué con la cabeza.
(No, esto se queda donde está hasta que lo hagas bien. Otra vez.
En pocos minutos se había hecho con el baile y mi peto. Tras eso, los diferentes pasos surgieron con rapidez. Con cada pieza que conseguía controlar fue obteniendo un pedazo de mi vestuario y, en poco tiempo, había aprendido siete diferentes. Ante aquello, no pude por menos que felicitarla.
Cuando por fin se durmió exhausta y completamente saciada, me bañé, me vestí y regresé a la plaza del pueblo.
(Bonito vestido (me comentó Hércules cuando llegué a su casa(. ¿Dónde has estado?
(Oh, enseñando a bailar a Gabrielle (le contesté. Me había dejado la armadura en la habitación. Se suponía que iba a llevar un vestido para la boda y pensé que acostumbrarme a caminar antes con él no me mataría.
(Siento lo de Jasón (dijo ligeramente ruborizado.
(No lo sientas (le tranquilicé(. En realidad sirvió para que Gabrielle y yo hablásemos de algo que teníamos pendiente de hace tiempo.
(¿Sobre matrimonio? (preguntó.
(No, sobre baile (contesté sonriendo(. Pero ya que has sacado el tema, ¿conoces algún buen joyero por aquí?
~~~~~~~~~~~~~~
Practiqué la canción que Iolus me había pedido mientras Gabrielle y yo nos vestíamos para la ceremonia. Su humor había mejorado considerablemente, lo cual me alegraba mucho.
(Y bien, ¿qué te parece? (me preguntó, con lo que me giré para ver a qué se refería.
No creo haber tenido nunca ante mí algo tan hermoso. El vestido que llevaba, una obra maestra escotada color verde y dorado, era sin duda digno de ella. Incluso me pareció que tuve que agarrarme al respaldo de una silla para no caer de lo impresionada que estaba por su belleza.
(Eres la criatura más hermosa que he visto en mi vida (susurré(. Pero te falta algo (añadí cuando pude volver a usar la cabeza.
(¿Qué? (preguntó, alicaída.
Me giré para ocultarle mi sonrisa y luego alcancé una de nuestras alforjas, que colgaba de una percha en la puerta de entrada. Saqué el collar de la pieza de terciopelo que lo curbía y se lo entregué a Gabrielle.
(¿Qué es esto? (preguntó, sosteniendo el colgante que caía desde la delicada cadena que tenía entre sus dedos.
(Un regalo mío (contesté(, para ti.
Estudió los detalles del medallón dorado con interés.
(Es exquisito. Pero sólo hay una mitad... ¿O es que está roto? (preguntó de nuevo.
(Algo así (le dije, sacando otro collar de la bolsa y mostrándoselo(. Se llama nudo céltico. Proviene del otro lado del mar, de la patria de M’lila. Lo partí en dos trozos, ésta es la otra mitad. (Hizo coincidir los dos pedazos del medallón, sonriendo al verlo completo(. Igual que tú eres mi otra mitad (añadí en voz baja.
Me miró con los ojos brillando de felicidad.
(Te quiero, Xena.
(Lo sé (contesté, sonriendo al sentir un leve golpe en el brazo. Me puso el otro medallón en el cuello y nos encaminamos a la ceremonia cogidas del brazo, preparadas para cualquier cosa.
Como todas las bodas, supongo, aquella fue preciosa. Para ser honestos, no recuerdo demasiado de ese día, excepto por Gabrielle. Me las arreglé para cantar sin que me fallara la voz, aunque fue difícil puesto que verla mirarme desde donde estaba sentada provocaba en mí un deseo constante de sonreír de alegría. Selene e Iolus estaban radiantes, y les deseamos todo lo mejor. Durante el banquete, Gabrielle dejó buena constancia de su recién adquirida habilidad para el baile. Bailó con Iolus, con Hércules e incluso con Jasón, pero todas las demás piezas fueron para mí, lo cual supuso una gran desilusión para toda la multitud de nobles allí reunidos. No era yo la única que admiraba a aquella visión de verde y dorado.
Cuando echo la vista atrás, supongo que me asombra lo fácil que nos resultó todo aquello. Fuimos de la mano, nos besamos y bailamos como cualquier otra pareja. Pude sentir que la gente nos miraba, pero honestamente no más de lo que lo hubieran hecho de ir yo ataviada con mi armadura habitual. Supongo que Gabrielle y yo ya estábamos acostumbradas a ser el centro de atención y de toda clase de especulaciones. Sólo que ahora las miradas eran hacia Xena y Gabrielle; dos mujeres enamoradas, no sólo Guerrera y Bardo; un problema en potencia para nuestra aldea. Por la oportunidad de pasar un día sólo como Gabrielle y Xena, aquello valió la pena.
Tras dormir un poco en nuestra confortable habitación nos pusimos de nuevo en camino, después de desayunar. Pasé un buen rato robándole miradas a Gabrielle. Ella jugueteaba con su collar, con aire ausente, mientras caminábamos. Se encontraba sorprendida y contenta de que no me hubiese quitado el mío. Después de todo, no había razón para ello.
(Entonces, Xena (me dijo Gabrielle en cuanto giramos por la senda y el pueblo quedó fuera de nuestra vista(, ¿cuándo piensas que nos casaremos?
(Creí que no te gustaban las bodas (ironicé.
(Oh, la verdad es que me lo he pensado mejor. El baile definitivamente ayuda. (Me sonrió y continuó(. Pero para cuando nos casemos, voy a necesitar un pequeño recordatorio.
(Algo se podrá hacer (le respondí, mirando mi propio collar y conviniendo con Gabrielle en que nos quedaba francamente bien...


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