Libro: Ideas en torno de Latinoamérica, volumen I
Universidad Nacional Autónoma de México
Unión de Universidades de América Latina
pp. 684-694
EL PERFIL DEL HOMBRE
Y LA CULTURA EN MEXICO
(FRAGMENTO)
Samuel Ramos
I
EL INDIGENA Y LA CIVILIZACION
El habitante de la capital de México olvida con
frecuencia que dentro del país coexisten dos mundos diversos que apenas se
tocan entre sí. Uno es primitivo y pertenece al indio, el otro civilizado y es
del dominio del hombre blanco. Pero este último puede encontrar ese dualismo
con sólo examinar su propia conciencia en donde se agitan sin armonizarse un
impulso primitivo y otro civilizado, a veces en conflicto dramático. Keyserling
observó ese dualismo psicológico en la América del Sur, como un refinamiento, que
el hombre posee, a pesar de su fondo primitivo. Es sin duda un fenómeno
extraño, que debe considerarse como rasgo universal del carácter
hispanoamericano.
Por
supuesto el alma del indio puro no participa de este dualismo, pero con su
presencia lo crea en la civilización del país. El indio está allí todavía ante
nosotros más enigmático que nunca. Se le ha atribuido, a priori, un espíritu
semejante al del blanco, sólo que de un desarrollo retrasado. Sería pues una
raza en minoría de edad a la que hay que tratar como a los niños. Sin embargo,
una más atenta observación psicológica desmiente este punto de vista. Si el
espíritu indígena no difiere en esencia del del hombre blanco, ¿por qué esa
indiferencia desconcertante, ese desprecio y aun la resistencia que opone a la civilización que a ojos
vistas es superior a la suya? Tal actitud no puede interpretarse como el signo
de una inferioridad mental, pues los numerosos indígenas que viven en la
sociedad de los blancos demuestran tener la misma capacidad de éstos para la
civilización superior. En diversas profesiones, cargos políticos y ramas de la
cultura han descollado indios de pura sangre. ¿No constituyen estos hechos la
más rotunda prueba de que el indio es apto para asimilar la civilización? Sí,
pero prueban nada más que esa aptitud sólo aparece cuando el individuo es
separado del grupo social en que ha nacido. Mientras permanece en el medio
indígena, prevalece en el individuo la conciencia colectiva que fundida y
solidarizada con sus costumbres tradicionales, siente que todo elemento extraño
de civilización es incompatible con su naturaleza. Aquí se manifiesta una
reacción característica de las culturas indígenas americanas, de la mayor
importancia para comprender su espíritu.
En
las comunidades primitivas la cultura y la vida forman un todo inseparable, de
manera que cada uno de los detalles en la conducta de los individuos, en el
trabajo, en el hogar, en la vida pública, hasta en su apariencia personal se
consideran importantes para mantener la unidad del conjunto. Por ello tales
comunidades son tan rebeldes a las innovaciones, sobre todo cuando vienen de
fuera. Para el hombre blanco un traje, un instrumento es simplemente un objeto
útil del que puede renunciar en un momento dado si se le ofrece otro distinto
que le preste mejores servicios. Para
el indio las propiedades útiles de las cosas, y de los instrumentos que
fabrica, existen en cuanto que están en relación mística con el todo. Antes de
la conquista, los indios atribuían la invención y establecimiento de todo
cuanto era benéfico en la vida a ciertas deidades civilizadoras, como Kukulkán
que entre los mayas; entonces el abandono a la sustitución de un procedimiento
técnico o una costumbre tradicional tiene el sentido de un sacrilegio. El indio
actual ha perdido el recuerdo de su historia pero el mecanismo inconsciente de
sus actos sigue operando en la misma forma.
El
espíritu indígena poseía cierta tolerancia para admitir la influencia de razas
afines, como en el caso de los mayas al ponerse en contacto con los aztecas.
