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Navidad. ¿dulce?..

Fuimos mi mujer y yo a visitar un tío que vivía en Emiliam, un barrio no muy lejos del centro. Eso sí, teníamos más de cuarenta minutos desde casa. Eran como las doce del mediodía, y debíamos haber llagado como a las once. Nerina siempre tenía razones para retrasarse en todo, y yo, como ya me había acostumbrado, me había vuelto un impuntual también. Resolví, entonces, que jamás me preocuparía innecesariamente alguna vez. No voy a alimentar mi nerviosa úlcera, que atenta, despierta cada vez que puede. Así que cuando hubo terminado sus interminables, la subí a un taxi y nos fuimos. La familia reunida nos hacía sentir muy cómodos, volver a la mesa con tíos, padres, hermanos, primos, etc. nos hacía pensar en la posibilidad de una propia, planteo no muy frecuente en las parejas de aquella época. En fin, ilusiones que parecen indestructibles, pero que el tiempo irremediablemente desaparece a su paso, dejando vacíos, miedos. El estado de vejez mismo a cualquier edad. Lamentablemente la edad nunca es lo más importante. Pero esa noche, no terminó igual que muchas otras noches. Lo que voy a contar es lo que recuerdo, no más. Después de la exquisita cena mi tía Isis, y de los urgentes tragos digestivos de mi tío Romuel, Leonor, la hermana de mi tía, nos invitó a su casa a dormir, que no quedaba a más de cuatro cuadras, como nos había caído muy bien, no vimos por qué no. Yo estaba un poco borracho, pero recuerdo bien cómo se miraban. En menos de dos hors eran grandes amigas. Hasta ahí todo fue normal, lo que sigue, no tanto. Destapamos un champagne, y seguimos bebiendo. Cuando llegó la hora de dormir, veo que Leonor prepara en el sillón, un lugar para dormir. Como solo cabía uno allí, pensé que era para ella, cuando lo terminó me miró y dijo: -aquí vas a estar bien. Yo me arreglo en mi cama con Nerina. Me quedé ahí parado como un pelotudo, sin palabras. Se fueron a la habitación. Pensé que por respeto, debía callarme, así que me acosté, me tapé y dormí. Habrán pasado dos horas y en la oscuridad empecé a escuchar esos dolorosos gemidos, muy, muy bajito se sentían. Comencé a desesperarme, como sabiendo lo que ahí ocurría. Salté del sillón y abrí de golpe la puerta. Todo en silencio. Prendí la luz. No se movieron. Por alguna razón seguí. Fui hasta la cama, donde estaban cada una muy cerca del borde de su lado. De un tirón las destapé. Estaban desnudas. Fui corriendo al living. Me senté, me agarré la cara con fuerza, al mismo tiempo que mi temperatura subía y mi cerebro, revolucionado, vibraba furioso. Desde ese lugar, veo venir rápido a Leonor, me levanto y sin mediar, tomo del tronco un velador de pie, y en un impulso violento, le descoloco la mandíbula estrellándole la cara con la base del mismo. Nerina grita. Voy a la habitación y en el camino agarro una silla de metal, o un banco, no sé. Está sentada de rodillas en la cama, preguntando a los gritos -¡¿por qué?!-. con el primer golpe quedó inconsciente, eso hizo que se abriera el silencio. Seguí pegándola hasta que estuve seguro de su muerte. Todo estaba lleno de sangre. Me desmayé. Desperté cuando ya era de día. Me duché, y me fui.


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