AY, EROS, ¿PERO QUÉ HAS HECHO?
Por: Lane
Primera parte
-Yo... uhm... bueno, yo... -un carraspeo y una inspiración honda- Verás, Gabrielle...
-ahora un trago realmente costoso y una pausa de intenso sonrojo-. Yo...
La guerrera luchó, después siguió luchando y finalmente luchó un poquito más contra su
balbuceo y molesto tartamudeo. Pero nada se pudo hacer. Una vez más, se vio vencida y,
refunfuñando por lo bajo, se dió bruscamente media vuelta y se camufló entre el follaje
del bosque donde habían acampado.
Gabrielle se limitó a bajar la mirada al cazo que seguía removiendo.
La primera vez que vio en semejante apuro verbal a la guerrera supuestamente estoica,
se asustó, revisando mentalmente las setas y bayas que habían estado comiendo durante
los días anteriores. A la segunda se preocupó de verdad, decidiendo que quizás se
trataba de algo más serio, pensando en posibles hechizos de dioses o de furias
ociosamente en números rojos. A la tercera, la asustada bardo, incluso trató de hablar
en son de paz con el ser misterioso que sospechaba Xena llevaba dentro para que
abandonara cooperativamente el cuerpo de su amiga. Pero pasada ya la doceava vez,
Gabrielle se limitó a rodar de ojos y suspirar con aburrimiento.
"En fin..." pensó de forma ausente la bardo, no logrando con mucho éxito ahogar un
bostezo, apoyando la mejilla en la palma de una mano con desgana sin dejar de remover
una y otra vez con la otra una pastosidad amarillenta que pretendía hacerse pasar por
la cena.
La verdad es que Xena había estado los dos últimos días muy rara. Gabrielle probó,
mientras pensaba en ello, un sorbo de sopa sin prestarle realmente mucha atención al
sabor, perdida su mirada hacia donde una guerrera muy trastornada había huido.
En realidad rara quizás no sería la palabra exacta. La correcta sería...
Gabrielle sonrió meneando la cabeza y probó una vez más la sopa, esta vez concentrándose
en el gusto y la falta o demasía de especias en ella. Añadió un poco más de romero y
volvió a remover el caldo, cuyo olor animó a un muy cercano, escandaloso y terriblemente
sensible estómago bárdico. Sin embargo, el vaivén de la cuchara volvió a hipnotizarla a
la dueña del susodicho, ignorándolo e indignándolo al mismo tiempo.
Bueno, fuera lo que fuese lo que le ocurría a Xena, la verdad es que habían sido dos
días muy divertidos.
Los labios de la bardo volvieron a ensancharse en una sonrisa al recordar el primero,
cuando al despertar se encontró con la fija mirada de la guerrera en ella. No es que no
estuviera acostumbrada a la intensidad que a veces adquirían las miradas de Xena y
tampoco que le desagradara esa... Bueno, esa intensidad. Pero a tan temprana hora de la
mañana y, sobretodo, bajo toda aquella paja de granja, vestida de campesina y con
cuatro pollos a su alrededor...
Oh, ¿y encima sonrojada? ¿La Princesa Guerrera alias Princesa-Alérgica-A-Todo-Tipo-De-
Emociones-Guerrera?
La verdad es que la guerrera de mirada penetrante a la soñolienta de Gabrielle, aquella
mañana en particular, le pareció más cómica y tronchante que otra cosa. Y mucho más
cuando la guerrera pareció volver de su particular trance, parpadeó desconcertada y se
tiró de cabeza a una charca embarrada, cuya función al parecer era la de hidratar a las
gallinas. Quizás es que Xena realmente aun no estaba ella muy despierta, o que,
asombrosa y casi imposiblemente, la guerrera hubiera tenido un lápsus y hubiera
confundido la charca con... una... ¿palangana de agua? El caso es que, aunque la bardo
aun tuviera reparos en creérselo del todo, Xena se lavó la cara literalmente con aquel
apestoso y nada higiénico barro casi con frenesí.
Aunque, quizás, lo que aun fue más sorprendente es que no se quitó la fangosa mascarilla
hasta varias marcas de vela más tarde. Por supuesto, la guerrera ignoró a la bardo por
completo cuando ésta, una vez recompuesta de un señor Ataque De Risa, le preguntó un
millar y medio de veces qué Tártaro hacía con eso en la cara y porqué Hades no se lo
quitaba. Xena se limitó a seguir su tranquila rutina de cada mañana: vistiéndose de
nuevo con calma casi exasperante, cepillando quizás más de lo necesario a Argo, después,
y robando, al fin, un par de huevos cercanos que se tragó crudos sin un sólo aspaviento.