Pero cuando se enfrenta con la civilización europea en el siglo XVI su actitud
de espíritu cambia por completo. Podría atribuirse la resistencia, que todavía
ahora oponen los indígenas a la civilización, al resentimiento secular contra
la raza dominadora que los ha maltratado y humillado. No se puede esperar que
el indio tenga simpatías por la civilización de los hombres que han causado su
desgracia. Sin embargo, estos motivos históricos no bastan para explicar las
dificultades que se presentan en la tarea de civilizar al indio.
En
el supuesto de que la conquista se hubiera realizado con procedimientos
humanitarios y la dominación colonial hubiera sido menos dura, en una palabra,
si la raza blanca no se hubiera hecho odiosa al indígena, aun en este caso,
resistiría a adoptar la civilización. Es que para ello existen motivos
psicológicos especiales.
“Parece
existir cierta uniformidad en todas las razas primitivas para interpretar la
aparición del hombre blanco. Por lo general es considerado como un gran
hechicero cuya presencia acarrea males. En el mito de Quetzalcóatl el hombre
blanco adquiere las proporciones de una deidad. Los aztecas presentían que la
llegada del hombre blanco sería para ellos una catástrofe. El primitivo es incapaz
de separar en su pensamiento, las virtudes de un instrumento o de una máquina,
del ser que los ha fabricado. Los instrumentos y máquinas que el blanco usa
deben su eficacia a que la sociedad en que vive está en relación con una
potencia mística extraordinaria. Así que esos instrumentos son buenos para los
blancos pero no para ellos”. Sólo en tanto que el individuo está incorporado a
su grupo social que tiene la protección de ciertas divinidades, son eficientes
los instrumentos que usa. Aquí se muestra la concepción sintética que el
primitivo tiene del mundo. Los objetos fabricados se integran al conjunto
místico de la civilización y la sociedad, de manera que separados de ese todo
dichos objetos pierden sus virtudes. Este mecanismo psicológico explica el misoneísmo
del alma indígena, su impermeabilidad a las innovaciones de la cultura
moderna. Sólo una coacción externa
puede obligar al indígena a cambiar sus costumbres o su técnica. Pero en cuanto
esa coacción cesa de obrar, el indio vuelve a sus procedimientos. Si el indio
queda en libertad de escoger, desconcierta observar que teniendo dos modelos,
uno indígena, tosco e incómodo y otro extranjero, perfeccionado y más
eficiente, prefiere siempre sus propios modelos. También los efectos de las
máquinas modernas son explicados por principios mágicos cuyo secreto sólo el
blanco posee; por eso el indígena tiene que elegir sus utensilios deficientes.
“En esta reacción de los indígenas para valorizar las técnicas superiores a las
suyas, se revela que en el fondo de todos sus pensamientos y sus actos, el
sentido religioso es la nota dominante de su alma”.
II
EL PERFIL DE LA
CULTURA MEXICANA
Escribía Bolívar, entre sus observaciones sobre el
nuevo mundo, que los americanos somos europeos de derecho. En México se ha
abusado de este derecho por todo un siglo, imitando a Europa arbitrariamente,
sin otra ley que el capricho individual. El pecado original del europeísmo
mexicano es la falta de una norma para seleccionar la semilla de cultura
ultramarina que pudiera germinar en nuestras almas y dar frutos aplicables a
nuestras necesidades peculiares. Aquella norma no podía ser otra que la misma
realidad; pero ésta era ignorada, porque todo el interés y la atención estaban
vueltos hacia Europa. El error del mimetismo europeo proviene quizá de un
concepto erróneo de la cultura que, por idealizarla demasiado, la separa de la
vida como si no fuera indispensable el calor y la fuerza vital para sostener al
espíritu.
