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Indigenas e Indigenismo

LA CONQUISTA DEL DESIERTO,

Gral. Julio Argentino Roca

Roberto A. Ferrero

Fotografías posteriores a la Conquista del Desierto nos muestran vencidos caciques en sus patéticos trajes de coroneles de la Nación o grupos familiares temerosamente apiñados ante el "chasirette". Al verlas, no se puede sino experimentar un sentimiento de compasión hacia ellos y un repudio espontáneo a aquella campana del general Julio A. Roca de 1879, si esos fueron los resultados de la Conquista. Y, sin embargo, aquellas viejas fotos no representan sino una pequeña parte de la verdad. Los indios que poblaron belicosamente el sur de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza y los territorios nacionales se ajustan mal al estereotipo del "buen salvaje" dulce, hospitalario y noble, despojado primero y explotado después, por los "blancos". Aquellos hijos del desierto eran indudablemente valerosos en extremo y también hospitalarios con los cristianos perseguidos que llegaban a sus tolderías - que lo digan sino el coronel Manuel Baigorria y los hermanos Pincheira (*) o los Saá (*)(Bandidos que asolaron la region de cuyo que enfrentaban al ejercito)- pero en cuanto al resto de las supuestas virtudes que les son atribuidas, debe decirse que no eran mejores ni peores que sus enemigos del otro lado de la frontera: Ranqueles y pampas robaban, cautivaban y engañaban como cualquiera en aquella época bárbara de nuestra historia. Éramos un país violento y de aquella violencia participaban todos, indios y blancos, civiles y militares. Quizá no haya existido otra alternativa que la que se dio en las relaciones del Estado argentino y las parcialidades indígenas del desierto. Cada una de esas parcialidades, araucanas o araucanizadas ya - la ranquel con centro en Leubucó, la de Sayhueque en el Neuquén y la confederación de Calfucurá con su corte en Salinas Grandes- se estaban constituyendo ya en un proto-estado que acumulaba poder con el apoyo abierto o encubierto del gobierno y los particulares de Chile. Tenían su jerarquía de Gran Cacique, caciques secundarios y capitanejos y jefes de guerra; los lenguaraces y escribas al servicio de los caudillos indios eran embriones de cancilleres y ministros de estado; Calfucurá había aprendido de los blancos la teoría del origen "divino" de su autoridad y calificaba de "príncipe heredero" a su hijo Namuncurá, según cuenta Schoó Lastra (1). Aquel jefe, lo mismo que Pincén, Mariano Rosas o Yanquetruz trataban de igual a igual a las autoridades provinciales y muchas veces derrotaron a las tropas argentinas en batallas formales. Tal era la importancia dada por el estado nacional a las relaciones con ellos que en la época de Rosas estaban reservados a éste, como Encargado de las Relaciones Exteriores, la conclusión de los tratados de paz y prohibida su firma a los gobernadores. Aunque estas tribus realizaban un mínimo de tareas agrícolas, en realidad la base de su economía eran el abigeato y la comercialización de la hacienda robada. El malón era el "instrumento de producción" absolutamente preponderante: salvo el caso de partidas sueltas de "indios pobres", no sujetos a la disciplina tribal, no se trataba de "hurtos famelicus" los realizados, sino de una verdadera "industria sin chimeneas" a gran escala. Los ganados robados por decenas de millares a los esforzados criadores criollos de la frontera eran engordados en sitios especiales -como las "estaciones" de Tandil en la provincia de Buenos Aires, Cerro de los Viejos en La Pampa, Malargüe en Mendoza o Ruca Choroi en Neuquén- y luego conducidos en grandes hatos por trayectos y rutas regulares hasta la frontera con Chile, en donde eran vendidos (2) Los comerciantes, hacendados y traficantes de armas y alcohol chilenos impulsaban decididamente esta actividad "delictiva-industrial" y el gobierno transandino la fomentaba con su tolerancia cómplice, con vistas a su política expansionista sobre la Patagonia argentina. (1) Dionisio Schoó Lastra. El indio del Desierto, Biblioteca del Suboficial, Bs. As., 1937, p. 110 y 113. (2)Rafael Gorii: Los Corrales de Piedra de Tandil, en Revista de Antropología Nº6 , octubre/noviembre 1988, Bs. As., 1988, p. 79 y 80.