CATECISMO DE LA

COMUNIÓN ORTODOXA ECLESIÁSTICA (COE – IOUAs Misión de la Madre María)

Protopresbítero Manuel Lasanta

 

     Este breve Catecismo sirve para que los catequistas lo usen como bosquejo de instrucción para simpatizantes interesados y nuevos miembros de esta comunidad cristiana.  A los presbíteros (como pastores y maestros) se deja su adecuada aplicación y la ampliación o desarrollo que convenga.  No pretende ser una definición completa de nuestra fe y práctica, sino un punto de partida para el instructor.  Para mayor facilidad, se presenta en la forma tradicional de preguntas y respuestas. 

     Al estar ordenado por temas, puede usarse selectivamente. 

 

INTRODUCCION

     ¿Qué es un catecismo?

     Es la enseñanza de la fe cristiana para instruir a cada fiel en el camino de la salvación y de todo el plan de Dios. 

¿Qué es el “plan” de Dios (Hch 20,27) o “economía” de Dios (1 Tim 1,4; 3,15)? 

     Es el proyecto divino que explica el origen, destino y significado de su eterno propósito para el ser humano y el universo. 

     ¿Qué significa la palabra “catecismo”? 

     Es una palabra griega que significa “instrucción o enseñanza oral”, y ha sido usada desde los tiempos de los apóstoles para dar a conocer elementalmente la fe cristiana (Lc 1,4; Hch 18,25). 

     ¿Qué nos dice ese plan o propósito infinito? 

     Que hay un solo Dios, vivo y verdadero:  eterno, infinito, creador de todo, redentor, vivificador, justo y amoroso:  tres personas en una sustancia:  Padre, Hijo y Espíritu Santo en Trinidad indivisa; una inmensa circulación de amor por la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se donan mutuamente desde la eternidad.  El Padre engendra al Hijo y espira al Espíritu por amor, pero, por propio designio pretendió darse a sí mismo y expresarse en sus criaturas.  De ahí la creación, que no es mero efluvio divino, sino que tiene su origen en un Amor infinito que quiere comunicar su vida, su fuerza y su alegría.  Y pese a que Dios lo creó todo, no ha abandonado su creación, sino que desde el principio quiso sustentar, gobernar y mantener, mediante su providencia, a sus criaturas (Mt 28,19; Jn 1,1-4; 14,16s; 15,26; 2 Co 13,13). 

¿Cómo se ha manifestado y revelado Dios? 

     Dios se ha manifestado en toda la creación, pero se ha revelado especialmente en las Sagradas Escrituras, que tienen como centro el Evangelio (que significa “Buena Nueva”), donde hallamos la Palabra, es decir, a Jesús como el Cristo o Mesías.  Aunque la luz de la naturaleza y las obras de la creación y providencia manifiestan la bondad y poder de Dios, de manera que nadie puede excusarse por ignorancia, éstos no son suficientes para dar un conocimiento pleno de Dios, por lo que le agradó dar un mensaje especial por escrito para propagar y conservar mejor su verdad, primero a los judíos con el Antiguo Testamento, y luego a los cristianos con el Nuevo Testamento.  A través de la Biblia, Dios nos comunica su proyecto, y ella es la base de nuestra ciencia divina, fe y moral (Is 40,8; Mt 4,4; Lc 1,3s; Ro 15,4; 1 Co 10,11; 2 Tim 3,15s; 2 Pe 1,19). 

     ¿Qué nos dicen las Escrituras de la creación y caída del ser humano? 

     El ser humano, creado a imagen de Dios y para su semejanza, se ha alejado voluntariamente del Creador, perdiendo su justicia original al desobedecer al Señor y comer el veneno del árbol del conocimiento (en vez de comer del árbol de la vida, que era Dios como vida para ser su contenido), quedando la imagen divina borrosa y desdibujada.  Así estamos inclinados al mal en medio de un mundo empecatado, incapaces de hacer la voluntad de Dios por vivir en medio de una atmósfera de pecado e impotentes para salvarnos por nosotros mismos (Gn 1,27s; 3; Ro 3,23; 5,12; 7,15-20). 

     ¿Cuál era el propósito de la creación del ser humano? 

     El ser humano fue hecho para expresar y glorificar a Dios.  Así como un guante se hace a imagen y para contener la mano, el ser humano fue creado a imagen de Dios para contenerlo.  Somos “vasos” (Ro 9,20; 2 Co 4,7; 5,1-8).  Un vaso o botella sirve para contener.  ¡No es de extrañar que el conocimiento, la riqueza, el placer y el éxito no nos puedan satisfacer!  Por eso san Agustín escribió:  “Señor, nos hiciste para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta descansar en ti” (Gn 1,27s; Col 3,10; Ef 4,24). 

     ¿Qué hizo Dios ante el mal cometido por el ser humano? 

     Como Dios es amor y no desea la muerte del pecador (Ez 18,32), sino su enmienda, no abandonó al ser humano, sino que lo educó por la Ley mosaica y los Profetas, y en la plenitud de los tiempos envió a su único y amado Hijo Jesús, que nos redimió del pecado por su sacrificio expiatorio en la cruz y nos otorgó su Nueva Alianza (la debida relación con Dios), que no es mero asentimiento mental a las verdades divinas, sino la confianza personal en Dios y sus promesas (Ex 20,1-17; Ro 3,24; 1 Co 11,25; Gál 3,24; Heb 8,7-13; 9). 

I  LA CONDICION HUMANA

¿Qué somos por naturaleza? 

Parte de la creación de Dios, hechos a su imagen y semejanza (Gn 1,26s). 

¿Qué significa ser creados a la imagen y para la semejanza de Dios?

Que somos libres para tomar decisiones; amar, crear, razonar y vivir en armonía con la creación y con Dios. 

¿Qué textos patrísticos y actuales explican esta realidad? 

“La verdadera grandeza del ser humano no reside en resumir el universo, sino en estar hecho a la imagen de Dios, pues no hay nada notable en que el hombre sea imagen y símil del universo, pues la tierra pasa y el cielo cambia.  Creyendo exaltar la naturaleza humana con ese nombre grandilocuente de microcosmos, síntesis del universo, se olvida que el hombre se encuentra así adornado con las cualidades de los mosquitos y de los ratones” (Gregorio de Nisa). 

“En mi cualidad de tierra, estoy atado a la vida de aquí abajo; pero, como soy también una parcela divina, llevo en mi seno el deseo de eternidad” (Gregorio Nacianceno). 

“El ser humano no es una naturaleza ciega, una roca o un árbol.  Debe englobar, expresar y calificar su naturaleza en relación con la llamada de Dios.  La imagen no es, por tanto, algo en el hombre:  es a la vez aspiración de su naturaleza y de la libertad de su persona” (O. Clément). 

¿Qué afirmaron los Padres sobre esta realidad? 

·                    Para Orígenes los términos hebreos “selem” (imagen) y “demut” (semejanza), traducidos en la versión griega Septuaginta por “eikôn” y “homoiôsis”, proyectan las especulaciones filosóficas propias de estos vocablos.  “Eikôn” es para el platonismo la imagen que los seres sensibles tienen de las realidades divinas, que para Platón son las ideas.  “Homoiôsis” era, según el célebre pasaje del “Teeteto” la meta de la vida humana.  Por eso Orígenes no ve la imagen divina en el cuerpo humano, pues, en ese caso, Dios sería corpóreo, como pretendían los antropomorfistas, sino en el alma y su elemento superior, la inteligencia, el “logos”, la razón. 

·                    Para Atanasio la imagen nos confiere una participación ontológica de Dios y hace que el ser humano, gracias a su inteligencia (nous), sea capaz de conocer a Dios (zeognósia). 

·                    Para Basilio, el ser humano, por ser imagen, posee el deseo de la belleza y aspira de suyo a Dios. 

·                    Para Gregorio Nacianceno, por ser imagen el ser humano posee una presencia indestructible de la gracia, de modo inherente a su naturaleza, por lo cual el hombre no sólo recibe la orden de ser como Dios, sino que es realmente de raza divina, y la imagen predestina a la persona a su divinización. 

·                    Para Gregorio de Nisa, la creación según la imagen eleva al ser humano a la amistad divina y hace de él un enigma misterioso, como la Trinidad. 

·                    Para los Padres del desierto, la teología de la imagen confiere al ser humano un valor maximalista y hace que vea la imagen de Dios aun en medio del fuego de las pasiones.  La ascesis tiende a hacer presente la imagen de Dios, y siempre será “según la naturaleza”, no “contra naturam”, e irá destinada a devolver al ser humano su primitivo estado de imagen.  El pecado siempre es extraño a la naturaleza humana. 

¿Qué respuestas ha dado la filosofía a lo largo de la historia sobre el ser del hombre? 

Voltaire decía que el ser humano era un “bípedo sin plumas”.  Jean Rostand afirmaba que era “una de las ochocientas o novecientas mil especies animales que actualmente pueblan el planeta”.  Desmond Morris expone que es “un mono desnudo”.  Monod que es simple “azar y necesidad”. 

¿Quién es la imagen verdadera de Dios? 

Los Padres no afirman simplemente que el ser humano es “imagen” de Dios, sino “según la imagen” (kat´eikona), ya que la verdadera imagen es el Verbo (Col 1,15; 2 Co 4,4; Heb 1,2s).  Así pues, el ser humano es imagen del Verbo-encarnado, ya que Cristo es el arquetipo a imagen del cual el ser humano fue creado.  Y en Cristo el ser humano es imagen trinitaria:  llega al Padre por el Hijo en el Espíritu. 

¿Qué sucede cuando no se contempla a la persona humana como “imagen” de Dios? 

Que desaparece el respeto por la dignidad humana.  ¿Puede una ideología no teísta respetar al ser humano hasta el final, o tiene el riesgo de instrumentalizarlo al servicio de otra realidad “superior”? 

¿Qué supone para el cristiano la rotunda afirmación de que el ser humano es “imagen de Dios” (Gn 1,26s)? 

Que toda persona es acreedora de un respeto infinito (Gn 9,6; Sant 3,9).  De hecho, los parámetros para valorar a alguien no son que porte un buen traje, un saldo elevado en el banco, un carnet en el bolsillo, etc.  Ser “imagen de Dios” es el gran atributo de cualquiera, la única condición para amar y cuidar gratuitamente, por ejemplo, a un enfermo incurable; para acompañar con paciencia a un anciano ya “inútil”; para asistir bondadosamente a los más desfavorecidos, a los “últimos”, a los más infelices e incluso imperfectos; incluso a aquellos en los que resultan ya casi imperceptibles los “rasgos humanos”. 

¿Qué significa la “semejanza” divina? 

La imagen es algo germinal y dinámico; es el “punto de partida”, el elemento potencial; pero la semejanza es la plenitud, la consumación de la imagen.  La comunicación y participación divinas, recibidas por la imagen, deben actualizarse y llegar a la madurez, a la escatología, a la plenitud del Cristo resucitado.  La imagen es, pues, fundamento objetivo; pero la semejanza supone un trabajo subjetivo y personal. 

Entonces, ¿por qué vivimos separados de Dios y en desacuerdo con la creación y con nosotros mismos?

Porque, desde el principio, los seres humanos, hemos hecho mal uso de la libertad y hemos desobedecido a Dios tomando decisiones equivocadas, llamadas “pecado”.  Precisamente el pecado hace que el ser humano se vea impotente para actualizar su imagen y llegar a la semejanza, pues la imagen tiende a reunirse con el modelo (predestinación) y a reproducirlo (santificación).  Como el ser humano era libre, podía suceder que, en vez de elegir a Dios, eligiera en su contra.  Precisamente la aparición del pecado hizo que el ser humano fuera impotente para crecer hasta la semejanza, pues se superpusieron otras imágenes adversas, diabólicas y bestiales.  Pero estas falsas imágenes no pueden destruir totalmente la imagen de Dios, pues ésta permanece por debajo de aquellas, según Orígenes, como el agua en los pozos de Abraham que los filisteos llenaron de fango.  Pintada por el Hijo de Dios, es indeleble.  Y por eso será el Hijo (el nuevo Isaac que limpió los pozos del padre) quien devuelva a la imagen el poder de actuar y llegar a la plenitud. 

Entonces, ¿qué ayuda o solución hay para nosotros? 

Nuestra única ayuda o auxilio está en Dios. 

¿Cómo nos ayudó Dios desde el principio? 

Dios se manifestó siempre, aunque de forma velada, a través de la naturaleza y la historia, pero se reveló a sí mismo y su designio a través de personas escogidas por él que fueron los profetas, que predijeron al Mesías.  Ese Mesías es Jesús, el Cristo, que será quien devuelva a la imagen el poder de actuar y llegar a la plenitud. 

¿Cómo restauró Cristo la imagen desdibujada por el pecado? 

Lo hizo posible la encarnación del Hijo de Dios (según Ireneo, Atanasio, Máximo y Metodio), aunque ésta no vino determinada por la culpa o por una perspectiva meramente reparadora, sino por la divinización.  Por eso el Hijo devuelve a la imagen el poder de actuar y llegar a la plenitud.  Lo mismo que Isaac despejó los pozos que había cavado su padre, Abraham, solamente Cristo, nuestro Isaac, puede limpiar del pozo de nuestra alma las inmundicias que en ella han acumulado nuestros pecados. 

¿Qué carácter le confiere el pecado a la encarnación del Hijo de Dios? 

Aunque el pecado no determine la encarnación, sí le confiere un carácter trágico (“el Cordero inmolado antes de la creación del mundo”) y un carácter salvífico.  Cristo devuelve al ser humano su verdadera imagen, antes desdibujada y arruinada por el pecado, para que pueda ser hijo del Padre en el Hijo por el Espíritu.  Boulgakoff afirma que las palabras del Credo “por nosotros y por nuestra salvación” encierran las dos dimensiones de la encarnación:  la divinización (por nosotros) y la redención (por nuestra salvación). 

¿Qué es la divinización (zeósis)? 

Es el dinamismo de la imagen hasta completar la semejanza, que no es más que una formulación de los temas bíblicos de la filiación, la inhabitación y la participación de la naturaleza divina (2 Pe 1,4).  Zeósis es santificación, en su más cabal significado; es la historia de la acción del Espíritu; el sentido definitivo al que tienden todos los afanes y aspiraciones humanas junto a todo lo creado, que busca en ello su más profundo y hondo ser. 

¿Cómo corresponde la “zeósis” al plan último de Dios? 

El ser humano ha sido creado para participar de la naturaleza divina:  para ser hijo en el Hijo.  Es clásica la formulación de san Ireneo en el siglo II:  “Dios se hizo hombre para que el hombre pueda llegar a ser Dios”.  En frase de Ignacio de Antioquia, el ser humano debe “tomar parte en lo que es propio de Dios”.  Para Atanasio y Máximo el ser humano debía ser por gracia lo que Dios era por naturaleza.  Y para Gregorio de Nisa, lo importante es comprender que el conocimiento de Dios no es un estado en el que uno pueda detenerse, sino que está siempre orientado hacia adelante, a una experiencia más extensa y profunda:  “Conocer significa no saciarse nunca del deseo de conocerle a él”. 

¿Cuál es, entonces, el tema principal de la teología ortodoxa? 

Su mensaje principal (que incluye a Orígenes junto al trinitarismo de los Padres Capadocios, la cristología de Cirilo de Alejandría y las síntesis de Máximo el Confesor, Juan Damasceno, Simeón el Nuevo Teólogo y Gregorio Pálamas, así como la pastoral de los Padres del desierto), consiste en el postulado de que la condición humana no es una entidad estática, “cerrada”, autónoma, sino una realidad dinámica, determinada hasta en las mismas raíces de su existencia por su relación con Dios.  Dicha relación se concibe como un proceso ascendente, como una comunión en la que el ser humano, creado a imagen de Dios, está llamado a reproducir en plena libertad una “semejanza con la divinidad”; su relación con Dios es un don y, a la vez, una tarea que irá realizándose por el libre esfuerzo del amor. 

¿Cómo es, pues, la naturaleza o condición humana? 

Antes del pecado, Adán no era pura naturaleza, pero tampoco naturaleza divinizada, sino una imagen en proceso de divinización.  Así pues, no existe el concepto de una naturaleza pura a la que luego se sobreañada la gracia sobrenatural.  De hecho, la naturaleza es ya sobrenaturaleza, entendiendo por “sobre” que es deiforme y teófora, es decir, que ya es imagen de Dios. 

¿Por qué es tan importante comprender este mensaje? 

Porque es el núcleo del plan de Dios, que tiene como eje la creación del ser humano para darle la imagen del Hijo.  De ahí que a la naturaleza le sea connatural participar de Dios.  Ni siquiera el pecado logra suprimir totalmente esa realidad, sino que sólo la cubre haciéndola inoperante.  Lo cual explica la nostalgia de Dios aun en las personas que viven apartadas de él.  De hecho, el ser humano peca libremente.  El mal entra en el mundo por la voluntad libre del hombre.  Por eso el mal no constituye una naturaleza (fysis), sino un estado (éxis).  Y por eso la naturaleza del bien es más fuerte que la costumbre del mal. 

¿Dónde nace el mal? 

El mal no nace en el ser humano, sino en la realidad diabólica de Lucifer (Satanás), que es el padre del pecado y homicida desde el principio (Jn 8,44), mentiroso y padre de la mentira, que tienta por envidia (Sab 3), presentando a la criatura humana la posibilidad mágica de dominar a Dios, domesticar la energía divina, usurpar la divinidad y la semejanza divina.  En la comida del fruto prohibido hay una dimensión de eucaristía diabólica, que trae como consecuencia todo lo contrario de la eucaristía verdadera:  el pecado, la maldad y la muerte. 

¿Qué es el mal? 

Los Padres subrayaron el carácter antinómico del mal, ya que, por una parte existe, pero, por otra, no se le puede dar al mal una entidad ontológica, pues en este caso se admitiría un dualismo maniqueo.  El mal sería, pues, una ausencia de bien, pero una ausencia muy presente.  Para Basilio el mal no tiene existencia propia, es privación del bien.  Para Juan Damasceno el mal tampoco tiene sustancia propia.  Sin embargo, a pesar de todo, el mal se halla hipostasiado en los ángeles y las personas, formando parte del complejo universo de maldad.  El mal tiene una dimensión social y comunitaria, es como un poso de injusticias que se van acumulando en el mundo y lo van haciendo cada vez peor, desembocando en el misterio paulino de la iniquidad del anticristo (2 Tes 2,7). 

¿Por qué razón ha permitido Dios el mal? 

Porque él nos ha hecho libres, capaces del bien y del mal, y no nos tomaría en serio si no llevara esta responsabilidad hasta sus últimas consecuencias.  El mal existe, precisamente porque Dios no lo ha creado, sino que la libertad de la criatura lo introdujo en el mundo; por eso el mal es algo exterior y extranjero.  Pero así como el verdadero mal es el que nace del pecado, este mal sólo puede ser curado por la encarnación y muerte en la cruz del Hijo de Dios, así como por su descenso a los infiernos.  Dios ha tomado sobre sí el mal en Cristo, padeciéndolo, no por falta de ser, como nosotros, sino en solidaridad con su mundo, para vencerlo con su resurrección.  Incluso algunos Padres mencionaron que algún día Dios recapitularía todo el cosmos y el mal será reabsorbido (la apocatástasis de Orígenes, Isaac el Sirio, Gregorio de Nisa, etc.).  La ortodoxia no acepta la postura agustiniana de que los gritos de los condenados sean un cántico de alabanza a Dios...  y prefiere considerar la apocatástasis no como una certeza, sino como una esperanza y una oración (no es la fe de la Iglesia, pero sí la oración de la Iglesia):  confía en que algún día el triunfo sobre el mal sea definitivo. 

¿Hay alguna obra moderna que explique el mal para nuestra época?  

Paul Evdokimov en su libro sobre Dostoievsky se adentra en el problema del mal.   En la obra de Dostoievsky “Los hermanos Karamazov”, Iván, frente a las lágrimas de un niño, quiere devolver a Dios el billete de la vida.  Incluso Zósimo, el “staretz”, una vez muerto, se descompone ante la extrañeza de Alioscha.  Otro personaje, Hipólito, en “El idiota”, ante el Cristo muerto de Holbein, muestra todo el horror frente a la muerte y el abismo del mal.  Así pues, Dostoievsky ve en el mal la dimensión de enfermedad, de autodestrucción, aislamiento, máscara, desdoblamiento, muerte...  todo ello obra del Maligno; mientras que Dios es vida, integración y comunión.  Frente al mal la única fuerza es la santidad del staretz Zósimo.  Frente a la postura racionalista de Iván, Dostoievsky no procura dar una solución lógica, ya que el mal está radicado en la libertad humana y es, por tanto, un concepto límite para la razón.  Frente a las lágrimas del niño no hay más respuesta que las lágrimas del Inocente, las de Dios.  Pero presenta también Dostoievsky, como gran tentación frente al mal, al Gran Inquisidor, que destruye la libertad humana y juega a ser Dios.  Cristo se opone al Gran Inquisidor y busca otras alternativas:  la pobreza y el sufrimiento en silencio y, al mismo tiempo, el respeto por la libertad humana.  El Gran Inquisidor, en cambio, quiere construir el Reino a su modo, con poder, economía, milagritos y sin libertad humana.  Es la empresa satánica del reino diabólico:  es el mesianismo terrestre:  “Todo esto te daré si te postras y me adoras (si usas mis métodos)”.  Para Dostoievsky este es el fracaso de la Iglesia Romana y lo que demuestra su falsedad:  el deseo de poder incluso para evitar el mal.  Pero también en su obra “Los endemoniados”, Dostoievsky presenta al personaje Chigalev buscando la solución al mal por el camino de la revolución.  Con esto denuncia tanto el engaño de una solución teocrática de derechas, a base de poder e inquisición, como una solución de izquierdas, utópica y revolucionaria, que piensa que cambiando estructuras desaparecerá el mal.  Dostoievsky sólo cree en la conversión y la santidad, y a ello subordina todos los cambios institucionales. 

¿Cuál es la consecuencia del pecado? 

Su consecuencia es la desintegración del ser humano y del cosmos, la aparición de un estado “contra naturam” (la “carne” o instinto), contrario a la naturaleza.  Esta disgregación producida por el pecado culmina en la muerte, pues el ser humano se cierra al acceso a Dios y el fluir de su vida.  Así pues, el pecado es como una enfermedad, un parásito que anida en el hombre (virus, no cromosoma) y que esclaviza su voluntad al diablo; algo que contamina a toda la creación, haciendo que la tierra se vuelva maldita por su culpa. 

¿Cómo cura Dios al ser humano? 

El plan divino no queda abolido por la culpa del hombre, sino que la vocación del primer Adán será realizada por el segundo Adán, Cristo, que se hará hombre para que el hombre llegue a ser Dios, según Ireneo y Atanasio.  Desde esta perspectiva aparece clara la dimensión terapéutica y rehabilitadora, médica, de la obra de Cristo y también de la Iglesia como restauración y reparación, no sólo de una falta jurídica, sino de toda una situación cósmica. 

¿Podemos tener algún conocimiento de Dios sin una especial revelación por su parte? 

Todos pueden tener cierto conocimiento de Dios contemplando las cosas que creó; pero este conocimiento es imperfecto e insuficiente, y puede servir sólo como preparación para la fe o ayuda a la revelación (Ro 1,20; Hch 17,26ss), que tiene como centro el mensaje de Cristo (1 Co 1,18-25). 

II  LOS CREDOS Y CONCILIOS ECUMENICOS

¿Qué son los Credos? 

Declaraciones hechas por toda la Iglesia sobre nuestras creencias básicas en Dios. 

¿Cuántos Credos usa la Iglesia? 

Dos:  Apostólico y Niceno-Constantinopolitano. 

¿Quién redactó estos Símbolos de Fe o Credos? 

Los Padres del primer y segundo concilio Ecuménicos. 

¿Qué es un Concilio Ecuménico? 

Una asamblea mundial compuesta por los principales obispos o Patriarcas de las sedes cristianas que representan a la Iglesia Católica (universal o de todas partes), para la confirmación de la verdadera enseñanza y la recta disciplina. 

¿Cuántos Concilios Ecuménicos ha habido? 

Siete:  1) Nicea; 2) Constantinopla; 3) Efeso; 4) Calcedonia; 5) II de Constantinopla; 6) III de Constantinopla; 7) II de Nicea. 

¿De dónde viene la costumbre de reunir Concilios? 

Del ejemplo de los apóstoles que se reunieron en Jerusalén (Hch 15) para debatir los asuntos importantes de la Iglesia Católica, y cuyas decisiones fueron refrendadas por el Espíritu Santo para todos (Mt 18,17; Hch 15,28). 

¿Por qué causa se convocaron el primer y segundo Concilio Ecuménico? 

El primero (325 d. C.) fue convocado por el emperador Constantino contra la herejía de Arrio, quien hacía de Cristo una criatura y no Dios verdadero.  El segundo (381 d. C.) fue convocado por Teodosio contra Macedonio, quien no creía en la divinidad del Espíritu Santo. 

¿Cuál fue la principal afirmación del Primer Concilio Ecuménico de Nicea? 

Que el Hijo es consustancial (homooúsios) al Padre. 

¿Cuál fue la principal afirmación del Concilio 1º de Constantinopla (año 381)?

La consustancialidad de las tres personas divinas:  una sustancia (ousía) y tres personas (hypóstasis). 

¿De qué trató el Concilio de Efeso (año 431) convocado por el emperador Teodosio? 

Trataba de refutar la herejía de Nestorio, que admitía dos personas en Cristo.  El Concilio de Éfeso definió la unión hipostática en Cristo y la denominación de Zeotókos (Madre de Dios) para la Virgen María. 

¿De qué trató el Concilio cristológico de Calcedonia (año 451) convocado por Marciano contra los monosifitas (defensores de una única naturaleza en Cristo)? 

El Concilio defendió la doble naturaleza humana y divina en Cristo en una sola persona (hypóstasis) y el “principio de acomodación” en eclesiología. 

¿De qué trató el 2º Concilio de Constantinopla (año 553) convocado por Justiniano contra los nestorianos Teodoro de Mopsuestia y Teodoreto de Ciro? 

Se salvó la doctrina de las dos naturalezas en Cristo (humana y divina, sin mezclas entre ellas). 

¿De qué trató el 3º Concilio de Constantinopla (año 680) convocado por Constantino IV contra los monoteletas (defensores de una sola voluntad en Cristo)? 

Afirmó la doble voluntad en Cristo, sin confusión ni división. 

¿De qué trató el 2º Concilio de Nicea (año 787), y último, convocado por la emperatriz Irene contra los iconoclastas (destructores de iconos)? 

Defendió la licitud de la veneración (no adoración) de los iconos. 

¿Por qué son tan importantes estos Concilios Ecuménicos para la Iglesia? 

Porque así se ha salvaguardado en cada momento la posibilidad de que los cristianos alcancen la meta del plan de Dios en la unión mística.  Los gnósticos negaban que Dios se hubiera hecho verdadero hombre, y por eso Ireneo los refutó diciendo.  “Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera dios”.  Arrio negaba la divinidad del Verbo, y por eso san Atanasio lo refutó diciendo:  “Si el Verbo encarnado no es verdadero Dios, nuestra divinización es imposible”.  Si la Iglesia condenó el nestorianismo es para destruir la barrera que separa, en el mismo Cristo, al hombre de Dios.  Si se levanta contra el apolinarismo y el monofisismo es para mostrar que, puesto que la plenitud de la naturaleza humana ha sido asumida por Cristo, nuestra naturaleza entera debe entrar en unión con Dios.  Si la Iglesia combate a los monoteletas es porque no se podría llegar a la divinización fuera de la unión de las dos voluntades (divina y humana):  “Dios ha creado al ser humano por su sola voluntad, pero no lo puede salvar sin el concurso de la voluntad humana”.  Si la Iglesia triunfa contra los iconoclastas es porque afirma la posibilidad de expresar las realidades divinas en la materia, símbolo y prenda de nuestra santificación.  Así pues, la preocupación central ante las herejías fue siempre la posibilidad y el modo de unión con Dios. 

III  EL COMIENZO DEL CREDO:  EL PADRE

¿En cuántas partes se divide el Credo? 

Se divide en tres partes principales y doce artículos individuales. 

¿Cuáles son los doce artículos? 

El primero habla de Dios el Padre, primera persona de la Trinidad, como origen de todo.  El segundo de la segunda persona de la Trinidad, el Hijo, Jesús el Cristo o Mesías.  El tercero de la encarnación del Hijo de Dios.  El cuarto del sufrimiento y muerte de Jesús.  El quinto de su resurrección.  El sexto de su ascensión al cielo.  El séptimo de su Segunda Venida en gloria a la tierra.  El octavo de la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo.  El noveno de la Iglesia.  El décimo del bautismo, en el que están también implicados los demás sacramentos.  El undécimo de la futura resurrección de los muertos.  El duodécimo y último de la vida eterna. 

¿De quién trata la primera parte? 

Del Padre:  Creo en el único Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible e invisible. 

¿Qué significa esto? 

Que todo el universo es la obra de un Dios amoroso, que lo crea, sostiene y dirige; y que nosotros debemos disfrutarlo y cuidarlo de acuerdo con su proyecto (1 Co 8,4ss; Hch 14,15ss; 17,25; Sant 1,17; Gn 1,1; Jn 1,3; Job 38,4-7; Is 45,18).  Así pues, la creación no es coeterna, un efluvio o colgajo que se desprende de Dios de modo natural, sino voluntad y decisión divinas. 

¿Podemos conocer nosotros la verdadera esencia de Dios? 

No, pues siempre está más allá del conocimiento humano y angelical (1 Tim 6,16).  El Pseudo-Dionisio Aeropagita, en su obra “Teología del misterio”, y los Padres Capadocios frente al racionalismo de Eunomio, distinguen dos vías posibles para acceder a Dios:  una procede por afirmaciones (“catafática” o positiva); otra procede por negaciones (“apofática” o negativa).  La primera nos lleva a un cierto conocimiento imperfecto de Dios; la segunda nos conduce a una ignorancia total y es la vía perfecta que corresponde a Dios, que es Incognoscible e Inaprensible por naturaleza, que está más allá de todos los seres, y que es trascendente e incluso tenebroso por exceso de luz.  Gregorio de Nisa explica muy bien esta actitud a propósito de la entrada de Moisés en la nube, o en su comentario al Cantar de los Cantares, donde menciona la experiencia numinosa del ser al entrar en el Misterio:  a Dios no se le puede pensar, pero sí amar. 

¿Cómo fue el método del misterioso escritor del siglo V, Pseudo-Dionisio? 

Pseudo-Dionisio, lejos de ser un platónico teñido de cristianismo, fue un pensador cristiano disfrazado neoplatónico, un teólogo perfectamente consciente de su tarea, que consistió en ocupar el terreno ocupado por el neoplatonismo, mediante el dominio de su propia metodología filosófica.  Por eso, Dionisio rechaza la teoría de Orígenes sobre el conocimiento de Dios “por esencia”, porque no puede existir un verdadero “conocimiento” de Dios.  El conocimiento sólo se puede aplicar a “seres”, pero Dios está por encima del ser y no-ser.  Con respecto a Dios, sólo puede haber “unión”, que es la finalidad suprema de la existencia humana; pero esa unión es “ignorancia” más bien que conocimiento, pues Dios es absolutamente trascendente, es decir, está por encima de la existencia y, mientras se permanezca en categorías de existencia, sólo se lo puede describir en términos negativos. 

¿Cómo entonces se hace Dios cognoscible? 

Dios se hace cognoscible en realidades que están fuera de su naturaleza trascendente; se manifiesta en todos los seres por su “poder”, y se presenta como múltiple sin abandonar por ello su unidad.  Conceptos como belleza, ser, bondad, etc., reflejan a Dios, pero no su esencia, sino sólo sus “poderes” y sus “energías” que, a pesar de todo, no son una forma inferior de divinidad o meras emanaciones, sino la totalidad absoluta de Dios, en la que los seres creados pueden participar según la proporción y la analogía propia de cada uno.  De ese modo, el Dios de Dionisio es el mismo Dios vivo de la Biblia y no el Uno filosófico postulado por Plotino y los neoplatónicos.  Esta misma idea apareció ya desarrollada en el siglo IV, en los escritos de los Padres Capadocios contra Eunomio, quien afirmaba que la mente humana era capaz de conocer la esencia misma de Dios, reduciéndolo a un concepto puramente humano. 

¿Qué diferencias hay entre el planteamiento de Dionisio y el de los gnósticos y neoplatónicos? 

El pensamiento platónico afirmaba que Dios es inaccesible a la mente humana, pero concebía esa inaccesibilidad como resultado de la naturaleza caída del alma, y, en particular, de su unión con un cuerpo material.  Si la mente regresaba a su condición natural originaria, viviría con la propia esencia de Dios, y su ascensión alcanzaría un término definido como perfección, conocimiento y bienaventuranza.  Pero en ese momento, ese Dios dejaría de ser el Dios de Abraham y se volvería el dios de los filósofos.  Por eso afirmaba Gregorio de Nisa que Dios es inaccesible a las personas e incluso a los seres celestes, pues él está por encima del lenguaje y la razón.  El conocimiento sólo alcanza cosas, es decir, se mueve en el nivel de la existencia creada.  Por eso Dios no se puede demostrar con las palabras y el pensamiento. 

Si Dios es tan inefable e inaprehensible, ¿cómo la Biblia le dibuja partes del cuerpo, como corazón, ojos, oídos y manos?

Porque la Biblia, siguiendo el lenguaje humano común para hacerse entender, dice, en sentido metafórico, más elevado y espiritual, que el corazón de Dios significa su bondad, los ojos y oídos su omnisciencia, y las manos su poder.  De hecho, la Trinidad es absolutamente incorpórea, pero al ser humano le es imposible hablar de Dios sin antropomorfismos.  Dice Orígenes que Dios es una naturaleza intelectual absolutamente simple, cuya simplicidad es expresada, según Rufino, por los vocablos “mónada” (de “monos”, solo) y “hénada”, de “heis”, uno.  En tanto que naturaleza intelectual pura, Dios no está en un lugar y no se le pueden aplicar nociones que convienen solamente al cuerpo, como la del tamaño.  Finalmente, es invisible y no puede ser visto con los ojos del cuerpo.  La Biblia habla de él como “el que es” (Ex 3,13) y la fuente del ser, el Eterno.  Él mismo no recibe de ningún otro su existencia y todos los demás la reciben de él.  Sin embargo, todo lo que se afirma de Dios debe ser negado al mismo tiempo, pues él no está sujeto a los antropomorfismos. 

¿Sirve el apofatismo incluso aun después de aceptar la verdad de la fe? 

El apofatismo es válido incluso entonces, y precisamente adquiere mayor fuerza.  La cumbre del misterio aparece en la filantropía de Dios, que llega incluso al escándalo de la cruz, al amor loco de Dios, como afirma Nicolás Cabásilas.  No es la omnipotencia ni la inmensidad de Dios, sino su amor, lo que hace que la teología sea apofática.  Por eso, la teología negativa no es sólo una teoría sobre el conocimiento de Dios, sino la expresión fundamental que hace de la teología en general una contemplación de los misterios de la revelación.  No es una rama de la teología, un capítulo, una introducción, sino la teología auténtica y pura del conocimiento de Dios. 

