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Artículos de prensa publicados

en una columna del periódico

"El Universal de Cartagena"

 

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Queremos tanto a Marilyn...

 

 

"El sentimiento rodea las cosas de Marilyn", reza un titular de la CNN sobre la subasta en la que un grupo de ciudadanos norteamericanos pagó un total de US$ 13'405.785 por estuches de maquillaje, cacerolas, diversos enseres de cocina, barras de pesas, un televisor modelo 1950 de 13 pulgadas (sin conexión para cable, como es obvio) y otros trastos que eran propiedad de la inolvidable actriz. Una hoja de cuaderno con su letra autógrafa que decía "He does not love me" refiriéndose a alguien desconocido, fue subastada por US$ 12.650; el anillo con el cual se juró amor eterno con Joe DiMaggio (al cual le falta uno de sus 35 diamantes originales) por US$ 772.500; y por último (last but not least), el deslumbrante vestido color carne incrustado de pedrería que usaba el día que cantó el "Happy Birthday" al presidente John F. Kennedy hace unos 40 años, fue subastado en US$ 1'267.500.

 

Al cambio actual, la cifra pagada por este vestido se aproxima a la nada despreciable suma de $2.500'000.000 de pesos colombianos. Repito: dos mil quinientos millones de pesos. Sin caer en la hipocresía de que no me gusta el dinero, porque sí me gusta, créanme que no soy amigo de considerar cifras tan elevadas, porque siempre he pensado que uno puede manejar el dinero hasta cierto límite, a partir del cual es el dinero el que lo maneja a uno. Pero bueno, no dejo de maravillarme al pensar en todas las cosas útiles, inútiles, bellas, emocionantes, divertidas y sabrosas que podrían hacerse con esa millonada, en vez de invertirla en un vestido para tenerlo colgado... ¿Para qué?  Como ya lo habrán lavado, es improbable que aún guarde así sea un mínimo recuerdo del sensual aroma que alguna vez debió habitar en las axilas de Marilyn. Luego de un picante debate sobre el asunto en medio de unas frías cervecitas de sábado por la tarde en un bar al aire libre muy cartagenero, "frente a la piel de las murallas", en compañía de Ivonne, Esmeralda, Eparkio Vega, Álvaro Delgado y Sícalo Pinaud, concluimos que lo más probable es que ese famoso vestido ahora huela a naftalina.

 

Sin embargo, sabemos que Eróstratos quemó el templo de Artemisa tan sólo por obtener la fama, y que otro oscuro personaje de cuyo nombre no quiero acordarme, disparó contra John Lennon, sin duda por la misma razón. Yo creo que la interpretación es simple: esos pobres millonarios son personas que se sienten tan poca cosa que creen que al empinarse sobre su dinero sacarán un poco la cabeza de entre la chusma anónima y lograrán que la humanidad advierta su presencia, así sea en ese vértigo fugaz del titular del momento o la noticia de moda, pensando a lo mejor que así justificarán su anodina existencia, sin percatarse de que lo único que logran con su estólida actuación es reafirmar que pertenecen a la clase de los que son porque tienen y no de los que tienen porque son, según nos ha enseñado Erich Fromm.

 

Pero ¿qué nos importa a nosotros lo que hagan unos ricachos gringos con su plata? Ya que Norteamérica es un país libre, que cada cual haga de su capa un sayo. No importa, por citar apenas un ejemplo, que en el África subsahárica haya 22 millones de casos de infección por VIH, y que con los trece millones y pico de dólares que se gastaron estos respetables señores en adquirir los chécheres de Marilyn se hubieran podido tratar, a un costo de US$ 4 cada una, más de tres millones trescientas mil mujeres africanas embarazadas con el fin de impedir la transmisión del virus del sida a sus hijos. Un sólo niño recién nacido sin sida vale más que todos los vestidos de todas las divas pasadas, presentes y futuras. Y qué decir entonces de nuestra dolida Colombia, subyugada e hipnotizada por esta cultura del consumo importada de nuestro poderoso vecino del norte; qué decir de nuestro país neoliberal y capitalista, regido por las leyes de la oferta y la demanda, donde no creo que alguien se atreva en las actuales circunstancias a comprar el vestido de Marilyn, pero quizás haya quienes puedan, y donde sin duda sí se gasta el dinero en muchas ociosidades que carecen en absoluto de prioridad, mientras se cierran los hospitales públicos, los maestros y los jubilados se marchitan a consecuencia del desamparo del gobierno, donde los niños de las clases pobres no tienen escuelas dignas donde asistir, y donde se estrangula a la clase media con impuestos, créditos para vivienda impagables y otras vicisitudes de nuestro infortunado destino como ciudadanos de un estado poderoso para reprimir y débil para proteger.

