Muerte...¡pero vida!
Por Guillermo Hansen
"Porque el salario del pecado es la muerte, pero el don gratuito de
Dios es la vida eterna en Cristo, Jesús, nuestro Señor" (Romanos
6:23).
¿Han oído? Muerte...¡pero vida! Parece una contradicción, una paradoja insuperable si sólo contraponemos muerte y vida como meras ideas o conceptos. ¿Cómo puede la muerte conjugarse con la vida?
Detengámonos un momento no en las ideas de muerte y vida, sino en lo quiere significar la palabrita "pero". Esta cláusula adversativa nos quiere indicar, lejos de una continuidad, una ruptura u oposición. Ciertamente el apóstol Pablo quiere evitar la absurda --pero tan lógica!-- conclusión de que de alguna manera misteriosa la vida surgirá de la muerte, como el ave Fénix surgió de sus cenizas . No, de la muerte no surge nada ya que nada contiene. La muerte no es sólo la última frontera, sino la frontera a secas de la vida. Esta frontera es un No a nuestros sueños, ilusiones, esperazas, proyectos, amores. Y es en esta frontera, con su garita de Aduanas, donde se nos revela que el "salario" o "paga" por haber transitado en esta vida es, simplemente, la nada. Nada de reencarnación, nada de trasmigración de almas, nada de "débito automático" en el cielo. Solo la nada.
Este caminar hacia la frontera, que ciertamente es nuestra historia, es también la historia de Jesús. Hay una ruptura en el caminar de Jesús que es significado por este encuentro y paso por la frontera que fué la cruz. Recordemos, la historia de Pascua propiamente dicha comienza con Jesús en la tumba oscura, en la misma muerte que para nosotros es aún futura. Jesús, Hijo de Dios, es también uno de nosotros. Jesús, como uno de nosotros, entra en la tumba en su camino hacia el Padre. Jesús, Hijo del Altísimo, es "abandonado" por el Padre a nuestra paga natural. Jesús, Hijo unigénito, recibe todo el peso del No de Dios sobre la creatura. El Padre no contempla excepciones, ni siquiera con su Hijo.
Pero...¡hay un "pero"! La lógica de la vida humana, de la vida en pecado, enfrenta un "pero" que Dios lanza desde la muerte en cruz. Para que ese "pero" se nos comunique, para que ese "pero" sea escuchado y realizado, es Dios mismo el que debe decirlo, es Dios mismo el que debe encarnarlo. La muerte, ya lo sabemos, no se impresiona por nuestros "peros": continúa su cosecha a pesar de nuestras objeciones o lamentos. Mas en el Hijo que muere abandonado como todos los humanos, el Padre dice su "pero," un "pero" que es soplado en el Espíritu. Es el "pero" de la gracia, de la vida eterna, de la comunión bendita realizado en la persona de Jesús, el que fue levantado de la muerte. El carácter absoluto de la muerte, su insoslayable inevitabilidad, choca con este "pero" que Dios interpone en favor nuestro, para la vida de todos. Dios no objeta a que nuestra verdadera paga debiera ser la muerte, mas si objeta que esta paga sea la que refleje la última y definitiva palabra de Dios sobre su creación. El "pero" de Dios, de este modo, destruye el futuro que nos propone la muerte, el silencio que lo atrapa todo, la oscuridad que todo lo cubre. Al recibir el pago de la muerte que nos corresponde, Dios contrapaga con la vida. ¡Que intercambio!
La pascua de Jesús, su muerte y su resurrección señala así la contraoferta que Dios hace ante la inevitable recepción de nuestra paga. Ante la lógica del pecado, que exige la muerte, Dios ofrece la vida, que no exige nada porque nada podemos dar salvo nuestro pecado y culpa. Mientras que el pecado exige una compensación, Dios en cambio da. Da su vida, gratuitamente, en su Hijo: el es nuestro destino, nuestra verdadera frontera que coincide con la vida misma de Dios. Aquí está el mensaje central de Pascua: un cambio de fronteras, un cambio de un futuro sombrío por uno gozoso.
Cuando nos auguremos unos a otros "Felices Pascuas" no olvidemos que la vida que celebramos en la resurrección de Jesús es una vida que se entiende a partir de lo que Dios ha hecho en El con la muerte. Pero sobre todo, no olvidemos que esta Pascua es la celebración del "pero" de Dios Padre en Jesús, el soplo del Dios viviente. Muerte...pero vida eterna en Cristo, Jesús, nuestro Señor. Aleluya!