¿Qué significa el apofatismo con relación a los dogmas de la Iglesia? 

El apofatismo nos enseña a ver en los dogmas de la Iglesia, ante todo, un sentido negativo, una prohibición a nuestro pensamiento de seguir sus vías naturales y de formar conceptos que reemplazarían las realidades espirituales, pues la fe no es filosofía que especula sobre conceptos abstractos, sino, ante todo, una comunión con el Dios vivo.  El filósofo puede llegar a la noción de Absoluto; pero sólo desde la fe se llega a la noción de Padre Eterno. 

¿Qué podemos resumir de este importante punto? 

Que el ser humano puede acceder a Dios, pues él no cesa de atraernos hacia sí, respetando la libertad.  Se da, por tanto, una doble actitud:  por parte de Dios encontramos una apertura o manifestación de su designio; de parte humana se da la respuesta a la revelación en actitud de acogida.  Pero a Dios sólo podemos conocerle a partir de las criaturas, pues todas llevan su huella. 

¿Qué teólogos de Occidente fueron también apofáticos? 

El apofatismo estuvo presente en Occidente con Nicolás de Cusa (siglo XV), quien describe nuestro conocimiento de Dios como “docta ignorancia”, Master Eckhart (siglo XIV) y los místicos españoles del siglo XVI.  Todos ellos confirman que el cristianismo no puede ser reducido a una filosofía que especula con temas abstractos, sino que ante todo es una comunión con Dios. 

¿Qué textos bíblicos apoyan esta teología? 

“A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre, lo ha expuesto” (Jn 1,18; 1 Jn 4,12; 1 Tim 6,16).  Esta trascendencia de Dios se manifiesta en los escritos paulinos por medio de atributos desconceptualizados:  “aóratos” (invisible; Ro 1,20), “árretos” (indecible; 2 Co 12,4), “anexereúnetos” (inescrutable; Ro 11,33), “apróxitos” (inaccesible; 1 Tim 6,16). 

¿Quién fue en la Edad Media el teólogo apofático más destacado? 

Gregorio Pálamas, monje del monte Athos (s. XIV), para quien el conocimiento de Dios se adquiere por la experiencia mística, como Moisés en el Sinaí, los apóstoles en el Tabor o Esteban (Hch 7,55s).  El palamismo llegará a ser una doctrina fundada en el hesicasmo (griego “hesychia”), opuesta a la Escolástica occidental, basada en el aristotelismo, que proporciona una sistematización progresiva de la fe que busca hacerse entender (fides quaerens intellectum), y es mero intento de conferir un carácter científico a la fe, pues todo lo que se afirma de Dios son conceptos y atributos. 

¿Qué hay, pues, del método catafático? 

El método catafático sería un método de ascensión a Dios a partir de su teofanía o manifestación en la creación, en la historia, y, sobre todo, en Cristo.  A través de las manifestaciones de Dios (teofanías), de sus energías que actúan en el mundo y en nosotros, ascendemos hacia él.  Ahora bien, como el término último de la ascensión catafática es siempre el misterio (de ahí que la misma teología catafática revista un carácter simbólico y sacramental, a través del cual llegamos a participar de la realidad misteriosa), la Escritura, la Iglesia, la liturgia, los sacramentos, los iconos... serían símbolos a través de los cuales Dios llega a nosotros y nos une a él.  Pero no es lo mismo “símbolo” que “signo”, pues el signo informa, mientras que en el símbolo existe una presencia, misteriosa pero real, de lo que se simboliza.  El símbolo ofrece el sentido y es receptáculo de la realidad misteriosa que se comunica; de ahí que la ortodoxia sea simbólica:  en la exégesis de la Escritura busca trascender la letra; en su eclesiología es litúrgica; en los dogmas es antinómica.  Una teología que deja de ser simbólica diluye el misterio en la racionalidad.  O peor aún, lo rechaza, como pasa hoy en Occidente con la Trinidad, los sacramentos, la oración, etc. 

¿Qué distinción se hace inevitable en la doctrina sobre la deificación? 

Según Pálamas, la distinción entre esencia, energía y la tríada de hipóstasis.  La esencia permanece trascendente e inaccesible y, por tanto, excluye cualquier participación.  Las energías divinas no son la esencia de Dios, sino su entrega, su gracia, que expresa lo que de Dios está al alcance del ser humano; no es la esencia lo que se comunica, sino las energías del Padre por el Hijo en el Espíritu. 

¿Cómo dice el Credo “Creo en el único Dios, el Padre”, si Dios es Trinidad? 

He aquí la mayor inefabilidad de Dios:  la Trinidad, donde Dios es uno en sustancia (ousía), pero trino en personas (hypóstasis) consustanciales (homoousios):  Padre, Hijo y Espíritu Santo:  Trinidad consustancial e indivisible.  Dios sería el origen y fuente del amor y de la vida, que desbordan desde él en el Hijo y el Espíritu Santo (las “dos manos de Dios” según san Ireneo), y desde allí a todas sus criaturas.  En cuanto que es bueno y fuente de amor y bondad de todo lo que  existe, Dios es Padre, Padre del Hijo único, Padre de los hijos adoptivos, y en general Padre de todas sus criaturas. 

¿Qué diferencia hay entre las personas de la Trinidad divina? 

El Padre no es engendrado ni procede de ninguna otra persona.  El Padre no es el Hijo, sino que el Padre engendra al Hijo por amor desde la eternidad.  El Padre no es el Espíritu Santo, sino que lo espira; así pues, el Espíritu procede del Padre desde la eternidad.  Según Orígenes “la bondad del Padre es la fuente de la que nace el Hijo y de la que procede el Espíritu Santo”. 

¿Las tres hipóstasis o personas de la Trinidad tienen igual dignidad? 

Sí, pues el Padre es verdadero Dios, el Hijo es verdadero Dios y el Espíritu Santo es verdadero Dios.  Sin embargo, a pesar de ser tres personas en perichoresis (relación circular y mutua de amor), son un solo Dios. 

¿Hay un principio monárquico en la Trinidad? 

San Juan Damasceno afirma que sí:  el Padre, que asume la unidad de las tres personas en un perfecto amor y en una naturaleza.  La generación del Hijo y la procesión del Espíritu significan, ante todo, la consustancialidad con el Padre.  Se parte de las personas para llegar a la naturaleza (ousía), siendo la naturaleza la consustancialidad de las personas, y su principio último el Padre. 

¿Qué diferencia hay entre el Padre y el Hijo? 

Según Juan 1,1 “el Dios (ho Zeos)” designa al Padre, mientras que el Hijo es llamado “Zeos” (Dios sin artículo).  “El Dios” es en cierto modo el nombre propio del Padre, fuente y origen de la divinidad (1 Co 8,6). 

IV  LA CREACIÓN DEL MUNDO INVISIBLE

¿Qué significa que Dios ha creado el mundo invisible? 

Que Dios lo ha creado todo, no sólo la materia, sino también el mundo espiritual.  Sin embargo, Dios no ha creado el pecado y el mal.  De hecho, no son realidades positivas, sino negativas; el pecado puede ser esa “nada” que según Jn 1,3 fue hecha sin el Verbo, sino consecuencia de la libertad del mundo de Dios.  Por eso son medicinales todos los castigos contra el mal, reconociendo la posibilidad de un endurecimiento del libre arbitrio en el mal. 

¿Qué son los ángeles? 

Son espíritus puros, con inteligencia, voluntad y poder.  Son, pues, seres espirituales sin cuerpo, limitados pero superiores al ser humano en poder e inteligencia, que alaban y sirven a Dios sin cesar (Mt 28,2; Lc 13,11; Jn 5,4; Dn 10,12s; 11,1; 12,1). 

¿Qué significa la palabra ángel y por qué son llamados así? 

Ángel significa “mensajero”, y se les llama así porque Dios los envía para anunciar su poder y voluntad. 

¿Cómo fueron creados? 

La Biblia explica que antes de la creación del mundo (Job 38,6s), Dios creó un mundo de espíritus.  Las Escrituras mencionan a millones de millones (Dn 7).  Una vieja adivinanza pregunta cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler.  La respuesta correcta es que todos, pues son espíritus puros que no ocupan lugar alguno.  No eran, en ningún sentido, fragmentos de Dios.  Desde tiempo sin comienzo no existían.  Y en un momento determinado, Dios los creó y aparecieron (círculo tras círculo, esfera tras esfera de luces menores junto a la luz).  En ese primer momento del tiempo creado en que los coros angélicos hicieron su aparición, la totalidad de la creación divina era tan perfecta como pueden serlo las realidades finitas.  Y, en esa perfección, cada espíritu creado se hallaba dotado de la más perfecta de todas las facultades (la autonomía de dirigirse sin obligaciones externas).  Eran capaces de amar libremente, sin coacción.  Pero, al permitir Dios que sus criaturas poseyeran la facultad de la libertad, era consciente de que asumía un inmenso riesgo.  Si uno es libre para amar, es libre también para no hacerlo.  Tan pronto como se concede la libertad deja de haber garantía del modo en que será usada.  Puede suceder cualquier cosa (excepto lo único que es imposible, el derrocamiento del mismo Dios, sin el cual no puede ejercerse ni siquiera la libertad). 

¿Qué son las jerarquías angélicas? 

Es la doctrina expuesta por el Pseudo-Dionisio en la que, según su concepción jerárquica del universo, existe un orden divino por el que se llega a la “asimilación y unión con Dios”.  Las tres tríadas o nueve órdenes de la jerarquía celeste, pero también las dos tríadas de la jerarquía eclesiástica (obispo, presbítero y diácono; y monjes, laicos, catecúmenos) como sistema de mediaciones, por la que cada uno de los órdenes participa de Dios “según su capacidad”, concediéndose esa participación por medio del orden inmediatamente superior.  Los ángeles fueron divididos en tres órdenes de nueve coros, cuyos nombres, en orden descendente son:  Querubines, serafines, principados, potestades, tronos, dominios, poderes, arcángeles y ángeles (de los que los más conocidos son los ángeles guardianes). 

¿Qué fue creado primero, el mundo visible o el invisible? 

El invisible (Job 38,6s). 

¿Qué significa el ángel de la guarda o Guardián? 

Que toda persona tiene un ángel guardián que lo protege (1 Re 19,5; 2 Re 6,16s; 19,35; Sal 91,11; Dn 6,22; Mt 18,10; Lc 16,22; Hch 12,15; Heb 1,14). 

¿Participan los ángeles en los planes de Dios? 

La penetración y comprensión que se ha concedido a los ángeles en los planes divinos y la extensión en que gobiernan con Dios son difícilmente comprensibles para nosotros.  Jesús afirmó:  “El día y la hora (de la Segunda Venida) nadie lo sabe, ni aún los ángeles del cielo, ni el Hijo, sólo el Padre” (Mt 24,36).  De este texto se infiere que los ángeles saben algo de los grandes decretos divinos, en los cuales serán heraldos de gran trascendencia e implicación.  De hecho, los ángeles dieron la Ley a Moisés (Sal 68,17; Dt 33,2; Hch 7,53; Heb 2,2; Gál 3,19) y anunciaron el nacimiento del Mesías (Heb 1,6; 2,7; Mt 1,20ss; Lc 2,9-14). 

¿Son todos los ángeles buenos o benefactores? 

No, hay ángeles malos llamados también espíritus impuros y diablos, pues al principio todos los ángeles fueron sometidos a prueba durante un tiempo y muchos se rebelaron siguiendo a Lucifer (el ángel o querubín de luz; Jn 8,44; Is 14,12ss; Ez 28,11-15), y tratan desde entonces, con toda su astucia y poder, de hacer fracasar el plan de Dios (Ap 12,4; Jd 6).  Son, por tanto, ángeles caídos que ahora habitan en las regiones espirituales para dominar este mundo (Ef 6,12). 

¿Cómo llegaron a ser malos? 

Entre los ángeles había uno tan incomparablemente bello que fue llamado “Lucifer” (el portador de luz).  Una de las primeras cosas de que se percató Lucifer fue de la increíble grandeza del ser que Dios le había dado.  El poder y la grandeza de este “hijo de luz” tienen que haber sido difíciles de imaginar (Ez 28,14s; Is 14,12s).  Como “portador de luz” tiene que haber manifestado y reflejado la gloria y hermosura divinas.  Tiene que haber sido el orgullo y gozo de Dios.  Y como el más poderoso de todos los ángeles, tiene que haber sido investido con la mayor autoridad.  Entonces se dio cuenta de que sería muy difícil para el Señor crear algo más excelente.  Pero supo que Dios preparaba un honor más glorioso para un hombre, en donde él mismo se encarnaría.  Vio que iba a ser superado en la jerarquía por otra criatura con cuerpo carnal (casi animal).  Esa segunda creación de Dios no le gustó para nada a Lucifer, y se inflamó con un misterio llamado maldad.  Entendió lo que supondría su maldad y admitió la condena eterna que sigue a toda rebelión contra Dios.  Se dio cuenta de que iba a lanzarse con todo su poder contra un muro infranqueable.  No obstante, consideró que era mejor rebelarse para siempre que someter el orgullo de su dignidad angélica y considerarse inferior a un ser menos luminoso y espiritual que el suyo.  Tenía algo que no necesitaba someter, lo único que Dios le había dado como propio:  su propia voluntad.  De este modo declaró un segundo principio del universo:  el mal.  Sólo que el mal no puede ser absoluto, pues sólo Dios es absoluto; el mal sería como un postizo.  Por eso, el ángel que lo derrota es Miguel, que significa “¿Quién como Dios?” (Ap 12,7).  Así pues, a pesar de que los ángeles fueron creados buenos, se apartaron libremente de la obediencia a Dios por orgullo y malicia (Jd 6; ; 2 Pe 2,4; Ap 12,7-12; Ef 2,2).  De hecho, el diablo, quiso ser como Dios y construyó su propio imperio de las tinieblas.  Sin embargo, la mayoría del ejército celestial, con el arcángel Miguel a la cabeza, permaneció fiel a Dios, y ahora guardan a los escogidos (Heb 1,14). 

¿Qué quiere decir la palabra “diablo”? 

Significa enemigo y calumniador, porque es el adversario de Dios y del ser humano, poniendo trampas a las personas e intentando apartarlas del proyecto divino.  Como Lucifer fue derribado y arrojado del cielo, pasó a ser Satanás (el diablo o adversario), el jefe de este mundo u orden de cosas.  Los otros ángeles que también le siguieron en su apostasía pasaron a ser los demonios, espíritus merodeadores que dominan y poseen a las personas atizando sus bajas pasiones y volviéndolas como bestias.  Y es que, como el diablo odia al ser humano y lo desprecia como criatura burda e inferior, no soporta que pueda ser amado y deificado a la semejanza divina.  Decidido a no dejar que nadie alcance el estado de dicha, planea sus asaltos con gran astucia y esmero (Ez 28,12-18; Is 14,12ss; 1 Tim 3,6; 1 Pe 5,6.8; Ap 12,4.9; 2 Co 4,4; 11,14; Jn 12,31; Ef 2,2; 6,12; Lc 4,5s; Gn 3,1-6). 

¿Qué esperanza le queda al cristiano respecto al diablo? 

Que el Señor Jesús se manifestó “para destruir las obras del diablo” (1 Jn 3,8) y dio autoridad a sus discípulos (Lc 10,17-20) sobre todo poder del enemigo.  Cristo, por medio de su muerte en la cruz, destruyó al diablo (Heb 2,14), hiriendo la cabeza de la serpiente antigua.  Ahora su Cuerpo sobre la tierra (su Iglesia) debe destruir la cola de la serpiente para atarla y arrojarla al abismo de fuego (Ap 20,2s.10).  Por eso, el apóstol Pablo escribió:  “Revestios de las armas de Dios para poder resistir las asechanzas del diablo.  Porque no luchamos contra gente de carne y sangre, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas.  Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo y acabar el combate sin perder terreno...  Abrochaos el cinturón de la verdad y revestios de la rectitud como coraza, calzados los pies con la disposición a dar la buena noticia de la paz, embrazando siempre el escudo de la fe, para que podáis apagar con él todos los dardos encendidos del Maligno.  Tomad también por casco la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Ef 6,11-17). 

¿Cómo explica el Evangelio la acción del diablo? 

El Evangelio lo llama el “Perverso” (Jn 17,15), lo que indica su tremenda maldad.  Jesús lo llama “padre” de los dirigentes judíos (Jn 8,44), de quien ellos aprenden el homicidio y la mentira (Jn 8,40.55).  “Tener por padre al enemigo” se opone a “tener por padre a Dios”, e implica actuar de modo contrario al plan de Dios.  Es decir, el dios que ha suplantado al Dios de Israel en el templo (Jn 2,16) es la ambición de riqueza.  O sea, el enemigo inspira el amor al dinero.  Por eso Judas fue llamado “enemigo/diablo” (Jn 6,70).  Es decir, el principio inspirador de su conducta era el amor al dinero, por eso era ladrón (Jn 12,6). 

¿A quién inspiraba el diablo principalmente en el Evangelio? 

El diablo creó un círculo de poder que buscaba su propio provecho.  El líder de ese círculo estaba personificado en el sacerdote Anás (verdadero poder en la sombra).  Pero este círculo de poder, para dominar, debe crear una ideología que justifique su posición y actividad.  Esta ideología es llamada la “mentira” (Jn 8,44) y la “tiniebla” (oscuridad; Jn 1,5).  Es “mentira” en la medida que presenta a un dios contrario al ser humano, que lo priva de libertad y lo somete en nombre de una ley u observancia externa, prescindiendo del bien del hombre; es decir, que acaba en un fanatismo.  Como “tiniebla” es la ideología que al ser aceptada sofoca en toda persona la aspiración a la plenitud de vida.  Esta oscuridad produce en el ser humano la ceguera (ocultamiento del plan divino), impidiéndole realizarse.  La tiniebla deforma la imagen de Dios, proponiendo un dios falso que no ama al ser humano, sino que lo somete.  Por eso, los “espíritus impuros” o “demonios” hacen sufrir y someten a las personas, inspirándoles ideologías fanáticas que proponen un proyecto que nada tienen que ver con el “Padre”, fuente de amor y de vida universal. 

¿Cómo se percibe hoy el poder de Satanás en este mundo? 

Sobre todo cuando la gente se entrega a las prácticas ocultas, la predicción del futuro, el espiritismo, los amuletos, astrología, brujería e invocación de los muertos.  Todavía hay quien, con aire aparentemente inocente, “cruza los dedos” o “toca madera”.  ¿Y quién no echa un vistazo al periódico para consultar el horóscopo?  De hecho, se trata de pequeños avances de Satanás que pueden llegar a tener consecuencias graves.  Actúan como drogas espirituales:  se empieza por curiosidad, se establece una dependencia y, después, pueden producir miedo, depresión y hasta suicidio.  De hecho, el mal levanta su fea cabeza con audacia por todas partes.  Las televisiones proyectan películas de crímenes espeluznantes y formas depravadas de sexo, alimentando los demonios a la gente con pornografía soez y violencia brutal, dando una sensación final de vacío y sin sentido.  Esta deshumanización de la sociedad explica el incremento del crimen, el número creciente de suicidios, los episodios de locura y el aumento creciente de las drogas.  La aceptación de esta forma de vida depravada y sin valores da por resultado, no sólo la vaciedad y el temor, sino una infelicidad y desesperación suma, que suele ser la causa de muchas enfermedades no sólo físicas, sino también de la misma muerte. 

 

V  LA CREACIÓN DEL MUNDO VISIBLE

¿Cuál era el plan de Dios al crear al ser humano? 

Tener un vaso que le contuviera, expresara y aumentara, y que el Hijo fuera glorificado en él y fuera feliz, por eso lo hizo a su imagen y para su semejanza (Gn 1,26ss). 

¿Cómo se llama la enseñanza de que Dios destina al ser humano a la eterna dicha? 

Se llama predestinación. 

¿Cómo debe entenderse la predestinación respecto a la humanidad en general y a cada persona en particular? 

Dios ha predestinado a todos a la vida y, por tanto, da a todos la gracia y los medios suficientes para salvarse.  Esa es su voluntad salvífica (Ro 8,29; 1 Pe 1,2; 1 Tim 2,4; 2 Pe 3,9; 1 Jn 2,2; Ez 18,23.32). 

¿Qué significa que Dios le dio a Adán el aliento de vida? 

Que Dios sopló su Espíritu en él y tuvo espíritu, alma y cuerpo (1 Tes 5,23; Heb 4,12).  Espíritu para relacionarse con Dios y la trascendencia, alma para tener conciencia de sí y cuerpo para relacionarse con las cosas y seres. 

¿Qué significaba el árbol de la vida? 

Como Dios quería que el ser humano lo contuviera, le dio la oportunidad de que lo comiera como vida.  Dios hizo al hombre como un guante, pero un guante no es una mano, a pesar de que tiene la “imagen” de la mano debe contener a la mano.  De la misma forma, el ser humano debía comer el árbol de la vida para contener a Dios como vida. 

¿Qué significaba el árbol del conocimiento del bien y del mal? 

Que el hombre era libre para desobedecer a Dios y seguir sus propios caminos, buenos y malos, pero lejos de Dios.  Aquel árbol contenía un enorme veneno que mató al hombre. 

¿Permanece invariable la predestinación divina a la bienaventuranza humana, a pesar del pecado del hombre? 

Sí, porque Dios, en su precognición o presciencia, guarda inalterable su proyecto de vida hacia el ser humano y decidió enviar al mundo a su único y eterno Hijo (Ef 1,4; 1 Jn 2,2). 

¿Qué enseñaba san Atanasio de Alejandría sobre el acto creador de Dios? 

Orígenes pensaba sobre la formación del mundo que el acto creador de Dios era una expresión de su “naturaleza”, y como esa naturaleza es inmutable, nunca pudo existir un “tiempo” en el que Dios no estuviera creando.  En consecuencia, el mundo habría existido siempre, porque la bondad de Dios siempre ha necesitado tener un objeto.  La identificación entre creación necesaria de Dios y origen del Logos condujo al presbítero Arrio a la idea de que también el Verbo había sido generado en el tiempo.  La teología antiarriana del obispo Atanasio del Alejandría definió las categorías que se convirtieron en norma para la posterior teología ortodoxa:  la distinción entre creación y generación. 

¿Qué explica Atanasio sobre Creador y criaturas? 

Para Atanasio, la creación es un acto de la voluntad de Dios; pero la “voluntad” es diferente a la “naturaleza”.  Por naturaleza, el Padre engendra al Hijo en un acto generador que está más allá del tiempo; en cambio, la creación sucede por la voluntad de Dios y eso significa que Dios es absolutamente libre para crear o no crear y no deja de ser trascendente al mundo, después de haberlo creado.  La implicación de la autonomía creada encontró un desarrollo específico en Máximo el Confesor y los teólogos ortodoxos del período iconoclasta.  Lo único que pretenden subrayar es que ideas como providencia, amor y comunión, que reflejan la actividad del Creador con respecto al mundo, presuponen una diferencia y una distinción entre él y su creación. 

¿Cómo se relaciona Dios con su mundo? 

Yannaras afirma que si la relación de Dios con su mundo fuera la de causa y efecto, entonces Dios quedaría separado del mundo y éste se independizaría (como afirma la moderna teología liberal).  Este destierro de Dios a un ámbito deísta inaccesible llevaría a la separación entre la religión y la vida, y con ello acabaríamos todos en la secularización, que es precisamente el resultado del protestantismo liberal.  Frente a esto, la teología bíblica afirma la providencia de Dios en el mundo, y la cosmología de los Padres, con su énfasis en el conocimiento de las energías divinas, aporta una comprensión mejor que la superioridad técnica occidental, que ha conducido a una amenazadora civilización actual. 

¿Qué relación mantiene Dios con el mundo y el ser humano tras su creación? 

La divina Providencia.  Esto significa que la criatura siempre depende de Dios; existe por su gracia y voluntad, de modo que incluso puede dejar de existir si el Creador así lo dispone.  Para Atanasio, la idea de creación lleva a distinguir en Dios su esencia trascendente y sus propiedades (como “poder” o “bondad”), que expresan su existencia y acción “ad extra”, y no precisamente su esencia.  Esta distinción de “naturaleza” entre Dios y sus criaturas, igual que la diferencia entre generación “natural” del Hijo por el Padre y creación “por un acto de voluntad”, adquieren particular énfasis en Cirilo de Alejandría y en Juan Damasceno.  Esa diferencia influirá también en la definición del Concilio de Calcedonia sobre las “dos naturalezas” de Cristo, que se pueden entender como en “comunión” mutua, unidas “hipostáticamente”, pero nunca “mezcladas” o “confundidas”, es decir, no se pueden considerar como “una naturaleza”. 

¿Qué es la divina Providencia? 

Es la constante y misteriosa acción del poder, sabiduría y bondad de Dios, por la cual él preserva la fuerza y el ser de sus criaturas para librarlas del mal y acercarlas al bien:  el cuidado continuo que Dios tiene de sus criaturas (Mt 6,26; Ro 8,28s).  “Bueno es el Señor para con todos” (Sal 145,9).  Según Gregorio el Taumaturgo la divina providencia se ocupaba de él individualmente en todas las peripecias de su existencia por medio del ángel de la guarda y de su maestro (staretz). 

¿Cómo se explicó a los griegos la creación por el designio de Dios? 

La creación en el tiempo, es decir, el comienzo de la existencia creada, constituye la quiebra más importante entre el pensamiento griego y la revelación bíblica.  Pero la idea de un “designio” eterno de Dios, que él mismo puso en práctica cuando creó el mundo en el tiempo, no es incompatible con la teología del Antiguo Testamento ni con el Verbo del evangelio joanico, además de que respondía a las preocupaciones esenciales de la filosofía griega. 

¿Cómo Dios tuvo a sus criaturas siempre presentes en su pensamiento? 

Al contrario de lo que suponía Orígenes sobre la preexistencia de las almas, y cuya enseñanza fue implícitamente condenada como herética el año 553, en el pensamiento de Dios las criaturas existen desde toda la eternidad sólo potencialmente, mientras que su existencia real sólo se produce en el tiempo.  Esa existencia temporal de los seres creados no es autónoma, sino que está centrada en el Logos (el Verbo) único y en comunión con él, pues todas han sido creadas por él y para él.  Lo cual les lleva a volverse hacia él como su principio o imán poderoso. 

¿Qué expuso Máximo el Confesor al respecto? 

Por la distinción de Atanasio entre “naturaleza” y “voluntad”, Máximo logra construir una verdadera ontología cristiana de la creación, que permanecerá a lo largo de toda la teología bizantina como autoridad normativa e indiscutible.  Esa ontología presupone no sólo una distinción en Dios entre “naturaleza” (o “esencia”) y “energía” –distinción que más tarde recibirá el nombre de “palamismo”-, sino también una comprensión personal y dinámica de Dios, a la vez que una concepción dinámica, o “energética”, de la naturaleza creada. 

¿Qué recibió el ser humano de Dios en su creación? 

Según Máximo el Confesor, Dios, al crear al ser humano, le “comunicó” cuatro de sus propiedades específicas:  ser, eternidad, bondad y sabiduría.  De estas cuatro propiedades divinas, las dos primeras pertenecen a la esencia misma del ser humano, mientras que la tercera y la cuarta simplemente “se ofrecen” a su voluntaria disposición.  San Ireneo decía que el hombre estaba compuesto de “espíritu, alma y cuerpo” (1 Tes 5,23), y mediante el espíritu podía relacionarse con Dios y la trascendencia. 

 

VI  LA AUTORIDAD EN LA IGLESIA:  BIBLIA Y TRADICIÓN

¿Cómo nos ha sido transmitida esta revelación? 

A través de los escritos recibidos en una comunión creada por la alianza de Dios con su pueblo. 

¿Cómo se llaman esos escritos? 

Sagrada Escritura o Biblia. 

¿Qué significa la Biblia? 

Biblia significa “biblioteca”, y es la colección de los libros inspirados por Dios y entregados a su pueblo que, como una escuela particular, puede leer en ellos la revelación de Dios. 

¿Cuántas partes tiene la Biblia? 

Dos:  Antiguo y Nuevo Testamento. 

¿Qué significa la palabra “Testamento”? 

Pacto, Alianza o Convenio; y se le llama testamento por contener la voluntad final de Dios (Heb 9,15ss). 

¿Qué es el Antiguo Testamento? 

Los libros escritos para el pueblo del antiguo Pacto, es decir, el pueblo judío, del que vino Cristo. 

¿Cuántas partes tiene el Antiguo Testamento? 

Tres:  La Torah o Ley mosaica, los Profetas (mayores y menores) y los Salmos (libros de sabiduría). 

¿Cuántos libros tiene el Antiguo Testamento? 

San Cirilo de Jerusalén, san Jerónimo, san Atanasio y san Juan Damasceno dicen que 22, coincidiendo su cómputo con el de los judíos. 

¿Por qué debemos respetar el recuento de los hebreos? 

Porque, como dice el apóstol Pablo, a ellos les fueron confiados los oráculos de Dios (Ro 3,2; 9,4s). 

¿Cómo se enumeraron estos libros por san Cirilo y san Atanasio? 

De la siguiente forma:  1) Génesis, 2) Exodo, 3) Levítico, 4) Números y 5) Deuteronomio.  6) Libro de Josué, 7) Jueces, y con él, como apéndice, el libro de Ruth; 8) Primero y Segundo Libro de Reyes (y 1 y 2 de Samuel como dos partes de un mismo libro).  9) El tercer y cuarto libro de los Reyes, 10) Primera y Segunda de Crónicas, 11) Primer y Segundo libro de Esdras, o como se lo llama en griego:  Libro de Nehemías, 12) Libro de Esther, 13) Libro de Job, 14) Los Salmos, 15) Proverbios, 16) Eclesiastés (Disertador), 17) Cantar de los Cantares, 18) Isaías, 19) Jeremías, 20) Ezequiel, 21) Daniel, 22) Los Doce Profetas Menores. 

¿Cuáles son los Libros de la Ley o Torah? 

Son cinco:  Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.  Son llamados la “ley mosaica” (Lc 24,44). 

¿Qué contiene el libro del Génesis? 

Es el libro del relato mítico de la creación del mundo, el pecado humano, el diluvio y pacto con Noé, la llamada de Abraham y los Patriarcas, y la historia de las reglas religiosas en los primeros tiempos de la humanidad.  Se puede resumir diciendo:  Dios creó, el diablo y el hombre pecaron, y Dios se pone a recuperar. 

¿Qué contienen los otros cuatro libros de la Torah o ley mosaica? 

La historia de la liberación de Egipto o Éxodo, la Pascua y la alianza del Sinaí con todas sus normas religiosas. 

¿Cuáles son los libros históricos del Antiguo Testamento? 

Josué, Jueces, Rut, Reyes, Crónicas, Esdras, Nehemías y Ester. 

¿Cuáles son los instructivos? 

Job, Salmos, Proverbios, Cantar de los Cantares y Eclesiastés. 

¿Qué observaciones particulares hay que saber sobre los Salmos? 

Que contienen muchas alusiones y profecías concernientes al Mesías futuro y que se realizaron en Jesús de Nazaret.  Además, es un perfecto manual de oración y alabanza para el cristiano, y se usa continuamente en las liturgias y oficios eclesiásticos. 

¿Cuáles son los Libros Proféticos? 

Hay dos tipos de Libros Proféticos:  mayores y menores.  Los Profetas mayores son:  Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel.  Los otros doce son los menores. 

¿Qué es el Nuevo Testamento o Canon? 

Los libros inspirados escritos para el pueblo de la Nueva Alianza, que dan a conocer la vida y enseñanza universales de Jesús de Nazaret, el Mesías, así como el Evangelio del Reino de Dios a todos los pueblos. 

¿Qué significa la palabra “Evangelio”? 

Buena noticia o Buena Nueva. 

¿Cuántas partes tiene el Nuevo Testamento? 

Consta de 27 libros que se dividen en Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), Hechos de los Apóstoles, Cartas de san Pablo (Romanos, 1ª y 2ª Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1ª y 2ª Tesalonicenses, 1ª y 2ª Timoteo, Tito y Filemón), Hebreos, Cartas católicas (Santiago, 1ª y 2ª Pedro, 1ª, 2ª y 3ª Juan, Judas) y Apocalipsis. 

¿De qué trata el Libro de los Hechos de los Apóstoles? 

Del descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles, y de la formación y expansión de la Iglesia de Dios. 

¿De qué tratan las Cartas o Epístolas? 

De temas de interés y doctrina para las comunidades cristianas y sus miembros y dirigentes. 

¿Hay en el Nuevo Testamento algún libro profético? 

El Apocalipsis o Revelación de san Juan. 

¿Por qué llamamos a la Sagrada Escritura la Palabra de Dios? 

Porque, por la acción del Espíritu Santo, Dios inspiró a sus autores, y todavía nos habla por su medio (2 Tim 3,15s; 2 Pe 1,20s). 

¿Por qué la llamamos “inspirada”?

Porque está libre de error en cuanto atañe a la salvación y nada hay inútil en ella, y cuando es leída junto a la Tradición Eclesiástica de los Concilios Ecuménicos es infalible en cuestiones de fe y moral. 

¿Por qué se llama “Canon”?

Porque Canon significa “Norma”, y las Escrituras son la norma de fe y vida de todo cristiano. 

¿Cómo podemos entender el significado de los textos bíblicos? 

Gracias a la ayuda del Espíritu Santo que los inspiró y leyendo siempre los difíciles a la luz de los más fáciles; además, Cristo instituyó a sus apóstoles y éstos a los obispos como maestros e intérpretes de su Palabra. 

¿Dónde está la máxima autoridad en la Iglesia? 

En la tradición de las Escrituras, los Padres antiguos que las explican y los Concilios Ecuménicos.  Sin embargo, cualquier fiel cristiano, y en particular un santo, tiene el privilegio y la oportunidad de ver y experimentar su verdad. 

¿Cómo es esa verdad para la ortodoxia? 

La teología verdadera no consiste, como en Occidente, en una mera deducción racional de premisas “reveladas”, es decir, de la Escritura y de la tradición.  Eso no quiere decir que el proceso racional deductivo quede totalmente eliminado de la reflexión teológica.  Sin embargo, es verdadero teólogo quien entiende y experimenta los principios de su propia visión teológica; y esa experiencia pertenece no sólo al intelecto (que tampoco queda excluido de la percepción), sino también a “los ojos del Espíritu”, que sitúa al ser completo (intelecto, emociones e incluso sentidos) en contacto con Dios.  De este modo la revelación no queda limitada a los documentos de la Escritura o a las definiciones conciliares, sino que es directamente accesible, en cuanto verdad vital, a la experiencia humana de la cercanía de Dios en su Iglesia. 

¿Cómo escapa esta verdad al viejo mesalianismo y al “libre examen” luterano? 

Para los Padres antiguos el peligro de creerse en contacto íntimo con Dios podía ser una forma de “mesalianismo” (secta del siglo IV antijerárquica y antisacramental, condenada por los concilios).  Sin embargo, hay una gran diferencia:  el cristiano ortodoxo que afirma tener una experiencia directa de Dios, se funda, precisamente, en una eclesiología sacramental (y por tanto, jerárquicamente estructurada), que constituye el fundamento cristológico y pneumatológico de la experiencia personal y presupone que la teología cristiana ha de ser siempre coherente con el testimonio apostólico y patrístico. 