(*)Los Pincheira :Famosos bandidos que asolaron la región de cuyo con sus tropelías. -Esas tribus - y sus actuales representantes indigenistas mal podían invocar su carácter de "dueños de la tierra". Habían comenzado su penetración orgánica y continuada a territorio argentino desde Chile a principios del siglo XVIII, pero los pobladores de la frontera y los soldados, oficiales y jefes criollos de la Conquista del Desierto con excepción de Fotheringham que era inglés y de Nicolás Levalle que era italiano y de algún otro - no tenían menos títulos como argentinos. Sus ancestros se remontaban a la misma o una más antigua época. Si pampas, ranqueles y manzaneros eran "dueños de la tierra" lo eran sólo en un sentido meramente metafórico, porque unos cuantos miles de indios dispersos y errantes no podían tener un dominio efectivo y eficaz de la pampa - teatro de sus correrías- ni tenían derecho a tenerlo, por que eran como el perro del hortelano: ni hacían producir a la pampa ni dejaban que otros lo hicieran. La Pampa y la Patagonia no tenían como propietarios exclusivos a los indígenas: ellas eran de todos los argentinos, indios y criollos o hijos de inmigrantes, de los que la ocupaban y de los que esperaban. Los primeros no podían excluir a los segundos del uso y explotación de una superficie inmensa, que alcanzaba para todos. La conquista del desierto era una necesidad histórica. Las tentativas de una acción civilizadora pacífica, en la que habían sacrificado sus vidas jesuitas y franciscanos en los siglos anteriores, habían fracasado porque no tenían en cuenta que los indios no sometidos aun estaban en otro estadio de la organización social. Se encontraban en la etapa pre-agraria y pre-alfarera, tronchados los gérmenes en un escaso desarrollo agrícola, al nivel de cazadores-recolectores (incluyendo el robo de ganado como una novísima forma de "caza"). Desprovistos de hábitos de trabajo, de disciplina laboral y de conocimientos adecuados como los que tuvieron, por ejemplo, guaraníes y comechingones, eran sólo nómades y guerreros. Contra esa naturaleza social de las tribus se estrellaban todos los esfuerzos por inculcarles formas más elevadas, que sólo podían ser producto de una larga evolución que la nación no podía esperar sin el peligro cierto de empobrecerse económicamente, perder la Patagonia a manos de Chile o ver surgir asomados a su frontera nuevos Estados bárbaros sometidos a la tutela imperialista. Esto último ya lo había intentado el francés Aurelio Antonio Tounens, alias "Orllie-Antoine I", rey de Araucania y Patagonia, en 1860/70. De allí que las expediciones de Roca y sus hombres se encuentren históricamente justificadas. La Conquista era necesaria. No, por supuesto, los abusos contra los vencidos que siguieron a ella. ;Muchos hombres de la Generación del Ochenta, en la prensa y en el Parlamento Aristóbulo del Valle, Juan Carballido, Mariano Demaría, Lucio V. Mansilla... - hicieron oír sus voces contra tales abusos (3). No era necesario que los indígenas derrotados fueran incorporados por la fuerza a las filas del Ejército o de la Marina, o enviados como peones serviles a los ingenios de Tucumán y los quebrachales de Santiago, ni que las "chinas" capturadas se distribuyeran como sirvientas entre las familias acomodadas