En ningún momento haciendo el menor caso a la mosca revoltosa que zumbó histéricamente
a su alrededor durante todo el acto matutino.
Al parecer, de nombre Gabrielle.
- Uhm...
Gabrielle se palmeó la mejilla con la cuchara de madera, entrecerrando los ojos hasta
la mínima expresión tratando por enésima vez de desmantelar el extraño comportamiento
de su compañera de viaje.
Aquel primer día habían decidido pasar la noche en el establo de una propiedad granjera
a falta de dinares. Xena, el día anterior, había gruñido que estaba harta de simplemente
entrar en la granja e imponer su mera presencia, logrando automáticamente cama donde
dormir. Así que, aunque Gabrielle sabía muy bien que aquello solo era producto de la
nostalgia de la guerrera por sus tiempos de ladronzuela, habían terminado colándose a
altas horas de la madrugada en el establo, junto a un corral de gallinas de reciente
maternidad y unos cuantos caballos.
La paja picaba, el suelo apestaba, a los caballos de vez en cuando se les escapaban
profundas y repentinas expiraciones cargadas de viscosidades nasales (por decirlo de
algún modo) que no iban a parar muy lejos de donde yacía la bardo. Por no hablar de
otras ventosidades que no les salían precisamente de orificios faciales. Oh, y por
supuesto, para acabarlo de rematar, los polluelos no dejaban de piar una y otra vez
alrededor de su cabeza con esos pitidos chirriantes que se le metían a Gabrielle en lo
más profundo de sus atolondrados tímpanos.
Y sin embargo, y para tremenda sorpresa de Gabrielle, Xena no se quejó ni una sola vez.
De hecho, pareció regocijarse en su nueva cama al echarse felizmente de lado, sonriendo
con los ojos cerrados como si estuviera tumbada en una colcha de nubes en el séptimo
cielo, para quedarse dormida tan ricamente como un bebé al segundo después. Gabrielle,
por su parte, le costó muchísimo más alcanzar a Morfeo esa noche entre 'pios' y 'peos'.
"¿Y tu eras la supuesta y experimentada campesina?" se reprochó tapándose los oídos,
con fervientes deseos de estar en cualquier sitio menos en el apestoso, ruidoso, y nada
dormible en el que se encontraba. "Si papá levantara cabeza...".
- En fin...
La bardo exhaló frustrada mientras apartaba el cazo del fuego, protegiendo sus manos
del metal incandescente con un trapo, y alzándose después para alcanzar las alforjas de
Argo. Sacó un par de cuencos de madera y se los quedó mirando pensativa. Más
exactamente estudió el más pequeño. Con una sonrisa floja y casi nostálgica, recordó
haberlo tallado con sus propias e inexpertas (por aquel entonces) manos, escondida bajo
la cama de la habitación que la había visto crecer, llena de expectativas por el viaje
que al día siguiente emprendería, tras una guerrera que ya había comprobado era
espantosamente recia, hosca, antipática y mal educada. Y sin embargo...
Gabrielle le sonrió al cuenco melancólica.
Y sin embargo, tremendamente interesante.
- Oh, bueno... -volvió a sentarse, jugueteando con su cuenco-. Sin duda mucho más
interesante que tú -le dijo al cacharro con ternura.
Cogió entonces el gran cazo de sopa ya más templado y justo cuando se disponía a verter
el caldo en uno de los cuencos un ruidito la sobresaltó y, entre equilibrios forzados,
un milagro de Zeus salvó la comida de un mal viaje. Gabrielle se levantó de inmediato,
con sus sais en posición y escrutando su alrededor con minuciosa meticulosidad. El
ruido había pillado desprevenida a la bardo, era incapaz de decidir de donde
exactamente había venido. Inquieta y riñéndose interiormente por despistada, se movió
por el campamento tentativamente, moviéndose con lentitud y tratando de afinar sus
oídos al máximo. Hasta que rodó sobre sí misma y estiró férreamente un brazo en
dirección a uno de los matorrales que rodeaban el campamento. Por alguna razón, se
imaginó al típico hombretón mal oliente intentando acecharla, pensando en la suerte que
había tenido de encontrar a una solitaria e indefensa chiquita en medio del bosque con
un buen caldo recién cocinado.
Un escalofrío.
Gabrielle clavó sus ojos de mirada desconfiada y alzó la voz de forma amenazante, tal y
como Xena le había enseñado.
- ¡Sal de ahí si no quieres que te haga un nuevo agujero en esa cabeza chorlito que
tienes, maldito culo caballo!
"¿Eh?"