¿Significa esto que se pueden añadir nuevas revelaciones al testimonio apostólico? 

No, pues hemos recibido la fe “de una vez por todas” (Jd 3).  No se puede aprender nada nuevo sobre Cristo que no sea lo que los apóstoles habían “oído y visto con sus propios ojos, y habían contemplado y tocado con sus propias manos sobre la Palabra de vida” (1 Jn 1,1).  La experiencia de los santos debería ser, pues, sustancialmente idéntica a la suya, de modo que nociones como “desarrollo o crecimiento del dogma” sólo se pueden aplicar a la apropiación humana de la verdad divina, no a la Verdad misma; y desde luego, a la elaboración conceptual de la doctrina de la Iglesia, o a la refutación de las herejías.  Por tanto, la plenitud de la verdad se reveló de una vez para siempre en Cristo.  El mensaje apostólico da testimonio de esa revelación por medio de la palabra escrita y la tradición oral; pero las personas, a causa de la libertad que Dios les ha concedido, pueden experimentarla de diversas maneras y grados.  El mundo al que va dirigido ese testimonio no deja de suscitar nuevos problemas y retos, y como su mensaje no se refiere a verdades abstractas, sino a una Persona; la ausencia en la ortodoxia de un permanente e infalible criterio de verdad hace que el cristianismo se comprenda como una experiencia viva, de cuya autenticidad es responsable la estructura sacramental, pero cuyos contenidos se transmiten de generación en generación por toda la Iglesia. 

¿Son iguales entonces las teologías de Oriente y Occidente? 

Los cristianos ortodoxos reconocen que en Occidente se mantuvo la síntesis patrística entre teología y espiritualidad hasta la escuela cisterciense y la primera escolástica, pero luego su teología se decantó hacia un racionalismo desintegrador.  De hecho, la revelación no se nos ha dado para nuestra curiosidad, sino para nuestra salvación.  Consecuentemente, la ortodoxia llama “teólogos” a tres grandes santos místicos y contemplativos:  el evangelista Juan, san Gregorio Nacianceno y san Simeón el Nuevo Teólogo.  Para Oriente, la mística es la cumbre de la teología, la teología por excelencia.  De hecho, la palabra “teología”, que significa la escritura que nos revela el misterio de Dios, culmina en la contemplación de la Trinidad.  Para los Padres antiguos, la “teología” es la contemplación y participación de la vida trinitaria. 

¿Qué quiso decir Simeón el Nuevo Teólogo al afirmar “la fe como experiencia”? 

En el Bizancio medieval, Simeón el Nuevo Teólogo (949-1022), discípulo de un monje estudita, insistió en el hecho de que la fe cristiana consiste en “experimentar” personalmente la realidad viva de Cristo.  Entonces muchos pensaban que era mucho más práctica una concepción legalista y minimalista de la vida cristiana, que limitaba la fe al cumplimiento de ciertas “obligaciones”.  Para Simeón, esos minimalistas eran los verdaderos herejes de su tiempo, pues afirmaban que no podía haber nadie que pudiera llegar a ser como los santos Padres.  Simeón se vio involucrado hacia el final de su vida en un conflicto con Esteban, administrador oficial del patriarcado.  El motivo fue la iniciativa personal de Simeón que, sin contar con el apoyo oficial de la jerarquía, procedió en el seno de su comunidad a la canonización de su padre espiritual, Simeón el Piadoso.  El hecho dio al Nuevo Teólogo la oportunidad de suscitar el tema de la autoridad en la Iglesia, oponiendo la personalidad carismática del santo a la institución.  Sus afirmaciones a raíz de este problema se pueden interpretar fácilmente como antijerárquicas, al menos en principio.  Según Simeón, si uno acepta el episcopado sin haber recibido la misión, no es más que un intruso.  En este aspecto, Simeón refleja una mentalidad que ya se había manifestado tanto en el cristianismo primitivo como en el bizantino, en las obras del Pseudo-Dionisio y en la tradición monástica de Macario.  Con todo, el subjetivismo que pudiera implicar esa interpretación es, en sí mismo, un problema eclesiológico.  Pero lo que pretendía formular Simeón era la tensión entre el Reino y “este mundo”, y afirmar que la tensión entre “acontecimiento” e “institución” es inherente a la propia existencia histórica de la Iglesia.  Por eso la Iglesia canonizó a san Simeón el Nuevo Teólogo, y muchas generaciones de cristianos vieron en él al místico más importante de la Edad Media.  Con esa acción, el cristianismo bizantino reconoció que, en la Iglesia, el criterio definitivo de la verdad y la única autoridad realmente decisiva es el Espíritu hablando por un staretz. 

¿Qué es un “staretz”? 

Un staretz es un guía en el Espíritu, y hace referencia a un padre (o madre) espiritual a quien se abandona uno con confianza filial, seguro de que en él se manifiesta la tierna y a la vez exigente paternidad de Dios.  Esta figura dio al monaquismo una ductibilidad extraordinaria:  en efecto, por obra del padre espiritual, el camino de todo monje es fuertemente personalizado en los tiempos, en los ritmos y en los modos de la búsqueda de Dios.  Precisamente porque el guía espiritual es el punto de enlace y armonización, eso permite al monaquismo la mayor variedad de expresiones cenobíticas y eremíticas.  De hecho, la ortodoxia reconoce de modo particular que hay personas a las que el Espíritu ha concedido el don de la guía espiritual:  son puntos de referencia valiosos, porque miran con los ojos de amor que Dios tiene.  Con ello no se trata de renunciar a la propia libertad, para que los demás nos dirijan:  se trata de sacar provecho del conocimiento del corazón, que es un verdadero carisma, para que nos ayuden, con dulzura y firmeza, a encontrar el camino de la verdad.  El verdadero guía espiritual, si lo es de verdad, no hará a los demás iguales a sí mismo, sino que les ayudará a percibir su propia senda hacia el Reino de Dios. 

¿Qué staretz han sido particularmente conocidos últimamente? 

San Serafín de Sarov y la Madre María Skobtsov. 

¿Debe ser la teología fruto de la razón bautizada? 

El hecho de que la teología sea mística no significa que no sea reflexiva, lúcida e inteligente.  El ser humano es un “logikós”, es decir, no sólo razonable, sino capaz de dar razón de las cosas, de dar sentido a todo.  Pero la razón, después del pecado, necesita ser salvada, pues tiende a los “logismoi”, ese tipo de pensamientos obsesivos que la vuelven loca, la emborrachan con la racionalidad de las cosas, le hacen caer en relaciones puramente unidimensionales y construir ídolos con los conceptos:  “Los conceptos crean ídolos; sólo la admiración capta algo” (Gregorio de Nisa).  Así pues, la tradición ortodoxa insiste en la necesidad de convertirse por el bautismo para poder captar la revelación.  A la teología se entra por la “metanoia” de la inteligencia.  Por el bautismo de conversión, la razón debe morir, en cuanto que es razón caída que sólo busca causas y efectos, superficial e idólatra.  Y debe renacer por el mismo bautismo a una razón que no busque ya la demostración, sino el amor, el silencio, la belleza, el símbolo, el misterio, pues “una teología sin acción (sin testimonio en la vida) es una teología de los demonios” (Máximo el Confesor). 

¿Qué son los Deuterocanónicos o Apócrifos? 

Una colección de libros adicionales escritos para el pueblo del Viejo Pacto, usada y respetada por la Iglesia. 

¿Cómo debemos considerar los Libros Deuterocanónicos? 

Atanasio decía que eran indicados por los Padres para ser leídos por los que se preparaban para ser admitidos en la Iglesia. 

¿Cómo han explicado otras comunidades eclesiásticas la evolución del dogma? 

Para la fe romana hay una cabeza infalible en la Iglesia:  el Papa.  El moderno liberalismo racionalista lo somete todo a la regla de la razón natural.  Los protestantes apelan a la “sola escritura” (con el consiguiente desbarajuste y atomización por el “libre examen” y las muchas “lecturas” que tiene la Biblia). 

¿Cómo se difunde la revelación y cómo se preserva en la Iglesia? 

Por medio de la sagrada tradición y las sagradas Escrituras.  

¿Qué se entiende bajo el nombre de sagrada Tradición? 

Es la enseñanza de la fe, la ley de Dios, los sacramentos y ritos que nos fueron transmitidos por los verdaderos fieles de generación en generación.  La tradición es patrimonio de la Iglesia de Cristo, habiendo sido transmitida de viva voz y por escrito por los apóstoles (2 Tes 2,15) a sus sucesores (1 Co 11,2.23; 2 Tim 2,2), en una línea ininterrumpida que es garantizada por la sucesión apostólica, mediante la imposición de manos, hasta los Obispos de hoy.  Esa tradición se desarrolló en la Iglesia por el testimonio de los mártires, de los Padres y de los santos, así como por la fe viva de todos los fieles cristianos a lo largo de los siglos hasta nuestros días.  No se trata de una repetición inalterable de fórmulas, sino de un patrimonio que conserva vivo el núcleo kerigmático originario.  Esa tradición es la que preserva a la Iglesia del peligro de recoger sólo opiniones mudables y garantiza su certeza y continuidad.  También la comprensión de la tradición se enriquece continuamente con aportaciones nuevas en la “fidelidad y continuidad”, para encarnarse en su tiempo entre las diversas situaciones y condiciones históricas.  Así pues, la tradición nos sitúa en continuidad con el pasado, pero no es mera nostalgia ni añoranza de formas perdidas. 

¿Hay algún depositario de la sagrada Tradición? 

Todos los verdaderos fieles unidos por la tradición de la fe, colectiva y sucesivamente, por la voluntad de Dios componen la Iglesia.  Y la Iglesia es la segura depositaria de la sagrada tradición.  Como expresa san Pablo:  "La Iglesia del Dios vivo, pilar y fundamento de la verdad" (1 Tim 3,15).  E Ireneo dice al respecto en el siglo II:  "No debemos buscar entre otros la verdad que podemos obtener buscándola en la Iglesia, porque en ella, como en una rica Casa del Tesoro, los apóstoles nos dejaron en su plenitud todo lo que pertenece a la verdad, de manera que quien la busque, reciba el alimento de vida; pues ella es la puerta" (Adv. Haeres. T. 3 C. 4). 

¿Debemos seguir la sagrada Tradición incluso si poseemos las Sagradas Escrituras? 

Debemos seguir la tradición que está de acuerdo con la divina revelación y con las Escrituras, tal y como nos lo expresan éstas.  El apóstol Pablo dice:  "Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, por carta o de viva voz" (2 Tes 2,15). 

 

¿Qué quiere decir el Antiguo Testamento o Pacto?

Es la Alianza que Dios hizo con Abraham (padre de Israel) y con Moisés (el Decálogo o Diez Mandamientos). 

¿Qué le prometió Dios a ese pueblo? 

Que sería su pueblo, que de él vendría el Mesías y que atraería a todas las naciones de la tierra hacia su verdad y su fe. 

¿Qué exigió Dios del pueblo escogido? 

Que fuera fiel a la alianza, que amara la justicia, practicara la misericordia y caminara humildemente con él (Miq 6,8s). 

¿En qué parte del Antiguo Testamento se percibe con mayor claridad el designio de Dios para todos? 

En el Decálogo o Diez Mandamientos. 

 

VII  LOS DIEZ MANDAMIENTOS

¿Qué son los Diez Mandamientos o Decálogo? 

Son leyes dadas por Dios a Moisés en el Monte Sinaí para el pueblo de la Alianza, después de sacarlo de Egipto. 

¿Cuál es el propósito del Decálogo? 

Definir nuestra relación con Dios y con el prójimo. 

¿En cuántas secciones se agrupa el Decálogo? 

En dos:  los cuatro preceptos primeros dicen que debemos amar a Dios de corazón, y los seis últimos que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos. 

¿Cuál es el significado de los Diez Mandamientos? 

I)                  Amar y obedecer a Dios, y traer a otros a él. 

II)              No poner nada en lugar de Dios. 

III)           Respetar a Dios de pensamiento, palabra y obra. 

IV)           Apartar regularmente ocasiones para adorar, orar y estudiar el plan de Dios. 

V)               Amar, honrar y sostener a nuestros padres y familiares; respetar a las autoridades y obedecer lo que justamente dispongan. 

VI)           Respetar la vida que Dios da; orar y trabajar por la paz; eliminar del corazón toda malicia, prejuicio y odio; y ser bondadosos con todas las criaturas de Dios. 

VII)        Usar nuestras pulsiones corporales según el proyecto de Dios. 

VIII)    Ser honestos y justos en todos nuestros tratos; buscar la justicia, la libertad y lo que es necesario para la vida de todos; y usar nuestros talentos y bienes, conscientes de que vamos a rendir cuentas de éstos a Dios. 

IX)           Decir la verdad y no confundir a nadie por nuestro silencio. 

X)               Resistir toda tentación de apego y ambición, envidia y avaricia; así como alegrarnos de las virtudes ajenas; y cumplir nuestro deber por amor a Dios. 

¿Qué medios tenemos para distinguir las buenas obras de las malas? 

La ley interior de Dios, o sea el testimonio de nuestra conciencia, y la ley externa de Dios, o Mandamientos de Dios. 

¿Hablan las Sagradas Escrituras de la ley interna de Dios? 

El apóstol Pablo dice acerca de los paganos que:  "llevan la exigencia de la Ley escrita en el corazón.  Su propia conciencia aporta su testimonio y los razonamientos dialogan acusando o defendiendo" (Ro 2,15). 

Si hay en el ser humano una ley interior, ¿por qué le fue dada otra exterior? 

Porque el ser humano no obedece la ley interior, sino que vive su propia vida carnal y pecadora, y acalla en sí mismo la voz de la ley espiritual:  "¿Para qué sirve la Ley?  Fue añadida para delatar las transgresiones" (Gál 3,19). 

¿Qué dijo Cristo sobre esto? 

Cuando se le preguntó cuál es el mayor mandamiento, él replicó:  "Ama al Señor tu Dios de todo corazón y con toda tu alma y toda tu mente, éste es el primero y mayor mandamiento. Y el segundo es semejante a éste:  ama a tu prójimo como a ti mismo.  Sobre estos dos mandamientos se basan toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,36-40). 

¿Son todas las personas nuestro prójimo? 

Sí, porque todas son la creación de un solo Dios y descienden de una misma sangre (Hch 17,26-29); mas nuestros prójimos en la fe son doblemente prójimos, siendo hijos del Padre celestial por la fe en Cristo (Gál 6,10). 

¿Por qué no hay un mandamiento de amarnos a nosotros mismos? 

Porque así lo hacemos naturalmente y sin ningún mandato:  "Nadie aborreció jamás su propia carne (ser), sino que la sustenta y la cuida" (Ef 5,29). 

En el sentido de comprender y guardar mejor el primer mandamiento, ¿podemos saber qué pecados están contra él? 

1. El ateísmo, cuando las personas llamadas necias por el salmista, buscando alejarse de Dios, se dicen:  "No hay Dios" (Sal 14 ,1).  Precisamente esta es una gran señal de nuestro tiempo, pues a la Iglesia llega hoy el grito de muchas personas que buscan encontrar un sentido a sus vidas.  La Iglesia percibe en ese grito la invocación de quien busca al Padre olvidado y perdido (Lc 15,18ss; Jn 14,8).  Dejándonos interpelar por los interrogantes del mundo, escuchándolos con humildad y ternura, con plena solidaridad hacia quien los expresa, estamos llamados a mostrar con palabras y gestos la inmensa riqueza que nuestra Iglesia conserva en las arcas de sus tradiciones.  Aprendamos del Señor Jesús quien, a lo largo de su ministerio público, se detenía entre la gente, la escuchaba, se conmovía cuando los veía “como ovejas sin pastor” (Mt 9,36; Mc 6,34).  De él debemos aprender esa mirada de amor con la que reconciliaba a las personas con el Padre y consigo mismas, comunicándoles la única fuerza capaz de sanar al hombre entero.  Y todo sin desvirtuar la cruz de Cristo (1 Co 1,17), centro y núcleo del mensaje cristiano. 

2. Politeísmo, cuando en lugar de un Dios verdadero, las personas reconocen un número de falsas deidades. 

3. Incredulidad, cuando la gente que admite la existencia de Dios no cree en su providencia y revelación. 

4. Herejía, cuando las personas mezclan con la enseñanza de la fe opiniones contrarias a la verdad divina revelada. 

5. Cisma, o sea la ruptura voluntaria de la unidad de los divinos servicios y de la Iglesia de Dios. 

6. Apostasía, cuando alguien deja la verdadera fe por temor humano. 

7. Desesperación, cuando la gente abandona toda esperanza de obtener de Dios gracia y salvación. 

8 Brujería, cuando la gente, dejando de lado la fe en Dios, pone su confianza en poderes secretos y en su mayor parte malignos de criaturas, especialmente malos espíritus, y buscan actuar por esas fuerzas. 

9. Superstición, cuando la gente pone su fe en cualquier cosa común como si tuviese poder divino y confía en ella en lugar de confiar en Dios, o la teme en lugar de temer a Dios, por ejemplo, cuando pone su confianza en un viejo libro y piensa que no puede ser salvado por ningún otro y que no debe usar uno nuevo, siendo que el libro nuevo contiene la misma enseñanza y el mismo mensaje y forma. 

10. Pereza, con respecto a aprender religión o respecto a la oración y los públicos Servicios de Dios. 

11. Amar a las criaturas más que a Dios. 

12. Complacencia, cuando alguien busca complacer a los demás, quedando descuidados sus deberes de complacer a Dios. 

13. Confianza en los demás, cuando alguien pone su confianza en sus propios medios y fortaleza, y no en la misericordia y ayuda de Dios. 

¿Qué es una escultura, como afirma el segundo mandamiento? 

El segundo mandamiento mismo explica que una escultura o ídolo, es una semejanza con alguna criatura del cielo o de la tierra, o de las aguas, ante quien las personas se inclinan y sirven en lugar de a Dios. 

¿Qué prohíbe, entonces, el segundo mandamiento? 

Prohíbe reverenciar esculturas o ídolos como supuestas deidades (Ex 20,4; Dt 4,12.16-18; Is 44,9-20); 46,5ss; Jr 10,3ss; Hab 2,18; Sal 115,2-8; Hch 17,29). 

¿No está prohibido así tener cualquier tipo de representación sagrada? 

No, desde que el mismo Moisés, por el cual Dios dio los mandamientos, recibió de Dios al mismo tiempo una orden de emplazar en el tabernáculo o templo portátil de los israelitas, representaciones sagradas de querubines en oro, y ubicarlas en la parte interior del templo. 

¿Por qué este ejemplo es digno de remarcarse para la Iglesia?

Porque ilustra el uso de los iconos. 

¿Qué es un icono? 

En griego significa imagen o representación.  En la Iglesia designa a las representaciones sagradas del Señor Jesucristo, su Madre y sus santos.  El icono es una manifestación concreta de la dimensión sacramental y litúrgica de la Iglesia.  No es mero recuerdo o evocación artística expresada con realismo (como, p. e., el arte barroco), sino que es una teología de la belleza esbozada ya por los Padres como resplandor de la gloria divina.  Esta teología une el amor a Dios con el amor a la belleza (filocalia) y mantiene una estrecha relación entre belleza y santidad:  “La belleza salvará al mundo” (A. Soljetnisyn). 

¿El uso de iconos se concilia con el segundo mandamiento? 

No lo haría si alguien hiciera de ellos dioses, pero honrarlos como representaciones sagradas y usarlos para el recuerdo de las obras de Dios y de sus santos está permitido.  "Los iconos son libros, escritos en la forma de personas y cosas en lugar de con letras" (Gregorio Magno Libro 9, carta 9 ad Serien. Episc.). 

¿Cómo empezó el uso de los iconos? 

En las catacumbas el arte era eminentemente significativo y didáctico:  ilustraba temas como el agua (Noé, Moisés, pescado, áncora), pan y vino (viñas, trigo), salvación (Daniel, los tres jóvenes en el horno de Babilonia, Lázaro, el Buen Pastor, el ave fénix...).  A partir del siglo IV, el arte comienza a ser simbólico e iconográfico.  De hecho, el arte occidental siguió siendo iconográfico hasta el románico, que coincide con la separación de Oriente, donde existe toda una tradición muy fuerte del icono:  la época justiniana (siglo VI) con la basílica de Santa Sofía de Constantinopla; la época de los Commenos (siglos X-XIII), verdadero renacimiento y edad de oro; a partir del siglo XI comienza la iconografía rusa de influjo bizantino (Santa Sofía de Kiev, Novgorod...).  Luego, en los siglos XIV y XV, arraiga en Serbia, Rumania, Bulgaria, Creta, Athos, Grecia, con un realismo dulce y un cierto patetismo (el Cristo Elkómenois...). 

¿Qué disposición de ánimo debemos tener cuando reverenciamos los iconos? 

Así como los miramos con los ojos, mentalmente debemos mirar a Dios y a los santos que están representados en ellos. 

¿Qué presupuestos hay que tener en cuenta para comprender los iconos? 

·                    Que son una teología de la imagen y del símbolo, que es mucho más que el signo, pues es presencia de la realidad simbolizada, lo que revela el sentido oculto de la realidad, y se erige en receptáculo de la presencia de lo representado.  No es puramente información, indicación o copia (como puede serlo un signo matemático o químico o una fotografía realista). 

·                    Una teología de la encarnación que admite que Dios ha asumido la materia, el mundo, el cuerpo, el cosmos...  y que, por tanto, la carne puede ser portadora de la gracia, y Dios no es puramente misterio oculto, sino presencia revelada, como en el icono de la Transfiguración, que ofrece el rostro humano de la divinidad y la luz tabórica que muestra la gloria luminosa. 

·                    Una teología de las energías, como realidad que transforma, transfigura y diviniza el cosmos, la persona y nuestros sentidos. 

·                    Una teología catafática, es decir, que no se limita al apofatismo negativo del Dios misterioso, sino que reconoce que este Dios se ha manifestado en Cristo, posee sus imágenes y símbolos, sus sacramentos.  Junto a la vía apofática del silencio existe una vía catafática o simbólica de acceso a Dios.  Cristo es el icono del Padre y la Iglesia es icono del Reino

¿Cómo define Paul Evdokimov el icono? 

“Es una representación simbólico-hipostática que invita a trascender el símbolo, a comulgar con la hipóstasis, para participar del Indescriptible.  Es un camino por el que hay que pasar para superarlo.  No se trata de suprimirlo, sino de descubrir su dimensión trascendente.  Nos hace acceder a la Hypóstasis y nos introduce en la experiencia de la Presencia despojada de formas empíricas” (El arte del icono). 

¿Cómo lo define Olivier Clément? 

“El icono no es un elemento decorativo...  es parte integrante de la liturgia y constituye, como escribió Leonidas Ouspensky, un medio de conocer a Dios y de unirse a él.  El icono permite conocer a Dios a través de la belleza; pues Dios no sólo se hizo escuchar, sino que también se hizo ver, se hizo rostro, y el icono por excelencia es el de la cruz, como afirmó san Juan Damasceno...  No adoro la materia, sino al Creador de la materia, el cual por mí se hizo material, y por la materia me ha salvado” (Sobre el hombre). 

¿Es el icono un retrato? 

El icono es bendecido para que se convierta en sacramental cargado de presencia y de la fuerza de las energías.  No basta con contemplarlo, hay que participar de la presencia trascendente allí simbolizada.  El icono no se pinta de forma realista, no es un retrato ni la representación de una persona todavía viva, sino que representa al prototipo y busca una comunión viva y orante.  El icono se sitúa, pues, en la línea de un sacramental, es la Escritura pintada; lejos de mera mimesis, evocación o retrato realista, del recuerdo psicológico o del esteticismo religioso.  Por eso, a veces los rasgos de la figura representada se desfiguran o se alargan para indicar la fuerza de la espiritualización. 

¿Qué concluyó el séptimo Concilio Ecuménico de Nicea II (787)? 

“No reconocemos en el icono nada más que una imagen que representa la semejanza del prototipo.  Por eso recibe su nombre, y sólo con ello participa de él, y por eso es venerable y santo...  Contemplemos a la vez lo inefable y lo representado”. 

¿Cómo se originó y qué sucedió acerca del 7º Concilio Ecuménico o Nicea II? 

En los años anteriores al 800 se produjo el debate de si se debían o no utilizar imágenes en la liturgia.  En la antigua Iglesia no hubo oposición a su uso, como lo demuestran las pinturas de las catacumbas y de Dura-Europo (la capilla más antigua que se conserva), por lo general alusivas a algún episodio bíblico.  Sin embargo, según fue habiendo mayor número de fieles provenientes del paganismo, hubo ministros que empezaron a temer que el uso de imágenes en las capillas podría inspirar a algunos a la idolatría.  Por tanto, después de Constantino y la “conversión” en masa del imperio, empiezan a encontrarse en algunos sermones amonestaciones contra el uso indebido de las imágenes.  Al mismo tiempo, sin embargo, se insistía en el valor de tales imágenes como “el libro de los incultos”.  En una época en la que pocos sabían leer, las imágenes servían para comunicar a los fieles algunos de los mensajes más importantes.  Pero la controversia estalló cuando el emperador León III mandó derribar una estatua de Cristo muy venerada en Constantinopla.  A partir de entonces, y a través de toda una serie de decretos imperiales, la campaña contra las imágenes tomó cada vez mayor impulso.  En el año 754, el hijo de León, Constantino V, convocó un concilio que prohibió el uso de imágenes en el culto litúrgico, y condenó a los que habían salido en defensa de ellas, especialmente al Patriarca Germán de Constantinopla y al teólogo Juan Damasceno.  Así surgieron dos partidos que recibieron los nombres de “iconoclastas” (destructores de imágenes) e “iconodulos” (veneradores de imágenes).  Todos sospechaban que los decretos imperiales se debían a un deseo de desmentir a los musulmanes, que acusaban a los cristianos de idolatría y amenazaban por ello con invadir Bizancio.  Pero el argumento de los iconodulos era meramente cristológico, como expuso Teodoro Estudita:  si en Cristo Dios mismo nos ha dado su imagen, negarse a representar a Cristo equivaldría a negar su humanidad.  Si Cristo fue un verdadero hombre, entonces es posible representarlo como a cualquier otro.  La controversia duró por años, y aunque teóricamente los edictos imperiales eran válidos en todo el antiguo imperio romano, el Occidente nunca los aplicó, pues el Papa no los aceptaba.  Por fin, cuando la regencia cayó sobre los hombros de la emperatriz Irene, ésta cambió la política imperial con respecto a las imágenes, y entre ella, el Patriarca Tarasio de Constantinopla y el Papa Adriano convocaron un Concilio, el cual tuvo lugar en Nicea el año 787.  Este Concilio Ecuménico restauró el uso de las imágenes en las iglesias y estableció que no debían ser adoradas (griego “latría”), sino sólo veneradas (griego “dulía”). 

¿Cuáles eran las “antenas” de que dispuso la Iglesia para oír la voz del Espíritu en el 7º Concilio Ecuménico? 

·                    El Concilio convocado y dirigido por el emperador, como expresión de la comunión católica. 

·                    El Papa, que ejercía en aquel entonces su solicitud sobre esa comunión y velaba por la rectitud de la fe (sin embargo después quiso dominarla y expresarla en solitario, dando origen al gran cisma). 

·                    El “sentido de iglesia” del pueblo de Dios, que puede expresarse, en momentos de crisis importantes, en el testimonio, el martirio de un solo profeta:  “Quien no está conmigo no está con la verdad”, había exclamado Máximo el Confesor cuando casi todos aceptaban el silencio o el compromiso; y Teodoro Estudita, testigo ante los iconoclastas, perseguido por la mayoría de los obispos e incluso por el Patriarca de Constantinopla, afirmó muy evangélicamente que “tres fieles unidos en la fe ortodoxa constituyen la Iglesia”. 

¿Qué importante tensión se solucionó también con el 7º Concilio Ecuménico? 

Desde el siglo IV, el Papa y el Concilio no dejaron de afirmarse, cada uno por su lado o en conjunto.  Se interfirieron, se enfrentaron, pero siempre terminaron por colaborar.  Hasta entonces el emperador tenía autoridad para convocar el Concilio, daba a sus decretos fuerza de ley, pero, en general, salvo en el período iconoclasta, no pretendía tener competencia para determinar la doctrina; y la derrota de la iconoclastia fue la derrota de esa tentativa de cesaropapismo.  El Papa, hasta entonces, podía recibir una apelación, cumplir la función de una instancia de casación, pero los cánones protegían la autonomía de las iglesias locales.  Los Concilios, casi siempre con el acuerdo del Papa, definían la doctrina y establecían las bases de la disciplina de la Iglesia.  Sin embargo, en lo concerniente a la verdad, ésta se imponía por sí misma, superando a veces incluso las contradicciones de las mismas instancias eclesiales.  Cada una de esas instancias, tomadas en forma aislada, habría fracasado.  El papado vaciló con Celestino, y cedió discretamente con Honorio y Vitaliano.  Pero en Constantinopla también los emperadores apoyaron la iconoclastia, y los iconodulos no encontraron más apoyo que el de Roma, alegando su “solicitud hacia todas las iglesias”.  La emperatriz Irene cuando se dirige al Papa Adriano para restablecer la legitimidad y veneración de las imágenes, se ve forzada a reconocer que sus predecesores y los Obispos de su Iglesia se equivocaron.  Por primera vez en el pensamiento bizantino Constantinopla no se encuentra fuera de la Iglesia, y sin embargo hay que reintegrarla.  El Papa y el Concilio son quienes deben realizarlo.  El Papa, escribe Irene, tiene el “sacerdocio principal” y preside en “la sede de Pedro”.  Por eso debe enviar sus legados al Concilio y poner fin a la división de la Iglesia “cuya cabeza es Cristo, nuestro verdadero Dios”.  Durante el Concilio los legados papales gozaron de un inmenso prestigio, fueron nombrados en primer lugar en las Actas, y la Iglesia de Roma fue designada como la Iglesia de Pedro.  Y los legados fueron los primeros en firmar en nombre del Papa la declaración dogmática conciliar.  Es importante saber que Tarasio, el nuevo Patriarca iconodulo, de autoridad todavía precaria en Constantinopla, intentó mantener correspondencia con los demás Patriarcas orientales (que no pudieron asistir al Concilio impedidos por el Islam), pero no pudo lograrlo.  Fueron los monjes, los “hombres piadosos” de esos Patriarcas, quienes le respondieron.  En caso de necesidad, dijeron, puede hacerse un Concilio en ausencia de sus Patriarcas, a condición de que, “el muy santo y apostólico Papa de Roma dé su aprobación y esté presente por medio de sus legados”.  En el texto definitivo de este Concilio, y por tanto admitido por los bizantinos, se encuentra el pasaje en el que el Papa exhorta a los emperadores a venerar al “vicario de Pedro”, en el que Roma es designada como “cabeza de todas las Iglesias de Dios”. 

¿Por qué los monjes tuvieron tanta importancia en este 7º Concilio Ecuménico? 

Porque en los primeros tiempos del cristianismo la actividad de los primeros monjes Antonio, Pacomio y otros sirvió mejor a la fe que el entusiasmo inflamado del poder secular.  Reconocido por los emperadores bizantinos, el cristianismo se revistió de brocado y púrpura, se relajó, adoptó la pompa de la corte imperial, pero perdió su recia y fuerte osamenta del tiempo de los mártires.  Lo que ganó en extensión lo perdió en profundidad.  A pesar de todo, persistió y fue salvaguardada su fe en el desierto de Nitria, en el Sinaí, cerca de Alejandría, junto a los mismos muros de Bizancio con los Estuditas.  El monacato fue el depositario de la severa y auténtica fe ortodoxa, pues, en aquella época, a la vez que en la corte imperial vivían por todo lo alto, se entregaban a excesos de todo tipo y cundían el refinamiento y la amoralidad, los desiertos rebosaban de monjes que dormían en las tumbas, se alimentaban frugalmente de pan, aceite y legumbres y se pasaban en pie noches enteras rezando con el komboskini por la salvación de todo el mundo.  La puesta de sol hacía resplandecer sus rostros, que permanecían inmóviles frente a los primeros rayos, proyectando hacia el Oeste sus sombras en el suelo.  Estas comunidades constituyeron la columna vertebral de la ortodoxia, el piloto que gobernó con mano firme la nave de la Iglesia al tiempo que rechazaba las tormentas de la herejía.  Ellos enderezaron la verdadera fe, atrayendo a quienes tenían sed de verdad, imprimiendo el sello indeleble y perfecto de la belleza espiritual, y la grandeza auténtica sobre la Bizancio pecadora, afeminada, degenerada y lujosa.  Bizancio, en su grandeza perecedera y temporal, se pudrió, mientras que la eterna fe ortodoxa continuó creciendo en las manos firmes de los humildes e inflexibles monjes bajo otros cielos, en Ucrania y Rusia. 

¿Por qué Occidente no aceptó durante muchos años este 7º Concilio Ecuménico? 

Los reyes carolingios se negaron a aceptar las decisiones de este Concilio, no porque se opusieran a las imágenes, sino porque en latín sólo había un término para traducir las dos palabras griegas “latría” y “dulía”, y por tanto los francos temían que lo que el Concilio había dicho era que las imágenes debían ser adoradas.  Pero a la postre esta dificultad quedó aclarada. 

¿Quiénes fueron los defensores de la fe ortodoxa contra el iconoclasmo? 

Durante la primera parte de la persecución iconoclasta, los defensores del culto fueron el Patriarca Germán de Constantinopla (+730), obligado a dimitir y anatematizado por el Sínodo de Hieria, junto con Juan Damasceno.  Durante la segunda parte de la persecución iconoclasta (813-843) fueron defensores de los iconos el Patriarca Nicéforo de Constantinopla y el monje Teodoro Estudita. 

¿Por qué denunciaba Juan Damasceno la postura iconoclasta? 

Juan denunciaba la postura neoplatónica que identifica la imagen con el prototipo, es decir, la idea de que un icono “es Dios”.  La imagen o icono, al ser diferente del modelo divino, puede ser sólo relativamente objeto de veneración o de honor, pero no de culto propiamente dicho, que está reservado exclusivamente a Dios. 

¿Qué sabemos del entorno de san Juan Damasceno? 

Conocemos poco de su vida, a pesar de haber sido un oficial de la corte de Damasco, la más importante del mundo entonces, y después, un conocido predicador de la Iglesia patriarcal de Jerusalén.  Por aquel tiempo, Abd al-Malik (685-705), Abimelec, rehizo la unidad del Islam, dividido por guerras de bandos.  Al Walid (705-715), el más grande de los Omeyas, persiguió a los cristianos de Siria y Palestina.  Bajo estos dos califas sirvió Juan Mansur (Juan Damasceno) como tesorero y recaudador de los impuestos de los cristianos, así como abogado de sus derechos, adquiridos precisamente a través del pago de impuestos, pues éstos se entendían entonces como un rescate pagado a los conquistadores por parte de las comunidades conquistadas (los ciudadanos musulmanes estaban libres de tales impuestos).  Todavía no había empezado la persecución abierta contra el cristianismo por parte de la dinastía Abásida.  Muchos musulmanes consideraban a los cristianos retrasados y casi paganos, pues así como éstos habían creído en varios dioses, el verdadero Dios se había revelado a judíos y cristianos, pero los judíos no conquistaron el mundo ni elaboraron una fe universal.  En cambio, los cristianos sí hicieron esa fe universal y la extendieron por el mundo, pero también hicieron tres dioses.  El profeta Mohamed había devuelto la verdadera religión del único Dios y también había conquistado el mundo.  Su fuerza la conformaba el poder del califa en Damasco, eje de una civilización que iba de España  a la India. 