No
podemos proseguir practicando un europeísmo falso; pero es preciso huir también
de otra ilusión peligrosa, que es de un mexicana igualmente falso. Tal
mexicanismo es el que, animado de un resentimiento contra todo lo extranjero,
pretende rehacer toda nuestra vida sobre bases distintas de las que ha tenido
hasta ahora, como si fuera posible en un momento anular toda la historia. Se
intenta aislar a México de todo contacto con el mundo exterior, para librar a
su originalidad de toda mezcla extraña. Así como el “europeísmo” se fundó en el
ideal de una cultura que puede subsistir separada de la vida, así el
“nacionalismo” se funda en la creencia de un México que ya existe con su
fisonomía nacional definida, y al que sólo es preciso sacar a la luz del día,
como se desentierra un ídolo. Tal creencia se ha sostenido con el argumento de
una realidad “pintoresca” en la que figuran el paisaje con sus montañas y sus
cactus, salpicado de puntos blancos: los indios con su traje de manta. El arte nuevo se ha encargado de
amplificar, como una caja de resonancia, las dimensiones de lo “pintoresco”,
que ha encontrado favorable acogida, sobre todo entre los turistas yanquis.
Pero este México representado por el charro y la china poblana, o bien, el
México de la leyenda salvaje –que no sé por qué sorprende y atrae tanto a los
europeos, que para salvajismo son maestros también, como lo probaron desde
1914- es un México de exportación tan falso como la España de pandereta.
Quitando
a la tendencia “nacionalista” todo lo que tiene de resentimiento contra lo
extranjero –reacción típica de una conciencia de menor valía- queda, sin duda,
un contenido moral de indudable valor para México. Es la voz de nuestra más
verdadera entraña, que quiere hacerse oír por primera vez después de una larga
era en que el mexicano ha sido sordo a su destino. Parece mentira que esto sea
una novedad. Pero así es. Los mexicanos nos han vivido espontáneamente, no han
tenido una historia sincera. Por eso ahora deben acudir pronto al llamado de
esa voz, que es una orden para vivir con sinceridad. Hay que tener el valor de
ser nosotros mismos, y la humildad de aceptar la vida que nos tocó en suerte,
sin avergonzarnos de su pobreza. Todos
los males que nos han sobrevenido se deben a no haber practicado una
situación muy superior a lo real. Muchos sufrimientos que hoy padecemos se
aliviarán el día que nos curemos de la vanidad. Por vivir fuera de la realidad
de nuestro ser nos hemos rodeado de un ambiente caótico, en medio del cual
caminamos a ciegas, sin plan ninguno, arrastrados por el viento que sopla más
fuerte; y en los momentos de desorientación, nada hay mejor que recogernos en
la intimidad, que volver al solar nativo. Así se han rejuvenecido siempre los
hombres o aun los grupos humanos, cuando han atravesado por crisis de
ofuscación o debilitamiento de sus energías. Entre nosotros, ese retorno a la
tierra habrá de darnos la salud física y moral necesaria para recobrar la
confianza en el porvenir.
Es
consolador observar que desde hace algunos años la conciencia mexicana se ha
propuesto realizar un verdadero esfuerzo de introspección nacional. Pero tal
examen de conciencia no se ha emprendido, por desgracia, con el rigor, la
hondura y la objetividad que el caso requiere. ¿Cómo ser jueves imparciales en
cuestión de partido? La experiencia humana enseña que casi nada puede hacerse
contra un interés o una pasión más grande. Es decir, que sólo podremos
conocernos a nosotros mismos como individuos o como pueblo, cuando a nuestras
pequeñas pasiones podamos oponer la gran pasión de la verdad, que es una de las
formas del amor desinteresado hacia las personas y las cosas, reales o aun
irreales; amor por el conocimiento cuyo símbolo mejor es el eros platónico. Desarrollar este amor
por el conocimiento, tiene que ser una de las tareas iniciales de la educación
mexicana.
Quien
posea esta pasión por la verdad, dispondrá de la fuerza moral indispensable
para hacer una severa crítica de sí mismo, sobreponiéndose a las susceptibles
que pueden impedir una visión limpio y objetiva de su mundo interno. Sólo que
lograda esta alta posición mental en que podemos considerar las cosas como si
no fuéramos seres de este mundo, sino menor espectadores inteligentes, no sería
lo bastante para morder en la entraña de lo real. Es menester añadir a esta
disciplina moral una disciplina intelectual. Sería ocioso insistir sobre este
punto si no hubiera una corriente de opinión francamente favorable a la
educación científica como preparación indispensable para investigar cuestiones
mexicanas parece sustentarse este peligroso error en un falso concepto de la
ciencia.
