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Sueño 

 Me desperté bajo las sábanas si querer salir de allí. Las mañanas en invierno retrasan todos los días, sobre todos los más urgentes. Y éste era uno de ellos. Me encontraría con vos en poco tiempo. Mientras me visto, recuerdo ese momento, cuando reabriste gigantes tus ojos para cerrarlos lentamente hasta desvanecerlos, visualizo el hogar del living, la alfombra azul y las copas vacías del coñac tiradas en ella. A dos metros de nosotros dormía Pirámide, una pequinesa que tuve por cuatro años, aún era cachorra. Lo hago porque ése fue tu último instante de vida. Los días que siguieron fueron duelos oníricos entre vos y yo. Y es ahí donde comienza lo incongruente. Estos sucesivos diálogos se transformaron en pesadillas, que por el opuesto de ser sueños agradables, eran culpables de mi progresivo odio hacia tu recuerdo. Comencé entonces a tratar de recordar qué era lo nos mantuvo tanto tiempo juntos, creo, dieciséis años. No encontraba cosas sustanciales, por el contrario; reproches, dudas, palabras de más, aburrimiento; eran fieles a mi memoria. Fui a las fotos. La ternura se transformaba en ira. Por último descarté la posibilidad de que vos fueras la culpable. Responsabilicé a mis impulsos, mi contra-cultura, mi sueños imposibles; no, todo esto es muy puro como para ser dañino. La respuesta, pues, sería encararte. Elegí este día porque es nuestro aniversario, y como siempre lo fue, seguro sería un día mas para vos, un día normal. Así que supuse que no estrías de mal humor. Pensé en mil formas de conseguir verte, pero de todas (videntes, péndulos, copas, etc), esta me pareció la más prolija. Solo tomaría una cantidad innumerable de pastillas que me lleven a vos. ¿Dónde las conseguiría?, en el botiquín mi amor. Tu eterno “mal sueño” cotidiano me las proporcionaría. Si algo había en el botiquín, eran pastillas. Tomé algo así como setenta pastillas, que bajé con un J&B reservado para la ocasión. Porque estaba muy lúcido al tomarlas ó por la cantidad de pastillas, fue severamente corto el tiempo en que sentí el shock mortal. Caminé por la casa, estaba todo igual, me preocupé porque al tocarme podía sentirme perfectamente. Corrí a reflejarme en algún espejo, y para mi sorpresa, allí estaba. Parecía que no estaba muerto en realidad. Me senté en la cama y me deprimí. -Gabriel- escuché que ella me llamaba suavemente a mis espalda, por mi asombro llené mis pulmones de aire sin poder vaciarlos luego de un largo rato de enmudecimiento. Comprendí que sí estaba muerto, y olvidando todo (como es mi costumbre en momentos cruciales), cruzó por mi mente que si todo estaba igual, quería decir que nada mientras estuvimos juntos transcurrió. Sólo la muerte lenta de nuestro amor. Luego la tuya. Después la mía. Me di vuelta eufórico y con bronca. Sólo grité. -¡¿por qué?!, no hay un solo sueño feliz. ¡¿por qué hiciste mi vida tan oscura?!.-corrí hacia ella. Hundí los dedos de mis dos manos en su cráneo y con fuerza desgarré su cuerpo para dejarlo en dos. De arriba hacia abajo se partía perfecto. Mientras esto ocurría, la escuché decir agonizante: “no existe ningún tipo de conexión entre la vida y la muerte”.


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