Aunque ser Santo y humano puede sonar contradictorio, ése es el desafío del ministro. Hemos sido llamados a ser Santos; sí Santos, algo que en la realidad sabemos que somos incapaces de lograr.
Son muy altas las expectativas que nos son impuestas, expectativas que en ocasiones nos hacen dudar de nuestro llamado y nos crea una gran presión tanto a nosotros como a nuestra familia.
Es mi intención compartir con usted todo lo concerniente al Dilema
de ser Ministro.
Cuando auscultamos el pensamiento común de la gente que componen las congregaciones es básicamente el mismo: “ El pastor es guiado por Dios, por eso no debe fallar.” Nada más fuera de la realidad que esa declaración; quién puede dudar que Moisés no fuera guiado por Dios, sin embargo por su falta no se le permitió entrar en la tierra prometida. ¿Quién puede dudar que el Rey David no era “conforme al corazón de Dios”? Sin embargo fue castigado por su pecado. El hecho de que seamos llamados al ministerio no nos hace infalibles, al contrario, nos hace más vulnerables a los ataques de nuestros enemigos, esto por consiguiente nos crea una tensión constante que en ocasiones nos hace estar a la defensiva con todo el que se nos acerca.
El público espera que el ministro sea diferente, que sea especial,
que haya vencido los obstáculos que frenen a la gente común.
Cuando los ministros yerran, especialmente ministros que pretenden vivir
en un plano superhumano, los incrédulos tienden a sentirse vindicados
mientras que los creyentes ingenuos se sienten traicionados, engañados,
a veces hasta dejan de servirle al Señor porque su modelo se ha
derrumbado.
Cuando un ministro puede “unirse a la raza humana” y reconocer que como
ministro del Evangelio comparte la condición humana, de repente
la división entre “ellos” y “nosotros” se hace menos notable. Cuando
esto sucede podemos identificarnos con sus necesidades y aun con sus pecados,
porque les tenemos la misma confianza que queremos que Dios tenga en nosotros.
No hay forma más profunda de dejar huella en el mundo que la de estar en el ministerio. El ministro está involucrado con individuos y familias desde su nacimiento hasta su muerte. Los acompaña en sus días más brillantes y en sus noches más oscuras, presentan a sus bebés, entierran a sus padres, celebran sus cumpleaños y aniversarios, los unen en matrimonio, los aconsejan cuando tienen dificultades y lloran con ellos cuando sus relaciones terminan en muerte o divorcio. La persona que realmente sirve por un amor generoso conoce un secreto que otros no conocen: “ El servidor recibe mucho más que el servido”. No hay otro trabajo que pruebe tan profundamente los recursos, la creatividad, el aguante, la paciencia, la fuerza, el tacto, la madurez espiritual y el sentido del humor.
Por más agradable que sea el ministerio, debemos admitir que
también es probable que el llamado nos traiga bastante dolor por
una variedad de motivos.
La mayoría de nosotros parece conocer este sentir, se trabaja con todo el corazón, todo lo mejor que se puede y no parece importarle a nadie.
No es extraño que muchos de nosotros nos preguntemos en alguna ocasión: ¿A quién le importa lo que hago? Nos sentimos abandonados por aquellos a quienes ayudamos, nos sentimos despreciados por aquellos por quienes nos desvelamos.
Las demandas sobre nuestro tiempo pueden ser otra fuente de resentimiento contra el ministerio que nos causa soledad. Si usted es un ministro típico, sabe lo difícil que puede ser tener tiempo para la familia y ni hablar de tiempo para descansar o mejorarse. Para la mayor parte de la gente, no significa nada interrumpir sus comidas, o el día que usted ha dedicado a su familia, y las emergencias, por supuesto, no respetan el horario de nadie.
