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Quiénes somosAl finalA Los Sonetos de mi VidaA O Recuncho do Galego
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DIEGO DE SILVA Y MENDOZA,
CONDE DE SALINAS
(1564-1630)


Juraré que os amé todos mis días
antes de ser posible conoceros;
cuanto bien quise hasta llegar a veros
sombras vueron de vos y profecías.
Pasé, buscándoos con las ansias mías,
ídolos que a vos sirven de luceros;
de fuego en fuego acrisolé el quereros,
y el fin hallé sin fin a mis porfías.
Podéis vos con vos misma persuadiros,
pues de las perfecciones, las más puras
hasta llegar a vos fueron ensayos;
a servir aprendí para serviros;
derívanse del sol las hermosuras;
sol adoraba el que adoró sus rayos.





De tu muerte que fue un breve suspiro,
¡qué largo suspirar se ha comenzado!
Es cilicio en el alma mi cuidado
que le estrecha y aprieta cuando miro.
Si hay vez en que esforzándome respiro,
más me ahoga un aliento procurado;
no sé si trueco o si renuevo estado
cuando a escuchar el alma me retiro.
Cual gusano que va de sí tejiendo
su cárcel y su eterna sepultura,
así me enredo yo en mi pensamiento;
si es morir acabar de estar muriendo,
lo que nunca esperé de la ventura
esperaré del mal de un bien violento.





Nunca ofendí la fe con la esperanza;
vivo presente en olvidada ausencia;
después de eternidades de paciencia
no merezco quejarme de tardanza.
Soy sacrificio que arde en tu alabanza
-fuera morir no arder sin resistencia-,
¡oh puro amor, oh nueva quintaesencia!,
de infierno sacas bienaventuranza.
Cerca de visto y lejos de mirado,
ni de agravios me vi favorecido,
ni tu olvido alcanzó de qué olvidarse;
tu descuido encarece mi cuidado;
quererte más no puedo, ni he podido,
que esto es amarte y lo demás amarse.





Este largo martirio de la vida,
la fe tan viva y la esperanza muerta,
el alma desvelada y tan despierta
al dolor y al consuelo tan dormida;
esta perpetua ausencia y despedida,
entrar el mal, cerrar tras sí la puerta,
con diligencia y gana descubierta
de que el bien ho halle entrada ni él salida;
ser los alivios más sangrientos lazos
y riendas libres de los desconciertos,
efecto son, Señor, de mis pecados,
de que me han de librar esos tus brazos
que para recibirme están abiertos
y por no castigarme están clavados.





Estas lágrimas vivas que corriendo
van publicando lo que el alma calla,
son una diligencia sin pensalla
que en mi favor está el dolor haciendo.
Quien llora está atreviéndose temiendo,
vencido de su pena por no dalla;
toma el llanto a su cargo el declaralla;
nadie la dice y él la está diciendo.
Vos podréis descifrar algún suspiro
sin que yo pierda el nombre de callado;
mas palabra no oiréis de mis enojos,
pero tendré, por fuerza, cuando os miro,
remitido el deciros mi cuidado
a la lengua del agua de mis ojos.





Ni el corazón, ni el alma, ni la vida
os entregué, Señora, enteramente,
lo que de esto padece y lo que siente
quiso dejar conmigo la partidal
Parte es del fuego a vos restituida
lo tímido, lo hermoso y lo luciente;
lo claro, vivo, puro y más ardiente,
¡no hay partir que del alma lo divida!
Los asombros, congojas y cuidados,
ardientes ansias y encogidos hechos
con que continuamente me persigo,
esto no va con vos, en mí ha quedado;
lágrimas tristes que penetran cielos,
éstas corren tras vos, de mí y conmigo.





Una, dos, tres estrellas, veinte, ciento,
mil, un millón, millares de millares,
¡válgame Dios que tienen mis pesares
su retrato en el alto firmamento!
Tú, Norte, siempre firme en un asiento,
a mi fe será bien que te compares;
tú, Bocina, con vueltas circulares,
y todas a un nivel, con mi tormento.
Las estrellas errantes son mis dichas,
las siempre fijas son los males míos,
los luceros, los ojos que yo adoro;
las nubes, en su efecto, mis desdichas,
que lloviendo crecer hacen los ríos,
como yo con las lágrimas que lloro.





Cuantas fueron, serán y son ahora
extremo de hermosura y fundamento,
sólo el serviros de encarecimiento
las honra, perfecciona y las mejora.
De verse muda el alabanza llora;
tiembla de vos el mismo atrevimiento,
donde para el mayor entendimiento
aún no comienza lo que sois, Señora.
Queda lo más que puede encareceros
comparándose a vos encarecido;
menos dice quien más os encarece;
hablar para callar, es ofenderos,
y aunque es hablar haber enmudecido,
¡alábeos el callar que no enmudece!



Al principio

La Palestra de Euterpe.