Gabrielle, sorprendida, fue lo suficientemente honesta consigo misma para reprocharse
que eso precisamente no era lo que le había enseñado la guerrera.
O...
Varios centenares de flashes de situaciones en las que había visto a la guerrera
amenazar con su macabro aunque muy certero sentido del humor le vinieron a la mente en
ese preciso instante.
"¿O sí?"
El arbusto tembló, luego emitió un quejido bastante extraño y finalmente estornudó.
Gabrielle alzó una ceja y se acercó un poco más. Añadió su otro sai por si acaso,
ladeando la cabeza para ver con mayor claridad.
Los arbustos no suelen hacer esas cosas, ¿verdad?
- ¡Que salgas de ahí, he dicho! -bramó impaciente con ceño fruncido.
Esta vez el arbusto dio un brusco respingo y Gabrielle tuvo que menear atontada la
cabeza, intentando decidir si realmente acababa de ver las raíces de dicho vegetal a la
altura de sus propios ojos o es que verdaderamente el romero tenía propiedades
alucinógenas.
- ¿Pero qué Hades...?
Se inclinó y, sin ni una pizca de delicadeza, apartó de un manotazo las ramas. De
inmediato, descubrió una cabecita de rizos dorados casi hasta la fluorescencia abrazada
por unos brazos tiernos y pequeños. Parpadeó, algo desconcertada, y vio como un ovillo
humano titiritante se deshacía lentamente y unos ojitos de un azul casi flameante la
miraban por un instante llenos de pánico para luego rehuir al suelo.
- Pe-perdona, es... es que yo... -tartamudeó una vocecita aguda e infantil.
"De haber tenido rabo -pensó Gabrielle recién enternecida- lo tendría entre las patas".
Cruzó los brazos sobre su pecho mirando curiosa al niño que se le había aparecido. Era
de piel asombrosamente blanquecina que, curiosamente, lucía al aire libre a pesar del
frío de la noche. Tan sólo vestía un calzón de un blanco en clara competencia con el de
su piel. Se dio cuenta casi de inmediato que los pequeños deditos de sus pies se
removía entre la tierra húmeda del bosque, evidenciando el nerviosismo que recorría su
pequeño cuerpecito. Gabrielle se las apañó para camuflar una risita antes de volver a
reparar en que el niño seguía temblando de miedo.
"Oh, claro, y las orejitas echadas hacia atrás, por supuesto".
- ¿Túuuuu? -lo instó a seguir, agachándose frente a él.
Pero antes de que el niño pudiera siquiera abrir la boca, un grito atronador estalló a
sus espaldas.
- ¡EH, TÚ! -vociferó el aire con rotundidad-. ¡APÁRTATE DE MI CHURRI!
Aunque, de hecho, el pequeño la acabó abriendo hasta que la mandíbula se desplomó sobre
los deditos de sus pies. Gabrielle se dio un susto monumental y no se tranquilizó en
absoluto al mirar por encima de su hombro y encontrarse con la afilada hoja de la
espada de Xena a la altura de los ojos. Alzó la mirada atónita y se estampó con una que
nunca le había visto a Xena, quien momentáneamente la miraba medio alelada.
¿O sí lo había hecho?
Un momento.
Gabrielle se sacudió interiormente la cabeza durante una milésima de segundo.
"¿Mi qué?"
- ¡Xena, espera! -reaccionó por pura fuerza de voluntad e intentó avisarla, medio
incorporándose, pero la guerrera se centró de nuevo en el niño sin dejar de apuntarlo,
el pobre medio epiléptico de pánico ya.
Decidida, la guerrera alargó un brazo, cogió a Gabrielle por la cintura en volandas y
se la colgó en la cadera como un saco de patatas con posesión casi infantil.
- ¡Xena, suéltame! -chilló exasperada por liberarse Gabrielle, no sabiendo muy bien
qué la enfurecía más: si los rudos modales de la guerrera espachurrándola sin la menor
delicadeza contra ella o el hecho de que estaba a punto de cargarse a un crío de apenas
cinco primaveras sin el menor motivo aparente-. ¿¡Se puede saber qué demonios estás
haciendo!? -gritó airada, pataleando.
- Tranquila, pichoncito mío, yo te salvaré -soltó risueña la guerrera echándole una
mirada bobalicona, para luego volver a encararse con el niño y seguir fulminándolo con
sus rayos láser celestes de Super-Woman-Al-Rescate.
Estupefacta, Gabrielle se paralizó, mirando desde su forzosa posición a la guerrera
como si le hubieran crecido de repente cinco cabezas de pollo y una de caballo en toda
la frente.
'Tu bi continui'...
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