Se
trata de un concepto sumamente vulgar, efecto de la ignorancia o de la
superficialidad, y en el cual se advierte el eco distante del positivismo;
consiste en creer que la ciencia se obtiene con sólo abrir los cinco sentidos a
la realidad. La función intelectual parece una cosa secundaria en el proceso
científico. Tal parece que la experiencia, por su propia virtud, tiene una
eficacia mágica para convertirse en ideas. La investigación científica queda
reducida a la recolección de documentos, como si fuera bastante amontonarlos
para que, al llegar a cierto volumen, brotara la luz del conocimiento
científico. El “nacionalismo” ultramontano piensa que, siendo la ciencia
europea, toda preparación intelectual será un prejuicio en la mente del investigador,
que le impedirá ver en el objeto su originalidad vernácula.
No
es, pues, extraño, que con semejante teoría de la ciencia se haya extendido la
idea de crear una “ciencia mexicana” sin necesidad de informarse antes de los
principios de la ciencia universal.
Es
por eso urgente hacer comprender en México la verdadera teoría de la ciencia,
de la cual la imagen vulgar que hemos descrito en una caricatura. La
investigación científica es impracticable si no se afronta a la realidad con un
prejuicio. El prejuicio es lo que
orienta la atención hacia tales o cuales fenómenos; gracias a él podemos
descubrir las relaciones entre hechos diferentes; establecer la continuidad de
un mismo proceso en acontecimientos de apariencia diversa; en una palabra, es el
prejuicio lo que, a través de la experiencia, nos lleva a la idea científica.
Ahora bien, estos prejuicios no se pueden tener sino aprendiendo, antes de
investigar, los principios de la ciencia respectiva.
Para
creer que se puede en México desarrollar una cultura original sin relacionarnos
con el mundo cultural, extranjero, se necesita no entender lo que es la
cultural. La idea más vulgar, ésta consiste en un saber puro. Se desconoce la noción de que es función del espíritu
destinada a humanizar la realidad. Pero claro que tal función no es de
generación espontánea. La educación se vale entonces del acervo de cultural ya
acumulado hasta hoy, para desarrollar en el espíritu de cada individuo. Bien
orientada la educación, no debe tender hacia el aumento del saber, sino hacia
la transformación de éste en una capacidad espiritual para conocer y elaborar
el material que cada experiencia singular ofrece. Sólo cuando de la cultura
tradicional extraemos su esencia más sutil y la convertimos en “categoría” de nuestro
espíritu, se puede hablar de una asimilación de la cultura.
Cada espíritu individual necesita para crecer
y formarse, el alimento y estímulo de la cultura en sus formas objetivas. De
aquí se deduce que la buena intención de hacer un examen de la conciencia
mexicana puede malograrse si la aislamos del mundo exterior, cerrando las
puertas de toda influencia de cultura que venga de afuera, porque entonces nos
quedamos a oscuras. Para el futuro de la cultura nacional, son igualmente malos los dos métodos
extremos que pueden adoptarse en la educación. No distraerse en absoluto de la
realidad mexicana, como se hizo durante una centuria, para adquirir una cultura
europea con el peligro de un descastamiento espiririal, o negar de plano la
cultura europea con la esperanza utópica de crear una mexicana, que
naturalmente será imposible obtener de la nada. No podremos jamás descifrar los
misterios de nuestro ser si no penetramos en él alumbrados con una idea
directriz que sólo podremos tomar de Europa.