¿Qué sabemos de la vida de san Juan Damasceno? 

Juan Damasceno habría muerto en el monasterio de San Sabas, en el desierto de Judea, cerca de Jerusalén el 4 de diciembre del año 750, donde ingresó siendo ya adulto, tras renunciar a su cargo público, y donde recibió toda su formación teológica.  Por tanto, también allí debió componer todas sus obras, entre las que destaca su comentario al Credo:  Exposición de la fe”, reedición de los pensamientos de los mejores maestros encaminada a presentar la fe de modo breve y certero para el uso de un pastor de la Iglesia.  Su genero literario se acerca más a una base de datos o colección completa de fichas que tratan de temas concretos.  Entre otras medidas persecutorias, el califato Omeya prohíbe el culto cristiano en la basílica de San Juan Bautista de Damasco, que es convertida definitivamente en mezquita.  Antes de esta fecha era compartida por cristianos y musulmanes.  En ese momento Juan Mansur entra en el monasterio de San Sabas.  La fecha más probable de su ordenación sacerdotal, de manos del Patriarca Juan IV en Jerusalén, sería el año 726, cuando el emperador León III Usáurico desata la persecución iconoclasta, pues sus tres discursos en defensa de las imágenes datan de poco tiempo después (729-730).  Su actividad como maestro, si la tuvo, nos es desconocida.  En cambio consta que fue un predicador eminente de la Iglesia de Jerusalén, y un gran poeta de la liturgia bizantina. 

¿Hubo paz después del 7º Concilio Ecuménico contra los iconoclastas? 

La paz no se consiguió con la celebración conciliar nicena.  Años después se vuelve a desencadenar la persecución cuando sube al trono el emperador León V el Armenio (813-820).  A esta intervención imperial en materia de fe se opusieron el Patriarca Nicéforo de Constantinopla y el monje Teodoro Estudita, lo que les valió la deposición al primero y el destierro al segundo.  Le sucede Miguel II (820-829), más moderado en la persecución; pero con su hijo Teófilo (829-843) todavía arrecia más, siendo exterminados muchos monjes, pero su muerte imprevista ocasiona la regencia de su esposa Teodora ante la minoría de edad de su hijo Miguel III.  Es entonces cuando se establece el culto a los iconos y se instituye la “Fiesta de la Ortodoxia”, celebrada el primer domingo de Cuaresma, como victoria sobre la iconoclastia. 

¿Por qué denunciaba Teodoro Estudita el iconoclasmo? 

Teodoro denunciaba la iconoclastia como monofisita porque iba contra la cristología de Calcedonia y la fe en las dos naturalezas.  Cristo era “imagen del Dios invisible” (Col 1,15), y, por eso, para él, el icono de Cristo era la mejor ilustración posible de lo que realmente significaba la unión hipostática.  Pintar una imagen de la esencia divina o de Dios antes de la encarnación sería imposible, tanto como representar la naturaleza humana en cuanto tal, a no ser que se haga de manera simbólica.  Así podemos ver la hipóstasis del Verbo, aunque su esencia divina permanezca oculta. 

¿Qué es el “ordo” (estamento) de los iconógrafos? 

En Oriente existe un estamento que pinta según normas y en un clima ascético (ayuno de los ojos) y místico.  El primer icono que pintan es el de la Transfiguración, para que el resto sea pintado a su luz.  Es como un preludio de la parusía.  No es, pues, de extrañar que los mejores iconográfos sean los monjes, dada su experiencia contemplativa.  Más que un arte es un lugar teológico; y la iconografía conduce a la pneumatología, a “la belleza que salvará al mundo”.  Más que un arte es un carisma semejante al de la predicación, pues requiere un alto conocimiento bíblico y hagiográfico capaz de ser transmitido.  El icono es una pintura sobre madera, no sobre papel u otros materiales equivalentes y por lo mismo nada nobles, que fácilmente se pueden deteriorar o romper.  Cuando el iconográfo termina su sagrada tarea no firma su obra, sino que el icono es ungido con crisma en sus cuatro esquinas:  desde entonces el icono ya es signo de la presencia de Dios.  De entre todos los iconos la tradición señala al evangelista san Lucas como pintor de la Virgen María, pero, desgraciadamente, con el iconoclasmo se han perdido la mayoría de iconos antiguos, aunque algunos quedan en el Monte Athos y el Monte Sinaí.  El icono más famoso de todos es la Trinidad de Roublev.  Los grandes defensores de los iconos fueron Atanasio, Basilio, Máximo el Confesor, Teodoro Estudita y Juan Damasceno. 

¿Hay algún simbolismo a seguir en los iconos? 

Tienen mucha importancia los colores, inspirados en Ap 6,1-8:  el negro simboliza el pecado, como el oro refleja la gloria, destacándose en la aureola o corona, y también en los bordes de las vestiduras; el blanco representa la transfiguración y resurrección de Cristo y la vida celestial; el rojo indica el sacrificio, el verde la regeneración y el ocre con aspecto de tierra se reserva para los rostros y partes del cuerpo, indicando que ha sido sacado de la tierra y que es signo de humildad, junto con el amarillo. 

¿Qué posición ocupa el icono en la vida litúrgica y familiar de los fieles? 

Los iconos llenan las capillas bizantinas, presididos por el Cristo Pantocrator en la bóveda y por la Virgen María Zeotokos en el ábside.  El iconostasio, pared cubierta de iconos que separa el altar y lo oculta parcialmente de la vista de la asamblea, viene a ser la palabra de Dios pintada, convirtiéndose así en un gran mural bíblico que recorre escenas y personajes.  Además, en el templo bizantino existe el atril donde se coloca el icono que se venera cada día u otro de especial veneración, que el fiel respetuosa y devotamente besa y alumbra.  Pero también en la vida familiar la espiritualidad icónica llega al rincón de cada casa, con un icono adornado convenientemente o incluso con un pequeño iconostasio, exponente de la devoción de la familia:  allí se recitan las oraciones familiares y el icono preside los acontecimientos de toda la vida del hogar. 

¿Qué nombre tiene, en general, el pecado contra el segundo mandamiento? 

Idolatría. 

¿Hay otros pecados contra el segundo mandamiento? 

Aparte de la idolatría, hay una serie de pecados más sutiles, como: 

1. Avaricia;

2. Sensualidad, glotonería y ebriedad;

3. Orgullo, al que pertenece también la vanidad.

¿Cómo la avaricia está relacionada con la idolatría? 

El apóstol Pablo dice expresamente que "la avaricia es una idolatría" (Col 3,5), porque la persona avara sirve al dinero antes que a Dios. 

¿Si el segundo mandamiento prohíbe el ánimo de lucro, esto qué significa? 

No amontonar riquezas y animar a la generosidad (1 Tim 6,17ss). 

¿Por qué el orgullo y la vanidad están referidos a la idolatría? 

Porque la persona orgullosa valora ante todo sus propias habilidades y excelencias, y así viene a ser su ídolo; el vanidoso quiere, además, que otros adoren ese mismo ídolo (1 Jn 2,16).  Este orgullo y vanidad están sensiblemente ejemplificados en Nabucodonosor de Babilonia, que hizo erigir un ídolo de oro de su persona y ordenó que todos lo adoraran (Dn 3). 

¿Cuándo es tomado el nombre de Dios en vano? 

Es tomado o expresado en vano, cuando se cita su nombre en conversaciones vanas e inútiles, y aun más, cuando se lo expresa mintiendo o irreverentemente. 

¿Qué pecados prohíbe el tercer mandamiento? 

1. Blasfemia, o emitir palabras contra Dios. 

2. Murmuración, o sea quejarse contra la providencia divina. 

3. Profanación, cuando las cosas divinas son tomadas a broma o insultadas. 

4. Distracción en la oración. 

5. Perjurio, cuando una persona afirma con un juramento algo falso. 

6. Ruptura de juramento, cuando las personas no mantienen justa y legalmente los juramentos. 

7. Ruptura de votos hechos a Dios. 

8. Juramentos banales, o emitir juramentos irreflexivos en conversaciones comunes. 

¿Están dichos juramentos expresamente prohibidos en las Sagradas Escrituras?

Cristo dijo:  "No juréis en ninguna manera, ni por el cielo, porque es el trono de Dios... Porque sea vuestro hablar: sí o no, porque lo que es más de esto, de mal procede" (Mt 5,34.37). 

¿No prohíbe esto todo juramento en materia civil? 

El Nuevo Testamento dice:  "Los personas ciertamente juran por uno mayor que ellas, y para ellas el fin de toda controversia es el juramento para confirmación.  Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su decisión, interpuso juramento" (Heb 6,16s).  De esto concluimos que, si Dios mismo por una manifestación inmutable usa un juramento, más aun nosotros, en ocasiones graves y necesarias, requeridos por autoridades legales, tomemos un juramento religiosamente con la firme intención de no romperlo. 

¿Por qué se manda guardar el séptimo día, más que otro, como santo para Dios? 

Porque Dios hizo el mundo en seis días y al séptimo descansó de la Creación. 

¿El Sabbath es guardado en la Iglesia Cristiana? 

No es guardado, estrictamente hablando, como día santo, mas en memoria de la Creación del mundo y como continuación de su observancia original, se lo distingue de los demás días de la semana por una mitigación de las reglas de ayuno. 

¿Cómo obedece, entonces, la Iglesia Cristiana el cuarto mandamiento? 

Después de seis días guarda un séptimo, sólo que no el último día de la semana, el Sabbath, sino el primer día de la semana, que es el día de la resurrección o día del Señor (domingo). 

¿Desde cuándo festejamos el día del Señor? 

Desde el mismo tiempo de la Resurrección. 

¿Hay alguna mención en la Biblia acerca de festejar el día de la resurrección? 

En el libro de los Hechos de los Apóstoles se menciona que los cristianos se reunían el primer día después del sábado, que era el primer día de la semana o día de la resurrección (Hch 20,7; 1 Co 16,2). 

¿Qué otras fiestas cristianas hay? 

Desde antiguo, Pascua, Pentecostés, Cuaresma y Navidad.   

¿Cuál la abstinencia más importante? 

La Cuaresma. 

¿Por qué se llama Cuaresma? 

Porque dura cuarenta días, además de la semana de la Pasión de Cristo. 

¿Por qué se estableció que la Cuaresma debe continuar cuarenta días?  

Por el ejemplo de Jesús mismo, que ayunó cuarenta días (Mt 4,2). 

¿Por qué se estableció el ayuno los días miércoles y viernes? 

Los miércoles en recuerdo de la traición a Cristo, y los viernes en recuerdo de sus sufrimientos y muerte (Did 8,1). 

¿Cómo debemos usar nuestro tiempo en los domingos y demás días santos, para cumplir el cuarto mandamiento? 

Primero, en estos días no debemos trabajar u ocuparnos de negocios mundanos o temporales; segundo, debemos guardarlos como santos, es decir, usarlos para obras santas y espirituales, para la gloria de Dios. 

¿Por qué se nos prohíbe trabajar en los días santos? 

Para que los empleemos más completamente en obras buenas y santas. 

¿Qué cosas en particular deben cumplirse en los días santos? 

Primero, ir a la iglesia, para la adoración pública y la instrucción en la palabra de Dios.  Segundo, en el hogar, dedicarnos a la oración y la lectura o la conversación edificante.  Tercero, dedicar a Dios una parte de nuestros medios, subvencionando las necesidades de la Iglesia y sus ministros, en limosnas a los pobres, visitar a los enfermos, los prisioneros y otras obras de caridad cristiana. 

¿No debemos hacer estas obras en los días de labor también? 

Es cierto, si se puede; pero aquel a quien sus ocupaciones mundanas no se lo permiten, debe a toda costa dedicar los días santos a esas obras.  Pero la oración es nuestra ineludible obligación de cada día, a la mañana y a la noche, antes y después de comer, y en lo posible, al comenzar y finalizar las tareas. 

¿Qué debemos pensar de aquellos que en días santos se permiten juegos o exhibiciones obscenas, cantos inútiles y excesos en la comida y la bebida? 

Esa gente desacraliza grandemente los días santos, pues si hasta las obras inocentes y útiles para la vida presente son inadecuadas para estos días de fiesta, cuánto más lo serán estas otras obras inútiles, carnales y viciosas. 

Cuando el cuarto mandamiento habla de trabajar seis días, ¿no condena con ello a los que no hacen nada? 

Sin duda condena a aquellos que en días laborables no se entregan a obras convenientes, sino que pasan su tiempo en la pereza y la disipación. 

¿Qué obligaciones especiales están prescritas por el quinto mandamiento respecto a los padres, bajo la frase general de honrarlos? 

1. Guardarles respeto.  2. Obedecerlos.  3. Mantenerlos y consolarlos en la vejez y enfermedad.  4. Rogar por la salvación de sus almas, durante sus vidas y después de su muerte; y cumplir fielmente su última voluntad, mientras no sea contraria a la ley divina y civil (2 Mac 12,43s; Jer 35,18s; Juan Damasceno; Sermón de Mort.). 

¿Qué grado de pecado hay en la deshonra a los padres? 

Así como es fácil y natural amar y honrar a nuestros padres, a quienes debemos el ser, así de grave es el pecado de deshonra hacia ellos.  Por esta causa, en la ley de Moisés se condenaba a muerte al que maldecía a su padre o a su madre (Ex 21,17). 

¿Por qué este mandamiento en particular contiene una promesa de prosperidad y larga vida a los que sustentan a sus padres? 

Para que las personas tengamos una recompensa visible que nos impulse a mejor cumplir este mandamiento, sobre el cual se basa el orden de las familias y del cual depende, en consecuencia, toda la vida social. 

¿Cómo se cumple esta promesa? 

Los ejemplos de los antiguos Patriarcas y Padres muestran que Dios da especial fuerza a la bendición de los padres (Gn 27; Col 3,20); "La bendición del padre afianza la casa de los hijos" (Eclo 3,9).  Dios en su sabiduría y recta providencia protege especialmente la vida, y dispone la prosperidad de quienes honran a sus padres en la tierra. 

¿Por qué en los mandamientos que enseñan a amar al prójimo se menciona primero a los padres? 

Porque los padres están naturalmente más cerca nuestra que los demás. 

¿Cómo hablan las Sagradas Escrituras acerca de la obligación de honrar a nuestros pastores y maestros espirituales? 

 "Obedeced a vuestros instructores y someteos a ellos, pues velan como responsables sobre vuestras vidas como quienes han de dar cuenta, para que lo hagan con alegría y no lamentándose, cosa que no os aprovecharía" (Heb 13,17).  “El catecúmeno debe compartir sus bienes con su catequista” (Gál 6,6). 

¿Hay en la Biblia algún mandato sobre honrar a los viejos como a los padres? 

Pablo escribe a Timoteo:  "Al anciano no lo reprendas con dureza, sino ruégale como a un padre...  y a las ancianas como a madres" (1 Tim 5,1s); "Ponte en pie ante las canas y honra el rostro del anciano; respeta a Dios" (Lv 19,32). 

¿Cómo sabemos que debemos honrar a nuestros benefactores como padres? 

Por el ejemplo de Jesucristo mismo, que estaba sujeto a José, pese a que José no era su padre, sino sólo su tutor (Lc 2,51). 

¿Son perfectos los padres? 

Cuando se es niño se suele pensar que los padres son perfectos, pero luego ya nos van pareciendo menos inteligentes.  Es decir, nos damos cuenta de que no son perfectos, y eso nos desconcierta.  Lamentablemente, este descubrimiento induce a muchos jóvenes a cuestionar su modo de ver las cosas, pero lo normal es que, después de alguna dolorosa experiencia, recuperemos el respeto que les teníamos.  Eso sí, aunque no sean perfectos, casi siempre llevan razón.  Y aunque no la tuvieran, siempre merecen respeto. 

¿Debe el joven acordarse de Dios? 

“Acuérdate de tu Creador cuando eres joven y aún no han llegado los tiempos difíciles; ya vendrán años en que te digas:  No me trae ningún placer vivir” (Ecl 12,1).  Sólo se es joven una vez, y cuando se recuerdan los años jóvenes debe hacerse con satisfacción y no con pesar.  Por eso la Biblia le pide al joven que se acuerde de Dios.  ¿Cómo?  Teniéndole presente en la vida, y siguiendo los principios que expone y revela en su santa Palabra.  Eso no significa que haya que vivir una vida severa y rígida como la de un fanático.  Al contrario, acordarse de Dios y vivirlo proporciona la mayor felicidad posible.  Para ilustrarlo, imaginemos que somos un joven que se saca el carné de conducir y que compra un coche.  Ahora tiene ante él nuevas posibilidades.  ¡A cuántos lugares puede ir!  Sin embargo, la libertad que acaba de obtener conlleva una seria responsabilidad.  Al conducir, también debe obedecer las normas de tráfico y prestar atención a las diversas señales y límites de velocidad.  ¿Le roba eso el placer de conducir?  ¡No!  En realidad, le protege, pues a nadie le gusta sufrir accidentes.  Y lo mismo sucede con la libertad que Dios concede.  En la transición del joven hacia la adultez le permite decidir cómo vivir (Dt 30,19; Pr 27,11); pero esto conlleva una seria responsabilidad, pues también hay normas de circulación por las que conviene regirse.  ¿Restan felicidad?  ¡Claro que no!  Al contrario, protegen de la angustia y del dolor. 

¿Hay algún tipo de actividades que el joven debe evitar?  

Todo joven cristiano que va a la escuela se da cuenta de que sus compañeros (pareciendo que se divierten) participan en actividades varias que él sabe que debe evitar.  Actividades, por otra parte, que son las mismas que todo fiel cristiano debe evitar.  “Alégrate, joven, en tu juventud, y deja que tu corazón disfrute de la adolescencia.  Pero ten también en cuenta que Dios te juzgará por todo eso” (Ecl 11,9).  El joven debe acordarse de su Creador utilizando bien la libertad que él le ha concedido. 

Aparte de éstos ¿quiénes son nuestros superiores a quienes debemos honrar también como a padres? 

A aquellos que toman el lugar de nuestros padres en la educación, como las autoridades y maestros en las escuelas; los que nos preservan de irregularidades y desórdenes de la sociedad, como los magistrados civiles; los que nos protegen de las ofensas por el poder de la ley, como los jueces; los que el mandatario encarga como defensores de la seguridad pública contra los enemigos, como los comandantes militares, etc.   

¿Qué dicen las Escrituras sobre nuestros deberes hacia las autoridades en general? 

"Dad a cada uno lo debido: a quien el tributo, tributo; a quien el impuesto, impuesto; a quien el respeto, respeto; a quien el honor, honor" (Ro 13,7). 

¿Cómo hablan las Escrituras del respeto mutuo entre los empleados y sus patronos? 

"Siervos, obedeced a vuestros amos humanos escrupulosamente, en la sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; no sirviéndolos sólo para ser vistos, como quienes agradan en lo humano, sino como siervos de Cristo, que hacen la voluntad de Dios con toda el alma" (Ef 6,5s); "Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos, no solamente a los buenos y afables, sino también a los esquinados" (1 Pe 2,18). 

Si las Escrituras prescriben deberes hacia los padres ¿prescriben de la misma manera deberes respecto de los hijos? 

Sí, prescriben obligaciones para con los hijos de acuerdo con la dignidad de padres:  "Padres, no irritéis a vuestros hijos, sino criadlos en la enseñanza y exhortación del Señor" (Ef 6,4). 

¿Cómo se puede ser un buen padre o madre? 

Primero reconociendo a los hijos como propios.  De hecho, son cada vez más los hombres que abandonan a sus familias.  Por otra parte, el padre es una figura importante que no debe faltar en el hogar.  Pero tampoco basta con vivir con la familia y proporcionarle sostén económico, sino que hay que participar también en la educación de los hijos, pues, aunque el padre viva en casa, debe implicarse en la vida de sus hijos.  Más que regalos, lo que los pequeños desean es el amor, el tiempo y la atención de sus padres.  ¿Por qué hay tantos padres ausentes emocional y mentalmente de los suyos?  Tal vez sea porque no comprenden su papel en la familia.  Por eso, algunos padres deberían replantearse su estilo de vida, pues están excesivamente entregados al trabajo; ¿estarían dispuestos a hacer cambios por el bien de sus hijos, o los anteponen a sus carreras?  Por eso, los niños se sienten muy dolidos cuando creen que sus padres no se interesan por ellos.  Unos padres que no hablan con sus hijos, que no pasan tiempo con ellos, que no saben qué hacen en sus ratos libres, que no los ayudan en las tareas escolares, que sólo piensan en divertirse con sus amigos o que desaparecen durante días y días...  ayudan bien poco al desarrollo de sus hijos.  Todavía suena el discurso de renuncia de un alto ejecutivo que afirmó:  “Cualquiera puede ser director de esta empresa, pero yo soy el único padre que tienen mis hijos”.  Todos los niños precisan de un padre que los ame, esté a su disposición y haga todo lo posible por ayudarlos a convertirse en adultos responsables y dignos de confianza.  Las encuestas no se cansan de advertir que muchos trastornos de la conducta juvenil, como la agresividad, la rebeldía, el fracaso escolar y la apatía se deben, en gran parte, a la ausencia paterna. 

¿Cómo lograr ser un buen padre? 

Es obvio que los niños necesitan una estructura familiar, un vínculo y la seguridad de que hay alguien a cargo que se interesa en su bienestar.  Cuando esto no se realiza, la vida de los niños se ve afectada.  No obstante, Dios no abandona a ningún niño:  “Dios, desde su santa morada, es padre de los huérfanos de padre” (Sal 68,5).  Por eso, la ayuda de Dios es muy importante para tener una vida de familia feliz.  Lo primero que hay que tener claro es que tener hijos es fácil, pero ser un buen padre no.  Aunque hay muchas tareas en la vida que resultan difíciles, ser un buen padre es una de las más complejas e importantes, pues el bienestar y la felicidad de los suyos suele estar en juego.  Lo segundo que hay que tener claro es que el primer Padre es Dios mismo.  Y Dios es amor.  Por eso, tras el bautismo de Jesús, el Padre le dice:  “Éste es mi Hijo amado, qué orgulloso estoy de él” (Mt 3,17).  Pensemos en el efecto que tienen en un niño que el padre esté orgulloso de él, y lo diga.  Los jóvenes se desarrollan mejor cuando el progenitor les presta atención, en especial cuando reconoce sus logros.  El Padre también manifestó sus sentimientos hacia Cristo llamándolo “amado”, expresión de cariño paterno que toca el corazón del hijo.  Por eso, es probable que los hijos también sientan lo mismo si los padres les demuestran que de veras los quieren, tanto de palabra como dedicándoles tiempo, atención e interés.  Es cierto que todos los niños y adolescentes cometen muchos errores, pero éstos sirven como medio de aprendizaje, pero ¿busca el padre oportunidades de expresar aprobación por las cosas buenas que sus hijos dicen y hacen? 

¿Debe el padre dar un buen ejemplo a los hijos? 

Es de suma importancia dar un buen ejemplo a los hijos.  Es probable que los ejemplos de todo padre fracasen si él mismo no es coherente con el mensaje que proclama (Ef 6,4).  No obstante, con la ayuda divina se puede superar cualquier obstáculo que impida realizar el mandato divino de ocuparse de los hijos.  “Educa al muchacho según su camino:  cuando envejezca no se apartará de él” (Pr 22,6).  Así pues, la mejor manera de conseguir que nuestros hijos se comporten, es comportarnos nosotros mismos de esa manera.  Eso significa que hay que pasar tiempo con ellos; no sólo algunos ratos de vez en cuando.  Y para eso hay que dejar de lado asuntos menos importantes (Ef 5,15s).  En realidad, ¿qué hay más importante para un padre que sus hijos?  ¿Un televisor de pantalla gigante, unos palos de golf, la política, la empresa, una casa bonita, el trabajo?  Uno de los mejores regalos que un padre le puede hacer a su hijo es darle ejemplo de buenos valores.  El robo, la mentira, la vagancia, la rebeldía, la fidelidad a la pareja, la ignorancia son realidades en muchas familias porque nunca han escuchado a los padres decir que no son buenas. 

¿Deben poner los padres límites a los hijos? 

Hay padres que, en nombre de la libertad, dejan a sus hijos decidir cómo pensar y cómo comportarse.  El objetivo es no reprimir su desarrollo.  Por eso no les obligan a asistir al colegio ni les controlan el número de horas que pasan viendo la televisión o jugando a los videojuegos.  Pero el resultado de este método permisivo es el aumento de la delincuencia y el fracaso del joven, sobre todo en el consumo de drogas.  En el caso de muchos adolescentes rebeldes la causa está en la falta de firmeza de los padres.  La Biblia dice que la autoridad de los padres debe ejercerse tanto con amor como con firmeza (Pr 22,15).  Naturalmente, toda disciplina debe ser adecuada a las circunstancias y siempre tiene que administrarse con apacibilidad, autodominio y consideración.  Si los padres ejercen su autoridad de manera amorosa y no brutal, hay más posibilidades de éxito. 

¿Qué dicen las Escrituras de los deberes de los pastores hacia su rebaño espiritual?

"Apacentad el rebaño de Dios que os han confiado, cuidando de él no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdido lucro, sino generosamente; no tiranizando a vuestros fieles, sino siendo modelos para el rebaño" (1 Pe 5,2s). 

¿Qué dicen las Escrituras acerca de los deberes de las autoridades?

"Amos, haced lo que es justo y recto con vuestros siervos, sabiendo que también vosotros tenéis un Amo en el cielo" (Col 4,1). 

¿Cómo debemos actuar si nuestros padres o gobernantes nos piden que hagamos algo contrario a la fe o a la ley de Dios? 

En tal caso, debemos responder como lo hicieron los apóstoles a los dirigentes judíos:  "Juzgad si es justo ante Dios obedeceros a vosotros antes que a Dios" (Hch 4,19).  Y, por causa de la fe y de la ley de Dios, debemos estar preparados para soportar las consecuencias, cualesquiera sean.  Es decir:  sumisión sí; pero hay que negarles la obediencia. 

¿Qué está prohibido por el sexto mandamiento? 

El homicidio, es decir, quitar la vida del prójimo en cualquier forma. 

¿Cómo debe considerarse el homicidio involuntario, cuando alguien mata accidentalmente y no intencionadamente? 

El culpable de homicidio involuntario no puede considerarse inocente, a menos que haya tomado todas las precauciones contra el accidente; de todas maneras, debe limpiar su conciencia de acuerdo con los cánones de la Iglesia. 

¿Con qué casos deben relacionarse los asesinatos y violaciones de este mandamiento? 

Aparte del homicidio, por cualquier medio, el mismo pecado puede ser cometido en los siguientes casos y otros similares: 

1. Cuando un juez condena a un prisionero sabiendo que es inocente. 

2. Cuando se oculta o facilita la fuga del asesino, y así se le da oportunidad de renovar sus crímenes. 

3. Cuando alguien puede salvar la vida de un prójimo, pero no lo hace, como cuando un rico ve que un pobre se muere de hambre. 

4. Cuando alguien carga excesivamente con trabajos pesados y castigos a los que le están sometidos, y así acelera su muerte. 

5. Cuando alguien, por falta de templanza y otros vicios, acorta su propia vida. 

¿Qué debemos pensar sobre el suicidio?

Que es el más criminal de los homicidios.  Porque si es contrario a la naturaleza matar a un ser humano, tanto más lo es matarnos a nosotros mismos, pues nuestra vida no nos pertenece sino que es de Dios, que la dio. 

¿Qué debemos pensar acerca de los duelos para decidir disputas privadas? 

Desde que la resolución de las disputas privadas pertenece al gobierno, y los duelistas, en lugar de acudir a la ley, voluntariamente recurren a un acto que implica peligro manifiesto de muerte para ambos, es evidente que el duelo implica tres crímenes terribles: rebelión, asesinato y suicidio. 

¿Además de la eliminación física, existe el homicidio espiritual?

Sí.  El homicidio espiritual es inducir al pecado; cuando uno provoca que el prójimo caiga en la incredulidad o la iniquidad, y así somete su alma a la muerte espiritual.  El Salvador dice:  "El que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más vale que se cuelgue al cuello una piedra de molino y se hunda en lo profundo del mar" (Mt 18,6; 1 Co 8,9-13; Ro 14). 

¿Existen formas sutiles de homicidio? 

A este pecado pueden referirse todos los actos y palabras contra el amor, todo lo que injustamente afecte la paz y seguridad de nuestro prójimo, y, finalmente, toda la malicia contra él, aunque no se muestre abiertamente.  "Todo el que odia a su hermano es un asesino" (1 Jn 3,15; Mt 5,21s). 

Cuando se nos prohíbe dañar la vida del prójimo, ¿qué se nos pide? 

Hacer todo lo que está al alcance para asegurar su vida y bienestar. 

¿Qué está prohibido con el séptimo mandamiento? 

El adulterio (Heb 13,4; Gál 5,19). 

¿Qué formas de pecado están prohibidas bajo el término de adulterio? 

El apóstol Pablo aconseja que los cristianos ni siquiera hablen de tales impurezas (Ef 5,3).  Es sólo por necesidad de advertir a la gente contra estos pecados, que nombramos aquí algunos de ellos, como: 

1. Fornicación, o amor carnal desvergonzado entre personas no casadas que ni se aman ni tienen ningún compromiso. 

2. Adulterio, cuando personas casadas mantienen relaciones sexuales con otras personas que no son su pareja. 

3. Incesto, cuando parientes próximos entran en unión semejante al matrimonio. 

¿Qué nos enseña el Salvador sobre el adulterio? 

"Todo el que mira a una mujer casada deseándola, ya adulteró con ella en su corazón" (Mt 5,28). 

¿Qué debemos hacer para guardarnos de este sutil adulterio interior? 

Debemos evitar todo lo que pueda excitar sensaciones impuras en nuestro corazón, como cantos y danzas lascivas, conversaciones obscenas, juegos y bromas deshonrosas, miradas indecorosas, películas y la lectura de libros que contienen descripciones de amor impuro.  Debemos tratar, de acuerdo con el Evangelio, de ni siquiera mirar aquello que pueda hacernos caer en el pecado:  "Si tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene perder uno de tus miembros que no todo tu cuerpo sea arrojado al infierno". 

¿Debemos, literalmente, arrancarnos el ojo inductor? 

Debemos arrancarlo, no con la mano, sino con la voluntad.  El que decidió ni siquiera mirar lo que es ofensivo, ya arrancó de sí el ojo inductor. 

¿Qué dicen las Escrituras de los deberes del hombre y de la mujer? 

"Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella" (Ef 5,25).  "Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el Salvador del cuerpo" (Ef 5,22s). 

¿Qué motivos nos da la Escritura para rechazar la fornicación y vivir castamente? 

Dicen que mantengamos nuestros cuerpos en pureza, pues son miembros de Cristo y templos del Espíritu; y quien comete fornicación peca contra su propio cuerpo, esto es, lo corrompe, lo infecta con enfermedades y además hiere sus facultades mentales como la imaginación y la memoria (1 Co 6,15.18s). 

¿Qué está prohibido con el octavo mandamiento? 

Robar, o apropiarnos de lo que pertenece a otro. 

¿Qué pecados en particular están así prohibidos? 

Los principales son: 

1. Robo, es decir tomar lo que pertenece a otro por la fuerza. 

2. Hurto, cuando algo es sustraído secretamente. 

3. Fraude:  la apropiación de cosas ajenas mediante artificios; dar moneda falsa por legítima, o mercadería de mala calidad por buena; usar falsos pesos y medidas, para entregar menos de lo vendido; ocultar los bienes, para evitar pagar las deudas; no cumplir honestamente contratos o ejecución de voluntades; ocultar a culpables de deshonestidades, y defraudar así a los injuriados impidiendo la acción de la justicia. 

4. Sacrilegio: apropiarse de lo que fue dedicado a Dios o pertenece a la Iglesia. 

5. Sacrilegio espiritual:  cuando alguien da, y otro fraudulentamente recibe, algún cargo sagrado, no por merecimiento sino por ganancia. 

6. Soborno, cuando alguien recibe una suma de quien está bajo su jurisdicción para promoverlo inmerecidamente, absolver al culpable, u oprimir al inocente. 

7. Comer del pan de la ociosidad, cuando la gente recibe salario por un trabajo que no cumple, y así en realidad roban su paga y el beneficio que la sociedad o aquel a quien sirven pudiera obtener por su trabajo.  De la misma manera, aquellos que podrían mantenerse a sí mismos, en vez de vivir del subsidio. 

8. Extorsión, cuando exhibiendo algún derecho, pero en realidad contra la equidad y la humanidad, algunos se benefician de la propiedad, los trabajos y hasta el infortunio de otros.  Por ejemplo, cuando los acreedores oprimen a los deudores con la usura o los amos imponen a sus empleados tareas excesivas, o cuando en épocas de escasez se vende pan a precios desorbitados. 

Quien no muestra misericordia con el pobre, ¿peca contra el octavo mandamiento? 

Ciertamente, si tiene los medios para asistirlo, pues todo lo que tenemos pertenece en realidad a Dios, y nuestra abundancia es dada por su providencia para asistir a los pobres.  Por ello, si no somos solidarios, en realidad estamos robándoles y defraudándoles de sus derechos y dones (Lc 16,19-31). 

¿Qué está prohibido en el noveno mandamiento? 

El falso testimonio contra nuestro prójimo, así como mentir. 

¿Qué se prohíbe bajo las palabras falso testimonio? 

1. El falso testimonio en una corte de justicia es cuando alguien que presta testimonio, delata o acusa falsamente a otro. 

2. Falso testimonio fuera de una corte de justicia es cuando alguien difama al prójimo, o lo inculpa de manera injusta. 

¿Está permitido censurar a alguien cuando realmente es censurable? 

El Evangelio no nos permite juzgar ni vicios ni faltas de nuestro prójimo, excepto que seamos especialmente llamados para su castigo o enmienda (por un oficio judicial):  "No juzguéis, para no ser juzgados" (Mt 7,1). 

¿Están permitidas las mentiras que no tienen por propósito perjudicar al prójimo? 

No, porque son incompatibles con el amor al prójimo, y son indignas de un cristiano, que fue creado para la verdad y el amor:  "Por tanto, desechando la mentira, hablad con verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros" (Ef 4,25). 

Si hemos de evitar los pecados contra el noveno mandamiento ¿qué reglas seguiremos? 

"Quien quiera amar la vida y ver días felices, guarde su lengua del mal, y sus labios de palabras engañosas" (1 Pe 3,10).  "Si alguien se cree persona de fe, pero no pone freno a su lengua sino que engaña a su propio corazón, su fe es vana" (Sant 1,26). 

¿Qué prohíbe el décimo mandamiento? 

Todos los deseos contrarios al amor hacia nuestro prójimo y los pensamientos asociados con esos deseos. 