 

Como bien dijo durante la agradable tertulia vespertina de ese sábado el maestro Álvaro Delgado, tan preciso con el lente de su cámara como con el fino humor de sus palabras, con las cuales y con su venia quiero terminar esta nota de título cortazariano, si en todo este asunto por algo había que pagar, entonces la gracia estaba no en pagar por el vestido, sino por el desvestido de Marilyn.

                                     

 

 

 

Una inolvidable experiencia estética.

 

 

La primera sensación que uno tiene al contemplar la obra pictórica de Heriberto Cogollo es la de que sus cuadros tuvieran luz propia. Es una luz nítida, pero nunca excesiva, y que delimita con precisión los volúmenes y las formas. Es como si ese sol casi crepuscular de verano que ilumina y define los detalles del paisaje se hubiera metido dentro de los intersticios del lienzo y alumbrara todo el conjunto desde dentro.

 

Casi enseguida nos sentimos impresionados por su ejecución impecable, pulcra. Esa minuciosidad del detalle que transmite un mensaje sensorial que está más allá del simple estímulo visual. Pudiéramos decir que sus cuadros no sólo se ven, sino que también se palpan, se degustan, se escuchan, se olfatean. Que su volumen sale en busca de nosotros, como si quisiera acariciarnos. Que la piel de sus mujeres y el aire de sus espacios parece que nos invitaran a degustar su aroma.

 

En uno de sus cuadros, de súbito nos sorprende un triángulo de espeso musgo negro en el vórtice de unos muslos robustos y morenos, pertenecientes a una extraña y soberbia sacerdotisa sorprendida en la mitad de un acto ritual salvaje y lleno de un erotismo que de alguna manera está vecino a la muerte. En el suelo de tierra apisonada, un pájaro moribundo, inmóvil, con un lejano olor a sangre, y que aún está tibio: si lo tocáramos, alcanzaríamos a percibir su exiguo palpitar durante los breves instantes que lo separan de la muerte. Y la serpiente lisa y fría. Y el penetrante olor a podredumbre marina que se desprende del pargo rojo que sostiene en su diestra. Y el paisaje del fondo, un ocaso fantástico, remoto y misterioso...

 

En otro cuadro casi que podemos imaginar las últimas notas que brotan del piano cuyas teclas acaban de ser pulsadas por un pianista de quien sólo vemos las manos, mientras una mujer de pelo negro que no sabemos bien si ríe o canta parece que hubiera sido iluminada bruscamente por un chorro de luz que rebota con fuerza de su traje color blanco hueso... Es como si una canción se hubiera congelado súbitamente en el presente continuo del lienzo, en ese tiempo mágico de la belleza que no transcurre, pero que existe allí, contenido en su ámbito plástico.

 

Y en otro más el poderoso caballo de cola pródiga y ancas robustas, lleno de todo su color y de toda su fuerza. Y la perrilla lánguida que nos recuerda de inmediato a Marroquín, perra de canes decana, con sus míseras tetas colgando bajo el costillar, y que no logra pasar desapercibida a pesar de que casi se sale por la esquina inferior derecha del cuadro.

 

Y cuántos detalles más que dejo para los expertos, que seguramente podrán explicar muchos aspectos técnicos que ignoro y que quizás nos ayuden a percibir mejor la espléndida plenitud de su arte. Yo sólo puedo expresar mi maravilla, con la limitación que me imponen las palabras. Pero nada puede compararse a la experiencia de mirar sus cuadros. Ellos son los que expresan lo que de ninguna otra forma podría expresarse ni explicarse. Cualquier otra cosa que se diga es accesoria: simplemente hay que verlos.

 

 

 

 

Carta de amor para iniciar el año.

 

 

A mis hijas.

 

Quisiera decirles cuánto las quiero, pero no puedo encontrar el sentido de la palabra cuánto para expresarles mi cariño. Simplemente las quiero, o mejor, las quiero todo. En el amor, y en general en los sentimientos, no cabe la cuantificación. Sólo pueden cuantificarse las cosas materiales.