Por años he tratado de enfatizar a mis compañeros ministros la importancia de separar la casa de la iglesia. El no poder separar las labores relacionadas con la iglesia de las relaciones familiares puede redundar en un cisma familiar, cuando el ministro no puede responder al reclamo de sus hijos a ser padre, ni al de su esposa para que sea marido. ¿Ganamos cuando le dedicamos la mayoría de nuestro tiempo a la iglesia y lo más ínfimo de él a nuestra familia? ¿Cómo responderemos a Dios si ganamos muchas almas para la iglesia, pero a costa de que se perdiera nuestra familia?
La mayoría de nosotros lucha con un exceso de demandas sobre nuestro tiempo, y por lo mismo, es esencial aprender a delegar el trabajo; esto puede salvarle de la locura, salvar a su familia y hasta su vida. Nuestro corazón puede convertirse en una bomba de tiempo, la sobrecarga de presión, y el exceso de trabajo puede ocasionar, y no quiero parecer pesimista, un ataque cardiaco.
Por lo menos en mi caso, trato de aceptar la naturaleza humana, tal y como lo hizo Cristo. Cuando El sanó a los diez leprosos solo uno volvió a agradecerle lo que había hecho por él; pero el señor no los dejó de amar por ello.
A veces cuesta entender que no siempre seremos apreciados, pero debemos
esperar que las congregaciones se comporten como seres humanos. Los miembros
de la iglesia van a mentir, engañar, chismear, traicionar, abandonar,
negar y discutir. Ellos son criaturas pecadoras, igual que yo, si lo olvido,
comienzo a esperar demasiado y voy a sufrir una desilusión.
Cada ministro tiene ante sí un gran desafío, ser transparente a la vez que tiene defectos, debilidades y emociones. La transparencia es importante, hace nuestro ministerio más efectivo. Nuestros feligreses pueden aprender más eficazmente de un ejemplo realista que de una desilusión. Es necesario que la gente nos vea como personas que a veces fallan, que cometen errores, pero que están tratando de practicar lo que predican en sus sermones. Por importante que sea la transparencia, también es cierto que hay peligro de
descubrir todas nuestras derrotas, nuestras dudas y nuestras desilusiones.
Cierta cantidad de transparencia es esencial, pero demasiada transparencia,
o transparencia de tipo incorrecto puede ser perjudicial. Debemos encontrar
otros escapes para aquellas cosas que necesitan ser expresadas pero no
pueden hacerse públicas; confidentes, personas que puedan escuchar
sin juzgar, personas que son capaces de respetar y mantener la discreción
de nuestras conversaciones. A veces esta es la mayor ayuda que nos ofrecen
nuestros cónyuges, pero a veces necesitamos otros confidentes.
Cada vez es más grande el número de personas que dan por sentado que el pastor es su consejero, confidente y amigo personal. Este tipo de relación puede causar una sobrecarga en el ministro, añadir a los problemas personales de los ministros los problemas de cada miembro de la congregación, el hecho que se les requiera que los recuerde a todos, que ore por cada uno de sus problemas, que aconseje, que predique sermones dando aliciente a los heridos y que no se afecte la amistad, podría ser demasiado para el ministro.
Hay ministros que dicen sentirse hipócritas si tienen que aparentar estar interesados en la gente cuando no lo están, en nombre de la honradez se niegan a fingir el interés y no intentan relacionarse con las personas. Este sentimiento es fácil de entender pero tenemos que recordar que la gente no le interesa nuestros sentimientos honrados. Quieren ayuda y la quieren ahora. Nuestra responsabilidad es demostrar interés, no mal humor. La idea de mostrarnos irritables y no amables cuando no estamos contentos, nos hace esclavos de nuestras emociones y no siervos de Jesucristo.
A los ministros nos gusta estar con la gente, ser aceptados por la gente y sentirnos necesitados por la gente. Aunque en ocasiones nos sentimos rechazados, nos sentiríamos abandonados si la gente no viniera a nosotros con sus problemas. El ministro debe ser pastor. La responsabilidad del pastor es cuidar las ovejas; en otras palabras la gente no es un obstáculo a nuestro trabajo, la gente es nuestro trabajo.
