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Quiénes somosAl principioA Los Sonetos de mi VidaA O Recuncho do Galego
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GABRIEL BOCÁNGEL.
(1603-1658)


A UN SOLDADO QUE, SUCUMBIDO EN
UN HECHO DE ARMAS, SE QUEDÓ
UN RATO EN PIE DESPUÉS DE MUERTO.

Tu obstinado cadáver nos advierte
que hay vida muerta, pero no vencida,
pues sólo en tu valor, sólo en tu vida,
algo miró después de sí la muerte.
Fuerte es la Parca, pero tú más fuerte;
no se debió a su golpe tu caída;
tú contra ti la ayudas ya rendida,
que, ¿quién pudiera, sino tú, vencerte?
Tú dividiste el trance indivisible
de morir y postrarte, tan altivo,
que en el daño común no hallas ejemplo.
¿Cuánto más que inmortal y que invencible
contemplaré que fuiste cuando vivo,
si el cadáver intrépido contemplo?




AL MISMO ASUNTO QUE EL ANTERIOR.

Hasta que mueres tú, joven valiente,
el morir y el rendirse fue una cosa;
ya dos serán, pues muere y no reposa
ese primer cadáver y viviente.
Tan sólo tú, después de tu occidente,
dejas la Parca atenta y oficiosa,
tan suspensa que ignora, temerosa,
si ella o tú padecéis el accidente.
¿A quién (pregunto yo) más que la vida
duró el valor? ¿Quién mereció difunto
o fue envidiado cuando polvo incierto?
¡Oh prevención del hado nunca oída,
pues te reserva con tan nuevo asunto
ser inmortal para después de muerto!




¿Qué son los celos? El mayor tormento;
áspid que del veneno se alimenta,
con que a otros mata; infierno que atormenta
la memoria, el discurso, el pensamiento.
Quimeras admitir, abrazar viento,
hacerse de la parte de su afrenta;
curar el mal con lo que más se aumenta,
negarse en la experiencia al escarmiento.
De la menor sospecha que le llama,
el crédito fiar, que el juicio altera;
relámpago sin luz, fuego sin llama.
Si esto los celos son, con ser quimera,
¿qué será un desengaño? ¡Ay de quien ama!
¡Ay de aquella otra vez que aquí le espera!




PROPONE EL AUTOR DISCURRIR
EN LOS EFECTOS DE AMOR

Yo cantaré de amor tan dulcemente
el rato que me hurtare a sus dolores
que el pecho que jamás sintió de amores
empiece a confesar que amores siente.
Verá como no hay dicha permanente
debajo de los cielos superiores,
y que las dichas altas o menores
imitan en el suelo su corriente.
Verá que, ni en amar, alguno alcanza
firmeza (aunque la tenga en el tormento
de idolatrar un mármol con belleza).
Porque, si todo amor es esperanza
y la esperanza es vínculo del viento,
¿quién puede amar seguro en su firmeza?



Al principio

La Palestra de Euterpe.