 

Pero bien, para darles una idea de la naturaleza de mi amor, hoy les digo lo que ya ustedes deben haber intuido hace rato: que estoy dispuesto a darlo todo por ustedes. Todo, excepto mi ser, mi condición de individuo humano libre. Eso nunca lo podré dar, porque si lo diera dejaría de ser yo, y entonces no podría amarlas.

 

¿Qué es amar, sin amar en el ser? ¿Qué es amar, sin la plena libertad para hacerlo? Es tan sólo una caricatura del amor, un sentimiento sucedáneo, carente de su grandeza. Llámenlo si quieren autoritarismo, necesidad de dependencia, miedo a la soledad, o miedo a la responsabilidad de ser uno mismo y no un parásito que se nutre psicológicamente de lo que cree amar, desmeritándolo y destruyéndolo entretanto.

 

Porque para amar es necesario ser, y la esencia de ser está en ser libre. Libre aún como para limitar nuestro albedrío por el amor y sentirnos contentos al hacerlo, que es la más bella paradoja de este sentimiento. En ese dar por amor no existe sacrificio, sino gozo. En esa libertad también están nuestra fortaleza y nuestra defensa contra la soledad, pues en ella podemos encontrar compañía dentro de nosotros mismos, allí donde ya sabemos que vive nuestro amor y no el fantasma de algún anhelo extraño.

 

¿Y qué espero de ustedes? Nada. Por lo menos, nada espero que ustedes me den. Como el sentido de mi amor por ustedes no está en recibir sino en dar, nada espero a cambio. Aunque les deseo lo mejor de la vida y quisiera que cosecharan en el futuro los más bellos frutos de su esfuerzo y de su constancia, esas contingencias de ser "estudiosa, correcta, buena, profesional, exitosa, normal o excéntrica, flaca o gorda, bella o fea, chistosa o seria", etcétera, los dejo a su criterio y a su real saber y entender: al final deben ser ustedes quienes decidan, porque no puedo vivir sus vidas. Sus vidas sólo pertenecen a cada una de ustedes, y si yo quisiera vivirlas, estaría falseando el principio de mi amor, que se basa en el respeto de su libertad. Ese es su don más precioso, al cual nunca deben renunciar por ningún motivo, ni siquiera por mí.

 

Sólo quisiera solicitarles que desde ya intenten aprender a amarme (y a amar todo lo que merezca amor, que es casi todo) como yo las amo. Que intenten también aprender a vivir desde el ser y no desde el parecer. Que nunca odien, pues el veneno del odio recae sobre quien lo siente, y no hacia quien se dirige. Odiar supone un gasto precioso de energía que no lo merece nadie que no merezca, en primera instancia, nuestro amor.

 

Esas son cosas que uno no nace sabiéndolas (o por lo menos no se es consciente de saberlas al nacer), pero sí con el potencial de aprenderlas. Yo he ido aprendiendo a amarlas a través de los años, y seguiré perfeccionando mi aprendizaje con el paso del tiempo. En gran medida he aprendido de ustedes: han ejercido sin quererlo un dulce magisterio del amor. ¡Ojalá lograran aprender todo lo que me han enseñado! Pero el hecho fortuito de que lleguen o no a lograrlo no afectará en manera alguna mi amor por ustedes.

 

 

 

Las manzanas de oro

 

 

Cuenta la mitología que Hércules tuvo necesidad de reemplazar temporalmente a Atlas, el padre de las Hespérides, en su labor eterna de sostener el mundo sobre la espalda, para que éste le hiciera el favor de conseguirle las manzanas de oro que custodiaban sus hijas en un jardín tan escondido que ni el propio hijo de Zeus y Alcmena supo encontrar. Atlas aceptó porque pensaba dejar a Hércules con la obligación que le había sido impuesta para el resto de la eternidad por haber desafiado a las deidades olímpicas, pero cuando regresó con las manzanas, éste lo engañó diciéndole que le sostuviera por un momento el mundo para acomodarse mejor: apenas el ingenuo Atlas aceptó sostener de nuevo su onerosa carga, Hércules escapó con el botín. Si no estoy mal creo que ese fue el único de los doce trabajos que el héroe que fue capaz de derrotar al león de Nemea, a la hidra de Lerna y al propio Can Cerbero no realizó personalmente, y a uno le queda la sensación de que hubo cierta incapacidad de su parte para consumarlo, claro está, suplida con creces por su inteligencia, picardía y astucia.

