
HISTORIA DE HONDURAS
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Mujeres y Hombres
Pocas mujeres españolas pasaron a Indias en momentos de la conquista. En Honduras se sabe de una castellana que, capturada por los indígenas de la costa, llegó a ser cacica de una comunidad.
En diversos parajes, pobladores españoles terminaron por vivir entre y como los indígenas que los acogieron. Las mujeres indígenas eran parte del botín que se repartían los conquistadores luego de sus acometidas; Bernal Díaz relata en su Crónica cómo los soldados escondían muchas mujeres indígenas para que no entraran en el reparto que hacía la hueste, en el que los capitanes escogían a las mejores.
Estas mujeres capturadas eran sometidas a esclavitud, antes de que la misma fuera abolida.
Desde los secos páramos extremeños o castellanos se idealizaba el vergel que era la Andalucía de los musulmanes, y dentro de ese jardín el aura erótica que rodeaba a las mujeres moriscas. Algo de ese halo se trajeron los jóvenes y solteros emigrantes que hicieron la conquista, y lo enfilaron hacia las mujeres indígenas. De allí que se generaran unas relaciones ambiguas entre los hombres de ultramar y las féminas de estas tierras.
En los saqueos, en las guerras, se cometen violaciones. Pero en la conquista no se trataba de violar y abandonar: los conquistadores cargaban con las mujeres porque carecían de ellas. En las más altas esferas de poder se practicó con largueza utilizar a la mujer como regalo. Así, mujeres indígenas fueron a parar a manos de los capitanes de la conquista, como por ejemplo a las de un Pedro de Alvarado, quien tuvo descendencia con mujer de alta alcurnia indígena obsequiada por la nobleza azteca.
Un nuevo personaje: el mestizo
Acabada la conquista empieza a despuntar en la escena la primera generación de mestizos. Las relaciones entre el hombre conquistador y la mujer aborigen eran totalmente asimétricas, generalmente en uniones no bendecidas por la iglesia, ni conformaban un matrimonio. El español, aunque viera cada vez más alejado el día de su regreso al pueblo natal, aún soñaba con novia casadera peninsular que, seducida por su fama y riqueza, le aportara una corrrespondiente y abultada dote, y a partir de ahi iniciar un linaje.
Y sin embargo, desde los primeros tiempos aquellos hijos mestizos, a los que despectivamente calificaban de bastardos, fueron inclinados hacia la cultura paterna, al idioma español y los usos españoles.
Por eso se les llamaría ladinos (por haberse latini o ladinizado, en el sentido de hablar una lengua desprendida de la cultura madre latina del Mediterráneo). Esto implicó proximidad constante, cerca de los pequeños mestizos, del padre soldado y poblador español, mientras para su crecimiento niños y niñas mestizos se iban alimentando de la tortilla y el frijol mesoamericanos, servidos por la madre indígena que les cocinaba.
El uso del español pudo promoverse por oportunismo: indígenas y sobre todo mestizos habrían determinado como más favorable adoptar la lengua de los poderosos. O porque en contornos donde reinaba la diversidad de lenguas autóctonas, el español irrumpió como una lengua franca, útil para todos.
Parecido papel se le quiso dar momentáneamente, en Honduras, al nahuatl, el idioma de los mejicanos. Es evidente que se extendió a partir de los nexos entre los españoles y sus vástagos y luego, más aceleradamente, por las relaciones de todos los involucrados en las redes del mestizaje.
Porque, a futuro, los ladinos no surgían de la constante unión entre el poblador español blanco y la mujer indígena cobriza, sino por la mezcla de los que ya eran mestizos entre sí, todos los cuales se caracterizaban por estar inmersos en la lengua y en los usos hispánicos.
Por eso el idioma, con todo el contexto cultural que lo acompaña, no fue algo impuesto ni enseñado en la escuela sino algo asumido, aprehendido; no el lenguaje y su contexto perteneciente a aquellos que estaban en España, sino el lenguaje y su contexto vivido y diariamente practicado, perteneciente ya a los pueblos coloniales americanos que despuntaban.
LA SOCIEDAD COLONIAL
Organización colonial En las primeras edificaciones de alguna de las iglesias de Comayagua, como la de la Caridad, encontramos dos elementos significativos: la capilla de indios y una torre almenada. La primera, en la parte posterior externa, servía como escenario para los actos litúrgicos destinados a la comunidad indígena que se congregaba fuera de la iglesia.
Los indígenas eran, al parecer, muy dados a contemplar estas representaciones con que se les catequizaba. La segunda, las torres almenadas, fueron muy raras en la Audiencia de Guatemala y sí más usuales al Norte de México, en regiones fronterizas no sometidas.
La ciudad colonial fue una ciudad abierta y sin murallas, torres o fosos defensivos. La paz impuesta después de la conquista duró dos siglos y medio y parte fundante de esa paz fue el compromiso serio sustentado por las comunidades indígenas de ser leales y pacíficos súbditos de la Corona, siempre que esta les reconociera sus propias autoridades y les asegurara sus tierras.
Esto a pesar de que siguieron siendo discriminados y explotados por los criollos y las autoridades reales. Aunque no hubo pasividad por parte de los indígenas, sus reclamos y litigios ante los organismos competentes fueron continuos durante la Colonia y hacían llegar sus quejas hasta el trono del Rey, no en contra de su Majestad sino en contra de los malos gobernantes que lo representaban y que no aplicaban las leyes.
Además, era una sociedad en gestación, débilmente integrada, a la que le tomaría tiempo identificarse alredor de sus intereses. Por lo pronto, todavía en la segunda mitad del siglo XVI se está definiendo el perfil administrativo de Honduras. Parece paradójico que hallándose España más próxima a la vertiente Atlántica, sus principales asentamientos político-administrativos coloniales se situaran en la vertiente Pacífica.