Cuando
hayamos obtenido alguna claridad sobre la manera de ser de nuestra alma,
dispondremos de una norma para orientarnos en la complejidad de la cultura
europea, de la cual en Europa hay muchos elementos importantes, que a nosotros
no pueden interesarnos. Sólo con un conocimiento científico del alma mexicana
tendremos las bases para explorar metódicamente la maraña de la cultura europea
y separar de ella los elementos asimilables en nuestro clima. Hasta hoy, la
moda ha sido el único árbitro para valorar los productos heterogéneos de la
vida espiritual del viejo continente. Por falta de datos ciertos sobre nuestra
alma, hemos carecido de puntos de referencia nuestros para ordenar la visión de
las cosas europeas desde una perspectiva mexicana. Nunca se ha pensado en una
selección consciente y metódica de las formas de la cultura europea capaces de
aclimatarse en nuestra tierra. Es indudable que tal sistema es posible, tomando
como base ciertas afinidades instintivas que inclinan a nuestra raza a preferir
unos aspectos de la cultura más que otros. Lo difícil es distinguir las
simpatías espontáneas de ciertos intereses extraviados, que son los que de
hecho han orientado la atención hacia la cultura. Hasta hoy, los mexicanos, con
excepción de una ínfima minoría, no se han interesado en la superficie,
deslumbrados por sus apariencias brillantes.
México
debe tener en el futuro una cultura “mexicana”; pero no la concebimos como una
cultura original distinta de todas las demás. Entendemos por cultura mexicana
la cultura universal hecha nuestra,
que viva con nosotros, que sea capaz de expresar nuestra alma. Y es curioso
que, para formar esta cultura “mexicana”, el único camino que nos queda es
seguir aprendiendo la cultura europea.
Nuestra
raza es ramificación de una raza europea. Nuestra historia se ha desarrollado
en marcos europeos. Pero no hemos logrado formar una cultura nuestra, porque
hemos separado la cultura de la vida. No queremos ya tener una cultura
artificial que viva como flor de invernadero; no queremos el europeísmo falto.
Pues es preciso, entonces, aplicar a nuestro problema el principio moderno, que
es ya casi trivial de tanto repetirse: relacionar la cultura con la vida. No
queremos ya tener una cultura artificial que viva como flor de invernadero; no
queremos el europeísmo falso. Pues es preciso, entonces, aplicar a nuestro
problema el principio moderno, que es ya casi trivial de tanto repetirse:
relacionar la cultura con la vida. No queremos ni una vida sin cultura, ni una
cultura sin vida, sino una cultura viviente. Por lo que al conocimiento
científico respecta, es preciso relacionar a cada momento el estudio de los
principios de la ciencia universal con la observación concreta de nuestra
realidad. Uno de los motivos de hostilidad hacia la cultura es el carácter
individualista del mexicano, rebelde a toda autoridad y a toda norma. Aceptar
entonces la idea del “nacionalismo” radical sería tanto como perpetuar el caos
espiritual; sería escoger el camino del menor esfuerzo y seguir realizando la
labor fácil, la observación superficial, el estudio fragmentario y sin rigor
científico. Si queremos dar solidez a nuestra obra espiritual futura, hay que
preparar a la juventud en escuelas y universidades, mediante una severa
educación orientada esencialmente hacia la disciplina de la voluntad y la
inteligencia. El saber concreto es lo que menos debe interesarnos de la
cultura. Lo que para México es de una importancia decisiva, es aprender de la
cultura lo que en ella hay de disciplina intelectual y moral.
Cuando
se llegue a obtener ese resultado, se comprobará que, aun los individuos que
escalen las altas cimas de la vida espiritual, no caerán en el orgullo de
desperdiciar la tierra nativa. Al contrario, su altura les permitirá comprender
y estimar mejor la realidad mexicana.
III
COMO ORIENTAR
NUESTRO PENSAMIENTO
La actividad de pensar no es una función de lujo,
sino antes bien una necesidad vital para el hombre. El pensamiento hace de la
vida y le devuelve, en cambio, varias dimensiones que ensanchan sus horizontes
y la hacen más profunda. En virtud del pensamiento, la vida no es sólo
presente, sino también pasado y futuro. El pensamiento es la posibilidad de
aprovechar el recuerdo de nuestras experiencias a favor del presente y también,
al mismo tiempo, el órgano para la previsión del futuro. Pero es, sobre todo,
en cuanto a inteligencia y comprensión, la ventana para asomarnos al mundo y
ponernos en comunicación con los hombres y las cosas. Representa por ello el
instrumento que nos pone en relación espiritual con la sociedad y con el mundo,
y permito fijar nuestra posición en éste. Gracias al conocimiento, no nos
sentimos perdidos en nuestra marcha a través de la existencia, sino que podemos
saber cuál es el camino que nos toca recorrer. Pero por desgracia, el ejercicio
de la inteligencia no es una tarea fácil y segura, sino al contrario, se
encuentra rodeada de dificultades y expuesta constantemente al error.