 

Ahora con Internet las cosas son mucho más fáciles. Si usted escribe la palabra "Marinol" en Altavista, apareceran 3000 páginas Web sobre el asunto. En alguna encontrará impecables imágines de fondo áureo con una manzana dorada y esta leyenda: A golden opportunity to improve appetite... (una oportunidad de oro para mejorar el apetito...); y en letras más pequeñas: "para el tratamiento de la anorexia asociada con pérdida de peso en los pacientes con sida". Otras manzanas aparecerán mordidas, con un mordisco muy elegante, producido por una dentadura completa, muy bien alineada, quizás con un impecable trabajo de ortodoncia poco usual en nuestros pacientes, que casi siempre la tienen incompleta y en mal estado.

 

El Marinol, marca registrada de dronabinol (laboratorios Roxane) es un canabinoide aprobado para el manejo de la pérdida del apetito en los pacientes con sida en EUA desde hace ya varios años. Viene en cápsulas de 2.5, 5.0 y 10 mg. Se recomienda iniciar con 2.5 mg una hora antes del almuerzo y de la cena, y como dosis máxima se sugieren 20 mg diarios. Puede producir hábito y debe evitarse el uso concomitante de alcohol, tranquilizantes y otros fármacos como antidepresivos y antiespasmódicos, que pueden producir interacciones medicamentosas indeseables. Marinol: marihuana en cápsulas, made in USA, bajo la supervisión de la DEA, la misma agencia que recomienda la fumigación de los cultivos ilícitos en Colombia. Recientemente esta dependencia aceptó reclasificar la sustancia, que era considerada clase 2, a clase 3. Esto significa que su uso estará menos restringido, pasando a tener un control similar al de la codeína, un analgésico y antitusivo que se consigue sin receta médica en cualquier droguería en nuestro país. El señor Barry McCaffrey, director de la Oficina de Control de Drogas de la Casa Blanca declaró que "esta acción hará que el Marinol, del que se ha demostrado científicamente que es seguro y efectivo para uso médico, esté más ampliamente disponible".

 

El aumento del apetito es un efecto farmacológico la hierba bien conocido por los marihuaneros, quienes lo llaman "la comilona". Sin embargo, la marihuana inhalada tiene efectos irritantes y cancerígenos sobre las vías respiratorias; las dosis aspiradas son impredecibles, y tiene un mayor potencial de abuso que la sustancia formulada como un medicamento sometido a un estricto control de calidad por un laboratorio farmacéutico prestigioso y bajo control médico y gubernamental. Además, la marihuana colombiana está fumigada casi toda con glifosato, lo cual la hace adicionalmente peligrosa.

 

En esta historia llena de curiosas paradojas hay algo que me hace pensar en un Hércules ingenioso, pícaro, poderoso e indiscutiblemente "desarrollado" que se burla de un Atlas ingenuo, cansado y enflaquecido por el peso de sus obligaciones, le arrebata un precioso tesoro y lo deja con todo el peso del mundo sobre las espaldas. Ese Atlas, viejo y desdentado, como si fuera uno de esos jubilados sin mesada de algún arrabal suramericano, es incapaz de propinar ese mordisco perfecto que los bien afilados dientes norteños podrían darle a una manzana dorada o a cualquier otra apetitosa fruta.

 

 

 

L@ C@terv@ Virtu@l

 

 

A mediados de la década de los 70 a Francisco Pinaud Bustamante, más conocido como "Sícalo", se le dio por crear una revista alrededor de la cual nos congregamos un grupo de amigos suyos unidos por un vínculo común: la literatura. El grupo sesionaba en la taberna "La Quemada" los viernes y sábados a partir de las 10 PM, acompañado por el contrapunto musical de ese otro grupo maravilloso integrado por Cenelia Alcázar, Carlitos Rosales, Oscar Cruz, Arsenio Montes (q.e.p.d.) y nuestro querido, inolvidable y nunca bien ponderado Sofronín Martínez. Con la revista, que Sícalo bautizó con el nombre de "La Caterva", colaboraron Erick Bozzi Anderson y Javier Ponce Sandoval, ambos ya fallecidos. Eduardo Camacho Piñeres, Rafael Martínez Fernández, Francisco Angulo Guerra y María Sixta Bustamante hicieron parte del consejo de redacción. Se publicaron ensayos, cuentos y poemas de Luis Vidales, Juan Manuel Roca, Alfonso Bonilla Naar, Carlos Villalba Bustillo, José María Amador, Javier Hernández, Alfonso Múnera Cavadía, Nayib Abdala Ripoll, Nicasio R. Moreno, Orlando Plata, Guido Castillo, Sícalo y yo, entre otros. Como ocurre con prácticamente todas las empresas culturales en nuestro medio, al cabo de un tiempo comenzaron las penurias económicas. Después de una lenta agonía llena de peripecias donde no estuvieron ausentes ni el patetismo ni las situaciones tragicómicas, un día, ya finalizando la década, al preguntarle por qué demoraba tanto la aparición del próximo número, Sícalo, entre solemne y burlón, me respondió con esta lapidaria frase: "Mario, La Caterva ya recibió cristiana sepultura". 

