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La oración: don y tarea

 

Dr. Guillermo Hansen

 

Un día Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar...." (Lucas 11:1)
 
 

¿Que es la oración? ¿Qué significa orar? Casi todos estamos familiarizados con los gestos de la oración y la súplica: cabeza gacha, ojos cerrados, manos entrelazadas. Pero las preguntas siguen en pie: ¿Qué es lo que hacemos cuando oramos? ¿Para qué debemos orar? Y fundamentalmente, ¿cómo sabemos que Dios atiende nuestras oraciones?

Estas preguntas deben abordarse desde la certeza que encontramos en la vida y enseñanzas de Jesús: Dios escucha y responde. El Padre no es sordo, es más, obra considerando nuestra oración. Vayamos por partes. En primer lugar la oración implica un diálogo, un contacto intenso y personal donde invocamos a Dios "en todas las adversidades," como dice Lutero en su Catecismo Mayor. La verdadera oración jamás es un monólogo, tampoco sembrar palabras al viento, y menos aún arrojar suspiros al vacío. En la oración debemos tener la certeza de que es el Padre quien nos escucha. Quizás algunos de nosotros dudemos tanto de la sinceridad de nuestra oración o del valor de nuestras súplicas. Pero hay algo que, mas allá de la "calidad" de nuestra oración, debe quedar fuera de dudas: Dios escucha y responde.

Puede ser que muchos nos sintamos sin Dios, y por ello no oramos. Sin embargo Dios no está, no existe sin los seres humanos y sin su creación. En Cristo, su Hijo, todos nosotros estamos presentes, todos representados en él. El Padre quiere escuchar a sus hijos e hijas, desea entablar un diálogo con nosotros porque en su Hijo, y a través del Espíritu Santo, ha querido ser Dios de y con nosotros. Dios quiere saber de que se trata, quiere saber que pasa, quiere que nosotros tengamos la libertad de dirigirnos hacia el. En este sentido la oración no es un murmurar a ciegas, sino una conversación que Dios ha iniciado desde si con nosotros. Es en Cristo que oramos, que nuestras oraciones son recogidas, que el mundo se halla presente ante el Padre. En fin, son los labios de Cristo que se mueven ante el Padre cuando movemos los nuestros aquí en la tierra.

La oración es, entonces, una gracia, un don, una oferta de un Dios que se comunica vitalmente con nosotros. Dios quiere escuchar porque Dios nos ha hablado, se ha comprometido con nosotros, quiere tomar parte de lo que somos. De esta manera la oración tiene también una influencia sobre la acción, sobre la existencia misma de Dios, si no, ¿por qué se molestaría en escucharnos? Su respuesta puede no ser la respuesta que nosotros buscábamos, y puede ser que nos tome totalmente de sorpresa. Pero lo que es cierto, lo que es verdad, es lo siguiente: Dios escucha y responde. Esto no significa que Dios sea débil, ni que Dios "ceda" ante los caprichos humanos; mas bien significa que la grandeza de Dios es precisamente su "bajeza", es decir, que siendo un Dios sin necesidad alguna ha querido ser un Dios cuya vida está también tejida con las palabras, súplicas y peticiones de su creación.

Cuando oramos, entonces, obedecemos a la gracia, reconocemos nuestro aceptación, hablamos por los labios de Cristo. La oración no es un bello regalo que le hacemos a Dios, al contrario, es el regalo que Dios nos ha hecho a nosotros. Cuando oramos nos desnudamos ante Dios, vamos con nuestras manos vacías y tendidas. Pero en la oración recibimos consuelo, y aprendemos de Dios a obedecer su voluntad y seguir sus caminos. Y así, aunque vacíos, somos llenos del soplo de Dios que nos envía como SU oración al mundo.