¿Qué es la Ortodoxia?
La Ortodoxia es la sociedad de todos los cristianos en comunión con el Padre a través del Hijo en el Espíritu, que están incardinados en la fe de los Doce apóstoles y estrechamente unidos a sus sucesores legítimos los obispos a través de la práctica de los sacramentos, las asambleas litúrgicas, los Credos y los siete Concilios Ecuménicos. La Ortodoxia sólo reconoce como legítima Cabeza de la Iglesia al Señor Jesús, que a través de su Espíritu continua su obra de amor y salvación por todo el mundo, según la promesa de asistencia que le hizo para no caer nunca ni enseñar el error. Cristo transmitió a sus apóstoles el triple poder a) de magisterio, b) de orden y santificación de las almas y c) de gobierno y juicio. En ese sentido todos los apóstoles fueron iguales, y de ellos todos los obispos han recibido los poderes de atar y desatar. Por eso el episcopado pertenece a la esencia misma de la Iglesia que se extiende en el tiempo junto al presbiterado y diaconado: “Ordenes sin las cuales no hay Iglesia” (Ignacio de Antioquía en el siglo II).
La Ortodoxia, junto con el catolicismo romano y las congregaciones surgidas de la Reforma Protestante, es una de las tres grandes expresiones del cristianismo histórico. Sin embargo, para ella es extraño el debate occidental entre católico-romanos y protestantes, pues dicha división está ligada a la problemática de la Escolástica y es agustiniana. Si hubiera habido una presencia ortodoxa en Occidente en el siglo XVI hubiera podido aportar las riquezas de su propio paradigma. En ese sentido habría compartido con la Reforma la intuición de la soberanía de Dios y el deseo de liberar la Buena Nueva de la filosofía escolástica. Pero también hay diferencias entre la Ortodoxia y la Reforma: el respeto por la catolicidad de la Iglesia y sus tradiciones, pues se admite la participación de la Divinidad (a través de las energías), la transfiguración de la naturaleza (frente al nominalismo y pesimismo luterano), la mariología, los sacramentos, las liturgias, los iconos (que para los ortodoxos participan del Espíritu y no son mero dato cultural).
La Ortodoxia se enorgullece de ser la Iglesia fiel a los orígenes del cristianismo, con los cuales conserva una mayor cercanía que Occidente, por geografía y por cultura (griega y semítica). Además, en Oriente se formaron las primeras comunidades cristianas, se celebraron los primeros Concilios y surgieron los primeros teólogos y monjes. No obstante, también reconoce como suyos a los primeros Padres de Occidente como Cipriano, Ambrosio o Agustín, pero, evidentemente, se siente más cercana a Ignacio de Antioquía, Escuela alejandrina (Clemente, Orígenes, Cirilo), Escuela antioquena (Juan Crisóstomo), los Capadocios (Basilio, Gregorio de Nacianzo, Gregorio de Nisa), Escuela de Damasco, Escuela del Sinaí, Padres del desierto (Antonio, Pacomio, etc.), teólogos apofáticos (Pseudo-Dionisio), etc.
Ortodoxia significa la “doctrina recta”, es decir, la que enseña las verdades que debemos creer firmemente, los deberes que hemos de practicar y los medios de santificación.
La Ortodoxia es depositaria de las cuatro notas de la Iglesia del Señor: Una, santa, católica y apostólica. Es decir, es la “mia; agia, katholiki kai apostoliki ekklesia”.
Los signos más característicos de la Ortodoxia en comparación con Occidente son: a) Es la forma menos normativa y conceptualizada de cristianismo,. b) Es la forma más cercana a los orígenes del cristianismo, lo que le confiere a veces cierto sabor arcaico, pero también cierto frescor evangélico, por la cercanía a las fuentes y por su aire primitivo. c) Es la forma más escatológica de cristianismo, siempre en tensión hacia la “parusía”, y con menos riesgo de secularización que Occidente; su riesgo provendría más bien de cierta unión entre Iglesia y Estado. d) Su espiritualidad es monástica, y el monacato es esencial en su eclesiología. e) Está más inclinada a la adoración que a la acción, al silencio que a la palabra, al respeto y contemplación ante el Misterio inefable que ante su racionalización. f) Es la forma más litúrgica, apofática (actitud de silencio y adoración ante el Misterio de la teología negativa) y monástica del cristianismo, tendiendo siempre a la belleza y veneración del icono. g) Es la forma de cristianismo más fiel a la tradición, que no ha pasado por la crisis de la Reforma Protestante y la Contrarreforma Romana, el modernismo, la seculariación y la posmodernidad. h) Es la forma más cósmica de cristianismo, la más ligada a la tierra, al cosmos, a la ecología, al cuerpo. i) Es la forma de cristianismo más pneumática, en la que la dimensión del Espíritu ha quedado más viva y en la que se resaltan más los carismas para la construcción del Cuerpo; de ahí la importancia del laicado, el monacato y el pluralismo espiritual y teológico. Si según J. H. Newman Pedro simboliza a la Iglesia Romana y Pablo la protestante, Juan representa la Iglesia Ortodoxa.