¿Por qué se prohíben junto a las malas acciones los malos deseos y pensamientos? 

Primero, porque cuando el alma hospeda algún mal deseo es ya impura ante Dios e inmerecedora de él:  "Abominación es a Dios los malos pensamientos" (Pr 15,26).  Por eso debemos purificarnos de estas impurezas internas: "Purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el respeto a Dios" (2 Co 7,1).  Segundo, porque para prevenir actos pecaminosos, es necesario vencer los deseos y pensamientos pecaminosos, de los cuales como de semillas surgen tales acciones:  "Del corazón salen las malas intenciones, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias" (Mt 15,19); "Cada uno es tentado por su propio deseo, que le arrastra y seduce.  Después, el deseo, cuando ha concebido, da a luz el pecado, y el pecado, consumado, engendra la muerte" (Sant 1,14s). 

Cuando se nos prohíbe desear lo de nuestro prójimo, ¿que pasión es condenada? 

La envidia. 

¿Qué está prohibido por las palabras:  "No codicies la mujer de tu prójimo"? 

Los pensamientos y deseos lascivos, o adulterio interior (Mt 5,27s). 

¿Qué está prohibido por las palabras:  "No codicies la casa de tu prójimo, ni sus campos, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que le pertenezca"? 

Todos los pensamientos de avaricia y ambición. 

¿Qué deberes corresponden a estas prohibiciones según el décimo mandamiento? 

Conservar la pureza del corazón y contentarnos con nuestra suerte. 

¿Qué es necesario para purificar el corazón? 

La frecuente y fervorosa invocación del Nombre del Señor Jesucristo. 

¿Qué debe hacer alguien cuando es consciente de algún pecado? 

Arrepentirse inmediata y firmemente para no volver a caer en ese pecado en el futuro, y tratar en lo posible de reparar el escándalo o injuria que produjo, por buenas acciones opuestas al mismo.  Esto es lo que hizo Zaqueo el recaudador, cuando dijo al Señor:  "Daré la mitad de mis bienes a los pobres, y si defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo" (Lc 19,8).  Además, debería buscar un presbítero espiritual y discreto y dejarse confesar y aconsejar por él. 

 

¿De qué nos sirve el Decálogo (las diez palabras de los mandamientos) si no lo cumplimos plenamente? 

Porque así vemos con más claridad nuestro pecado y la necesidad de un Salvador (Gál 4,19-22). 

VIII  SEGUNDA PARTE DEL CREDO:  EL HIJO

¿Qué confesamos en la segunda parte del Credo? 

Que Jesús es el eterno y único Hijo de Dios, engendrado no creado antes de toda la creación.  Así como ayudó al Padre en la creación de todas las cosas (porque todo ha sido hecho por él según Jn 1,3), así también en los últimos tiempos, anonadándose a sí mismo, se encarnó por obra del Espíritu Santo en la Virgen María y se hizo hombre, aunque siguió siendo lo que era, Dios, y sufrió y murió bajo el poder de Poncio Pilato (no en apariencia, sino en verdad), y resucitó al tercer día.  Que bajó a los infiernos y ascendió exaltado junto al Padre; y volverá de nuevo con gloria para juzgar a vivos y muertos e inaugurar el Reino de Dios en plenitud. 

¿Qué significa que Jesús es el Cristo o Mesías? 

Que Jesús es el Ungido, profeta, rey y sacerdote, la persona a quien Dios señaló para dar la salvación a la humanidad. 

¿Qué significa el nombre de Jesús?

Salvador; nombre dado por el arcángel Gabriel (Mt 1,21; Lc 1,30s). 

¿Por qué Jesús es llamado Señor? 

Que él es verdadero Dios, la segunda persona de la Trinidad (Jn 20,28; Flp 2,10s; 1 Co 8,5s). 

¿Qué significa que Jesús es el único Hijo de Dios? 

Porque él ha nacido de la sustancia del Padre desde la eternidad y por ello es de la misma sustancia que el Padre:  es su imagen perfecta, y en sus obras y palabras se revela Dios plenamente.  Por eso excede sin comparación a todos los ángeles y personas creadas (Col 2,9). 

¿Cuáles fueron las principales herejías cristológicas? 

El cristianismo del segundo siglo reflexionó mucho sobre la pregunta de cómo el Cristo encarnado podía ser Dios sin afectar la unicidad de Dios.  Cinco opiniones principales intentaron responder a esta pregunta: 

·                    Una primera opinión resolvió el problema negando la filiación eterna de Cristo:  eran los “alogoi” (los “no-Verbo”, refiriéndose a Jn 1,1).  Como su nombre sugiere, negaban que Jesús fuera el Verbo, la expresión de Dios, insistiendo en que no había Trinidad, puesto que Dios es uno.  Jesús era un gran maestro o profeta, pero no divino. 

·                    Una segunda especulación declaraba que Cristo nació sencillamente como hombre, pero en un momento de su vida, Dios lo adoptó.  Es la doctrina del “adopcionismo”.  Para algunos Jesús fue adoptado por Dios en su bautismo, cuando la paloma bajó sobre él y se oyó la voz del cielo:  “Éste es mi Hijo amado, qué orgulloso estoy de él”; este poder permaneció en Jesús hasta su crucifixión.  Su lamento:  “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” era interpretado por estos herejes como indicio de que el poder divino lo dejó en ese momento.  Después de todo, decían, Dios no podía morir en la cruz. 

·                    Una tercera especulación afirmaba que Cristo era divino, pero subordinado al Padre.  Tal concepto eliminaba la necesidad de una doctrina de la Trinidad, porque aunque Cristo fuera divino, era menos que el Padre, y así no podía ser uno con el Padre en esencia. 

·                    Un cuarto grupo adelantó la idea de que Cristo era solamente otro nombre de Dios; o sea, que cuando Jesús nació, fue el Padre quien también nació.  Padre, Hijo y el Espíritu Santo eran modos de ser de Dios.  De esta idea el movimiento obtuvo su nombre de “modalismo”. 

·                    La fe ortodoxa, por el contrario, afirmaba que Cristo era una esencia con Dios, y que la identificación de las tres personas en la deidad no afectaba al básico monoteísmo de la Biblia. 

¿Qué orden lógico siguió el desarrollo del dogma cristológico? 

Fue el período cubierto por las controversias monarquiana, arriana y macedoniana de los siglos tercero y cuarto, en las cuales la Iglesia se vio obligada a impugnar estos errores; primero, en oposición a las tergiversaciones unitaria, patripasiana y sabeliana, reivindicando la doctrina general de la Trinidad; segundo, contra las negaciones del arrianismo, defendiendo la divinidad del Hijo; y tercero, contra el macedonianismo, afirmando la personalidad y divinidad del Espíritu Santo.  Estas controversias clásicas, como puede observarse, siguen el orden lógico de Padre, Hijo y Espíritu Santo, y representan verdades establecidas de las cuales la Iglesia no ha sido desalojada nunca.  Sus resultados fueron proclamados por los Concilios Ecuménicos y reflejados en el Credo, y forman una afirmación inalienable de la teología ortodoxa.  Sólo hubo una verdad aceptada con anterioridad:  el origen de la autoridad en la Iglesia, que quedó fijada en el Canon bíblico (leído cristológicamente en su jerarquía de verdades), el Credo (que tuvo su origen como confesión bautismal) y los Obispos en sucesión apostólica como garantes de la tradición que interpreta el Canon. 

IX  LA CRISTOLOGÍA EN LAS ESCUELAS DE ALEJANDRÍA Y ANTIOQUÍA

¿Qué textos del siglo II hablan de Cristo como Dios? 

Clemente afirma:  “Hermanos, deberíamos pensar de Jesucristo que es Dios, como el Juez de vivos y muertos”.  Ignacio lucha contra los docetas y afirma:  “Nuestro Dios Jesucristo” (Ef 15,3).  Y la Didaché, escrito de finales del siglo I que recoge la enseñanza apostólica, habla del bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y se dirige a Cristo en las oraciones eucarísticas como “el Dios de David” (Did 10).  San Ireneo afirma la subsistencia eterna, la plena divinidad y la distinción personal del Logos, que después se encarnó en Cristo.  Según él, el Hijo siempre existía con Dios y siempre revelaba al Padre.  En otras palabras, es Dios en su naturaleza específica, verdaderamente Dios, y no hay distinción de esencia entre él y Dios.  A Tertuliano debemos expresiones como “generación”, “una sustancia” y “tres personas”.  Concebía la Trinidad como una “economía” en Dios que antecede a la creación, y defiende la unidad con la idea de que la unidad no es abrogada cuando deriva la Trinidad de sí misma (Contra Praxeas).  Tertuliano también en su obra “Contra Praxeas” enfatiza que el Hijo y el Espíritu son de “la misma sustancia” que el Padre. 

¿Qué era la “Escuela de Alejandría”? 

Alejandría era la ciudad más maravillosa del mundo antiguo, en el aspecto intelectual, segunda sólo a Atenas, con el choque de docenas de religiones y filosofías; la fusión de los modos de pensamiento griego, judío y oriental.  Es fácil predecir el carácter de la teología que surgiría bajo estas condiciones.  Este espíritu halló su encarnación en la famosa Escuela Catequística de la ciudad, comenzando por Panteno, luego presidida por Clemente (hasta el año 202), y a continuación por Orígenes (hasta 231).  La característica de esta escuela es que adopta una actitud favorable hacia la cultura helena, a la que procura asimilar en lo que hay de bueno en ella.  En su tendencia la escuela era especulativa, idealizadora y espiritualizante.  Pero la Gnosis que procura desarrollar no es anticristiana, sino cristiana.  La idea clave de esta escuela es que el cristianismo es el principio de transformación para toda la humanidad.  Para ello promueve, en la medida de lo posible, una cierta fusión del modo de pensar cristiano con el griego, y desarrolla un lenguaje al respecto.  Así, Clemente afirma que el Logos o Hijo es eternamente preexistente con el Padre (Stromata 1,3).  Orígenes, por su parte, hace hincapié en la distinción personal, y da a la doctrina un desarrollo que marcará un progreso real.  Entre los miembros de esta escuela estuvieron Ammonio, Atanasio, Cirilo, Clemente, Pseudo-Dionisio y, sobre todos, Orígenes. 

¿Qué diferencias había entre las Escuelas de Alejandría y Antioquia? 

Las controversias cristológicas tienen profundas raíces en diversos modos de ver la teología cristiana.  Desde fechas muy tempranas comenzaron a surgir distintos tipos de teología en diversas regiones del imperio.  En Oriente, estas dos posiciones se refieren a las dos grandes y principales ciudades que fueron centros de actividad teológica:  Antioquia y Alejandría.  Esto no quiere decir, naturalmente, que en cada una de estas dos ciudades todos pensaran igual.  Por ejemplo, siempre hubo en Antioquia quienes se acercaban más a la perspectiva alejandrina que a la antioquena.  Pero, en términos generales, y a fin de clarificar la situación, la distinción entre la teología de Antioquia y la de Alejandría es válida.  Así, por ejemplo, en Alejandría los teólogos había interpretado su fe a la luz de Platón.  El cristianismo era una “filosofía” superior al platonismo, pues lo superaba ampliamente.  La Biblia era un conjunto de alegorías en las que el lector avisado podía descubrir las verdades eternas.  Desde esta óptica, al tratar sobre Cristo, lo que les importaba a los teólogos alejandrinos era su función como maestro de verdades eternas, como revelación del Padre inefable.  Su humanidad no era sino el instrumento mediante el cual el Verbo divino se comunicaba con los seres humanos.  Por lo tanto, los teólogos alejandrinos enfatizaban la divinidad de Cristo.  Al contrario que los teólogos antioquenos, cuya ciudad se encontraba junto a Palestina, la tierra en que Jesús había vivido y caminado, y, por tanto, no se podía prescindir del Jesús histórico.  Además, desde tiempos antiguos los intérpretes antioquenos habían visto la Biblia, no como un conjunto de alegorías, sino como una narración que contaba las relaciones de Dios con su pueblo y su mundo.  Lo que Jesús vino a hacer no era tanto revelarnos principios antes desconocidos, sino iniciar una nueva era con una nueva humanidad:  la Iglesia.  Lo importante en Cristo no era su función como maestro de verdades eternas o revelación del Padre inefable, sino su realidad histórica, su genuina humanidad.  Por eso, los teólogos antioquenos se sentían obligados a rechazar toda interpretación que ocultara la humanidad de Cristo.  Por supuesto que la Iglesia rechazaba cualquier posición extrema que negase, o bien la humanidad o bien la divinidad de Cristo.  Esto quedó expuesto en la aceptación en el Canon del Nuevo Testamento de los tres evangelios sinópticos (que acentúan la humanidad) y también del joanico (que acentúa la divinidad).  El docetismo, por ejemplo, era una especie de gnosticismo que decía que el Salvador era un mensajero venido de lo alto, cuya carne humana era pura apariencia (docetismo quiere decir en griego “parecismo”).  Todos los teólogos serios concordaban en que Cristo era tanto divino como humano.  Quien negara uno de estos dos elementos sencillamente era declarado hereje.  La controversias tenían que ver, no con la cuestión de si Jesús era divino o no, sino más bien con la cuestión de cómo o en qué sentido Cristo era tanto humano como divino. 

¿Qué sabemos de Clemente de Alejandría? 

Clemente era natural de Atenas, ciudad famosa por sus escuelas filosóficas.  Sus padres eran paganos, pero el joven Clemente se convirtió de algún modo que hoy desconocemos, y se lanzó a la búsqueda de algún maestro cristiano que le instruyese.  Tras viajar por buena parte del Mediterráneo, halló en Alejandría un maestro que le satisfizo:  Panteno, de quien poco sabemos.  Clemente lo sucedió al frente de la escuela de catequistas de Alejandría, y en el 202, a causa de la persecución de Septimio Severo, marchó de Alejandría y anduvo por varias regiones del Mediterráneo oriental, particularmente Siria y Asia Menor, hasta su muerte alrededor del año 215.  En el año 216, Alejandro, el nuevo obispo de Capadocia se refiere a “san Clemente”, su muy venerado “señor y hermano”, señalándolo con Panteno entre “los Padres que nos han precedido”. 

Alejandría era una rica ciudad, clave por la desembocadura del Nilo, donde convergían naves y mercancías de todos los rincones del Mediterráneo.  Al igual que todos estos productos, en Alejandría, ciudad de gran actividad comercial e intelectual, se confundían también toda suerte de doctrinas procedentes de los más diversos y remotos lugares.  Además de su faro, una de las siete maravillas del mundo antiguo, contaba Alejandría con su famosa biblioteca y su museo o templo de las musas, es decir, algo así como una universidad.  Allí se daban cita los más distinguidos pensadores del momento.  No hay, pues, que extrañarse de que Clemente muestre notables afinidades hacia el pensamiento filosófico de su época.  Clemente quería ayudar a quienes buscan el Evangelio en profundidad para vivirlo en su época.  Por eso, cuando habla a los paganos apela a Platón y a otros filósofos:  “Busco conocer a Dios, y no sólo las obras de Dios.  ¿Quién me ayudará en mi búsqueda?  ¿Cómo, entonces, oh Platón, ha de buscarse a Dios?”.  El propósito de Clemente en este pasaje es mostrar a sus lectores paganos que buena parte de las doctrinas cristianas encuentran apoyo en las enseñanzas de Platón.  Así los paganos cultos podrían simpatizar con el cristianismo sin pensar que se trataba de una religión de gentes ignorantes y supersticiosas.  Pero la verdad es que Clemente no sólo apela a Platón por la conveniencia del argumento, sino que él está convencido de que la verdad es una sola, y, por tanto, cualquier verdad que Platón haya conocido no puede ser distinta de la verdad que Dios ha revelado en Cristo.  Así pues, Clemente afirma que la filosofía le fue dada a los griegos como la ley mosaica (la Torah) le fue dada a los judíos. 

¿Cómo se puede coordinar lo que dicen los filósofos con lo que dice la Biblia?  A simple vista parece haber una enorme distancia, pero, según el estudioso Clemente, las Escrituras están escritas en alegorías.  El texto sagrado tiene siempre más de un sentido.  Por supuesto que el sentido literal no debe despreciarse, pero quien permanece en él es como el niño que se contenta con la leche y nunca llega a ser adulto.  Por eso, más allá del sentido literal hay otros significados que el verdadero maestro cristiano debe descubrir.  Ese sabio cristiano sería, según Clemente, el “verdadero gnóstico”.  Naturalmente esto tiende a producir una teología de tipo elitista, y Clemente ha sido criticado frecuentemente por ello.  De hecho, ningún Padre de la Iglesia ha suscitado juicios tan dispares como Clemente.  La amabilidad y suavidad de su carácter no representan sino un aspecto de una personalidad en el fondo muy compleja, asombrosamente dotada y brillante, pues él evita los caminos trillados, las fórmulas prefabricadas y las ideas triviales.  Casi da la impresión de un hombre de letras incorregible y de un bohemio de academia.  Pero es cristiano.  Cristo se impone a todas sus curiosidades y preocupaciones intelectuales de modo irreversible.  También Clemente se ha comprometido a ser útil:  guiar a los demás a Cristo, y lo hace flexiblemente, sin dogmatismos, de forma original y personal.  A pesar de su vasta formación y conocimientos, no fue jamás un erudito en el sentido estricto del término.  Era más bien el hombre del diálogo, de la experiencia espiritual, de la frontera y de la dirección de almas en búsqueda.  Intuitivo, curioso, cálido, calibraba problemas que él era el único en entrever.  Por eso más tarde le leyeron y apreciaron algunos monjes de cultura excepcional, porque, si bien es cierto que combatió las falsas doctrinas de la gnosis y otras herejías, también supo tomarlas en serio y procuró sacar de ellas algún fruto.  De este modo, Clemente convivió con los filósofos paganos de Alejandría en un común universo cultural, manteniéndose distanciado, no obstante, de los epicúreos y de los que negaban la providencia divina. 

De entre toda la obra literaria de Clemente destaca el “Protréptico”, redactada para ayudar a propagar la fe, y que sigue el estilo de las diversas apologías cristianas del siglo II, aunque las supera ampliamente por su prosa, sus frases cortadas, sus figuras retóricas y el más refinado arte de la expresión.  Con estilo elocuente Clemente invita a sus lectores a dejar el mito de los antiguos dioses paganos y prestar oído al nuevo Orfeo de Sión.  Eso sí, Clemente reconoce la parte de verdad relativa que encierra el mensaje filosófico heleno.  Pero el conocimiento pleno y lúcido sólo se puede adquirir bebiendo de las Escrituras que presentan al Logos encarnado. 

La continuación de estas exhortaciones se desarrolla en el voluminoso “Pedagogo”, donde se propone, de forma coloquial y sin pedantería, resolver problemas morales y sociales que se presentan a los recién bautizados.  De ahí que la obra verse sobre cuestiones prácticas de la vida diaria:  las buenas formas en el comer y el beber, la casa y su mobiliario, las fiestas y los placeres, el descanso y el recreo, el aseo y el arreglo personal, las relaciones sociales y la vida conyugal.  En ese sentido Clemente, siguiendo al apóstol Pablo, se muestra del todo moderado, pues el Reino de Dios no consiste en comida ni bebida (Romanos 14,17) y se pueden poseer bienes mundanos sacando buen partido de ellos (1 Corintios 7,31).  Su ética es muy parecida a la que propone el estoicismo, lejos de lo arbitrario y lo licencioso, y cercano a la mesura, el dominio de sí, la modestia y lo útil.  No obstante, la fuerza última que mueve, ordena y guía la conducta cristiana es el amor en su doble vertiente:  a Dios y al prójimo, que nos hace compartir de buen grado con los demás lo que ellos necesitan. 

Así se comprende que Clemente haya sido en todo tiempo el preferido de los humanistas, pues fiel al ideal clásico heleno de justicia y sentido común, no sólo basaba sus afirmaciones en la Biblia, sino que también las justificaba mediante una filosofía racional.  Así, Clemente parece un teólogo modernista, pero, en realidad, no era más liberal que pietista.  Conscientemente quería rebasar estos dos extremos (expuestos en el liberalismo pagano y el rigorismo judío), pues el cristianismo era una nueva vida en Cristo por el Espíritu, un nuevo ser que se desarrolla por encima de los anteriores modos de existencia.  El cristianismo sería la perfección de todo humanismo y religión. 

Esto se percibe claramente en su gran obra “Stromata” (Tapices):  extensa, difusa, prolija y, a primera vista, bastante extraña, pues no hay un plan concreto de composición.  Ya el título indica un género literario cultivado por escritores de la Antigüedad bajo el nombre de “Bordados”.  Son miscelánea, esbozos o anécdotas.  Hay quien piensa que esta obra muestra los resúmenes que Clemente redactaba para sus lecciones a los catequistas.  

Sin embargo, para él ningún libro puede transmitir completamente el conocimiento último:  querer encerrarlo en un texto sería tan imprudente como dejar un cuchillo en manos de un niño.  Esto resalta la importancia que él atribuye a la figura del maestro, sin el cual no se puede vivir el Evangelio plenamente.  Clemente exhorta a cada cual a buscar un padre espiritual, amigo y director para el alma, quien sabrá decir francamente la verdad y no temerá, si es preciso, mostrarse enérgico para reconfortar y curar.  Este maestro introduce al discípulo paso a paso en el mundo de la oración, de la contemplación y del amor cristiano, comunicándole el conocimiento ardiente del Señor, pues un libro, aunque sea la Biblia, no puede sustituir al maestro. 

Pero llegado al más alto grado de conocimiento, el gnóstico realizado ya no necesita más maestros, pues ni las preocupaciones ni los males de este mundo hacen presa en él por estar unido íntimamente al Señor.  Las cosas visibles ya no le asustan ni le seducen:  simplemente han dejado de afectarle.  Ya esté en sus negocios o con su familia, su vida se vuelve adoración, un “comercio con Dios” de dicha sin fin.  Pues Dios responde siempre a la aspiración íntima que tiende hacia él, incluso cuando no es expresada con palabras claras.  Sin embargo, esta vivencia no puede ser transmitida por vía jerárquica.  De hecho, él fue el que más indiferencia mostró hacia la organización eclesiástica. 

Para Clemente Dios es el Uno inefable, acerca del cual es imposible decir algo en sentido estricto.  Todo lo que podemos decir consiste en negarle límite.  Lo demás sería metáfora, útil, pero inexacta.  Este Uno se nos da a conocer por el Verbo, eterno y preexistente, que manifestó a filósofos y profetas toda la verdad que supieron, y que, finalmente, se encarnó en Cristo.  Aquí Clemente sigue a Justino y su“Logos spermatikos”, y en cierta medida al filósofo judío alejandrino Filón.  Pero su énfasis en la encarnación del Verbo hace que su teología sea cristocéntrica.  Clemente explicó el “admirable comercio” (intercambio) con estas palabras:  “El Verbo se hizo hombre a fin de que tú entiendas cómo un hombre puede devenir Dios” (Protreptico I, 8,4). 

         ¿Qué sabemos de Orígenes? 

Comparada con la de Orígenes, nacido en 185, la literatura de los primeros Padres de la Iglesia da la impresión de un simple preludio. 

Gracias al interés particular que le dedicó el historiador Eusebio, poseemos más datos biográficos de él que de ningún otro teólogo anterior.  Eusebio consagra a Orígenes una gran parte del libro sexto de su Historia eclesiástica.  De no haberse perdido, las cartas de Orígenes, que pasaban del centenar, habrían sido la mejor fuente de información para conocerle.  Afortunadamente, Eusebio, que las recogió, las utiliza ampliamente en su bosquejo biográfico. 

Atrajo a un gran número de discípulos por la calidad de su enseñanza, pero también, como lo hace notar Eusebio, por su ejemplo de vida:  "Tal como hablaba, vivía; y tal como vivía, hablaba.  A esto se debió principalmente el que, con la ayuda del poder divino, moviera a innumerables discípulos a emularlo" (Hist. eccl. 6, 3,7). 

Si comparamos sus ideas con las de Clemente de Alejandría, parece a primera vista que no comparte la alta estima que éste sentía por la filosofía griega.  Jamás se encuentra en sus escritos la frase que era familiar a Clemente:  “la filosofía griega condujo hacia Cristo”.  En carta dirigida a su discípulo Gregorio, Orígenes le exhorta a continuar en el estudio de las Escrituras y a considerar la filosofía solamente como una asignatura preparatoria:  "Te ruego que tomes de la filosofía aquellas cosas que puedan ser conocimientos comunes o educación preparatoria para el cristianismo, y de la geometría y astronomía lo que pueda ser útil para la exposición de las Escrituras, a fin de que lo que los discípulos de los filósofos dicen de la geometría, música, gramática, retórica, y astronomía, a saber, que son siervas de la filosofía, podamos decirlo nosotros de la filosofía misma en relación con el cristianismo" (13,1).  

Pero con el tiempo, Orígenes ha sido el más asombroso signo de contradicción teológico.  Nadie puede negar su genio e influencia:  el apodo de Adamantios, el hombre de acero o diamante, etimológicamente el Indomable, dado poco después de su muerte, aunque Eusebio afirma que lo llevaba ya en vida, le hace el mayor de los teólogos que haya producido la Iglesia.  Pero su historia póstuma es muy agitada.  A pesar de ser el maestro incontestado de los grandes teólogos del siglo IV, edad de oro de la Patrística (Gregorio Nacianceno afirma:  “Él es la piedra que nos afila a todos”, y según Dídimo el Ciego es “el maestro de las iglesias después del apóstol Pablo”), la sistematización de ciertos aspectos de su pensamiento y la supresión de todo lo que los contrabalanceaba, realizada por monjes egipcios en el siglo V, da lugar a toda una guerra panfletaria por parte de san Jerónimo, Epifanio de Salamina y Teófilo de Alejandría.  Esto dará lugar en el siglo VI a ciertas doctrinas más evagrianas que origenistas, sostenidas por monjes palestinenses, que desembocará en 543 a una condena por parte del emperador Justiniano, y en 553 otra atribuida al V Concilio Ecuménico de Constantinopla.  El valor histórico de esta última es nulo, porque en realidad va dirigida a los“Isocristos”, pues los anatemas no figuran en las actas originales. 

A diferencia de su maestro Clemente, Orígenes era hijo de padres cristianos (era el mayor de siete hermanos) y ya fue bautizado de niño.  Durante la misma persecución que obligó a Clemente a abandonar Alejandría, su padre, Leonidas (+202), profesor del ciclo clásico (matemáticas, gramática y retórica), fue arrestado, ejecutado y sus bienes confiscados.  Orígenes había recibido de él una doble educación, a la vez helénica y bíblica.  Con él estudiaba la Biblia, controlándole lo que leía y haciéndosela recitar, aun a riesgo de verse a veces en apuros para responder a las preguntas que el muchacho hace.  El chaval Orígenes quiso unirse a su padre en la cárcel para sufrir el martirio, pero su madre le esconde la ropa y Orígenes se ve obligado a quedarse en casa, donde dedicó a su padre un escrito en el que le exhorta a ser fiel hasta la muerte y a no dejarse doblegar.  Puede que este entusiasmo juvenil rozara el fanatismo.  Tomando al pie de la letra una frase de Jesús sobre cortar un miembro para entrar en el Reino (Mt 19,12), Orígenes se emascula (lo que él mismo desaprobó más tarde) secretamente por un médico (ya entonces una operación sin importancia).  Posteriormente se utilizará este hecho para atacarle, incluso cuando él ya se había distanciado de aquella interpretación. 

Como la familia de Orígenes lo perdió todo en la persecución, una cristiana rica le acoge en su casa y él puede proseguir sus estudios.  Para subsistir vende la biblioteca de su padre, que contenía una colección de autores paganos; esto le proporcionó una renta módica, aunque suficiente para permitir vivir a un asceta.  Esta vida ascética, llamada “vida filosófica”, será bastante común en el monacato primitivo.  Acabada su formación y teniendo que dar de comer a su madre y a sus hermanos, abre una escuela privada de gramática y sigue formándose (ahora bajo Amonio Sacas, maestro de Plotino) en filosofía.  En los años 206-210 hay una nueva persecución, durante la cual el obispo Demetrio desaparece discretamente junto a su presbiterio. 

El joven Orígenes se comporta de modo diferente y permanece dando sus clases.  Sus discípulos (catecúmenos) se animan con su ejemplo y forman un equipo que visita la cárcel y consuela a los condenados.  De hecho, Orígenes también es amenazado cuando auxilia a Plutarco en su suplicio, pero como no era ciudadano romano las autoridades no lo consideran una amenaza.  Experiencias así son las que forman a una persona para toda su vida; ahora destaca no sólo como maestro, sino también como líder espiritual. 

Poco después el obispo Demetrio aprueba su actividad y lo nombra (tenía apenas dieciocho años) sucesor de Clemente.  Tras años de enseñanza, Orígenes se vio en la necesidad de dedicarse a discípulos más adelantados, pues mucha gente culta acudía a pedir su instrucción.  Dejó a su alumno Heraclas (más tarde obispo de Alejandría) a cargo de los catecúmenos y él se dedicó por entero a la tarea docente en una escuela cristiana al estilo de las que habían tenido anteriormente los grandes filósofos paganos.  A dicha aula acudían no sólo cristianos de diversas partes del imperio (toda una colección de futuros obispos se formó allí), sino también paganos como la madre del emperador y el gobernador de Arabia. 

     Orígenes trató de unir la fe cristiana con el helenismo, de manera que el cristianismo apareciera como la más consumada de las religiones.  A partir de ahí elabora una gran síntesis que concuerda con el carácter filosófico del pensamiento griego en cuanto que todo aparece expuesto según el esquema platónico-gnóstico de la separación y vuelta de la materia temporal a la idea eterna o Uno.  En la línea de su predecesor Clemente de Alejandría, expone la historia humana como un proceso educativo que conduce constantemente hacia arriba:  como pedagogía (paideía) de Dios con el ser humano.  Esto significa que la imagen de Dios enterrada en la persona por el pecado es restablecida en Cristo por la providencia y pedagogía de Dios mismo.  El ser humano tiende a la consumación de una economía, un eterno plan de salvación que tiene su culmen en Cristo:  unión de lo humano y lo divino.  Así pues, siguiendo la línea de su maestro Clemente, trata de relacionar la fe cristiana con la filosofía que está en boga en Alejandría:  el neoplatonismo.  Pero Orígenes quiere asegurarse de que ese impulso no le lleve a negar las doctrinas fundamentales del cristianismo.  Según él, “nada que difiera de la tradición de los apóstoles y de la Iglesia ha de aceptarse como verdadero”.  Esta tradición incluye la doctrina de que hay un solo Dios, Creador y ordenador del universo, y por tanto las especulaciones gnósticas de que otro demiurgo haya hecho este mundo material han de ser rechazadas.  En segundo lugar, la doctrina apostólica nos enseña que Jesús es el Mesías, el único y amado Hijo de Dios, nacido antes que todas las criaturas, y que se ha encarnado de tal modo que, al mismo tiempo que se hizo verdadero hombre, siguió siendo también verdadero Dios.  Sobre el Espíritu Santo, según Orígenes, la tradición apostólica no está del todo clara, excepto en el sentido de que su gloria es la misma que la del Padre y del Hijo.  Por último, esa tradición afirma que el alma ha de recibir recompensa o castigo según su vida en este mundo, y que al final habrá una resurrección del cuerpo glorioso e incorruptible.  Hasta aquí lo que él llamaba “dogmata”.  Pero a partir de aquí estaban multitud de cuestiones discutibles y no resueltas todavía por el dogma, denominadas “problemata”, y Orígenes se siente libre para especular.  Por ejemplo, como la tradición no aportaba detalles sobre el modo en que el mundo fue creado, Orígenes dice que hay dos creaciones (como hay dos relatos en el Génesis).  La primera historia cuenta que el ser humano fue creado a “imagen y semejanza” de Dios, y que “varón y hembra lo creó”.  Sin embargo, la segunda afirma que Dios hizo primero a Adán y después a Eva.  En la primera historia el original dice el verbo “crear”.  En la segunda el verbo “plasmar”.  ¿Cómo explicar la diversidad?  La primera creación habría sido puramente espiritual.  Eran espíritus, al mismo tiempo “varón y hembra”, sin distinciones sexuales.  Dios quería que esos espíritus se dedicaran exclusivamente a su contemplación, pero algunos de ellos se apartaron de la vista del Creador, y cayeron.  Fue entonces que Dios produjo la segunda creación, material y hogar provisional de los espíritus caídos.  Aquellos espíritus que cayeron más bajo se volvieron demonios, y los demás personas con cuerpo, los cuales fueron “plasmados” del polvo terreno. 

         Naturalmente esto significaría que todas las personas ya existíamos aún antes de nacer en este mundo, y que la razón por la cual estamos aquí es que pecamos en esa existencia anterior.  Esto explicaría las profundas desigualdades entre los seres humanos.  Es interesante que aunque Orígenes cree derivar su enseñanza de la Biblia, en realidad se deriva de Platón, quien había enseñado que las almas se hallan en este mundo porque han caído del mundo superior de las puras ideas.  Pero Orígenes propone todo esto, no como la verdad que hay que aceptar, sino como especulación propia de la época que no puede tener la misma autoridad que la tradición apostólica.  Pero cuando concluye que la existencia del mundo material es resultado del pecado, y que los propósitos iniciales de Dios no incluían la existencia de este mundo ni de la historia, ahí se aparta de dicha tradición, como exponía san Ireneo, para quien la historia era parte fundamental del plan de Dios. 

         Al comienzo de su escrito “De principiis” Orígenes trata de Dios, sustancia espiritual absoluta e inmutable, el Uno primitivo y fuente de vida, y, por tanto, el principio que no ha sido nunca creado ni procreado.  De él brota, eternamente, como imagen suya, el Logos.  La peculiaridad de Orígenes en la doctrina de la Trinidad es que es el primero en hablar de la “generación eterna” del Hijo, significando con ello un origen intemporal, pues el Hijo es “eternamente engendrado por el Padre”.  Por el Espíritu, el ser divino se hace trinitario, y por el Logos, Dios crea el mundo de los espíritus, que, amados y amantes, lo rodean.  En tanto que seres personales, éstos son libres, y pueden abusar de su libertad para cometer faltas y alejarse de Dios.  De sus pecados procede el mundo, que, describiendo círculos cada vez más amplios de “frialdad”, cada vez más olvidadizos de Dios, se oscurece hasta caer en la materia, en la cual son encerradas las almas, según la magnitud de su caída, para sufrir un castigo y una cautividad purificadores.  No obstante, incluso en su decadencia, la creación sigue siendo sostenida y guiada por la providencia divina, que espera incansable su conversión.  El envío al mundo del Logos (verdadero Dios y verdadero hombre) es el momento determinante del proceso para recuperarlo.  El Hijo transforma el mal en bien e implanta su Reino de amor.  Como el mal carece de poder positivo no puede conservar, por consiguiente, su realidad duradera, y las personas se volverán finalmente a Dios, quien sabrá dar el más feliz desenlace a todo.  Aun sobrepasando los límites de la revelación cristiana, Orígenes sabe que en toda especulación hay sin duda algo de irreal, de imaginario y de poético.  Pero él confía en su visión, y espera que ella lo llevará a una mejor comprensión de la verdad bíblica, sin los antropomorfismos del texto literal.  A pesar de todo, Orígenes permanece cristiano, gracias a que atribuye a Cristo todo conocimiento y santificación, y reconoce al Evangelio como el documento absoluto y refugio para la fe. 