Durante su breve pero intensa vida, La Caterva publicó dos manifiestos. El primero (1976) dice: La literatura no hay que tomarla "tan en serio". Sin embargo, no hay que tomar tan en serio aquello que dice que "La literatura no hay que tomarla tan en serio" (F. Pinaud). El segundo manifiesto (1978) es el soneto "Mi Burgo", de Luis C. López.

Desde el año pasado, y debido a la disponibilidad de páginas Web gratis en Internet, "L@ C@terv@ Virtu@l", como un Ave Fénix rediviva, bate con sus alas anacrónicamente bellas el aire duro de los abismos del dilatado y ubicuo limbo cibernético. Su tercer manifiesto (1999) "Hacia una nueva definición de música", es obra del suscrito, y su texto es el siguiente: "La música es el arte de llenar de belleza los silencios." El cuarto (1999) es el siguiente soneto de León de Greiff, escogido por Sícalo y yo, cuyo texto completo publicamos a continuación, para deleite de los lectores:

 

Tus mejillas que el vello leve dora

como dora tu boca, leve, flavo,

ha tiempo que me tienen de ti esclavo...

–¿Las mejillas apenas? –No, señora:

 

no sólo las mejillas: ¡atesora

tu ser, tu cuerpo en flor, tu ardido y bravo

corazón, tal hechizo! Ávidos clavo,

en ti, sedientos ojos, hora a hora...

 

–Clavar los ojos... ¿nada más...? –Ansío

clavar también... ¿adivinaste? –Aguardo...

–Mi pica... –¿En Flandes? –No: clavar mi pica

 

(si sobre holandas) en lo tuyo... –¿Mío?

¡De entrambos! –¡En lo nuestro hincar el dardo!

¡Clavarme en ti y clavarte! –¡Oh, pica! ¡Pica!

 

L@ C@terv@ Virtu@l espera su visita en www.geocities.com/eltuerto_48

 

 

 

Relato de una orgía de sonidos

 

Una de las personas con más talento musical que he conocido es Juan Carlos Taylor Giraldo. En su última presentación como pianista en el Teatro Heredia dio muestras de gran progreso técnico y de una musicalidad ya madura, matizada por el vigor de la juventud que este gran artista está viviendo. Juan Carlos es un acontecimiento vivo en la historia musical de Cartagena, y la ciudad desde ahora debería enorgullecerse de mostrarlo como uno de sus hijos. Lo conocí cuando tenía 14 años, en un concierto de fin de año de la Escuela de Música. Debo confesar ahora que asistí más que todo por cumplir con la invitación que me habían hecho sus padres Hernando y Diana, y sin muchas expectativas. Pero cuando aquel jovencito de apariencia tímida y frágil se sentó a tocar el piano, fue como si un conjuro lo hubiera transformado en un mago prodigioso que con emoción genuina nos encendía el espíritu con ese mensaje de sonidos, silencios y belleza que es la música.

 

Desde entonces, y a pesar de la amplia diferencia de edad, nos hicimos amigos. Más que amigos, cómplices. En deliciosas veladas en mi casa, donde Miguel Ghisays o en la casa de sus padres, hemos disfrutado del privilegio de compartir la emoción estética de la música. Nuestra última sesión la programé cuidadosamente, pidiéndole a Ivonne que aprovechara la circunstancia para hacer unas compras que tenía pendiente con las chicas, con el fin de propiciar un ambiente de soledad y silencio en el apartamento. Además de Juan Carlos y su padre, invité a Germán Bustamante. Comenzamos con Schumann (tríos para piano, violín y chelo). Luego pasamos a Stravinsky (Polka de Circo dedicada a un joven elefante, y luego una orquestación del himno de los Estados Unidos); de allí, por asociación, a Puccini, primer acto de Madama Butterfly. Ya los alcoholes y la emoción iban subiendo, se cantaba algo descomedidamente "Dovunque al mondo Io Yankee vagabondo", "Viene la sera" y otras arias francamente lacrimógenas. Después, Elgar (Mot d'amour, cuya parte de violín me atreví a tocar, abusando de la paciencia y el fino oído de mis invitados); Perotin (Beata viscera, Viderum omnes); Ockeghem (Missa prolationum); Monteverdi (Madrigali erotici); Gubaidolina (Offertorium), y por último Beethoven, el formidable cuarteto para cuerdas Op. 131...