La iglesia se fortalece cuando hay más gente que ayuda. El ministro
no puede estar en todos lados, por lo que si le es posible debe tener
consejeros en la iglesia, gente discreta y capacitada que pueda ayudar
a la salud emocional y espiritual de la iglesia. Los que ayudan crecerán
mientras aprenden del gozo del servicio.
Otra de las expectativas primordiales es que el ministro sea líder,
o sea, que logre que las cosas se hagan. Esto requiere un sinnúmero
de habilidades: capacidad para reclutar, entrenar y motivar líderes,
astucia para trabajar con grupos e individuos poderosos en la iglesia,
y la habilidad para recaudar fondos.
Está el concepto del ministro como suplente. Es decir, si hay
un trabajo que debe hacerse en la iglesia y nadie está dispuesto
a hacerlo, seguramente el ministro tendrá que hacerlo. Después
de todo “es parte de su llamado” ¿Verdad?
Frecuentemente nos cuesta ser naturales en situaciones informales porque no nos hemos desecho del todo de la idea que ser pastor significa proyectar piedad. Pero, ¿Expresa la mirada pastoral preocupada la imagen de Dios mejor que la risa sincera? ¿Ser severo es más santo que ser espontáneo? Jesús atraía a los niños, nunca he visto que los niños se sientan atraídos hacia una persona tosca y seria. Evitan ese tipo de persona. Me resulta todavía asombroso que aún en esta época queden ministros que piensen que es necesario mantener una apariencia constante de solemnidad que en ocasiones nos perecen gente amargada y faltos del gozo del Señor. Yo personalmente prefiero que la gente me aprecie por ser yo mismo que por el mero hecho de ser ministro. No quiero que la gente me vea como en un nicho de cristal a quien no se le puede acercar ni tocar, si no como una persona común y corriente que tiene un llamado a hacer una labor espiritual, pero que está accesible al toque del necesitado. Imagínese que la mujer del flujo de sangre hubiera tenido la visión del Señor de que este era inaccesible, nunca hubiera sido sanada. El problema es que el ministro se le juzga con normas diferentes al resto de los creyentes. Es comprensible que la gente “normal” se divierta, gaste dinero en algún lujo o que use un vocabulario algo fuerte en el calor de una discusión. Pero esas serian consideradas ofensas serias en un ministro.
La presión constante de ser ministro, de estar siempre en escena,
nos destruirá a la larga si no encontramos una manera de aliviarla.
2. La gente está acostumbrada a la figura pastoral de la corbata y el traje, podemos ayudar a cambiar ese estereotipo vistiendo más informalmente cuando la ocasión no sugiera lo contrario.
3. Debemos asegurarnos que el hogar en un lugar para relajarnos,
para dejar a un lado el papel de ministro. Es cierto que se nos ha enseñado
que somos ministros 24 horas al día, pero es cierto que nuestra
naturaleza humana nos pide descanso y relajamiento. Un ministro que constantemente
trabaja sintiéndose presionado por su ministerio no puede trabajar
eficientemente.
4. Como ya mencioné debemos aprender a separar la iglesia
de nuestro hogar, no debemos permitir que nuestro hogar se convierta en
un departamento de quejas para la congregación. A la larga serán
nuestros hijos y nuestra esposa los afectados por ello. Sería lamentable
que termináramos como el profeta Elías, que cuando se sintió
presionado se escondió en una cueva para sentirse seguro. No tendremos
que huir a ninguna cueva si logramos hacer de nuestro hogar un refugio.
Hay gente en la iglesia que quiere controlar todos los aspectos físicos de ella, como si todo tuviese que hacerse a su manera. Esta situación generalmente resulta frustrante y se hace difícil tener una buena actitud al respecto, tratamos de querer y orar por esa persona; pero muchas veces nos deslizamos hacia la amargura.
