Renuncias: Bueno, sólo me gusta escribir sobre ellas. Pero que quede clarito que esta historia, o lo que sea, es de esta menda, ¿vale?
Advertencias: Bueno, este ff amenazaba con despilfarrar cursilerismo, romanticismo y pamplinas de esas que se pamplinan en el día de los enamorados. En pocas palabras: un San Valentín a la griega. Eeer... digo, ¿San Eros? ¿Alérgic@s al romanticismo? Tranquis, como os entiendo a la perfección (creedme), he intentado sacar humor de la ridiculez que a veces resulta aquello de declararse. Aunque, pensándolo bien, ya es bastante tronchante eso de arrodillarse y poner cara de lavabo mientras sudas la gota gorda esperando un mítico Sí o un caótico No, ¿verdad?.

Lo que sea, pamplinas o no, espero que disfrutéis con ellas al menos la mitad que he disfrutado yo escribiéndolas.

¿Comentarios? Souldreams_@hotmail.com


AY, EROS, ¿PERO QUÉ HAS HECHO?

Por: Lane

Primera parte

-Yo... uhm... bueno, yo... -un carraspeo y una inspiración honda- Verás, Gabrielle... -ahora un trago realmente costoso y una pausa de intenso sonrojo-. Yo...

La guerrera luchó, después siguió luchando y finalmente luchó un poquito más contra su balbuceo y molesto tartamudeo. Pero nada se pudo hacer. Una vez más, se vio vencida y, refunfuñando por lo bajo, se dió bruscamente media vuelta y se camufló entre el follaje del bosque donde habían acampado.

Gabrielle se limitó a bajar la mirada al cazo que seguía removiendo.

La primera vez que vio en semejante apuro verbal a la guerrera supuestamente estoica, se asustó, revisando mentalmente las setas y bayas que habían estado comiendo durante los días anteriores. A la segunda se preocupó de verdad, decidiendo que quizás se trataba de algo más serio, pensando en posibles hechizos de dioses o de furias ociosamente en números rojos. A la tercera, la asustada bardo, incluso trató de hablar en son de paz con el ser misterioso que sospechaba Xena llevaba dentro para que abandonara cooperativamente el cuerpo de su amiga. Pero pasada ya la doceava vez, Gabrielle se limitó a rodar de ojos y suspirar con aburrimiento.

"En fin..." pensó de forma ausente la bardo, no logrando con mucho éxito ahogar un bostezo, apoyando la mejilla en la palma de una mano con desgana sin dejar de remover una y otra vez con la otra una pastosidad amarillenta que pretendía hacerse pasar por la cena.

La verdad es que Xena había estado los dos últimos días muy rara. Gabrielle probó, mientras pensaba en ello, un sorbo de sopa sin prestarle realmente mucha atención al sabor, perdida su mirada hacia donde una guerrera muy trastornada había huido.

En realidad rara quizás no sería la palabra exacta. La correcta sería...

Gabrielle sonrió meneando la cabeza y probó una vez más la sopa, esta vez concentrándose en el gusto y la falta o demasía de especias en ella. Añadió un poco más de romero y volvió a remover el caldo, cuyo olor animó a un muy cercano, escandaloso y terriblemente sensible estómago bárdico. Sin embargo, el vaivén de la cuchara volvió a hipnotizarla a la dueña del susodicho, ignorándolo e indignándolo al mismo tiempo.

Bueno, fuera lo que fuese lo que le ocurría a Xena, la verdad es que habían sido dos días muy divertidos.

Los labios de la bardo volvieron a ensancharse en una sonrisa al recordar el primero, cuando al despertar se encontró con la fija mirada de la guerrera en ella. No es que no estuviera acostumbrada a la intensidad que a veces adquirían las miradas de Xena y tampoco que le desagradara esa... Bueno, esa intensidad. Pero a tan temprana hora de la mañana y, sobretodo, bajo toda aquella paja de granja, vestida de campesina y con cuatro pollos a su alrededor...

Oh, ¿y encima sonrojada? ¿La Princesa Guerrera alias Princesa-Alérgica-A-Todo-Tipo-De- Emociones-Guerrera?

La verdad es que la guerrera de mirada penetrante a la soñolienta de Gabrielle, aquella mañana en particular, le pareció más cómica y tronchante que otra cosa. Y mucho más cuando la guerrera pareció volver de su particular trance, parpadeó desconcertada y se tiró de cabeza a una charca embarrada, cuya función al parecer era la de hidratar a las gallinas. Quizás es que Xena realmente aun no estaba ella muy despierta, o que, asombrosa y casi imposiblemente, la guerrera hubiera tenido un lápsus y hubiera confundido la charca con... una... ¿palangana de agua? El caso es que, aunque la bardo aun tuviera reparos en creérselo del todo, Xena se lavó la cara literalmente con aquel apestoso y nada higiénico barro casi con frenesí.