de Buenos Aires o de Río Cuarto, o que los valerosos jefes indios fueran encerrados por años en Martín García, rodeados de agua en vez de pampa. No era necesario despojarlos de las tierras que precisaban para desarrollar una vida digna ni que se los considerara argentinos de segunda clase. La concepción pergeñada en relación al Paraguay vencido en 1869 por el canciller Mariano Varela -"La victoria no da derechos"- si era aplicable a los paraguayos, lo era también a los indígenas argentinos. Pero, lamentablemente, "la historia avanza por su lado malo", como decía Hegel. El progreso agropecuario se logró al precio de la derrota no sólo de los indios, sino del conjunto del pueblo argentino: de los ocupantes criollos de la frontera y de los jefes, oficiales y soldados argentinos que recibieron por su esfuerzo de guerra títulos al portador que la necesidad les obligó a enajenar por monedas a acaparadores y latifundistas. Como bien dice Luis V. Sommi, estudiando los títulos de propiedad de la tierra pública no se ve que figuren entre ellos el legendario y valeroso coronel Conrado Villegas, ni el humanitario Comandante Manuel Prado, partidario de la conquista pacífica del Desierto, ni tantos otros apellidos que figuraron por años en las listas de los combatientes. (3) Diana Isabel Lenton, Relaciones interétnicas: derechos humanos y autocrífica en la Generación del '80, en Lo Problemótica Indígena, C.E.A.L., Bs. As., 1992, p. 27a65. Con razón escribió el mismo Prado: "¡Pobres y buenos milicos! Habían conquistado 20.000 leguas de territorio y más tarde, cuando esa inmensa riqueza hubo pasado a manos del especulador que la adquirió sin mayor esfuerzo y trabajo, muchos de ellos no hallaron - siquiera en el estercolero del hospital - rincón mezquino en que exhalar el último aliento de una vida de heroísmo, de abnegación y verdadero patriotismo" (4) Ellos no tuvieron ni aun el consuelo que los virtuosos franciscanos brindaron a los indígenas despojados de todo. Sin embargo, esta situación - que llega hasta hoy - no autoriza repudios ridículos, como los propuestos por los indigenistas extremos, de voltear en el Sur las estatuas de Roca - constructor del estado nacional y asegurador de nuestro espacio soberano - o del Perito Moreno, defensor de sus fronteras, descubridor de sus potencialidades naturales y amigo de Sayhueque. Es un reduccionismo absurdo identificar a dirigentes, militares y científicos con los que se aprovecharon sórdidamente de sus esfuerzos, aunque algunos de ellos hayan conseguido integrarse. Tampoco autoriza a tomar partido, retrospectivamente, por los salvajes contra quienes nos dieron Patria y Cultura - la misma cultura que les permite escribir contra ellos -. Si uno lee los juicios críticos de los indigenistas - historiadores, antropólogos y sus divulgadores - advierte la carencia de sentido histórico de sus afirmaciones y la naturaleza unilateral y mezquina de las mismas. Antidialécticos, miopes, para estos ideólogos gratos al establishment todo se reduce a un único concepto explicativo: "Genocidio". Es cierto: en el lapso que va de 1820 a 1882 murieron (fueron "asesinados", marcan ellos) 7.598 indios, según el prolijo inventario de Martínez Sarasola, pero se olvida poner el mismo énfasis en señalar que, en el mismo periodo, los malones causaron más de 3.200 víctimas entre la población "blanca" (5) ¡No eran mancos los salvajes con chuza! Añadamos, para ir reduciendo los mitos que adornan el tratamiento del asunto, que también las tribus utilizaban en su resistencia el Remington, cuyo parque iba creciendo merced al aprovisionamiento de hacendados y traficantes chilenos. Todo con el agravante de que la mayor parte de los muertos indígenas eran indios de pelea, mientras que entre los criollos