¿Cuál es la enseñanza ortodoxa?
La
fuente de la doctrina ortodoxa es la revelación dada por Dios al ser humano y
contenida en las Sagradas Escrituras y la tradición divinamente aceptada por
todos (católica). La única que
interpreta y enseña esta revelación es la Iglesia, pues Jesús prometió a sus
apóstoles estar con ellos siempre, llevarlos a la verdad toda y guardar la
Iglesia de todo mal. La Biblia es la
Palabra de Dios revelada al ser humano por medio de los patriarcas, profetas,
evangelistas y apóstoles. Ella contiene
el Antiguo y el Nuevo Testamento, y Cristo es su centro, pues se rechaza toda
lectura de la misma que no sea cristológica.
Es tratada como “norma normante”.
La tradición, sin embargo, es un conjunto de verdades usadas como “norma
normada” que se han transmitido de forma oral o escrita por los Padres
Eclesiásticos de los primeros tiempos y que hoy hallamos registradas en los
siete Concilios Ecuménicos, la tradición de los Santos Padres, liturgias,
iconos y leyes eclesiásticas. Debe ser considerada para una mejor orientación y
comprensión de las Sagradas Escrituras, para la ejecución de los sacramentos y
una mayor conservación de los ritos sagrados.
“Hermanos, estad firmes y
conservad las tradiciones que os enseñaron, ya sea por palabra o por carta
nuestra” (1 Tesalonicenses 2,15).
Las principales verdades de la Ortodoxia están registradas en el Credo Niceno-constantinopolitano (sin filioque, pues nadie tiene derecho a reformar el Credo de forma unilateral) y los siete Concilios Ecuménicos:
1) Nicea (325). Convocado por el emperador Constantino contra los arrianos, que negaban la divinidad del Hijo, “consustancial” al Padre.
2) Constantinopla (381). Convocado por el emperador Teodosio contra las tendencias arrianizantes y de los macedonios, que negaban la divinidad del Espíritu Santo. Afirma la consustancialidad de las tres personas divinas: una sustancia (ousía) y tres personas (hypóstasis).
3) Efeso (431). Convocado por Teodosio II y Valentiniano III contra Nestorio, que admitía dos personas en Cristo. Define la unión hipostática en Cristo y la denominación de “Zeotókos” (Madre de Dios) para María, llamada también “Panagía” (toda santa) y “Aiparzenos” (siempre virgen). .
4) Calcedonia (451). Fue el gran Concilio cristológico convocado por Marciano contra los monofisitas, que defendían una única naturaleza en Cristo (Eutiques). Defiende la doble naturaleza, humana y divina, en Cristo en una sola persona (hypóstasis). También en este Concilio ocurrió un hecho relacionado con los patriarcados importante para el futuro de la unidad de la Iglesia. En la sesión 15 del 31 de octubre se aprobó el canon 28 que decía: “Así como los Padres reconocieron a la vieja Roma sus privilegios porque era la ciudad imperial, movidos por el mismo motivo, los 150 obispos reunidos decidieron conceder iguales privilegios a la sede de la nueva Roma, juzgando rectamente que la ciudad que se honra con la residencia del emperador y del senado debe gozar de los mismos privilegios que la antigua ciudad imperial en el campo eclesiástico y ser la segunda después de aquella”. Este canon niega el origen divino del primado romano y lo reduce al simple hecho coyuntural de ser la capital del imperio. De ahí que cuando el Papa romano fue asumiendo cada vez más el rol político de Occidente como el único patriarcado occidental, Bizancio no puso ninguna objeción, pero cuando intentó extender su autoridad a Oriente comenzaron los problemas. El Papa Nicolás I pretendió intervenir en el nombramiento de la sede bizantina, obteniendo un vivo rechazo. Además, el cambio que Occidente hizo en el Credo con el “filioque” alarmó al patriarca Focio. Sin embargo, fueron las Cruzadas las que produjeron la ruptura definitiva, pues Oriente jamás olvidó los sacrilegios sistemáticos de los cruzados en 1204, cuando destruyeron el altar de Santa Sofía, despedazaron el iconostasio y sentaron a una prostituta en el trono del Patriarca. Los testigos reconocieron que quienes hacían aquello no podían ser cristianos en el mismo sentido que ellos. No obstante, debemos mirar al pasado con tristeza en pro del ecumenismo.