La mayoría de los creyentes creen que las emociones son malas,
que los creyentes no deberían sentir ciertas emociones, como por
ejemplo la ira, ya que son consideradas impías. Pero la realidad
es que experimentamos todas las emociones humanas normales, es imposible
no hacerlo; Dios nos hizo así.
La ira reprimida puede reflejarse en problemas físicos tales como el corazón, pérdida de energía o desánimo, insomnio, etc., y tenemos que tener en cuenta que las emociones reprimidas pueden afectar la predicación. No sería nada extraño que el ministro aproveche la predicación para “desquitarse”, “regañar” y “desahogarse” con la congregación todo aquello que tiene guardado y que lo está consumiendo. No se puede dictar el comportamiento ajeno, pero se puede escoger la forma de reaccionar. La ira y el resentimiento tienden a desgastar mucho más al que odia que al odiado.
Como el amor hacia los enemigos es una de las disciplinas más
difíciles para la mayoría de nosotros, hace falta toda una
vida para desarrollarla. Creceremos poco a poco, pero habrá momentos
en los que fallaremos, cuando eso ocurra, si tenemos la humildad para admitirlo
y pedir perdón, tanto nosotros como nuestros opositores podemos
aprender y crecer espiritualmente.
La televisión, revistas, libros, periódicos y la radio han cooperado a crear esta imagen de supuesto “éxito” o “grandeza”. Las congregaciones oyen estas cosas y se preguntan porqué su iglesia no puede ser así. Cuando escuchamos sobre las técnicas del superéxito y nos preguntamos: ¿Acaso no estoy trabajando lo suficiente, haciendo todo lo que sé hacer y tratando de ser fiel? Es posible que los miembros de la Junta de nuestra iglesia estén pensando lo mismo de nosotros.
A veces los sentimientos de fracaso se pueden manifestar de maneras drásticas, especialmente si el pastor se siente personalmente fracasado. Conocemos nuestras propias fallas y debilidades. Esta tensión entre ser santo y aceptar nuestra humanidad puede causar una presión y una inseguridad tan grande que doblegan al ministro. Algunos ministros jóvenes tienen la ilusión de que la vida debería ser gloriosa la mayor parte del tiempo, que del 80 al 90 por ciento del tiempo deberíamos sentirnos gozosos y realizados. No puede pasar mucho tiempo antes de que esa actitud choque contra la pared de la realidad. Lo usual es que el 15 por ciento del tiempo podemos hacer lo que nos encanta y que otro 15 por ciento hacemos cosas que detestamos, y el resto del tiempo se nos va en la rutina, obligaciones, etc.
Cuando Satanás decide atacar a un ministro, frecuentemente lo hace por medio de las dudas. Es una de las maneras más efectivas para anular un ministerio o de terminarlo definitivamente. La falta de un sentido claro de llamado puede ser otra fuente de duda cuando las cosas se ponen difíciles en el ministerio. En esos momentos es fácil preguntarse si Dios no tendrá otro tipo de trabajo para nosotros.
Quiero traducir un viejo dicho al español: “Si se siente el llamado
a predicar el Evangelio, no hay que rebajarse a ser rey.”
Los problemas de la iglesia o la iglesia que no crece pueden producir estos sentimientos en el pastor. En ese momento llega una persona que sí afirma el valor de él, que lo acepta tal como es, que indica que le es atractivo, y cuando el pastor se deja caer en una relación sexual, es una forma de probarse a sí mismo que alguien todavía lo quiere, que alguien lo encuentra atractivo, que por lo menos en esta área puede competir con los demás y ganar el afecto de alguien.
Por supuesto que la esposa puede ser parte de todo lo que está deprimiendo al ministro. Si el hogar no es más que el “mundo real”, pagar las cuentas, peleas, cambiar pañales, sacar la basura, y se ignoran los sueños y aspiraciones, va a sentirse más vulnerable a otra persona que ofrece más apoyo.