lo eran mujeres, niños y trabajadores pacíficos de la Frontera. Recordemos que durante la llamada "Invasión Grande" de Calfucurá a la provincia de Buenos Aires a fines de 1875, solamente "en Azul - dice Juan Carlos Walther- 400 vecinos fueron asesinados, 500 cautivados y los indios arrearon unos 300.000 animales', (6) (4)Comandante Prado, La guerra al malón, BUDEBA, Bs. As., 1967, prólogo de Luis V Sommi, p. 12. (5)Carlos Martínez Sarasola, Nuestros paisanos los indios, Editorial Emecé, Bs. As., tablas de p. 555 a 563. (6) Juan Carlos Walther, La Conquista del Desierto, Círculo Militar, Bs. As., 1964, p. 452. Y si uno lee con más atención aún a los teóricos etnopopulistas, advierte tras las líneas que escriben - vergonzante, reprimido, pero palpable - el deseo infantil de que los indios hubiesen vencido en su puja secular contra "los malos" (paisanos y soldados criollos) ¿Acaso porque las poblaciones indígenas de nuestras grandes llanuras eran pueblos sometidos o explotados, que merecen solidaridad retrospectiva en su resistencia? Si éste es el motivo, estamos en presencia de un error romántico: araucanos, pampas, manzaneros, ranqueles, no estaban sometidos a una opresión nacional ni a una explotación de clase, que exigen - cualquiera de ellas- el control efectivo de una estructura dominante sobre la población y/o las riquezas de otra. Los salvajes estaban fuera de la estructura económica y política de la Argentina criolla -aunque se contactaran con ella en la línea de Frontera - porque tenían su propia estructura social independiente, todo lo primitiva, violenta y dispersa que se quiera, pero independiente de la otra. La soberanía argentina sobre las pampas y las soledades patagónicas era puramente nominal. Diré más: algunas de aquellas sociedades de la pampa (estamos dejando en el análisis las tribus patagónicas, que es otro problema), para el último tercio del siglo iban ya perdiendo su carácter naturalmente igualitario y comenzaban a conocer formas de explotación interna. Verbigracia: sobre los cautivos y cautivas tomados en sus malones y sobre los esclavos (¡que eran indios!) que adquirían en Chile a cambio de ganado. Ya en fecha tan temprana como 1680, Juan de Cabrera y Velazco, descendiente del fundador de Córdoba, denunciaba, por ejemplo, que los pampas ayudaban a la resistencia araucana en Chile "suministrándoles anualmente muchos millares de vacas y gran cantidad de caballos y yeguas, recibiendo en pago esclavos indígenas, de ambos sexos" (7) Y ¿qué otra cosa que explotación del trabajo ajeno, en el más estricto de sus significados, era el continuo robo de ganados vacunos y equinos para vender en el país trasandino? Era un comercio harto fructífero hecho con las provincias de Talca, Maule, Linares, Ñuble, Concepción, Arauco y Valdivia, a cuyo influjo se enriquecían caciques y capitanejos, introduciendo la diferenciación social de clases en el seno de tribus hasta hacía poco relativamente homogéneas. Un indio que logra vender una tropa de vacas en Valdivia, dice Schoó Lastra, "volvía bien vestido y provisto de todo lo que pudieran necesitar él y los suyos para una temporada: esclavos indígenas, mantas, ponchos, alcohol, dagas, machetes, yesqueros, pañuelos finos de Europa para vinchas, aperos, chapeados de plata, alhajas del mismo metal para sus mujeres y caña de coligué para armar lanzas" (8) Los ranqueles - unos seis a diez mil en total- tenían por los años de la famosa Expedición de Lucio V. Mansilla, alrededor de 700 esclavos blancos. En 1864, sólo en Río Cuarto, se habían apoderado de 200 cristianos en un mes. La venta de los animales robados - 40.000 reses al año de promedio en los años previos a la campaña de Roca -, hecha en Chile, a razón de tres o cuatro pesos por cabeza, introducía