5) Constantinopla II (553). Convocado por Justiniano contra Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro y otros nestorianos.
6) Constantinopla III (680). Convocado por Constantino IV contra los monoteletas, que afirmaban una sola voluntad en Cristo. Defiende la doble voluntad en Cristo, sin confusión ni división.
7) Nicea II (784). Convocado por la emperatriz Irene contra los iconoclastas, que atacaban la veneración de los iconos (imágenes pintadas y no esculpidas) como vasos del Espíritu Santo, que tienen su fundamento en la imagen de Cristo encarnado.
Estos siete Concilios no son meras especulaciones teológicas ni sutilezas, sino condiciones mínimas, límites, para salvaguardar la vida cristiana, que para los Padres Eclesiásticos culminaba en la “divinización” (zeósis) del cristiano. De hecho, toda la dogmática de los primeros siglos pretende defender la posibilidad de que todo cristiano alcance la plenitud de la unión mística en la frase de san Ireneo y san Atanasio: “El hombre es una criatura que tiene como orden ser como Dios”. Así pues, la preocupación central es el medio o los modos de la unión con Dios.
De ahí que la espiritualidad ortodoxa consista en una vida marcada por la irresistible nostalgia del amor de Dios y la incesante lucha por unirse a él. Sólo por eso se puede aceptar la renuncia al mundo, la lucha constante contra la carne y la mortificación del cuerpo como una apertura al espíritu en absoluto silencio. El fin último es la transfiguración del ser humano en el hombre nuevo (la nueva humanidad deificada). Esta espiritualidad está íntimamente ligada con la oración de los Padres hesicastas (silencio) del desierto (Siria, Egipto, Palestina), que consiste en conectar las palabras “Señor Jesús, ten piedad de mí” con el ritmo de la respiración en plena concentración de la inteligencia del corazón. Su origen proviene del monje Nicomedes Hagiorita, del monte Athos, y del obispo Macario de Corinto, que componen la “Filocalia”, florilegio de textos patrísticos y espirituales sobre la oración hesicasta. Esta obra, traducida más tarde al eslavo y al ruso, preparará el libro “Los relatos de un peregrino ruso”, que afianzó en la fe a tantos mártires y víctimas de la represión comunista.
Las liturgias ortodoxas.
La eucaristía es el centro de la vida litúrgica ortodoxa, dándose siempre las dos especies a la asamblea y donde se hace realmente presente bajo el pan y el vino el Señor gracias a la “epíclesis” (invocación al Espíritu Santo), usando para esa celebración cuatro liturgias o anáforas expuestas en lengua vernácula: 1) La liturgia de Santiago, la más antigua y larga de todas. 2) La de san Basilio (siglo IV). 3) La de san Juan Crisóstomo. 4) La de san Gregorio. En España la Ortodoxia permite también celebrar con el Rito Mozárabe, típico de la Iglesia antigua del país. La liturgia es ofrecida por cuatro motivos: Glorificar a Dios, agradecer sus dones, solicitar su gracia y obtener su perdón para todos.