Pero no hay más que ver dónde estaban las altas culturas de los Aztecas y los Incas para entender que allí se establecieran los primeros grandes virreinatos de México y el Perú. En Honduras se produjo un movimiento similar y de la costa Atlántica, cuna de los primeros asentamientos, el poblamiento colonizador fue a radicarse al interior, e igualmente los entes administrativos.
Entre 1550-1575 el traslado se llevó a cabo.
Primero fue la sede del Obispado, cambiada de Trujillo a Comayagua por el segundo Obispo de Honduras, Jerónimo de Corella, a partir de 1553. Es posible que coincidiera pronto en dicha villa con misioneros de la Orden de la Merced. La Gobernación y la Caja Real (o tesorería) siguieron ese curso y hacia 1570 también se fijan en Comayagua, luego de una rápida estación en la villa de San Pedro, mientras se explotaban en esa área pláceres auríferos en Quimistán, de efímera producción. A poco habría hecho, a su vez, ingreso a Comayagua la Orden de San Francisco.
Pero no fue únicamente el menos riguroso y menos enfermizo clima del interior lo que atrajo a pobladores y autoridades. Según la pauta usual, fue la existencia de pueblos indios capaces de sustentar a los pobladores de las villas, a sus autoridades y de allegar tributos, y sobre todo la posibilidad de explotaciones mineras, nervio de la economía mercantilista metropolitana. Cerca de Comayagua, en Opoteca, la riqueza minera de la gobernación de Honduras comenzó a florecer.
Ante la Corte Real, la gobernación de Honduras necesitaba justificar su existencia administrativa y económica y la minería le proveyó esa justificación. Entre 1578 y 1580 en la región de la Taguzgalpa y en una localidad nombrada San Miguel surgieron ricas vetas de plata y oro. En 1580 se le dio categoría de Alcaldía Mayor a San Miguel de Heredia de la Taguzgalpa. Para completar este distrito minero se decidió incorporarle la zona de la Choluteca, donde también la minería lucía prometedora. La Gobernación de Honduras recobró el trazo inicial de 1526 y obtuvo su salida al golfo de Fonseca.
Los historiadores clásicos de nuestro país han denominado a la administración colonial española establecida en Honduras como un regimen de dos provincias: la Gobernación con sede en Comayagua y la Alcaldía Mayor de Tegucigalpa.
La administración española en Indias se fue conformando sobre la marcha y no siguió un patrón lógicamente estructurado. El Rey era la primera y privilegiada fuente integradora de autoridad. En teoría, debajo del Rey se hallarían los Virreyes, luego los Capitanes Generales,
Gobernadores, Alcaldes Mayores y Alcaldes Ordinarios.
Pero no era una administración estructurada en ese sentido vertical. El virrey de México no era el superior inmediato del Capitán General de Guatemala sino que, por la índole y calidad, tamaño y población de estos territorios, uno era un virreinato y otro una capitanía general. Ambos dependían directamente del Rey.
En otro plano, recibían nombramiento directo del Rey para que fueran sus representantes en las funciones asignadas tanto el Capitán General de Guatemala como el Gobernador de Honduras, aunque esta gobernación fuera parte del distrito de la Audiencia de Guatemala y precisara elevar ante ella diversas peticiones jurídicas y administrativas.
Por razones militares de regiones fronterizas, y más usualmente por razones económicas que involucraban a la minería, a una Alcaldía Mayor se le daba la facultad de ser la cabecera de un conjunto de alcaldías ordinarias. El Alcalde Mayor de Tegucigalpa, zona minera, era nombrado por el Capitán General de Guatemala, aunque todo el territorio de la Alcaldía y de la llamada Taguzgalpa fuera parte de la Gobernación de Honduras.
Esta estructura se prestaba a problemas de competencia entre la Capitanía General y la Gobernación de Honduras, por una parte, y entre esta Gobernación, con sede en Comayagua, y la Alcaldía Mayor de Tegucigalpa.
Se vislumbran intereses económicos en la base de estas imprecisiones juridisccionales. Entre los primeros propietarios de minas en Tegucigalpa (nombre que terminó por prevalecer y no San Miguel ni Heredia) se menciona a una Leonor Alvarado, residente en Guatemala, hija mestiza de don Pedro; el primer Alcalde Mayor del Real de Minas fue un Juan de la Cueva, descendiente del fundador de Choluteca y también emparentado con los Alvarado de Guatemala.
Entre tanto, en las dos últimas décadas del siglo XVI la Alcaldía Mayor experimentará un fulgurante boom minero. Las minas más productivas se encontraban en Guasucarán, cercana al poblado indio de Ojojona, en Sapusuca (luego cerro de El Picacho) coronando Tegucigalpa, y en Santa Lucía.
En reconocimiento a su contribución minera a las arcas reales, a esta población hará una serie de artísticos regalos el Rey don Felipe II. Tanta confianza genera entre la población de Honduras que se solicita a la Corona que sea este territorio el que sirva al comercio del tránsito.
En los días de la conquista don Francisco de Montejo había recorrido el camino desde el golfo de Fonseca, saliendo al Norte por la depresión que forman hacia una y otra vertiente los ríos Goascorán y Humuya, cruzando luego el valle de Sula hasta Omoa. Se argumentó que era más corto, más barato, más sano y menos expuesto este camino que el que se había establecido por el istmo de Panamá.
Si a la minería floreciente se añadían las ventajas del tránsito, la provincia se podía convertir en un emporio del comercio y la producción. Pero los intereses creados alredor de Panamá resultaron inamovibles y la iniciativa hondureña en pro de la ruta del tránsito se desestimó.
© La Prensa Honduras, C.A.
1999 Derechos Reservados
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