 

El asunto prometía complicarse seriamente, ya que Juan Carlos había solicitado todos los cuartetos para cuerdas de Bartok, y yo, que estaba ya algo más que "tres quince", tenía entre manos El Ángel de Fuego de Prokofiev y varios discos de Arvo Pärt. Pero cuando íbamos por el Adagio quasi un poco andante del cuarteto de Beethoven, aparecieron Arnulfo Luna, Lola La Rotta, Alfredo Guerrero y Cecilia Delgado, quienes un rato antes habían llamado a saludarme y yo, que tenía ganas de verlos, sin pensarlo un segundo los invité a que nos acompañaran. Arnulfo, que traía unos tres o cuatro tragos entre pecho y espalda, apenas oyó la música de Beethoven se sintonizó con nosotros, y justo cuando sonó el primer acorde del Allegro final dio un zapatazo en el piso, se levantó y comenzó a cantar la música. Pronto Juan Carlos y yo le hacíamos una fervorosa compañía, de tal manera que los demás asistentes tuvieron que resignarse a aguantarnos "la talla".

 

Pero no era fácil confundir a los nuevos visitantes, que tenían muy claro el concepto de lo que es una rumba y habían comenzado a echar chistes en voz alta. Así que, conociéndolos, y para que no se sintieran traicionados con mi invitación, cuando terminó el cuarteto decidí poner el Gran Combo de Puerto Rico ("Y no hago más ná"). Acto seguido puse "La noche" del Joe Arroyo (el J. Bach colombiano: Bach significa arroyo en alemán); después Willie Colon & Ruben Blades, Celia Cruz, Tito Puente, Daikiri, La Sonora Ponceña, Héctor Lavoe, La Familia André, Chichi Peralta, Juan Luis Guerra... Los muebles de la sala los arrumaron para dar espacio a los bailadores y la noche se hizo alta, densa y rebosante de rumba... Juan Carlos (que no se tomó un trago durante todo el festejo) asimiló el cambio con entusiasmo y se puso a bailar con todos, tratando de copiar los pases que Alfredo, ese tremendo veterano de la salsa, aprendió hace ya unos cuantos aguaceros en las vespertinas del Teatro Padilla.

 

Entonces llegó Ivonne con los paquetes de las compras, y quizás con la idea de recogerse. En todo caso era evidente que no esperaba encontrar lo que encontró, y su expresión reflejaba algo así como una mezcla de terror, incredulidad, sorpresa y... bueno, al final, de gusto de ver reunidos a un grupo de amigos tan queridos y tan, pero tan contentos: ¡menos mal! Bailamos hasta tarde, sudamos, nos reímos, derramamos el trago y nos volvimos inocentes e infantiles en medio de esa fiesta no programada que la vida nos concedía para poder disfrutar de la felicidad de compartir la belleza, la amistad y la alegría. Al día siguiente desperté tranquilo, todavía con algún sabor del jolgorio enredado entre los sueños matutinos, sin una pizca de guayabo y listo para enfrentarme a cualquiera de las acostumbradas vicisitudes cotidianas.

 

 

 

Soli Deo Gloria

 

 

En 1716, cuando el maestro de capilla de Weimar murió, sólo existía un sucesor posible para ese cargo: Johann Sebastian Bach, una de las más altas cumbres de la música occidental, quien se encontraba al servicio del ducado para esa fecha. Sin embargo, debido a intrigas, rivalidades y razones mezquinas, designaron en el cargo a otro músico mediocre. El gran Bach, afectado por esa decisión injusta, que no sólo lo humillaba sino que también le negaba la posibilidad de obtener un incremento en su salario, suspendió abruptamente su producción de cantatas sacras. Poco después renunció a su cargo para trabajar con el príncipe de Köthen, renuncia que no le fue aceptada por el quisquilloso duque de Weimar. El epílogo de ese lamentable episodio no pudo ser más penoso: Bach pasó un mes en la cárcel y fue despedido "sin honor", como un triste posludio para un período en el cual compuso la mayoría de sus obras maestras para órgano, numerosas cantatas religiosas (una mensual, de acuerdo con su contrato) y diversa música para clavicordio.