Aunque, quizás, lo que aun fue más sorprendente es que no se quitó la fangosa mascarilla hasta varias marcas de vela más tarde. Por supuesto, la guerrera ignoró a la bardo por completo cuando ésta, una vez recompuesta de un señor Ataque De Risa, le preguntó un millar y medio de veces qué Tártaro hacía con eso en la cara y porqué Hades no se lo quitaba. Xena se limitó a seguir su tranquila rutina de cada mañana: vistiéndose de nuevo con calma casi exasperante, cepillando quizás más de lo necesario a Argo, después, y robando, al fin, un par de huevos cercanos que se tragó crudos sin un sólo aspaviento. En ningún momento haciendo el menor caso a la mosca revoltosa que zumbó histéricamente a su alrededor durante todo el acto matutino.

Al parecer, de nombre Gabrielle.

- Uhm...

Gabrielle se palmeó la mejilla con la cuchara de madera, entrecerrando los ojos hasta la mínima expresión tratando por enésima vez de desmantelar el extraño comportamiento de su compañera de viaje.

Aquel primer día habían decidido pasar la noche en el establo de una propiedad granjera a falta de dinares. Xena, el día anterior, había gruñido que estaba harta de simplemente entrar en la granja e imponer su mera presencia, logrando automáticamente cama donde dormir. Así que, aunque Gabrielle sabía muy bien que aquello solo era producto de la nostalgia de la guerrera por sus tiempos de ladronzuela, habían terminado colándose a altas horas de la madrugada en el establo, junto a un corral de gallinas de reciente maternidad y unos cuantos caballos.

La paja picaba, el suelo apestaba, a los caballos de vez en cuando se les escapaban profundas y repentinas expiraciones cargadas de viscosidades nasales (por decirlo de algún modo) que no iban a parar muy lejos de donde yacía la bardo. Por no hablar de otras ventosidades que no les salían precisamente de orificios faciales. Oh, y por supuesto, para acabarlo de rematar, los polluelos no dejaban de piar una y otra vez alrededor de su cabeza con esos pitidos chirriantes que se le metían a Gabrielle en lo más profundo de sus atolondrados tímpanos.

Y sin embargo, y para tremenda sorpresa de Gabrielle, Xena no se quejó ni una sola vez. De hecho, pareció regocijarse en su nueva cama al echarse felizmente de lado, sonriendo con los ojos cerrados como si estuviera tumbada en una colcha de nubes en el séptimo cielo, para quedarse dormida tan ricamente como un bebé al segundo después. Gabrielle, por su parte, le costó muchísimo más alcanzar a Morfeo esa noche entre 'pios' y 'peos'.

"¿Y tu eras la supuesta y experimentada campesina?" se reprochó tapándose los oídos, con fervientes deseos de estar en cualquier sitio menos en el apestoso, ruidoso, y nada dormible en el que se encontraba. "Si papá levantara cabeza...".

- En fin...

La bardo exhaló frustrada mientras apartaba el cazo del fuego, protegiendo sus manos del metal incandescente con un trapo, y alzándose después para alcanzar las alforjas de Argo. Sacó un par de cuencos de madera y se los quedó mirando pensativa. Más exactamente estudió el más pequeño. Con una sonrisa floja y casi nostálgica, recordó haberlo tallado con sus propias e inexpertas (por aquel entonces) manos, escondida bajo la cama de la habitación que la había visto crecer, llena de expectativas por el viaje que al día siguiente emprendería, tras una guerrera que ya había comprobado era espantosamente recia, hosca, antipática y mal educada. Y sin embargo...

Gabrielle le sonrió al cuenco melancólica.

Y sin embargo, tremendamente interesante.

- Oh, bueno... -volvió a sentarse, jugueteando con su cuenco-. Sin duda mucho más interesante que tú -le dijo al cacharro con ternura.

Cogió entonces el gran cazo de sopa ya más templado y justo cuando se disponía a verter el caldo en uno de los cuencos un ruidito la sobresaltó y, entre equilibrios forzados, un milagro de Zeus salvó la comida de un mal viaje. Gabrielle se levantó de inmediato, con sus sais en posición y escrutando su alrededor con minuciosa meticulosidad. El ruido había pillado desprevenida a la bardo, era incapaz de decidir de donde exactamente había venido. Inquieta y riñéndose interiormente por despistada, se movió por el campamento tentativamente, moviéndose con lentitud y tratando de afinar sus oídos al máximo. Hasta que rodó sobre sí misma y estiró férreamente un brazo en dirección a uno de los matorrales que rodeaban el campamento. Por alguna razón, se imaginó al típico hombretón mal oliente intentando acecharla, pensando en la suerte que había tenido de encontrar a una solitaria e indefensa chiquita en medio del bosque con un buen caldo recién cocinado.

Un escalofrío.