         Así como sus doctrinas de la creación eterna, la preexistencia de las almas, la restitución final, etc., nunca tuvieron reconocimiento eclesiástico, su doctrina de la generación eterna del Hijo y el proceso del Espíritu obtuvieron, por su propio peso, la posición de piedra del ángulo de la doctrina trinitaria. 

         El teólogo Orígenes adquirió fama mundial.  Gobernadores y emperatrices requieren su presencia, especialmente suplicada cuando había que refutar a un hereje o bien arrojar luz sobre problemas teológicos.  Por su erudición, Orígenes no sólo inspiraba respeto a sus adversarios, sino que además logra su adhesión y los ganaba para la Iglesia. 

         Resulta extraño ver cómo este hombre ilustre fue encontrando oposición y dificultades frente a la jerarquía eclesiástica de Alejandría, llegando finalmente a una guerra abierta.  Acerca de la crisis que malquistó a Orígenes con Demetrio tenemos los testimonios de Eusebio, Focio, Jerónimo y Rufino.  El obispo Demetrio era un jerarca resuelto, decidido a hacer reconocer su autoridad en todo Egipto, cosa que lograba poco a poco.  Deseaba también someter a su directa vigilancia la escuela catequística, pero encontraba en el independiente Orígenes una viva resistencia.  Su antecesor, Clemente, no había necesitado ni solicitado el arbitraje clerical.  Orígenes, que era mucho más clerical que Clemente, quería servir a la Iglesia y formar verdaderos cristianos en un mundo helénico, y aunque estaba dispuesto a aceptar críticas y objeciones, nadie iba a dictarle sus clases, pues era Dios mismo quien le había concedido el don de la sabiduría y la ciencia de la Sagrada Escritura, como a los antiguos profetas carismáticos.  Demetrio, jurista y organizador, exige sumisión absoluta a sus puntos de vista.  Según él, el obispo es el garante de la verdad ortodoxa, y el único y claro representante de la unidad de la Iglesia. 

         En 231 o 233, “Orígenes, para satisfacer exigencias eclesiásticas, va a Grecia pasando por Palestina”, cuenta Eusebio.  Focio precisa que “partió para Atenas sin el acuerdo del obispo”.  ¿Cuáles eran los motivos del viaje?  En la “Carta a los amigos de Alejandría”, escrita probablemente desde Atenas, se refiere Orígenes a discusiones que en esa ciudad mantuvo con un hereje que afirmaba que el diablo estaba hecho de una naturaleza no enmendable.  Pero no nos adelantemos, porque Orígenes para ir a Atenas toma el camino más largo:  de Alejandría a Atenas pasando por Cesárea.  ¿Por qué ese rodeo?  Para visitar a sus amigos de Palestina, Teoctisto, obispo de Cesárea, y Alejandro, obispo de Jerusalén.  Entonces Teoctisto, de acuerdo con Alejandro, ordena a Orígenes al sacerdocio.  Nos podemos interrogar acerca de las razones de un obispo del cual Orígenes no era súbdito.  Cerca de un siglo más tarde, el canon 16 del Concilio de Nicea declarará la nulidad de dichas ordenaciones, pero en aquel momento esta legislación aún no existía.  Eusebio cuenta que ambos obispos “habían estimado que Orígenes era digno de la recompensa y del honor más alto”.  Al parecer estaban indignados porque Demetrio no confería a Orígenes “el honor del sacerdocio”.  Pero tal vez tenga relación también con la protesta de Demetrio varios años atrás cuando ellos cedieron la predicación en la iglesia a Orígenes, todavía laico.  Entonces, para resolver este conflicto, él hubiera querido ser ordenado, y reunir en su persona, en cierta manera, los dos poderes:  el ministerial y el moral.  Pero sus gestiones resultaron vanas.  Demetrio sabía que el poder de los sacerdotes alejandrinos igualaba al del obispo, y así Orígenes se habría garantizado la independencia como director de la escuela. 

         Mientras Orígenes, ya presbítero, navega hacia Atenas, la noticia de su ordenación llega a Alejandría, creando cierta agitación  en el obispo Demetrio.  Las noticias que van llegando sobre sus discusiones en Atenas con un hereje no hacen sino echar leña al fuego.  Sobre esto nos informa una carta del propio Orígenes, escrita probablemente desde Atenas.  El fragmento, conservado por Jerónimo, contiene expresiones en las que Orígenes, según consta en el texto traducido por Rufino, protesta contra los que le atribuyen algo que él jamás ha dicho, que el diablo, “padre de la maldad y de la perdición y de aquellos que son excluidos del Reino de Dios”, será salvado.  Ni un loco podría hablar así.  Orígenes se queja, como hace Pablo en 2 Tesalonicenses 2,1ss, de que su doctrina sea desnaturalizada por sus enemigos y se falseen las actas. 

     Jerónimo afirmaba haber leído un diálogo entre Orígenes y el gnóstico Cándido, quien sostenía la perspectiva predestinatoria de que uno se salva o condena a consecuencia de la diversa naturaleza con que ha sido creado.  Un punto de la discusión era, precisamente, la salvación del diablo, creado según Cándido de una naturaleza destinada a la condenación.  Orígenes le respondió que no es la naturaleza la que determina la condenación, sino el libre albedrío.  Jerónimo lo resume así:  “Cándido dice que el diablo es de naturaleza tan mala que jamás se puede salvar.  A esto responde Orígenes, que no es por causa de la sustancia que el diablo está destinado a perecer, sino a causa de su propia voluntad y que podía ser salvo.  Por esto, Cándido le calumnia haciéndole decir que el diablo es de una naturaleza que debe ser salvada, mientras que, en realidad, Orígenes refuta la falsa objeción de Cándido”. 

Orígenes afirmaba que el diablo podría ser salvado si no se obstinara en su rebeldía ante Dios.  Pero Cándido concluye que, para Orígenes, el diablo es salvo por naturaleza y que Dios tendrá que salvarlo.  Para comprender bien este debate hay que mencionar el término “apocatástasis”, que significa “restauración”, y que designa la doctrina de la restauración de todas las cosas al fin de los tiempos, atribuida a Orígenes y a Gregorio de Nisa según 1 Corintios 15,23-28.  Acerca del uso que hace Orígenes de este pasaje surgen diversas cuestiones que hay que responder, no partiendo de textos aislados, sino del conjunto de su obra:  ¿Profesó Orígenes la apocatástasis, incluyendo el retorno a la gracia de los condenados?  Si se toman en consideración todos sus textos, resulta una gran confusión.  En ellos hay muchas vacilaciones, y sus tomas de posición en pro y en contra en lo referente a la eternidad del infierno son ambiguas.  Orígenes vacila, pues no ve cómo conciliar todas las enseñanzas bíblicas:  a veces no se pronuncia, otras veces arriesga una opinión ya en una, ya en otra dirección.  Pero si sus afirmaciones sobre la universalidad de la apocatástasis hubieran de ser entendidas como “dogmáticas”, estarían en contradicción con un punto capital de su pensamiento:  el libre albedrío.  Lo que Orígenes espera es que, al final, el ser humano, conmovido finalmente y sin ser manipulado, se someta a Dios en la apocatástasis.  Se trata de una gran esperanza, pero no de una afirmación dogmática.  En la base de esta esperanza subyace la fe imperturbable de Orígenes en la bondad de Dios. 

     Sin embargo, el infierno parece tener para los demonios un carácter definitivo que no es imputable a Dios, sino al endurecimiento de la criatura que no quiere, y, finalmente, no puede, dejarse conmover por el amor de Dios.  Para Orígenes la maldad puede devenir naturaleza a causa del hábito.  No obstante el énfasis de Orígenes está en su esperanza final de que la Palabra de Dios llegará a tener tal fuerza de persuasión que, sin violar la libertad, llegue a vencer toda resistencia.  Vemos, pues, qué matizada respuesta habría que dar a la apocatástasis de Orígenes.  No se puede decir que la haya profesado firmemente, porque si hay textos que van en ese sentido, muchos se le oponen manifestando otros aspectos que deben intervenir en la respuesta.  Se puede decir que la esperó, en una época en que la regla de fe no estaba aun fijada. 

Cuando Orígenes vuelve, Demetrio reúne un sínodo que lo destierra de Alejandría, pero no lo despoja del “honor” del presbiterado.  Esta primera sentencia es bastante benigna, equivalía a decir:  “Ha sido ordenado por el obispo de Cesárea y no por el de Alejandría”.  Pero esto no satisfizo a Demetrio, quien convoca un segundo sínodo (231) que declara a Orígenes despojado del sacerdocio por obtenerlo sin la aprobación de su obispo, y porque, de todos modos, tal dignidad no podía ser otorgada a un eunuco.  El conflicto es el indicio de una profunda oposición entre los planteamientos de Demetrio y Orígenes, quien, a pesar de su carácter pacífico, no podía reconocer la autoridad que el episcopado reivindicaba para sí.  Y es que, según Orígenes, el conocimiento vivo y eficaz, la iluminación por la verdad, no puede ser transmitido ni administrado burocráticamente.  Todos los derechos que recibe y posee el obispo, los sacramentos que administra, la facultad de excomulgar y absolver que le dan las llaves del Reino no pasan de ser simples gestos “exteriores” si no son ejercidos ni fecundados por un auténtico poder interior.  A pesar de esto, Orígenes no es ningún revolucionario.  Insiste en que la Iglesia ha de tener sus responsables para que reinen el derecho y el orden, y, por eso, los dirigentes deben ser respetados y obedecidos.  Él quisiera verlos a todos adornados con los dones espirituales, capaces y dignos de conducir sus rebaños; pero sabe y comprueba que no realizan siempre este ideal. 

         Orígenes tiene 48 años, ahora vive protegido por los obispos de Jerusalén, Fenicia, Grecia y Cesárea, y Demetrio, desatado de furor (Eusebio lo acusa de tener celos de su catequista:  “experimentó sentimientos humanos”) nada puede contra él.  Poco después de condenarlo (escribió hasta al Papa Fabián) Demetrio murió tras cuarenta y tres años de episcopado.  Su sucesor fue Heraclas, quien había sido convertido, instruido y tomado por colaborador de la escuela catequística por Orígenes, quien podía haber esperado de él un trato más indulgente.  Nada de eso.  Cuando Orígenes iba rumbo a Palestina se detuvo en una ciudad del Delta llamada Thmuis, donde fue recibido por el obispo Amonio, que lo hizo predicar en la asamblea eclesiástica.  Cuando se enteró Heraclas fue a Thmuis y, si no depuso completamente a Amonio, le dio un colaborador, Felipe, para que con él ejerciera las funciones episcopales. 

Orígenes se instala en Cesárea, fundando una nueva escuela provista de una magnífica biblioteca.  El obispo Teocteno le da entera libertad para enseñar.  Allí vuelve a desarrollar una actividad altamente productiva a lo largo de casi dos decenios.  Un trabajo inmenso:  amplia correspondencia, diversos viajes y numerosas conferencias y disputas ante obispos y sínodos; al mismo tiempo, instrucción y formación de destacados discípulos, para hacer de ellos teólogos, orantes, santos, mártires.  Orígenes explica incansablemente, una y otra vez, libro a libro, toda la Biblia, que para él constituye el nervio de la teología y la espiritualidad.  Pero, ¿cómo un griego culto podía comprender la Escritura, siendo ésta en muchas partes primitiva y afilosófica?  Empleando la interpretación que, antes que él, aplicaran los filósofos griegos a los mitos de Homero, y más tarde el judío Filón de Alejandría a los libros hebreos. 

         Para ello Orígenes interpretaba alegóricamente la Escritura, lo mismo que el judío alejandrino Filón interpretaba la Torah hebrea.  Hacía esto no porque la Escritura al pie de la letra contiene a veces cosas indignas y contradictorias sobre de Dios (lo que ya Marción había criticado), sino porque él piensa que sólo así puede desentrañar la Biblia en profundidad como mensaje de Dios.  Afirma que como el cosmos y el ser humano se componen de cuerpo, alma y espíritu, así también la Escritura tiene un triple sentido: 

a)      El somático-literal-histórico, capaz de ver en Cristo sólo un hombre. 

b)      El psíquico-moral, capaz de ver en Cristo sólo al redentor histórico de su era. 

c)       El pneumático-alegórico-teológico, que percibe en Cristo al Logos eterno que está en Dios desde el principio. 

“¿Qué persona razonable puede creer que los tres primeros días, las mañanas lo mismo que las noches, han sido sin sol, luna y estrellas, y el primer día hasta sin cielo?”.  O bien:  “¿Quién puede evitar pensar que la fornicación no tiene importancia, cuando se lee que Judá se entregó a una prostituta, o que los Patriarcas convivían con varias mujeres?”.  He aquí por qué esos textos permiten una interpretación figurada que muestre su auténtico sentido espiritual.  Si no, un cristiano debería “ruborizarse” al comparar la ley del Antiguo Testamento con “las leyes humanas de los romanos o atenienses, que parecen mucho más elevadas y razonables”.  Este recurso hermenéutico era su mejor modo de defender el Antiguo Testamento contra los paganos, y, especialmente, contra la crítica de los herejes, gnósticos y marcionitas. 

Ya entonces se tachó a Orígenes de alegórico y fantasioso, debido al sentido pneumático que explicaba algunos textos demasiado groseros como para aplicarlos directamente a Dios.  Pero no olvidemos que Orígenes es también el mayor filólogo de la Antigüedad cristiana.  Aprendió hebreo con un rabino, y su exégesis contiene innumerables aclaraciones del sentido literal, referencias gramaticales e incipientes concordancias.  Y como quería disponer del texto griego auténtico, escribe en más de veinte años de abnegado trabajo, los monumentales “Hexapla” en cincuenta volúmenes:  la Biblia séxtuple (a seis columnas).  ¡Una obra sin precedentes!  En ella Orígenes investiga incluso las etimologías hebreas, y hasta trata de hallar las localizaciones geográficas, llegando a hacer excavaciones en las grutas fluviales del Jordán. 

Este planteamiento superaba la apocalíptica judeocristiana de los principios de la Iglesia, donde el acento recaía en el inminente retorno de Cristo en gloria.  Para Orígenes (siguiendo al evangelio joanico) hay una novedad en las convicciones y valores para comunicar el Evangelio al helenismo.  Es decir, Orígenes pretendía un acceso fácil y general a la cultura a la que él pertenecía.  Así pues, en vez de la pronta espera apocalíptica hay una nueva concepción histórico-salvífica (preparada ya en la doble obra lucana y el evangelio joanico) de Cristo como el centro del tiempo consumado.  ¿Era esto un “despliegue” o un “alejamiento” del Evangelio?  Orígenes estaba convencido de que él, con toda su teología, no había hecho otra cosa que descifrar y desentrañar su amada Biblia.  Pero no fue consciente de hasta qué punto quedó él mismo prisionero de una muy determinada cosmovisión filosófica. 

No nos puede extrañar que, pocos años antes de su muerte, Orígenes escribiese la obra apologética más erudita de la antigüedad cristiana:  “Contra Celso”.  Orígenes cita al filósofo Celso (que había escrito un libro contra los cristianos) frase por frase, para irle refutando después, en un despliegue impresionante de saber bíblico y humano. 

En el año 249 el emperador Felipe el Árabe, favorable a los cristianos, es asesinado.  Entonces, con la subida al trono del nuevo emperador, Decio, se produjo un giro político, desencadenándose la primera persecución anticristiana preparada según un plan preciso y aplicable a todo el imperio.  En todas las provincias ordena por decreto ley que todos los cristianos, incluidos mujeres y niños, se presenten ante las autoridades para llevar a cabo el sacrificio oficial y recibir el certificado correspondiente.  Con esto se pretendía, no el ejecutar al mayor número de cristianos, sino inducirlos a la apostasía.  Decio sabía que ya no era posible aplastar a la Iglesia por medio de la eliminación física.  Importaba más forzar a los cristianos a apostatar de su fe, aplicando el terror y medidas coercitivas sabiamente elaboradas.  La primera condición para el éxito era llevar a sus dirigentes a renegar de su fe bajo amenazas de muerte.  Orígenes, por entonces, septuagenario, fue detenido (con una argolla al cuello), encarcelado y torturado cruelmente.  Pero no pareció conveniente ejecutar a este hombre ilustre, aunque se le laceró por el hierro; se le sometió durante días al suplicio del potro, introduciéndole los pies “hasta el cuarto agujero”; se le amenazó con el tormento del fuego.  Pero todas estas violencias no dieron resultado, y Orígenes fue puesto en libertad.  Inquebrantable confesor, pero otra vez mártir frustrado.  Físicamente estaba destrozado para siempre; sin embargo, todavía salieron de su pluma breves escritos “que llevaban gran consuelo a quienes lo necesitaban”.  Murió, lo más tarde, en el año 254. 

Orígenes Adamantios, el Indomable, teólogo serio y amable a la vez, de una lealtad a toda prueba, consagrado únicamente al trabajo intelectual y a la devoción ascética; erudito y pensador sistemático, podía medirse con cualquier filósofo.  Creó un sistema teológico cuya estructura lógica e impecable nunca se ha dejado de admirar. 

¿Qué pensaba el teólogo Harnack sobre la explicación de Dios en términos griegos? 

 

El teólogo protestante del siglo XIX Adolf von Harnack quiere ver una transformación de la sencilla fe cristiana en una alambicada filosofía.  El centro ya no estaría en la crucifixión y resurrección de Jesús, sino en cuestiones especulativas tales como la unión de las tres hipóstasis en la divinidad o la encarnación del Logos y sus naturalezas humana y divina.  Se desplaza el interés teológico del sencillo anuncio del Reino por parte de Jesús hasta un gran sistema teológico que acaba proclamando el misterio de la Trinidad.  Harnack criticó severamente el “cristianismo helenizado” de los Padres Griegos, pero esa crítica tiene hoy pocos seguidores.  La ineludible necesidad de pensar sobre nuevas bases y reformular la fe cristiana a la luz de modelos culturales cambiantes es un hecho ampliamente reconocido, de modo que el esfuerzo de los Padres Griegos por formular el cristianismo en categorías helénicas se puede considerar como algo legítimo.  De hecho, la teología ortodoxa no fue otra cosa que una continua lucha por expresar la tradición de la Iglesia en categorías del pensamiento griego, de modo que el helenismo se pudiera convertir a Cristo.  Tal intento estaba justificado. 

 

X  LAS HEREJÍAS CRISTOLÓGICAS Y LOS CONCILIOS

¿Cómo continuaron evolucionando las herejías cristológicas? 

El siglo III fue un período preeminente de herejías monarquianas, de donde emergió una comprensión más firme de la idea cristiana de Dios.  De hecho, tan pronto como empezó a ser formulada la doctrina de la Trinidad, era inevitable que surgiera oposición a la misma, pues:  ¿En qué forma puede reconciliarse la doctrina de una Trinidad con el artículo de la unidad de Dios? 

¿Cómo eran las herejías monarquianas? 

La fuerte subordinación de ciertos Padres (como los apologistas y Orígenes), para asegurar la hipóstasis distinta del Hijo, evocaron el sentimiento de que no era solo la unidad de Dios, sino la verdadera divinidad de Cristo la que quedaba comprometida.  Fueron estos dos intereses en combinación (el teológico y el cristológico, el interés en la unidad divina y el interés en la divinidad del Hijo), los que dieron lugar al tipo de herejía llamada “monarquiana”.  A veces estos errores surgían del deseo de hacerlo todo más claro y simple, y por la falta de aprecio hacia los elementos más profundos de la fe cristiana.  Por eso, muchas de estas herejías no hay que achacarlas al amor al error, sino que son claramente explicables por la naturaleza del caso y las circunstancias de los tiempos.  Aquel tercer siglo era un hervidero de teorías muy semejantes a las de nuestros días; en realidad, muchas  teorías modernas no son más que reproducciones de ellas; por eso, al estudiarlas, obtendremos mucha ayuda para resolver nuestros propios problemas. 

¿Cuáles eran los dos clásicos errores monarquianos? 

El primero en definir el monarquianismo (tendencia al énfasis en la unidad de Dios y rechazo de la Trinidad personal) fue Tertuliano (Contra Praxeas, 36).  Este rechazo tiene lugar de dos formas:  Allí donde el interés teológico es fuerte y el cristológico débil, tenemos una exaltación de la unidad divina a expensas de la divinidad de Cristo (monarquianismo ebionítico o unitario); allí donde el interés cristológico es predominante (el motivo es salvaguardar la divinidad de Cristo) hay una identificación de Cristo con la única persona de la divinidad (modalismo, patripasianismo, sabelianismo).  Hay, pues, dos clases de errores monarquianos:  dinámicos (también llamados adopcionistas) y modalistas (en sus dos divisiones:  patripasianos y sabelianos). 

¿Quiénes eran los ebionitas? 

Fueron los primeros impugnadores de la divinidad de Cristo.  Eran judíos que aceptaban a Jesús como Mesías, pero no como “Señor”, es decir, como Dios; así pues, no representaban el elemento vivo y progresivo del cristianismo primitivo, sino que se hallaban desde el principio en un nivel inferior, y debido a su fracaso en captar la verdad del Evangelio, se volvieron más y más reaccionarios y sus ideas fueron empobreciéndose con el paso del tiempo.  Para ellos Jesús era simplemente un hombre sobre quien había descendido el Espíritu de Dios por su piedad en el bautismo, calificándole para su tarea mesiánica.  Un grupo de estos seguidores (los nazarenos) se desgajó del gran cuerpo del cristianismo pagano en desarrollo y, encogidos por su ambiente, tendieron a hacerse más y más una mera secta y un anacronismo histórico.  Los ebionitas desaparecieron hacia el siglo V. 

¿Cómo eran las dos formas de herejía modalista? 

El monarquianismo modalista, en su forma patripasiana inicial, tuvo una historia breve pero curiosa.  La esencia de esta modalidad era que el mismo Padre se había encarnado en Cristo, y sufrido en él.  En resumen, Padre e Hijo eran el mismo.  El primer representante de esta herejía fue Praxeas, contrincante de los montanistas de Asia Menor, que llegó a Roma probablemente durante el episcopado de Eleuterio (170-190).  Después fue a Cartago, donde se le enfrentó Tertuliano, quien critica su idea de que el Padre se hubiera encarnado en Cristo:  “Crucificó al Padre” (Contra Praxeas).  Presionado Praxeas por la dificultad de cómo el Padre podía ser al mismo tiempo el Hijo, se refugió en la distinción de que el Espíritu, o elemento divino en Jesús, era el Padre, y la carne que había asumido le hacía el Hijo.  Tertuliano no tuvo dificultad en mostrar que, bajo pretexto de monarquianismo, Praxeas realmente introducía una nueva dualidad:  la carne es la humanidad, y el Padre no es sino la presencia revestidora.  El Hijo y el Padre son de nuevo separados y la teoría deriva hacia una forma dinámica. 

¿Cómo era la herejía patripasiana de Noeto de Esmirna? 

Noeto de Esmirna afirmaba que el Padre, mediante un cambio en su modo de ser, literalmente pasó a ser su propio Hijo:  “Cuando el Padre no había nacido se llamaba simplemente Padre; y cuando le plugo sufrir generación, pasó a ser su propio Hijo, no de otro...  A causa del nacimiento que había tenido lugar, se confesó a sí mismo ante los que le contemplaban como Hijo, sin duda; con todo, no tuvo inconveniente en dar a conocer a aquellos que podían comprenderle, que era un Padre” (Hipólito ix 5).  Esta idea la fundaba Noeto en la doctrina especulativa de que está en la naturaleza de Dios el combinarse a sí mismo en modos contrarios de ser.  Cuando fue llamado a dar cuentas de sus ideas por la Iglesia de Roma, se defendió diciendo:  “¿Qué mal hago al glorificar a un solo Dios?”.  No obstante, fue excomulgado y formó una escuela separada frente a la del Papa Víctor (190-200). 

¿Cómo era la herejía modalista de Sabelio? 

El sabelianismo aventaja a las herejías previas en que procura hacer justicia a la distinción trinitaria, pero, en vez de hablar de una Trinidad inmanente, la sustituye por una Trinidad de revelación; la sustitución de una Trinidad de modos o aspectos, de un solo ser divino, en lugar de una Trinidad de personas.  Sabelio, autor de la herejía, empezó su carrera en Roma, donde fue excomulgado por el Papa Calixto.  Más tarde, su eco tuvo un poderoso avivamiento en el norte de África, hacia el año 260, y aún otro en el siglo IV, cuando Atanasio y Basilio fueron arrastrados a la controversia.  Por lo que se refiere a su principio general, el sabelianismo ha tenido muchos defensores y representantes modernos (por ejemplo Schleiermacher y hasta el propio Barth), y reaparece en varias formas populares, aunque no siempre es reconocido por lo que es.  Sabelio empezaba con Dios en su unidad absoluta, idéntica a sí mismo (en su vida silenciosa e introspectiva), antes de todo movimiento y revelación, y esto él lo llama “Monas”.  Pero el Monas no permanece en esta condición, sino que se despliega; el Dios silencioso pasa a ser Dios parlante.  En esta transición el Monas es llamado Logos, que no es todavía el Hijo, sino el principio de toda revelación.  Sabelio explica la creación por medio de varias metáforas estoicas de “expansión” y “contracción” (el brazo extendido y contraído de nuevo) como movimiento alternante del Monas, que se revelaría en la historia de tres formas:  Padre, Hijo y Espíritu Santo.  Dios como Padre se da a conocer en el Antiguo Testamento.  Dios como Hijo en la encarnación de Cristo.  Dios como Espíritu en el principio interior e inspirador de los fieles cristianos.  Pero esta idea de Dios es la de una Trinidad de revelación, el Monas original, de quien Atanasio dijo que “ya no se podía hablar del Padre como expansionándose, sino del Monas como productivo de los tres, de modo que hay un Monas, luego Padre, Hijo y Espíritu Santo”.  Así pues, habría una Trinidad sucesiva, no simultánea:  extensivas sucesiones del brazo divino, y cada una ha de ser retraída para que tenga lugar la otra. 

¿Por qué era una herejía el modalismo? 

El modalismo dio al monarquianismo un carácter desarrollado y obligó a la Iglesia a hacer frente a la hipótesis de una Trinidad modal como una alternativa a su propia doctrina.  Pero su afirmación no era realmente cristiana, sino estoico-panteísta, como vieron los Padres.  Además, Padre e Hijo no tienen relación el uno con el otro.  El Padre no es el Padre del Hijo; el Hijo no es el Hijo del Padre.  Es una contradicción bíblica hablar del Padre como no existente a partir de la aparición del Hijo; y además, representa la encarnación sólo como una aparición temporal. 

¿Cómo era el modalismo final de Pablo de Samosata? 

El movimiento monarquiano culmina en Pablo de Samosata, obispo de Antioquia (260-270), el cual representa la fase dinámica del monarquianismo.  Hasta ahora la reflexión sugiere lo cerca que está la idea sabeliana de la persona de Cristo de la ebionítica, y lo fácilmente que se pasa de la una a la otra.  Una importante dificultad sabeliana se hallaba en saber qué pasaba con la humanidad de Cristo después de la ascensión.  La suposición de su absorción cuando la del Hijo llega a su fin es demasiado violenta; la tendencia sería representar a la divinidad y la humanidad como separables, y conectar las dos sólo dinámicamente; lo cual nos vuelve al ebionitismo.  En este sentido, el obispo Pablo de Samosata es su representante clásico.  Nuestras fuentes de información respecto a él están en una circular enviada por los obispos que le condenaban.  Pablo de Samosata vivía con gran esplendor y ostentación, combinando con su episcopado una magistratura civil que le proporcionaba cuantiosos beneficios.  Con esto, y mediante una mala administración eclesiástica llena de desparpajo, alcanzó una posición sumamente holgada.  Su orgullo, lujo y opresión le hicieron aborrecible a sus hermanos.  Era vano no menos que rico; se hizo erigir un elevado tribunal y un trono para su uso; aparecía en público con una multitud de sirvientes que le abrían paso; se pavoneaba en el Foro leyendo sus cartas y dictando las respuestas.  Pero su comportamiento en la Iglesia era de lo más ofensivo, pues prohibió los himnos cantados a Cristo e hizo componer otros en su propio honor.  Su predicación era teatral, acompañada de gestos y movimientos estrafalarios, y animaba al pueblo a aplaudir agitando pañuelos.  Su conducta privada era igualmente escandalosa.  Con todo, su riqueza y poder eran tales, debido al favor de la reina Zenobia, que pocos se atrevían a tocarle.  Pablo de Samosata sostenía que Cristo, comenzando como hombre, fue elevado por su desarrollo progresivo a la dignidad de Hijo de Dios, obteniendo rango divino por su excelencia.  El Logos en Dios, se decía, era lo que es la razón en el hombre.  El Logos divino penetró la humanidad de Cristo como no lo hizo en ningún otro, y Jesús avanzó progresivamente hasta que llegó a ser Dios en una apoteosis.  Pero Cristo fue una divinidad de rango, no de esencia:  no era Dios por naturaleza.  Por eso la Iglesia rechazó esta herejía enfáticamente. 

¿Por qué es tan importante hoy la herejía de Pablo de Samosata? 

Porque no es diferente de muchas teorías actuales; en realidad es el tipo de las teorías dinámicas de todos los tiempos, pues Cristo es una divinidad honoraria; se trata de la clásica herejía unitaria. 

¿Cuál fue la gran herejía cristológica del siglo IV? 

Las controversias cristológicas del tercer siglo no fueron sino preludios de la inmensa batalla arriana del siglo IV.  Por encima de todo estaba la forma de concebir la relación de Cristo con el Padre, de modo que, por un lado, no quedara comprometida su divinidad, y, por otro, no pusiera en peligro la monarquía divina.  Esta cuestión sólo podía ser contestada (y fue contestada) mediante la presentación de todas las alternativas posibles, poniendo a prueba una por una y rechazando las que se vieran inadecuadas. 

¿Qué cambio radical y decisivo tuvo lugar en la Iglesia en esa época? 

El imperio romano había combatido a muerte a la Iglesia durante tres siglos.  Pero en el año 313, después de la última y terrible persecución de Diocleciano, vino el tolerante edicto de Milán, y en el año 323, Constantino, simpatizante cristiano, habiendo derrocado a su último rival Licinio, pasó a ser el soberano del imperio.  A pesar de esto, Constantino acuñó moneda con los símbolos y nombres de los viejos dioses, y continuó comportándose hasta el fin de sus días como sumo sacerdote del paganismo.  Que hiciera de Cristo su protector no excluía que también lo fuera el sol y otros dioses del panteón romano, a los que siguió sirviendo durante todo su reinado.  A su muerte, los tres hijos que le sucedieron no se opusieron al deseo del senado de divinizarlo. 

¿Cuál fue el impacto de Constantino? 

La consecuencia más notable fue el cese de las persecuciones contra los cristianos.  Además surgió la “teología oficial” dirigida por el ideólogo Eusebio de Cesárea.  Deslumbrados por el favor que Constantino derramaba sobre los obispos, no faltaron muchos que se atrevieron a afirmar que él había sido elegido por Dios para culminar la historia de la Iglesia en el Reino de Dios.  Aunque también otros cristianos siguieron una senda radicalmente opuesta (los monjes no aceptaban que ser cristiano fuese ahora tan fácil y veían en ello no una bendición, sino una apostasía).  Otra consecuencia fue el influjo del protocolo imperial en el culto cristiano.  Así, los ministros que oficiaban comenzaron a llevar ricas vestimentas en señal de respeto y a convertirse en una aristocracia clerical.  Por la misma razón, varios gestos que normalmente se hacían ante el emperador comenzaron a hacerse también en la liturgia.  El resultado fue que la asamblea participó cada vez menos en el culto.  Las basílicas construidas entonces y el fasto de su liturgia contrastan con la sencillez de las capillas y casas aderezadas para tal fin (como Dura-Europo). 

¿Qué decía la “teología oficial” de Eusebio? 

Para Eusebio, y muchos de sus compañeros obispos, lo que estaba teniendo lugar con Constantino era obra de Dios, semejante a los milagros del libro del Éxodo.  Lo que él pretendía mostrar es que la fe cristiana era la consumación de toda la historia humana, de modo que tanto la filosofía griega como las Escrituras hebreas fueron provistas por Dios como preparación para el Evangelio.  Además, el propio imperio romano, con la paz que había traído a toda la cuenca del Mediterráneo, también había sido ordenado por la providencia divina para facilitar la extensión de la nueva fe.  Ireneo, en el siglo II, había sostenido que la historia de la humanidad era un vasto proceso mediante el cual Dios educaba al mundo para que pudiese tener comunión con él.  Lo que Eusebio hace ahora es darle cuerpo a este conjunto de ideas, tratando de fundamentarlo sobre el culmen de Constantino.  La fe y el imperio, como la fe y la filosofía, no eran incompatibles.  Al contrario, la fe era la corona tanto de la filosofía como del imperio, y la nueva situación era la prueba fehaciente de la verdad del Evangelio, punto culminante de la historia humana.  Naturalmente, esta perspectiva teológica le privaba de toda actitud medianamente crítica hacia lo que estaba sucediendo.  Si el emperador era el “vicario de Dios”, ¿quién se atrevía a amonestarle?  Esto hizo que se pasaran por alto ciertos “defectos”, como la ira incontenible y el espíritu sanguinario, de Constantino, pues para Eusebio, Constantino es el “obispo de los de fuera”.  Este nuevo concepto hizo que el Evangelio, originalmente para los pobres y la gente sencilla, se adornara con la riqueza y el boato, siendo estos tomados incluso como señal del favor divino.  Por último, el esquema ideológico de Eusebio le obligó a abandonar la predicación primitiva de la Segunda y gloriosa Venida de Cristo, pues con Constantino y sus sucesores se habría realizado ya el plan de Dios.  Aparte de esto, lo único que nos quedaría sería esperar el momento en que seamos transferidos en espíritu al reino celestial. 

¿Cómo surgió al principio la disputa arriana? 

La controversia arriana tuvo su origen hacia el año 318 en Alejandría, donde Arrio, un presbítero destacado, tuvo un conflicto con su obispo Alejandro sobre el tema de la Trinidad, concretamente sobre la “divinidad” del Logos o Hijo de Dios, que Arrio negaba.  Arrio era un hombre alto, enjuto, ascético en hábito y vestido, de pelo largo, enmarañado, y una curiosa práctica de contorcerse, pero en conjunto de porte y costumbres atractivos, y con una considerable mezcla de astucia y vanidad.  No obstante su aparente suavidad, era un hombre de pasiones fuertes y vehementes.  Pronto se rodeó de una multitud de partidarios y fue incansable en la extensión de sus ideas.  El obispo Alejandro lo llamó a su presencia invitándole a retractarse de sus tesis, a lo que se negó.  Por el contrario, contraviniendo los usos disciplinares, Arrio desafió a Alejandro y buscó el apoyo de Eusebio de Cesárea y Eusebio de Beirut, que para entonces ya estaba al frente de la poderosa sede de Nicomedia.  Alejandro respondió con la convocatoria de un Sínodo en Alejandría de cien obispos egipcios y libios en 320, que exigieron a Arrio la conformidad con una confesión de fe.  Ante su negativa, la asamblea excomulgó a Arrio y sus seguidores, entre ellos los obispos Teonas de Marmática y Segundo de Ptolemais.  Esta condena sólo aventó la llama de la controversia.  Los sentimientos se hicieron muy vivos en ambos lados, y cada bando procuraba fortalecerse pidiendo el apoyo de otros obispos; en resumen:  la Iglesia pronto estuvo toda trastornada; en los mismos teatros resonaban, con ridículo, las disputas de los cristianos.  Por otra parte, el emperador Constantino, cuyo máximo interés era la paz del imperio, estaba profundamente preocupado por este inesperado acontecimiento, ya que él consideraba que sus causas eran cosa de poca monta, y escribió con urgencia tanto al obispo Alejandro de Alejandría como a su presbítero Arrio, rogándoles que se comportaran mutuamente con tolerancia y comprensión.  Cuando esto falló y Constantino comprendió la gravedad de la cuestión, tuvo la idea de convocar un Concilio para decidir la cuestión. 