Si
en principio, como Descartes pensaba, todos los hombres están igualmente
dotados de inteligencia, de hecho no todos saben aplicarla correctamente y se
ven privados de los beneficios que ella presta. Habría que añadir que no todos
los hombres se sienten inclinados a usarla, tal vez porque no es les ha
enseñado el valor que tiene su uso, o porque su temperamento no los inclina a
ello. Desde este punto de vista, recordemos que, según las razas, no tiene la
inteligencia la misma preponderancia respecto a otras fuerzas anímicas como la
voluntad y el sentimiento. En unas razas predomina la voluntad como impulso
dirigente en la vida; en otras, el sentimiento; en otras, la inteligencia o la
razón. Es bien conocida la opinión de que la raza hispánica, a la que nosotros
pertenecemos, nos e ha destacado en la historia por sus obras de pensamiento,
lo que no implica, desde luego, que sea una raza “ininteligente”. Esto
significa nada más que ha asumido la dirección de la vida otra fuerza
espiritual distinta, que es el sentimiento, o más exactamente, la pasión. La
inteligencia existe, sólo que subordinada, esclavizada a otros impulsos más
poderosos, que le roban el espacio y no la dejan moverse con la amplitud
necesaria. Por lo menos, éste parece ser el caso para el grupo de los
mexicanos. El contacto que he tenido en la Universidad con un gran número de
jóvenes, me permito asegurar que nuestra raza está muy bien dotada de
inteligencia. En el joven que aún no ha sufrido las deformaciones mentales que
la vida produce, esa inteligencia puede moverse sin trabas, y no creo que sea
menor a la de cualquiera de las razas superiores.
La
obra de algunos pensadores y hombres de ciencia demuestra, por otra parte, que
nuestra inteligencia no es inferior a la de los europeos. Mas para que este
hecho no constituya una excepción, sino la regla general en la vida de la
cultura, habrá que esperar un cambio en las condiciones del medio ambiente, por
hoy todavía poco favorables a la actividad intelectual. Los países jóvenes
tienen primero que organizar y desarrollar su existencia material para atender
luego a otros menesteres menos apremiantes. La meditación honda, el pensamiento
abstracto, son frutos de una liberación que se produce sólo cuando los
problemas elementales de la vida se han resuelto.
Si
en México existe, pues, una cierta capacidad de pensamiento, está aún por
desarrollarse y disciplinarse, en vista de mejores resultados. La incitación
primordial para el ejercicio y desarrollo de la inteligencia, es el afán de
saber la verdad acerca de todo lo que hay de problemático en la vida. No es tan
fácil someterse a una constante existencia de verdad, porque no siempre ésta es
agradable, ni responde a los más íntimos deseos de la voluntad. Por eso abundan
los individuos que se engañan a sí mismos, declarando que es verdad lo que
quisieran que fuera la verdad. El ejercicio honrado de la inteligencia requiere
un esfuerzo, a veces penoso, y una disciplina intelectual y moral. El sujeto
que piensa se ve precisado a vigilar, no únicamente los procesos del
conocimiento mismo, sino la totalidad de su espíritu, para evitar que muchos
factores subjetivos desvirtúen el resultado de sus pesquisas. Y no se oculta a
nadie que esa autocrítica es sumamente difícil de practicar. Por eso la
veracidad es considerada como una virtud de gran valor. ¿Existen en México
numerosas personas veraces? Quisiera que esta pregunta la contestara el lector
para sí mismo, apelando a su experiencia y discreción.