Gabrielle clavó sus ojos de mirada desconfiada y alzó la voz de forma amenazante, tal y como Xena le había enseñado.

- ¡Sal de ahí si no quieres que te haga un nuevo agujero en esa cabeza chorlito que tienes, maldito culo caballo!

"¿Eh?"

Gabrielle, sorprendida, fue lo suficientemente honesta consigo misma para reprocharse que eso precisamente no era lo que le había enseñado la guerrera.

O...

Varios centenares de flashes de situaciones en las que había visto a la guerrera amenazar con su macabro aunque muy certero sentido del humor le vinieron a la mente en ese preciso instante.

"¿O sí?"

El arbusto tembló, luego emitió un quejido bastante extraño y finalmente estornudó. Gabrielle alzó una ceja y se acercó un poco más. Añadió su otro sai por si acaso, ladeando la cabeza para ver con mayor claridad.

Los arbustos no suelen hacer esas cosas, ¿verdad?

- ¡Que salgas de ahí, he dicho! -bramó impaciente con ceño fruncido.

Esta vez el arbusto dio un brusco respingo y Gabrielle tuvo que menear atontada la cabeza, intentando decidir si realmente acababa de ver las raíces de dicho vegetal a la altura de sus propios ojos o es que verdaderamente el romero tenía propiedades alucinógenas.

- ¿Pero qué Hades...?

Se inclinó y, sin ni una pizca de delicadeza, apartó de un manotazo las ramas. De inmediato, descubrió una cabecita de rizos dorados casi hasta la fluorescencia abrazada por unos brazos tiernos y pequeños. Parpadeó, algo desconcertada, y vio como un ovillo humano titiritante se deshacía lentamente y unos ojitos de un azul casi flameante la miraban por un instante llenos de pánico para luego rehuir al suelo.

- Pe-perdona, es... es que yo... -tartamudeó una vocecita aguda e infantil.

"De haber tenido rabo -pensó Gabrielle recién enternecida- lo tendría entre las patas".

Cruzó los brazos sobre su pecho mirando curiosa al niño que se le había aparecido. Era de piel asombrosamente blanquecina que, curiosamente, lucía al aire libre a pesar del frío de la noche. Tan sólo vestía un calzón de un blanco en clara competencia con el de su piel. Se dio cuenta casi de inmediato que los pequeños deditos de sus pies se removía entre la tierra húmeda del bosque, evidenciando el nerviosismo que recorría su pequeño cuerpecito. Gabrielle se las apañó para camuflar una risita antes de volver a reparar en que el niño seguía temblando de miedo.

"Oh, claro, y las orejitas echadas hacia atrás, por supuesto".

- ¿Túuuuu? -lo instó a seguir, agachándose frente a él.

Pero antes de que el niño pudiera siquiera abrir la boca, un grito atronador estalló a sus espaldas.

- ¡EH, TÚ! -vociferó el aire con rotundidad-. ¡APÁRTATE DE MI CHURRI!

Aunque, de hecho, el pequeño la acabó abriendo hasta que la mandíbula se desplomó sobre los deditos de sus pies. Gabrielle se dio un susto monumental y no se tranquilizó en absoluto al mirar por encima de su hombro y encontrarse con la afilada hoja de la espada de Xena a la altura de los ojos. Alzó la mirada atónita y se estampó con una que nunca le había visto a Xena, quien momentáneamente la miraba medio alelada.

¿O sí lo había hecho?

Un momento.

Gabrielle se sacudió interiormente la cabeza durante una milésima de segundo.

"¿Mi qué?"

- ¡Xena, espera! -reaccionó por pura fuerza de voluntad e intentó avisarla, medio incorporándose, pero la guerrera se centró de nuevo en el niño sin dejar de apuntarlo, el pobre medio epiléptico de pánico ya.

Decidida, la guerrera alargó un brazo, cogió a Gabrielle por la cintura en volandas y se la colgó en la cadera como un saco de patatas con posesión casi infantil.

- ¡Xena, suéltame! -chilló exasperada por liberarse Gabrielle, no sabiendo muy bien qué la enfurecía más: si los rudos modales de la guerrera espachurrándola sin la menor delicadeza contra ella o el hecho de que estaba a punto de cargarse a un crío de apenas cinco primaveras sin el menor motivo aparente-. ¿¡Se puede saber qué demonios estás haciendo!? -gritó airada, pataleando.

- Tranquila, pichoncito mío, yo te salvaré -soltó risueña la guerrera echándole una mirada bobalicona, para luego volver a encararse con el niño y seguir fulminándolo con sus rayos láser celestes de Super-Woman-Al-Rescate.

Estupefacta, Gabrielle se paralizó, mirando desde su forzosa posición a la guerrera como si le hubieran crecido de repente cinco cabezas de pollo y una de caballo en toda la frente.

'Tu bi continui'...


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