 

Afortunadamente Bach no podía dejar de seguir el llamado de su vocación y fue así como en Köthen compuso una gran cantidad de obras maestras de música instrumental profana. En esa época escribió pocas cantatas, poca música para órgano y poca música religiosa en general, quizás aún resentido por el amargo recuerdo de sus últimos días en Weimar. Sin embargo, durante la década de 1720, cuando ocupaba el cargo de Cantor de Leipzig y no sólo gozaba de prestigio como organista y compositor, sino que además era apreciado y respetado como profesional y disfrutaba de estabilidad económica, Bach compuso una cantata semanal nueva para el oficio religioso del domingo durante cinco años en forma casi ininterrumpida. Esta explosión de creatividad es un hecho sin antecedentes en toda la historia de la música.

 

"SDG" eran tres letras que el maestro de Eisenach acostumbraba a escribir en la dedicatoria de sus cantatas religiosas: Soli Deo Gloria, sólo para la gloria de Dios. Sin embargo, el hecho de que hubiera frenado su producción de música sacra en clara relación con los conflictos laborales de Weimar nos indica que existían otras motivaciones más terrenales para este gran artista, dentro de las cuales se encontraban el deseo de incrementar sus ingresos monetarios y también el de preservar su dignidad como trabajador. O sea, que Bach dejó de hacer lo que más le gustaba - componer música - y prefirió no sólo renunciar a su trabajo sino hasta ir a la cárcel antes que someterse a los caprichos de un empleador que no lo respetaba y que no quería remunerarlo con justicia por su trabajo. Bach, un espíritu iluminado, con una altísima motivación, prolífico, genial, maestro de Mozart, de Beethoven, de Schumann y de Mendelsonn: Bach, un fenómeno irrepetible que el mundo entero recuerda con admiración, en especial en este tiempo en el que se conmemoran los doscientos cincuenta años de su muerte.

 

Mucha agua (y no toda ha sido limpia) ha corrido debajo de los puentes de nuestro sufrido país desde esos tiempos hasta ahora. Sin embargo, a raíz de la prolongada y ominosa crisis que afecta a la salud pública tanto del departamento como del resto del país, y cuyas execrables secuelas son ampliamente conocidas, es sorprendente enterarse de que todavía haya un segmento de la opinión que se atreva a acusar a los médicos del Hospital Universitario de Cartagena de "insensibilidad social" por entregar esa desventurada institución a las autoridades sanitarias luego de haber estado trabajando sin recibir salario alguno durante un año completo, sin las más mínimas garantías institucionales para realizar un ejercicio profesional idóneo, sin disfrutar de ningún tipo de bienestar laboral e incluso exponiendo su seguridad personal ante el justo descontento de los usuarios desesperados e impotentes ante el espectáculo de la indigencia de una institución abandonada a su mísera suerte, escenario cotidiano de padecimientos inenarrables; una institución víctima de unas normas que, con el pretexto de garantizar a la población una cobertura universal en los servicios de salud lo único que ha logrado hasta el momento es hacer de la salud pública, otrora responsabilidad del estado, un negocio para que unos comerciantes particulares cuya única ética es la ganancia empresarial se lucren con el sufrimiento de los pacientes y con las necesidades de los trabajadores de este agobiado sector laboral. Entonces bien vale la pena preguntarse: ¿por qué los médicos tenían que seguir regalando su trabajo, arriesgando su tranquilidad y desgastándose inútilmente? ¿Por qué van a tener que seguir haciéndolo los otros trabajadores de la salud? ¿Es que este segmento de la población carece de derechos? ¿Alguien podría dar una explicación coherente? ¿Por qué? ¿Sólo para disimular la ineficiencia y la corrupción de un gobierno que, inaugurando un estilo novedosamente aciago de "Hood Robin" le quita a los pobres para darle a los ricos? ¿Por qué? ¿Soli Deo Gloria?

 

 

 

Relato de una fantasía eugenésica, con moraleja.