Yo
me limito a hacer observar la facilidad con que en México son aceptadas las
ideas y las teorías que se importan de Europa, sin crítica ninguna, lo que
representa un mínimo de esfuerzo, y se acomoda perfectamente al espíritu
perezoso. Me he preguntado si nuestra tendencia a la imitación, sobre todo en
el campo del pensamiento, no es, en el fondo, una pereza disimulada. Aparte de
todas estas circunstancias que debilitan al pensamiento, no se puede pasar por
alto el hecho de que la verdad no es, en manera alguna, una necesidad dentro de
nuestra vida social y política. Toda ella está encubierta por una tupida red de
apariencias engañosas, de mentiras convencionales, que se juzgan necesarias a
su mantenimiento y colocan a la verdad en la situación de un objeto indeseable.
A
pesar de todo esto, sigo creyendo que en México es una necesidad urgente el
cultivo del pensamiento, la práctica de la reflexión, en todas y cada una de
las actividades humanas. Me parece que muchos proyectos malogrados, que muchos
errores y extravíos, más bien que a la maldad, deben atribuirse a una falta de
reflexión, al uso insuficiente e inadecuado de la inteligencia. Con esto quiero
significar que talento no falta, lo que hay es una incorrecta aplicación de él.
Si al emplearlo no nos colocamos en el punto de vista justo, y no lo orientamos
hacia objetivos precisos, su eficacia quedará anulada.
He
querido, desde hace tiempo, hacer comprender que el único punto de vista justo
en México es pensar como mexicanos. Parecerá que ésta es una afirmación trivial
y perogrullada. Pero en nuestro país hay que hacerla, porque con frecuencia
pensamos como si fuéramos extranjeros, desde un punto de vista que no es el
sitio en que espiritual y materialmente estamos colocados. Todo pensamiento
debe partir de la aceptación de que somos mexicanos y de que tenemos que ver el
mundo bajo una perspectiva única, resultado de nuestra posición en él. Y, desde
luego, es una consecuencia de lo anterior que el objeto y objetos de nuestro
pensamiento deben ser los del inmediato contorno. Tendremos que buscar el
conocimiento del mundo en general, a través del caso particular que es nuestro
pequeño mundo mexicano. Se equivocaría el que interpretara estas ideas como
mera expresión de un nacionalismo estrecho. Se trata más bien de ideas que
poseen un fundamento filosófico. El pensamiento vital sólo es el de aquellos
individuos capaces de ver bajo una perspectiva propia. Leibnitz afirmaba que
cada individuo refleja el mundo a su manera, lo que por otra parte, no quiere
decir que haya muchas verdades, sino una sola. Se comprende que sobre cualquier
objeto real no puede existir más que una verdad, pues si hay muchas, ninguna lo
es. Un segmento de esfera, visto por un lado, es cóncava; por el otro convexa.
Don individuos que ven, pues, este objeto, desde puntos opuestos, tendrán de él
dos visiones diferentes; cada una será parcial, pero dentro de este límite
representarán la verdad.
México
necesita conquistar mediante la acción disciplinada de un auténtico pensamiento
nacional, su verdad o conjunto de verdades, como los tienen o los han tenido
otros países. Mientras carezcamos de ellas, será un terreno propicio a la
penetración de ideas extrañas, que no teniendo nada que ver con nuestras
exigencias, vendrán a deformar la fisonomía del país y a crear problemas más
graves que los que es preciso resolver. Creo que sobre todos los hombres
capaces de pensar en nuestro país, pesa la responsabilidad de substraerse, aun
cuando sea por momentos, del torbellino de la vida, para explorar esta o
aquella región de la realidad mexicana. Grandes porciones de esta realidad son
perfectamente desconocidas, no han sido fijadas aún en conceptos. Las tareas
que están encomendadas a nuestro pensamiento me parece que deben reducirse a
estas dos fundamentales: 1. cómo es realmente tal o cual aspecto de la
existencia mexicana, y 2. cómo debe ser, de acuerdo con sus posibilidades
reales. La determinación más concreta y detallada de las cuestiones por
resolver, es decir, el planteo de los problemas mexicanos, es un tema previo,
quizá el más difícil de estudiar. Quédese para otra ocasión el intento de
definir en fórmulas precisas alguno de los problemas fundamentales de México.