Crisis, ciudadanía y moral
Dr. Guillermo Hansen
(charla en el IEA, Villa del Parque,
Septiembre 2002)
Nota: Este es solo un
bosquejo de la presentación. Texto completo en preparación.
Vocación: El
Protestantismo, en especial la Reforma Luterana, se ha aproximado a las cuestiones
sociales, políticas y culturales desde la noción de vocación y responsabilidad.
Con la Reforma Lutero
introdujo un concepto inédito en la época que era entender la idea del oficio,
del cargo gubernamental, de la docencia, etc., como llamados de Dios para
servir al prójimo. A Dios y al prójimo no se lo sirve sólo y exclusivamente en
la iglesia, o en los conventos, sino en la cotidianeidad de nuestra existencia
mundana.
Esto trajo aparejado el
comienzo de un desarrollo de la conciencia y de la práctica ciudadanas que aún
hoy se pueden ver en los países que experimentaron el influjo de la Reforma. En
otras palabras, transformó la cultura. La gente comenzó a dejar de ser
espectadores para ser partícipes de los destinos de su propia comunidad.
La cosmovisión Protestante
creo una mística, una visión que colocó a la vida en sociedad como un ámbito
sublime de responsabilidad moral.
Esto significa que hay que tomar en serio la libertad y por ello la
responsabilidad que nos ha dado Dios para hacernos cargo de nuestros propios
asuntos.
El valor de la
responsabilidad, la coherencia, y la fidelidad a las convicciones son aspectos
que han marcado profundamente al Protestantismo. Y desde esta óptica quisiera
explorar algunos temas que presenta el escenario argentino actual en un intento
de enriquecer el diálogo que llevamos adelante.
Problema Moral:
El pensador Emmanuel Wallerstein dice que hay tres
niveles que siempre debemos considerar en el momento de analizar una situación
de crisis y de transición:
1) Evaluar intelectualmente hacia dónde nos estamos
dirigiendo;
2) Evaluar moralmente hacia dónde queremos dirigirnos;
3) Evaluar políticamente cómo podríamos llegar allí donde
queremos dirigirnos.
Como vemos, estos tres
niveles refieren a distintos aspectos de la actividad cultural de una
comunidad. Y el que habla de cultura habla de valores.
Hay que observar que la
herramienta política, en principio, es neutra ya que todo depende de que
tengamos en claro hacia dónde queremos dirigirnos. Pero el problema es que hoy
en día no está claro hacia dónde nos llevan los vientos nacionales e
internacionales, ni tampoco tenemos en claro lo más importante de todo: el
nivel moral, es decir, hacia dónde queremos dirigirnos.
Todo esto se refleja en el
debate argentino actual, que se presenta como un escenario de gran confusión.
Si nos sirve en algo, también debemos saber que la confusión es global; pero la
diferencia es que muchos países constantemente evalúan moralmente hacia dónde
quieren ir. Los Argentinos somos, todavía, como un pueblo sin hogar, sin un
profundo sentido de pertenencia que hace que sintamos las cosas públicas y
sociales como el lugar donde se juega quienes somos.
Valores: En
medio de todo esto me parecen gestos bien intencionados lo que hacen muchos
sectores de querer volver a conversar sobre los valores que nos guían como
sociedad. (ICR, Encuentro en la ACJ, etc.).
El problema, sin embargo, no
es tanto hablar sobre los valores, sino de encontrar los mecanismos por los
cuales podemos reducir la brecha enorme que existe entre lo que proclamamos
como valores (el universo mítico o simbólico) y las reglas prácticas que nos
guían en nuestras conductas cotidianas.
Hay muchos pensadores, como
por ejemplo Marcos Aguinis o Luis Moreno Ocampo, que identifican
esta distancia como el mayor problema argentino. El desdesarrollo
económico, la corrupción, la impunidad, la crisis política, son en realidad
manifestaciones de una cultura que no termina de definirse. Por un lado
mantenemos grandes ideales que asociamos a un pasado semi-mítico,
pero por el otro parece que somos incapaces de llevar a la práctica los valores
que decimos poseer: tanto en la vida de todos los días (familia, trabajo,
tránsito) como en la vida pública y política.
Juicio:
Creo, sin embargo, que estamos ante una gran crisis, y por ello ante una gran
oportunidad. En el lenguaje del AT diría que estamos ante un gran juicio de
Dios que nos mueve y nos llama a una decisión interior que nos permita
apropiarnos de los valores que proclamamos para hacer de ellos un estilo de
vida. Por un lado estamos cosechando los vicios no sólo de la década pasada,
sino de gran parte de la historia argentina; por el otro lado nos damos cuenta
que estamos ante la necesidad de un gran cambio cultural.
Señales:
Algunas señales que veo que pueden indicar un proceso de maduración, por
ejemplo, la tremenda ola de reclamos a la clase política y dirigentes; la
movilización ciudadana hacia formas más participativas en las tomas de
decisión, las campañas para que adquieran entidad legislativa ciertas causas
relacionadas a los derechos más básicos de la alimentación ( El hambre más
urgente); el hastío con respecto a la corrupción; el reclamo por trabajo; la
autoorganización de vecinos frente al tema de la seguridad; poder plural y micropoder, etc etc.
Pero por el otro lado me
preocupan ciertas actitudes y slogans que demuestran que todavía vivimos en una especie
de realismo mágico que espera soluciones milagrosas en vez de asumir con
responsabilidad nuestra propia cuota de poder y de libertad. Pongo el ejemplo
del “que se vayan todos”: a primera vista parece algo lógico, y hasta tiene un áurea épico. Pero cuando comienza a analizar lo que
significa comienzan a despuntar una serie de irracionalidades. El asunto no es
tanto que se vayan todos (porque esa es la garantía de que se van a quedar
todos), sino de identificar y apoyar a los que consideramos honestos y
reestablecer los lazos que los unen con la ciudadanía. Uno de los grandes
problemas es la distancia que hay entre representantes y representados (el
colegio podría ser un lugar de encuentro, etc.). (Ej. De Abrahan
y Felipe Solá).
También es preocupante que
sigamos buscando un líder carismático, un conductor o una conductora: el tema
es más bien que debemos forjar entre todos nuevas
expresiones políticas que nazcan de los barrios y en las ciudades y se expresen
en los niveles superiores.
Tenemos, como ciudadanos, un poder enorme. Pero ese poder no es el de la autoridad o el del dinero, sino el poder de la verdad: exigir la verdad, la transparencia; pero este tiene un precio: el precio somos nosotros mismos, el cambio que debe producirse en nuestro fuero interior, porque el poder que nosotros representamos es el poder que nace del ejemplo, de la persuasión, del diálogo y de la convicción de que nuestras vidas son un regalo precioso que se nos ha dado.