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Confuso y humillado ante tu altar. Sin saber que decirte ni que hablarte. Ansioso solamente de llorar. Vengo del mundo, vengo del combate, Cansado de sufrir y de luchar.
Y hambriento el corazón de soledad. De esa soledad dulce, divina, Que alegra tu presencia celestial.
Te dice lo que quiere sin hablar. Mis miserias Señor aquí me traen, Mírame con ojos de piedad.
Un abismo infinito de maldad, Un triste pecador siempre caído, Que llora desconsolado su orfandad. Y gime bajo el peso de sus culpas, Y ansía recobrar su libertad.
Un corazón que muere por amar. Y abrazarse a la llama inextinguible, Del fuego de tu eterna caridad.
Permite que tus pies llegue a besar. Déjame que los riegue con mi llanto, Y sacie en ellos mi ardoroso afán.
Ante las gradas de tu santo altar. Bebiendo de la fuente de aguas vivas, Que brota de tu pecho sin cesar.
En aquella divina soledad. Gozando de tu amor y tu hermosura, En un éxtasis dulcísimo de paz .
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