Es imperativo que el ministro tenga una persona de confianza a quien pueda contar sus problemas y situaciones, sus debilidades y frustraciones, esta persona recomiendo sea del mismo sexo para evitar la atracción sexual.
El avance del tiempo también trae una vulnerabilidad muy particular a la tentación sexual. Algunos hombres tienen miedo de envejecer y se preguntan si las mujeres todavía les ven algún atractivo. Están tentados a averiguarlo.
El camino a la intimidad sexual generalmente comienza con el aumento
de la intimidad emocional e intelectual, hay mucha oportunidad para eso
en el ministerio, contacto social, sesiones pastorales, conversaciones
sobre temas personales e íntimos. La transformación de una
relación con perfiles sexuales suele ser muy sutil, los cuales le
hace aún más peligrosa; sería más fácil
de reconocer. Supongamos que un ministro está sintiéndose
frustrado y un poco derrotado en su ministerio. En casa tiene dos hijos
pequeños y una esposa agotada, y quizás han pasado meses
sin que hablen de otra cosa que no sea de gastos, pañales sucios,
reparaciones en la casa, quejas, lamentos y problemas de la congregación.
Entonces ese ministro conoce a una mujer que tiene el tiempo para leer
y mantenerse intelectualmente alerta. Las conversaciones comienzan inocentemente,
luego descubren que disfrutan la compañía el uno del otro.
Esta mujer suple un elemento importante que ha estado faltándole
a la vida del ministro. En poco tiempo, la discusión de ideas y
acontecimientos se hace más personal, trasladándose del nivel
intelectual al emocional. Fácilmente y de manera sutil, la compatibilidad
y la intimidad es estos niveles pueden llevar a la intimidad sexual.
La parte más importante de resistir la tentación sexual
es mantener una buena relación matrimonial. Si la relación
matrimonial está supliendo las necesidades previstas por Dios, generalmente
queda eliminada la necesidad de buscar atención por otro lado. Esto
significa que tanto el hombre como la mujer deben hacer un esfuerzo por
mantener compatibilidad intelectual y en otras muchas cosas.
Deben tratar de leer juntos, salir juntos; sería bueno que de
cuando en cuando salgan solos, que puedan hablar, cenar y compartir sin
los hijos; esto crea un clima de intimidad y confianza. Ocuparnos tanto
tiempo a nuestra labor ministerial que nos olvidamos de nuestra labor matrimonial
y conyugal. ¿De qué nos vale tener una iglesia y un ministerio
“exitoso” si nuestro matrimonio es un fracaso? Ningún ministerio
puede ser exitoso si nuestro matrimonio es un fracaso.
1. Un conferenciante recibe un promedio de $1,500.00 por conferencia.
Si se multiplica
por 50 domingos nos da $75,000.00 al
año, suponiendo que el ministro solo predique
los domingos.
2. Un maestro recibe un sueldo básico de $1,000.00 mensuales
lo que suma $12,000.00
anuales.
3. Un consejero profesional factura un promedio de $50.00 por hora,
si se dedica unas 5
horas a la consejería por semana
serían unos $12,000.00 anuales.
4. Por visitas caseras los médicos cobran $60.00 por hora y un
técnico de reparación de
enseres $50.00 por hora, con un
promedio de $50.00 la hora, si el ministro dedica 15
horas por semana a la visitación
debería recibir $37,500.00 al año.
En total, según nuestros cálculos el ministro debería recibir unos $136,500.00 anuales.
Sabemos que el tiempo y el nivel que el ministerio requiere realmente están a la par con las demandas de otras profesiones. Ahí tenemos otra de las frustraciones comunes del ministro, porque lejos de recibir un buen salario, muchos tienen que luchar mes tras mes por sobrevivir. La gente espera que nos vistamos, eduquemos a nuestros hijos y mantengamos el nivel de vida a la par de los miembros más acaudalados, y eso regularmente es imposible.
