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Quiénes somosAl finalA Los Sonetos de mi VidaA O Recuncho do Galego
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FRANCISCO DE RIOJA.
(1583-1659)


Cuando te miro, oh fresno, así al helado
soplo del Aquilón, calvo la frente,
y al tibio y blando soplo de Occidente
de purpúreo verdor la cima ornado,
alegre vuelvo a mi anterior estado
y esfuerzo así mi corazón doliente:
"Espera, no importunes al luciente
cielo con voces y con llanto airado.
Tiempo será que tan crecida pena
acabe, y tu luz goces, si oprimido
yaces ahora en tan profundo hielo.
Y si el volver del incansable cielo
da a un mudo tronco el verde honor perdido,
¿cómo a ti no tu pura luz serena?"




A LAS RUINAS DEL ANFITEATRO
DE ITÁLICA.

Estas ya de la edad canas rüinas,
que aparecen en puntas desiguales,
fueron anfiteatro y son señales
apena de sus fábricas divinas.
¡Oh, a cuán mísero fin, tiempo, destinas
obras que nos parecen inmortales!
Y ¿temo? Y ¿no presumo que mis males
así a igual fenecer los encaminas?
Este barro, que llama endureciera
y blanco polvo endurecido atara,
¡cuánto admiró y pisó número humano!
Y ya el fasto y la pompa lisonjera
de pesadumbre tan ilustre y rara
cubre hierba y silencio y horror vano.




Temes en vano al rayo que te ofende
ser en polvo y en humo convertido,
aunque del pecho tuyo en lo escondido
tanto con ambicioso ardor se extiende.
El regalo, ¿a cuál ánimo defiende?,
antes lo tiene débil y oprimido;
sólo constante te hará y sufrido
a padecer, el fuego que te enciende.
Como el barro que diestra mano informa
de la impelida rueda al movimiento,
apena estable en su primer figura,
que mientra al agua y viento se conforma,
yace frágil, y firme sufrimiento
le da la llama con que eterno dura.




En mi prisión y en mi profunda pena
sólo el llanto me hace compañía,
y el horrendo metal que noche y día
en torno al pie molestamente suena.
No vine a este rigor por culpa ajena;
yo dejé el ocio y paz en que vivía,
y corrí al mal, corrí a la llama mía
y muero ardiendo en áspera cadena.
Así del manso mar en la llanura,
levantando la frente onda lozana,
la tierra al agua en que nació prefiere,
mueve su pompa a la ribera, ufana,
y cuanto más sus cercos apresura,
rota más presto en las arenas muere.




Ardo en la llama más hermosa y pura
que amante generoso arder pudiera,
y necia envidia, no piedad severa,
tan dulce incendio en mí apagar procura.
¡Oh, cómo vanamente se aventura
quien con violencia y con rigor espera
que un alto fuego en la ceniza muera
mientra un alma a sabor en él se apura!
Si yo entre vagas luces de alba frente
me abraso, y entre blanda nieve y rosa,
es culpa de tu amor no hacer caso:
no es la lumbre del sol más poderosa
y agrada más naciendo en oriente
que cuando se nos muestra en el ocaso.




¿Cómo será de vuestro sacro aliento
depósito, Señor, del barro mío?
Llama a polvo fiar mojado y frío
fue dar leve ceniza en guarda al viento.
¿Qué superior, qué puro movimiento
habrá en ardor a quien el peso impío
desta tierra mortal apaga el brío
y los esfuerzos a su ilustre asiento?
Piedad este encendido soplo aguarda
que en mí se halla duramente atado,
mientra el postrer desmayo se difiere;
y si entre tanta oposición dejado
fuere de vos, mi eterno fin no tarda,
que un breve fuego aun sin contrarios muere.




A LA FUGACIDAD DEL TIEMPO

Como se van las aguas de este río
para nunca volver, así los años,
y sólo dejan infalibles daños
que reparar no puede el voto mío.
Fundamos esperanzas al estío
desde el invbierno, ¡oh, ciego error!, ¡oh, engaños!,
y nos huyen los tiempos por extraños
modos, y huye el floreciente brío.
La dulce atrocidad de aquellos ojos,
ante quien ya perdí color y aliento,
tras sí la lleva a más andar el día.
Vive tú a la opinión, de honor sediento,
que yo al ocio plebeyo viviría,
si apenas hay de lo que fui despojos.




¡Oh, rotos leños y mojado lino,
horror a la ambición más lisonjera,
que mal fundado error tu luz primera
en la selva turbó robusto pino!
Y tú, atrevida yerba, que camino
a fábrica naval diste en la fiera
agua, ya por su injuria en la ribera
eres triste escarmiento al peregrino.
¡Oh, mil veces dichoso el que igual cuenta
largas horas en ocio entre sus lares,
superior a vulgares opiniones!
Que ni la suerte envidiará sedienta,
ni, inútil peso, temerá en los mares
escudriñar sus íntimas regiones.




Cánsome en fabricar lenta fortuna
con el error que a los humanos lleva;
mas la experiencia a mi razón le prueba
que igual me ha de seguir la de la cuna.
Esta luz, para mí nunca oportuna,
sólamente en mi daño se renueva,
ni sé qué más a sus orientes deba
que la vez de los casos importuna.
Y estoy ya tan de parte del engaño
que fabulosas glorias me propone,
que acción no acuso de funesta suerte;
así a sus leyes ambición dispone
el ánimo, y en tanto errar no advierte
la verdad, que le avisa el desengaño.




Celos que perturbáis la gloria mía
y heláis tal vez mi peregrino fuego,
crédito siempre a vuestra injuria niego
porque apagar mi ilustre ardor porfía.
Pero la blanca nieve que encendía
en mí, llama a quien doy humilde ruego,
aunque su lumbre solicito ciego,
con frecuentes ofensas me desvía.
A mi tormento entonces lisonjea
un hielo que en mí corre blandamente,
y en él hallo, aunque breve, algún consuelo.
Mas, ¡oh, celos! ¡Oh, infierno! ¡Oh, rabia ardiente!
¿Cuando será que vuestro helar no crea?
Que más me abraso cuanto más me hielo.




Prende, sutil metal, entre la seda
que el pelo envuelve y ciñe ilustremente,
el rico lazo que de excelsa frente
sobre el puro alabastro en punta queda;
o prende la vistosa pompa y rueda
del translúcido velo refulgente
debajo el cuello tierno y floreciente
en quien, ¡oh!, ni el pesar ni el tiempo pueda;
que en mí será tu aguda punta ociosa,
y de nuevo herir o dar favores
no puede otra virtud en ti escondida
mientras hay viva nieve y blanda rosa
y en desmayados ojos resplandores,
árbitros de la muerte y de la vida.



Al principio

La Palestra de Euterpe.