ya la economía monetaria en las sociedades indígenas, al extremo de que los avisados comerciantes de la Frontera como los de Río Cuarto que recuerda Terzaga - realizaban publicidad en los periódicos de la zona ofreciendo a los indios pasto seco a un real la arroba. (9) El arrendamiento en beneficio particular de campos de invernada para los estancieros chilenos radicados en el sur de Neuquén, y los sueldos percibidos de las autoridades chilenas caso del cacique Currán - que pretendían mantener derechos soberanos de este lado de la cordillera, eran otras dos vías complementarias de enriquecimiento privado de caciques y flamantes magnates de la falda oriental de los Andes. (7) Schoó Lastra, op. cit., p. 33. (8) Idem, p. 32. (9) Alfredo Terzaga, Historia de Roca, Peña Lillo Editor, Bs. As., 1976, tomo II, p. 15. El rico cacique Caepe, de Neuquén, estaba emparentado con el Presidente chileno general Manuel Bulnes, y el llamado Juan Agustín que se especializaba en devastar el sur mendocino era en realidad un "honrado propietario" en Chile. Más lejos aún, el capitanejo Cayumán realizaba correrías en la provincia de Buenos Aires, pero en la patria de O'Higgins era don Francisco Palacios, también estanciero y además Juez. No ha de creerse, empero, que las diferenciaciones sociales crecían solo a la sombra de Chile. En nuestro país, el cacique Casimiro Catriel, tradicional aliado de las autoridades argentinas y enemigo de Calfucurá, durante los períodos de paz habitaba en su casa en la ciudad de Azul, usaba carruaje y tenía abierta su cuenta en el Banco del lugar. Por lo demás: ¿Qué hubiera ocurrido en caso de una victoria de las indiadas sobre Buenos Aires, Córdoba y Mendoza? ¿Se hubiera acaso implantado un régimen social superior, alguna estructura progresista y racional, alguna especie de "socialismo" quizás? Con sólo pensarlo cinco minutos se advierte lo absurdo del planteo: los fieros habitantes de las pampas no eran portadores de un sistema social más avanzado que el del capitalismo agrario que se encontraba en curso de desarrollo, sino más atrasado. Su triunfo hubiera implicado una "edad oscura", como la que siguió en el imperio romano a la victoria de los bárbaros germanos, salvadas sean las distancias, aunque obviamente hubiera sido de breve duración. Incluso las mismas sociedades Indias estaban en pleno retroceso social y cultural, habiendo pasado, gracias al empleo del caballo, de su primitivo estado de proto-agricultores de a pie en Chile y Neuquén, al de cuatreros nómades montados en las pampas argentinas, como ya bien supo señalar Coni en sus estudios. Los que ven con simpatía retrospectiva la resistencia del indio al avance del capitalismo agrario quizá se hayan tomado en serio la afirmación del aventurero y empresario rumano Julio Popper acerca de las "alarmantes tendencias comunistas" de los indios fueguinos (10) Sin embargo, con esa frase - como bien dice Arnoldo Canclini -Popper sólo trataba de señalar la ausencia del concepto de propiedad privada entre los onas y nada más. Reprochados por no limitarse a cazar guanacos y devastar los ganados de los flamantes estancieros chilenos y extranjeros de Tierra del Fuego, los indígenas justificaban el carácter de bienes mostrencos - y, por lo tanto, socializables por ellos- de todas las haciendas de la isla, con este asombroso razonamiento teórico: "Todo es guanaco: una oveja, es guanaco chico; un caballo, es guanaco grande". Estábamos lejos incluso del "socialismo incaico" organizado que algunos antropólogos han querido ver en el Perú precolombino. Reemplacemos, entonces, la visión romántica y errónea por una perspectiva más veraz, humana y científica, que tenga en cuenta todos los factores implicados en el problema del indígena y el Desierto. La