¿Cómo surgieron las bases del arrianismo? 

Al entrar con Constantino las masas paganas del imperio en la Iglesia sin apenas catequesis, se fue considerando a Dios de una forma platónica, es decir, como causado en sí mismo, tan inefablemente exaltado que fue puesto a una distancia infinita de su creación.  Por eso era necesario interponer algún ser intermedio para efectuar la comunicación con su mundo.  Ese ser era el Hijo, que fue creado como un Dios de segundo rango para este propósito.  Pero como el Hijo es él mismo una criatura, queda claro que existe la misma dificultad con respecto a él mismo.  La diferencia entre Dios y la criatura ha de ser siempre infinita.  Si, pues, Dios es demasiado exaltado para crear al Hijo, se necesita un nuevo ser para llenar el abismo entre Padre e Hijo; otro para llenar el abismo entre Dios y el nuevo ser, y así ad infinitum.  Las tendencias subordinacionistas ya estaban presentes en la iglesia a través de muchos pensadores antes, pero fue Arrio quien les dio expresión concreta, sacando sus consecuencias lógicas.  Por ejemplo, Orígenes había hablado del Hijo en el sentido de que ocupaba una relación secundaria con el Padre, en tanto que al mismo tiempo defendía su generación eterna y su identidad de esencia con Dios.  Así pues, era inevitable que estas dos tendencias acabaran entrando en conflicto.  Si la identidad de naturaleza con el Padre se mantenía, había que conceder divinidad plena y verdadera al Hijo, y los elementos subordinantes, en lo que afectaban al conflicto con esta concepción, tenían que ser eliminados.  Si, por el contrario, se seguía absolutamente la postura subordinacionista, el resultado lógico era la doctrina de Arrio. 

¿Qué tres partidos había al comienzo del Concilio de Nicea? 

Al tiempo de la apertura del Concilio se habían formado tres bandos con cierta delimitación.  1)  Primero estaba el bando de Atanasio, que era el único partido que no tenía ambigüedad alguna.  El Hijo, a su modo de ver, era de la misma esencia que el Padre (Dios verdadero).  Atanasio enfatizaba que ninguna criatura, sino sólo Dios, podía unirnos con Dios, por lo tanto era necesaria una verdadera encarnación para conseguir la redención.  Anticipándose a san Anselmo de Cantorbery decía:  “Sólo el Hijo divino podía expiar los pecados del mundo”.  Además, Atanasio al enseñar la divinidad de Cristo dice apelar al testimonio colectivo de la Iglesia, la fe universal (católica, o correcta); la doctrina de Arrio era una novedad.  2)  En el polo opuesto de Atanasio estaba el puro partido arriano, donde la distinción del Hijo del Padre era llevada a su lógico extremo.  Su punto de partida era el término “Hijo”, que implicaba la prioridad del Padre.  El Hijo, por tanto, era un ser creado “de la nada”.  Era la primera y la más grande de las criaturas, y fue traído a la existencia para que por su medio el mundo fuera creado.  No era eterno; no era de la sustancia divina; era mudable, esto es, podía pecar, etc.  3)  Intermedio entre los dos bandos descritos estaba el partido semiarriano o subordinacionista, que se distinguía de Atanasio por su rechazo del término “de la misma sustancia”.  Había entre ellos una sección imbuida de doblez y mala fe, los eusebianos (porque su líder era el obispo Eusebio de Nicomedia), cuyas ideas reales eran fuertemente arrianas, pero hacían uso de toda clase de subterfugios para disimular sus opiniones y empleaban los métodos más mezquinos de intrigas y violencia contra sus contrincantes.  Decían ser bíblicos, e insistían en que sólo debían usarse términos escriturales.  Pero también había otro sector, más numeroso, subordinacionistas en tendencia, cuya objeción principal era que la expresión “de la misma sustancia (naturaleza)” tenía asociaciones valentinianas y sabelianas indeseables.  En los últimos estadios de la controversia, este partido, repelido por el arrianismo evidente de algunos de sus aliados, se acercó a los ortodoxos y finalmente aceptó su fórmula, aunque todavía sin una unidad de miras total. 

¿Quién convocó y presidió el primer Concilio Ecuménico de Nicea? 

Fue convocado por Constantino para reunirse en Nicea, Bitinia, cerca de Constantinopla, en mayo o junio del año 325.  De hecho, el emperador convocó el Concilio, decidió su fecha y lugar de celebración, designó a los clérigos participantes, asumió los gastos de desplazamiento y manutención y dio rango de ley a sus acuerdos.  En Nicea fue formalmente inaugurado con gran esplendor por el mismo emperador y presidido por su asesor teológico, el obispo Osio de Córdoba.  Participaron unos 300 obispos, pero también una multitud de presbíteros y diáconos, que engrosaron la asistencia hasta los dos mil participantes.  Occidente estuvo representado por Osio, dos legados del obispo de Roma, Silvestre, que alegó su avanzada edad para justificar la ausencia, un obispo de Calabria, otro de Die y Ceciliano de Cartago. 

¿Cómo fue el primer Concilio Ecuménico de Nicea? 

Bastará dar una breve relación de lo ocurrido.  El líder del bando ortodoxo fue el diácono Atanasio de Alejandría, que era el asesor de su obispo.  El predominio geográfico impuso el griego como lengua de los debates.  Los arrianos decididos eran pocos.  Incluso los eusebianos eran apenas una veintena.  Para comprender la importancia de lo que estaba sucediendo, recordemos que varios de los presentes habían sufrido cárcel, tortura o exilio poco antes, y que algunos llevaban en sus cuerpos las marcas físicas de su confesión.  Y pocos años después de aquellos tiempos de persecución, todos estos obispos eran invitados a reunirse en Nicea, y el Estado pagaba los gastos.  Muchos de los presentes se conocían sólo de oídas o por correspondencia, pero ahora, por primera vez, podían tener una visión física de la universalidad de su fe.  Así pues, Constantino fue aclamado como el autor de aquel milagro, el príncipe que había presentado al Salvador aquella guirnalda como ofrenda de gratitud.  A la entrada del emperador en la sala de reuniones, escoltado y vestido de gala, caminando majestuoso entre los padres conciliares puestos en pie, tomó asiento en un trono de oro macizo no sin antes indicar a los obispos que también se sentaran.  Eusebio de Cesárea, que describe la escena con minuciosidad, reproduce el discurso que Constantino pronunció (en latín y en griego) en el que conminaba a los presentes a no poner en peligro la paz y los bienes de los que ahora disfrutaban, haciéndoles saber que, para él, era más “la perturbación interna de la Iglesia que cualquier guerra”.  En este ambiente de euforia, los obispos empezaron a discutir las muchas cuestiones que había que resolver.  La asamblea aprobó una serie de reglas para la readmisión de los caídos, acerca del modo en que los presbíteros y los obispos debían ser elegidos y ordenados, y sobre el orden de precedencia de las diversas sedes (Roma, Alejandría y Antioquia).  Pero la cuestión más escabrosa del Concilio era discutir la controversia arriana.  Un credo propuesto por el obispo Eusebio de Nicomedia, portavoz de los arrianos, fue rechazado con horror:  el credo fue literalmente hecho pedazos cuando la asamblea oyó que el Hijo era una criatura.  “¡Blasfemia, mentira, herejía...!”  entonces la actitud de la asamblea cambió; mientras muchos obispos querían tratar el caso con la mayor suavidad posible, ahora la mayoría estaba convencida de que era necesario condenar las doctrinas expuestas por Eusebio de Nicomedia.  La dirección del partido medio fue asumida por Eusebio de Cesárea, el cual presentó un credo que él dijo haber aprendido cuando era catecúmeno; pero éste, también, a pesar de la gran influencia de quien lo proponía y del apoyo del emperador, fue rechazado a causa de la ambigüedad de sus expresiones.  El punto y palabra clave la expuso Eusebio de Nicomedia con el término “homoousion”.  En ese momento la mayoría del Concilio se dio cuenta que la fórmula de que el Hijo era “de la misma sustancia” que el Padre (era consustancial) expresaba exactamente aquello que creían, y excluía ambigüedades por medio de las cuales el partido eusebiano procuraba evadir la fuerza de los otros términos.  Constantino, que no apoyaba la fórmula y que estaba asesorado por su consejero Eusebio de Cesárea, al ver que se conseguía unanimidad, echó su influencia en la balanza y se redactó un nuevo credo a base del de Eusebio, siendo su aceptación obligatoria por decreto imperial.  Hubo dos obispos arrianos que se negaron a firmar, junto con Arrio, y fueron depuestos.  Eusebio de Nicomedia y otros firmaron el Credo, pero no los anatemas, y fueron expulsados más tarde.  Constantino hizo coincidir la clausura del Concilio y la firma de sus acuerdos con el vigésimo aniversario de su acceso al trono, de manera que la celebración solemne de ambos acontecimientos culminó en un opíparo banquete del emperador con los clérigos. 

¿Qué otros decretos dispuso el Concilio de Nicea? 

Los padres nicenos elaboraron un código de conducta (sintetizado en veinte cánones) para una Iglesia salida de las persecuciones y en trance de organización y adaptación a la nueva situación imperial.  Se decidió excluir del clero a los “lapsi” ordenados ilegalmente, y de la comunión, durante diez años, a los fieles que hubiese apostatado (sólo se les podía dar la eucaristía en su lecho de muerte).  Se acordó, con condiciones, reconciliar a los “puros”, seguidores de Novaciano, a los partidarios de Pablo de Samosata y a los melicianos, si bien Melicio fue privado del sacerdocio.  El Concilio procuró remediar las deficiencias de organización interna de la Iglesia reforzando la figura del obispo, del sínodo y del principio de jerarquía.  También se aceptó el modelo civil de las ciudades y sedes, reforzándose las tres grandes ciudades del imperio:  Roma, Alejandría y Antioquia.  Se declaró imprescindible la aprobación del arzobispo metropolitano para la validez de la ordenación episcopal.  Asimismo, se prescribía que habían de ser dos o tres, como mínimo, los obispos de la provincia que interviniesen en la consagración de un colega, mientras el resto era obligado a comunicar su consentimiento por escrito.  Como instancia de apelación frente a la sentencia injusta del obispo y garantía de funcionamiento ordenado, se instituía el sínodo semestral.  Los padres conciliares endurecieron los requisitos para la entrada en el clero.  Lo hicieron incompatible con la usura y el oficio militar.  Por último, se abandonó el cómputo judío para la fijación de la Pascua y se acordó que su celebración tuviera lugar en la misma fecha en todas las iglesias, utilizando como referencia a Roma para Occidente y Alejandría para Oriente. 

¿Se acabó con el Concilio de Nicea la controversia arriana? 

La decisión del Concilio, lejos de poner punto y final a la controversia, fue sólo el comienzo de la misma.  La batalla fue transferida ahora a la Iglesia en su conjunto, y siguió fortunas cambiantes durante medio siglo más, hasta el Concilio de Constantinopla en el año 381.  Hasta entonces el único modo de ganar un debate era la fuerza del argumento de la fe, pero como Constantino pensaba que la Iglesia debía ser el “cemento del imperio”, el Estado comenzó a utilizar su poder para aplastar las diferencias de opinión que surgían en la comunidad cristiana.  La Iglesia cosechó el fruto de una imprudente concesión a los emperadores, al darles el poder de intervenir en los asuntos eclesiásticos.  El resultado fue que muchos contendientes, en lugar de tratar de convencer a sus opositores, trataron de convencer al emperador.  Pronto el debate teológico descendió al nivel de la intriga política.  De hecho, no tardó mucho en cambiar la política nicena de Constantino, quien volvió a traer a Arrio y procuró imponerlo. 

¿Cómo fue la evolución teológica de Constantino hacia el arrianismo? 

Esta evolución se caracterizó por su progresivo alejamiento de los acuerdos de Nicea y, al mismo tiempo, por su vinculación a la teología arriana que representaban, entre otros, sus consejeros Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesárea.  Su evolución espiritual no fue producto de una reflexión personal, sino, sobre todo, del fiasco que le supuso Nicea, donde sólo apoyó a la mayoría porque entre ellos estaban las sedes episcopales de mayor prestigio, y de la consiguiente necesidad de repararlo mediante el perdón de los clérigos excomulgados y exiliados.  Para tal fin se deshizo del ahora obispo Atanasio de Alejandría, campeón de la fe ortodoxa y nicena, y que había sucedido a Alejandro en 328.  Celebró un Sínodo en Tiro (335), que excomulgó a Atanasio y rehabilitó a Arrio.  Eusebio de Cesárea, que se esmera con parangonarlo con el de Nicea, reproduce la carta del emperador a los padres sinodales instándoles a superar sus desavenencias y a cumplir escrupulosamente sus edictos.  Constantino les pidió también que se sirvieran del transporte oficial y se trasladasen a Jerusalén, donde fueron agasajados con “suntuosos banquetes y convivales festines”, y, tras la clausura del Sínodo (“el más grande que sepamos”, afirma Eusebio), el emperador y los obispos celebraron la consagración del templo del Santo Sepulcro. 

¿Cómo fue la muerte de Constantino? 

Constantino murió el 22 de mayo de 337, domingo de Pentecostés, tras ser bautizado a la fe arriana por Eusebio de Nicomedia.  Si en el pasado hubo reyes que soñaron igualarse a los doce dioses del Olimpo, él fue enterrado en la iglesia constantinopolitana de los Doce Apóstoles como si fuera el apóstol decimotercero. 

¿Qué supuso para el impero y para la Iglesia la figura de Constantino? 

Constantino representa el modelo eclesiológico de “cristiandad” en el que todavía vivimos.  Esta exaltación hizo que muchos de sus detractores, que percibieron en su obra una quiebra irreparable de la espiritualidad evangélica de los primeros tiempos, criticaran a toda una caterva de ambiciosos y vividores que acudía a la Iglesia en busca de promoción social o de las prebendas clericales.  Sin embargo, hay que subrayar que nada de esto supuso la cristianización plena del imperio ni de las creencias populares, que simplemente fueron barnizadas por el mensaje evangélico.  De hecho, el propio Constantino hizo bien poco para evitar la ejecución de sus enemigos y parientes más cercanos:  Licinio (su cuñado), Crispo (su hijo) y Fausta (su esposa).  La muerte de los dos últimos el año 326, acusados según unos de adulterio y según otros de confabulación política, fue decisión personal suya. 

¿Quiénes fueron los sucesores de Constantino? 

En septiembre de 337 los tres hijos de Constantino se repartieron el imperio tras masacrar en Constantinopla a los familiares que consideraban potenciales competidores.  Pero fue bajo su sucesor, Constancio (hombre de espíritu estrecho y despótico, débil e irresoluto, herramienta en manos de intrigantes) que la crisis arriana se hizo realmente aguda y se impuso fórmula arriana de la corte, descrita en frase memorable de Jerónimo:  “El mundo entero gimió y se despertó arriano”.  Constancio incluso superó a su padre en la obsesión por lograr la paz eclesiástica, y si aquél se proclamó “obispo de los de fuera”, él se hizo llamar “obispo de los obispos”, responsable supremo de la Iglesia como ya lo era del imperio.  Convencido de que su voluntad era canon indiscutible de verdad, Constancio se hizo rodear de obispos con los que a menudo debatía temas teológicos (más como entretenimiento áulico que como reflexión espiritual) y que constituyeron una especie de sínodo palaciego (el llamado “synodos endèmoussa”) que durante diez años, hasta su muerte en 361, elaboraría diversos credos que serían ratificados, sin apenas oposición, en una serie de sínodos.  Fue éste, sin lugar a dudas, uno de los decenios más negros de la historia eclesiástica.  Los pocos espíritus íntegros que osaron plantar cara al despotismo teológico del emperador, como Atanasio de Alejandría, Hilario de Poitiers y Osio de Córdoba, no dudaron en identificarlo con el anticristo.  Hilario escribía apenado:  “El emperador no nos azota, sino que nos acaricia el vientre...  no nos decapita, sino que nos mata el alma con su oro”.  Se hizo famosa la frase de los monjes del desierto ante la ambición y venalidad del degradante episcopado:  “Huye del obispo como del diablo”.  Pero la muerte inesperada del emperador, en noviembre de 361, frustró las perspectivas de un triunfo arrollador del arrianismo y puso súbitamente de relieve el gran desprestigio de sus partidarios como enemigos redomados de la libertad eclesiástica y sumisos servidores del cesaropapismo imperial. 

¿Por qué dice el Credo que el Hijo de Dios es nacido (engendrado) del Padre?

Porque por esta propiedad se diferencia el Hijo del Padre (Cabeza y fuente de la Trinidad) y del Espíritu (que procede del Padre).  Según Orígenes el Hijo es engendrado por el Padre como el reflejo a partir de la luz, como la voluntad que sale de la inteligencia o la palabra emitida por la inteligencia.  Orígenes escribe:  “La Sabiduría es un hálito del poder de Dios, una emanación muy pura de la gloria del Omnipotente, un reflejo de la Luz eterna, el espejo sin mancha de la actividad de Dios y la imagen de su bondad”, según Col 1,15 y Heb 1,3.  Es inconcebible que el Padre haya existido jamás sin su Sabiduría, su Razón (Logos) y su Palabra; expresiones todas que designan al Hijo.  Escribe Orígenes:  “No existe momento en que el Hijo no fuese...  El Padre engendra a su Verbo a cada instante, al modo que la luz emite siempre sus rayos”.  Así pues, la eternidad sería concebida como un único instante, del cual no tenemos una noción clara, ya que somos criaturas limitadas.  Al principio el Credo había dicho que el Padre era “Creador de todas las cosas, visibles e invisibles”; por tanto, al decir que el Hijo es no es “hecho”, se le excluye de esas cosas visibles e invisibles.  En ese sentido el Taumaturgo escribe:  “El Padre ha hecho al Hijo uno consigo, y, por decirlo así, se envuelve en él por la fuerza de su Hijo enteramente igual a la suya propia”. 

¿Qué significa que ha nacido del Padre antes de todos los tiempos? 

Que no hubo ningún tiempo donde el Hijo no existiera junto al Padre. 

¿Qué significa la expresión “Luz de Luz”? 

Que lo mismo que el sol llega a nosotros por sus rayos, y esos rayos no pueden separarse del sol, el Hijo es luz que sale de la luz del Padre. 

¿Qué significa la expresión “Dios verdadero de Dios verdadero”? 

Que el Hijo es llamado Dios en el mismo sentido que el Padre (Jn 1,1ss; 1 Jn 5,20). 

¿Por qué dice el Credo que el Hijo es engendrado y no creado? 

Porque Arrio afirmaba que el Hijo era una gran criatura celestial, creada antes de la creación del mundo. 

¿Qué significan las palabras “de la misma naturaleza (sustancia) que el Padre”? 

Que el Hijo es de una misma y divina sustancia que el Padre (Jn 10,30).  De hecho, esta expresión fue la que más resistencia provocó, pues parecía dar a entender que Padre e Hijo son lo mismo, aunque su sentido aquí no es este, sino sólo asegurar que el Hijo no es hecho de la nada, como las criaturas. 

¿Qué significa la expresión “por quien todo fue hecho”? 

Que Dios lo creó todo por medio del Hijo, su eterna Sabiduría y Palabra (Jn 1,3; Col 1,16s; Heb 1,2s). 

¿Cuál es la naturaleza de Dios revelada por Jesús? 

Que es Abbá, Padre amoroso, o sea, que es Amor leal y universal (Jn 1,14.17; 1 Jn 4,8). 

 

IX  EL TERCER ARTÍCULO DEL CREDO:  LA ENCARNACION

¿Por qué se encarnó el Hijo de Dios? 

Para que en él todas las personas tengan la filiación divina y alcancen su semejanza o divinización (Juan 1,14; 10,10). 

¿Por qué dice el Símbolo de la Fe que el Hijo bajó del cielo “por nosotros y por nuestra salvación”? 

“Por nosotros” significa que bajó para nuestra divinización, que era originalmente el plan divino de darnos su semejanza.  “Para nuestra salvación” quiere decir para nuestra redención y expiación de los pecados de todos. 

¿Por qué fue crucificado y ejecutado Jesús? 

Por su obediencia al plan de Dios de revelar completamente el amor divino y ofrecer así el sacrificio de la expiación, que nos era imposible ofrecer para ser liberados del dominio del mal y reconciliarnos con Dios (Juan 10,11.17s; 1 Corintios 15,3; Isaías 53,1-8; Romanos 3,25s; Colosenses 1,19s; 1 Pedro 1,18ss; 2 Corintios 5,17-21). 

¿Qué podemos creer de su muerte expiatoria? 

Que Dios ha perdonado en Cristo todos los pecados, de manera que su gracia elige a las personas solamente en Cristo, único Mediador y Redentor; pero quien desoye esta invitación es responsable de sus propios pecados (Juan 3,16-20). 

¿Qué es el pecado? 

La transgresión de la voluntad divina (1 Juan 3,4) y su sustitución por la propia. 

¿De dónde le viene al ser humano el pecado? 

Del diablo, que peca desde el principio (1 Juan 3,8) y sedujo a la humanidad para transgredir el plan de Dios. 

¿Qué es la gracia de Dios? 

Es su puro favor por el que no desea la muerte del pecador, sino que se enmiende y convierta, sin que exista medio alguno en el ser humano para influir sobre ella (Efesios 2,8s). 

¿Cuál es el significado de la resurrección de Jesús? 

Es su victoria, por la que venció a la muerte y abrió el camino de la vida eterna (Hechos 2,32-36;10,40-43; 1 Corintios 15,3-7; Filipenses 2,9ss). 

¿Por qué el Hijo unigénito se convirtió en su resurrección en el Hijo primogénito? 

Porque es la Cabeza de la nueva creación junto a sus muchos discípulos y seguidores (Colosenses 1,15.17; Romanos 8,29; Hebreos 2,11-14).  Así es la porción dada por Dios a los cristianos (Colosenses 1,12s; 3,4; 2 Pedro 1,1), nuestro todo y la realidad de todas las cosas positivas (1 Corintios 1,30; Colosenses 2,16s), siendo sus riquezas inescrutables (Efesios 3,8.14-21) y su gracia suficiente para nosotros (2 Corintios 12,9). 

¿Qué es la Nueva Alianza o Pacto? 

Es la nueva relación con Dios dada por Jesús, por la que somos hijos y no esclavos que viven en la ley (Hebreos 10,15ss; Romanos 8,1s; 2 Corintios 3,6.17s; 1 Corintios 11,25). 

¿Qué prometió el Mesías en la Nueva Alianza? 

Darnos la vida eterna, que empieza aquí, y el Reino.  De la Nueva Alianza se desprende el perdón de pecados, el conocimiento de Dios y la ley del Espíritu vivificante. 

¿Qué respuesta exigió Cristo? 

La fe o adhesión, y cumplir su mandato de amarnos mutuamente como él nos ama, para que el mundo crea (Juan 12,44-50; 13,34s). 

¿Dónde está registrado lo que Cristo hizo y dijo? 

En el Evangelio, que significa Buena Noticia (Juan 20,30-31; 21,25; Lucas 1,1-4). 

¿Quién era Jesús? 

Dios y hombre verdadero, una persona con dos naturalezas que no se mezclaron:  humana y divina.  En su persona Dios se ha revelado, de forma completa y definitiva, a la humanidad de una vez para siempre (Juan 1,18; 14,9). 

¿Qué y a quién reveló Cristo? 

Reveló a un Dios que es Padre de amor universal, creador y gobernador del universo, una realidad enteramente positiva (1 Juan 1,5; 4,8; Santiago 1,16ss; Mateo 5,44-48) que quiere inhabitar a los suyos. 

¿Permaneció María siempre Virgen?

Permaneció y permanece siempre Virgen, antes del parto, durante el parto y después del parto; y por ello es llamada la siempre Virgen. 

¿Con qué otro gran título honra la Iglesia a la Santa Virgen María?

Con el de Madre de Dios, Zeotokos. 

¿Puede demostrarse el origen de este título por las Sagradas Escrituras?

Está tomado de las siguientes palabras del Isaías: "Una doncella concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel, esto es Dios con nosotros" (Isaías 7,14; Mateo 1,23).  Así también Isabel la llama “Madre del Señor”, es decir, Madre de Dios:  "¿De dónde es que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lucas 1,43). 

¿En qué sentido es llamada la Virgen Madre de Dios? 

Porque Jesús nació de ella no en su divinidad, que es eterna, sino en su humanidad, que le fue dada por la Madre de Dios.  Al nacer de ella era ambas cosas en la concepción misma (Dios y Hombre), y en su nacimiento carnal de ella, era también verdadero Dios. 

¿Qué debemos pensar sobre la dignidad de la Virgen María? 

Como Madre del Señor, ella excede a toda criatura en gracia y cercanía a Dios, y no sólo en dignidad.  Por ello, la Iglesia la honra mucho más que a los querubines y los serafines. 

¿Qué otro argumento existe para remarcar el nacimiento de Cristo de María? 

Que ese nacimiento fue perfectamente santo y exento de pecado, y sin dolor (Juan Damasceno.   Teología libro 4, cap. 14, 6). 

¿Qué providencia preparó Dios para que la humanidad conociese el nacimiento de Cristo? 

Hubo muchas predicciones exactas sobre las circunstancias de su nacimiento y vida sobre la tierra.  Por ejemplo, el profeta Isaías predijo que el Salvador nacería de una virgen (Isaías 7,14).  El profeta Miqueas predijo que el Salvador nacería en Belén.  Y esto lo comprendieron bien los judíos (Miqueas 5,1-4 y Mateo 2,4ss).  El profeta Malaquías, después de la construcción del segundo templo de Jerusalén, profetizó que la venida del Salvador estaba cerca, y que él vendría a este templo, y que antes sería enviado un Precursor semejante al profeta Elías, entendiéndose éste como claramente referido a Juan Bautista (Malaquías 3,1; 4,5).  El profeta Zacarías predijo la entrada triunfal del Salvador en Jerusalén (Zacarías 9,9).  El profeta Isaías, con maravillosa claridad, predijo los sufrimientos del Salvador (Isaías 53,3-12).  David, en el Salmo 22, describe los sufrimientos del Salvador en la cruz con tanta exactitud como si lo hubiera escrito al pie de la cruz misma. Y Daniel, 490 años antes de Cristo, predijo la aparición del Salvador, su muerte en la cruz y la subsiguiente destrucción del templo y de Jerusalén, y la abolición de los sacrificios del Antiguo Testamento (Daniel 9). 

¿Reconoció la gente de su tiempo a Jesús como el Mesías y Salvador? 

Muchos lo reconocieron, y de varias maneras.  Los sabios de Oriente lo reconocieron por la estrella que apareció en Oriente antes de su nacimiento.  Los pastores de Belén lo supieron por los ángeles, que dijeron que el Salvador había nacido en la ciudad de David.  Simeón y Ana, por revelación especial del Espíritu Santo, lo conocieron cuando él fue llevado al templo, cuarenta días después de su nacimiento.  Juan Bautista, al bautizarlo en el río Jordán, lo reconoció por revelación, por el descenso del Espíritu Santo sobre el Salvador, en forma de paloma, y por la voz de Dios Padre que provino del cielo:  "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mateo 3,17).  Una voz semejante fue oída por los apóstoles Pedro, Juan y Santiago durante la transfiguración:  "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; a El oíd" (Marcos 9,7).  Además, muchos lo reconocieron por la excelencia de su enseñanza y especialmente por los milagros que obró (Juan 1,11ss). 

 

X  CUARTO ARTÍCULO:  LA MUERTE EXPIATORIA

¿Por qué murió Jesús en la cruz? 

El Señor Jesús se ofreció en sacrificio por nuestra salvación (Romanos 5,8) muriendo cosido a una cruz para reconciliar a la humanidad con Dios y darle una nueva relación con él, cosa que nos era imposible realizar por nosotros mismos.  Es decir, se puso en lugar del ser humano, llevando su culpa, y expiándola en sacrificio perfecto en la cruz (Filipenses 2,6ss; Gálatas 1,4; Marcos 10,45; 2 Corintios 5,17ss; Juan 1,29; Romanos 8,21; 1 Juan 2,1). 

 

XI  QUINTO ARTÍCULO:  LA RESURRECCIÓN

¿Qué significa que Jesús ha resucitado de los muertos? 

Que Jesús venció a la muerte y nos abrió un camino para la vida eterna.  Este es el núcleo principal del mensaje de la Buena Noticia:  Cristo vive (Hechos 2,27; 1 Corintios 15,3-7.20). 

¿Qué sucede por la resurrección de Cristo? 

·        Que Cristo se hace un ser espiritual (espíritu) y así puede impartirse en el interior de los suyos (1 Corintios 15,45; 6,17; Romanos 1,3s; 8,11; Hechos 3,33; 2 Corintios 3,17). 

·        Que puede regenerar a los suyos al inhabitarlos (1 Pedro 1,3), pues la regeneración es una resurrección espiritual (Efesios 2,1-6.10; 2 Corintios 5,17; 1 Corintios 2,14). 

·        Se vuelve digno de abrir los siete sellos de la administración de la economía divina (Apocalipsis 5). 

·        Es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia (1 Corintios 12,12; Colosenses 1,18; Efesios 1,22s; 4,15; Romanos 12,5). 

·        Es nuestro suministro o alimento que sacia toda aspiración humana y la gloria del futuro (Colosenses 3,4; 1,27; Filipenses 3,7s; 1 Corintios 10,3s; 12,13; Juan 6,48-51; 4,13s; 7,37ss). 

·        Cristo es la piedra angular del edificio de Dios (1 Corintios 3,9ss; 1 Pedro 2,4-7; Efesios 2,20). 

·        Es el grano de trigo que al morir produce el fruto de muchos granos que forman su pueblo (Juan 12,23-26; Hebreos 2,10-18). 

XII  SEXTO ARTÍCULO:  LA ASCENSIÓN

¿Qué Quiere decir que Cristo subió al cielo y está sentado a la diestra del Padre? 

Quiere decir que Jesús llevó nuestra naturaleza humana hasta el cielo, donde reina ahora con el Padre e intercede por nosotros (Hechos 2,32-36; 2,22ss; 10,40-43; Filipenses 2,9-11; Colosenses 3,1; Juan 17,4; Hebreos 1,3; 7,25; Romanos 8,34; Efesios 1,19-21; 2,6; Lucas 22,31s). 

¿Cómo podemos participar de su triunfo sobre el pecado, el mal y la muerte? 

Siendo injertados por fe en Cristo en el bautismo y participando de su vida, que es el Espíritu, para ser sus miembros (Romanos 6,3-14; 8,1-17; 1 Corintios 6,17; Gálatas 5,22-25; Hebreos 8,10ss). 

 

XIII  SÉPTIMO ARTÍCULO:  SU SEGUNDA Y GLORIOSA VENIDA

¿Qué es la Segunda Venida de Cristo en gloria para juzgar a vivos y muertos? 

Que Jesús volverá físicamente, no en debilidad (como su primera venida) sino en poder, que tomará a los suyos, juzgará a la humanidad, establecerá el Reino y renovará todas las cosas (Juan 14,3; Mateo 16,27; 26,63s; Hechos 1,11; 17,31; 1 Corintios 15,20-28; 2 Corintios 5,1-10; 2 Tesalonicenses 1,7-10; 2 Pedro 3,10-13; 1 Juan 3,2s; Apocalipsis 22,20). 

¿Cuándo sucederá la Segunda Venida? 

Nadie lo sabe (Mateo 24,36.42ss; Hechos 1,6s; 2 Pedro 3,3-10), pero está profetizada una apostasía general. 

 

XIV  TERCERA PARTE DEL CREDO:  EL ESPÍRITU SANTO

¿Qué confesamos en la tercera parte del Credo? 

Que Dios nos envía su Espíritu para vivir y dispensarse en nosotros, darnos fe, consolarnos en nuestras aflicciones y ayudarnos en las tentaciones. 

¿Quién es el Espíritu Santo? 

Es la tercera persona de la Trinidad consustancial e indivisa, que procede del Padre, o sea, el Espíritu es Dios actuando continuamente en el mundo y en la Iglesia.  Sólo por su medio y virtud puede el ser humano conocer a Dios, comprender su Palabra y apropiarse de la obra salvadora de Cristo. 

¿Cómo se reveló el Espíritu en el Antiguo Pacto? 

Como el dador de la vida y quien habló por los Profetas.  

¿Cómo se revela el Espíritu en la Nueva Alianza? 

Como Señor vivificante que nos guía en toda verdad, Paracleto Consolador que da libertad, el regenerador y consagrador que nos hace semejantes al Hijo, y permanece con nosotros eternamente como prenda de la comunión con Dios (2 Corintios 13,14; Juan 14,16-26; 1 Corintios 6,17; Romanos 8,9-16; 2 Timoteo 1,14). 

¿Cómo reconocemos la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas? 

Cuando confesamos a Jesús como Mesías y Señor, y somos traídos al amor y armonía de Dios, con nosotros mismos, con nuestros prójimos y con toda la creación. 

¿Qué es el bautismo del Espíritu Santo? 

Es la inmersión en el amor de Dios, de tal modo que todo nuestro ser se llena de su energía y poder. 

¿Cuál es la gran obra del Espíritu Santo en el cristiano? 

Es la consagración o santificación, que es un proceso de la regeneración y una consecuencia de la rehabilitación; o sea, es el progreso de la vida divina en nosotros.  Ser santo significa ser diferente al mundo y sus valores (1 Pedro 1,14ss; Levítico 21,6; 20,26; 1 Juan 3,24; 4,13; Romanos 8,9ss; 1 Corintios 3,16; 2 Corintios 3,18). 

¿Qué es la santidad? 

Es la voluntad de Dios para su pueblo, es decir, forjar la imagen de su Hijo en los suyos (1 Tesalonicenses 4,3; 5,23; Hebreos 12,12; Juan 17,17; Romanos 6,22; 8,28s; 1 Pedro 1,2; 1 Corintios 1,1s; Efesios 4,24-32; 5,1-5). 

¿Hay más medios de santificación? 

Sí:  las Escrituras iluminadas por el Espíritu Santo y la providencia comprendida como poda o juicio de Dios (2 Timoteo 3,16s; Salmo 119,105; 1 Pedro 2,2; 3,17; 4,12-19; Hebreos 12,4-11; Romanos 8,28; Filipenses 1,6; Juan 15,1-3; 1 Corintios 11,32; 1 Tesalonicenses 5,16ss; Salmo 22,3; 37,4). 