Hay dos sacramentos principales instituidos por Cristo que todo cristiano debe recibir (bautismo y eucaristía) y los otros cinco son actos de la gracia de Dios ofrecidos a la Iglesia para su plenitud, aunque este número (siete) no tiene un carácter tan absoluto como en Occidente: 1) Bautismo. Por el bautismo se perdonan todos los pecados. Se administra a los niños después de 40 días de nacer y se realiza en el Nombre de la Trinidad, por triple inmersión, aunque también se acepta la aspersión por necesidad. Al final se administra también la crismación y la eucaristía, constituyendo un todo inseparable que se da a todo cristiano, niño o adulto. 2) Eucaristía. Es la bendición del pan y del vino por un sacerdote que hace la “epíclesis” para transmutarlos en el cuerpo y la sangre de Cristo. Es normal mezclar el pan con el vino en la copa y ofrecerla a los fieles con una cucharilla. Un trozo de tela llamado “antimensión”, donde está pintado o bordado el entierro del Señor y en el que está cosida una pequeña partícula de la reliquia de un santo, es entregado por el obispo al presbítero para la celebración de la divina liturgia. 3) Crismación, donde el cristiano es ungido con el “Santo Miron” y participa en el sacerdocio real del pueblo de Dios, como participaban los reyes de Israel cuando eran ungidos. La crismación la administra el presbítero, pero el Santo Miron (mezcla de aceite de oliva con especias aromáticas y más de 60 plantas como símbolo de la variedad de carismas espirituales) lo bendice un obispo. 4) Matrimonio. Es el símbolo del amor de Cristo por su Iglesia, siendo indisoluble, excepto en caso de adulterio (Mateo 5,32). 5) Orden. Existen los tres grados: obispos, presbíteros y diáconos. Los obispos están obligados al celibato, siendo, en su mayoría, monjes. A los presbíteros y diáconos se les autoriza la continuidad del estado conyugal si es anterior a la ordenación. Después de la ordenación no está permitido el matrimonio. No se ordenan mujeres. 6) Penitencia. Tiene como fin la reconciliación del pecador. No existen confesionarios ni tampoco distinción jurídica entre pecado mortal y venial. Las fórmulas de absolución tienen la forma de petición de perdón, y en ellas es siempre Dios el que perdona y no el sacerdote. 7) Unción de enfermos (Efjeleon, aceite de oración). Se administra no sólo a los enfermos en peligro de muerte, sino también a cualquier enfermo y a todos los cristianos de forma comunitaria el Miércoles Santo, con la intención de perdonar los pecados olvidados así como conseguir la salud del cuerpo. La administración de los sacramentos es gratuita (Mateo 10,8).
También existen otros oficios de carácter sacramental (“sacramentalia”) como la toma de un hábito monástico, la bendición del agua el Día de Epifanía, un funeral, la bendición del alimento, una casa, un campo, un coche, etc.
La Ortodoxia hoy.
Actualmente la Ortodoxia se extiende por todo el mundo a través de los Patriarcados Apostólicos: Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén. También se han añadido con el correr de los siglos los de Moscú, Serbia, Bulgaria, Georgia, Rumania y las Iglesias autocéfalas de Grecia, Chipre, Japón, Estonia, Lituania, Polonia, Albania, Hungría, Chequia, Finlandia, América, Monte Sinaí, ucraniana y misiones en la diáspora por los cinco continentes, entre las que destacan la de los Estados Unidos, donde hay más de cinco millones de ortodoxos, Francia con seis millones, Canadá, Argentina, Australia y Nueva Zelanda. En el mundo hay alrededor de 300 millones de cristianos ortodoxos, unidos entre sí, pues a pesar de haber diversidad de Iglesias locales y autocéfalas, esto no disminuye su unidad, aunque difieran en mínimos detalles de estructural local, pues todas aceptan la fe de la antigua Iglesia indivisa del primer milenio, la sumisión a los obispos y la celebración de las liturgias canónicas.
La Iglesia Ortodoxa es, pues, un conjunto de comunidades cristianas locales autocéfalas, es decir, con derecho a elegir ellas mismas a sus propios responsables: los obispos. Al mismo tiempo es una familia de congregaciones fundamentada sobre las tradiciones de los antiguos patriarcados y sobre las realidades del mundo moderno, unidas en exarquías o diócesis cuyos miembros se reúnen en sínodos que eligen un primado local. Las relaciones entre las diferentes autocefalías están reguladas por una jerarquía de honor, entre la que destacaba Roma como “primus inter pares”, hasta que se separó de la Ortodoxia pretendiendo imponer una primacía de jurisdicción. Por eso la Ortodoxia no reconoce en el Papa romano la primacía jurídica, la infalibilidad ni la condición de vicario de Cristo. No niega a Roma la primacía de honor de la que habló san Ignacio de Antioquía: “El obispo que preside en la caridad”, como establecieron los Concilios Ecuménicos y su doctrina de la Pentarquía, pero es un error transformar esa presidencia en una supremacía de poder y jurisdicción incluso por encima de los Concilios Ecuménicos. Roma tenía la zona suburvicaria, la zona de Occidente y una zona universal en la que intervenía como árbitro de causas mayores, sin meterse en su administración interna. Mientras Oriente partía de iglesias locales y sinodales; Roma de la Iglesia universal. Por eso, en la Ortodoxia, las relaciones entre los diferentes obispos deben estar basadas en la colegialidad y no en la subordinación (Nicolás Cabasilas), y la presidencia de honor no contiene ninguna infalibilidad doctrinal ni poder jurídico. Cuando en el Sínodo occidental llamado Vaticano I la Iglesia Romana hizo suyas estas apreciaciones distorsionadas, la primacía de honor pasó al patriarcado de Constantinopla.