balcanización étnica No se concluya pues, como hacen los neo-indigenistas, en una reivindicación anacrónica de culturas que ya no están y a exigir para poblaciones indígenas profundamente penetradas ya por la cultura europea el derecho a formaciones estatales propias. (10) Arnoldo Canclini, Julio Popper Quijote de oro jueguino, Editorial Emecé, Bs. As., 1993, p. 47 Los mapuches actuales - explica el indigenista chileno Hugo Carrasco Muñoz- aspiran a un estado que sin estar separado del Estado chileno, tenga independencia económica, política y cultural" (11) En realidad, se queda corto: el grupo político mapuche "Nehuén Mapu" reclama que dicho estado se extienda también sobre tierras de nuestro país, al que llaman "Puel Mapu" (Tierra del Este) (12) Y así siguiendo tendríamos un estado para los aymarás, otro para los coyas, otros para los guaraníes, los tobas, los wichi-matacos, etc. Es la línea de la "cuestión nacional" que planteaba, llevada al absurdo, el teórico del stalinismo boliviano, Jorge Obando, quien en 1961 había aplicado su microscopio social sobre Bolivia para descubrir que la "nación boliviana" "subyugaba" a ¡34 nacionalidades y etnias! Años atrás, su colega argentino Rodolfo Ghioldi había a su vez preconizado la autonomía para los grupos de colonos judíos y piamonteses de Entre Ríos y Santa Fe... Habían entendido la Cuestión Nacional al revés: en vez de esforzarse por constituir la gran Nación Inconclusa Latinoamericana, proponían subdividirla aún más en parcialidades "nacionales". En otros etnopopulistas, el delirio alcanza grados inusitados: Bonfill Batalla y Nemesio Rodríguez sostienen que como "la sociedad precolonial era perfecta y la invasión vino a interrumpir su desarrollo normal", "con la liberación será posible restaurar la sociedad precolonial y seguir adelante sin la interferencia de Occidente". "Este proyecto -añaden- conlleva la necesidad de expulsar a la civilización occidental y sus agentes, para hacer del continente la patria india, que siempre (salvo el paréntesis colonial) ha sido" (13) ¿Cómo lo conseguirán? ¿Expulsando de América a doscientos millones de descendientes de europeos puros? ¿O estableciendo en un apartheid invertido, el gobierno de los pueblos indios (10% del caudal demográfico de América Latina según el pro indigenista Adolfo Colombres) sobre el 90% de los no-indios? (14) ¿Y con qué instrumento? Utopía absurda por impracticable. Para mal o para bien, somos los que somos como resultado de una amalgama histórica que ya no puede ser separada en sus elementos componentes. América mestiza, producto sincrético de indios, negros y europeos, es una realidad que no puede ser desecha por un acto de voluntarismo indigenista. Somos una unidad geográfica, cultural, idiomática y religiosa que busca constituirse como Estado nacional. (11) Hugo Carrasco Muñoz, Un huinca de corazón mapuche, entrevista de Beatriz Molinan, en Lo Voz del Interior Córdoba, 5-9-91, Sección Cultura (12) Juan Carlos Radovich, Politica indígena y movimientos étnico: el caso Mapuche, en Cuadernosde Antropología N04, Bs. As., diciembre de 1992, Universidad de Luján, p. 59: "Reclaman la unificación del territorio mapuche: la Gulu Mapu (Tierra del Oeste, para designar a Chile) y la Puel Mapu (Tierra del Este, como denominan a la Argentina), reafirmando a la vez esta unificación en el plano simbólico con la recuperación del uso de la lengua materna (mapudungún), y con la creación de una bandera unica..." (13) Guillermo Bonfill y Nemesio Rodríguez, Las Identidades prohibidas. Situación y proyectos de los pueblos indios de América Latina, SCA Proyect, mímeo, México, 1981, p. 74. (14) Adolfo Colombres, A los 500 años del choque de dos Mundos, Ediciones del Sol - CEHASS, Villa Dominico, 1989, p.10. Basic Style