¿Se puede contristar y apagar al Espíritu Santo? 

Es posible que los cristianos, debido a la corrupción que aún queda en ellos, caigan en pecados graves; e incluso que por algún tiempo permanezcan en ellos, desagradando a Dios y contristando al Espíritu Santo; siendo excluidos en alguna medida de sus gracias y consuelo, con sus corazones encallecidos y sus conciencias heridas, lastimando y escandalizando a otros fieles, y atrayendo sobre sí juicios temporales.  Sin embargo, mediante la operación del Espíritu Santo los auténticos creyentes son finalmente sostenidos y guardados (Mateo 26,70.72.74; Salmo 51,14; 89,32-35; Isaías 64,5.7; 63,17; 2 Samuel 11,27; 12,14; Efesios 4,30; 1 Corintios 11,32; Salmo 51,12ss; 77,8-13; 31,22s; 88; 1 Juan 3,9; Job 13,15; Miqueas 7,8s; Isaías 54,7-10; 2 Timoteo 1,12). 

¿Qué es el arrepentimiento o enmienda? 

Es el cambio de mentalidad que se realiza al sentir pesar por nuestras malas acciones contra los demás. 

¿Qué es la conversión? 

Es el cambio de mentalidad por el que dejamos los falsos valores (ídolos) para volvernos al Dios vivo. 

¿Qué es la regeneración? 

Es el nacimiento a la nueva vida espiritual por obra del Espíritu Santo que nos capacita para vivir según Dios. 

¿Qué es la rehabilitación o justificación? 

Es el acto por el que Dios, en virtud de la justicia de Cristo, aplica e indulta por fe a la persona que cree en Jesús como el Señor de su vida. 

¿Qué son las buenas obras? 

No son los méritos propios que una persona hace para inclinar a Dios a misericordia, sino la señal patente de una verdadera fe y frutos de la misma.  La fe sin obras está muerta, y la fe auténtica las engendra, pues Dios ha prometido recompensar la solidaria y buena conducta. 

 

XV  NOVENO ARTÍCULO:  LA IGLESIA

¿Qué más dice la tercera parte del Credo? 

Que hay una sola Iglesia:  santa, católica y apostólica; Cristo es su Cabeza y los creyentes miembros. 

¿Qué es la Iglesia? 

La Iglesia es la Convocatoria de Dios a toda la humanidad, de la que surge una comunidad de llamados.  Iglesia es la Comunión de todo el pueblo de Dios que, elegido por su gracia, es congregado por el Espíritu Santo para formar el Cuerpo de Cristo y participar de sus riquezas.  Esto se resume diciendo que la Iglesia es la Comunidad de la Nueva Alianza. 

¿Qué significa que la Iglesia es Una? 

Que a pesar de aparecer esta Comunidad en diferentes tiempos y lugares, y bajo diferentes nombres, en realidad, no hay más que un pueblo de Dios, formado por todos los verdaderos fieles. 

¿Qué significa que la Iglesia es Santa? 

Que el Espíritu Santo mora en ella consagrando a sus miembros para separarlos de los falsos valores del mundo y hacerlos diferentes. 

¿Qué significa que la Iglesia es católica? 

Que proclama la ortodoxa fe de siempre en todas partes. 

¿Qué significa que la Iglesia es apostólica? 

Que continua la enseñanza y comunión de los apóstoles, y lleva la Buena Noticia a todos los pueblos. 

¿Cuál es la misión de la Iglesia? 

Anunciar la buena noticia del Reino predicado por Cristo; rendir culto y promover su justicia, paz y amor. 

¿Quién es Iglesia? 

Iglesia somos todos los cristianos que llevamos su misión en el mundo.  Debido al sacerdocio universal que recibimos en el bautismo, cada creyente tienen algún don del Espíritu para edificación general de la comunidad. 

¿Cómo se preserva la verdadera Iglesia? 

Por medio de las Sagradas Escrituras como norma normante y la sagrada tradición como norma normada. 

¿Qué es la Sagrada Tradición? 

La enseñanza de la fe y los ritos que nos fueron transmitidos por los Padres Eclesiásticos (descendientes de los apóstoles) de generación en generación, y que fueron sancionados en los Concilios Ecuménicos. 

¿Debemos seguir la Sagrada Tradición incluso si poseemos las Escrituras? 

Así es, debemos seguir toda tradición que esté de acuerdo con la divina revelación de la Biblia (2 Tesalonisenses 2,15). 

¿Por qué la tradición es necesaria en la actualidad? 

Como guía para la correcta comprensión de la Biblia, la correcta administración de los sacramentos y mejor preservación de los ritos en la pureza de su institución original.  Por ejemplo, ¿quién enseñó por escrito la señal de la cruz?  ¿Dónde estaba escrito que los cristianos se dirigían a Oriente para rezar?  ¿Dónde están las fórmulas para bendecir el agua del bautismo, el aceite de la crismación, la renuncia a Satanás o la inmersión bautismal?  

¿Quiénes son los ministros ordenados en la Iglesia? 

Obispos, presbíteros y diáconos. 

¿Cuál es la tarea del obispo? 

Representar a Cristo y su Iglesia, especialmente como apóstol, principal sacerdote y pastor de una diócesis, velando por la fe, unidad y disciplina de su congregación y proclamando el mensaje para edificar su comunidad.  También ordena a otros ministros (servidores). 

¿Cuál es la tarea del presbítero o sacerdote? 

Representar a Cristo ante su congregación local, especialmente como pastor y guía, predicador, maestro y sacerdote que preside la celebración y los sacramentos, bajo la autoridad del obispo. 

¿Cuál es la tarea del diácono? 

Representar a Cristo especialmente como servidor de los necesitados, ayudar a los obispos y presbíteros en el mensaje evangélico y administración de los sacramentos. 

¿Cuál es el culto o liturgia de la Iglesia? 

Es deber de todo cristiano reunirse cada domingo para el culto comunitario, orar, escuchar la Palabra de Dios, participar de la eucaristía y ofrendar en solidaridad con la extensión del Evangelio.  Este culto de adoración se tributa solo a Dios (al Padre por el Hijo en el Espíritu).  Así pues, el culto es la adoración que la asamblea rinde a Dios.  Por otra parte, el culto en espíritu y verdad es también la vida misma vivida según los principios del Evangelio. 

¿Qué significa la palabra “liturgia”?

En griego significa “la tarea del pueblo”. 

¿Qué es la oración? 

Ponernos en presencia de Dios para adorarle, dar gracias, confesar los pecados y pedir las cosas necesarias. 

¿Qué es la adoración? 

Elevar todo el ser hacia Dios para gozar de él. 

¿Qué es la alabanza? 

Es la acción de gracias a Dios por ser él quien es y por todas las bendiciones que nos da. 

¿Qué es la penitencia? 

Es la oración de confesión de nuestros pecados y la intención de enmendar y restituir el mal cometido. 

¿Qué es la oblación? 

Es la ofrenda de nosotros mismos, vidas y trabajos, en unión con Cristo, para los propósitos de Dios. 

¿Qué son la intercesión y la petición? 

Interceder es presentar a Dios las necesidades ajenas.  La petición es presentar a Dios las nuestras. 

¿Cuál es la oración que Cristo nos enseñó? 

El Padrenuestro. 

¿Qué dice el Padrenuestro? 

Dice que Dios es el Padre celestial, es decir, que es un padre maravilloso. 

Dice que por todas partes se proclame la santidad de su Nombre, es decir, que todos sepan que su Nombre de Padre es Santo, o sea, sublime y fantástico. 

Pide que venga su Reino y se realice en la tierra su proyecto celestial, su mundo de amor solidario y universal para todos. 

Pide el pan cotidiano y futuro para comerlo ya hoy. 

Pide el perdón de nuestras ofensas, como nosotros perdonamos de corazón a los que nos ofenden; no sea, que nos cerremos al amor de Dios y no lo experimentemos. 

Pide no caer en tentación y seamos librados del Mal, o sea, que sólo con la ayuda de Dios podemos evitarlo. 

Dice que del Señor es el Reino, el poder y la gloria por siempre jamás. 

Dice amén, que significa “así sea”, y que expone nuestra aspiración de que la oración halle gracia ante Dios. 

 

XVI  DÉCIMO ARTÍCULO:  BAUTISMO Y SACRAMENTOS

¿Qué son los sacramentos? 

Son poderosos símbolos, externos y visibles, que Cristo instituyó y dejó a la Iglesia, y de los cuales Dios se vale como medios eficaces para darnos su gracia. 

¿Cuántos sacramentos hay? 

El gran sacramento de Dios es Cristo, y de Cristo su Iglesia.  Al ser sede de la plenitud de la gracia, y el número siete ser símbolo de lo pleno, hay siete sacramentos. 

¿Cuáles son los dos sacramentos mayores? 

El bautismo y la eucaristía. 

¿Qué es el bautismo? 

Es el sacramento por el que Dios nos adopta como hijos, nos da el Espíritu de filiación, nos hace miembros del Cuerpo de Cristo, perdona los pecados e introduce en la Nueva Alianza o nueva relación con Dios como Padre. 

¿Cómo se administra el bautismo? 

En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, por inmersión; aunque en casos de necesidad puede ser por aspersión. 

¿Cuál es la gracia interna y espiritual del bautismo? 

La unión orgánica con Cristo en su muerte y resurrección, el nacimiento en la familia de Dios, perdón de pecados y nueva vida en Cristo en el poder del Espíritu. 

¿Qué se nos pide en el bautismo? 

La renuncia al mal, la enmienda y conversión y la fe en el Señor Jesús. 

¿Por qué son bautizados los niños? 

Porque la gracia precede a toda respuesta humana y Dios quiere que comparta la ciudadanía del Pacto, como en la circuncisión del Antiguo Testamento. 

¿Cómo se realizan las promesas hechas en nombre de los infantes? 

Por los padres y padrinos que prometen que crecerán en la Iglesia y recibirán el ejemplo y catequesis cristiana. 

¿Cuántas veces debe administrarse el bautismo? 

El bautismo correctamente administrado es indeleble, lo que significa que no puede perder su significado y eficacia, y por tanto no se puede repetir. 

¿Qué es la Comunión, Eucaristía o Mesa del Señor? 

Es el sacramento ordenado por Cristo como memorial perpetuo de su sacrificio por todos y por el que, bajo las especies de pan y vino, se hace presente por la epíclesis (invocación al Espíritu) para su pueblo. 

¿Qué beneficios recibimos en la eucaristía? 

El perdón de los pecados, el fortalecimiento de nuestra unión con Cristo y entre unos y otros, y las primicias del banquete del Reino en la vida eterna. 

¿Qué se requiere de nosotros al tomar la eucaristía? 

Que examinemos nuestras vidas, nos arrepintamos de los pecados y estemos en amor y paz con todos. 

¿Deben participar de la comunión los que se encuentran enemistados o no reconocen sus faltas? 

En tal caso deben abstenerse hasta que se hayan reconciliado o arrepentido, no sea que el sacramento que toman se vuelva en ellos para su propio juicio. 

¿Cuáles son los cinco sacramentos que evolucionaron en la Iglesia bajo el Espíritu Santo? 

Crismación, ordenación, matrimonio, reconciliación y unción de enfermos. 

¿Qué es la crismación? 

Es la unción con aceite e imposición de manos que expresa nuestra entrega y compromiso, así como la recepción de la fortaleza del Espíritu Santo.  

¿Qué es la ordenación? 

Es el rito por el cual Dios confiere el servicio y autoridad por la gracia del Espíritu Santo, en sucesión apostólica, a los que son hechos obispos, presbíteros y diáconos, mediante la oración y la imposición de manos de los obispos.  Como es indeleble no se puede repetir. 

¿Qué es el matrimonio? 

Es la unión de por vida entre un hombre y una mujer ante Dios y su comunidad, para recibir la gracia y bendición a fin de cumplir sus votos de fidelidad, reproducción y educación de los hijos.  Sólo se rompe por infidelidad de un cónyuge. 

¿Qué es la reconciliación de un penitente? 

Es el rito por el cual los que se arrepienten de sus pecados pueden confesarlos a Dios en presencia de un sacerdote, y recibir la seguridad del perdón, la cura de almas y la gracia de la absolución. 

¿Qué es la unción de un enfermo? 

Es el rito de ungir a los enfermos con aceite e imponerles las manos para que la sanidad se haga realidad en su cuerpo, mente y espíritu. 

¿Se limita la actividad de Dios a estos sacramentos? 

No, pues son incontables y misteriosas las maneras que Dios que emplea para llegar hasta nosotros. 

 

XVII  DEL PODER CIVIL

¿Debemos respetar las autoridades y leyes civiles? 

Toda autoridad es instituida por Dios para provecho y paz de todos, castigar la maldad y proteger la vida humana.  Por eso el cristiano, como todo ciudadano, debe prestar el respeto y apoyo correspondientes, aunque negará obediencia cuando las leyes vayan en contra de la Palabra de Dios y de su conciencia, aceptando el castigo oportuno.  Es obligación de la Iglesia orar por las autoridades, sea cual fuere su actitud frente a ella. 

¿Puede un cristiano desempeñar un cargo público político? 

Es lícito para todo cristiano laico aceptar y desempeñar el cargo de gobernante cuando sea votado y llamado para ello, debiendo desempeñar en ese cargo especialmente la piedad, la justicia y la paz, según las sanas leyes de su Estado.  Sin embargo, un ministro ordenado de la Iglesia no debería desempeñar un cargo público ni presentarse a unas elecciones políticas. 

¿Deben los gobernantes públicos tomar la administración de la Iglesia? 

Los gobernantes civiles no deben tomar la administración de la Palabra y de los sacramentos, o el poder de las llaves del Reino de Dios.  Sin embargo, sería bueno que bajo su autoridad la verdad de Dios resplandeciera, todas las herejías y blasfemias fueran suprimidas, todas las corrupciones y abusos en el culto sean reformados, y el completo proyecto de Dios sea debidamente establecido y administrado. 

¿Deben favorecer los gobernantes públicos a alguna denominación cristiana? 

Los gobernantes no deben dar preferencia a ninguna denominación cristiana, de tal modo que todos los creyentes, cualesquiera que sean, gocen de completa, gratuita e incuestionable libertad para desempeñar cada aspecto de sus funciones sagradas, sin violencias ni peligros.  Tampoco ninguna ley del Estado debe interferir, estorbar o limitar el ejercicio de las comunidades eclesiásticas. 

¿Tiene alguna jerarquía eclesiástica autoridad sobre el poder civil? 

Es deber de todo cristiano fiel orar por los magistrados (1 Timoteo 2,1s), honrar sus personas (1 Pedro 2,17), pagarles tributos y otros derechos (Romanos 13,6s), obedecer sus mandamientos legales y estar sujetos a su autoridad por causa de la conciencia (Romanos 13,5; Tito 3,1).  Pero no hay ningún Papa o Patriarca que tenga jurisdicción sobre los magistrados, y menos aún con el poder para quitar sus vidas o propiedades al pueblo, aunque sus miembros fueren juzgados eclesiásticamente como herejes o por cualquier otro pretexto. 

 

XVIII  UNDECIMO ARTÍCULO:  LA RESURRECCIÓN

¿Cuál es la esperanza cristiana? 

Es vivir confiados en la promesa de Dios de guardarnos irreprochables hasta la Segunda Venida, lo cual será el cumplimiento completo de la salvación, pues estaremos totalmente libres del pecado y disfrutando de la dulce comunión con el Salvador en gloria.  Es una esperanza de victoria definitiva, de gozo abundante y de una paz sin sombras (Romanos 8,24; 1 Pedro 1,4s; 2 Timoteo 4,6ss; Apocalipsis 21,4). 

¿Hay vida después de la muerte? 

La Biblia, revelación de Dios, afirma que sí.  De hecho, sabemos esto por intuición y también por revelación; es decir, en nuestro ser interior, intuimos que la muerte no es el final completo de todo, y Cristo declaró enfáticamente que hay vida consciente después de la muerte física (Job 14,14; Eclesiastés 12,7; Lucas 23,46; 16,19-31; Filipenses 1,21). 

¿Adónde va el cristiano cuando muere? 

Todos los que dieron su adhesión a Cristo y aceptaron su proyecto y fueron rehabilitados e inhabitados por el Espíritu, hallarán confirmada su confianza gozando eternamente de la presencia divina.  Pero los que se negaron a aceptar su proyecto serán excluidos de la participación definitiva de estos bienes (Mateo 25,31-46; Romanos 2,5s; 9,22s; Hechos 3,19; 2 Tesalonicenses 1,7-10).  Cuando el espíritu de un cristiano abandona su cuerpo, éste último vuelve a la tierra al ser sepultado.  Pero el espíritu vuelve a Dios que lo dio.  El apóstol Pablo afirmó que “estar ausentes del cuerpo” es estar “presentes para el Señor” (2 Corintios 5,8).  Por eso, el cristiano al morir, va a reunirse con el Señor.  De ahí que el protomártir Esteban, al morir, dijera:  “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hechos 7,59). 

¿Qué pasa con los que mueren sin Cristo? 

Los que mueren sin Cristo se pierden, pues no van al paraíso.  Todas las expresiones bíblicas que expresan el estado de los difuntos que mueren sin Cristo, son expresiones acerca de sufrimiento, tormento y juicio (Salmo 1,6; Daniel 12,2; Lucas 16,23; Mateo 16,26; 2 Pedro 2,9). 

¿Qué es la Segunda Venida o Parusía de Cristo? 

Es su regreso, no en debilidad humana, sino en poder y gloria, por el que renovará todas las cosas e instaurará el Reino en plenitud. 

¿Qué sucederá con los cristianos ese día? 

Los cristianos que estén vivos el último día no morirán, sino que serán transformados (1 Tesalonicenses 4,17; 1 Corintios 15,51s), y junto con todos los fieles difuntos resucitados serán transformados para ser semejantes al cuerpo glorioso de Cristo (Hechos 24,15; Juan 5,28s; Filipenses 3,21; 1 Corintios 15,43). 

¿Cuál es el orden de los acontecimientos gloriosos? 

El retorno personal de Cristo en gloria, la resurrección de los muertos, el Juicio Final y la creación de los nuevos cielos y la nueva tierra. 

¿Qué es el cielo? 

El cielo es la vida definitiva y celestial en la eterna presencia de Dios cara a cara.  Es un lugar maravilloso y un completo estado de felicidad y paz.  El cielo es estar para siempre con el Señor y disfrutar de la compañía de todo su pueblo (Juan 5,24; 14,2s; Filipenses 3,20s; 1 Tesalonicenses 4,17; 2 Timoteo 4,6ss; Apocalipsis 22,14-17). 

¿Qué es el infierno? 

Es la exclusión del cielo y la muerte eterna debido al rechazo de Dios (Salmo 1,5s; Mateo 5,29s; 18,9; 23,33; 25,41-46; Juan 3,36; Apocalipsis 20,10; 21,8). 

¿Existen el purgatorio o el limbo? 

Las Sagradas Escrituras no nos autorizan a afirmar la existencia de lugar alguno de purificación de las almas de los fieles.  Los cuerpos van al polvo tras morir y se corrompen (Génesis 3,19; Hechos 13,36), pero sus almas siguen vivas y vuelven a Dios que las dio (Lucas 22,43; Eclesiastés 12,7).  Las de los justos van con Dios esperando la redención de sus cuerpos (2 Corintios 5,1; 6,8; Filipenses 1,23; Hechos 3,21; Efesios 4,10), y las de los malvados están privadas de Dios en espera del juicio final (Lucas 16,23s; Judas 6 y 7; Hechos 1,25; 1 Pedro 3,19).  Fuera de estas dos realidades no hay más estados. 

¿Por qué oramos por los difuntos? 

Porque les seguimos amando y confiamos que, en la presencia de Dios, aquellos que han querido servirle, crecerán en su amor hasta contemplarle totalmente. 

¿Qué es el juicio final? 

El juicio que hará Dios en su trono cuando Cristo vuelva, y por el que pagará a cada uno según sus obras (Hechos 17,31; 1 Corintios 6,3; Judas 6; 2 Pedro 2,4; Romanos 2,16; Mateo 12,36s). 

¿Qué es la resurrección del cuerpo? 

Es la victoria personal y definitiva sobre la muerte en la plenitud del ser (Daniel 12,2s; 1 Corintios 15,12-56; Filipenses 3,20s; 1 Tesalonicenses 4,13-18). 

¿Cuándo sucederán estas cosas? 

De estos hechos nadie sabe el día ni la hora, sino solamente el Padre celestial; pero sabemos que el Señor vendrá sin advertencia y como ladrón en la noche (Hechos 1,7; Mateo 24,36.42-44; 2 Pedro 3,11-14). 

¿Qué es la comunión de los santos? 

Es la solidaridad de todo el pueblo de Dios, vivos y muertos, por la que toda la “nube de testigos” vive en intercomunión. 

 

XIX  DUODECIMO ARTÍCULO:  LA VIDA ETERNA

¿Qué es la vida eterna? 

Es la nueva existencia en el Espíritu que Dios nos da; o sea, es Dios como vida plena en nosotros. 

¿Cuál es nuestra seguridad como cristianos? 

Es que nada, ni aun la muerte, podrá separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús, y así gozaremos para siempre de su gloriosa presencia. 

¿Qué gran promesa hizo Jesús a sus discípulos? 

Jesús les prometió que él iría al cielo a preparar morada para ellos, y que también volvería a la tierra por ellos para que estuvieran siempre junto a él (Juan 14,1ss; Mateo 24,27-42; Hechos 1,10s; Tito 2,13; Hebreos 9,28; 1 Tesalonicenses 1,10; Apocalipsis 1,7; 22,20). 

¿Qué sucederá en la eternidad? 

En la eternidad Dios tendrá un organismo que será su aumento, contenido y expresión (Apocalipsis 21 y 22). 

 

XX  LA VIDA CRISTIANA

¿Qué es la vida cristiana? 

La vida cristiana es la nueva vida en Cristo.  El cristiano sabe que ahora debe vivir para su Señor y agradarlo en todo.  Cristo vive ahora en el cristiano por virtud de su Espíritu y ocupa el lugar central en su vida (Filipenses 1,21; Gálatas 2,20; 1 Corintios 6,17). 

¿Cuál es el ideal supremo de la vida cristiana? 

El ideal supremo de la vida cristiana es llegar a ser cada vez más semejante al Señor.  Él es nuestro ejemplo supremo, y todo cristiano procura imitarlo en todo (1 Juan 3,2; Filipenses 2,5; 3,12). 

¿Cuáles son los dos deberes principales de la vida cristiana? 

La vigilancia y la perseverancia.  Vigilar es no dormirse espiritualmente, sino estar a los peligros y las tentaciones que rodean al cristiano.  “El que piense estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10,12).  El cristiano también debe perseverar en el bien y en su lealtad al Señor.  Esto requiere de un esfuerzo inteligente.  Hay algunos que empiezan en la camino de la fe, pero luego se apartan.  Algunos son buenos cristianos por muchos años, pero luego, poco a poco, desisten y se vuelven negativos.  Lo importante es que, día a día, no importe lo que pase, el cristiano siga igual de unido al Señor, y aún mejor, creciendo en él.  Que cuando la muerte le sorprenda, él sea hallado fiel (Mateo 26,41; 24,13; Lucas 9,62; Gálatas 6,9; 1 Pedro 5,8s). 

¿Cómo debe el cristiano considerar su propio cuerpo? 

Antes de que una persona se haga cristiana, su cuerpo es, por lo general, instrumento de pecado; pero ahora, en su nueva vida, el cuerpo debe ser instrumento de honradez, justicia y santidad.  El cristiano debe glorificar a Dios en su cuerpo, pues éste es templo del Espíritu Santo y debe presentarlo como “sacrificio vivo” (Romanos 12,1s; 6,19.22; 1 Corintios 6,12.18-20). 

¿Qué es un cristiano “carnal”? 

Es el cristiano que no crece ni avanza, que se queda en la tibieza espiritual y vive según sus instintos, y no según el impulso del Espíritu.  Así pues, por pereza espiritual, desarrolla una general indiferencia hacia las cosas del Señor (Romanos 12,11; 1 Corintios 2,14s; 3,1ss). 

¿Cuáles son las ayudas del cristiano para vivir una vida espiritual y floreciente? 

Leer, estudiar la Biblia y meditar sobre ella continuamente.  Vivir una vida de oración y asistir a los Oficios y Liturgias.  La vida cristiana es una relación y permanente diálogo entre el cristiano y Dios, pues la oración es la respiración del alma.  La Biblia es la despensa que alimenta.  Es una buena costumbre rezar a Dios al levantarse por la mañana, a mediodía, tarde y noche. 

¿Cuál es el libro principal de inspiración para la oración? 

La Filocalia (en griego “amor a la belleza”), compuesta por el monje Nicomedes del monte Athos y el obispo Macario de Corinto, que recoge un florilegio de textos patrísticos y espirituales (Evagrio, Antonio, Ignacio, Nicéforo, Diadoco, Juan Clímaco, Simeón el Nuevo Teólogo, Gregorio Pálamas, Nicolás Cabásilas, etc.) sobre la oración hesicasta (griego “paz y silencio”).  Este libro inspiró el resurgir ruso del siglo XIX en la obra anónima:  “Los relatos de un peregrino ruso”. 

¿De dónde viene este modo de orar? 

De la tradición del monacato primitivo (Monte Sinaí y luego al Monte Athos) del uso de jaculatorias, oraciones de compunción (Kyrie eleison) y del deseo de una oración continua para mantener vigilante la atención.  Se trata de una vieja técnica que une la invocación del nombre de Jesús a la respiración. 

¿Cuál es el texto más importante? 

Nicéforo, Simeón el Nuevo Teólogo y otros escriben:  “Ante todo, procura que tu vida sea apacible y limpia de toda preocupación y en paz con todos.  Entonces entra en tu cuarto, enciérrate y, sentado en un rincón cierra los ojos, inclina el mentón y respira tranquilamente...  recoge tu espíritu (aliento), introdúcelo en la nariz...  empújalo, fuérzalo a bajar a tu corazón al mismo tiempo que el aire inspirado... y di:  Señor Jesús.  Retenlo y espácialo.  Luego espira fijando la atención y unificando las facultades, diciendo:  Ten piedad de mí.  Esfuérzate por alejar todos los pensamientos, ten paciencia y repite con frecuencia este ejercicio”. 

¿Cómo es la oración que los antiguos cristianos enseñaron en la Filocalia? 

Se llama la “oración del Señor” o “cuentario”, (komboskini) y dice al inspirar:  “Señor Jesucristo”; y al espirar:  “Ten piedad de mí”.  Tal y como la practicó el staretz Serafín de Sarov con su mística de la luz tabórica. 

 

XXI  LA EVANGELIZACIÓN PERSONAL

¿Qué es la evangelización personal? 

Es extender el Evangelio o Buena Nueva a las demás personas a través del ejemplo y del anuncio del mensaje, comunicando la verdad eterna del plan de Dios (Juan 4,28s; Hechos 16,32).  Esta es su responsabilidad y también su privilegio (Lucas 8,39; Marcos 1,17; Hechos 1,8; 4,20; 1 Corintios 9,16; 1 Tesalonicenses 1,8; 2 Timoteo 4,2; 1 Pedro 3,15s). 

¿Cómo debemos evangelizar? 

Hay que procurar que la persona con quien hablamos no se sienta ofendida.  Conviene ganar su amistad, su interés y su atención.  Nunca es bueno mostrar aires de superioridad, sino que hay que hablar con sencillez, convicción y seriedad.  No es bueno lanzarse de buenas a primeras al tema de la religión, sino que se debe esperar el momento oportuno para que la conversación se deslice de forma natural hacia los asuntos espirituales.  Siempre hay que actuar con mucho amor, comprensión paciencia y sabiduría (Mateo 10,16; 1 Corintios 9,22). 

 

XXII  LA MAYORDOMÍA DEL CRISTIANO

¿Qué es la mayordomía? 

Mayordomía significa administrar los bienes de otro.  En su aspecto bíblico es reconocer que Dios es dueño de todo, Creador y Sustentador de todas las cosas; y también porque él nuestro Redentor, y nosotros, por tanto, en gratitud y adoración, debemos corresponderle entregándole todo cuanto somos y tenemos (Salmo 24,1; Deuteronomio 10,14; Ageo 2,8; Lucas 16,2; 1 Crónicas 29,14; Romanos 14,7s; 1 Corintios 6,19; 10,31). 

¿Qué cosas incluye la mayordomía? 

Lo incluye todo; específicamente, nuestro tiempo, talentos, oportunidades, bienes, dinero...  Realmente, nuestra vida toda.  No hay un solo momento en que dejemos de ser mayordomos del Señor (Colosenses 3,23; Mateo 6,19ss). 

¿Qué significa traer nuestras ofrendas al Señor y dar la gloria debida a su Nombre? 

Uno de nuestros deberes como cristianos es presentar nuestras ofrendas como parte del culto espiritual que Dios pide en el día del Señor.  Por supuesto que al Señor no le podemos dar dinero como se lo damos a las personas, porque él directamente no está necesitado del mismo (Ageo 2,8).  Pero, por medio de la comunidad cristiana a la que pertenecemos ofrendamos al Señor.  Y al compartir nuestros bienes estamos dando de nuestra propia vida, siendo que el dinero representa tiempo, esfuerzos, talentos y trabajos (Mateo 22,21; 1 Corintios 16,2; Deuteronomio 16,16; 2 Samuel 24,24). 

¿Se justifica que un cristiano contribuya al sostén de su congregación? 

Sí, y las razones son muchas.  Siempre hay hermanos necesitados con los que es imprescindible la solidaridad.  Por otra parte, toda comunidad cristiana para funcionar como tal incurre necesariamente en gastos que hay que asumir:  hay que pagar el recibo de la luz, teléfono, aseo, agua, la literatura que se usa, por no decir de la construcción y el mobiliario.  La Iglesia nos presta muy valiosos servicios; es justo, entonces, que nosotros mismos la sostengamos con nuestras ofrendas voluntarias.  No debemos esperar ni permitir que el gobierno subvencione a la Iglesia. 

¿Con qué actitud debe ofrendar el cristiano? 

Debemos dar con liberalidad, alegría, buena voluntad e inteligencia, de las primicias y no de lo que nos sobra, pues Dios es digno de lo mejor.  No debemos dar egoístamente ni por jactancia ni para ejercer influencia sobre los demás.  También debemos dar con regularidad y no motivados sólo por las ocasiones especiales (2 Corintios 9,6s; 8,1-5; Hechos 4,36s). 

¿Qué cantidad debe ofrendar el cristiano? 

Esto lo debe decidir cada uno en conciencia.  Un principio que nos debe guiar es que si ganamos más, debemos dar más.  En el Antiguo Testamento los hebreos daban sus primicias, diezmos y ofrendas, pero en el Nuevo Testamento ya no existe el diezmo (Levítico 27,30; Malaquías 3,8ss; Mateo 23,23; 2 Corintios 9,6s; 1 Corintios 16,2; Lucas 12,48). 

¿Cómo debe una comunidad cristiana local usar el dinero ofrendado? 

La congregación debe usarlo con sabiduría, buscando la dirección del Señor.  Es conveniente que la comunidad nombre un tesorero y una comisión de finanzas que elabore un presupuesto para todo el año, el cual debe ser aprobado por los miembros.  Las finanzas deben atenderse con transparencia y honestidad, informando del movimiento de las mismas a todo el que lo pida (Romanos 12,13; Efesios 4,28; 1 Timoteo 5,17; 2 Corintios 8,19ss). 

¿Qué resultados hay en la vida del solidario? 

El fiel experimenta la alegría de su compromiso, pues realiza el designio de Dios de contribuir al adelanto de la Buena Nueva.  Crece en su vida espiritual y es ejemplo de bendición para muchos.  Además, él mismo recibe muchas bendiciones (Malaquías 3,10; Hechos 20,35; 2 Corintios 9,8-11). 

¿Cuál debe ser la actitud del cristiano hacia el dinero y los bienes materiales? 

El dinero nunca debe ser un fin en sí mismo, pues la avaricia es pecado.  No hay que poner la confianza en las riquezas materiales, sino siempre usarlas como medio de bienestar legítimo, de progreso sano y de mayordomía cristiana.  El cristiano debe poseer el dinero, y no el dinero al cristiano.  Todo cristiano se debe ganar la vida honrada y dignamente; debe ser económico sin ser avaro, y generoso sin ser despilfarrador.  La Biblia está llena de historias que ilustran cómo muchas personas se malograron porque no supieron hacer buen uso del dinero, pues “raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Timoteo 6,10; Mateo 6,19ss; Salmo 41,1; Efesios 4,28; Lucas 12,13-21; 16,19ss). 

 

XXIII  EL CRISTIANO Y LOS OTROS GRUPOS RELIGIOSOS

¿Hay otros grupos religiosos? 

Sí, hay muchos.  Pero esto no debe perturbarnos, pues hemos de convivir en paz con ellos. 

¿Cómo se los puede clasificar? 

Hubo religiones paganas, como el politeísmo, animismo, etc.  Hay religiones orientales como el hinduismo, budismo, sintoísmo, taoísmo y confucianismo.  Hay religiones monoteístas como el judaísmo y el Islam. 

¿Hay grupos más afines a nosotros? 

Sí, toda la variedad de ramas surgidas a lo largo de la historia de la Iglesia.  Entre ellas destacan la Iglesia Romana, la Ortodoxa y la Evangélica.  También dentro de las Iglesias Protestantes hay multitud de denominaciones, que son nombres que dichas comunidades se dan. 

¿Existen las sectas? 

Sí, y las principales sectas modernas son los Adventistas del Séptimo Día, Testigos de Jehová, Mormones, fe Bahai, la Ciencia Cristiana, Unitarios, la Nueva Era y muchas más.  Algunas de la denominaciones evangélicas se han subdividido tanto que muchas sostienes doctrinas del todo heréticas. 

¿Cómo debemos relacionarnos con todos los grupos? 

Con sumo respeto y prudencia, sin mostrar nunca una actitud de superioridad vanidosa.  Sabiendo que muchas personas de buena voluntad están en esos grupos de forma sincera y bienintencionada, incluso a veces engañados por sus propios dirigentes.  Además, hay que tener una jerarquía de verdades, sabiendo que no es lo mismo relacionarnos con un musulmán, un taoísta o un protestante.  Siempre debemos aprovechar la oportunidad que se nos presente para explicar nuestros puntos de vista con tacto, inteligencia y consideración. 

¿Es posible aprender algo de los otros grupos religiosos? 

Por supuesto.  Por ejemplo, la creencia en Dios, aunque de maneras diferentes.  También a veces esos grupos nos enseñan virtudes de dedicación, compañerismo y lealtad apegada a sus principios (Lucas 16,8). 

¿Qué es el ecumenismo? 

Es un principio de encuentro o actitud hacia las demás tradiciones eclesiásticas a las que hay que respetar y escuchar, pues en su seno conservan lo elemental de la enseñanza cristiana y viven el Evangelio, a veces de un modo diferente al nuestro, pero no de manera totalmente diferente. 

 

 

P. Manuel +Lasanta