Por eso, especialmente destaca en la Ortodoxia el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, ciudad a la que se transfirió la capitalidad del Imperio Romano y llamada “Nueva Roma” en el 328. Eso dio pie a que el Segundo Concilio Ecuménico le diera los mismos honores y primacía que tenía el obispo de Roma.
Así pues, la Ortodoxia no es una especie de exotismo ni simple curiosidad histórica, sino una tradición y paradigma genuino dentro de la Iglesia verdaderamente universal. Pero también hay que evitar toda idealización excesiva, pues, como en toda institución humana, siempre hay luces y sombras.
¿Cómo se administra una congregación
ortodoxa?
Cuando se forma un grupo suficiente de cristianos ortodoxos, un presbítero lo administra con la ayuda del Consejo Parroquial, compuesto por los representantes laicos elegidos por la comunidad. Un conjunto de parroquias o comunidades cristianas locales autogestionadas forman una exarquía o diócesis, al frente de la cual hay un obispo diocesano. Regularmente esas congregaciones se reúnen en sínodo con sus representantes debidamente acreditados y bajo la dirección del obispo. De aquí sale el sínodo permanente, máxima expresión de la organización eclesial.
También en la Ortodoxia existen monasterios, tanto femeninos como masculinos, que dependen del obispo. Aunque no hay órdenes monásticas, existen dos formas de vida religiosa: a) Conventos cenobitas (de “koinovios”, “vida en común”), donde los monjes forman una familia religiosa bajo la dirección de un superior único; poseen en común el alojamiento, vestido, alimentación y trabajo. b) Conventos idioritmos (“propio ritmo”), donde los monjes tienen la administración en común, así como la liturgia del domingo y las festividades, parte del vestido y del trabajo. La alimentación está a cargo de cada uno y se permite poseer bienes personales (siempre que no sean excesivos). Existen también los anacoretas y los eremitas, que viven en solitario.
La vida litúrgica
ortodoxa.
La liturgia, que significa “tarea del pueblo”, es un circuito que se compone de tres ciclos: diario (el Oficio Divino), semanal (Divina Liturgia dominical) y anual (todas las festividades eclesiásticas). El calendario eclesiástico comienza el 1 de setiembre y la fiesta más importante es la Pascua. En Occidente, y especialmente en España, se adopta el ciclo litúrgico local. Las principales fiestas son:
- Nacimiento de María Virgen (8 de setiembre).
- Exaltación de la Santa Cruz (14 de setiembre).
- Entrada en el templo de María (21 de noviembre).
- Natividad de Cristo (25 de diciembre).
- Teofanía (bautismo de Jesús; 6 de enero).
- Presentación del Señor en el templo (2 de febrero).
- Anunciación (25 de marzo).
- Entrada en Jerusalén (Domingo de Ramos).
- Semana Santa.
- Pascua de resurrección.
- Ascensión (40 días después de Pascua).
- Pentecostés (50 días después de Pascua).
- Transfiguración (6 de agosto).
- Dormición y Asunción de la Virgen (15 de agosto).
El ayuno, como ejercicio ascético, es también una gran expresión de la Ortodoxia, pues constituye la señal de la lucha espiritual que los Padres del desierto nos legaron, siguiendo el ejemplo de Jesús. A través del ayuno sometemos las pasiones a nuestro espíritu, lo que nos lleva al arrepentimiento y la conversión permanente. El verdadero ayuno encuentra su apogeo en la época de cuaresma y no destaca por ser un ayuno total, sino una privación voluntaria que nos recuerda que la vida en la tierra sirve para preparar la vida eterna. También es tradición ayunar los miércoles y viernes (traición y crucifixión del Señor) de cada semana y el 29 de agosto (conmemoración de la decapitación de san Juan Bautista).