Si hay algo que me preocupa es la tendencia de algunas personas en la iglesia a tratar de comprar la conciencia del ministro. El ministro debe cuidarse de aceptar dinero, regalos o favores, algunos lo hacen de buena fe, por ayudar, otros, lo hacen para ganarse el favor del pastor y así poder manipularlo.
Si el ministro está en un aprieto económico, hay una gran inclinación a aceptar regalos, pero también hay un gran peligro. Siempre ha habido una relación inestable entre el dinero y el ministerio. Desde Simón el Mago en los Hechos, la gente ha estado tratando de comprar la salvación y el poder de Dios.
Tenemos que admitir la posibilidad de que los regalos se puedan dar con interés. Por otra parte, no hay que ofender innecesariamente a la gente genuinamente generosa. Lo que puede ocurrir es que aunque no haya condicionamientos abiertos, la gente que da regalos puede llegar a pensar, muchas veces en formas sutiles y hasta subconscientes, que hasta cierto punto es dueña de nosotros. El ministro puede llegar a sentirse como un mendigo, con obligaciones por la generosidad de esta gente. Evidentemente no es saludable que ninguna de las partes se sienta así.
Sin embargo el dinero sigue siendo un asunto importante. Es uno de los temas más difíciles de tratar, especialmente cuando se trata de nuestro propio salario. Podemos sentir la necesidad de más dinero pero no queremos dar la impresión de ser codiciosos, materialistas o ingratos. También tenemos miedo a la forma en que la gente puede reaccionar ante un pedido por más dinero. A pesar de estas preocupaciones muy reales, la mejor manera que conozco de tratar el problema del dinero es la directa, hacer saber la necesidad y pedir ayuda. No le hace ningún bien a la iglesia si el ministro está preocupado con problemas económicos y guarda silencio
Debemos estar dispuestos a examinar profunda y honradamente nuestro
presupuesto personal.
Por último, en relación con las luchas económicas,
las frustraciones y los resentimientos que pueden surgir en el ministerio,
tengo que recordar de vez en cuando, el porqué estoy haciendo lo
que hago y que hace muchos años tomé una decisión
consciente de seguir un tipo de trabajo que sabía que no tendría
las recompensas monetarias de otros trabajos que pudiera haber hecho.
Una de las cosas que debemos aprender los ministros es a “separar” la iglesia de nuestro hogar. No quiero parecer rudo o carnal, pero no podemos permitir que los problemas de la congregación penetren en la intimidad de nuestro hogar porque esto va a ocasionar falta de comunicación, descuido conyugal, descuido en la conducta de los hijos, etc. No quiero que el lector se moleste por la repetición de esta situación pero sé que es difícil separar nuestras labores de nuestro hogar, si queremos un hogar feliz debemos ser ministros en la iglesia y esposo y padres en el hogar.
He conocido ministros cuyas casas parecen una extensión de la
iglesia que pastorean por la cantidad de feligreses que se pueden encontrar
en ellas. Esta situación quita privacidad y no permite intimidad
en la vida familiar, no sabemos cuando alguien llegará a interrumpir
alguna conversación íntima o algún momento íntimo
con nuestra esposa.
En la misma medida en que somos tan dedicados a la iglesia, así mismo debemos dedicarnos a nuestra familia. Cuando lleguemos a la presencia de Dios, ¿Qué le diremos? ¿Que cumplimos plenamente con nuestro ministerio, pero no pudimos lograr que nuestra familia se salvara? No seria mejor decirle al Señor que logramos ejercer exitosamente nuestro ministerio y que nuestra familia también logró la salvación. Tenemos una responsabilidad grande en cumplir con nuestro ministerio, pero tenemos una igual grande responsabilidad para con nuestra familia y con Dios.
Debemos hoy comenzar a construir un hogar como nos lo requiere las Escrituras y nuestra familia.
Que lograr un ministerio exitoso no requiera un sacrificio tan grande como lo es la desunión y el descuido de nuestra familia.