 

 

Hace unos días, en una reunión de amigos muy queridos, y a raíz de las últimas noticias sobre el Proyecto Genoma Humano, se suscitó una discusión sobre los diversos aspectos éticos, morales, religiosos, apocalípticos, futuristas, y en general, sobre todo lo humano y lo divino acerca del polémico e interesante asunto. Uno de los participantes, con una expresión que no dejaba la menor duda de que buscaba mi apoyo para contradecir a un oponente a quien miraba de reojo, me preguntó: "¿Si durante las primeras semanas de un embarazo fuera posible demostrar, con base en pruebas genéticas y sin margen alguno de error que el niño va a padecer en el futuro de alguna deficiencia o incapacidad grave, tú, como médico, no estarías de acuerdo en aconsejar a la madre que abortara, si además la ley lo permitiera?" La respuesta -desde el punto de vista ético- era obvia, pero decidí dar un rodeo explicativo para no decepcionar tan bruscamente al amigo que, algo expectante, esperaba quizás una respuesta afirmativa. "Pues bien -le dije- yo creo que cuando eso ocurra no estaría lejano el momento en que también dispusiéramos de la tecnología necesaria para curar el defecto genético diagnosticado. Esta sola consideración bastaría para darle al niño la oportunidad de que naciera y luego, cuando fuera posible, tal vez la misma tecnología que permitió predecir su carencia o enfermedad podría servir para remediarla o aliviarla. Seguramente -añadí- para esos tiempos existirá una élite de profesionales, los Ingenieros Eugenésicos, que serán personas altamente humanistas, con una sólida formación ética y un profundo respeto por la vida, y que estarán dedicados a continuos y concienzudos estudios sobre los secretos de los genes, buscando no sólo perfeccionar los métodos diagnósticos, sino también proporcionar a la humanidad tratamientos efectivos contra los males genéticos. Seguramente que con el tiempo estos profesionales también estarían en capacidad de curar en el útero los defectos detectados."

 

El hombre me miró con algo de sorpresa y desconfianza y me espetó: "¿Y si no existiera ningún remedio para el mal encontrado?", forzándome así a darle la respuesta que inicialmente yo había esquivado. "Bueno, -le dije- entonces tampoco, porque no es ético disponer de la vida de un individuo humano. En ese ejemplo concreto estaríamos violando, por lo menos, el principio de autonomía del feto, quien no estaría en condiciones de argumentar ni defenderse. Además, cada individuo es único e irrepetible, y la vida de una persona es una compleja combinación de circunstancias ambientales, factores genéticos y hechos fortuitos sobre los cuales interactúan múltiples fuerzas que se amalgaman en el eterno transcurrir del tiempo, que nace de un futuro que no nos pertenece y que se precipita constantemente en el abismo de un pasado irreversible. Esto hace de la vida de cualquier individuo un misterio realmente indescifrable de principio a fin. En la propia definición de vida los sabios no ha sido capaces de ponerse de acuerdo, lo cual es sospechoso de ignorancia; así como también es cierto que tampoco conocemos con certeza qué es la muerte."

 

Entonces decidí ponerle un ejemplo, y le dije: "Mira, vamos a imaginar una especie de fantasía eugenésica, sin límite alguno para la imaginación, y con eso te ilustro mi punto de vista. Imaginemos que desde hace ya cuatro o cinco siglos se conoce a la perfección el genoma humano y que desde entonces existen los Ingenieros Eugenésicos, los cuales están en capacidad de diagnosticar, pero no de curar ni de aliviar. El problema es que estos profesionales han alcanzado un gran progreso técnico, pero se han quedado retrasados en su formación ética y humanística, lo cual limita su capacidad para compadecer y consolar. Con base en lo anterior pongo a consideración tuya dos situaciones hipotéticas, a saber: a principios de 1770, en Bonn, le diagnostican sordera precoz al producto de un embarazo de 2 semanas, en el seno de una sociedad cuyo máximo paradigma es la música. La madre, aterrada, solicita el aborto, el cual se realiza con prontitud. El otro ejemplo ocurre en Buenos Aires, a fines de 1898: el diagnóstico genético en esa ocasión es el de ceguera prematura. La madre, que es una ferviente admiradora de las letras, y que ha tenido la ilusión de que su hijo va a ser un lector infatigable, un literato, un poeta y un humanista, cede con resignación y tristeza ante la evidencia y acepta someterse a un aborto, con la esperanza de que quizás un próximo hijo colme sus expectativas. Con el primero de los casos hubiéramos perdido a Beethoven; con el segundo, a Borges..." Entonces lo miré a los ojos, y no pude evitar hacerle esta pregunta: "¿Te das cuenta ahora para qué sirve la tecnología sin ética ni humanismo?"

 

 

 

© Mario Mendoza Orozco

 

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